Disclaimer: Axis Powers Hetalia no me pertenece; el autor es Hidekaz Himaruya.
CAPÍTULO VIGÉSIMO SEXTO
SECRETOS
.
El cierre de un libro retumbó por toda la habitación y supo entonces que ya era tiempo. Sus dedos índices se retorcieron uno contra otro, inseguro sobre cómo debía proceder.
—Tengo un secreto. Pero no es mío.
—¿Y de qué se trata?
—No puedo decirte. Me pidió que no diga nada.
—¿Por qué me lo mencionas entonces? Si te preocupa que lo vaya contando por ahí, te aseguro que no será el caso.
—Tengo que ayudarla.
—¿A… quién…?
—¿Crees que si te cuento podamos ayudarla?
.
.
.
Bastaron un par de minutos para que se suscite una gran conmoción en esa casa. Fueron suficientes un par de palabras, un rostro impasible y un pasado del que no tenía la más remota idea, pero del cual por lo visto ya empezaría a involucrarse. Ludwig se hallaba a su lado en el sofá, cosa rara, como si quisiera manifestarle su apoyo, como si supiera que estaban siendo arrastrados sin remedio hacia una vorágine de problemas que no les competían, pero de los que ya era muy tarde para escapar.
—¿A qué te refieres con que te encontró? ¡¿Está aquí?!
El chico, más mudo de lo normal, se limitó a menear la cabeza a manera de negación. Gilbert no pudo evitar notar que tenía su penetrante mirada clavada en él.
—Recibí una carta —contestó unos segundos más tarde—, su familia y ella dicen que saben dónde me encuentro. Vendrá pronto. No dijo cuándo exactamente.
—¿Y por qué estás tan tranquilo? —estalló Vuk, a la par que se ponía de pie y se pasaba una mano por la frente—. ¿Cazlov lo sabe?
Era en momentos como esos que Gilbert se arrepentía de no haber indagado un poco más sobre su invitado. Al margen de que el plan inicial era simplemente ayudarlo a ubicarse en la ciudad, una vez que decidieron que permanecería en su casa debió insistir en sus motivos para ir detrás de Emir y la naturaleza de la relación que existía entre ellos; de haberlo hecho, no se sentiría como un pelmazo que simplemente se limita a observar de un lado a otro el rumbo de la discusión. ¿Por qué siquiera dejó que se quede? ¿Por qué había sido tan compasivo con él?
Tampoco era momento para lamentos. Gilbert necesitaba ponerse al tanto de qué estaba ocurriendo, quién era la tal Jelena y por qué su mención los alteraba tanto, y lo averiguaría sin importar si les parecía un entrometido.
—¿Podrían explicarnos qué pasa? Están discutiendo en medio de nuestra sala.
Para su buena suerte, Ludwig se le adelantó. Si se detenía a pensarlo un poco, su hermano parecía sentir cierta misteriosa animosidad en contra de Vuk.
—Es una larga historia—
—Jelena es la chica con la que me prometieron. Viene a buscarme para casarnos.
Ciertamente, Gilbert no se esperaba una respuesta tan sintética. Mucho menos le bastaba.
—Solo vine a avisarte —prosiguió el muchacho, roto al fin el extraño contacto visual que sostenía con Gilbert. Se puso de pie y se acomodó el pantalón (muy a la manera de Roderich, no pudo evitar notar Gilbert), dispuesto a marcharse—. Debo volver. Cazlov sabe y está pensando en algo.
—¿Crees que realmente no hay nada de qué preocuparse?
Más que plantearle una pregunta genuina, Vuk parecía estar aferrándose a una esperanza, un consuelo, la búsqueda de la certeza de que todo estaría bien y, de no ser así, al menos estar avisado para estar preparado en caso ocurra lo peor.
Una vez que Emir partió, no sin antes menear otro poco la cabeza para proporcionarle a Vuk la seguridad que tanto necesitaba, Gilbert creyó conveniente sentarse a hablar con su invitado y poner de una vez por todas los puntos sobre las íes. No podía seguir teniéndolo bajo su techo en medio de tanta incertidumbre. Comenzaba a ser agotador.
—Vuk —suspiró despacio, frotándose los ojos, porque sabía que esa conversación no sería nada fácil—, desde que nos conocimos no te cuestioné demasiado, ni tus motivos ni tus circunstancias, en principio porque creímos que nuestra amistad terminaría con tu llegada, pero está visto que no resultó así.
—¿A qué quieres llegar? —espetó este, como si ya anticipara que más que una plática, le sobrevendría un regaño.
—A que no es posible que te pases días enteros lamentándote por toda la casa porque el niño ese no se comunica contigo para que luego irrumpa aquí como si nada, te diga un par de cosas, te agarres a gritos con él y a mi hermano y a mí nos dejes en el aire.
—No creí que necesitaría contarte de mis—
—No, no me estás entendiendo —cortó Gilbert, ambas manos en el aire, ya algo hastiado—. No se trata de que quiera inmiscuirme en tu vida. Simplemente creo que es justo estar un poco al tanto de qué ocurre entre ese chico y tú. No sé si lo has notado, pero todo este asunto es un poco estresante para Ludwig y para mí. Ustedes llegan y no puedo evitar sentir que terminamos envueltos en lo que sea que están tramando, y la verdad yo ya no quiero tener más problemas. Por ejemplo, a—
Por supuesto que esa plática no sería nada fácil. Vuk parecía sentir algo más que aprecio por él, acaso admiración, pero si se sentía acorralado, claro que iba a contraatacar.
Aunque no de la manera que esperaba.
—Por ejemplo, ya no quieres tener problemas con el señor Edelstein, ¿verdad?
.
.
.
El incesante sonido del taco de su zapato rompía el silencio del estudio. No estaba seguro de si se dirigiría allá en cuanto vuelva, pero era su mejor apuesta. Por un lado, Elizabetha definitivamente no se asomaría por allá, porque si algo siempre reconocería de ella era su discreción; por otro, estando frente al piano, recorriendo sutilmente las teclas con sus finos dedos, podía fingir que no le interesaba en lo absoluto en qué había resultado su visita a los Beilschmidt.
Aquella conversación con Emir lo había conmocionado más de lo que le gustaría admitir, y mentiría si dijera que no le interesaba oír al menos alguna noticia suya, sobre todo luego de las reflexiones que derivaron de dicha plática. Para empezar, al fin era capaz de admitir que había sido un error de su parte echarle en cara a Gilbert que absolutamente todo era culpa suya. Lo insultos y bajezas que le escupió aquel fatídico día le parecían imperdonables, desde luego, pero eso de señalarlo como único responsable de su matrimonio, era, viéndolo desde otra perspectiva y gracias a Emir, bastante infantil y estúpido. De haberlo deseado, de haber sido más firme, podría haberse resistido a lo que dictaminaban sus padres. Por supuesto, una decisión semejante traería consigo consecuencias que preferiría no imaginar en ese instante, pero ¿qué tan malo podría ser? Definitivamente sobreviviría.
Y eso lo llevaba al otro punto, en el que más había hecho hincapié Emir. Con su decisión había arrastrado a una vida monótona, vacía y miserable a una mujer que no había hecho otra cosa más que apoyarlo y quererlo. Indudablemente la había considerado al aceptar el matrimonio, pero en ese momento había creído equivocadamente que hacía bien, que ella quedaría contenta con al menos estar juntos, pero él mejor que nadie debió prever que eso no solo era injusto, sino incluso cruel. No debió aceptar un matrimonio que permitiría a Elizabetha gestar la vana esperanza de que algún día pueda ser correspondida cuando él tenía claro que eso nunca se haría realidad. Debió ser terrible para ella vivir al lado de aquel a quien tanto anhelaba y no poder tenerlo. Al hacerlo le impidió además la posibilidad de superar ese amor y quizá encontrar a alguien más, alguien digno de su afecto. Por su parte ya se había resignado a que era incapaz de amar a alguien que no fuera él, pero no por eso debía condenar al mismo destino a Elizabetha.
A su vez, otro punto quedaba por analizar. Si ya sospechaba muy en el fondo que Gilbert no amaba lo suficiente a Elizabetha, pues nunca intentó nada formal con ella y, lógicamente, tampoco tendría el valor de intentar detener la boda, ¿acaso eso no podía suponer que cabía la mínima posibilidad de que sí haya sentido algo genuino por él? Todo el tiempo que pasaron juntos, cada vez que tenía el más mínimo gesto de amabilidad, en total contraste con el trato que recibió todos los años que lo conoció, se tuvo que repetir mentalmente una y otra vez que a lo mejor simplemente estaba madurando, mejorando como persona y, sobre todo, que a quien Gilbert siempre iba amar era a Elizabetha, todo para no dejar sus esperanzas florecer. Y si no la amaba realmente, podría ser que Gilbert lo haya…
Pero no podía ser posible, porque, de ser así, ¿por qué idear un plan tan maquiavélico para separarlos? Si había dejado muy en claro, no en una, sino en muchas oportunidades a lo largo de una vida entera, que sentía un profundo rechazo hacia Roderich, ¿acaso no suponía un esfuerzo sobrehumano acercarse a él y fingir ser su amigo? ¿No era eso un poco contradictorio con lo que acababa de concluir? Por otro lado, ¿por qué hizo ese viaje? Ir hasta el Symphony Hall tenía que significar algo, ¿o no? ¿Quién haría un viaje de esa magnitud únicamente para pedir perdón? Fácilmente pudo esperar a su regreso, ¿por qué la urgencia? Además, esa reacción desmedida al saber que tuvo algo con Antonio, ¿era solo por saberse engañado por sus amigos? ¿Había algo detrás? Jamás le perdonaría sus ofensas, pero quizás debió escucharlo, al menos en parte. ¿Y el chico ese, el tal Vuk? ¿Qué había entre ellos? ¿Por qué era tan amistoso con él?
Todo era muy confuso. La única certeza que tenía hasta ese momento luego de todas esas cavilaciones era que había sido muy fácil señalar a Gilbert como único responsable, y ya era tiempo de hacerse responsable. La vida que llevaba en ese momento era única y exclusivamente responsabilidad suya, de nadie más.
—Ya lo sabe.
Roderich estuvo a nada de caer del taburete del puro susto.
Luego de carraspear y recomponerse, dio un brinquito muy sutil, como invitando a Emir a sentarse a su lado. El chico, recién lo notaba, lucía algo agitado, como si hubiera regresado a la carrera, lo cual no le hacía sentido, pues en la casa no había nada que tuviera que hacer, al menos hasta donde sabía.
—Gilbert también lo sabe.
—¿Qué se supone que sabe? —interpeló al instante, girando el rostro de forma tan abrupta que casi se desnuca. Esa afirmación lo llenaba de terror.
Había algo muy tendencioso en esa necesidad de remarcar ese nombre y todas las posibles interpretaciones que encerraba.
—Que Jelena sabe dónde estoy. Estaba en la sala cuando hablé con Vuk.
No sabía que estaba conteniendo el aire hasta que su cuerpo se relajó por completo al exhalar.
—¿Eso significa que él sabe quién es ella? —De ser así, eso implicaría que existía un nivel de confianza extremadamente grande entre el tal Vuk y Gilbert…— ¿Sabe lo de tus padres?
A decir verdad, parte de la molestia de Roderich residía en ser aparentemente el último en enterarse de todo aquello.
—No, yo le conté —soltó él, como si nada—. Sabía que me iba a preguntar. Vuk gritó mucho y lo dejó confundido. Se quedaron hablando.
La mirada de Emir lo recorrió entero hasta volver a sus ojos. De ahí, tal como había hecho más temprano, no los movió más.
—Dijiste que ya era caso perdido.
—No entiendo de qué estás hablando.
—Pareces no querer que hablen. Aún te gusta.
Roderich arrugó el entrecejo, hecho un lío. No comprendía cómo pasaron de hablar de Emir a hablar de él. Además, Emir se atrevía a decir aquello con la soltura propia de quien está totalmente convencido de lo que afirma. Cómo era capaz de leerlo tan bien…
—Yo sé que me preguntas porque quieres saber de él.
—Escucha—
—Dijiste que ya no la decepcionarías, que eso estaba zanjado.
Aquello sonaba peligrosamente a un reproche. Y, sabía, se lo merecía.
—Entonces… no vuelvas a mencionarlo… —suspiró agotado, incapaz de seguir manteniendo la fachada de indiferencia. Sus manos se deslizaron por el atril hasta las teclas y estas produjeron un sonido bastante lamentable—. Soluciona los problemas que tengas y no me involucres más, no si eso incluye tener que hablar… de él.
Si tuviera que definir a Emir en una palabra, probablemente la primera que conjuraría su imaginación sería hermético. Hasta hace no mucho, ese niño era para él un enigma; se sentía incapaz de comprender del todo qué significan los gestos, enunciados, cualquier manifestación de su existencia. Pero la mirada que le dedicó en ese momento definitivamente podría definirla con total certeza.
En sus ojos había algo muy parecido a la lástima.
Emir se puso de pie y lo abandonó con sus pensamientos.
.
.
.
—Pues no, no quiero tener más problemas con él —rebatió al instante, muy a la defensiva—. Te dije hace bastante que no es que nos llevemos muy bien, y ahora resulta que tengo que oír de él al menos una vez al día porque tú no haces otra cosa que mencionarlo, ya sea para insultarlo o maldecirlo y —Abandonó el mueble de pura frustración y empezó a dar vueltas de un lado a otro, tal como había hecho Vuk antes de la visita de Emir—… Estoy cansado, de verdad. Muy cansado.
—¿Puedes al menos dejar de pretender que no es tan mala su relación? —encaró ahora Vuk, de pie frente a él—. No es precisamente asunto mío, y la verdad no pensaba decir nada al respecto, pero desde que llegué aquí noté algo muy raro con ese señor. A ti no simplemente no te cae bien. Entre ustedes pasó algo.
Transcurrió unos buenos segundos antes de que Gilbert pueda reponerse de semejante afirmación. Afortunadamente se creía lo suficientemente maduro para manejar una situación semejante.
—¡¿P-Pero d-de qué estás hablando?!
O eso pensaba. Ya habiéndose asentado las palabras, ya habiendo asimilado lo que Vuk acababa de arrojarle a la cara, lo tomó por los brazos, sacudiéndolo en el proceso.
—¡No vuelvas a repetir una cosa de esas!
—¡Por favor! —estalló Vuk, zafándose de su agarre—. ¡Hasta tu hermano lo sabe! ¡¿Crees que es tan tonto como para no notar lo que ocurría entre ustedes?! Si yo tenía mis sospechas por cómo reaccionabas ante su nombre y porque escuché a Feliciano un día mencionar que el tal Roderich te visitaba muy seguido, ¿qué crees que concluyó Ludwig?
En un chispazo de cordura, o quizá simplemente para conservar lo poco de imagen que le quedaba, tomó con mucha fuerza la muñeca de Vuk y lo arrastró a su habitación. El chico podía afirmar que su hermano ya estaba al tanto de todo, pero eso a él no le constaba y prefería manejar lo que sea que estuvieran discutiendo con la mayor discreción posible.
Una vez dentro, ambos se cruzaron de brazos, a la espera de que el otro hable. Gilbert tenía la mirada clavada en un libro que tenía olvidado sobre el escritorio, y Vuk optó por sentarse sobre la cama, listo para dejar en claro su punto en vista de que el otro no sabía por dónde empezar.
—Si querías que hable, espero lo mismo.
.
.
.
No estaba muy seguro de cuánto tiempo les tomó esa plática. Probablemente fueron horas, pues la luz de la noche se fue colando poco a poco en la habitación. Gilbert partió por aclararle que, en principio, desde niño, siempre estuvo enamorado —o eso pensaba en ese entonces— de su amiga Elizabetha, pero dejó pasar mucho tiempo sin hacer ningún movimiento y ella terminó casada con el que consideraba su mayor enemigo.
Vuk pareció empatizar mucho con él en ese primer punto. Tal como había prometido, fue compartiéndole un poco de su historia: que Emir era su amigo de infancia y que, desafortunadamente, su familia había decidido casarlo con una muchacha que no conocían de nada, únicamente porque, según había oído, era rica. Gilbert lo escuchó con calma y asentía cada tanto a medida que avanzaba en su relato. Fue entonces, continuó Vuk, que el hermano mayor de Emir —a Gilbert le sorprendió el dato— se lo llevó consigo a Estados Unidos, y él decidió ir tras él. Gilbert no pudo evitar alabar su valentía y cuán decidido parecía a no perder nunca contacto con el chico que, a todas luces, amaba.
Fue entonces que le tocó el turno de contar otro poco de su historia. Una parte que, ya viéndola con otros ojos, le resultaba bastante ridícula. Le contó que, en un arrebato, mezcla de estupidez, locura y desesperación, decidió que era una muy brillante idea acercarse a su rival para así destruir ese nefasto matrimonio por conveniencia. Juraba que encontraría algún secreto suyo, algo terrible que al revelárselo a Elizabetha la haría abrir los ojos y desencantarse de Roderich.
—Fue entonces que…
—¿Que qué?
—Pues lo obvio, que te terminó gustando.
Quizá no terminó de afirmarlo, pero tampoco lo negó ardientemente. A ese punto, seguramente Vuk ya tenía claro qué tipo de relación había sostenido con Roderich y no hacía falta verbalizarlo como tal. Solo se limitaría a deslizar la información tan sutilmente como pudiera.
Gilbert terminó de explicarle que eventualmente descubrió que Roderich se vio "involucrado" años atrás con uno de sus mejores amigos y nadie nunca se dignó a decirle nada, razón por la cual lo que sea que haya existido entre ellos se acabó luego de haberle escupido palabras bastante miserables a la cara. Le explicó también que intentó disculparse y aclararlo todo en Boston, el mismo lugar en el que él y Vuk se conocieron, pero que a ojos de Roderich ya no había remedio.
—Mira —Vuk se acomodó sobre el asiento, como si estuviera listo para recapitular toda la información que había recibido—, hay dos cosas que como que no me quedan del todo claras. La primera, dices que te gustaba esa señorita, Elizabetha, y luego te empezó a gustar Roderich —Gilbert se disponía a objetar que en realidad nunca había afirmado eso, no de esa forma, pero un movimiento de mano de Vuk lo dejó en silencio—. ¿Nunca te pareció raro? Es decir, ¿siempre te han gustado… los dos?
A decir verdad, nunca se lo había preguntado. Francis ya le había dicho que quizá el dichoso amor que sentía por Elizabetha rayaba más en la ilusión, acaso la obsesión, pero la pregunta de Vuk iba más allá. Si en el fondo sus sentimientos por Elizabetha no eran reales, eso podría abrir la posibilidad de que su sexualidad no estuviera tan definida como creía. Al fin y al cabo, cuando Francis y Antonio pasaban tiempo con él, cuando lo incluían en sus "juegos", a él la verdad no le incomodaba. Le causaba un poco de gracia, le divertía, pero nunca sentía genuino rechazo. También estaba Feliciano, que le había parecido un muchacho sumamente encantador…
Ahora, frente a él se abría un panorama totalmente nuevo e inexplorado.
—La otra duda que tengo —continuó Vuk al ver que Gilbert se había perdido en sus pensamientos y, al menos de momento, parecía incapaz de darle una repuesta puntual— tiene que ver con lo último que me contaste. ¿Por qué te enojó tanto saber que salía con tu amigo?
—¿Acaso a ti no te molestaría? —replicó Gilbert, bastante confundido, porque desde su punto de vista, su enojo tenía toda razón de ser. Lo de los insultos no tenía perdón, pero el resto le parecía bastante razonable—. Si Emir te dijera que estuvo enamorado toda su vida de ti, y luego resulta que estuvo con tu mejor amigo y, para colmo, tu otro mejor amigo también lo sabía, pero nunca te dijo nada, ¿no es razón para sentirse decepcionado?
—¿O sea… que el estirado ese te dijo que siempre estuvo enamorado de ti?
Gilbert se sintió desfallecer al comprender la indiscreción que acababa de cometer.
—¡Y yo sufriendo, pensando que ese tipo tenía algún interés en Emir! Pero, espera —interrumpió Vuk la réplica que ya tenía Gilbert en la punta de la lengua, una sonrisa de alivio surcándole la cara—. ¿Te molestó que sea específicamente tu amigo o que no te hayan dicho nada nunca?
—Lo que me molestó fue la mentira —respondió llanamente, torciendo el morro—. Primero, él me dijo una cosa y resultó siendo otra. Luego, pasaron varios años en los que mis amigos pudieron decirme algo, pero no lo hicieron. Me sentí bastante tonto, ¿sabes? Yo era el único que no se enteraba de nada.
—Bueno, siendo así, me quedo un poco más tranquilo. Creo que sería muy estúpido enojarte solo porque salió específicamente con tu amigo. Si ambos eran solteros, no le veo lo malo. —Gilbert tragó con fuerza y miró hacia otro lado—. Pero entonces, ¿ya no hay remedio?
—No… Lo insulté muy feo y de verdad lo ofendí. Me excedí en serio… Además, le demostré que de verdad quería hablar con él, pero ya no quiso escucharme. Igual medio lo entiendo, porque como te digo, mis palabras fueron muy duras. Al final creo que pudimos haber solucionado todo hablando, pero no se dio, y él… no quiere verme.
—Oye, y al final entonces medio rompiste ese matrimonio, ¿eh? —comentó socarrón Vuk, ya pasada la tensión de momentos atrás—. ¿No pensaste nunca en decirle?
—Si hubiéramos llegado a algo… más… ¿serio?, definitivamente sí. Lo hablamos en alguna oportunidad incluso —suspiró—, pero ya no hace falta. Imagino que quiere sobrellevarlo lo mejor que puede y yo ya no siento más que cariño por Elizabetha. Así que mejor dejémoslo ahí.
Vuk, en vista de que Gilbert ya no quería compartirle más de su historia, prosiguió con la suya. Le compartió las inquietudes que lo acechaban con respecto a la posible aparición de Jelena, lo que esperaba que haga Cazlov y que necesitaba estar al tanto de todo para poder decidir qué hacer él también. Luego de una extensa charla en la que, en cierta forma, ambos intercambiaron consejos, notaron que se había hecho mucho más tarde de lo que pensaban y cada uno partió rumbo a su habitación.
Si las cosas seguían ese rumbo, pensó Gilbert, cierta paz embargándole el pecho, Vuk muy pronto se iría, y con eso, ya la sombra de Roderich terminaría de desaparecer para siempre.
.
.
.
Se hallaba tendido sobre la cama cuando el teléfono sonó. Primero pensó que lo más sensato sería dejar que alguien más conteste dado que no era su casa y seguramente la llamada no era para él; sin embargo, en vista de que el timbre no dejaba de sonar y nadie se dignaba a atender, reevaluó su decisión. Además, algo en su interior lo impelía a levantarse y atender, quienquiera que sea.
Ya en pie, aún algo adormilado, levantó la bocina y un jadeo algo nervioso lo recibió.
—Debemos hablar.
—¿Pasó algo? ¿Tiene que ser ahora? —Sus alarmas se dispararon en el acto al reconocer la voz de Emir al otro lado de la línea—. ¿Es… sobre Jelena?
—No, pero quiero decirte algo. Mañana temprano ven.
Antes de que pueda ofrecerle una verdadera respuesta, el pitido de la línea muerta llegó a su oído, y con eso, no le quedó más remedio que volver a la cama con la mente hecha un enredo. Que Emir se haya visto en la necesidad de comunicarse con él suponía que el asunto del que quería tratar era de suma urgencia. Al menos le había asegurado que no se trataba de nada tan malo como todo lo relacionado con Jelena, pero de igual forma, esa llamada le cortó el sueño para toda la noche. A la mañana siguiente, a primera hora, ya se encontraba frente a la puerta de los Edelstein. Si Emir tenía tanta prisa, poco podía importarle que el señor pudiera sentirse incómodo con su repentina visita.
En cuanto fue recibido y estuvo dentro de la casa, Emir le terminó de confirmar que los señores de la casa no se encontraban y habían partido incluso más temprano. Al preguntar el porqué de tan súbita decisión, Emir le soltó una de sus enigmáticas respuestas:
—Creo que quiere enmendar en parte sus errores.
Una vez en la sala, con la tranquilidad de saberse solos, Vuk le indicó con una mirada que esperaba que empiece con lo que tenía que decir. Emir, sin embargo, dio un par de vueltas sobre el tapete del centro y por fin se dejó caer sobre el sofá, aún sin decir palabra. Algo inquieto, porque asumió que comenzarían a platicar en el acto, Vuk buscó alguna forma de calmar su ansiedad. Tomó un libro de un estante que vio por accidente y lo tomó entre sus manos, repasando con la mirada su contenido pero sin leer realmente. Hasta que ya no pudo más.
En cuanto lo cerró con fuerza, Emir dio un ligerísimo respingo y por fin se animó a hablar.
—Tengo un secreto, pero no es mío.
.
.
.
—Fue bueno que me hayas llamado.
Luego de insistirle mucho y hacerle entender que si realmente quería ayudar a quienquiera que sea aquella persona a la que refería con "ella", Vuk logró que Emir al fin le contara aquello que por lo visto lo tenía agobiado. Hubo mucha persuasión de por medio, apeló incluso a todos los años que llevaban conociéndose y le garantizó además que nada de lo que le compartiera saldría de su boca de ninguna forma, así que ya con esa garantía, le confesó lo que él mismo ya había descubierto la tarde anterior: Gilbert y Roderich habían sostenido una especie de relación que terminó de forma estrepitosa y, por lo visto, a ojos de Roderich también, sin posibilidad de retorno. Sin embargo, el enfoque de Emir estaba, contrario a lo que en principio imaginó, en Elizabetha, pues empatizaba muchísimo con ella y sentía que, si bien Roderich era una víctima de sus padres tal como él, ella lo era aún más, pues su maestro no hizo el más mínimo esfuerzo de evitar esa tragedia, sino que se rindió y la hundió consigo. Además, estaba el hecho de que la había estado engañando, lo cual, si bien no juzgaba, le parecía lamentable y bajo.
—¿Cómo pretendes ayudarla? —inquirió Vuk un rato después, intrigado por el apego que había desarrollado Emir hacia ella—. Porque yo solo veo una salida, si me preguntas, y no sé si te va a gustar.
—Ella debe separarse —declaró el chico, muy firme—. No puede seguir así.
—¿Para que el tal Roderich pueda estar con Gilbert?
—No, no —contradijo en el acto Emir. Vuk se sentía sumamente confundido—. Ella no debe enterarse de nada. Sería muy fuerte el impacto. No debe saberlo.
—Uhm… pues… Si Roderich se divorcia, tendrá el camino libre para estar con Gilbert.
—Él me dijo que lo suyo ya se acabó, aunque… —El chico desvió la mirada, sopesando si debía o no agregar ese detalle y se sería importante hacerlo. Al final, decidió que si ya Vuk se había enterado del resto, saber eso último no cambiaría las cosas—. Él lo quieren.
Eso último no lo esperaba, porque acorde con la última conversación que había tenido con Gilbert, toda esperanza se había visto reducida a cenizas. ¿Debería confesarle lo que ya sabía? ¿Pero acaso con eso no estaría ayudando al sujeto que tan mal le caía? Aunque, ¿qué diferencia hacía? Ya no tenía motivos de peso para guardarle resentimiento…
—Pues… tú solo manejas su versión, pero ayer yo estuve hablando con Gilbert. También me contó su lado de la historia luego de que lo presioné a que hable. Así que no te preocupes, me estás contando algo que medio sabía de antemano. El caos es que… Gilbert parece aún… no lo sé… sentir algo por él. Es extraño, porque me dijo algo muy parecido a lo que me vienes diciendo. Es como si ambos se hubieran resignado—
—Pero ellos no pueden —cortó un segundo después, casi escandalizado—. Si se divorcian y Roderich empieza algo con Gilbert, ella sospechará. Se dará cuenta. Además su familia la tiene presionada, ella necesita—
—Oye, no lo creo—
Antes de que pueda completar su frase, el rostro de Emir se encendió de una forma que le provocó escalofríos, Parecía como si una verdad le acabara de ser revelada. La clave para todo el asunto en el que se habían visto envueltos.
—Tengo una idea.
.
.
.
Continuará
.
.
.
N.A: Mucha gracias por leer hasta aquí y por seguir pendientes de las actualizaciones :c Como dije en el capítulo anterior, estamos ya cerca del final.
Quería actualizar para Navidad, pero me fue imposible. Ahora estoy actualizando como regalo de Año Nuevo (?) seguramente este 2024 ya terminamos con etsa historia :D
Muchas gracias nuevamente por seguir esta historia. Espero el capítulo no sea tedioso, sobre todo por la ausencia de Pruaus, pero como pueden ver, cada vez estamos más cerca :')
Nos leemos pronto.
