We Become We

Miré mi reflejo en el espejo, tocando la tela blanca como la nieve que cubría el valle en invierno. Siempre había soñado verme vestida de novia. De pequeña jugaba con el vestido de mi madre, imaginando que era la novia de un apuesto príncipe.

Los sueños surrealistas de una niña pequeña.

—Maria —tocaron a la puerta—, soy Loveday. ¿Puedo pasar?

—Adelante.

La pequeña puerta de mi habitación se abrió creando un chirrido conocido para mí y del que ya me había acostumbrado tras casi ocho años de vivir bajo ese techo lleno de estrellas. La mujer de cabellos dorados rizados pasó recogiendo su vestido azul, el que había escogido para esa ocasión tan especial. Mi dama de honor debía estar a la altura, según ella. Se llevó las manos a la boca, aún sin poder ahogar el chillido de emoción que le salió igualmente. Estoy segura de que la escucharon hasta en Silverydew.

—¡Dios mío! Querida, ¡estás espectacular! —se acercó y me ayudó a bajarme del taburete en el que me había subido la señorita Heliotrope para retocar el dobladillo. Bueno, señora, ya que hacía años que había contraído nupcias con Digweed. Para mí siempre será la señorita Heliotrope, no importaba el tiempo que pasara.

—¿Tú crees? Me veo rara.

—Pues claro, una no se viste todos los días de novia —rió alegremente mientras me echaba un profundo vistazo—. Robin se desmayará cuando te vea.

Se me heló la sangre cuando pronunció su nombre. Debió notar mi cambio de actitud sutil, ya que la sonrisa que llevaba decayó un poco.

—Puede que le impresione, sí, ya que no me ha visto en dos meses —me dirigí hacia mi tocador, sentándome frente a él, buscando los adornos que había preparado aquella mañana. Llevaría cintas de un tono azul pálido, casi blanco. Apenas se apreciaría por el velo, pero las quería llevar de todas maneras. La señorita Heliotrope dijo que ya no era una niña para llevar tales complementos, pero yo insistí.

No veía ni hablaba con el chico De Noir desde el anuncio del compromiso.

Esa noche la recuerdo como si fuese ayer. Todos sentados en la mesa del comedor de la mansión. Yo me reía de uno de los chistes malos de Robin, él me sonreía, contento de haberme hecho reír. La señorita Heliotrope encantada con la atención que le brindaba su marido, este embelesado con ella. Loveday mirándonos de reojo de vez en cuando con una sonrisa pícara, mi tío charlando amenamente con el padre de Robin.

Todo iba muy bien, hasta que mi tío Benjamin se levantó junto a Coeur De Noir, ambos los más felices del lugar mientras anunciaban el arreglo que habían acordado desde hacía tiempo. Una alianza, una unión de familias.

Me alegré genuinamente pensando que se unirían en el negocio de la caza de los De Noir, lo cual supondría mucha riqueza para el pueblo y los arrendatarios del tío.

Cuando dijeron que tal acuerdo estaba sellado con un matrimonio y anunciaron quiénes eran los afortunados en casarse, toda la sala quedó muda de repente.

No me percaté de que me había quedado mirando la mesa fijamente hasta que oí la voz enojada de Robin tronar a mi lado. Le recriminaba a su padre esa decisión. Me uní a él, pero yo en contra de mi tío, quien estaba confundido por nuestra reacción.

Estaban más que convencidos de que entre nosotros había algo.

Loveday no podía creer lo que oía y se enfrentó también a mi tío. Al parecer, tampoco estaba enterada, fue algo entre los dos hombres, los cabezas de familia.

Intentaron justificarse como pudieron, pero nosotros estábamos totalmente en desacuerdo con su "magnífico plan". Seguían sosteniendo que nos hacían un favor, uniéndonos en matrimonio por amor, lo cual era bastante raro por aquella época. Tendríamos tierras, un patrimonio inigualable en todo el valle. La Princesa de la Luna casada con el heredero del clan De Noir, simplemente perfecto.

La copa del padre de Robin voló hacia la pared, lanzada por este, manchando el blanco crema de vino rojizo. Ya había tenido suficiente, dijo. El chico me miró un momento antes de desaparecer por la puerta, casi atropellando a Marmaduke que había llegado con el postre.

Solo le di una mirada de decepción a mi tío antes de seguirlo, llamándolo para que regresara. Quería hablar con él, decirle que lo sentía, pese a que yo no tenía la culpa en todo aquel enredo. Necesitaba mirarlo a los ojos y que me dijera que todo estaría bien, que me abrazara y me dejara llorar en sus brazos, como siempre hacía cuando estaba triste.

Ni siquiera se detuvo. Desapareció entre los árboles del bosque, camuflando su chaqueta de cuero negra con la oscuridad de la noche.

Sentí una lágrima caer por mi mejilla antes de volver corriendo a la casa, pero esta vez directa a mi torre, enterrándome entre sábanas y cojines, deseando que todo aquello fuese una pesadilla, que me despertara y todo fuese como lo era esa misma mañana, cuando aún podía hablar con Robin mientras caminábamos por el bosque bajo el sol de verano.

Tuve ganas de llorar mientras Loveday cepillaba mi cabello rojizo, pero frené las lágrimas lo mejor que pude.

—Se supone que una novia debe ser la más dichosa en su día —acarició un mechón entre sus manos, sonriendo con empatía. Sollocé finalmente, girándome para atrapar su cintura y llorar con libertad. Pasó los brazos por mi espalda amorosamente, como lo haría una madre para consolar a su hija—. Oh, querida. Pero, ¿por qué te pones así?

—Yo no quería que esto sucediera, Loveday —me abracé a ella con más fuerza.

—¿No quieres a Robin? Pensaba que estabas enamorada —me aparté para mirar sus ojos azules, llenos de sabiduría.

—Ese no es el problema. Yo… quiero a Robin —admití en voz alta. La mujer sabía que me gustaba, se lo dije hace tiempo después de una de mis salidas con su hermano. Tuve que soportar su entusiasmo con el tema por años.

Aunque se lo dije a ella, nunca tuve valor para confesarselo a Robin. Estaba más que convencida de que no me veía de aquella forma. Nunca tuve los suficientes indicios para dar el paso y estar segura de que no me rechazaría o destruiría nuestra amistad, la apreciaba por encima de todo, incluso de mis sentimientos.

—¿Entonces? —alzó una ceja—. Sé que todo ha sido muy precipitado, pero, ¿no estás contenta de casarte con el hombre que amas?

—Lo estaría si él sintiese algo mínimamente parecido por mí —me giré hacia el espejo, enjuagando las lágrimas de mi rostro blanco como la porcelana. Me miró a través del espejo, visiblemente incrédula y consternada.

—Maria —colocó las manos en mis hombros, llamando mi atención—, ¿de verdad que no te has dado cuenta, después de todos estos años?

—¿De qué? —sorbí por la nariz. Agradecí que mi institutriz se había retirado para cambiarse, de lo contrario me habría estirado de la oreja por mi falta de modales.

—De que Robin te quiere más que a nadie en este mundo.

La miré fijamente, esperando que riera, que fuese una broma de mal gusto en el momento incorrecto. No lo hizo, sus ojos me miraban con seria calma, como el mar antes de la tempestad.

—Eso es ridículo.

—Maria, eres la chica más inteligente que conozco y a la vez la más ciega y necia que me he cruzado en la vida —la exasperación tomó poder en ella. Fruncí el ceño.

—Conozco a Robin desde hace años. Tan solo era una niña que lo seguía a todas partes, que con el tiempo se hizo su amiga y con la que ha crecido. Dudo que me vea como algo más que eso —suspiré—. Estoy segura de que hubiese preferido alguna chica más… —hice una pausa dolorosa— madura que yo.

—¿Dices eso porque eres tres años más joven que él? —alzó una ceja, incrédula—. ¿De verdad crees que eso importa en cuestiones del amor? Niña, ni que fueran veinte años de diferencia —rió, tomando mi rostro mientras me limpiaba los ojos con un pañuelo—. Te preocupas por cosas insignificantes. Robin te quiere por como eres tú.

—¿Cómo estás tan segura?

—Porque los ojos no saben mentir, querida —sonrió tiernamente, me hizo dar la vuelta para mirar de nuevo al espejo mientras tomaba una de mis cintas—. No te preocupes. Cuando lo veas mirándote en el altar, estarás segura, como lo estuve yo cuando me casé con tu tío —con eso dejó por zanjada la conversación, dejándome con mis pensamientos mientras me ayudaba a terminar de prepararme.

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—Ahora sí, ya estás lista —la mujer dio varios pasos hacia atrás para ver mejor su obra.

Hizo un gran trabajo colocando las cintas en mi cabello, formando un recogido sencillo antes de poner el velo y la tiara que lo sujetaría durante el resto del día. El vestido llevaba flores bordadas que serpenteaban desde mi cintura hasta los pies. Flores pálidas que le daban algo de color al vestido.

La puerta se abrió de nuevo para dejar pasar a la señorita Heliotrope, quien se había puesto un vestido verde oscuro. Se quedó a medio terminar la frase que había empezado a decir, regañándonos por tardar tanto. La sorpresa la inundó, tanto que pude ver lágrimas tras sus anteojos.

—¿Decía, señora Heliotrope? —preguntó Loveday burlonamente. Negó con la cabeza, aproximándose a mí para darme un abrazo con mucho cuidado.

—¿Cuándo fue que creciste tanto, mi niña? —la oí susurrar. No pude evitar emocionarme también.

—¡Nada de lloros! ¡Estropearás mi magnífico trabajo! —reímos, rompiendo el abrazo.

—¿Puedo entrar? —una voz masculina se escuchó tras la puerta, pero allí no había nadie.

—Por supuesto, mientras no traigas contigo al novio —el tío Benjamin se dejó ver cuando entró de una vez, vestido con un traje azulado muy elegante.

El rostro del hombre se contrajo al verme. Vi orgullo, algo de melancolía y sobre todo felicidad en él.

—Estás preciosa, Maria.

—La novia más bonita de Moonacre —complementó Loveday, abrazando a su marido mientras me observaba.

—Me parece que me veis con ojos demasiado gentiles —reí, un poco avergonzada.

—Tú eres demasiado modesta —la institutriz dio un golpecito en mi hombro.

—Entonces, ¿lista? —mi tío preguntó, asintiendo en mi dirección. Sentí unos nervios repentinos que se me colaron por la boca del estómago y se quedaron atascados allí. Los mismos que no me habían dejado dormir bien por muchas noches.

Asentí lentamente. Dio una palmada, entusiasmado. Sería un día para recordar, me dijo antes de darme un rápido abrazo.

«Le estoy arruinando la vida a la persona más importante para mí. Sin duda será un día que no olvidaré jamás» —no pude evitar pensar con amargura.

—Disculpe, señor —Digweed apareció repentinamente por la puerta, sigiloso como siempre. Marmaduke estaba con él. Ambos se veían preocupados y ansiosos.

—¿Qué ocurre? ¿Se ha caído la tarta, Marmaduke? —bromeó. Los criados se miraron entre ellos por un momento.

—Hay un asunto que necesita de su supervisión, señor —el marido de mi institutriz pasó una rápida mirada pero cuando llegó a mí, la desvió de inmediato. Mala señal.

—¿Pasa algo malo? —pregunté, alternando mi mirada entre los tres.

—Nada de lo que debas preocuparte, querida. Trata de relajarte hasta que empiece la ceremonia.

—Los invitados están llegando justo ahora, mi señora —habló Marmaduke por primera vez. Su tono era tenso aunque trató de suavizarlo como pudo con una sonrisa.

—Cierto, debemos ir a recibirlos como se merecen. Mi padre no debe tardar en llegar tampoco. Acompáñeme —Loveday indicó a la señorita Heliotrope que fuera con ella—. ¿Estarás bien por tu cuenta, Maria?

—Claro, esperaré —sonreí para tranquilizarla. Asintió, arrastrando con ella a la institutriz.

—Nos vemos luego, sobrina —mi tío me dió un beso en la mejilla antes de salir disparado y cerrar la puerta tras de sí. Me acerqué antes de que se fueran lejos. Pegué la oreja en la madera, esperando poder escuchar su conversación.

—¡¿Desde cuándo?!

—No lo sabemos, señor. El joven Henry se lo explicará mejor.

¿Henry? ¿Qué tenía que ver el mejor amigo de Robin en el día de mi boda, aparte de ser el padrino?

Me acerqué a la mesa de té que había junto a la chimenea, teniendo cuidado de que el vestido no rozara el fuego. Estábamos a principios de octubre, ya empezaba a hacer un poco de frío.

Suspiré al sentarme, observando las llamas bailar sobre el tronco de leña. A estas horas, Robin debía estar de camino a la mansión junto a su padre, si no era que estaba allí ya.

Se me revolvió el estómago al imaginarlo esperándome en el altar, las mariposas se arremolinaban en mi interior.

Lo único que había pedido era que la boda se celebrara en los jardines de la mansión Merryweather, junto a las rosas que había plantado con ayuda de Loveday. Al menos sería una bonita vista.

Un chirrido llamó mi atención. Me giré hacia la puerta, esperando que fuera Loveday o la señorita Heliotrope que me avisaban de que ya había llegado el momento de bajar, pero me llevé una buena sorpresa al encontrar la puerta cerrada.

No me dio tiempo a pensar en ello cuando dos brazos me rodearon, atrapándome. Intenté gritar, pero una mano me calló colocándose sobre mi boca. Era áspera pero a la vez tenía un tacto familiar.

Me agarró y me pegó a su torso, caminando de espaldas. Vi que entraba en el pasadizo y la puerta se cerraba frente a mí. Empecé a entrar en pánico, así que intenté luchar para zafarme de su agarre.

No se defendió cuando le di una patada en la espinilla, pero tampoco me soltó. Me tenía bien atrapada. Salimos al exterior y con rapidez me llevó al bosque. Fue rápido, nadie nos vio ni advirtió nuestra presencia.

Sentí que su agarre aflojaba cuando nos internamos más en el bosque. Me aparté con rapidez y tomé una rama cercana que había entre las hojas caídas. La empuñé con fuerza, encarando al intruso que me había secuestrado descaradamente el día de mi boda.

Robin De Noir levantó las manos con la respiración algo agitada mientras esbozaba una media sonrisa de disculpa.

—¡¿Robin?! —lo miré con evidente sorpresa y molestia—. ¿Qué demonios?

—Antes de que me atices con la rama en la cabeza, deja que me explique.

—Ya puedes tener una muy buena razón para arrastrarme de un modo muy poco considerado —bufé, dejando caer mi arma, colocando las manos en mis caderas, esperando a que dijese algo. Bajó las manos, lentamente su sonrisa desvaneciéndose en sus labios, quedando una fina línea.

—Necesitaba hablar contigo —me miró desde su distancia. Unos cuantos pasos nos separaban.

—Has tenido bastante tiempo para hacerlo —no pude evitar echarle en cara—. ¿Tenías que elegir este día, precisamente? —agachó la cabeza, como un niño al que le regañaban—. Hoy es nuestra boda, por si se te ha olvidado —claramente no lo había hecho. No portaba su sombrero, tampoco su chaqueta de cuero o las plumas en el cuello. En cambio el traje que lucía, me quitó la respiración. De normal ya era apuesto, con un traje y más si era de novio, no puedo explicar lo guapo que se veía. Sus rizos caían sobre su rostro pero no ocultaban sus ojos marrón oscuro de mí.

—No tuve el valor de enfrentarte antes y lo siento por eso. Fue muy cobarde de mi parte —sus ojos no dejaron los míos en ningún momento.

—Pensaba que teníamos la confianza de hablar de lo que fuera, después de tantos años de amistad —mi tono se suavizó antes de continuar—. Te he echado de menos.

Mi corazón se estremeció cuando sonrió ampliamente, enviando calidez en todo mi cuerpo. Dio un paso hacia mí, acortando la dolorosa distancia que había entre nosotros.

—No creí que querrías verme —fruncí el ceño.

—¿Por qué no?

—Por esto —nos señaló—. Las circunstancias no son las que esperábamos.

—Oh… —no sabía qué más decir. Claramente, él no estaba contento con todo aquel embrollo.

—Maria —alcé la vista para verlo justo frente a mí. Finalmente había acortado la distancia hasta plantarse a menos de dos pasos de mí. La mirada llena de culpa que me lanzó se me clavó en el alma—, créeme cuando te digo que yo no sabía nada de esto. Te lo juro, por la memoria de mi madre —tomó mis manos, ansioso porque le creyese.

—Lo sé, Robin —miré en sus profundos ojos, tentada a perderme en ellos.

—Si pudiese revocarlo, lo haría.

—Pero no puedes —susurré. Me sentí triste, no por el hecho de que ya nada podía anular el matrimonio que estaba por venir, sino porque él estaba desesperado por encontrar una manera de hacerlo posible.

Tuve sentimientos encontrados. Por una parte me alegraba de que él no estuviese enfadado conmigo por el matrimonio forzado, pero por otra, su negativa me confirmaba lo que ya sabía; que no me quería de esa manera.

Un peso invisible se instaló en mi corazón, haciendo que fuese insoportable para mí. El rechazo era demasiado. Si hubiese sido en otras circunstancias…

Deslicé mi manos de las suyas, dando un paso atrás. Su cercanía solo hacía que fuese más difícil para mí. Pude percibir dolor en sus ojos.

—No, yo no puedo —ladeó la cabeza—, pero tú sí.

—¿Yo? —me llevé una mano al pecho.

—Tengo un plan. Estos dos meses han servido para algo más que desesperarme gracias a mi padre y a sus dichosas clases de etiqueta —dijo irónicamente. Casi podía imaginar el mal humor que debía tener todo el tiempo por ello.

—¿Qué has pensado?

—Siempre puedes no presentarte —me quedé muda. Al notar mi falta de palabras, me explicó mejor—. Nadie te juzgará por dejarme plantado. Es la mejor manera de romper el compromiso.

—No pienso hacer eso —frunció el ceño cuando lo corté en seco.

—¿Por qué? Lo tengo todo arreglado. Los chicos pueden ayudarte a esconderte y cubrirte las espaldas mientras yo me encargo de calmar los ánimos de mi padre y de los demás en la mansión.

—No pienso dejar que asumas esa responsabilidad, esa humillación, mientras yo huyo de mis problemas. Así no es como se resuelven las cosas, Robin. No es como lo hago yo. Como lo harías tú —negué, empezando a sentirme molesta de verdad, dejando los otros sentimientos de lado. O tal vez se transformaron en indignación—. ¿Tan desesperado estás por no casarte que has tramado todo este plan de huida a mis espaldas?

—No, ¡no! —intentó volver a acercarse a mí, pero yo di un paso atrás—. No es lo que piensas, princesa. Solo quiero hacerte las cosas más fáciles. No quiero que tengas que pasar por todo esto. No es lo que te mereces.

—¿Y qué me merezco, según tú?

—Un matrimonio por amor.

—Porque tú no me puedes ofrecer eso, ¿verdad? —se mordió el labio, inseguro. Mi corazón dolía, me lastimaba con esa conversación—. Ya veo.

—Maria–

—¿Tan malo es el hecho de casarte conmigo, Robin? —un nudo se instaló en mi garganta.

—Maria —habló despacio, como si tratara de que lo entendiera bien—, cualquier hombre con un mínimo de cerebro se sentiría afortunado con tan solo recibir un mínimo de tus atenciones —sus ojos se posaron en mi rostro, haciendo que me sonrojara por la intensidad de su mirada.

—Menos tú —terminé por él. Negó con la cabeza.

—No tienes ni idea, princesa.

—¿Perdón? —estreché los ojos en su dirección cuando una sonrisa adornó su rostro.

—No serías capaz de decir eso si estuvieses en mi mente. Si supieses lo que estoy pensando ahora mismo. ¿Crees que no veo lo que tengo delante de mis narices? Puede que no sea tan inteligente como los niños ricos de la ciudad, pero la vista la tengo perfecta, princesa —la ironía tiñó su tono.

—Siento tener que rectificarte.

—¿Qué?

—Que no has visto o no has querido fijarte en las cosas que pasan delante de ti —mi boca hablaba sola, mi orgullo y necesidad de soltarlo todo eran más fuertes que yo.

—Explícate —bien, ahora ambos estábamos exasperados.

—Si hubieses prestado más atención te habrías dado cuenta de que yo no estoy en contra de este matrimonio por razones egoístas. No quiero casarme contigo, ¡por ti! —solté.

—¿Por mí? — ahora era su turno de estar sorprendido—. Déjame decirte que eso es bastante contradictorio, princesa.

—¿Puedes dejar las bromas a un lado? ¡Estoy hablando en serio! —alcé la voz, harta de su actitud.

—Si no me lo tomo así, ¡me voy a volver loco! —él también levantó el tono.

—¡No eres el único que está sufriendo con todo esto, Robin!

—¡Lo sé, y no sabes cuánto me odio por eso! —terminó de golpe. Su rostro mostraba consternación, preocupación y hasta miedo. Había visto a Robin en su peor momento, cuando su padre no le prestaba la debida atención, cuando intentaba ganarse su confianza y favor, por nada. Con el tiempo recapacitó y supo dar el cariño que su hijo merecía y le había privado por demasiados años. Pero jamás lo había visto así de desesperado, casi parecía perdido.

—¿Qué? —susurré, conmocionada.

—No hay cosa que me dé más rabia, que me cause más ira, que el hecho de que te hayas tenido que ver obligada a esto —su respiración era irregular, me miraba con ojos tristes. El nudo de mi garganta empeoró con la vista—. Siempre has soñado con casarte algún día, tener una boda perfecta, casarte con alguien a quién amaras de verdad, formar una familia —recordaba nuestras charlas, hablando sobre el futuro. Un futuro con él, aunque él no tuviese ni idea de que yo quisiera eso—. Un matrimonio forzado, y mucho menos conmigo, es lo que quieres. Y lo entiendo, de verdad —puso una mano en su pecho—. Por eso, quiero darte la oportunidad de elegir. Es lo que mereces, Maria.

Casi reí cuando lo oí decir que no quería un matrimonio con él. Para ser un cazador, estaba bastante ciego. Ladeé la cabeza, reuniendo el valor para preguntar.

—Y, ¿qué es lo que tú quieres, Robin?

—Lo que yo quiero es irrelevante —la forma en la que respondió automáticamente me asustó.

—No, no lo es —fue mi turno de dar un paso adelante—. Un matrimonio es cosa de dos. De dos personas que se unen. Un "nosotros"—nos señalé, su mirada sin dejar la mía—. Quiero saber lo que opinas de todo esto, porque es importante.

—No puedo, sería demasiado egoísta —negó.

—¿Egoísta? Robin, desde que has empezado la conversación, tan solo hablas de lo que es bueno para mí, te aseguras de que yo esté bien. ¿Te parece eso algo egoísta? —no pude evitar sonreír—. Te preocupas por mí desinteresadamente. Deja que yo me preocupe por ti también. Dime, ¿qué quieres?

Hubo un breve silencio, pero que yo sentí como si pasaran mil años de por medio. El bosque a nuestro alrededor se desvaneció y tan solo podía ver a Robin, quien me miraba de una manera tan… íntima. Pocas veces me había mirado así, pero siempre recordaré la primera vez que lo hizo. Caminando de vuelta a casa tras romper la maldición, cuando le dije que agradecía de corazón su ayuda. Él fanfarroneó, por supuesto, pero antes de marcharme a la mansión se despidió con ese brillo tan especial. Justo como ahora.

Rompí el contacto visual cuando sentí como me cogía de la mano, acariciando el dorso de esta. La respiración se me quedó atascada en el pecho cuando vi una sonrisa iluminar su rostro.

—Tú, Maria —rozó el velo que llevaba puesto, acariciándolo entre sus dedos—. Tú eres lo único que quiero.

Mi mente no procesaba lo que dijo. Fue como tener el velo dentro de mi cabeza, todo se me quedó en blanco. Mis ideas, pensamientos, salieron volando con la brisa que nos pasó. Bajó la mano, pero no soltó la mía.

—Mentiría, si te dijese que no quiero casarme contigo, porque es lo que he querido desde hace tiempo. Desde que me di cuenta de que estaba enamorado de ti, de que lo sigo estando y que nunca dejaré de estarlo, porque no puedo imaginar una vida sin ti, Maria —cada palabra se me clavaba en el alma, asentándose en mi corazón, curando las heridas que estaban ahí desde hacía dos meses—. Hemos sido amigos desde hace años y no sabes cuánto aprecio esta amistad. Nunca me atreví a decírtelo, porque temía el rechazo y no soportaba la idea de perderte. Prefería seguir como amigos que imaginar un futuro sin ti. Cuando mi padre y tu tío anunciaron el compromiso, creí que me odiabas, por no poder pararlo, por no poder hacer nada al respecto.

—Robin, no–

—Espera, déjame que te lo diga, aunque no te guste escucharlo —su mano tembló sobre la mía. Robin De Noir, el temido bandido de Moonacre, tenía miedo al rechazo de una mujer, ¿quién lo hubiese imaginado?—. Te quiero, Maria Merryweather. Siempre lo he hecho, desde que saltaste de aquel acantilado, sabía que mi vida no sería igual sin ti a partir de ese momento —suspiré, sintiendo que mi corazón explotaría en algún momento—. Y, porque te quiero, no deseo que vivas una vida que no quieres. Por encima de todas las cosas, quiero que seas feliz. Aunque no sea conmigo —ya está, lo había soltado todo. Lo sabía porque su pecho se aligeró, así como su mano seguía unida a la mía, apretándola ligeramente.

—¡Robin! —una voz sonó entre los árboles. Era Richard, quien venía corriendo hacia nosotros. Se mostró un poco avergonzado cuando nos encontró tan cerca. Robin dio un paso atrás, pero no se alejó demasiado, esperando a que dijese algo. Carraspeó—. Tu padre está furioso, estoy seguro de que le va a salir un volcán en esa gran cabeza que tiene. Ser Benjamin ya se ha enterado de que Maria ha desaparecido y anda como loco buscándola. ¡Hasta en el día de tu boda tienes que dar la nota! —reí. Robin no era él mismo si no hacía por lo menos una travesura al día.

—¿Henry y David? —preguntó, obviando la pulla.

—Intentando que tu padre no mande a los perros tras de ti —rodó los ojos.

—No será necesario, ya voy —se giró hacia mí. Se iba, ya había llegado la hora. Sonrió tenuemente, tomando mi mentón en sus dedos. El gesto envió calidez por todo mi cuerpo—. Estaré en el altar. Elijas lo que elijas, estaré bien con ello —se inclinó hacia mí, posando un tierno beso en mi frente—. Nos vemos, princesa —acarició mi mejilla y se alejó, corriendo en la dirección por la que había venido Richard. El castaño pidió disculpas con una mueca, yo negué con la cabeza, quitándole importancia. Se ofreció a acompañarme a donde quisiera ir, pero le dije que esperara un poco.

Toda buena novia, se hace de rogar. Yo no sería la excepción.

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Robin's Pov

Después de apaciguar los ánimos caldeados de mi padre y Ser Benjamin, esperé en el altar junto al párroco que había venido de Silverydew para oficiar la boda, colocando en su lugar la maldita pajarita de ese dichoso traje.

Todo el pueblo estaba allí, esperando a que la novia apareciera por fin, queriendo ver el vestido que llevaba para la ocasión. No todos los días se casa la última Princesa de la Luna.

Desgraciadamente para ellos, tenía el presentimiento de que se quedarían con las ganas.

Pasó un buen rato, ella no aparecía por ninguna parte. La novia aún seguía desaparecida. Loveday estaba ausente, seguramente en busca de Maria, la señora Heliotrope era un manojo de nervios y se estaba bebiendo todo el ponche que había en las mesas de atrás para el banquete de más tarde. Digweed intentaba calmar a Ser Benjamin para que no saliese a buscar a su sobrina, dejando que su esposa, quien era mucho más razonable que él, se encargara de ello. Seguramente, serían inútiles todos sus esfuerzos.

«No va a venir» —pensé para mí, mirando hacia el bosque. Richard aún no había vuelto, probablemente estaría custodiando a Maria como le dije que hiciera si se daba el caso de fuga.

Si dijera que no me sentí triste por el rechazo, sería la peor mentira que hubiese dicho en mi vida.

Pero si era lo que ella quería, así sería, aunque yo me muriese de pena y amor cada día después de ese.

David y Henry, mis buenos amigos y acompañantes, se miraron el uno al otro y luego a mí. Asentí en su dirección, intentando hacerles saber que estaba bien. No quería que notaran mi pesar.

—Esta novia sí que se hace de rogar, vaya —murmuró el párroco, mirando su reloj de bolsillo—. Pero no se preocupe, joven. ¡Seguro que no tarda en llegar! —agregó a toda prisa, percatándose de que lo había escuchado.

—Claro —esbocé una pequeña sonrisa.

Vi a Loveday aparecer y dar la vuelta para que no se dieran cuenta de que se dirigía hacia su marido. Le susurró algo al oído. La cara de Ser Benjamin fue como un mosaico de me dio tiempo a prestarle más atención cuando el murmullo de los invitados se escuchó más alto de lo habitual.

Todos miraron hacia el final del pasillo formado por los bancos a ambos lados. Fruncí el ceño , sin entender lo que les ocurría, hasta que vi quién caminaba en mi dirección con esa mirada decidida, con ese espíritu que la caracterizaba.

Su pudiese morir y volver a nacer, seguramente lo hice en ese preciso instante, cuando Maria caminaba hacia el altar, hacia mí. Richard pasó desapercibido y se reunió con los chicos.

Estaba feliz, pero confundido al mismo tiempo. Me encantó verla, pero no pensé que vendría. Estaba más que seguro de ello. ¿Lo hizo por obligación, por algún extraño sentido del deber y honor? La duda me perforó el estómago, causando malestar y nervios en mí.

No despegué mis ojos de ella, ni siquiera cuando se plantó frente a mí, mirándome profundamente. Me habría perdido en esa profundidad con gusto si no hubiese tirado de mí hacia ella y nuestros labios se unieron por primera vez.

La multitud ahogó varios gritos de sorpresa.

Tan solo podía fijarme en la manera en la que Maria me besó, tan tiernamente, suave y dulce. No tuve que procesar demasiado para devolvérselo con gusto, pasando los brazos por su cintura, acercándola más a mí. Quería que durara por siempre, tenerla así para toda la vida.

Sentí que sonreía mientras la besaba de vuelta, haciendo que se me derritiera el corazón.

Se apartó, muy a mi pesar y me miró a los ojos. El amor que había en ellos lo reconocí, porque así la miraba yo. Había sido un ciego por no haberlo visto antes.

—Te quiero, Robin De Noir —oír esas palabras de ella, era como estar soñando—. Desde hace años. Siempre quise casarme contigo algún día. Aquí estamos —señaló a nuestro alrededor. La gente nos miraba, petrificados en sus lugares—. Pero —se detuvo por un momento—, no puedo casarme contigo —más murmullos de sorpresa se escucharon—. No de esta manera, al menos —sonreí, entendiendo lo que quería decir—. Quiero un noviazgo, un noviazgo largo. Una propuesta decente —miró de reojo a ciertos hombres que miraban boquiabiertos. Loveday y los chicos estaban atentos a que no interrumpieran ese momento entre nosotros—. Porque es lo que merecemos, los dos —asentí, contento.

—Si es lo que deseas, así se hará, princesa —sonreí casi burlonamente. Alcé la mano, la miró antes de tomarla y darle un apretón. La entrelacé con la mía, observando lo hermosa que estaba vestida de novia. No sería la primera ni la última vez que la vería así, para mi suerte.

Rió cuando señalé hacia el pasillo, asintiendo, encantada con la idea.

Y así fue como bajamos del altar y salimos corriendo de allí, directos al bosque, entre risas. Mucha gente estaba sorprendida. Algunos estaban confusos, pero más tarde lo asumirían contentos, entendiendo que así no era como se hacían las cosas en el amor. Loveday y los chicos reían sin parar, felices porque todo acabara bien después de todo. La señora Heliotrope no podía creer lo que pasaba, seguramente pensó que alucinaba y se debía al ponche. Marmaduke ofreció la comida de igual manera, diciendo que había algo que celebrar. La unión de dos personas que querían permanecer juntas.

Maria y yo nos casaríamos, sí, pero primero disfrutaríamos el uno del otro por más tiempo antes de dar el gran paso, cuando los dos estuviésemos preparados y de acuerdo para ello.