— Veo veo, con mi ojo feo...

— Tu ojo no es feo.

— Ya lo sé, pero así va el juego.

La bruja se inclinó hacia él, al frotar su mejilla con cuidado mientras asentía en comprensión. Lo dejó ruborizado, pero lo pasaron por alto cuando mencionó el objeto de su atención. —Veo, veo, con mi ojo feo, algo muy grande y muy brillante. Algo que me recuerda a ti.

—¿Una estrella? ¡Esa roca! Quizá el lago. ¿La polilla?

Tras la negación de cada una de sus opciones, el chico se compadeció y volteó a ver hacia el cielo, secundado por ella. Hacía frío, pues eran mediados de noviembre. La tez naturalmente de ambos tenía ahora un tinte de sonrojo, por la brisa y por la prisa con la que se habían besado hace unos momentos.

— Oh. La luna. Por supuesto.

— Creí que serías mejor en esto, teniendo en cuenta que para entrar a la sala de ravenclaw te hacen una pregunta cada vez que entras.

—¿Y tú cómo sabes eso?

Le había pillado. Esbozó una risa pequeñita, que escondió en el cuello lleno de perlas y corchos aromatizados de la bruja. —Quizá intenté ir a verte la otra noche.

Ella acariciaba su nuca con las yemas de los dedos, produciéndole piel de gallina. —¿Y no has logrado descifrarlo?

Aclaró su garganta, y entonó con gracia: — ¿Qué hierbas del olvido ha dado el gusto a la razón que sin hacer su oficio quiere contra razón satisfacelle? Le he recitado todo mi pocionario, nada ha resultado.

Levantó un poco el cuello para distinguir las facciones delicadas de ella. Era preciosa. Podría mirarla el resto de su vida. Aunque no pudiese tocarla, pensarla, nombrarla. Con mirarla le bastaba para sentir que su existencia no era un despropósito. Que había nacido sólo para admirarla. Para ver cómo el viento desperdigaba su cabello blanco por el mundo, para ver su tez ser parte del ambiente. Era un sentimiento de satisfacción etérea. Era casi divina.

— Creo que no es una adivinanza. Creo que es un poema, ¿sabes? Suena como uno que leí hace tiempo. En otra vida.

Él parpadeó. Continuaron con su velada. El mundo parecía seguir el cause correcto.

Y entonces, un escalofrío recorrió su espalda. Luchó por mantenerse en el recuerdo. La nostalgia se le escurría entre las pestañas, llegaba a sus labios tras el trazo de sus mejillas, y sabía a caramelo rancio. No soportaba que aquello que fuera precioso para sí, empezara a saber amargo. En algún punto, había empezado a rememorar días mejores, como excusa para no estar presente en su presente. Sabía que había caído de rodillas. La bóveda húmeda y oscura de los Carrow tenía una única misión, y era hacerlo sentir pequeño. Amycus yacía inconsciente en una esquina, apenas visible. No podía saber dónde estaba su propia madre. Pansy, Blaise y algunos otros chicos estaban en su misma posición. Cada uno había enfrentado el dolor que sólo su tía sabía causar. No soportaba más las risotadas que hacían eco en la pared de piedra. Todo parecía pasar tan rápido.

Intentaron cruzar a salvo, pero algún soplón se les había adelantado. Todos ellos habían recibido misivas de sus progenitores, explicando las cosas que les deparaba el futuro. Grandes vidas de éxito y marcas de ganado sin expiración. Intentaron huir, y por merlín, estuvieron cerca.

Pero ahora veía cómo había sido descarrilado de todos sus planes. Debía ser mucho más inteligente si quería salir de esto. Intentaba, sin éxito, evitar la mirada de Pansy, que se sujetaba el tórax con horror, paranoica. No sabía qué había pasado. Narcissa había jurado que la mansión Carrow era segura. Que no había ningún temor. Ahora Blaise veía marcas negras a su alrededor, revoloteando. Él mismo jadeaba, y había una figura escuálida en el fondo, arrojada contra el muro. Juraría que era la cara malhecha de Tracey Davis. Una voz seseante se le había metido al pecho, y resonaba con fuerza, aunque su silueta no fuera visible. Le hablaba como hablaba la muerte: a susurros viscerales que le creaban arcadas en el inicio de la garganta.

Figuras encapuchadas entraron al lugar. Su visión se cerraba, y quizá su audición también, al tiempo de que su tía, Bella, tiraba maldiciones sin dirección. Parecía que dirigía una orquesta.

"...Estas no eran las condiciones tramadas para su ascenso al poder. Mis filas no están hechas para traidores, ni soplones. Es por esto mismo que no serán parte de mis soldados, sino, sólo piezas a sacrificar..."

Voldemort. Nunca lo había visto pareciéndose tanto a un humano. Caminaba paulatinamente, descalzo, sus rasgos apenas siendo un susurro bajo la sombra proyectada con la capucha de la túnica desgarrada. Un hombre gordo y con dientes horrendos le seguía de cerca.

¿Suerte o desdicha? Si eso hubiese sido una ceremonia normal, Voldemort habría hurgado entre las memorias de los chicos sin resentimientos, asegurándose de que fueran fieles a los ideales retrógradas de aquel que se piensa superior. No lo había hecho, porque no le interesaban como personas. Sólo como peones, que no tenían más opción que tirarse a la siguiente casilla a morir. No necesitaba que su moral fuera compatible, porque había tomado rehenes.

Le gustaría decir que recordaba poco de la ceremonia de iniciación. Que después de todo el escozor del morsmordre, su antebrazo izquierdo había dejado de doler. Que sus amigos no habían rodado por el suelo debido a las múltiples torturas de un par de aficionados, que no juró servicio al diablo. Pero cada recuerdo volvía a él como un látigo, evitando que pudiera pensar en cualquier otra cosa. Su madre estaba en cama, luciendo tan transparente como un fantasma que se ha quedado en el limbo. Tomó su mano y prometió cumplir con sus deberes. Prometió que la mantendría a salvo de la guerra que se les venía encima.

Si tan sólo hubiese tenido su varita. Si tan sólo hubiera actuado, si tan sólo no tuviera la familia que tiene. Daba igual, porque estaría lleno de mierda hasta que descubriera cómo llevar a cabo la tarea encomendada.

¿Cómo iba él a matar al mago más poderoso de la historia?

Pansy fue a verle esa tarde. Regresarían a Hogwarts después de las vacaciones. Snape lo había arreglado como si sólo fueran un trío de críos que decidieron darse a la fuga para viajar por américa en un acto de rebelión catártica. No podía creer que Dumbledore creyera ese cuento, pero tampoco creía que fuera a indagar.

¿Qué tan importantes podrían ser Blaise, Pansy, y él en los planes de un viejo?

Sólo había una cosa en la que no quería pensar. En su regreso. En la manera en la que Luna debería de estar confundida, en la manera en la que un día estaba hundido entre su melena, y hoy no sabía si volvería verla a los ojos. No podía tocarla ahora, marcado. No quería que ella supiera que lo estaba, que era parte de ellos. No podría soportar verla mirarlo de esa manera en la que ella mira a la gente que hace el mal.

Se dejó arrullar por el viento, pero este falló en su misión. Sólo le recordaba al áspero tono del Lord tenebroso, anunciando desde su propio pecho cómo iba a arruinarle la vida. A media noche, se levantó de la habitación prestada de los Carrow. Aún no sabía por qué estaban ahí. Todo sólo parecía un muy mal sueño. Había perdido la costumbre de estar despierto, de tener los pies sobre la tierra, defensivo. Tendría que recuperarlo, si quería protegerse. Se detuvo frente a la puerta de Pansy. Al menos, ahí la había visto entrar, hace unas horas.

Entró, sin sorprenderse de que también estuviera despierta, con las mejillas húmedas y las manos temblorosas. Llegó junto a ella con calma, subiéndose sin cuidado al edredón, y rodeándola por los hombros. Blaise se apareció también, en algún punto, como si formaran parte de una mente colectiva herida, y supieran con exactitud dónde estaban y qué necesitaban. Esa noche, durmieron hechos un ovillo, cual niños frente a la tormenta. Se preguntó si, de haber faltado luna, ellos habrían hecho lo mismo. Es increíble el efecto mariposa que causa la amabilidad.

N/A: me tardé años, perdón! pero ahora sí voy a seguir esto. Está un poco confuso y breve porque quería ejemplificar lo que había sido para ellos, pero en el siguiente cap voy a profundizar desde el punto de vista de narcissa! los tqm