So it goes...
Te conocí en la oscuridad… Hago tus días grises más claros. Sé que lo sabes, podemos sentirlo, es inevitable.
Nos rompemos un poco, pero, cuando me tienes a solas, es tan sencillo…
Es inevitable.
Ambos creen haberlo perdido todo, ahora viven rodeados de la oscuridad del pasado. Una noche, el destino juega a su favor haciendo que se encuentren por lo que parece ser casualidad, y la atracción entre ellos es inevitable. Ahora, si quieren salir de la jaula en la que viven, deben aprender a perder el control... ¿Lo lograrán?
Crossover 50Shades & Twilight.
La historia se ubica 5 años después de Luna Nueva, y la semana en la que Anastasia abandona a Christian. (Final libro 1)
Es decir, está ubicado alrededor del año 2011, pero, honestamente ya me acostumbre a la tecnología de la actualidad y por más que quiera viajar al pasado, es muy probable que se me filtren algunas cosas que tenemos en este momento. Por lo que, para fines prácticos de la historia, fingiremos que viajamos en el tiempo al pasado con las historias, pero con las comodidades de ahorita.
De todas maneras, si tienen dudas, no duden en preguntarme, trataré de aclararlas.
Por cierto, esto contiene mucho LEMMON. También tiene temas relacionados al BDSM, por favor si vas a leerlo, QUE SEA BAJO TU RESPONSABILIDAD.
También debo aclarar que no tengo mucha experiencia en el tema BDSM, por lo que haré investigaciones, pero si algo está mal me pueden corregir si saben del tema.
Disclaimer, ya se la saben… Twilight y sus personajes pertenecen a Stephanie Meyer. La serie de 50 Shades y sus personajes son de E.L. James. Yo juego con los personajes y los hechos. Si ven algo que sea reconocido, no es mío.
Está inspirado principalmente en la canción So it goes, de Taylor Swift, entre otras que me vayan ayudando a escribir la historia.
Isabella POV
.
.
.
.
—¿A dónde vamos? —pregunto. Siento sobre mi espalda las miradas atentas de algunas personas que continúan en el bar. Christian camina a mi lado, su mano entrelazada a la mía con fuerza, nos dirige a la salida.
—Te quedaste —dice, puedo escuchar la sonrisa en su voz.
—Sí, —suspiro. —Al menos este fin de semana, seré tuya.
Muerdo mi lengua. Maldita sea yo y mi bocota.
Una ola de pánico recorre mi cuerpo, no lo dije con esa intención, pero sé lo que esas palabras pueden significar. La última vez que le dije eso a alguien, me perdí, perdí el control de mi propia vida, me perdí a mi misma y por si fuera poco, terminé en el hospital al borde de la muerte… un par de veces. ¿No me bastó? ¿No he aprendido la lección? ¿Tenía que volver a decirlo?
Christian se detiene a la mitad del pasillo a las afueras del bar del hotel. Su cuerpo se gira, me enfrenta. Sus labios están estirados en una sonrisa, sus ojos grises me observan, brillantes como dos estrellas, está satisfecho con la decisión que he tomado. Yo estoy satisfecha con la idea de complacerlo.
—Un fin de semana, solos, tú y yo —su mano se levanta, sus dedos rozan mi mejilla. Su vos es un ronroneo al que mi cuerpo responde sin querer. —Te tendré un fin de semana solo para mí.
Maldición. Mis piernas tiemblan. Juro que si continua hablándome así, podría considerar quedarme toda la vida con él si me lo pidiera.
—¿Qué haré contigo, Isabella? —suspira. —Hay tantas posibilidades.
Exhalo con fuerza.
El arrepentimiento por mis anteriores palabras se desvanece, ahora sé que la primera vez no fue suficiente porque no puedo dejar de pensar en todas las cosas que Christian Grey puede hacer conmigo en este fin de semana. Ahora siento una estúpida necesidad de él, que me consume, y estoy dispuesta a ir al maldito infierno y arder en él solo por tenerlo.
Una epifanía me golpea.
Escuché esas palabras ser pronunciadas por alguien de mi pasado. O al menos unas palabras con un significado similar que, en aquel entonces, pasó desapercibido para mí.
"¿No lo has notado? Estoy rompiendo todas las reglas en este momento. Decidí que, si de todas maneras me iré al infierno, quizás deba hacerlo bien"
Me reí cuando lo dijo. Creí que se refería a algo más banal, las ideas y los pensamientos crueles de los adolescentes en aquella época, creí que lo dijo porque su mundo y el mío no eran compatibles y ambos lo sabíamos, o tal vez porque era su manera de romper las reglas que él mismo se había puesto respecto a mí.
No lo había comprendido. No comprendía cuanto debes desear a alguien para que estés dispuesto a ir al infierno por esa persona.
—¿Isabella?
Hoy lo comprendí.
—¿Isabella? —su voz grave me regresa a la realidad.
Sus ojos me analizan, buscan en mi rostro alguna señal que diga lo que está mal conmigo. Pero su expresión es expectante ¿me ha preguntado algo?
—Lo lamento —parpadeo buscando obtener un poco de concentración. —¿Qué decías?
—¿Hay algo que necesites? —sus cejas se juntan. Está irritado no le gusta repetir lo que ha dicho. —Sé que tú idea original era volver hoy, y no creo que estés preparada para unas vacaciones improvisadas.
Pienso por unos segundos. Tiene razón, si todo me hubiese salido de acuerdo al plan original, en estos momentos yo estaría en un vuelo de regreso a Seattle, pero, ¿Cuándo el destino sigue mis instrucciones? Usualmente las cosas no salen a mi manera.
—¿Cuánto tiempo nos quedaremos? —pregunto.
—Estaba pensando en quedarnos únicamente el fin de semana —sus ojos se entrecierran, analiza la situación en su mente. —Ambos debemos estar en nuestras oficinas el lunes a primera hora.
En silencio, asiento con mi cabeza. La idea de pasar un fin de semana en Nueva York no es mala, la idea de pasar un fin de semana al lado de Christian tampoco me desagrada, incluso estoy segura que, si pudiera, le pediría quedarnos por más tiempo. Pero, él tiene razón, hay un mundo real que espera por nosotros.
—Creo que puedo sobrevivir con lo que traje —aclaro mi garganta que se ha puesto seca de repente. —Pero…
—En realidad… —aclaro mi garganta, —creo que tengo todo lo necesario, pero si hay algunas cosas que podría buscar y…
—Dímelo —ordena, interrumpiéndome. —Dime lo que necesitas, puedo dártelo. Puedo darte cualquier cosa.
La seguridad en su voz, la certeza en sus ojos, la manera tan suelta en la que pronuncia esas palabras. Un sentimiento de seguridad se instala en mí.
Maldita sea. Este hombre será mi perdición.
—Es solo... —chasqueo la lengua, —me gustaría comprar otro cambio de ropa. En realidad tengo únicamente el que se supone que usaría hoy y no creo que sea muy cómodo para usarlo.
—¿Ese es el problema? —levanta una ceja. Asiento tímida. —En ese caso…
De repente, me veo atrapada entre su cuerpo y la pared de algún pasillo. Sus manos sujetan mi cadera con firmeza, mis manos están de alguna manera sobre sus hombros, su aliento choca con él mío, sus ojos brillan y recorren mi cuerpo de arriba a abajo.
—Se me ocurren varias actividades en las que no necesitas tener ropa puesta, Isabella.
Es inevitable la sensación de calor que me inunda, la anticipación y el deseo corren por mis venas quemándome en el proceso. Muerdo mi labio, siento la sangre haciendo un esfuerzo por acumularse en mis mejillas mientras yo hago un esfuerzo por evitar que mi reacción sea notoria.
Fallo miserablemente, por supuesto.
—Eso es —pongo mis ojos sobre los suyos, —muy tentador.
Christian suelta una risa por lo bajo, su cabeza se sacude con diversión. Su mano recorre mi espalda, luego mi hombro y finalmente se desliza por mi brazo, bajando lentamente hasta llegar a mi mano, sus dedos acarician el dorso antes de entrelazarlos con los míos. Esos pequeños toques me hacen sentir cálida Es una calidez a la que no estoy acostumbrada, una sensación que no he sentido en años, y aunque no quiero admitirlo ni en mis propios pensamientos, puedo acostumbrarme a sentirme cálida.
Maldición, quiero acostumbrarme a estar cálida.
—Vamos —murmura. Con mi mano sujeta a la suya, nos coloca de nuevo por los pasillos, atravesándolos hasta llegar a la recepción del hotel. Ahí, Christian se acerca y deja un par de indicaciones a la mujer detrás del escritorio. La mujer sonríe y acepta todo lo que él dice.
—Gracias.
—Que disfruten su tarde —el tono amable de la recepcionista se escucha a nuestras espaldas mientras caminamos a través del lobby en dirección a las puertas de cristal que nos dividen de las calles de la gran ciudad.
—¿Te molesta caminar un poco? —pregunta Christian cuando salimos a la calle. Sus ojos señalan mis zapatos.
Hace un tiempo, esa pregunta hubiera causado que mis labios se abrieran sin filtro alguno sobre mil razones por las cuales odiaba cualquier tipo de zapatos que no fueran mis converse, zapatillas deportivas o algo que me resultara cómodo. Pero, llegó mi época de la universidad seguida de esa época en la que me vi obligada a mostrar una mejor imagen de mi misma, y, con el constante uso, la dedicación a practicar y con el pasar de los años, usar zapatillas o zapatos con algún tacón o plataforma alta ya no me molesta.
—No, no realmente —respondo honesta. —¿A dónde iremos?
Los zapatos, aunque eran nuevos por la mañana cuando Taylor me los entregó, a estas horas del día, después de caminar por varia calles, pasear por Central Park y andar de un lado a otro, ya han tomado la forma de mi pie haciéndose tolerables y casi cómodos.
Sí, como no.
Los tacones ya no son una molestia, pero no soy mi cosa favorita en este jodido mundo.
—¿Tienes hambre? —levanta una ceja. —Si no te molesta caminar un poco, podemos ir a comer, sé de un buen lugar a unas pocas calles de aquí.
—Bien —sonrío. Realmente, no tengo mucha hambre, pero accedo pensando en que quizás es la única oportunidad que tenga para comer algo en el resto del día.
Christian sonríe satisfecho. Aun con mi mano en la suya, me guía por las calles de la ciudad, yo me mantengo a su lado, flotando, dejándome guiar por él. La conversación que se desarrolla en el camino es sobre él contándome algunas anécdotas de sus viajes a la gran ciudad.
No puedo borrar la estúpida sonrisa de mi cara.
El restaurante que ha elegido es uno de comida francesa llamado "La Grande Boucherie". Para mí, es perfecto, la construcción encaja con el estilo rustico y citadino de las calles de la gran ciudad, además que su estilo minimalista acompañado de las plantas que decoran el interior, le da un toque de vida. Su servicio es algo notable, desde que llegamos a la puerta, fuimos recibidos con elegancia y cortesía, además que en segundos nos encontramos acomodados en una mesa.
¿O quizás toda esa atención se deba al efecto Christian Grey?
Lo noté en el bar del hotel, en la recepción también, en el aeropuerto, en ese restaurante en Seattle, y por supuesto que lo noté en el Lounge esa noche que lo conocí.
Si Christian aparece, todo se mueve a su alrededor, todos se apresuran para atenderlo, a complacerlo. Todo se hace de la manera y en el segundo en que él lo ordena.
—Tendremos cada uno un filete strip loin, término medio, está bien el acompañamiento que traiga y por favor tráigame una botella de Morey-St-Denys.
El camarero parpadea un par de veces, sorprendido por la frescura y la seguridad con que Christian le habla.
—Por favor —añado. Eso parece hacer reaccionar al pobre hombre que sigue de pie junto a nosotros.
—Por supuesto —asiente y desaparece.
—¿Ya has probado la comida francesa? —Christian centra su atención en mí. Ahora es mi turno de parpadear.
—No en Francia —me atraganto. Christian eleva las comisuras de sus labios.
—¿Puedo preguntar algo? —cambia de tema.
—Ya lo hiciste —me burlo. Él entrecierra los ojos. —Bien, ¿Qué quieres saber?
—¿Por qué decidiste quedarte conmigo?
—¿Por qué no lo haría? —junto mis cejas.
—Esa es una pregunta capciosa —me acusa.
—También la tuya —me defiendo.
Christian me mira fijamente. Sus ojos grises ahora están oscuros y perdidos, como si estuviera librando una batalla en su interior, sus ojos parecen estar gritándome todo lo que su boca no puede decirme. Está desesperado, puedo verlo. Hay algo que quiere –necesita- decirme, pero no puede y eso lo está atormentando. Y es jodido porque, yo no puedo leerlo, no sé cómo hacerlo, no puedo comprender lo que está tratando de decirme.
Mierda, mierda y más mierda.
Para nuestra suerte el camarero se acerca de nuevo a nosotros, se coloca al lado de nuestra mesa y por la esquina de mis ojos veo que en sus manos trae el vino que hemos pedido. Chillidos provenientes del cocho de la botella y jadeos ahogados del hombre haciendo un enorme esfuerzo por abrir la botella es todo lo que se escucha y yo estoy a nada de soltar una carcajada por las muecas que Christian está haciendo en respuesta a cada sonido.
—Yo lo hago —gruñe. El camarero deposita temblorosamente la botella en la mesa y sale casi corriendo. Christian la toma en sus manos, da un par de giros al sacacorchos y el usual "pop" se escucha anunciando que la botella ha sido abierta con éxito. Sus manos se mueven, sirve el líquido al interior de nuestras copas.
—Entonces… —titubeo. Christian pone sus ojos sobre mí, una de sus cejas se levanta, incitándome en silencio a que continúe hablando. —Mencionaste que tenías cosas importantes que hacer aquí en la ciudad.
—Sí, eso dije —suspira. No suena feliz, no se ve feliz. Mierda ¿no había un tema mejor?
—Te estoy interrumpiendo —hablo. No es una pregunta, solo afirmo lo que ya sé. Elliot también lo dijo. —Maldición, no deberías estar aquí conmigo, si no en las reuniones y…
—No interrumpes nada —me mira gélidamente. —Los cancelé cuando estaba camino al hotel.
—¿Por qué?
—Porque, Isabella, decidiste que huir de mí y obligarme a buscarte por toda la maldita ciudad era más divertido —reprende. Su voz dura tensa mis músculos.
—¡Christian! —me quejo. El levanta las cejas por mi arrebato, sus ojos flamean retándome a que niegue sus palabras. —Eran cosas importantes que debías hacer. No tenías que cancelarlas por buscarme, yo estaba bien.
—Eso tú lo sabías, no yo, Isabella —resopla. Su rostro hace evidente su estado de ánimo, está encabronado. —Además, ya lo cancelé, ya está hecho.
—Jodida ventaja de ser el jefe.
—Sí, ventajas de ser el jefe —acepta. Muerdo mi lengua estúpida e imprudente. —Aun así, no me obligues a hacerlo de nuevo, Isabella.
Lo miro.
—¿Entendiste? —Christian me da una mirada fría.
—Sí —digo al instante.
—No huyas —sus ojos se suavizan. —Si quieres hacerlo, dímelo y nos iremos juntos, pero, por favor no huyas de mí.
De nuevo el fuego se enciende en mí, esa calidez que brota de la nada pero que se acumula al interior de mi pecho. Un torrente de emociones corre por mis venas tocando cada rincón de mi cuerpo, seguridad, aceptación, preocupación, deseo, amor. La respiración se escapa de mis pulmones, mi cuerpo comienza a temblar.
Carajo, estoy entrando en pánico. Es inevitable.
Ha pasado tiempo desde la última vez que me permití sentir, que dejé que esos sentimientos fluyeran libres a través de mí. He pasado años lidiando con mis emociones y mis propios pensamientos en la oscuridad, pero es la única manera que conozco de sentirme segura, encerrándome en mí misma. Algunos llaman a eso huir. Angela y Charlie, por ejemplo. Pero, Christian no sabe eso, no sabe cómo me vi obligada a abrazar la soledad.
Lo tengo aquí, frente a mí, mirándome expectante a una respuesta, me causa más pánico. Quiero decirle que con esas palabras me ha atrapado, que me tiene de nuevo derritiéndome por él, pero que eso no es suficiente para evitar que me aleje. Sé que seguiré huyendo, pero, esta vez me aseguraré que alguien sepa dónde estoy, al menos para que él pueda averiguarlo.
, esa calidez que me causa pánico y que me alerta que algo pasa en mi interior, algo provocado por Christian. Las palabras que recién ha dicho son suficientes para tenerme derritiéndome por él
El camarero vuelve a nuestra mesa, esta vez con nuestros platillos en sus manos. Mis ojos siguen el plato, de repente me siento hambreada.
—Come —su voz dura pero tranquila me ordena en voz baja. Yo lo obedezco, tomo el tenedor y el cuchillo y empiezo a cortar el filete llevando un trozo a mi boca. Es suave, jugoso y perfectamente cocinado.
—Sabe delicioso —sonrío tímida. El me sonríe llevándose un bocado de carne a la boca. Lo imito.
—Cuéntame sobre ti —dice. Sus ojos grises están de nuevo sobre mí.
—Dijiste que me habías investigado —acuso divertida. —¿No tienes un informe que dice cada detalle de mi vida?
Chasquea la lengua.
—Lo tengo —asiente. —Pero es algo… confuso. Quiero que tú me lo digas, que me lo cuentes todo.
Trago forzadamente. Mi mano se levanta atrayendo la copa de vino a mis labios. Necesitaré más cantidad de alcohol para lidiar con esto.
—Sabes que mis padres estás divorciados y que ambos han hecho su vida de nuevo —digo insegura. —De pequeña pasaba los veranos con mi padre hasta que me mudé con él. Cursé la secundaria, me gradué y con Angela nos mudamos aquí.
—¿Por qué decidiste estudiar periodismo y literatura?
—Desde pequeña he sido torpe —suelto. Christian me mira, escéptico a mis palabras. —Mi madre me obligaba a tomar clases de gimnasia y ballet, pero, mi coordinación y mi equilibrio eran pésimos y terminé asistiendo más regularmente al hospital que a esas clases.
—Así que elegiste una actividad donde era poco probable que te lastimaras —trata de adivinar.
—Solía sentarme sobre un montón de frazadas y cojines en la esquina de mi habitación leyendo primero mis libros escolares, luego cuentos que sacaba de la biblioteca de mi escuela y al final me enamoré de los libros.
—¿Austen?
—Si—suspiro, mi cabeza se sacude afirmando sus palabras. —Jane Austen hizo que la literatura se volviera una pasión. Aunque, si debo decirlo, mi libro favorito es Cumbres borrascosas.
Christian levanta ambas cejas. ¿Está sorprendido? Me encojo de hombros.
—¿Por qué no elegir únicamente literatura inglesa?
—Eso sería muy cliché de mi parte —rio. Las comisuras de sus labios se elevan ligeramente. —En Forks, Angela era parte del periódico escolar, y… —muerdo mi lengua, necesito cuidar mis palabras. —Usualmente me rogaba para que yo redactara o revisara las publicaciones, ella me acosó hasta que acepte ser parte del equipo.
—¿Ella que estudió?
—Mercadología y relaciones públicas —me remuevo incomoda. Las cejas de Christian se unen frunciendo su ceño. —No tengo idea de porque eligió eso, pero le gusta y lo disfruta.
Ambos reímos.
—Dígame, Señor Grey, ¿Cuál fue su motivación para volverse un magnate de los negocios? —uso mi mejor tono de voz profesional para hacerle esa pregunta. Christian da un sorbo a su copa de vino antes de responder.
—Estudie Ciencias Políticas y Economía en la universidad de Harvard —responde casual.
¿Me sorprende esa información? Realmente no, por supuesto que él podría estudiar en una de las mejores universidades del país. Le doy una señal para que continúe, sin despegar mis ojos de él, doy un sorbo a mi copa de vino.
—Solo duré un par de años, y decidí dejarlo, mis padres, por supuesto no fueron tan comprensivos con el tema —continua contando. —Pero, Elena, una amiga mía, en ese entonces era algo así como una esposa trofeo y decidió invertir en mí, me prestó cien mil dólares para fundar mi empresa y ahora eso es lo que gano por hora.
Me atraganto con el líquido en el interior de mi boca.
—¿Disculpa? —jadeo. Él continúa cortando su filete, aparentemente ajeno a mi estupefacción. —Puedo…¿Puedo tener al menos una vaga idea de cuánto hay en tu cuenta bancaria?
Lo piensa. Mierda, ¿de verdad necesita pensarlo? ¿Calcularlo?
—Mínimo hay 2.5 billones de dólares —se encoje de hombros. Mi mandíbula cae.
—Mierda —me ahogo. —¡Eso es mucho dinero!
—Termina de comer, Isabella —me indica. Su expresión es una emoción que no sé identificar. —Aún tenemos muchas cosas que hacer.
Sin sentirme con el valor suficiente de decir o hacer algo diferente a lo que me ha ordenado, lo obedezco en silencio. Ambos terminamos de comer murmurando alguna que otra palabra. Christian se encarga de todos los protocolos para sacarnos del restaurante y toma de nuevo mi mano. Sus dedos se entrelazan fuertemente a los míos mientras tira de mí en dirección a las calles de Nueva York.
Nuestros pasos nos deslizan por la calle amplia por la que vamos. Las personas pasan a nuestro lado, inmersas en su mundo, los autos van y se detienen a lo largo de la calle. El estilo elegante y llamativo de la gran ciudad se roba mi atención, esos edificios modernos mezclados con edificios clásicos me hipnotizan.
—¿A dónde vamos? —pregunto. Sé que hemos pasado al costado del hotel, pero no hemos entrado, al contrario, seguimos caminando alejándonos de la enorme construcción.
Según un letrero que vi atrás, la calle por la que caminamos se llama "Madison Ave." La calle parece como las demás, excepto por las llamativas tiendas que han aparecido simultáneamente en el borde- Aún no tengo claro de que es lo que haremos.
—Vamos a descubrir cuanto es el límite de mi tarjeta —dice casual. La realización llega a mí, al fin comprendo que es lo que vamos a hacer. Mis piernas se frenan en seco, eso llama la atención de Christian. —¿Qué sucede?
—¿Vamos de compras? —pregunto inquieta. Él asiente. Por algunos segundos me debato sobre decirle o no la verdad, él me mira con curiosidad. —Yo… Christian, yo no soy la mejor compañía para eso.
Sus ojos se entrecierran, sus cejas se juntan.
—No me gusta ir de compras —confieso. De nuevo el sonrojo amenaza mi piel.
Christian cambia su expresión a una de sorpresa, seguida de incredulidad. Sus ojos analizan mi rostro, algo llama su atención y hace que su estado de ánimo cambie. Sacude su cabeza, sus labios están ligeramente elevados en una sonrisa.
—Nunca has ido de compras conmigo —vuelve a tirar de mi mano, mis piernas obedecen la orden silenciosa de seguir caminando.
—Eso es cierto.
—Dame una oportunidad —pide. ¿Christian Grey, el empresario multimillonario está rogándome? ¿A mí? —Por favor.
—Señor Grey —canturreo juguetonamente. Es inevitable que me burle. —¿Estás diciendo que crees poder cambiar mi aversión a las compras?
—Voy a hacerlo —asegura firmemente. —Sé que comprar conmigo es mucho más divertido. Te gustará.
—¿Cuándo fue la última vez que saliste de compras?
—Dos semanas antes de conocerte —responde casual.
—¿En Seattle? —pregunto.
—Houston, Texas
—¿Y qué fue lo que compraste? —entrecierro los ojos.
—Una aerolínea
Mis ojos se abren al máximo que mis parpados permiten. ¿Qué? ¿Una aerolínea? ¿Compró una maldita aerolínea? ¡Una aerolínea! Christian me ofrece una sonrisa presumida.
—Aquí —se detiene frente a una tienda. —Vamos a conseguirte lo necesario para que te quedes conmigo.
—Es solo un fin de semana —rio.
—Ya veremos. —Christian abre la puerta de lo que parece ser una tienda y me sigue al interior. Ambos exploramos el inicio de la tienda, viendo las prendas y los accesorios colocados cuidadosamente en los estantes.
—Parece un buen lugar para comenzar —dice, optimista. Muevo mi cabeza nerviosamente. La idea de las compras aun no me agrada en su totalidad.
Una mujer rubia se acerca a nosotros, su cabello está perfectamente arreglado, su ropa es un uniforme que complementa el diseño de la tienda.
—Bienvenidos —nos sonríe cortés. —¿Puedo ofrecerles mi ayuda?
—Hola —le sonrió, trato de ser amable.
—Buen día —Christian da un asentimiento, es frio pero cortés. —¿Podría hablar con la persona encargada?
El rostro de la mujer se contrae por unos segundos antes de recobrar su compostura. Ahora está preocupada, ¿Ya ha tenido problemas con los clientes?
—Por supuesto —la sonrisa de la mujer ahora es fingida y forzada. —Deme un momento… ¿señor?
—Grey —dice él con simpleza. La mujer asiente y corre al fondo de la tienda.
—¿Era necesario ponerla así de nerviosa? —le pregunto.
Christian aprieta mi mano, supongo que no quiere que cuestione sus métodos. Resignada, me muevo acompañándolo a seguir con el análisis de la ropa que hay en los exhibidores, ambos mantenemos una conversación casual mientras esperamos a la pobre mujer que mi acompañante ha asustado.
—Disculpe ¿Señor Grey? —la voz de un hombre llama nuestra atención.
—¿Sí? —Christian lo analiza con la mirada. Es de estatura media, de piel morena y rasgos profundos, además que su edad parece la suficiente como para merecer el puesto.
—Mucho gusto —le extiende una mano. —Soy el Sr. Thompson, el gerente de la tienda.
—Es un placer, soy Christian Grey —mi acompañante estrecha su mano. —Esperaba que pudiera ayudarnos, señor Thompson, si es tan amable.
—Por supuesto, señor —el hombre salta. —Sería un honor ayudarle a usted y a su esposa.
Christian y yo jadeamos casi en silencio. Casi.
—Di-disculpe, pero yo no, yo… —comienzo a hablar, las palabras se enredan en mi boca.
—Verá Sr. Thompson, mi esposa y yo estamos aquí para celebrar nuestro aniversario —la mano de Christian rodea mi cintura con firmeza, me atrae a su cuerpo mientras habla. —Ya sabe, queremos hacerlo especial.
Mierda.
Es inevitable que el sonrojo asalte mi rostro. Christian dijo que soy su esposa, ahora el gerente de la tienda cree que lo soy, ¿la vendedora también lo creyó? La idea de que me consideren digna de ser la esposa de Christian me ruboriza, pero me resulta atractiva.
¿Yo pensé eso? ¿Matrimonio y mi nombre en una misma frase? Me estremezco.
—Ella es muy especial para mí —Christian desvía su atención del hombre, la coloca sobre mí durante algunos segundos, —y quisiera regalarle algo especial. Ya sabe, gastar todo mi dinero en mi mujer. Se lo merece, ¿no cree?
El sonrojo en mi piel aumenta. Maldita sea, contrólate Isabella.
—¡Claro señor! Lo entiendo perfectamente —el hombre asiente, emocionado con la idea de que gastemos dinero en su tienda. —¿Algo en especial, señor?
—Usted es el experto, Sr. Thompson —Christian lo mira, una de sus cejas se eleva. —¿Tiene algo aquí tan hermoso y perfecto como ella?
—Sí, algo así —el hombre moreno asiente. Christian se aclara la garganta y yo lo miro con la boca abierta. —¡Oh discúlpeme! Quiero decir, tenemos demasiadas cosas aquí que estoy seguro que si ella las sabe lucir, se le verán estupendas.
—¿Disculpe? —pregunto mirándole, recelosa. Christian tampoco está feliz con las palabras del hombre.
—Sr. Thompson —Christian hace una mueca al pronunciar el nombre. —Puedo asegurarle que la ropa de su tienda lucirá maravillosamente en mi esposa. ¿Quiere saber cómo lo sé? —se mofa con la voz llena de ironía, el gerente ahora se ha convertido en un manojo de nervios. —Lo sé porque, aquí, gastaremos una cantidad obscena de dinero.
—¿No hay una escena de alguna película que dice algo similar? —alguien comenta a nuestras espaldas.
—¡Si! —chilla una mujer, su voz delata su emoción. —Es esa película de Julia Roberts
Giro mi rostro a buscarla. El resto de sus compañeros y compañeras están del otro lado del espacio de la tienda, atentos a la conversación que mantenemos con su jefe. Puedo notar la curiosidad en sus expresiones.
Sonrió en mi interior por escuchar de nuevo la referencia que ha rondado mi mente.
—¿La del millonario que se enamora de la prostituta? —otro de los vendedores pregunta. Recibe una gran de sonidos de aceptación de parte de sus compañeros.
—¿Creen que sea más millonario que el protagonista? —alguien más pregunta.
—No lo sé —responde otro. —Pero sin duda es más guapo que el protagonista, ¿Cuál era su nombre?
—Edward Lewis —una ronda de suspiros se escucha.
Christian tiene el ceño fruncido. No tengo que adivinar que él no entiende de lo que ellos hablan, pero yo si lo hago. Hasta cierto punto es cómico que todos nos comparen con esa película.
—¿Creen que su esposa también haya sido prostituta? —una voz pregunta tratando de pasar desapercibida. Pero falla.
Christian gira su cuello tan rápido que casi puedo jurar que se escuchó el crujido de sus huesos. Lanza miradas amenazantes a los vendedores, ellos al notarlo, guardan silencio en cuanto notan los ojos de grises amenazadores sobre ellos.
Personalmente, no tengo nada en contra de quienes ejerzan esa profesión sé que hay miles de razones que los y las llevan a ese trabajo, y tampoco creo que tengan que ser una causa de que juzguen su vida. Pero, ¿Por qué mierda hoy todos han pensado eso de mí? ¡Carajo! Hasta yo lo pensé.
¿Debería hacer una encuesta?
—Mis disculpas, señor —el gerente salta, preocupado y arrepentido del comportamiento de sus empleados y de él mismo. —Max no ha almorzado y creo que la glucosa en su sangre no es suficiente para endulzar sus palabras.
Embozo una sonrisa. El gerente tiene su dura mirada puesta sobre el joven que menciono las palabras, el pobre joven tiene una mirada de miedo y vergüenza escrita en su rostro.
—Señor Grey —el hombre moreno regresa su atención a nosotros. —Si nos da la oportunidad, puedo asegurarle que haremos todo lo que está a nuestro alcance para encontrarle algo que sea digno de la señora Grey.
Christian de nuevo luce satisfecho con las palabras del gerente de la tienda.
—Muy bien.
—Y si me disculpa el atrevimiento, Sr. Grey —el hombre se inclina hacia Christian, él eleva una de sus cejas y se aleja un poco. —Usted, señor, es más guapo que Edward Lewis.
No puedo estar más de acuerdo en eso.
—Le diré algo, señor Thompson —Christian le hace una señal para que se acerque a él aun más. El hombre inmediatamente obedece. —Le agradezco el cumplido, y aunque mi nombre no es Edward…
—Gracias al cielo—es inevitable que esas palabras salgan de mi boca. Christian me da una mirada fugaz. Muerdo mi lengua para silenciarme.
—Le aseguro, Señor Thompson, que yo soy igual o incluso más millonario que ese tal Edward Lewis.—Christian sonríe orgulloso. Toda la tienda ahoga jadeos y gemidos de asombro.
—Por supuesto, señor —el hombre asiente frenético. —No lo dudaría.
—Además —chasquea la lengua y toma mi mano, — a mi esposa y a mí nos encanta gastar nuestro dinero y nos encanta que cuando lo hacemos, la gente esté a nuestro servicio, ya sabe, lambisconería.
—Señor, Señora Grey —el hombre cuadra los hombros, levanta la cabeza, sus manos acomodan la solapa de su elegante traje. —Puedo asegurarles que están en el lugar correcto.
—Muy bien damas y caballeros —el gerente se gira, da una par de palmadas para llamar la atención de su personal. —¡A trabajar!
Segundos después, una ola de empleados llega hasta nosotros. La mujer rubia, la primera que nos recibió cuando llegamos a la tienda, rodea mi cintura con su mano y me arrastra junto a ella. La mano de Christian suelta la mía y una sensación abrumadora me asalta. Él dijo que sería divertido, él dijo que sería algo que haríamos juntos y ahora tengo miedo de hacerlo sin é. Christian solo guiña un ojo en mi dirección.
Las personas a mi alrededor parlotean sobre colores, estilos, diseños, telas y más cosas que mi cerebro no alcanza a registrar. Todos se mantienen rodeándome mientras la rubia me arrastra a un sofá, mis piernas chocan contra el mueble, mi cuerpo cae en la tela esponjosa y pomposa.
—Señora Grey —la mujer rubia me dice, deposita un libro enorme y muy pesado en mis piernas. Es un catálogo. —Puede elegir cualquier diseño, si lo desea, puede cambiar el color o los estampados. Nosotros lo arreglaremos a su gusto.
—Yo… —no puedo terminar de hablar. Hombres y mujeres extienden a frente a mis ojos una gran cantidad de prendas. Siento que colocan sobre mi cabeza algunos sombreros y tocados para el cabello. A mis pies colocan una gran variedad de zapatos de distintos tipos.
—Este color se le vería asombroso, señora —alguien comenta.
—Ese estilo se vería maravilloso con su silueta.
—¿Le gustaría accesorios que combinaran?
—¿Prefiere piel o tela? ¿Algodón? ¿Licra? ¿Poliéster? ¿Círculos? ¿Líneas? ¿Rectos? ¿Acampanados? ¿Blanco? ¿Negro? ¿Sus tonos son cálidos o fríos?
Flashes aparecen en mi mente. Recuerdos de esa mujer de baja estatura que revolotea a mí alrededor mientras suelta palabras y preguntas sobre telas, colores, diseños y miles de cosas más. Recuerdos de las eternas horas en el centro comercial me golpean con fuerza. El aire se escapa de mis pulmones, mi corazón late con fuerza al interior de mis oídos, estoy a nada de derrumbarme.
—¿Cariño? —a lo lejos, escucho una voz gruesa. Quiero creer que me habla a mí. —¿Isabella?
Ese es mi nombre, alguien dice mi nombre.
—Isabella —escucho de nuevo. Obligo a mis ojos a moverse, hago un esfuerzo por detener la oscuridad abismal que está intentando absorberme. Quiero concentrarme en la persona que dice mi nombre.
—Isabella, cariño —la voz sigue llamándome. Conozco esa voz, es Christian.
Mis ojos por fin lo encuentran, está de cuclillas frente a mí, sus manos sacuden mis piernas fingiendo un apretón reconfortante, pero sé que sus intenciones reales son regresarme a la realidad. Mis ojos encuentran su rostro, su frente arrugada y sus cejas levantadas en un gesto de preocupación, sus labios están elevados en un intento de sonrisa.
—¿Si? —pregunto. Patética.
—¿Puedo? —me pregunta, señala algo en mi regazo. Mis ojos bajan, veo que el catalogo sigue en mi regazo. Muevo mi cabeza afirmativamente. —¿Por qué no comenzamos buscándole algo más cómodo para un día de compras? El vestido que lleva es precioso, sin duda, pero no creo que sea lo correcto para la ocasión.
—Por supuesto, señor —el gerente asiente. Escucho que dice un par de indicaciones y todas las personas que antes me rodeaban, se dispersan en segundos. Supongo que acatando las órdenes que recibieron. Mis ojos siguen puestos en el hombre a mis pies.
—Elegiré algunas cosas similares a las que he visto que usas —Christian ojea la revista en sus manos, sus movimientos ahora lucen relajados. —Puedes elegir lo que te gusta y lo que no. De ahí comenzaremos.
Respiro. Su idea es buena.
—Gracias —sonrió levemente. Acaba de liberar mis hombros de un gran peso.
—Señora Grey —la mujer rubia se acerca de nuevo a mí. —Tengo algunas prendas que me gustaría que se probara, si está de acuerdo.
Christian aprieta mi rodilla antes de ponerse de pie. En silencio, mueve su cabeza para me levante y acompañe a la rubia.
—Está bien —acepto. Me levanto del sofá, permito que la mujer me conduzca hasta una habitación más pequeña.
—Colocamos en perchas los conjuntos que seleccionamos —su mano señala la ropa. —Esa es nuestra sugerencia, pero puede hacer los cambios que desee.
Puedo hacer esto, puedo hacerlo. Carajo, tengo que hacerlo.
—Bien —acepto. Mis labios fuerzan una sonrisa.
—Puede salir y verse en el espejo que tenemos de este lado —su cabeza señala el área donde se encuentra Christian. —Si tiene alguna duda o necesita algo solo avíseme, estaré esperando aquí.
—Claro… —la miro. Me doy cuenta que no sé su nombre, no sé cómo llamarla.
—Alana —sonríe amable. —Mi nombre es Alana.
Me obligo a sonreírle de regreso a pesar que ninguna palabra sale de mi boca. Ella me señala la entrada al vestidor y yo me limito a entrar en silencio en él, la puerta se cierra detrás de mí, el sonido me avisa que tengo algunos minutos de privacidad.
—Maldita sea —jadeo. —Mierda, mierda, ¡mierda!
Mis ojos se pasean por todos los conjuntos colocados en las perchas, están perfectamente armadas las combinaciones, los estilos, los colores y las telas, incluso hay zapatos para cada uno. Todo me parece irreal, aun no creo que yo merezca estar aquí solo porque sí. Me siento abrumada, por segunda ¿tercera vez? …Ya perdí la cuenta.
—¡Yo no sé hacer esto! —me quejo desesperada.
Para quienes me conocen, no es un secreto que la actividad a la que le llaman "ir de compras" nunca ha sido de mis favoritas. Aun no comprendo la fascinación de las personas por ir y venir por el centro comercial, o de tienda en tienda eligiendo cosas y probándote ropa que seguramente no comprarás.
En mi niñez, pasé la mayor cantidad de mi tiempo evitando tropezarme o lastimarme con algo, sin mencionar que tenía bastante suerte si mi madre recordaba ir a recogerme a la escuela. Cuando me volví adolescente, Renée y yo obteníamos nuestra ropa en algún saldo o en Wal-Mart mientras comprábamos los víveres para la semana. Con Charlie, simplemente llevé mi ropa conmigo.
Luego ellos aparecieron en mi vida –o yo en la suya- y aunque seguí usando mi ropa, ella me usó como una muñeca a la arrastraba al centro comercial y me vestía a su antojo comprándome lo que ella quisiera.
Pero todo eso desapareció.
En Seattle, después de que Angela y yo nos mudáramos, nuestra prioridad era tener dinero para el alquiler, la comida y la universidad. Al obtener el empleo en el periódico, fue la primera vez en la que tuvimos que preocuparnos por la ropa. Fue todo una odisea ese día. Después, para mi suerte llegó Julie y aunque ambas trataron de obligarme a ir de compras con ellas, resultó más fácil y cómodo que ella o Angela se llevaran mi tarjeta y me mandaran algunas fotografías para saber si lo compraban o no.
Con la palma de mi mano puedo contar las veces en las que yo entré a una tienda por voluntad, por ejemplo, la vez que tuve el impulso de comprar los stilettos Louis Vuitton que escondí en el fondo de mi armario hasta la noche que conocí a Christian.
Y eso me regresa al punto donde comencé. Christian. Es por él por el que estoy aquí encerrada en un probador con ropa costosa colgada a mi alrededor.
—Maldita sea, Isabella —doy unas palmadas en mis mejillas. —Deja esa mierda y compórtate como la mujer que eres.
Tomo una respiración muy profunda, una y otra vez me aseguro de llenar mis pulmones de aire. Me obligo a moverme.
Me quito los zapatos, los colocó en un lado donde no pueda causar ningún accidente. Mis manos buscan el cierre del vestido, lo deslizo hacia abajo y sacudo mi cuerpo para permitir que la tela caiga a mis pies dejándome semidesnuda en el medio de la pequeña habitación. Analizo los conjuntos que han dejado para mí. Admito que estoy sorprendida, son cosas básicas, jeans y pantalones sueltos, camisas casuales y de colores lisos e ¡incluso hay zapatillas deportivas!
—Aquí voy —siseo. Elijo uno al azar, una camisa verde, unos pantalones de mezclilla que quedan y las zapatillas deportivas blancas a juego.
No sobre pienses, solo hazlo. Hazlo.
Estiro mis dedos hasta la manija de la puerta, la empujo para abrirla.
—¡Señora Grey, se ve maravillosa! —la vendedora rubia, Alana, aparece frente a mí con su ya usual sonrisa. Un coro de voces femeninas secunda sus palabras, otras vendedoras están a nuestro lado, sus manos flotan alrededor de mí cuerpo acomodando los detalles de la ropa, a la vez, me empujan para caminar hasta donde está Christian esperando.
—Señor, disculpe —la voz del gerente llega a mis oídos. —Tuvimos el atrevimiento de seleccionar la ropa que usará la señora, pero me gustaría preguntarle…
—Dígame —Christian lo ínsita a hablar. Conforme me acerco a ellos, me es más fácil escuchar las palabras.
—¿Hay algún presupuesto, Señor? —el gerente se aclara la garganta. —Es decir, sé que dijo que tiene… ya sabe, pero señor, si usted me indica, yo puedo mostrarles ropa más acorde a lo que buscan.
Casi llegamos a la esquina del pasillo desde donde puedo ver la silueta de los hombres que están en el medio de la otra habitación. Puedo ver la espalda de Christian y sus movimientos.
—¿Sabe cuánto es el crédito de esta tarjeta, Sr. Thompson? —Christian le enseña su tarjeta negra.
—No señor—el hombre responde, su voz tiembla.
—Yo tampoco —Christian habla despreocupado. —Vamos a descubrirlo ahora. ¿Qué le parece?
—¡Por supuesto, señor! —el hombre salta.
—Usted muéstrenos lo mejor que tenga, él resto lo hacemos nosotros.
Es el momento perfecto para hacer mi entrada. El bullicio de mi presencia acompañada de las vendedoras hace que ambos hombres pongan su atención en mí. Las vendedoras me conducen directamente a un pedestal que se encuentra frente al espejo. Se alejan para que pueda apreciarme. Fingiendo desinterés, muevo mi cuerpo, analizo con cada ángulo posible la ropa y la manera en la que luce en mi cuerpo.
No puedo mentir, se ve bien. Me veo bien.
A través del reflejo del espejo, veo a Christian acercarse a mí. Sus ojos se pasean desde mi cabeza hasta mis pies, también analizando la ropa y como luce en mí. Sus labios están elevados en una sonrisa satisfecha y su mirada estállenla de aprobación. Decido darle un pequeño espectáculo, sigo moviendo mi cuerpo acomodándolo en posiciones que parecen inocentes pero que sé que resaltan las curvas de mi cuerpo. Sus ojos grises se oscurecen ligeramente, pero él brillo que hay en su mirada no se va.
Maldita sea. Estoy usando algo sencillo, algo simple, pero su mirada es muy similar a la de esta mañana cuando me puse el vestido que él me compró. Christian me mira como si estuviera usando algo flamante y llamativo, me mira como si yo fuera una piedra preciosa a la que acaba de descubrir o como si estuviera adornada de muchas joyas.
—¿Te gusta? —pregunta.
Muerdo mi lengua. Quiero decirle que sí, que me gusta la manera en la que él me mira.
—Es lindo —acepto, mi voz cargada de falso desinterés. Mis ojos analizan el reflejo que me ofrece el espejo. Christian está a unos pasos detrás de mí, lejos de mí, pero aun así puedo verlo junto a mí. El reflejo de ambos me sobresalta. Nos vemos bien. Ambos. Juntos. Somos como dos estrellas de Hollywood, atractivas, llamativas, difíciles de ignorar.
—¿Pero? —Christian da dos pasos para cerrar el espacio entre nosotros, una de sus manos se coloca en mi espalda. —Porque hay un "pero", ¿cierto?
Si elijo este atuendo, si me decido por la opción que me garantiza la oportunidad de salir de este lugar, Christian no me vería cada vez que salga del probador con algo nuevo. Quiero que sus ojos recorran mi cuerpo, quiero provocarlo, quiero que cada cosa que me pruebe sea para que él me deseé más. Quiero que me siga mirando como si fuera la primera vez.
Quiero seguir siendo la mujer que tiene su atención. Aun cuando hay más personas a nuestro alrededor que hacen de todo para obtener un poco de su atención.
—Pero creo que podemos hacerlo mejor —sonrió juguetona. Él sonríe animado con la idea.
—Opino lo mismo —deposita un beso en mi mejilla. Suspiro.
—Venga conmigo señora Grey —Alana salta a mi lado, me lleva de regreso al vestidor para continuar probándome cosas.
Más tarde, estoy usando unos pantalones de color marrón claro, una camisa blanca y las zapatillas deportivas a juego mientras espero a que Alana termine de empaquetar las compras. Christian está hablando con el Sr. Thompson quien le está haciendo algunas recomendaciones de tiendas y de personas en específico por las cuales preguntar.
—¿Lista? —pregunta. Su mano extendida frente a mí.
—Lista —tomo su mano.
—Espero verla de nuevo, Sra. Grey —el gerente se despide de mí. Alana secunda sus palabras.
—Gracias por su ayuda —sonrió. Ellos me regresan el gesto.
Salimos de la tienda de nuevo a las calles de la ciudad. Esta vez me siento más cómoda y más segura.
—No fue tan malo ¿cierto? —Christian aprieta mi mano. Tiene razón, la idea de ir de compras ya no suena tan aterradora.
—¿A dónde iremos ahora? —pregunto dando ligeros saltos. Christian se ríe.
Recorremos la calle hasta que otra tienda llama nuestra atención. Antes de decidir si debemos entrar, Christian me mira, como si evaluara el contenido de la tienda con lo que estoy dispuesta a usar. Así recorremos algunas calles más.
Dentro de las tiendas, los vendedores, las dependientas, los gerentes o las encargadas de ventas hacen de las suyas, se reúnen a nuestro alrededor ofreciendo su ayuda o preguntándonos por nuestros deseos. Christian se encarga de responder, varía su respuesta de acuerdo a la tienda en la que estamos; jeans, pantalones, blusas, camisas, vestidos, faldas, zapatos, abrigos, perfumes, joyería, lencería, maquillaje. En segundos, aparecen frente a nosotros varios pares de manos, nos muestran los mejores objetos de la tienda.
El resto lo hago yo.
Soy yo quien ve todo lo que nos muestran, yo decido el color, el diseño, el estilo y si quiero probármelo o si lo descartamos. Christian de vez en cuando pide algo en específico, ya sea un diseño, un color o alguna cosa para que la lleve conmigo al vestidor. Y yo, me siento encantada de complacerlo.
El resto del tiempo se mantiene ligeramente alejado de mí. Se coloca en una esquina o en algún sofá, se distrae haciendo llamadas, revisando su celular, haciendo cualquier cosa mientras yo voy y vengo por toda la tienda. Pero, cada vez que yo salgo del vestidor, cada vez que me tiene delante de él, su completa atención está sobre mí.
Es en ese momento cuando vuelvo a sentirme como la protagonista de una película. Cuando sus ojos grises me miran a través del reflejo del espejo, siento que soy la mujer más importante del mundo. De su mundo.
Y eso solo hace anhele más.
Nuestra dinámica de compras continúa. En cada tienda, sucedía lo mismo, cuanto estaba satisfecha con las cosas, Christian pedía que se envolvieran y las pagaba sin preocuparse a ver el total de las cuentas.
En algún momento Taylor apareció y en silencio comenzó a dar vueltas al auto para guardar nuestras compras, o al menos eso fue lo que dijo Christian, también me aseguró que no todas las bolsas y paquetes son míos, él también ha comprado algunas cosas para él, comenzando por el cambio de ropa que hizo en la primer tienda. Ahora Christian está usando un pantalón más casual de color negro y una camisa sencilla blanca, al igual que sus zapatillas deportivas del mismo modelo que las mías.
También él luce más cómodo.
—Luce fantástica, señorita Sw… —la voz de Taylor me adula mientras paso a su lado con el conjunto que me estoy probando en ese momento.
—¡Señora! —Christian gruñe interrumpiéndolo.
Taylor se sobresalta. —¿Disculpe? —la confusión es clara en su pregunta.
Me giro en su dirección con una sonrisa avergonzada. Después de la primera tienda en la que conocimos al señor Thompson, el hombre se encargó de llamar a sus conocidos de las demás tiendas para informarles de la posible visita de los Grey. No hemos podido erradicar la idea de que soy la esposa de Christian, simplemente dejamos ser la situación.
—Señora Grey —Christian repite, pero no da más explicaciones.
—¿Disculpe? —pregunta de nuevo.
—Lamento que no hayas recibido la invitación a la ceremonia, Taylor —me lamento con dramatismo. —Nuestra boda fue maravillosa.
—Fue una ceremonia encantadora, sí —Christian sonríe a medias, su rostros sigue inclinado al catálogo en sus manos.
Taylor tarda en procesar nuestras palabras.
—¿Señora? —la encargada de la tienda se acerca a mi lado. —¿Qué le parece el conjunto?
—Es lindo, pero el color mostaza no termina de convencerme —le respondo.
—Podemos cambiarlo —asegura. —Hay uno que le quedará maravilloso a su piel, es un color azul rey que…
—¡Azul no! —gritamos Christian y yo al unísono. La mujer salta, alarmada por nuestro arranque. Por la esquina de mis ojos veo el rostro aún más sorprendido de Taylor.
—Discúlpenos —digo avergonzada. —Es solo que, el azul, bueno en realidad ese color, no, ya sabe, es decir…
Carajo. No hay ninguna manera correcta de explicar mi aberración a ese tono de azul. O la razón de mi odio.
—No queremos azul —Christian dice cortante.
—El azul rey no es de mis colores favoritos —hablo, nerviosa. —Podría intentar un color azul que sea muy oscuro. Quizás.
— ¿Podría ser azul marino? —la mujer me mira, dudosa.
—Podría ser —me obligo a decir.
La mujer se pierde al interior de la tienda. Christian me da una mirada, sé que después me hará preguntas al respecto, Taylor me salva, hablándole a su jefe sobre temas que no quiero saber. La mujer me muestra la ropa, pero mi atención se ha desvanecido.
— ¿Isabella? —Christian pregunta. Se ha dado cuenta de mi cambio de humor.
—¿Podemos irnos? —me giro hacia él, rugo en silencio para que acceda. Sus ojos grises se vuelven sombríos mientras me analizan.
—¿Eso es lo que quieres? —levanta una de sus cejas.
—Creo que he tenido suficientes compras por hoy.
Lo piensa durante unos segundos.
—Ve a cambiarte —accede. —Te esperaré aquí.
No dudo en obedecerle. Mi cuerpo casi se lanza en dirección al vestidor para recuperar mi ropa, al menos la que he estado usando las últimas dos o tres horas. Cuando regreso, Christian ya me espera junto al mostrador, su mano estirada hacia mí.
—¡Que tengan buen día! —los vendedores y las vendedoras nos despiden con un humor que parece inmejorable. Sé que las grandes comisiones que hemos dejado en cada tienda que visitamos, pueden poner de buen humor a cualquiera.
Tomo la mano que se me ofrece, siento sus dedos se entrelazarse fuertemente a los míos. Mis ojos lo observan, su rostro luce tranquilo y satisfecho, pero sus ojos se mantienen alertas, tensos, duros.
—Taylor tiene el auto estacionado a un par de calles —Christian me avisa.
—Está bien —acepto.
Ambos salimos de la tienda. El aire de la ciudad golpea nuestros rostros, el ruido nuestros oídos y las personas por la calle comienzan a arrastrarnos entre ellos. De repente, las personas colocan su atención en nosotros, quizás es por curiosidad, o quizás es por asombro, ¿será anhelo? ¿Celos? No lo sé, pero hay alguna emoción escondida en sus miradas. ¿Me miran porque voy caminando por las calles de Nueva York, al lado de un hombre sexy y millonario, ambos vistiendo con ropa costosa y a la moda?
¡No me jodas!
Ahogo una risa histérica.
¿Te das cuenta, Isabella? ¿Puedes darte cuenta de la situación? ¡Estas caminando por las calles de Nueva York usando ropa costosa y a la moda!
Es inevitable pensar que, si algunas cosas no hubieran sucedido de la manera en la que lo hicieron, mi "yo" del pasado se hubiera perdido de esta experiencia. Todo ha sido casi perfecto, excepto por la reunión con Lucas, pero aun así, no cambiaría nada del tiempo que llevo en esta ciudad. Hoy hablé y reí con el personal de las tiendas, Christian jugueteo y la pasó llenándome de adulaciones y cumplidos que mantuvieron cierta tonalidad roja en mi piel. Una sensación que me resultó extrañamente familiar y nostálgico.
Podría volver a hacer esto. Podría acostumbrarme a disfrutar la sensación de ser alguien a quien le gusta la atención. Podría volver a sentirme como Sarah Jessica Parker en "Sex and The city". O quizás, soy una mala imitación de Audrey Hepburn en "Breakfast in Tiffany´s", refiriéndome a la moda, claro. Aunque, quiero creer que soy más como Anne Hathaway en "The Devils Wears Prada", ambas trabajando en el mundo editorial y periodístico, dos patitos feos ignorantes de las tendencias que se terminan por convertir en dos cisnes gurús de la moda.
¡Ja! Que buen chiste. Yo Isabella Swan, convirtiéndome en una modelo e icono del mundo de la alta costura y la moda. ¡Por favor! Esas cosas no suceden en la vida real, ni en mis sueños podría ocurrir. ¿O sí?
¿Lo peor de todo? Si me imagino intentándolo.
Porque si tuviera la oportunidad de entrar personalmente a la tienda ubicada en la famosa calle de Nueva York, acompañada de Christian y su tarjeta exclusiva, lo haría una y otra vez.
Permitir que Angela o Julie me arrastraran al centro comercial en Seattle para buscar alguna que otra cosa de las marcas de lujo que se podían conseguir en ese lugar, era algo soportable. Pero, tener a mi completa disposición tiendas de marcas como Celine, Dior, Chanel, Prada, Yves Saint Laurent, Dolce & Gabbanna, o Victoria´s Secret, quienes me mostraban las últimas colecciones que tenían y me ofrecían a personalizar ciertas cosas, era algo a lo que podría acostumbrarme.
Christian también me mostró algunas de las tiendas que él disfrutaba o que creyó que tendrían algo que llamaría mi atención, por ejemplo Hermès, Alexander McQueen, Oscar de la renta, Giorgio Armani, Valentino, Mara o Ralph Lauren.
Christian se encargó de mostrarme porque estaba tan seguro que disfrutaría su manera de comprar. Me mostró porque estar con él sería algo que no olvidaría.
Podría gustarme la sensación.
—Hola de nuevo, Taylor —sonrió cuando veo al hombre acercarse a nosotros.
—¿Señora? ¿Señorita? —pregunta, inseguro de cómo llamarme. —¿Isabella?
Mi sonrisa se expande.
—Vamos —Christian interrumpe. —Sube adelante.
Lo miro confundida. Él me conduce hasta la puerta del copiloto, en silencio me abre la puerta y me ayuda a subir.
Lo observo cerrar mi puerta, luego escucho movimiento al exterior del auto. Por supuesto que mi curiosidad gana, me doy la vuelta para revisar el repentino cambio de lugares.
—¡Ay carajo! —chillo. En automático la palma de mi mano sube hasta mis labios.
Veo el cuerpo de Christian batallar para acomodarse en una de las esquinas que está libre, una de sus cejas se levanta, sus ojos me cuestionan la razón de mi grito. El interior del auto está repleto de bolsas y cajas con las todas las compras que hemos hecho. Admiro la habilidad de Taylor para acomodarlas y guardar espacio para nosotros.
—Christian —jadeo.
—¿Sí? —pregunta con calma.
—Dijiste que compraríamos ropa que pudiera utilizar este fin de semana —las palabras salen de mi boca como una acusación. —¡No un jodido guardarropa para toda la vida!
Christian sonríe. Empuja algunas bolsas que están a su costado para tener más espacio.
—Usa todo lo que quieras este fin de semana —dice, su voz es muy seria. —Lo de la vida… —chasquea la lengua, —no creo que sea suficiente ropa para toda una vida conmigo, pero eso podemos hablarlo más tarde.
Aprieto mis labios, intento no mostrar la sonrisa que amenaza con asomarse. Sin responderle nada, regreso mi cuerpo hacia el frente mientras sacudo mi cabeza con diversión.
Taylor se sube detrás del volante, nos da una mirada para cerciorarse que estemos bien.
—Lamento tener que cambiar tus actividades, Taylor —Christian pone su atención en su guardaespaldas, o chofer, o sea cual sea el maldito papel que el pobre hombre desarrolle. —Sé que no es sencillo trabajar conmigo.
—Uno se acostumbra, señor —se encoje de hombros. El tono en que pronunció las palabras me produce una risa que no puedo contener. Taylor sonríe satisfecho por el efecto que causaron sus palabras, casi puedo imaginar la mueca cabreada de Christian en el asiento trasero.
—Yo también lo lamento —es mi turno de disculparme. —Debes estar muy cansado Taylor, lamento haber sido yo la causa de que estuvieras de un lado a otro.
Taylor no lo muestra, pero sé que debe estar cansado. Desde en la mañana que fue a buscar el vestido para mí, las vueltas que sé que Christian lo obligó a dar para buscarme después de que me escapara de la reunión y luego tener que estar llevando no sé cuántas bolsas de compras de un lado a otro. Maldita sea, siento que lo sobreexplotamos. Me siento muy avergonzada con este hombre.
—No se preocupe, señorita —dice con una pequeña sonrisa. —Es mi trabajo.
—No, Taylor —niego rápidamente. —Tu trabajo es Christian, no yo.
—Lo sé —dice. —Si el señor Grey lo ordena, yo obedezco.
Giro mi rostro hacia él, su rostro luce muy convencido de sus palabras y yo solo puedo maravillarme de la lealtad y obediencia que le tiene a su jefe.
—Además —dice más alegre, —Gracias a usted acabo de ganar un muy buen bono de productividad.
—¿Un qué? —Christian ruge desde el asiento trasero.
—Se lo merece —acepto totalmente de acuerdo con Taylor. Giro mi cabeza para mirar a Christian, sus ojos grises entrecerrados mientras pasea la mirada de uno al otro.
Me estremezco.
—Hablaremos más tarde de eso —le gruñe. Taylor asiente a las palabras de su jefe. —Pero, tomate el resto del día libre.
Ahora soy yo quien salta. Mis ojos van en dirección a Taylor, el hombre mira por el retrovisor ofreciéndole a su jefe una mirada de sorpresa e incredulidad.
—¿Señor?
—Tengo algunos planes para el resto de la tarde —Christian habla. Por el tono tranquilo en su voz, deduzco que está explicándole a su razonamiento para la decisión que ha tomado.
—¿No me necesita? —Taylor pregunta, aun inseguro de lo que ha escuchado.
—Sigo en deuda con Isabella —sus ojos se conectan con los míos por unos segundos. — Se me ocurren un par de lugares a los que puedo llevarla antes de que anochezca.
Un suspiro se escaba de mis labios.
—Por supuesto que eres libre de unirte a nosotros, pero, también está bien si decides no hacerlo, Taylor.
Taylor mira a su jefe, luego, me mira a mí. Sus labios se estiran poco a poco hasta que emboza una sonrisa pícara.
—Me vendría bien un descanso, Señor.
—¡Espera! —salto indignada. —No porque el hombre se merezca vacaciones y tú decidas darle la tarde libre, significa que te has salvado de darle un bono.
Christian me mira, sus ojos parecen como un niño que han descubierto en una travesura.
—En casa arreglamos eso —dice tajante. Taylor y yo nos miramos, cómplices.
—¿Necesitará el auto, señor? —Taylor pregunta, sus manos maniobran para arrancar el motor. —Antes de retirarme puedo llevarlos a dónde me diga.
—Isabella —Christian llama mi atención de nuevo.
—¿Si? —colocó mi atención en él, de nuevo.
—¿Estas cansada? ¿Te molesta caminar?
—Estoy bien —le aseguro, —podemos caminar.
—Bien —Christian me brinda una sonrisa cálida antes de darle indicaciones a Taylor. —Iremos al SUMMIT. Puedes dejarnos ahí y llevarte el auto al hotel.
—Por supuesto, señor.
Con esa frase, Taylor conduce por las calles de la ciudad para llevarnos a nuestro destino. Miro por la ventanilla las calles por las que pasamos, me siento nuevamente maravillada con la ciudad y la vida que hay en ella. No importa a qué hora mire, todo el tiempo hay ruido, luces, vida.
—Llegamos —anuncia Taylor. Rápidamente lo tengo a mi lado abriendo la puerta para mí, con Christian a unos metros de nosotros, esperando por mí. Ambos nos quedamos de pie en la acera, nos despedimos de Taylor, yo de una manera más efusiva que mi acompañante que solo le ofrece un asentimiento.
—Diviértanse —Taylor nos guiña un ojo, se gira casi corriendo de regreso al asiento del conductor. Mis ojos se mantienen en el auto hasta que se pierde por la calle.
Antes de que pueda reaccionar, un par de brazos me rodean por la cintura y me giran. Un par de ojos grises me miran. Christian me tiene en sus brazos, una de sus manos me sostiene por la cintura con fuerza, la otra acaricia mi mejilla, su nariz roza con la mía como una dulce caricia, su aliento se mezcla con el mío su aliento se mezcla con el mío. Sus labios tocan mis labios, me besa con calma, con firmeza, con delicadeza, con deseo, con anhelo, me besa casi con ternura.
Se siente extraño viniendo de él, pero se siente bien.
—Isabella —suspira mi nombre contra mis labios antes de apartarse de mí. Su pulgar acaricia mis labios ligeramente hinchados por el beso. Desliza su mano de nuevo entre las mías. —Vamos, quiero que veas algo.
Ambos caminamos al interior del enorme edificio.
—Sr. y Sra. Grey —una persona aparece frente a nosotros. —Bienvenidos al SUMMIT One Vanderbilt.
Por supuesto que Christian ya se ha encargado de todos los detalles para nuestra visita.
—Les informo que con su reservación tienen acceso a todo el mirador y lo que ofrece, es decir al ascensor de cristal, a las cuatro salas de arte, las cajas trasparentes y al área de cócteles.
—Gracias —Christian asiente. —¿Podríamos subir al mirador primero?
La persona asiente, nos da las indicaciones necesarias para nuestra visita. Nos coloca frente a una computadora que nos saca fotografías para la base de datos, además que nos da protectores para nuestros zapatos. Finalmente nos despide frente a las puertas del ascensor de cristal.
Christian y yo entramos, estamos solos al interior del cubículo formado por metal, espejos y cristales transparentes.
Malditamente aterrador.
—Entonces, —Cristian me toma de nuevo en sus brazos, me coloca frente a él, sus manos en mi espalda baja apretándome contra él, —señora Grey…
—¿Por qué continuas diciendo que soy tu esposa?
Muerdo mi lengua. Sí quiero saber la respuesta a eso, pero no quería que el tono de mi voz sonará tan agresivo.
—¿Te molesta? —levanta las cejas. Su buen humor se ha evaporado.
—No —desvió la mirada. Chocante, inmadura e infantil.
—Isabella… —advierte.
—Es solo que, no comprendo —regreso mis ojos a los suyos, él espera paciente y atento a mis palabras, —¿Por qué dejar que toda la ciudad me vea de esa manera? Eres alguien importante, Christian, sé que en algún momento van a sacar chismes y nosotros…
—¿Te preocupan los chismes de los medios? ¿Te preocupa que las habladurías de las personas puedan afectarnos? —hace una mueca, hay incredulidad en su voz. —Te aseguro que no permitiré que alguien te haga daño, de ninguna manera.
Quiero creerle, pero, quiero decirle que eso es imposible.
—No es eso, en realidad no me molesta que hablen —sacudo la cabeza. Me concentro en el tema de la conversación. —Pero yo trabajo en el medio, Christian, yo sé lo crueles que pueden llegar a ser, yo sé de lo que son capaces de hacer solo para conseguir una noticia que venda.
Christian ríe entre dientes.
—Cariño, entonces tú y yo seremos una gran conversación —lo miro. ¿Cómo puede estar tan jodidamente relajado al respecto? —Lo que sea que los medios o las personas puedan inventar sobre nosotros, no me interesa.
Toma mi barbilla con sus dedos, acerca mi rostro al suyo para depositar un beso en mis labios. Sabe dulce, convincente, seguro. Cuando se aleja de mí, sus ojos vuelven a ser brillantes.
—¿No te molesta que todo Nueva York piense que, estamos actuando como dos adolescentes que se han escapado durante el fin de semana para casarse? —me burlo. Las comisuras de sus labios se elevan haciendo evidente la sonrisa que está ocultándome.
—No. No me molesta —responde en un suspiro. —Por lo menos así te verán de la misma manera en que yo te veo. Mía.
Casi jadeo. Casi.
El timbre del ascensor nos indica que hemos llegado a nuestro destino.
—Déjalo ser —Christian dice. Su cuerpo se aleja del mío, pero su mano se entrelaza de nuevo con la mía. Ambos salimos del ascensor. —¿No dicen que esta es la ciudad perfecta para empezar una nueva vida? Ya sabes, la enorme ciudad de concreto y metal que te ofrece la oportunidad de empezar desde cero.
—¿Eso dicen? —pregunto estúpidamente.
—No lo sé, lo acabo de inventar —responde. Me rio. —Pero creo que si hay un par de canciones al respecto.
Giro mi rostro para evitar que vea mi sonrisa burlona. Mis ojos se conectan con el lugar al que hemos llegado y mi cuerpo se desconecta.
La vista es tan impresionante que me deja sin aliento.
El lugar es una sala de espejos a una escala que jamás imaginé ver. Cuando era niña, recuerdo que Renée me llevó a una feria donde había un pequeño espacio decorado con muchos espejos, para una niña, fue un espectáculo asombroso. Más tarde, cuando tuve ese desafortunado encuentro con James en la sala de espejos del estudio de Ballet, resultó una experiencia aterradora.
Pero esta vez no tengo palabras para describirlo.
Estamos en uno de los pisos más altos del edificio, lo deduzco por el tiempo que pasamos en el ascensor, pero la vista que tengo frente a mí algo increíble. La sala está compuesta casi de la misma manera que el elevador, cristal, espejos y metal están por todas partes, en el piso, el techo, las paredes, todo el nivel del edificio lugar está cubierto de objetos muy reflejantes que crean una especie de lugar infinito.
—Christian —jadeo. Su mano aprieta mi mano, su otra mano se desliza en mi cintura. Ese gesto me mantiene atada a la realidad.
—Llegamos justo a tiempo —dice contra mi oído. —Ven conmigo, quiero mostrarte algo.
Me conduce con cuidado entre las personas que hay en el lugar. No está vacío, pero las personas que estamos al interior tenemos el suficiente espacio de deambular por el lugar. Sé que puedo caerme o chocar con alguien, sé que puedo ser un desastre si continúo moviendo mi cabeza a mi alrededor observando las vistas en los espejos, pero es inevitable que mis ojos se paseen por todo lados. Christian me tiene sujeta a su lado con firmeza, Christian no me dejará caer.
—Mira —él llama mi atención.
Mis ojos se colocan al frente, mis piernas dejan de sostenerme.
—Carajo —jadeo.
Los imponentes edificios de la ciudad de Nueva York se elevan frente a mis ojos en el medio del esplendor del cielo cubierto por una neblina de colores, tonalidades como el rosa, naranja, morado y azul colorean todo el fondo de la ciudad. Las luces de los edificios comienzan a encenderse, aparecen simultáneamente frente a mis ojos hasta formar lo que parece ser un conjunto de millones de estrellas que resaltan en la oscuridad que comienza a opacar el mar de colores en el cielo.
—Isabella —me llaman. La voz se escucha lejana. —Respira, cariño.
—Es… —jadeo de nuevo. Lo que mis ojos están mirando en este momento, es tan impactante que me cuesta hasta respirar. —Esto no… no puede ser real. Esto es un sueño… ¡tengo que estar soñando!
¿Es posible que esto sea producto de mi imaginación? ¿Una consecuencia de toda la dopamina que mi cerebro ha fabricado hoy? No creo que sea un sueño, ya no tengo sueños así de hermosos, usualmente son malos, aterradores, dolorosos. Pero si esto no es un sueño, ni estoy imaginándolo… ¿es real?
Un apretón en mi mano me sobresalta. Alguien levanta mi mano y se asegura de rodear mi propio cuerpo con mi brazo, hay otro brazo que se desliza acariciando mi cintura hasta descansar en mi abdomen.
—Es muy real —la voz habla de nuevo. Alguien tiene mi espalda contra su pecho, alguien me sujeta con fuerza por mi mano que rodea mi cuerpo y la suya que descansa sobre mi cuerpo. Hay alguien sujetándome, Christian está sujetándome.
Sí, esto es real.
Estoy en uno de los edificios más altos de la ciudad de Nueva York. Estoy viendo el atardecer desde una sala de espejos en uno de los mejores miradores de la ciudad. Estoy observando una de las mejores vistas en este planeta entre los brazos de uno de los millonarios más importantes de Seattle y del mundo. Estoy teniendo esta aventura con Christian Grey. Estoy con Christian.
—Impresionante ¿verdad? —habla de nuevo. Su aliento roza mi cuello, sus labios rozan el borde de mi oreja.
—Es… —busco las palabras para describirlo. —Nunca había visto algo tan… hermoso… tan alucinante… es deslumbrante.
—Cierto —acepta. —Esa es una buena manera de describirte.
Filete striploin= El filete de lomo es un corte de bistec de res del lomo corto de una vaca. Es un corte de que por su ubicación hace que la carne sea particularmente tierna.
Morey-St-Denys= Una botella de vino que proviene de Francia donde las uvas recolectadas a mano y fermentadas en ánforas de hormigón hace que sea un buen vino.
Fortuna de Christian Grey= Los 2.5 millones son de acuerdo a Forbes y en el año 2013. Grey estaba en aquel entonces en el puesto 8 de los personajes ficticios más ricos. (Dice millones, pero honestamente se me hace poco dinero, siento que son billones de dólares)
Holaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
¡Feliz año 2024! ¿Cómo se pasaron estas festividades?
Sé que me tardé demasiado en el cap, lo sé, lo sé, pero aquí andamos, comenzando el año con todo. Si es un cap un poquito más largo pero sé que no es suficiente en comparación del tiempo que pasé sin actualizar. Pero, pues, aquí estamos. jijiji.
Ahora, si me permiten sacar mis traumas, Fanfiction me está sacando canas verdes, odio que esté fallando tanto. ¿Lo han notado? Hasta hace poco volvieron a llegarme las notificaciones y los correos, pero aun no me muestra las visualizaciones. Sé que varios y varias leen la historia pero no comentan ni nada, si tienen la oportunidad, háganlo, quiero poner conocer sus puntos de vista, sus opiniones y sus quejas. A los, y las que siempre comentan, se han ganado mi corazoncito.
Aun no estoy segura de que hacer al respecto, pero mientras tanto seguiré publicando aquí. Si no me han seguido en algún otro lado, por favor háganlo por si esta pagina sigue fallando. Si no me equivoco, la info está en el cap pasado y en mi perfil.
Cambiando de tema pero volviendo al capitulo, sí Isabella está resultando un poco chocante, lo sé, pero todo es parte de un plan maquiavélico que estoy armando y se va a solucionar, lo juro. Además, el pasado no es tan difícil de olvidar creo que todos hemos tenido un ex que nos ha traumado tanto que no podemos dejarlo atrás, y por supuesto que nuestra parejita aun no resuelve muchas cosas como para dejarse ir. Ups, spoiler.
Adiooos, nos leemos en el siguiente.
