Había una vez, dijo mamá, cuando tenía cinco años. Y no entendí la verdadera razón hasta años y años después, cuando lo siguió repitiendo cada vez que me contaba una dada historia sacada de un cuento de hadas. En cada ocasión notaba que su tono era menos azucarado y se volvía más serio y amargo, advertiéndome de algo no muy bueno.

Brisas extrañas la sobresaltaban en medio de sus resonantes pasos, en los días que su hermana no tenía cómo volver a casa y ella misma no tenía más remedio que ir a buscarla a la universidad, en donde se cruzaba con mucha gente. Tanto joven —aún con pequeñas manchas en sus caras tersas y extremidades demasiado flacas, demasiado torpes o solo demasiado... algo— y como vieja —pues el suelo resonaba con cada toque de bastones, no tacones; y los jóvenes se apartaban o mostraban una sonrisita con esquinas agrietadas y mejillas hundidas antes de comprobar el celular y apresurarse a su clase.

Luego de una brisa, pasos desaparecían por las esquinas de los pasillos, los papeles de un universitario cualquiera salían volando como si no pudieran resistir imitar el falso viento que había dentro de un edificio cerrado.

Y como cada uno de aquellos días, mamá se acomodaba un mechón rubio de su cabello, descubriendo sus ojos grandes para dar un vistazo a sus costados antes de encogerse de hombros y reanudar su búsqueda.

—Misa… —Escuchó a unos pocos pasos de distancia.

Y la vio a Ai, mi tía, respirando un poco entrecortadamente casi como si le sorprendiera encontrarse con mamá. Creo que mis abuelos habían muerto recientemente y, bueno, mi tía era la bebé de la familia. Por supuesto que iba a ser cuidada aunque le siguiera pareciendo sorprendente.

Mamá, como siempre —solía recalcar ella—, atraía a su hermana en un abrazo un poco duradero, si es una manera de describir que eran de cinco segundos. ¿Quién soy yo para opinar?

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En este caso, sin embargo, ambas se sobresaltaron por mi repentina aparición. Había caído de rodillas frente a ellas y alzado la cabeza lenta —incredulamente— en su dirección; desde el piso pude apreciarlas con detalle, en particular a mi tía, de cabello negro como el cuervo y corto como el de un hada y apenas así un poco más alta que mi mamá, aquella que, de las dos, me percaté yo de que no me miró como si le recordara a mi padre. Me miró con confusión hasta que captó algo a lo lejos, detrás de mi persona, para luego mirarme a mí. No prestaba atención a Ai que, mientras tanto, aún tenía un brazo rodeando a mamá.

Sentí como si un tren viniera a toda velocidad en mi dirección, lo que ayudó a que acumulara valor y actuara antes de que todos reaccionaran. Me incorporé y casi resbalando por el suelo medio rodeé a las hermanas y las empujé hacia dónde yo había estado arrodillada, con el fin de que se fueran del pasillo. Aunque no estoy segura de que ellas lo hayan comprendido.

No era necesario.

—¿¡Pero qué te pasa!? ¿Cómo te atreves a empujarnos? ¿Qué querés de nosotras? —Apenas entendía u oía sus palabras. Una vaga noción de reacciones de mi madre me dieron idea.

Yo solo empecé a correr. Y empiezo a considerar que no paré, que no debería parar. No todavía.


30/12/2023: Ai significa "amor" o "afecto".