1912

El ambiente en la biblioteca, era sofocante, por decir lo mínimo. El silencio era tan pesado, que soy podía cortar con un cuchillo.

-No pueden obligarme a casarme, porque no lo haré –les gritó a todos– No me casaré con Patrick.

-¿Y qué harás, Mary? –le preguntó su padre– Si es necesario, te arrastraremos hasta el altar. Es tu deber casarte con Patrick. Y lo harás.

-No lo haré –le replicóEntiéndelo.

-Mary, mi niña, mi amor. Por favor, entiende. Es la única forma de que la fortuna permanezca en nuestras manos. Serás formalmente, la Condesa de Grantham.

Pero Mary no entendería de palabras. Era un hecho, y estaba resuelta a salirse con la suya, no se casaría con Patrick Crawley, así le trajera la luna en una bandeja de plata.

Se limpió un poco las lágrimas. E iba camino a su habitación, cuando su abuela habló.

-Déjala. En unas horas se le pasará esta rabieta. No es más que eso. Ya verás como mañana, está lista para casarse con Patrick.

No sabía lo que era. Si las palabras o él tono en que fueron dichas. Pero despertó en ella, todavía más, la resolución de no casarse.

-No me casaré –dijo, mirando a su padre y a su abuelaY si es necesario, me fugaré… Eso es lo que haré. Cuando todos despierten, yo mañana me habré ido.

Robert fue a decir algo, cuando su madre lo interrumpió.

-Déjala, Robert. Es solo una amenaza, un farol. Esta niña no irá a ningún lado. Adonde podría ir, es una señorita, no tiene conocimientos de nada, no podría trabajar en ningún lugar. Déjala. Ya se calmará en la mañana.

Salió de allí, furiosa. Tirando la puerta tan fuerte que la pared tembló. Corrió a su habitación, y en bolso, recogió lo poco que tenía. Unas cuantas monedas, dos vestidos y sus joyas favoritas. Aquella noche durmió en la estación. Y al amanecer, compró boleto en el primer tren que pasara.

Y cuando Downton despertó, Lady Mary Crawley, iba camino a Manchester.

A reunirse, con su amor, Matthew. Matthew Crawley.