Más allá de la razón

Wendy Grandchester

Capítulo 8


Cuando Terry abrió la puerta, escopeta en mano, no se supo quién lucía más aterrorizado, si él que no daba crédito a sus ojos, o Candy, ensopada, temblorosa, con los labios morados, tiritando mientras aquel hombre imponente y armado le clavaba sus penetrantes ojos azules.

—¿Candy?- balbuceó con la voz ronca mientras bajaba el arma, su cara era de total confusión.

—¿Eres tú, Candy? ¡Por el amor de Dios, muchacha! Pasa- le dijo Eleanor y prácticamente la haló del brazo para hacerla entrar.

—Disculpen, no quería molestarlos. Traté de entrar a mi casa, pero... al parecer ya han cambiado las cerraduras y... me preguntaba si... si quizás ustedes tienen alguna copia de las llaves para...

—Por supuesto que la tenemos, pero... ¿pasó algo? Es casi media noche y te ves... ¿Por qué mejor no te pones algo seco y te tomas algo caliente primero?- le ofreció Eleanor.

Terry la seguía observando sin decir una palabra, no le salían ni una sílaba, simplemente no podía creer que ella estuviera de vuelta en Heaven Creek y en su casa. En su vida, en su camino, como siempre, después de tanto tiempo. Ahí estaba, siempre oportuna, con sus enormes ojos y su expresión de niña en problemas, aunque sus formas eran más maduras, la veía tan pequeña e indefensa como siempre.

—No se preocupe, Eleanor. No quiero causar molestias, solo necesito las llaves y regresaré a mi casa- justo en ese momento se escuchó un trueno que estremeció la casa y la hizo saltar del susto, tropezando de pronto con la figura de acero de Terry quien con reflejos de felino la estabilizó, el solo roce hizo que Candy sintiera una hoguera en el pecho aunque estuviera a punto de sufrir hipotermia.

—¿Regresar a tu casa con esta tormenta? De ninguna manera, será mejor que pases aquí la noche, mañana temprano Terry te conseguirá las llaves y te llevará a casa.

—Se lo agradezco, de verdad, pero...

—¿Tu marido no vino contigo?- habló por fin Terry, no solo su voz hacía temblar a Candy, la sola mención de su marido hacía que casi se desmayara.

—¡No! Él no sabe que vine aquí, no sabe nada de este lugar, por favor... Nadie puede saber que estoy aquí, No quiero que me encuentre...— soltó sus palabras a borbotones, nerviosa y casi suplicando, parecía que iba a desmoronarse en cualquier momento.

—Tranquila, Candy. No sabrá que estás aquí, estás a salvo, estás en casa...— le dijo Eleanor y la estrechó en sus brazos aunque estuviera helada y ensopada. Las palabras casa y a salvo hicieron a Candy desbaratarse en un llanto de cansancio y alivio a la vez.

—Lo siento mucho... De verdad no quiero molestar... Puedo irme ahora mismo... esta disminuyendo la lluvia...

—Vas a quedarte aqui hasta que amanezca y yo te llevaré a tu casa a primera hora- dijo Terry en un tono autoritario, aunque era evidente que estaba preocupado, afectado y lleno de rabia. No había que ser muy listo para suponer de qué estaba huyendo Candy.

—¡No tienes que hacerlo!- le recriminó y a pesar del viejo rencor con que lo miraba, no podía evitar sentir mil cosas además de unas ganas inmensas y contradictorias de correr hacia él.

—Bueno, vamos a calmarnos... no empiencen con sus tonterías ustedes dos, ya no son unos mocosos. Voy a buscarle algo de ropa seca a Candy, pondré un té para que se relaje y no quiero saber ni oir que están discutiendo.- ambos pusieron los ojos en blanco y se cruzaron de brazos como los chicos testarudos que habían sido desde antaño.

—De verdad no tienes que hacerlo...- le dijo en un tono más bajo y calmado cuando Eleanor se alejó, lo decía con sinceridad, aunque su mirada era suplicante, era cierto que se sentía en casa y a salvo.

—Sabes que ni estando ebrio te dejaría volver a tu casa en estas condiciones. Y no te preocupes, no te va a encontrar, y si lo hace, si viene aquí y te toca un cabello, le voy a volar las manos con mi escopeta y no podrá golpear a una sola mujer en su vida- la mirada y la expresión de Terry le provocó escalofríos a Candy, pero no pudo negar que sintió un gran alivio.

Terry rozó sus mejillas con los dedos para enjugar sus lágrimas, ella cerró los ojos por un instante, confiando. Aún después de los años y el resentimiento que cargaba, su instinto de confiar en él ciegamente seguía intacto. Terry también cargaba remordimientos, al cabo, él había sido uno de los hombres en su vida que le había fallado y la había herido, pero haría de todo por protegerla como no hizo antes, si no pudo progerla de sí mismo, al menos no dejaría que ningún otro la dañara.

—Te conseguí esto, debe sentarte bien...- Eleanor se sintió inoportuna al interrumpir la escena que parecía tan conmovedora, se sintió que dañó un momento íntimo entre los dos.

—Gracias, iré a cambiarme...

Entró al baño sin necesidad de ser escoltada, conocía esa casa como la palma de su mano, además, aunque todo era relativamente nuevo y en buenas condiciones, nada en la arquitectura había cambiado, todo era tal como lo recordaba. Luego del baño había otra puerta, la habitación de Terry, donde había estado la última vez que pisó esa casa, se le erizó la piel al recordar que fue justamente en una noche como esta, donde había llegado por sorpresa.

Parpadeó como para hacer a un lado esos recuerdos y cerró la puerta del baño. Se puso un sencillo conjunto de sudadera que le quedó más holgado de lo esperado, pero que se sentía caliente y abrigaba su piel, además podía sentir el aroma fresco del suavizador, se acurrucó a sí misma sintiendo hogareña esa fragancia, de pronto recordó por qué, era el olor de la ropa de Terry cuando eran niños y él la cargaba, ese olor a ropa limpia que tantas veces la hizo quedarse dormida cuando él la llevaba de vuelta a su casa en brazos cada vez que descubría demasiado tarde que ella lo seguía o cuando de malas ganas hacía de su niñero.

Salió del baño y se tropezó con Terry en el pasillo, la ropa mojada que llevaba en las manos se le cayó y Terry inmediatamente la ayudó a recogerla.

—Disculpa, en cuanto vuelva la luz, mamá se encargará de tu ropa. Ya te dejé la habitación lista para que descanses- Le dijo Terry y se dirigió hacia la habitación para que Candy lo siguiera, su habitación... Se quedó paralizada por varios segundos.

—Tiene sábanas recién cambiadas, te he dejado esta linterna por si necesitas salir al baño o la cocina en lo que regresa la luz. Si necesitas algo más...

Él dejó de hablar abruptamente, cuando la vio pasar sus manos por las sábanas y luego ver su mirada perderse en la ventana con vista hacia el establo donde podía ver los caballos. Terry sabía exactamente en qué estaba pensando ella, porque él también estaba pensando en lo mismo.

—Te hubiese preparado el cuarto de huéspedes, pero ahora es el cuarto de Richie...

—¿Richie?- preguntó confundida.

—Mi hijo. Es una larga y trágica historia— Candy no salía de su asombro... Terry de papá...

—Vaya... es... increíble—ella no pudo evitar reírse.

—¿Qué te parece gracioso?— le preguntó mientras comprobaba que la linterna funcionaba bien.

—Pues tú con un hijo... Pensé que odiabas a los niños.

—No odiaba a los niños, te odiaba a ti...— le respondió sonriendo de lado y por un instante muy fugaz, ella volvió a ver a ese chico adolescente y malhumorado que la alucinaba.

—¿Qué edad tiene?

—Cumplió cinco recientemente, empezó la escuela. Ya lo conocerás... Bueno, espero que puedas descansar, mamá te está esperando para el té.

En ese momento escuchó el rugido de un caballo y su vista se posó en la ventana. Vio al hermoso semental que recordaba, se acercó más a la ventana para observarlo con deleite.

—¿Es Hendrix?— preguntó con emoción casi infantil.

—No, Hendrix murió el año pasado. Esa es su hija, Abby.

Candy volteó para mirarlo, sintiendo tantas cosas, se le aguaron los ojos inmediatamente.

—Finalmente si tuve mi caballa— dijo riendo a carcajadas al recordar aquella vez cuando eran niños.

—Es muy mansa, una buena chica. Cuando desees, puedes montarla. Ve por tu té, buenas noches, mocosa.

Salió de la habitación de inmediato, si se quedaba con ella ahí... recordando aquellos tiempos no le haría bien a ninguno de los dos, sobre todo a ella. No entendía por qué le pareció que el tiempo se había detenido, por que aún sentía esa familiaridad como si los años ni nada hubiesen pasado. Como si no la hubiese destrozado y todo estuviera bien.

Luego de haberse tomado el té que le dejó una sensación reconfortante, se fue a la habitación, estaba molida por el viaje y por todas sus emociones. Tenía 25 años y se sentía derrotada, fracasada, como si nada tuviese sentido, o no tuviera propósito alguno en la vida.

"Estás en casa... estás a salvo aquí..." Esas palabras seguían haciendo eco en su mente. Eran tan irónicas como ciertas. Se sentía a salvo, en casa... en el mismo lugar en donde había caído estrepitosamente desde el cielo de donde Terry la había llevado y luego arrojado. Pero no solo Terry la había roto en dos, la indiferencia de su madre siempre había sido su primer desamor. En momentos como este, era su madre quien debió decirle las palabras que le dijo Eleanor hacía un rato, aquel abrazo que le dio, como si el tiempo no hubiese pasado y ella siguiera siendo aquella niña que todos se pasaban como una patata caliente, debió habérselo dado su madre, la sensación de refugio...

Se levantó un momento de la cama, observó el cielo sin estrellas, en una oscuridad amenazante que parecía querer engullir al pueblo, la lluvía caía más apacible, pero aún relampagueaba y se oían los rugidos de los caballos y uno que otro perro aullaba en un intento de combatir el silencio interrumpido solo por la lluvia y truenos recurrentes.

Merodeó por la habitación, aunque no estaba demasiado amueblada o cargada de cachivaches. Tenía una cama lo suficientemente grande para dos, un buró alto y masculino, el armario tenía puertas en espejo en donde se observó tanto como la poca luz le permitía. También tenía un escritorio moderno con una laptop y una silla en cuyo espaldar colgaba una camiseta de Terry. No pudo evitar tomarla, la sostuvo y la olió, la abrazó contra su pecho, aspirando ese aroma que jamás olvidó, el olor de Terry, de suavizante, su propio olor corporal y a cigarrillos.

Ya eran más de las siete cuando unos tenues rayos de sol se colaron por la ventana, haciendo que se despertara. Se estrujó los ojos y por un instante olvidó dónde se encontraba, cuando cayó en cuenta, se sentó abruptamente, escuchó voces y movimientos que provenían desde la cocina. Decidió levantarse para asearse, tenía que llegar a su casa y si aún conocía a Terry, entonces más valía estar lista temprano.

Fue a tomar el pomo de la puerta del baño para entrar, pero justo en ese momento la puerta se abrió y casi choca contra el pecho húmedo de Terry quien recién se duchaba y solo estaba cubierto por una toalla en la cintura que apenas cubría sus partes más interesantes. A Candy se le secó la boca, no podía ni siquiera hablar. Pero también sintió los ojos de Terry mirarla de arriba abajo con intensidad, con la misma fascinación y apariencia de haber perdido el habla.

La estaba viendo con el cabello suelto y alborotado, con el rostro angelical en el cual tenía un par de marcas de las sábanas, sus labios rojos y tentadores estaban algo inflamados y los ojos lucían un poco hinchados, de seguro había llorado. Se veía exactamente igual como esa noche que despertaron juntos, hermosa, inocente e irremediablemente perdida, como un pequeño ángel torpe que se había estrellado en la tierra.

—Perdón, pensé que ya estabas listo e impaciente por llevarme a mi casa...— dijo cuando por fin pudo articular palabra.

—Salgo un poco más tarde para poder desayunar con Richie. ¿Pudiste descansar?

—Eh... sí. ¡Oh! Lo siento, es que en la madrugada luego de que parara la lluvia comenzó hacer un poco de calor...— comenzó al balbucear al percatarse que se había puesto la camisa de Terry para dormir.

—No te preocupes, hay muchas más de esas— le respondió él, pero disimuló el orgullo y la excitación que le provocaba verla cubierta solo por su camiseta, apreciando sus piernas y los pechos con los pezones erectos que la camiseta blanca pobremente ocultaba.

—Bueno... iré a asearme...—le dijo señalando la puerta del baño de donde él no se había movido.

—Claro. Ya hay agua caliente disponible... y en el armario hay toallas limpias... cepillos de dientes, en fin... si necesitas algo solo dilo.

Terry se retiró con prisa, antes de que su cuerpo siguiera reaccionando y su erección izara la toalla como una bandera. Por su parte, Candy también se sintió acalorada, su respiración se agitó y sintió dolor en los pezones. A pesar de que había amado otros chicos, incluso había amado a su esposo genuinamente, ningún hombre conseguía alterarla como lo hacía Terry. Se lavó la cara con vehemencia y del armario sacó una toalla limpia al igual que un cepillo de dientes nuevo. Se metió bajo la ducha y mientras el agua tibia caía por su cuerpo, no pudo evitar revivir los besos y caricias de Terry aquella noche.

Mientras se enjabonaba, recordó a Terry besando con hambre, pasión y ternura todo su cuerpo, la humedad de sus labios por sus pechos, sus dedos viriles y sabios tocándola en su parte más íntima, sus besos devastadores que le destrozaban los labios, su lengua que la había ahogado, sus manos demandando explorarla entera. Sus dientes mordiéndola y marcándola sutilmente. Terry sobre ella, dentro de ella, tomándola como si no existiera el mañana.

Cerró la ducha abruptamente, no podía seguir permitiéndose esos pensamientos a estas alturas. Eso era el pasado, ya no tenía caso seguir colgada a ese recuerdo, seguir acumulando tristeza y resentimiento, ya cada uno había seguido su camino, ella se había casado y él tenía un hijo... y de seguro una mujer, o varias, pensó con rabia.

—Buenos días— la sorprendió Eleanor alegre en el pasillo al momento en que salía del baño.

—Buenos días— contestó con una sonrisa que no le llegó a los ojos.

—Aquí está tu ropa, limpia y seca. Espero que hayas descansado bien.

—Lo hice. Muchas gracias por su hospitalidad...

—¡Por favor! Esta siempre ha sido tu casa, ¡faltaba más! Bueno, cuando estés lista, te esperamos para desayunar.

Candy se vistió tan rápido como pudo y no se esforzó demasiado por domar su melena. Solo quería llegar a la casa y acomodarse, pensar qué diablos iba hacer con su vida. No se había traído nada más que sus documentos de identificación, dinero en efectivo y la ropa que llevaba puesta. Era un nuevo comienzo, ya iría adquiriendo lo que necesitara, lo importante era estar lejos de Luke.

Cuando iba bajando al comedor, se quedó paralizada al final de la escalera, no se esperaba una escena como esa. Ver a Terry cortando pedacitos de panqueques para su hijo, tan paternal, tan abnegado. Era lo más hermoso que había visto en la vida y sintió a la vez una tristeza profunda y una invasión de malos recuerdos. El niño posó su mirada fija y penetrante como la de su padre sobre ella, atrevesándola con sus ojitos azules, con tierna extrañeza. Tras ese desvío de atención por parte del pequeño, Terry también buscó con su mirada lo que el niño miraba con tanto embeleso, entonces dos pares de ojos azules la comenzaron a mirar con intensidad.

—¿No desayunas con nosotros, Candy?— preguntó Terry por fin.

—No te preocupes, no tengo apetito...

—Pero debes comer algo, de seguro tendrás mucho trabajo en esa casa y necesitarás energía, además de muchísima ayuda...— insistió Eleanor y de todas formas le puso un lugar en la mesa.

Candy se sentó y le sonrió con simpatía al niño que no dejaba de mirarla. El parecido con su padre era indiscutible, en especial los ojos.

—Hola— le dijo, él escondió la carita en el pecho de su papá, ocultando su sonrisa y sus hermosas mejillas sonrosadas.

—Dile hola a nuestra invitada, Richard. No seas descortés— lo animó Terry, Richie desentró la cara de su pecho unos segundos y luego volvió a ocultarse risueño en el pecho de su papá.

—Se pone tímido con las chicas guapas, pero es un encanto— comentó Eleanor mientras le servía a Candy.

—Bueno, busca tu mochila, que nos vamos— le dijo Terry a su hijo mientras se ponía de pie, este salió corriendo en busca de lo que se le había pedido, estaba visiblemente feliz.

—Es muy lindo y tierno, ¿seguro que es tuyo?— le preguntó Candy con evidente sarcasmo.

—Es listo, guapo y no habla con mocosas impertinentes, creo que sí es mío.

—Sigues siendo el mismo imbécil— le susurró para que Eleanor no la oyera y fingió una amplia sonrisa.

—Pues apúrate si no quieres quedarte a pie— le contestó, tomando las llaves de su camioneta. Candy se puso de pie inmediatamente y lo siguió.

Se despidieron de Eleanor y fueron hasta la camioneta, Terry le abrió la puerta del pasajero a Candy, gesto que la sorprendió, Richie lo siguió en cada paso, le entregó uno de sus carritos a Candy y luego desapareció todo sonrojado detrás de su padre, quien lo colocó en su asiento protector en la parte trasera.

—¿Te importa si dejo primero a Richie en la escuela y luego de llevo a ti a tu casa? Estamos un poco retrasados...

—No tengo ningún problema, la escuela es prioridad, ¿verdad, amiguito?— se dirigió al niño y este esbozó una sonrisa tan amplia como el cielo para luego cubrirse la carita con las manos. De todas maneras, Candy no estaba en posición de ser exigente.

Fue un trayecto de treinta minutos aproximadamente, Candy observó desde la camioneta a Terry dejar a Richie en el portal de una escuela pequeña y privada, lo recibió una mujer en sus treinta que estuvo sonriendo todo el tiempo y a la que el niño le entregó su mochila, también vio conmovida como otra niña de su edad con unos preciosos bucles dorados avanzó hacia él con un abrazo y luego desaparecieron los dos puerta adentro. El sonido de Terry entrando nuevamente al asiento del conductor interrumpió el ensimismamiento de Candy.

—Es todo un galán, por lo que veo...—comentó ella.

—Sí, está completamente obsesionado con esa niña—respondió mientras encendía el motor y arrancaba.

—Pensé que estaba en la primaria del pueblo.

—No, esa no tiene los recursos necesarios para educar a niños como Richie. Tiene Asperger.

—Oh... Entiendo. Pero sabes, para tu desgracia, creo que le agradé— le respondió Candy presumiéndole el carrito de juguete que Richie le había prestado.

—Pues considérate honrada. Richie es, dentro de lo que cabe, bastante sociable, aunque muy selectivo. Hace esfuerzos por comunicarse, incluso muestra bastante flexibilidad para hacer amigos, mamá y yo colaboramos en eso. Queremos que pueda adaptarse socialmente para que pueda entender el entorno de los demás y de alguna forma, los demás puedan ser más empáticos con el suyo.

—Se ve que eres un buen padre y él parece adorarte, después de todo, ser mi niñero no te vino tan mal— le dijo con una sonrisa genuina, pero tenía los ojos aguados y se sorbió la nariz.

—¿Tu no planificaste tener hijos?— le preguntó él mientras se detenía en un semáforo en rojo.

—Sí, estaba en los planes, pero... me di cuenta que no iba a ser una buena idea... y al menos en eso tuve razón.

—Entiendo...

—Hubo una vez en la que tuve un retraso y pensábamos que estaba embarazada y...— se calló de pronto, dejando la frase a medias.

—¿Y?— insistió él para luego concentrar su vista en el tráfico y arrancando en cuanto la luz se cambió a verde.

—Pues, como la tonta soñadora que era, comencé a imaginarme al niño o niña... y le comenté a Luke que sería tan hermoso tener una niña con los ojos verdes y la piel canela de mi abuela...

—¿Y qué con eso?— le preguntó él confundido.

—No se tomó bien el hecho de que yo sea bi-racial y existiera una mínina posibilidad de que nuestros hijos hereden rasgos de mi familia afroamericana.

—¡Qué idiota!— dijo Terry con absoluto desprecio e instintivamente le había tomado la mano a ella en muestra de empatía al momento en que esperaban en otro semáforo en rojo.

El apretón de su mano fue breve y sutil, pero era suficiente para que se le acelerara el corazón. Ya estaban llegando a la casa de ella. Lo miraba de reojo mientras conducía, con la expresión seria que lo caracterizaba. Sus manos grandes y varoniles sobre el volante, sus brazos fuertes...

—Terry...

—¿Sí?

—¿Qué hay con la madre de Richie?— Terry emitió un gran suspiro.

—No fue algo planificado... y ella era negligente, los de servicios sociales me contactaron, tengo la custodia completa de Richard, fin de la historia— dijo a la vez que se estacionaba frente a la casa Andrew. Se bajó para abrirle la puerta de la camioneta a ella.

Terry sacó las llaves y le abrió. Candy entró con renuencia. No había pisado esa casa en ocho años. Aunque era muy amplia, ella la recordaba aún más grande. Aunque todo estaba en orden, había mucho polvo, telarañas, los muebles estaban pasados de moda y notó una gotera en la cocina.

—Nos habíamos comunicado con tu padre para hacer remodelaciones, pero él nunca firmó la autorización y luego... se fue. Mamá venía de vez en cuando a limpiar, pero con la fibromialgia le cuesta ahora más, y además también cuida de Richie cuando estoy trabajando o durante las vacaciones escolares.

—No te preocupes. Mi papá no era capaz de ocuparse ni de sí mismo en sus últimos días. Y también sé que... en el fondo mi familia no ha hecho nada por este rancho desde que el abuelo murió.

—¿Vas a quedarte aquí definitivamente?

—¡Sí! Este será mi nuevo proyecto. Esta es mi casa y voy a convertirla en un hogar, mi hogar— dijo con triunfo mientras abría las ventanas y corría las viejas y polvorientas cortinas.

—Me alegra que hayas vuelto, Candy. De verdad. Si necesitas ayuda con algo, lo que sea, avísame— había sinceridad en sus ojos y una débil sonrisa de lado.

—Gracias, pero no será necesario. Esta vez no vine a ser tu piedra en el zapato. Te prometo que no te molestaré y apenas notarás que estoy aquí.

—¿A qué te refieres? ¿Por qué dices eso?— le reclamó confundido y hasta cierto punto, ofendido.

—Es lo que siempre has dicho... estabas tan harto de mí, de cuidarme, de socorrerme, siempre fui una mochila que odiabas cargar.

—Candy, no seas ridícula. Yo era un adolescente, por supuesto que odiaba tener cualquier tipo de responsabilidad y obviamente, a los 16 no quieres cargar con un mocoso a cuestas todo el tiempo, pero esto es algo muy distinto, somos adultos ambos y te estoy ofreciendo una mano porque es evidente que la necesitas.

—¡Te necesité hace ocho años!— le gritó— desconcertándolo.

—Candy, sabes muy bien por qué me alejé, no podía hacer nada en ese momento y no te creas que eso no me dolió, no creas que no sufrí y que no he pensando en eso cada maldito día de mi vida...

—No me digas... no te creo una mierda, Terrence Grandchester.

—¡Tenías diecisiete años!—gritó él frustrado.

—¡Pues no te importó cuando me cogiste!—le gritó de vuelta, con rabia, el rostro enfurecido y al borde de las lágrimas.

—¿Cogerte? ¿Es así como lo ves?— tenía el rostro desencajado y esbozó una sonrisa dura.

—¿Cómo le llamas a acostarte con alguien y olvidarlo al día siguiente como si nada?

—No lo había olvidado. Me acuerdo de todo lo que hicimos y todo lo que dijimos— él tenía los ojos aguados mientras ella lo miró atónita.

—¿Ahora sí te acuerdas?

—Cuando desperté estaba confundido, estaba totalmente avergonzado y aterrado por lo que te había hecho, había bebido mucho... es cierto, pero estuve plenamente consciente de lo que hacía y yo sabía que no debía hacerlo... y aunque tú insististe, yo no hice un gran esfuerzo por frenarte porque también quería hacerlo. Fuiste lo más hermoso que me pasó, eras tan hermosa, tan inocente y parecías adorarme, tú veías algo en mí que jamás he podido comprender, pero de pronto... yo quería tenerte, sentirte... quería saborear todo eso que eras... pero en la mañana me atacó la realidad, me tocó despertar y ver el error que había cometido. No pude cuidarte de mí, fui egoísta, fui un completo patán y tuve miedo, así que pensé que lo mejor era que me odiaras y te olvidaras de mí, porque de lo contrario... con lo persistente que sabía que eras, me ibas a convencer de continuar con esa locura y eso hubiera sido una catástrofe para nuestras familias, si tu papá se enteraba me hubiese matado.

—Pero ni siquiera lo intentaste, si de verdad me querías, estoy segura de que la familia lo hubiese entendido...

—Lo intenté. Fui a buscarte esa misma tarde antes de que te fueras...

Esa revelación dejó a Candy sin aliento.

—¿Fuiste a buscarme?— le preguntó aún aturdida y con la voz rota, él asintió.

8 años antes

Después de haber dejado a Candy en su casa, decepcionada y con el corazón roto, Terry regresó a la suya, se encerró en la habitación en donde horas antes le había hecho el amor a Candy y había dormido en sus brazos. Estaba totalmente aterrado y destrozado. No quería dejarla ir, quería regresarla a su cuarto y a su cama y continuar haciéndole el amor, quería seguir tocándola, besándola, llenarse de ella. Anhelaba su dulzura, su inocencia y esa forma única de adorarlo.

Miraba a la cama con remordimientos, ya que esta estaba aún sin hacer, conservando la silueta de ambos y la mancha de sangre de la virginidad de Candy.

"Fuiste muy tierno, no me lastimaste" "No puedo permitir que llames asqueroso a lo más bello que me ha pasado". Recordó las palabras de Candy mientras lloraba desesperada y él fingía no acordarse de nada.

"Cuando me fui, tú te libraste de mí al fin, pero yo jamás volví a sentirme a salvo". Ahí sí lloró recordando eso, había traicionado a esa inocente e ingenua chica que había llorado en su regazo confesándole sus penas más profundas y que se le había entregado sin pensar en nada más que darle todo su ser a cambio de absolutamente nada. Una chica que no había sido tocada por nadie y él tuvo el privilegio de ser el primero.

—Terry... ¿Estás bien? No has bajado a desayunar...— Eleanor había entrado en la habitación, preocupada por el errático comportamiento de Terry.

—No tengo hambre.

—Bueno... luego de la borrachera que te pegaste anoche debes tener el estómago revuelto, te traeré algo para eso. Deja que me lleve esas sábanas para lavarlas...

—¡No!— se avalanzó sobre su madre para detenerla, dejándola desconcertada.

—¿Eso es sangre? ¿Te lastimaste?

—No. Yo me ocuparé de mis sábanas, ¿vale?

—Terry, ¿qué es lo que está pasando? Estás actuando muy raro... No me digas que trajiste una chica aquí y... ¡Oh por Dios! ¿Esa sangre es por...?

—¡Ya basta, mamá! Ya te dije que yo me ocupaba—exclamó molesto.

—Pues sí, ocúpate de ello y espero que te ocupes también de la pobre infeliz que desfloraste por lo que veo...

Terry cambió las sábanas y ordenó la habitación, los recuerdos aún lo atormetaban. Ya era mediodía, aún no había comido nada, no había ido a trabajar, no podía concentrarse en nada que no fuera Candy. Tal vez... tal vez debería ir a verla, hablar sobre lo que pasó, despedirse... o quizás podría hablar con sus padres, quizás el hecho de que él y Candy estén juntos no les parezca tan descabellado. Siempre habían estado juntos y siempre se la habían encargado y confiado, tal vez no les sorprenda que hayan terminando entendiéndose... No se sentía bien huir de lo que había hecho. Iría a buscarla.

—¿A dónde vas?— le preguntó Eleanor ya en la puerta.

—¿Puedes dejarme en paz, mamá?

—Oh, el niño está molesto... Encontré esto en la lavadora cuando se estaban lavando tus sábanas, ¿sabes de quién podría ser?—ella le extendió un arete de oro en forma de caballito de mar, Terry lo tomó con fastidio y se fue.

Llegó a la casa Andrew y se encomendó a todos los dioses, estaba a punto de romper una amistad de décadas entre dos familias o tal vez, a punto de unirlas nuevamente para siempre, no lo sabría.

—¿Puedo ayudarte en algo, Terry?— lo recibió Karen, su posible suegra.

—Buenas tardes, señora Andrew. ¿De casualidad... Candy está en casa?

—No, no está, pero me alegro que así sea, tengo que hablar contigo...— le dijo Karen, cerrando la puerta y llevándose a Terry hasta el porche.

Terry tragó hondo. Karen no lucía contenta, de seguro Candy ya le había contado todo... y no la culpaba, la dejó destrozada y llorando, era lógico que corriera hacia su madre...

—Necesito que te alejes de mi hija— le soltó de buenas a primeras, dejándolo atónito.

—¿A qué se refiere?

—Sé que la trajiste en la madrugada y tendría que ser demasiado tonta como para no suponer lo que pasó entre ustedes...

—Señora, yo... bebí demasiado y sé que no estuvo bien... pero vine hablar con ustedes sobre ello, me gustaría que...

—¿A caso veniste a pedir su mano?—le espetó con una carcajada sarcástica.

—Si tuviera que hacerlo lo haría, pero me gustaría hablar con Candy primero.

—Mira, te voy ahorrar las molestias e incluso, te haré un favor...

—¿De qué está hablando?

—Candy aún es menor de edad, ¿sabes lo que eso significa?

—Lo sé, sé que fue un error, yo había bebido demasiado y ella... La verdad es que a pesar de todo, yo quiero a Candy, estoy dispuesto a dar la cara o a... responsabilizarme por lo que...

—¿La quieres? ¿O quieres estas tierras? Es lo que siempre has querido, ¿no?

—¿Qué?— preguntó Terry indignado.

—Mira, muchacho... no te sientas mal, pero tú no eres lo que mi hija se merece, este pueblucho sin futuro no es el mundo de Candy, ella ahora cree que está enamorada de ti, es una mocosa, no sabe nada de nada, pero tú eres un hombre y sabes bien que si se queda aquí la tendrás en una pecera sin poder conocer el mar jamás, se quedará estancada aquí ordeñando vacas y pariendo mocosos hasta que se le caigan los dientes y las várices se apoderen de sus piernas. Te repito, no te ofendas, te apreciamos mucho y reconocemos tu gran trabajo, pero tú no eres para Candy y ella muchísimo menos para ti. Cuando se le pase la perreta de creer que te ama, odiará este horrible pueblo de mierda con todas sus fuerzas y te odiará a ti.

—Usted no tiene idea de quién es su hija, no la conoce y es una pena. Ahora entiendo todo...

—¿De qué estás hablando?—le preguntó Karen con desdén mientras se cruzaba de brazos.

—Candy ama Heaven Creek, es feliz aquí, es usted quien la ha mantenido en una pecera en donde la ha ignorado toda la vida, solo porque ve que aún se mueve y cree que eso es suficiente. Candy la odia y por eso siempre ha preferido estar con nosotros desde que tiene uso de memoria.

—Tú no sabes de lo que estás hablando...— los ojos de Karen estaban inyectados de rabia.

—Lo sé, solo usted no lo nota, Candy está sufriendo y usted ni siquiera se da cuenta. Su vulnerabilidad la hizo arrojarse en mis brazos y reconozco que no me comporté como el adulto que debí ser y tal vez usted crea que me aproveché de ella, pero me di la oportunidad de escucharla y entenderla. Es una chica maravillosa, con tantas ganas de dar amor a pesar de vivir todo el tiempo a falta de él.

—¿Y tú estás dispuesto a rescatarla y darle todo ese amor que le falta, no? Ah, olvidaba que ya empezaste... Ya le llenaste el cerebro de mariposas y seguramente la panza si es que al menos tuviste la decencia de protegerte.

—Quiero lo mejor para ella, y si tengo que alejarme lo haré, pero me gustaría hablar con ella, por favor...

—Tú no te volverás a dirigir a mi hija, no le arruinarás el futuro poniéndole a tu bastardo en la barriga...

—No se preocupe, no tendrá ningún bastardo, esos son los que nacen fuera del matrimonio, procure usted no encargar uno de su amante...—le soltó Terry ya cansado del atropello de esa mujer.

—¿Qué estás diciendo?— le reclamó luego de darle tremenda bofetada

—Tiene razón en eso de que Candy merece mucho más de lo que tendrá conmigo y me alejaré de ella, pero sepa que usted ya le rompió el corazón primero que yo engañando a su padre, si tanto quiere protegerla, comience por prestarle atención y ser un poco más discreta con sus aventuras...

Presente

—¿Por qué nunca me enteré de eso?— preguntó limpiándose las lágrimas.

—Porque en ese momento, Candy... no estábamos listos el uno para el otro y de cierta manera tu madre tenía razón.

—¿Ahora estás de su parte?— lo acusó

—¡Claro que no! Pero Candy... tú tenías diecisiete, ¿qué podía hacer? No podíamos hacer nada que no terminar mal para los dos, este pueblo solo es para los que aman la vida del campo o para los que no tienen el valor de irse, en realidad... tu futuro aquí en ese momento no era alentador cuando ni tus propios padres tenían interés en estas tierras... ¿A caso ibas a huir conmigo? Además... por duras que fueran las palabras de tu madre, no dejaban de ser ciertas... Yo pude haber sido para ti un capricho de momento y luego querrías escapar de este pueblo, como tus tíos, como la primera esposa de mi padre, como mi hermano, como tus padres...

—¡Yo te amaba! Amaba este lugar y amaba estar aquí contigo, hubiera huido al fin del mundo contigo...

—No estás siendo racional ni lógica. Estoy seguro de que me amabas y te juro que ese día yo te comencé a amar, pero cometimos un error, los dos, ¿vale? Lo que hicimos y de la manera que lo hicimos no estuvo bien y tenemos que asumirlo.

—¿Y por qué no lo intentaste otra vez? Cuando cumplí dieciocho...— Terry respiró profundo.

—Porque pensé que tendrías mejores oportunidades en Florida y yo no iba a dejar Heaven Creek, y si somos honestos, Candy... eras una mocosa y tenías mucho por vivir, espero que algún día comprendas que aquel no era nuestro momento y puedas dejar de odiarme por dejarte ir porque estoy seguro que lo que lograste allá no lo hubieses conseguido aquí, tenías que disfrutar tu adolescencia, ir a la universidad, como lo hice yo. No podías renunciar a eso y venirte conmigo, eso hubiese sido tremendamente egoísta.

—Debiste ser egoísta... total, mira como acabé... en mi pueblo, en mi antigua casa cayéndose en pedazos escondiéndome de mi propio marido para que no me mate a golpes...

—Candy... ¿lo has denunciado?

—¡Claro que sí! Pero es influyente, tiene dinero... se sale con la suya y yo quedo como pobre idiota. La última vez tuve que pasar dos semanas en una institución porque mi supuesta depresión me estaba haciendo alucinar y la agresiva era yo... ¿tienes idea de lo retorcido que es?

—Influyente o no, es solo un hombre, puede morir de un balazo como cualquier otro.

—No lo entiendes... Luke está loco, está obsesionado conmigo y no descansará hasta que...

—Ya, Candy. No te preocupes, yo te ayudaré con eso...

—¿Tú?

—Te juro que te firmará ese divorcio en un santiamén y no lo volverás a ver...

—¿Y cómo piensas hacer eso?— le preguntó confundida y con cierto temor.

—No puedo decírtelo. Tienes que confiar en mí. ¿Confías en mí?

Continuará...


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