Los personajes, trama y detalles originales de

✿Labyrinth (Laberinto/Dentro del Laberinto) son propiedad de Jim Henson, Lucasfilm, The Delphi V Productions y TriStar Pictures (película) y A. C. H. Smith (novelización).

David Bowie es y será para toda la posteridad la inspiración para Jareth.

✿Sandman son propiedad de Neil Gaiman (historieta), Neil Gaiman, David S. Goyer, Allan Heinberg, DC Entertainment, Warner Bros. Television y Netflix (serie).

Aunque para esta historia ocupamos película y serie solamente.

✿En portada: edición vectorial a partir de elementos de rawpixel, recuperados de freepik. Tipografía: Cuivrerie.

✿Por y para Cintia Sand, con infinita gratitud.


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Yo soy, el laberinto

Un rey no se inclina ante otro, pero un desafío no es opción cuando las hordas infernales amenazan con destruirlo todo.

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De pie, sellando la gran puerta de la ciudad de los goblins, el guardián permanecía inmutable. Ya se había anunciado como invitado de honor, pero no había respuesta, ni siquiera una negativa o algún comentario irreverente como era de esperar de los súbditos del laberinto.

—¿En serio nos van a dejar aquí afuera? —preguntó Matthew con evidente indignación.

—El señor de este castillo es caprichoso —respondió Morfeo quedamente —. Y no muestra reverencia alguna, aunque se encuentre dentro de la Ensoñación.

—¡¿Esto es parte de la Ensoñación?!

El cuervo graznó y emprendió el vuelo hasta la cabeza de metal del guardián, posándose en la hombrera derecha.

—¡Oye! —gritó mientras picoteaba el yelmo —¡Sueño de los Eternos se ha anunciado!

Frustrado ante la impasibilidad del guardián, golpeó con más fuerza hasta que una placa de metal se desprendió. En medio de un crujido la cabeza cayó al frente, quedando apenas a unos centímetros de los pies de Morfeo, que enarcó levemente una ceja al ver sobre los hombros del guardián, a un pequeño ser espabilando.

—¡Hey! —exclamó con su voz chillona luego de frotarse los ojos —¡¿Quién viene a la puerta de la ciudad de los goblins?!

—¡Valiente guardia que se queda dormido! —graznó Matthew, absteniéndose de picarle los ojos, pero decidido a bajarlo del control de lo que ya había descubierto como un robot.

El pequeño goblin profirió lo que el cuervo entendió como un grito de guerra, empezando a mover palancas y presionar botones mientras que el cuervo revoloteaba a su alrededor. El cuerpo metálico del guardián avanzó un par de pasos, tomó un hacha y empezó a sacudirla, con poco efecto al tratar de cazar un ave pequeña con un arma de casi dos metros.

Toda la escena era tan irreverente que el rey de los sueños no pudo evitar pensar en el motivo por el que visitaba ese lugar. Levantó la vista, Matthew aún se batía en duelo con el guardián, y luego de pensarlo un poco, decidió que no esperaría el tratamiento habitual de las visitas oficiales, así que se coló por el espacio que había quedado en la puerta una vez que el robot dejó su sitio.

El olor de pan recién horneado golpeó su nariz apenas se adentró por las calles.

Pese a lo mucho que destacaba, sobrepasando la altura de la mayoría de las casas, aún con su forma habitual de hombre, la mayoría de los habitantes apenas reparaba en su presencia, y seguían su ajetreada vida yendo de un lado a otro.

—¡Jabones de sapo! —gritó un goblin no muy lejos de ahí, alargando vocales.

—¡Repelente de hadas! ¡La primavera está cerca!

Morfeo cerró los ojos.

La última vez que había estado ahí, no se parecía en nada, no era más que un lugar yermo, raso, sin apenas más nada más que una hierba moribunda a la que no le había dado mucha atención en la larga existencia de la Ensoñación.

Algunos durmientes lo visitaban cada tanto, atraídos por el páramo silencioso, afines con sueños tranquilos para explorar la conciencia, recibiendo revelaciones que se volvían profecías auto cumplidas.

Los goblins habían resistido en el mundo de la vigía más que las hadas, pero al final, aceptaron la imposibilidad de continuar coexistiendo con los hombres y al igual que sus enemigas juradas, solicitaron audiencia con él, por llamar de alguna manera a la grosera irrupción en el castillo que habían hecho.

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"Juguemos un juego"

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—Saludos, señor lúgubre.

Bajó la mirada.

Un perro en armadura, montando a otro perro con silla de montar, sostenía una lanza mientras claramente se dirigía a él.

—¿Señor lúgubre? —peguntó.

—¿Tiene una audiencia en el castillo?

—¿No sabes quién soy?

El pequeño perro parlante lo miró de arriba abajo, incluso olisqueó cerca de sus rodillas, que era lo que alcanzaba.

—No —respondió con simpleza—. Entonces, ¿tiene una audiencia? ¿O va a enfrentar al guardián de esta puerta? ¡En guardia!

—No tengo tiempo para esto, disculpa el método.

Antes de que el perro jinete montado en el perro montura pudiera hacer nada, Morfeo ya había tomado entre sus dedos un poco de arena, soplándola en su cara. Se sacudió como un haría un perro normal, estornudando un poco mientras parpadeaba rápidamente.

—¡Trucos sucios! —exclamó antes de incitar a su corcel canino y correr por la calle hasta chocar con una casa alta, a la que empezó a atacar con su lanza.

—¡En guardia criatura maligna!

—Te voy a pedir —dijo una voz a su espalda —, que no pongas a soñar a mis súbditos en mi reino.

El rey del sueño miró de soslayo, recargado contra el muro de una casa, con las manos en la chaqueta de cuero, estaba el mismo hombre que hacía tanto tiempo había logrado reclamar para sí ese páramo, convirtiéndolo en lo que era ahora.

—Ha pasado un tiempo —continuó diciendo, impulsándose al frente para ir hacia él—. Supe lo que te pasó. Diría que lo siento, pero la verdad creo que ya necesitabas algo de humildad: atrapado por un hechicero mediocre —continuó entre risas.

Un grupo de goblins se asomó por entre los tejados de las casas vecinas solo para reírse antes de escabullirse.

Morfeo tomó aire, luchando por mantener la compostura.

—Saludos, Jareth, rey de los goblins.

Los finos labios del hombre se curvaron en una sonrisa torcida, signo inequívoco de que en ese momento se le estaban ocurriendo al menos otras veinte bromas al respecto de, o su cautiverio, o lo que hacía ahí.

Sin embargo, solo levantó levemente el mentón. Ambos tenían la misma altura, así que el efecto no era tan dramático como seguramente sucedía con sus súbditos.

—Saludos, Morfeo, rey de los sueños.

Enseguida, Jareth hizo apenas un ademán, y caminó hacia el castillo, a lo que el otro entendió que debía seguirlo.

A diferencia de como pasó cuando iba solo, los goblins se apartaban, dedicándoles miradas curiosas con sus ojos brillantes, cuchicheando entre ellos y riéndose para luego escapar, mientras que seguían escuchando los gritos de los comerciantes y el barullo de la vida cotidiana.

—Este lugar solía ser más apacible —susurró.

—Este lugar solía ser la prueba irrefutable de tu pensamiento estrecho. Lo que no deja de ser gracioso considerando que encarnas a los sueños.

Pensó en varias respuestas, pero al final no dijo nada. Considerando lo que había pasado en los últimos años, no podía negar que él mismo podría calificar de esa manera lo que antes era.

Miró las casas con su extraña arquitectura, sosteniéndose en pie por una fuerza más allá de cualquier cálculo posible.

—Adelante.

Jareth abrió la puerta principal del castillo y pasó primero. El castillo no era especialmente menos ruidoso que afuera, pero consiguió llamar la atención de todos haciendo un ademán con las manos.

—¡Saluden al depuesto señor de estas tierras! ¡Sueño de los eternos! —exclamó.

—¡Saludos! ¡Sueño de los eternos! —exclamaron todos al unísono, como si lo hubieran practicado.

—¿Había otro rey en el laberinto? —preguntó uno.

—¡El rey de los sueños! ¡Al que Su Majestad derrotó! —respondió otro.

Morfeo suspiró.

—Quisiera tener una charla en privado.

—Por supuesto. ¡Todo mundo fuera de la sala del trono!

El movimiento fue frenético. Los goblins que estaban columpiándose de los candelabros saltaron aplastando a los que iban pasando. Hubo mucho ruido de cosas chocando, risas y quejidos, pero en considerablemente poco tiempo, la sala del trono estuvo vacía.

—Su rey ordenó dejar la sala —susurró, aunque su voz de deslizó claramente por toda la estancia.

—Estamos afuera —dijo el que parecía ser el más alto de todos, moviendo su pie para señalar el claro límite que marcaba el cambio en el piso entre el salón y el pasillo en que estaban. Ante esa respuesta, Morfeo no pudo evitar sentir la burla en los ojos saltones que miraban desde las ventanas y los vanos de la puerta.

Trató de valorar qué le incomodaba más, si aquellas criaturas de voces chillonas y risas estridentes, o los juramentos de venganza de los demonios.

—Solo ignóralos, no es que se enteren demasiado de nada.

Jareth se sentó en su trono, aunque no con la solemnidad de un monarca que mantiene la espalda rígida emulando una estatua. Su estilo era más desgarbado, pasando una pierna por uno de los reposabrazos mientras balanceaba una fusta de cuero.

—¿A qué debemos la visita? No habías puesto pie aquí desde que generosamente donaste este páramo para mi gente. ¿Tiene que ver con tu asunto con la Estrella de la mañana? Porque si es así, creo que ha sido en vano. No me provoca ninguna emoción enfrentar a las huestes del infierno.

Morfeo cerró los ojos. No esperaba que se uniera animosamente a su cruzada, pero tampoco que lo rechazara antes de siquiera plantearle la situación.

Aun así, no pudo evitar sentirse molesto por su actitud, y ya había tolerado demasiada irreverencia a su persona como para simplemente inclinar la cabeza marchándose con las manos vacías.

—No me ayudaría demasiado un ilusionista. Vengo por lo que es mío.

Jareth se llevó la mano al colgante en su cuello. Siempre supo que ese reclamo era inevitable, en algún momento lo necesitaría, pero entregarlo lo ponía en una situación complicada.

—Lo gané bajo las reglas que tú mismo pusiste.

Morfeo cerró los ojos. La necedad para señalar lo evidente solo volvía más incómoda la situación.

Pensó en el laberinto que había dejado atrás. Los muros que su cuervo no podía sobrevolar, los pasillos que se extendían hasta donde alcanzaba la vista, a la vez que contenían cientos de esquinas y recovecos.

El laberinto se había construido el mismo día que aceptó que los goblins, así como las hadas un siglo atrás, entraran a su reino como refugiados, luego de haber sido cazados y expulsados del mundo de la vigía.

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"Pueden quedarse aquí", les dijo, "los soñadores no los verán, a menos que así lo deseen".

Jareth no había dicho más que lo necesario para exponer su situación y solicitudes, Morfeo sabía que doblegaba su orgullo al presentarse ante él, habiendo dejado su castillo y dominios, apenas manteniendo su magia, atada a las convicciones y adoración de los mortales que le habían dado la espalda, debiendo someterse a las condiciones de otro rey para conseguir la supervivencia de su gente.

"Juguemos un juego", dijo de pronto Jareth.

Sus ojos, de diferente color, adoptaron un brillo inusual, como si de pronto tuviese clara la luz al final del camino sombrío que había recorrido hasta entonces.

"El juego más antiguo"

"¿Qué es lo que pretendes ganar, Jareth?"

"Si gano, tendré poder absoluto en este dominio, será mi palabra y deseo lo que gobierne este espacio, y ni siquiera tú tendrás poder aquí"

"Eso es tan insolente. ¿No es acaso que la Ensoñación y todo en ella es mi creación? ¿No es que estás aquí por mi generosidad?"

Jareth, sin embargo, se mantuvo firme, con esa actitud tan propia de él, altiva hasta lo insultante, la que le ganó una reputación reprobable entre aquellos que estaban más allá del mundo de la vigía.

"Si tú ganas, te ofrezco lo que queda de mí, mi magia, mi poder, mi fantasía. Me someteré a ti como nadie lo ha hecho en toda tu existencia, como un sueño o una pesadilla, como lo que desees que sea."

Morfeo lo miró en silencio. Entendía lo que ofrecía de manera implícita, doblegar al ser más orgulloso que había conocido, el alma rebelde que ignoraba todo sobre la discreción pactada entre los diferentes mundos y seguía solo sus propias convicciones.

"Jugaremos al juego más antiguo", le respondió en un susurro, "pero no guardes demasiadas esperanzas, porque soy Sueño de los eternos, soy la representación de todo aquello que tú solo puedes vislumbrar desde tus cristales"

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Siglos habían pasado desde entonces, y ahora él estaba ahí, esperando resolver de mejor manera la inminente amenaza que se cernía sobre sus dominios y la estabilidad por la que había estado trabajando.

—Sé que lo ganaste de la manera en que dictan las leyes de la antigüedad. Jamás te reprocharía lo contrario. Pero la joya que te di para reconocer la autonomía de tu dominio puede ser crucial para definir el destino, no solo de la Ensoñación, sino de tu laberinto, y el mundo de la vigilia.

Jareth no respondió.

Lo había retado hacía años, completamente desesperado por no convertirse en una sombra que viajaba entre reinos, marginado y vagabundo hasta que sus fuerzas menguaran que se volviera polvo entre los mundos.

Supo que lo ofendió desde que se lo propuso y esperaba alguna clase de castigo al que no podría oponerse por la diferencia de poder, sin embargo, aceptó, tal vez solo para aleccionarlo, recordándole las posiciones que ocupaba cada uno en la existencia.

—¿Y qué pasará, señor de los sueños, si aún con esta joya la Estrella de la mañana vence?

—No habrá nadie que acuda en tu ayuda, señor de los goblins. Ni mis hermanos ni los dioses antiguos ni nuevos. Las huestes del infierno arrasarán con todo.

Jareth se puso de pie súbitamente. La diferencia de alturas que acentuaba los escalones que los separaban debía de obligar a Morfeo a levantar el rostro, pero sabía que eso deseaba el otro, que lo mirara hacia arriba, así que se limitó a girar la vista hacia los goblins que se habían sobresaltado por la brusca reacción de su rey.

—¿Me pides que destruya el hogar de toda mi gente? —preguntó —¿Y ni siquiera ofreces la certeza de que valdrá la pena?

—Te ofrezco la certeza de que protegeré la Ensoñación y todos sus territorios hasta mi último aliento, y más allá.

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"Yo soy, la tormenta, cambiante y poderosa, la naturaleza salvaje que arrastra y ahoga"

Jareth recibió el golpe. Sabía que no empezaría con sutilezas, y considerando que quería ponerlo en su lugar, usar una fuerza de la naturaleza contra un rey de la naturaleza, era insultante por decir lo menos.

Sintió el frío en su cuerpo, el agua en sus pulmones, pero no se doblegó.

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—¿Y si consigues repeler el avance de las fuerzas de la Estrella de la mañana?

—Te devolveré tu reino, más grande y tan glorioso como era antes de que llegaran aquí.

—Esa es una promesa ambiciosa.

—No hago promesas que no puedo cumplir.

—No me interesa tu reino —dijo Jareth —. Ni tampoco el mundo de la vigilia que me dio la espalda.

—¿Y qué es lo que te importa? ¿El laberinto? ¿Este castillo? Hace siglos me ofreciste toda tu existencia por una oportunidad de no perderte en la eternidad, aun sabiendo que era más probable que solo acabaras como un sueño más a mi disposición. No tuviste miedo en ningún momento. Muéstrame esa determinación otra vez…

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Los goblins chillaron cuando Jareth cayó de rodillas, pero ninguno se acercó porque él se los prohibió. Le costaba respirar, ese enfrentamiento ya había durado más de lo que esperaba, y más de lo que, en su estado, podía resistir.

A como se estaban dando las cosas, le quedaba un movimiento, y tenía que aprovecharlo al máximo, solo que el dolor no le permitía concentrarse…

¿Cómo vencer a alguien que regía sobre las creaciones más extraordinarias más allá de cualquier realidad?

Tosió.

Vio su propia sangre en el piso, consciente de que, a diferencia de los eternos, él no era inmortal, y si no moría en ese duelo, tampoco creía sobrevivir demasiado con el destino que le tuviera reservado Morfeo por su impertinencia.

Quizás lo guardaría en su sombra hasta el fin de los tiempos, aislado y olvidado.

No pudo evitar reírse por lo patético que se vislumbraba su futuro.

"Solo sería para siempre", susurró.

Apenas pudo incorporarse, pero debió quedarse sentado ya que no tenía fuerza en las piernas.

Levantó la vista. Morfeo, inmutable como siempre, aguardaba una respuesta o la declaración de su sumisión absoluta. Realmente podía ser despiadado, y tenía que serlo si, así como podía ofrecer sueños hermosos podía crear las más espantosas pesadillas.

Por alguna razón pensó que se sentiría menos molesto si se estuviera burlando de él, en lugar de ese silencio, esa indiferencia.

¿Había algo que lo conmoviera?

Alguna vez escuchó que ni siquiera reaccionó por la muerte de su hijo.

Era la encarnación de los sueños, de todos los anhelos y lo imposible que imaginaban los mortales, que fuera alguien tan rígido resultaba irónico.

Entonces, tuvo una idea. Levantó la cabeza cuando una gárgola pasó sobrevolando, y recordó el castillo, el exquisito diseño de su arquitectura, la perfección de sus líneas entre las que había creado dimensiones completas para ordenar y clasificar todo lo referente a sus deberes. El mapa detallado de cada sección que conformaba la Ensoñación, el censo periódico de todo lo existente, el meticuloso sistema en que asignaba los sueños y pesadillas según los objetivos que previamente diseñaba.

"¿Te rindes, Jareth?"

La ausencia de cualquier título denotaba la seguridad que tenía en su victoria, aun así, no había un ápice emoción o presunción, solo una realidad que consideraba objetiva al estar en el piso y en silencio.

Jareth tocó con la punta de los dedos su sangre y la mezcló con la tierra, listo para su última jugada.

"Yo soy, el laberinto", dijo.

Enseguida, de esa misma tierra se levantaron los muros a su alrededor. Morfeo siguió con la mirada la nueva creación extendiéndose por todo el páramo que había ofrecido para que los goblins habitaran.

"La confusión en el orden, la lógica absurda de no sigue un solo camino".

Para cuando Morfeo regresó la vista, Jareth ya no estaba, pero su voz resonaba como un murmullo que estaba en todos lados y en ninguno a la vez.

"¿Qué haces?"

"Yo soy el laberinto", repitió Jareth.

Morfeo dio un par de pasos.

"Yo soy, el águila que surca los cielos…"

Pero nada sucedió, Morfeo no podía elevarse para sobrepasar los muros y cuando trató de mirar más allá, no pudo encontrar nada más que pasillos que se extendían infinitos.

"No puedes resolver un laberinto escapando de él"

Morfeo reflexionó sobre eso. Podía destruirlo imaginando cualquier cataclismo, pero decía la verdad, la única forma de vencer un acertijo era resolviéndolo.

"Trece horas, señor de los sueños, como lo dicen las leyes de la magia"

Y eso fue lo último que dijo.

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Jareth contuvo el aliento, incapaz de decir nada, pero antes de que cualquiera se diera cuenta, todo el castillo se sumió en la oscuridad.

—¡Hey! ¿Quién apagó la luz? —se quejó un goblin.

—¡Cuidado con mi nariz! —dijo otro.

Solo quedaba una pálida luz que emanaba de ambos reyes, acentuando su naturaleza etérea.

—Muéstrame esa determinación otra vez, y tendrás mi gratitud.

—Es verdad que has cambiado —dijo Jareth quedamente, acercándose hasta donde estaba Sueño de los eternos, con la rodilla derecha en el piso frente al trono.

Morfeo extendió la mano, recibiendo el medallón que el otro se había quitado.

—Ahora entiendo por qué ganaste aquella vez —susurró Morfeo —. No fuiste creado, naciste, has estado libre de las leyes que nos rigen a los demás, y entendiste más que nadie la libertad que eso te dio. Yo soy un rey con una tarea, pero tú siempre has sido rey de ti mismo.

Jareth miró el velo de oscuridad que había desplegado para que los goblins no lo vieran arrodillado.

—Yo también creía eso, pero ser vencido en lo que se supone eres el mejor, te da un poco de humildad.

El señor de los sueños trató de dilucidar a lo que se refería, porque intuía que no se refería a él, sino a sí mismo, pero no ahondó en eso, se limitó a destruir el medallón para asimilarlo nuevamente.

Poco a poco, todo lo que estaba a su alrededor se deformó, contrayéndose y expandiéndose para abstraer cada pensamiento complejo que se había creado con su poder, hasta que el castillo quedó reducido a nada.

Sin embargo, Morfeo no pudo evitar fruncir el ceño al notar que la ciudad de los goblins seguía de pie, aunque los habitantes del castillo habían caído torpemente en tejados y chimeneas, quejándose y peleando entre ellos.

—No lo entiendo —dijo Morfeo, mirando las casas y plazas que quedaba aún de pie.

—Yo solo cree el laberinto y el castillo —respondió Jareth —. Los goblins levantaron por sí mismos, todo lo demás.

—¡Su majestad! —llegó gritando un pequeño perro cabalgando a otro perro con silla de montar —¡Nos han robado! ¡Un hombre misterioso se ha robado el castillo!

Como si nadie se hubiera dado cuenta de eso hasta que el jinete lo anunció, de pronto todos empezaron a gritar jurando encontrar a quien había hecho eso, aunque otros decían cosas sobre el fin del mundo.

—¡Es él! —exclamó el perro —¡El hombre misterioso! ¡El ladrón!

—¡¿Ladrón?! ¡Te atreves a llamar ladrón a Sueño de los eternos! —graznó Matthew volando a trompicones, dejándole caer el yelmo que había reclamado como su trofeo tras vencer al guardia.

El golpe lo derribó de su montura, haciéndolo rodar un poco.

—¡Otro que usa trucos sucios!

—¡A callar! —exclamó Jareth, consiguiendo silenciar el escándalo —. Simplemente ya no me gustaba ese castillo.

Morfeo se giró para marcharse, tenía poco tiempo para acabar los preparativos antes de que Lucifer hiciera su movimiento.

—En mi ausencia, no quiero que causen destrozos ni se metan en los sueños de nadie.

—¿Tu ausencia? —preguntó Morfeo.

Jareth lo miró de soslayo.

—Si no puedo defender mi reino, no merezco ser el rey.

El otro asintió, y de alguna manera sintió que el peso sobre sus hombros se aligeraba, aunque no había verdaderas razones para sentirse de esa manera, después de todo, solo eran dos contra todo el infierno.


Comentarios y aclaraciones:

No puedo expresar lo mucho que me costó hacer que dos individuos orgullosos lleguen a un acuerdo.

¡Gracias por leer!