Llegas tarde, Satoru

Nanami siempre supo que llegaría el día en el que Gojo lo alejaría del mundo, era cuestión de tiempo. Hubo una temporada en el que solo pensar en ser echado a un lado, como si no fuera más que un objeto para complacer al alfa, lo hacía enfurecer, en aquellos días era joven, se sentía fuerte, útil, y creía que podía hacer la diferencia.

Entonces, la vida le demostró lo débil que podía llegar a ser y le arrebató a Haibara, el único amigo de verdad que tuvo alguna vez. Fue un golpe duro para su ego y de no ser porque Gojo lo vigilaba cada segundo del día, quizás habría intentado hacerse daño. Apenas comenzaba a recuperarse, cuando otro golpe llegó, esta vez de mano de Geto; fue su turno para sostener al alfa y evitar una catástrofe aún mayor.

Nanami era el único omega del grupo y el primer dominante que la sociedad de jujutsu había visto en varios cientos de años, lo primero que le dijeron al llegar a la escuela, fue que su mano valía su peso en oro, si jugaba bien sus cartas, tendría la oportunidad de hacer que toda la hechicería se inclinara a sus pies.

A los quince años, Nanami no estaba interesado en el matrimonio, mucho menos planeaba tener hijos, pero comprendió que tenía que andar con cuidado. El cortejo no se hizo esperar, apenas dos días después de su ingreso, los pretendientes se abalanzaron sobre él como si no fuera otra cosa que un trozo de carne. Por supuesto, sus compañeros se enteraron y unieron fuerzas para protegerlo; era una suerte que el próximo líder del Clan Gojo fuera un senpai más que dispuesto a ayudarlo.

Gojo nunca fue discreto con sus intenciones, mientras que a Nanami le gustaba mucho la atención que recibía (aunque no iba a admitirlo). Comenzó a coquetear con el poder, embriagándose de la sensación de sentirse deseado. Por supuesto, no era estúpido, sabía que no podía confiar en los sentimientos volubles de un alfa, por ello, trazó una línea y construyó un muro al rededor de su corazón; decidió que le daría lo necesario par hacerle saber que lo quería, pero jamás tanto como para que creyera que estaría ahí para él sin importar qué. El juego funcionó, en pocos meses tuvo al poderoso Gojo Satoru comiendo su mano, sin embargo, Nanami cometió el error de enamorarse, así que también estaba justo donde el alfa quería tenerlo.

Duraron meses en ese tira y afloja, no actuaron en consecuencia, por el simple hecho de que sus amigos no estaban muy de acuerdo con algunas de sus decisiones; sin embargo, sin ellos para desalentar el juego del gato y el ratón en el que se enfrascaron casi desde el momento que se conocieron, no hicieron otra cosa sino estrellarse.

Fue una noche de otoño, en que Nanami despertó por la madrugada con todos los síntomas del pre-celo a flor de piel; no estaba pensado con claridad cuando salió de su habitación y arrastró los pies hasta el dormitorio del alfa, en el segundo piso de la residencia de estudiantes. Una parte de sí esperaba que alguien se diera cuenta de lo que planeaba y lo detuviera; pero en el momento en el que entró a la recámara de Gojo no hubo marcha atrás.

El alfa tenía un sueño desordenado, sus largas extremidades, ocupaban casi toda la cama; le costó un poco de trabajo hacer que se moviera, pero logró hacerse el espacio suficiente para acurrucarse a su lado. Estaba comenzando a quedarse dormido, cuando uno de los brazos de Gojo rodeó su cintura, y sintió sus labios contra su glándula odorífera en la nuca.

Hueles bien, Nanami-kun —dijo Gojo, con la voz rasposa por el sueño. El omega se estremeció, ya fuera por el aliento contra su cuello, o por el cambio en las feromonas del alfa— . ¿Por qué tiemblas así? Fuiste tú el que se metió aquí conmigo —sonaba como si estuviera disfrutando de la situación, lo que hizo que Nanami sintiera la necesidad de demostrarle que era el que estaba a cargo.

¿Por qué no usas esa boca tuya para algo útil? —espetó con bravuconería.

Había un brillo de anticipación en los ya de por sí luminosos ojos azules de Gojo, quien sin decir una sola palabra más, se deshizo de las sábanas y se acomodó entre sus piernas, Nanami lo miró lamerse los colmillos antes de comenzar con la tarea de complacerlo.

Una de las ventajas de ser un omega dominante, era que las feromonas resultaban capaces de hacer que cualquiera entrara en celo, si bien, Nanami no pretendía hacerle eso a Gojo esa noche, fue lo que pasó. Su estro conjunto duró poco más de una semana y concluyó con ambos llevando mordidas a juego en la nuca, otra ventaja de ser dominante era que su mordisco permanecería en el alfa, por lo que estaban unidos en un vínculo el doble de fuerte que el del promedio.

No fue una buena noticia, al menos no para Nanami, porque Gojo estaba fascinado.

Para el omega, estar apareado significaba estar atrapado. Sí, era valioso en la sociedad de Jujutsu, pero se debía al simple hecho de que ser un dominante aseguraba herederos fuertes; su hijo (si alguna vez lo tenía) heredaría una técnica del clan Gojo, fuera de eso, su vida importaba muy poco. Hasta ese día, había gozado de una falsa sensación de libertad, porque la Cueva Mágica temían que abandonara las filas si lo presionaban demás, o al menos eso fue lo que el director Yaga le confesó después de regañarlo por la imprudencia que él y Gojo cometieron en terrenos de la escuela.

Ser consciente de la realidad, lo llevó a tomar otras malas decisiones: rechazar la propuesta de matrimonio de Gojo a pesar de que él le ofreció un buen trato por su mano, que incluía dejarlo hacer cualquier cosa que quisiera y no tocarlo si no lo deseaba, fue una de estas. "Es lo mejor para ti, Nanami," repetía Gojo como si se hubiera convertido en un loro que solo conocía una frase, y puede que el alfa supiera lo que hacía, pero a los diecisiete, al omega le resultaba complicado darle la razón a alguien que no fuera el mismo.

Ya que el vínculo alfa-omega en jujutsu estaba cargado de energía maldita, las mordidas se convirtieron en un contrato vinculante, que no pudieron romper porque ninguno recordaba los términos del pacto, y porque en realidad no querían hacerlo; por si eso no fuera suficiente, las feromonas generadas por su enlace, les impedían acercarse a otros, por lo que se vieron obligados a pasar sus celos juntos; aunque Nanami descubrió esto durante su primer año de universidad, luego de abandonar la hechicería. No se sentía orgulloso de haber terminado en la cama con un hombre que no era su alfa, pero en su defensa, se encontraba muy ebrio (era su primera borrachera) y con muchas ganas de sexo, que no pudo saciar hasta tres días después, cuando llamó a Gojo a medianoche, rogando por su ayuda.

Fue por ese entonces que Nanami se dio cuenta de que Gojo no mentía cuando decía que lo quería y también que sus propios sentimientos por él no eran un simple flechazo: era amor. Lo dejó traspasar la barrera que mantenía alrededor de su corazón y el alfa supo estar a la altura de sus expectativas, lo cual no pudo ser de otra manera, ya que después de años de coqueteo descarado, no aprender de sus errores, habría sido una vergüenza.

No comenzaron a salir de inmediato, Gojo se tomó su tiempo para cortejarlo, lo llevó a citas, le obsequió cosas que iban desde baratijas compradas en las tiendas de regalos de los aeropuertos, hasta artículos más lujosos como relojes y ropa de alta costura. A pesar de que Nanami solía decirle que era ridículo que hiciera todo eso cuando ya estaban enlazados (un vínculo que era considerado igual de legal que el matrimonio), en secreto, se deleitó con la atención del alfa.

De entre todos los gestos románticos de su alfa, su favorito fue el tour por Grecia al que lo llevó para celebrar su graduación de la universidad; no estaba seguro de si la vista a la playa Navagio en la isla de Zante fue lo que le dio la idea de jubilarse antes de los cuarenta y construir una casa junto al mar en una playa deshabitada, o vino de otro lado; en todo caso, ese viaje lo marcó, no solo por la majestuosidad de la naturaleza, sino también porque Gojo le pidió matrimonio (la verdad era, quizás, la décima o quinceava vez que lo hacía, pero fue la primera vez en la que Nanami no dudó en aceptar).

Sin embargo, no pudieron casarse de inmediato debido a un pequeño problema de agendas, que se convirtió en un gran conflicto porque disponían de muy poco tiempo para pasarlo juntos.

Estás trabajando demasiadas horas extras —se quejó Gojo, una noche en la que Nanami volvió después de la medianoche.

La última vez que el alfa estuvo en el departamento, casi un mes atrás, soltó un comentario muy similar al que hacía en ese momento, solo que en la conversación anterior, se atrevió a decirle que debería quedarse en casa y cuidar de sus bebés imaginarios. No lo dijo con maldad, pero irritó a Nanami de sobremanera; se pelearon y Gojo terminó yéndose mucho antes de lo planeado. La historia se repitió aquella noche, y a pesar de que en la actualidad ya no podía recordar las cosas que se dijeron, sabía que fue grave, porque le siguieron meses de silencio, el omega incluso llegó a pensar que su relación se había terminado.

Entonces, comenzó a cuestionar su vida. Para ser honesto, no tenía que trabajar, Gojo le daría todo lo que pidiera y más, incluso si las regulaciones de la hechicería se metieran en su camino, él encontraría la manera de romper las reglas. Se dijo a sí mismo que trabajaba porque le gustaba sentirse útil; quería ganarse las cosas con su propio esfuerzo, como su abuelo solía aconsejarle que hiciera, sin embargo, no había nada satisfactorio en acrecentar las arcas de lo que ya eran ricos. La pregunta dio vueltas en su mente, ¿por qué lo hacía? Nanami nunca encontró la respuesta, en cambio, halló el retorno al jujutsu.

Después de eliminar una maldición que retozaba sobre el hombro de una panadera, llamó a Gojo, quien, a juzgar por su risa, debió haber creído que lo buscaba para disculparse. Se presentó al día siguiente en la escuela, en dónde el alfa lo recibió con mucho entusiasmo. Nanami se vio obligado a admitir que lo extrañaba, así, sus intenciones de hablarle respecto a su regreso murieron en el mismo segundo en que Gojo lo besó. Lo que siguió fue una tarde llena complacencia, que no concluyó hasta que ambos estuvieron satisfechos, felices y con los cuerpos llenos de la marca del otro.

Voy a volver —dijo Nanami, de repente. Llevaban un rato callados, disfrutando del último ápice de endorfina que el orgasmo les dejó.

—¿Qué?

Voy a volver al jujutsu —repitió Nanami.

Esa noche, el omega volvió a dormir solo, pues contrario a lo que creyó que pasaría, Gojo no se alegró con la noticia, sino que intentó persuadirlo para que encontrara un empleo diferente con el que se sintiera satisfecho; sin embargo, Nanami no se creía capaz de encontrar su vocación en otro lado, tampoco pensaba en la hechicería como algo que nació para hacer (al menos no de la misma manera en que Gojo lo era), pero era un buen hechicero, podría ayudar a otros y eso era lo importante.

Gojo se resignó con el tiempo a que él no iría a ningún otro lado, pero nunca dejó de preocuparse, ni de ser sobre protector; no se podía evitar, era un alfa, su necesidad de proveer protección era mucho más grande que su raciocinio y, aunque en ocasiones llegaba a ser demasiado controlador, Nanami aprendió a lidiar con todo eso, a veces, incluso disfrutaba de sus desplantes y escenas de celos.

Tuvieron una boda secreta durante el otoño de 2015. No es que no quisieran informar que estaban juntos, pero fue una decisión impulsiva en la que cayeron después de un celo compartido que fue bastante bueno, así que no hubo ningún tipo de planeación, solo lo hicieron; fue muy fácil y gracias a que llevaban vinculados más de ocho años, nadie hizo preguntas.

Por supuesto, un secreto tan grande era imposible de mantener: todo salió a la luz a penas un año después de su boda. Como ya había sido advertido, Nanami fue llamado a cumplir con sus deberes con el Clan Gojo. Se vio obligado a hacer ciertas concesiones, mudarse junto a su alfa a la residencia principal no fue lo peor; y mantenerse firme en otros frentes, el hecho de no habría bebés en el futuro cercano fue uno de estos. Esto último era algo de lo que él y Gojo habían hablado varias veces a lo largo de los años, estaban de acuerdo en que siempre se encontraban en una situación complicada, que no les permitía criar a un niño de la manera más apropiada; así que, aunque ambos deseaban formar una familia, la cruda realidad era que nunca lo conseguirían, al menos no de forma tradicional.

Al poco tiempo, apareció Yuta Okkotsu, cuya poderosa maldición atrajo la atención de su viejo conocido Suguru Geto. Durante la noche de los cien demonios, se perdieron muchas vidas y la cantidad de peligro a la que todas las personas a las que querían se expusieron, fue suficiente para que Gojo decidiera que prefería tenerlo lejos, a que resultará herido.

Ocurrió en marzo, muy cerca del equinoccio de primavera, los estragos del ataque la víspera de Navidad al fin estaban bajo control, así que era el primer día libre que tenían en mucho tiempo. Cuando Nanami se despertó, alrededor de las nueve, su alfa ya estaba levantado, esa fue la primera señal, porque Gojo siempre intentaba hacer que desperdiciaran la mañana en la cama; aún medio dormido, caminó hasta la cocina, en dónde lo encontró preparando el desayuno. Estuvo a punto de preguntar si pasaba algo que debía saber, pero al final decidió dejar que su esposo ejecutara su plan.

Fue un día agradable, que concluyó con un pícnic en la playa para ver el atardecer; se quedaron a la orilla del mar mucho tiempo después de que el sol se ocultó tras el horizonte; Nanami estaba envuelto por una suave manta y los brazos del alfa para protegerse del aire, mientras que Gojo repartía besos por su cara, sus labios y su cuello, sus manos un poco traviesas, trataban de colarse bajo su ropa. Nanami lo dejó salirse con la suya, aunque todavía puso ciertos límites para que nadie pudiera acusarle de exhibicionismo.

El omega reflexionaba sobre lo pegajoso que su alfa había sido cuando sintió que algo en su ambiente romántico comenzó a cambiar.

—Kento —lo llamó, el omega se recargó contra el pecho de su esposo, incapaz de renunciar a la comodidad de su abrazo amoroso—. Tengo que pedirte un favor.

—¿Qué cosa?

—Quiero que te vayas.

Nanami se quedó sin palabras, por lo directo que fue, y también un poco confundido por el curso que había tomado su cita.

—¿A dónde?

—A dónde quieras —había un tono amargo en su voz, una señal de que ni siquiera él encontraba agradable su conversación—. Solo quiero que salgas de Japón, tengo el presentimiento de que algo está por ocurrir y no me gustará que te hagan daño.

«Más bien no quieres que sea un estorbo», pensó Nanami con apatía, a sabiendas de que su presencia era un factor de distracción para alfa, por eso lo habían enviado a Kyoto durante el Desfile de los cien demonios.

—Bien —dijo, en cambio.

Nanami siempre supo que llegaría el día en que Gojo lo alejaría del mundo, pero cuando llegó el momento, no sintió que quisiera atraparlo. Le resultó fácil ceder a los deseos del alfa, porque era mejor que iniciar una pelea. Creyó que, en cuestión de semanas, o quizás un par de meses, él se daría cuenta de que nada iba a pasar y podría volver; de lo contrario, encontraría alguna excusa para regresar. Sin embargo, sus ilusiones estaban muy alejadas de la realidad, y lo que comenzó como unas merecidas vacaciones, pronto se transformó en una pesadilla.

A finales de junio, el Sukuna se encarnó en un muchacho, lo que lo condujo a su muerte pocos meses después, excepto que el niño en realidad sobrevivió. Gojo que todavía temía por el futuro y se estaba encargando de muchas cosas al mismo tiempo, no tuvo más remedio que pedirle ayuda para guiarlo. Fueron solo un puñado de días, pero Nanami logró entender por qué era importante para Gojo que alguien se preocupara por el corazón de Yuji. Por desgracia, el voto vinculante que hizo con su esposo, lo obligó a salir del país una vez que cumplió su deber con el chico. Él quería quedarse, sentía que lo necesitaban en Tokio, no obstante, las promesas que hacía (voto vinculante o no) eran inquebrantables, en especial cuando se trataba de Gojo.

Volvió a Kuantan a mediados de septiembre. Se estaba quedando en un pequeño departamento en un pueblito costero mientras la construcción de la casa de sus sueños a la orilla del mar terminaba. Gojo contrató a los mejores arquitectos e ingenieros para el trabajo, por desgracia, el proyecto tardaría otros seis meses en finalizar. Nanami se pasaba una vez a la semana por la obra, para asegurarse de que no había problemas y, hasta ese momento, todo marchaba viento en popa, incluso era posible que terminaran antes de lo previsto, cosa que lo emocionó; intentó contárselo a su esposo, pero las cosas en Tokio estaban un poco agitadas, así que no recibió la atención que esperaba.

En cambio, los días en Malasia eran demasiado tranquilos, incluso para alguien que añoraba la calma como Nanami. Hacía mucho tiempo que se había cansado de holgazanear y leer, así que estaba pensando en conseguir un empleo; algo poco exigente que le diera variedad a su vida. Sin embargo, sus planes murieron la mañana que despertó sintiéndose mareado, ya que no era la primera vez que tenía malestar estomacal, acudió al médico, quien le dio la maravillosa noticia.

Nanami ya lo suponía, una parte de sí rogaba por estar equivocado, mientras que la otra, no podía esperar contárselo a su esposo. Si bien, no habían cambiado de opinión acerca de tener hijos, se veían obligados a replantearse la situación ahora que ya tenían el bollo en el horno; aunque estaba seguro de que Gojo deseaba a ese bebé tanto como él mismo lo hacía.

Decidió que podía esperar tres días más para contarle, porque Gojo le había prometido que iría a verlo el primer fin de semana de noviembre, para celebrar su aniversario de bodas atrasado. Planeó el día con sumo cuidado, deseoso de que todo saliera perfecto y que ambos tuvieran un recuerdo grato y maravilloso de la noticia.

No sucedió.

Al día siguiente, los canales de noticias se llenaron con notas sobre un posible ataque terrorista en Japón. Horas más tarde, la comunicación entre su isla natal y el resto del mundo se cerró por completo. Nadie sabía qué estaba pasando; los expertos tenían hipótesis, los civiles creían que se trataba del presagiado fin de los tiempos. Nanami apagó la televisión y comenzó a leer una extensa saga de libros de fantasía que había estado postergando por casi cinco años. Así, se aisló en su propio mente hasta que llegó el fin de semana.

Despertó temprano ese cuatro de noviembre, preparó la casa y a sí momo tal como lo planeó y al medio día se dirigió aeropuerto para recoger a su esposo. Hasta ese momento había logrado autoconvencerse de que las noticias no eran otra cosa más que una pesadilla, pero Gojo jamás apareció y entonces el corazón de Nanami se partió en mil pedazos ante la cruel realidad: lo acababa de perder todo.

Los días siguientes eran un recuerdo borroso: Nanami se aferró a su enlace compartido con su alfa para mantener la esperanza de que se volverían a ver. A pesar de lo mucho que quería quedarse en cama y desaparecer, se esforzó por levantarse, comer y hacer un poco de ejercicio, porque necesitaba estar sano para su bebé por nacer, además estaba preocupado por el dinero, si bien, Nanami tenía sus propios ahorros en el extranjero, entre la construcción de su hogar junto al mar y los inminentes gastos hospitalarios, apenas le quedaría lo suficiente para mantenerse a flote por los próximos tres años; por lo que era imperativo acceder al capital de los Gojo. Esto, sin duda, fue un gran escape mental durante un tiempo, pero después de un muy largo mes, el asunto se resolvió.

Nanami intentó creer que era una señal de que las cosas en Japón estaban mejorando, que pronto podría volver a ver a su alfa, a sus amigos y a los alumnos de Jujutsu High con los que había llegado a encariñarse. No fue más que la calma antes de la tormenta, porque la mañana de la víspera de navidad, pudo sentir como el vínculo y los votos vinculantes entre él y su esposo se desvanecían. Eso solo podía significar una cosa: Gojo, su amado alfa, estaba muerto.

Nanami hizo lo posible por no pensar en eso, convenciéndose de que Gojo encontraría la forma de regresar a su lado. Era el tipo de hombre que tenía mil trucos bajo la manga, ni siquiera la muerte podría detenerlo, solo tenía que esperar y soportar el dolor de su vínculo roto, hasta que volviera a su lado, para nunca volver a irse.

Pasaron algunas cosas buenas a comienzos del año: primero, la construcción de su casa finalizó, al principio dudó en mudarse, porque planeado una vida cómoda ahí, pero sin Gojo, temía que los recuerdos y el fantasma de lo que pudo haber sido hicieran mella en su cabeza; sin embargo, se obligó a pensar a futuro, además le pareció ridículo seguir pagando un alquiler, cuando tenía un lugar perfecto para asentarse; segundo, el médico le dijo que ya podían saber el sexo del bebé. Nanami quería esperar al parto para saberlo, aunque al final, no aguanto la curiosidad, así que abrió el sobre y descubrió que tendría un niño.

Por primera vez en meses, Nanami sintió que la vida le sonreía. Con el corazón rebosante de gozo, comenzó a hacer las compras para decorar la habitación del bebé, a pensar en nombres y a informarse mejor sobre la crianza, leyendo cada libro que pudo encontrar en la biblioteca pública. Hizo amigos durante las clases para padres primerizos que impartían en el hospital y también en el yoga; al principio le costó trabajo, porque pensaba que los demás le tenían lástima por ser un omega en apariencia soltero y embarazado, pero pronto descubrió que todas esas cosas estaban solo en su cabeza.

Así pasó su segundo trimestre. Casi todas las tardes se sentaba frente a la orilla del mar para ver el atardecer, con el viento golpeando su piel y la arena húmeda bajo sus pies: algunos días miraba el océano deseando que su hijo fuera idéntico a Gojo, en otros, pedía que se pareciera a él mismo, porque solo pensar en tener que ver su rostro y no tenerlo, se sentía como una tortura, Nanami estaba cansado de ser masoquista. También había días iguales a ese, en los que reflexionaba sobre todos las decisiones que lo condujeron a ese preciso momento, preguntándose qué pudo hacer para que las cosas fueran diferentes.

Un movimiento brusco de su bebé lo hizo salir de sus pensamientos. Estos días, su pequeño se movía bastante (el médico le dijo que era normal, así que no estaba preocupado). Lo hacía mucho por las noches, cuando él intentaba dormir, de algún modo, eso le recordaba a Gojo, que solía molestarlo en los momentos más inoportunos.

—Estoy bien, mi niño, no te preocupes —Nanami sonrió, acariciando su vientre. Echó una última vista al mar, ahora bañado por la luz de la luna, antes de levantarse con cuidado y volver a la casa, con la intención de tomar un largo baño, preparase una buena cena, aunque lo que ya estaba saboreando era la tarta de manzana que horneo a medio día porque siempre tenía antojo de frutas dulces.


A mediados de marzo, el mundo comenzó a recibir noticias de Japón, se hablaba de demonios, magia y de un poderoso hechicero de cabello blanco que no logró vencer la amenaza que se ceñía sobre el país. Nanami se rio mucho con muchas de las teorías conspirativas que la gente compartía en internet y los supuestos chamanes del extranjero que concedían entrevistas plagadas de mentiras, e ignoró, a propósito, todas las imágenes de la destrucción de Shibuya y Shinjuku, los videos obtenidos por cámaras de seguridad de las grandes batallas que sus camaradas enfrentaron; por el simple hecho de que lo hacía sentir culpable no haber estado allí para ayudarlos.

Poco más después de las primeras noticias, la isla abrió sus fronteras de nuevo, los medios de diversos países entraron para investigar, mientras que los ciudadanos luchaban por escapar.

La idea de abandonar Kuantan de le cruzó por la cabeza, sin embargo, recordó una promesa que le hizo a Gojo, así que se quedó en su pequeña casa a la orilla del mar, esperando a que su hijo naciera, o a que su esposo fuera a buscarlo, lo que sea que sucediera primero.

Según un memo que logró recibir de la cueva mágica, las barreras de Tengen habían caído, la energía maldita se estaba extendiendo por el mundo con rapidez, era débil, gracias a los esfuerzos de muchos hechiceros para contener la mayor amenaza, pero auguraban cambios en los tiempos por venir. Las grandes ciudades empezaron a alertar de espíritus malditos imaginarios, y algunos más pequeños en los pueblos. Nanami se encontró con una maldición de grado cuatro una tarde de compras en el supermercado.

Así fue como empezó a tener pesadillas, trataban sobre su propia muerte en Shibuya, sobre la muerte de Gojo en Shinjuku; vio a Megumi asesinando a su hermana, a Yuji sacrificándose a sí mismo para salvarlos a todos, a Geto buscando venganza. Lo único que tenían en común es que perdían, siempre perdían, y al despertar, no encontraba consuelo, la culpa de estar vivo era demasiado grande como para tener paz.

Cierta noche, a finales de abril, despertó de una pesadilla en la que Sukuna, en el cuerpo de Gojo, se comía a su bebé retorciéndose de dolor. Se dio cuenta de que estaba en trabajo de parto, su hijo llegaba temprano; los omegas dominantes, como él, rara vez llegaban a término, pero Nanami creía que era demasiado pronto. Entró en pánico, asustado por tener a ese niño, no se que sentía capaz de hacerlo solo. No estaba preparado para ser padre.

Cómo superó el temor y consiguió llegar al hospital a tiempo, era algo que solo podía atribuirle a su instinto paterno, ese del que no fue consciente hasta que sostuvo a su recién nacido por primera vez. Ese precioso instante en el que una enfermera puso a su hijo en sus brazos, bastó para que comprendiera por qué estaba ahí: la vida lo había bendecido.


A pesar de que su hijo era un bebé sano, según sus médicos, Nanami no podía evitar sentirse preocupado por cada cosa que hacía, o pasaba a su alrededor, por ello, una vez que volvieron del hospital, decidió que se mantendrían en casa hasta que lo creyera conveniente; sin embargo, luego de un mes, la verdad es que estaba un poco harto del encierro.

Tenía ganas de dar un paseo por la playa, de sentir el aire despeinando su cabello y de sumergir sus pies en el agua del mar, por su puesto, dejar a su bebé, aunque fuera por solo un minuto, era impensable, así que, luego de consultarlo con el pediatra, planeó una corta, pero satisfactoria visita a la playa.

Eligió ir por la mañana, no muy temprano para evitar el viento fresco, pero todavía lejos del medio día, cuando los rayos del sol eran más fuertes, de ese modo, podía estar seguro de que su hijo no resultaría enfermo.

Ese primer día de junio era especial; el clima era más cálido, ya que se acercaba el verano, además, su bebé cumplía un mes de nacido (era, en realidad, el día en que debería estar naciendo, pero al parecer, el pequeño había estado desesperado por conocer el mundo, hasta en eso se parecía a su padre alfa). Nanami no podía sentirse más feliz y agradecido por seguir vivo, incluso las pesadillas que lo aquejaron antes del nacimiento de su niño, se habían ido, se sentía en paz, lo que, a su juicio, era mucho más de lo que merecía.

El viento sopló con suavidad, Nanami luchó para mantener la fina cobija con la que cubría a su hijo del sol en su lugar, pero esta se le escapó de las manos sin que él pudiera hacer nada. Maldijo entre dientes, pateando el agua del mar antes de girarse, listo para perseguir la manta por toda la playa, si es que era necesario. Entonces lo vio.

De pie sobre la arena a escasos metros de él, estaba Gojo; su bolso de viaje todavía colgaba en su hombro, en sus manos sostenía la cobijita de su bebé que había sido arrastrada por el viento hasta él; la miraba con una mezcla de sorpresa y júbilo mal disimulado.

Nanami pensó que se veía diferente a como lo recordaba, su cabello estaba más corto, también tenía más músculos, y estaba menos alegre, una señal de lo terribles que debieron ser los últimos meses. Sin embargo, lo que atrajo la atención del omega era la ausencia de ese brillo cerúleo que solía cubrir sus ojos y de su enorme cantidad de energía maldita. La única explicación que se le ocurría era que Gojo intercambió los seis ojos, por la oportunidad de vivir. Se rio ante la idea de lo decepcionante que debió ser para todos aquellos que lo envidiaban por su fuerza. Nanami lo encontró un alivio, pues al contrario de lo que muchos señalaron alguna vez, él nunca lo amó por su poder, lo amaba por quién era debajo de ese absurdo infinito.

—Satoru —lo llamó con amabilidad. El alfa levantó la cabeza, sosteniendo la manta junto a su pecho, podía ver las lágrimas acumulándose en sus ojos. El viento sopló, Nanami peleó por poner un mechón de su pelo rebelde detrás de su oreja, entonces sonrió, acomodando al bebe entre sus brazos—. Llegas tarde.

El alfa abrió y cerró la boca como si lo que acababa de escuchar fuera la cosa inverosímil del universo. Su mirada se desvió a la manta del bebé y luego a Nanami unas cuantas veces, hasta que se empezó a reír.

—Me doy cuenta, amor —dijo al final, con una enorme sonrisa en el rostro mientras corría hacia su esposo, arrojando su bolsa a un lado en el trayecto.

Nanami intentó detenerlo, pero el alfa lo atrapó y lo levantó en el aire, haciéndolos girar a los tres. Se quejó, preocupado por la reacción de su hijo, sin embargo él dormía plácidamente entre sus brazos, ajeno al reencuentro romántico de sus padres.

—¿Qué nombre elegiste? —preguntó el alfa, acariciando la mejilla de su bebé con un dedo. Nanami lo miró con atención, tratando de asegurarse de que el hombre frente a sí era real.

—Aki —dijo mirando a su hijo—. Quería que eligieras el nombre, pero llevó meses llamándolo Aki.

—¿Cómo en otoño?

—Como en amanecer —Nanami sonrió—. Ya sabes, por los nuevos comienzos.

Gojo sonrió y besó la frente de su esposo.

—Es perfecto, Kento.

Sí. Ahora todo estaba perfecto.


Nota Final:

秋 - Aki: Otoño

暁 - Aki: Amanecer

El último capítulo de jjk me golpeo muy fuerte. No dejaba de pensar en Nanami bailando en la playa, al mismo tiempo que trataba de escribir el capítulo 15 de Sugar Wine, ambas cosas se fusionaron en mi cabeza y derrepete tenía a omega nanami esperando a Gojo, mientras veía al mar. Entonces llegó Aki y la historia se convirtió en este fic.

Esa escena en la que Nanami le dice que volverá a la hechicería, después del sexo, originalmente la imagine para SW pero al final no pasó el filtro, como no pude dejar de pensar en eso, la agregue aquí. Creo que quedó bien.

En fin, eso es todo por ahora, gracias por leer