Más allá de la razón
Por: Wendy Grandchester
Disclaimer: Candy Candy y sus personajes pertenecen a sus respectivas autoras, no obstante, la historia a continuación es de mi autoría, con el único fin de entretener y no de lucrar. Espero que les guste y la disfruten.
Prólogo
Heaven Creek, Texas. Verano de 1940.
Tres jóvenes mujeres con peinados esponjados, vestidos floreados y sandalias de plataforma que se enlazaban en las pantorrillas bailaban en el salón de moda del momento. Reían con la confianza y soltura que permitían aquellos tiempos en que el mundo no estaba tan corrompido. Un joven de veinte años aproximadamente, estaba sentado en una de las sillas de la barra, con mirada melancólica, no había tocado aún su vaso de licor. No era dado a las fiestas ni al alcohol, pero había sido llamado al frente a luchar por su nación y esa podría ser posiblemente su última noche para disfrutar la vida.
-No, gracias. Estoy bien aquí. Además no sé bailar…-con la sonrisa que enmarcaba un rostro que perpetuaba inocencia y niñez, Jacob Andrew rechazó la invitación de sus amigos para bailar con las tres señoritas. Una de ellas, la que se suponía que haría pareja con él para bailar puso un gesto de decepción.
-Vamos, Andrew. Esta podría ser la última oportunidad que tengas de bailar con una hermosa dama.-insistió uno de los dos que andaban con él.
Con un suspiro, Jacob hizo el ademán de levantarse para no desairar a la señorita, pero en eso otro joven apareció de la nada invitándola a la pista y la mujer ni corta, ni perezosa aceptó. Jacob volvió a acomodarse en su silla.
-Te lo dije.- dijo su amigo acentuando la derrota, pero para Jacob había sido un alivio.
Estaba sumergido en sus propios pensamientos cuando una melodiosa voz de mujer lo trajo de vuelta al mundo de los vivos. No pudo dejar de mirarla y sentir cada palabra de la canción que entonaba vibrar en su ser. No debía pasar los dieciocho años, era mulata, supuso por el tono acanelado de su piel y aquellos ojazos verdes que indicaban la sangre de ambas razas corriendo por sus venas. Tenía una melena ensortijada de color marrón y unos labios generosos pintados de carmín como el vestido que llevaba.
Cuando la joven de exótica belleza terminó de cantar, dio las gracias al público luego de los aplausos recibidos, se acercó a la barra, quedando justo al lado de Jacob.
-¿Esta silla está ocupada?-le preguntó y sonrió con unos dientes perfectos y blanquísimos, causando que él pusiera una expresión idiota.
-No, no… puedes sentarte…-nervioso se quitó la boina y se la volvió a poner.
-¿Seguro que no te molesta?-volvió a preguntar con cierto recelo aunque ya se había sentado.
-¿Por qué habría de molestarme?-respondió él con desconcierto, pues se sentía afortunado.
-Eres blanco.-solo dos palabras que explicaban tanto, que contenían muchas cosas, que significaban demasiado y que marcaban mucha diferencia.
-No puedo cambiarme el color. La última vez que intenté broncearme terminé luciendo como una langosta. Pero puedo invitarte una bebida.-ella rió y algo en ese rostro amable, en esa sonrisa transparente y pura como la de un niño la hizo perder el miedo.
-Solo agua. A temperatura de ambiente. Tengo que cuidar mi voz, es lo que me da de comer a mí y a mi familia.-explicó.
En la media hora que estuvieron sentados al lado del otro en la barra, ella supo que él venía de una familia humilde y tradicional y conservadora, que no tenía aventuras que contar y que se iría a Alemania en unos días a matar o a morir. Él supo que era hija de una mujer negra y un hombre blanco que jamás había conocido, que era la mayor de cuatro hermanos. Se ganaba la vida cantando en los salones los fines de semana. Él solo veía que era hermosa y que lo que veía en ella no lo había visto ni lo vería en ninguna otra señorita. Cuando ella tuvo que regresar a la tarima, él se quedó sentado en la misma silla en la barra escuchándola hasta la última canción, hasta que cerró el salón.
-Disculpa, ¿puedo saber cómo te llamas?-la abordó una vez más cuando ya se iba.
-Violet.
-Es un bonito nombre. Le va todo tu ser.
-Gracias…-mostró una sonrisa pícara y burlona al ser consciente de su torpeza.
-¡Me llamo Jacob!-dijo apresurado, como deseando que ella lo recordara. No sabía si regresaría con vida, o si regresaría de cualquier manera. Necesitaba que ella lo recordara porque sabía que él no la olvidaría.
-Mucho gusto, Jacob. Me tengo que ir.-con paso firme se dirigió a la salida.
-¿Puedo acompañarte?-mostró el mismo apuro, el mismo nerviosismo y torpeza que nos da el amor cuando nos flecha.
-No creo que sea prudente que nos vean juntos…
-A mí no me importa.- Jacob se encogió de hombros y esbozó su sonrisa característica.
-No lo digo por ti. ¿Qué crees que pensará la gente si me caminando a esta hora con un hombre blanco?
-Entiendo. Lo siento, no quise contrariarte… solo pensé que era peligroso que caminaras sola… también me quedé con las ganas de conversar más…- ella suspiró.
-Es más peligroso que me vean contigo.-dijo tajante y emprendió la marcha.
A penas había dado unos pasos cuando unos tipos blancos de dudosa reputación se le acercaron, ella se puso notablemente nerviosa. Luego sintió que la habían sujetado y se la llevaban. Le volvió el alma al cuerpo cuando se percató de que era Jacob.
-Te dije que era peligroso que caminaras sola.-le dijo deteniéndose un momento y soltándola.
-Siempre es peligroso para nosotros.-respondió.
Jacob acompañó a Violet hasta su casa. Varias personas de color lo miraron con recelo mientras se adentraba en esa zona sombría. Cuando llegaron a la casa, Violet tocó la puerta y casi enseguida una mujer negra de unos cuarenta años le abrió. Era su madre y su cara mostraba alivio cada vez que veía a su joven y hermosa hija regresar sana y salva. El alivio desapareció de su rostro cuando se percató del acompañante.
-¿Violet?-dijo su madre con gesto severo y señaló a Jacob con desdén.
-Disculpe, señora. Soy Jacob Andrew.-le tendió la mano, pero la señora no se la estrechó.
-Lo conocí en el trabajo… se ofreció a acompañarme…
-Le agradecemos el gesto, señor… Andrew. Que tenga buenas noches.
Empujando a su hija hacia adentro, le cerró la puerta en las narices. Jacob no se molestó, pues había conseguido pasar más tiempo con ella y además sabía donde vivía. Si sobrevivía, volvería por ella.
-¿Qué es lo que siempre te he dicho?
-Mamá…-Violet puso los ojos en blanco y se preparó para la letanía eterna.
-No debes dejarte deslumbrar por un hombre blanco, Vivi. Sus palabras pueden sonarte como miel, pero tu destino será de hiel.
-¡Por Dios, mamá! Solo fue amable.-molesta se fue a la habitación que compartían para cambiarse y relajarse un poco.
Jacob partió a luchar. Vio y enfrentó horrores. Hambre, pestilencia, infecciones. Vio morir a sus dos amigos de infancia. Lo único que lo mantuvo vivo y cuerdo era el recuerdo de Violet, cuya cara se había grabado a fuego en su memoria. Lo mantenía la ilusión.
La guerra terminó cinco años después. Aunque el recuerdo de Viola había sido su esperanza, la misma fue menguando al pasar de esos años. Regresó a Heaven Creek milagrosamente entero, pero no sabía si encontraría a Violet. Una tarde fue hasta donde ella vivía, con el corazón galopante y tocó su puerta.
Ella abrió, igual de hermosa a sus veintitrés años, aunque vestida muy sencilla, no con el vestido rojo que él recordaba. Ella estaba asombrada. Jamás creyó volver a verlo, pero ahí estaba, con su eterna sonrisa ante sus ojos.
Una niña casi blanca de ojos verdi-amarillos se posó junto a ella, tenía unos cuatro años. Los ojos de Violet en seguida se aguaron y bajó la cabeza.
-Te dije que siempre era peligroso para nosotros…-dijo mientras cargaba a la niña, a su hija. Jacob entendió la obvia concepción de la pequeña y no hizo más preguntas.
-Vine por ti. No me importa cómo estés, ni con quién, yo sabía que iba a encontrarte.
Jacob se llevó a Violet y a la niña esa misma tarde para su casa. Pero aún tenían por delante muchos retos y obstáculos por superar.
-¿Te volviste loco? ¿Cómo se te ocurre venir a traer a una negra?-le reclamó su madre, quien lo había apartado, pero que por el tono de voz Violet había escuchado todo desde el recibidor donde se encontraba.
-Mamá, qué frívola y despiadada es usted. Me decepciona.-le dijo a su progenitora con dolor.
-No voy a permitir que nos pongas en vergüenza. ¡Nuestro único hijo!
-Padre…-suplicó por una intervención a su favor.
-No puedes nadar contra la corriente, Jacob. Este mundo es como es.
Con sus escasas pertenencias y sus ahorros, Jacob se marchó para siempre de su casa y junto a Violet y la pequeña Iris emprendieron un camino incierto, pero firme y lleno de esperanzas. No se pudieron casar porque el matrimonio interracial estaba prohibido, pero estaban juntos y eso era lo que importaba. Violet consiguió un empleo como mucama y le permitieron estar con su hija, Jacob había conseguido trabajo en una fábrica. En un par de años lograron ahorrar lo suficiente y Jacob compró un rancho abandonado y poco alentador en Heaven Creek.
Sin saber nada de vacas, ni caballos, impulsado por el amor y el deseo de triunfar, junto con su amada Violet, convirtió un terreno desolado y tétrico en la Hacienda Esmeralda, nombre que honraba los ojos de Violet.
La prosperidad no tardó en llegar y los "nuevos Andrews" como le llamaban a la pareja eran respetados en Heaven Creek. El triunfo de ellos trajo a su vez empleos, pues sus manos ya no eran suficientes para hacer funcionar el rancho y Violet había atenido varios hijos. Los peones eran en su mayoría hombres que habían servido a la guerra y buscaban una oportunidad de comenzar de nuevo.
Se casaron a escondidas tras sobornar a un juez y estuvieron juntos hasta que la muerte los separó, quedando para siempre su legado. La historia de amor de Jacob y Violet era contada en todo Heaven Creek, de generación a generación.
Continuará…
Saludos, espero que se encuentren bien las que aún me siguen. Les comparto esta historia que empecé hace 5 años en un grupo exclusivo de Facebook y decidí continuarla a modo de inspiración y ánimo para continuar con mis otros proyectos que quedaron a medias. Me disculpo por la ausencia y por las historias inconclusas, supongo que nunca pensé que la vida me golpearía tan fuerte y que levantarme me costara tanto, tengo fe de volver a ser yo algún día, gracias por su paciencia y comprensión.
Wendy Grandchester 3
Todas las reacci
