Resumen: Kaeya ha llegado tarde a la taberna de Diluc y en lugar de marcharse a casa se queda charlando con un gato nocturno, a quien le cuenta todos sus secretos.

Notas de autor: ¡Hola! Es para mí un placer regresar al fandom con este ship.
Genshin impact me ha dado muchas emociones desde que comencé a jugar, de modo que no podía pasar por el fandom sin dejar mi granito de arena.
Este fic es para engrosar más la lista de fics de Diluc/Kaeya y que no se imponga el Alhaitham/Kaveh, y por supuesto, como regalo a mi hombre de hielo para celebrar su cumpleaños.

Recuerda que... Kaeya&Diluc no es incesto. El incesto trata de tener los mismos padres.

Charlas nocturnas

Hesselia

Kaeya suspiró, firmando el último parte. A su lado izquierdo se amontonaba un legajo de pergaminos garabateados por dudosas caligrafías. Lo colocó encima del último papel y se estiró en la incómoda silla. Su espalda protestó ante las horas que llevaba inclinado sobre la mesa, revisando y firmando. Era duro ser capitán, y ser el mejor capitán más duro aún, porque Jean siempre decía que él era el más adecuado para el trabajo administrativo, cuando Kaeya prefería estar en trabajos de campo, charlando y sacando información. Se giró para mirar el reloj.

—Oh, y además no podré disfrutar del delicioso vino de Mondstadt… qué desafortunado soy.

Decir que se le había hecho tarde era poco. Ni las plazas, ni los alrededores, ni siquiera en las inmediaciones de El Buen Cazador había un alma. Nada ni nadie con quien entretenerse…

Sus pasos le llevaron al lugar que en la oscuridad podría recordar de forma inconsciente: ese sitio de esparcimiento donde Kaeya bebía, recordaba, olvidaba y a veces gimoteaba, en un intento de llamar la atención del que había sido su mejor amigo, su mano derecha, su confidente, quien sin un ápice de compasión y mano dura llevaba el negocio con profesionalidad.

Kaeya no solo amaba El Obsequio del ángel por ser una taberna y tener las mejores bebidas de Mondstadt: era también donde se sentía más útil, recabando información, recibiendo elogios y el caluroso afecto de media ciudad.

Desde cuándo consideraba ese lugar como su tabla de salvación a pesar de ser echado en ocasiones o reprendido, Kaeya no tenía memoria.

El cuartel de Favonius era frío y formal. Kaeya no estaba a disgusto con su trabajo, pero a veces se aburría. Necesitaba un poco más de acción, por ello, cuando le enviaban a alguna misión, lo disfrutaba hasta el punto de ponerse en peligro. Por qué le seducía esta adrenalina peligrosa, tampoco lo sabía, simplemente lo aceptaba como era, aunque eso le hiciera recibir auténticos sermones de Lisa y Jean temiendo por su vida.

Era tarde, la noche cubría Mondstadt y todo el mundo debía estar al calor del hogar con sus seres queridos, pero él no tenía sueño, y el frío de la zona le hacía sentir vivo.

Sus pies se acercaron a la enorme puerta de madera, en cuyo cartel rezaba "cerrado". Sin embargo, parecía haber una pizca de luz dentro. Giró el pomo, sin éxito.

Golpeó tres veces y esperó.

—Oh, debí adivinar que en realidad nadie me está esperando…

Algo se coló entre sus piernas y Kaeya bajó la mirada, curioso: una enorme bola de pelo naranja se restregaba contra sus botas.

—Mira que eres el primer ser vivo que me toca desde hace mucho tiempo… —rio, inclinándose.

Pudo ver los brillantes ojos del gato entre la oscuridad, y sintió un poco de envidia. El gato siguió maullando, y Kaeya lo acarició.

—No tengo comida, lo siento. Debiste haber venido antes. Es mejor que visites Cola de gato, tal vez ahí tengas provisiones. Aquí, ni lo intentes.

El gato lo miró, suplicante, y siguió girando en torno a él.

—¿Estás inquieto? ¿Hambriento, tal vez? Escucha, no tengo comida, y eso me hace recordar que ni siquiera he cenado. ¿Qué tal si te hago brocheta? —Kaeya alargó la mano y el gato se alejó, enfadado.

Volvió a intentar abrir e incluso llamó a la puerta. Silencio absoluto.

—Ah, Charles debe estar haciendo caja y no quiere que interrumpa su contabilidad.

El gato volvió al rato con una raspa de pescado.

—¿Oh? Encontraste algo después de todo. ¿Y no traes nada para mí? —el felino se relamió y siguió dando buena cuenta de la raspa, apenas a un metro de él.

Kaeya suspiró. No tenía sueño y quería beber. Notaba la garganta seca, y no quería agua, quería probar las delicias del Viñedo del Amanecer. Como eso no iba a ser posible porque si robaba un barril era más que probable que hasta el mismo Diluc lo cazara, decidió canalizar su rabia.

—¿Sabes? Este cantinero es mucho menos amable que Diona. Es parco en palabras y lo último que quiere ver en su taberna es a mí. No te molestes en visitarlo. No merece la pena. ¿Que por qué? Uno espera que lo traten bien cuando va a beber y además paga. A veces, ese bardo consigue bebida gratis. Qué le dira al Maestro Diluc es una incógnita, pero sé que lo invita. A mí me apunta todas las copas, y cuando cree que ha sido suficiente, hasta me raciona. ¿Crees que hay derecho a esto? Con todo lo que trabajo protegiendo la ciudad, lo menos que podría tener es una noche tranquila con mi copa, ¿no crees?

El pensar en alcohol era peor, la sed aumentaba. Su cuerpo, habitualmente acostumbrado al alcohol, no podría caer en un sueño profundo sin él.

El gato no se inmutó.

—¿Cómo dices? ¿Qué si el alcohol es tan importante? Pues tan importante como comer pescado, eso te gusta, ¿a que sí?

Kaeya finalmente se dejó caer por la pared hasta quedar sentado en las frías piedras.

—Ah, mucho mejor. Así nos hacemos compañía mutuamente. ¿Y dime, algo que quieras confesar? ¿Algún secreto oculto que nadie sepa? ¿Algo que ocultes a esa jauría de gatos de la taberna de Diona? —el gato lo miró, esta vez molesto, pero no se movió de donde estaba, ni tampoco dejó de prestar atención a sus sobras—. No me digas que tú también eres poco comunicativo. Aunque debí haberlo imaginado, si vienes aquí por las noches. Mmmm. ¿Eres como él? Con el pelaje de fuego, si hasta pareces rebelde. ¿También muerdes?

Kaeya lanzó una risotada. ¿Por qué de repente el gato se parecía al Maestro Diluc, si el alcohol no había tocado su cuerpo, para su desgracia?

—Aaah, estoy perdiendo la cordura.

Kaeya observó al felino más detalladamente. Abrió mucho los ojos cuando se dio cuenta de la cicatriz que tocaba su ojo derecho. Se apoyó más contra la pared de la taberna y suspiró, mirando hacia el cielo.

—Pues va a resultar que te pareces más a mí —se levantó el parche—. Mira, tengo una igual. ¿A ti también te la hizo alguien muy importante para ti? —notó cómo un ácido le subía por la garganta—. Espero que no.

Fue inevitable recordar en ese instante lo ocurrido aquella noche fatídica. Kaeya nunca olvidaría los ojos de Diluc: tenía la muerte sembrada en ellos.

—Así que tampoco encajas, ¿uh? Pero si no vienes a por vino aquí, ¿qué podrá ser tan interesante que te tiene a los pies de la taberna? ¿Yo? Vengo a por mi copa, pero no tendré tanta suerte como tú; al menos, encontraste un poco de pescado seco. Cuéntame, ¿tú fuiste feliz alguna vez?

Kaeya volvió a alzar la vista hacia las estrellas. Estaba seguro que por cada constelación existía un momento feliz en la vida de todos. ¿Cuál sería el de Diluc, cuando lo conoció o cuando se marchó de Mondstadt, perdiéndolo de vista?

Se estremeció. El tiempo transcurría y la temperatura se hacía menos soportable. No había forma de calentar sus manos y tampoco estaba demasiado abrigado. Recogió las rodillas al pecho y hundió la cabeza en ellas para darse calor con su aliento.

—Bueno, al menos estando solos no haremos daño a nadie. ¿O tienes gatita? ¿Tal vez la gata eres tú? Es de noche, disculpa si confundo tu género.

El ruido de unos goznes estirándose lo sobresaltaron, y la luz tenue de dentro lo cegó.

—¿Qué haces aquí?

Antes de que Kaeya pudiera registrar lo que estaba sucediendo, el gato dejó la raspa de pescado, maulló y con un salto salió a recibir a…

—¿Diluc? —Kaeya fue a reclamar que había llamado varias veces, pero la escena ocurriendo delante de sus ojos era mucho más jugosa: vio cómo el gato se enroscaba en las piernas de Diluc, quien lo acarició y le dejó a un lado un plato con sobras.

Kaeya abrió la boca, pero quien habló fue el otro.

—¿Cuánto tiempo llevas ahí?

—Oh. Acabo de llegar.

—Mentiroso.

—Diluc, ¿le das de comer a este gato a menudo?

—¿Y qué si lo hago?

—Es… sorprendente. Admirable. Inesperado por tu parte —escuchó a Diluc gruñir mientras cruzaba los brazos, pero en realidad lo que realmente lo sorprendía es que ese gato estaba ahí esperando y maullando por Diluc. Y en algún momento determinado, Kaeya había dicho que se parecían—. Qué irónico el destino.

—Vete a casa. Hace frío.

Kaeya se levantó entonces, se sentía demasiado pequeño.

—Oh, ¿estás preocupado por mí? Si realmente quieres hacerme entrar en calor, podrías ofrecerme una copa.

—La taberna está cerrada como ya has visto.

—Pero sería realmente agradable… y me ayudaría a sentirme mejor. ¿Vas a dar de comer a un gato y no a tu cliente favorito?

Diluc fue a dar una réplica, probablemente nada agradable, pero el estómago de Kaeya le robó el protagonismo. Kaeya rio, quitándole importancia.

—No has cenado —dijo el otro, molesto.

Kaeya no entendía por qué cualquier cosa que hiciera estaba mal para Diluc. Si trabajaba mucho, estaba mal, si trabajaba poco, mal. Si comía mucho, lo miraba mal; si comía poco o nada, también mal. No tenía forma de acertar con él porque no había opción. Aunque este trato fuese culpa suya y de nadie más.

Diluc lo miraba otra vez como si quisiera asesinarlo. Sin embargo, le tiró del brazo, haciéndole incorporarse, lo arrastró y cerró la puerta tras de sí para entrar de nuevo en la taberna. Entonces lo tomó de la mano para llevarlo hacia la barra.

—Estás helado —dijo Diluc mirando la mano, que por supuesto se apresuró a soltar.

—Eso tiene más de una solución…

—Siéntate.

Kaeya obedeció, sus piernas le llevaron directamente a la barra; mientras su mente, en shock, repasaba la inesperada acción del otro.

Me ha dado la mano. Qué afortunado soy, dos tocamientos en un día…

Pero si eso fue lo más asombroso que Kaeya había visto en mucho tiempo, no se esperaba el siguiente detalle: Diluc le había echado su abrigo por encima. Una oleada de calor se extendió por toda su espalda. Y el olor, tan familiar, tan… añorado.

Kaeya inclinó la cabeza de forma involuntaria hacia el cuello del abrigo.

—Q-qué amable…

Pero no pudo decir nada más. Minutos después, un plato con dos brochetas de pollo y un vaso de zumo de uva entraban en su campo de visión. El chico se llevó la mano al pecho, impresionado.

—¿Me acoges y me das de cenar? Deberías avisarme si vas a hacer algo así…

—Cállate y come.

No sabía lo hambriento que estaba hasta que dio el primer bocado a la brocheta. Notó cómo el sabor explosionaba en su boca. Sofocó una risa: si le dieran a tomar una brocheta de pollo cocinada por cada habitante de Mondstadt, él siempre podría identificar cuál habría hecho Diluc.

Apuró también el vaso de zumo, aunque estuviera demasiado dulce para su gusto. Ya con la barriga llena, adoptó de nuevo su pose chulesca, y apoyó el codo en la barra.

—¿Disfrutas recogiendo a los desamparados?

—Tienes una casa y un trabajo —recordó Diluc, recogiendo el plato y el vaso y procediendo a fregarlo.

—Oh, hablaba del gato —Diluc pareció quedarse sin palabras, aunque murmuró algo por lo bajo—. Aunque muchas gracias, también estoy satisfecho. Hubiera sido mejor degustar la variedad fermentada, pero supongo que no puedo elegir si me invitas.

—La próxima vez ven a las horas estipuladas en el horario. Dos desamparados en una noche son mucho para mí.

—Mmm. Así que soy bienvenido después de todo.

—Eres un cliente —recordó sin emoción alguna, dejando escurrir la vajilla.

—En la puerta pone "se reserva el derecho de admisión", pero me alegra no estar incluido.

Diluc se volvió, tenso.

—Sigue con esa lengua tuya y a lo mejor me lo pienso.

Kaeya seguía sorprendido por la acción acaecida junto a la puerta. Se quedó pensativo.

—Das de comer a los gatos. Creo que a Diona le vas a caer un poco mejor —gruñido—. Y a ese gato le gustas.

—Sí, los animales son muy agradecidos con la mínima expresión.

—He visto que se ha frotado contra tus piernas, ¿tal vez quieras que…?

—KAEYA. Vete a casa.

El aludido bajó la cabeza, desilusionado.

—Pero si solo quiero agradecerte que me hayas dado de cenar. Y tu abrigo me ha calentado.

Diluc se plantó delante de él, con los puños sobre la madera.

—¿Y sabes cómo puedes hacerlo? Cuidándote y no quedándote a la intemperie en una noche tan fría.

Kaeya lo miró con ojos de acero, ofendido.

—¿Y qué es para ti cuidarse, Diluc? ¿Ir directo a casa sin beber? Tal vez lo que ocurra es que no te apetece verme por aquí. O tal vez es que te molesta ser amable conmigo. ¿Me ves como un gato callejero? ¿Sientes compasión?

—No.

—Dime entonces, ¿cuál es tu razón?

—Yo he estado varias veces en esa situación, aunque no lo creas. Lo justo es prestar ayuda.

—Prestar ayuda. ¿Al enemigo también?

—Tú no eres… Kaeya, por favor, vete a casa. Voy a cerrar —Cogió las llaves y apagó las luces.

Kaeya se levantó a su vez, interponiéndose en su camino, acercándose en la oscuridad.

—¿Yo no soy qué… Diluc? Termina esa frase. Me iré a casa, de acuerdo, pero termínala.

Diluc se revolvió, nervioso. Kaeya escuchó el roce de la tela.

—No eres… no eres el enemigo.

—¿Y eso cómo lo sabes? ¿Cómo sabes que mañana no levantaré contra ti mi espada?

—Estarás muerto antes de intentarlo.

Había tanto silencio en el bar que podían escucharse sus respiraciones.

—Eso no responde a mi pregunta —Kaeya miró a los ojos rubí del otro, distinguibles ahora en la oscuridad a la que ambos se estaban habituando.

Diluc pareció ralentizar su respiración, y contestó, en voz baja.

—Un enemigo que quiere matarme nunca diría eso.

Por la mente de Kaeya pasaron muchos finales, todos desastrosos. ¿Y si el destino final era aniquilar a Diluc? ¿Sería capaz de hacerlo? Diluc sí podría matarlo a él, pero Kaeya… ¿cómo podría hacerle daño? ¿De dónde sacaría las fuerzas, si todo le recordaba a esa aciaga noche? Tal vez al asesinar se iban todas las pretensiones. Como al matar hilichurls. Quizá la clave fuera renunciar a verlo como alguien humano. Si lo viese como un monstruo…

—¿Me ves como un monstruo? Por eso puedes matarme.

—Kaeya, no quiero hablar de esto.

—Pero yo sí —se mordió el labio, agarró el abrigo más fuerte.

—No te veo como un monstruo.

—Pero acabas de decir que me matarías.

—Llegado el caso, y depende de la situación, si no hubiera ninguna otra salida, es probable que lo hiciera, sí.

Kaeya rio.

—Te subestimo mucho a veces. De verdad…

Diluc le arrebató el abrigo al otro, y se deshizo de su agarre, caminando hacia la puerta.

—Buenas noches.

—Una última cosa: ese gato.

—¿Qué?

—¿Es hembra o macho?

—No lo sé. ¿Crees que me importa?

—No cambiaría entonces tu gesto si fuera hembra o macho —Diluc lo miró como si estuviera loco.

—¿A qué vienen estas preguntas tontas? ¿No te cansas?

—De conocerte, nunca.

—Hasta mañana.

—¿Ha sido desagradable? —Diluc se volvió de nuevo. Kaeya se aproximaba a la entrada, donde él esperaba—. Tocarme. Antes, al darme la mano. La soltaste como si quemara.

Diluc no tenía respuesta para eso. Solo había sido un impulso, nada más.

—Tal vez quemara.

—Solo estaba fría…

—Escucha, no pienso cada maldita cosa que hago. ¿Has oído hablar de los impulsos?

—Maestro Diluc, los impulsos no han sido una tónica muy positiva en tu vida —por la mirada de Diluc, había traspasado un límite.

—Suficiente —y agarró a Kaeya para echarlo, cerró la puerta y se apresuró a cerrarla con llave.

El gato, a un metro, se había enroscado alrededor del plato, ya vacío.

Kaeya se estremeció ante la sensación térmica, pero hizo lo posible por disimularlo. Alzó una mano cuando vio al otro echar a andar.

—Buenas nocheees~

Kaeya se inclinó, contemplando al gato otra vez. Demonios, ese gato parecía dormir satisfecho a pesar del frío. Se sentía celoso. De eso y de que Diluc le hubiese hecho más caso que a él.

—¿Quién ha ganado esta noche, mm? Los dos fuimos alimentados y tocados por él. Yo tengo algo que tú no tienes~ Así pues, el ganador soy yo.

Alguien lo tironeó fuerte hacia arriba de tal modo que Kaeya casi se tambalea. Tuvo que caminar por instinto: el pelirrojo lo llevaba mientras gruñía.

—¡D-Diluc!

—Te he dado de comer y beber a cambio de que te fueses a casa, pero parece que voy a tener que llevarte yo, ya que insistes en seguir al frío de la noche.

—Diluc… tu pasión puede costarme un brazo —y gimió ante el profundo agarre al que lo estaban sometiendo.

—Estoy seguro de que lo soportarás. No debe ser la primera vez que te agarran.

—¿Oh? ¿Ese comentario tiene segundas intenciones? —por supuesto, Diluc no respondió, por lo que Kaeya insistió—. ¿Tienes curiosidad por quién más me agarra?

Diluc trató de morderse la lengua para no cortarle la cabeza, pero demonios que no se lo estaba poniendo fácil.

Suerte para el otro, pues en poco tiempo llegaron a la morada de Kaeya.

—Mañana, cuando mire mi brazo y vea el moratón, me acordaré de ti.

—Pues muy bien. Adiós.

—¿Puedo imaginarte como quiera?

Diluc era consciente. Sabía que lo estaba provocando, era su deporte y lo que mejor se le daba. Porque él… no sabía mantenerse al margen. Es como si el capullo supiera tocar donde le dolía y se divirtiera con ello. Lo estampó contra la pared, dejando a Kaeya algo sofocado.

—¿Cuál es tu problema? Aparte de beber como un cosaco.

—Me gustas.

Todo lo que Diluc iba a replicar, murió en su boca. El shock que al inicio provocó como reacción dio paso a una risa escandalosa. Kaeya lo miró, atónito. Diluc se sujetó la barriga y después murmuró:

—Si es que todavía no aprendo.

—Nunca pensé que una declaración mía te causara tanta gracia.

—Yo tampoco, sobre todo siendo falsa.

—¿Falsa? ¿Y por qué supones que es falsa?

—¿Y por qué iba a ser cierta?

—¿Porque me has escuchado hablar con el gato desde detrás de la puerta? —el otro cambió la expresión.

Diluc no habló, detectó el cebo en ese momento y calló como nunca lo había hecho. Si le daba detalles de lo escuchado, se delataría. Si no se los daba, bueno, Kaeya nunca podría estar seguro de eso.

—¿Crees que todo gira en torno a ti?

—Sería divertido. Imagínate que tú realmente no me odiaras y pudieras verme como alguien apetecible. Como alguien a quien podrías calentar con tu cuerpo y no con tu abrigo. —Incluso a la luz de la luna, un manto rojo se extendió por las mejillas de Diluc—. Así no tendrías que celar a quien se me acercara. Piénsalo, Diluc. Buenas noches.

Kaeya se giró para abrir la puerta, pero un Diluc cruzado de brazos se apoyó en la pared, obligando al otro a mirarlo.

—Y ahora huyes.

—No sé de qué te quejas, si llevas desde que me has visto mandándome a casa.

—Me acabas de ofrecer algo y ahora huyes.

Kaeya por fin se cruzó con esos ojos rojos, ahora furiosos.

—Huyo para ahorrarme la vergüenza, supongo. A nadie le gusta que lo rechacen, ni siquiera al encantador Capitán de caballería~

—¿Y si estuviera interesado? —Kaeya lo miró como si le hubieran crecido tres cabezas.

—…

—Muéstrame, entonces.

—¿Huh?

—Eso que dices, que te gusto. Muéstramelo —la mueca de superioridad puso a Kaeya la piel de gallina, y dio un paso atrás, golpeándose con la puerta.

Por un momento ambos quedaron mirándose. Un filo podría cortar la tensión entre esas miradas, las palabras no dichas parecían hacer eco. Diluc agarró a Kaeya del brazo y éste dio un paso atrás. Finalmente, Diluc se relajó, soltándolo.

—Ya veo. Todo era bravuconería.

Kaeya quiso decir algo, pero enseguida cerró la boca. ¿Qué podría decirle? Enredarse con él estaba fuera de sus planes, porque, ¿cómo podría sentirse digno de ese hombre? Se apoyó en la pared, notando el calor de la mano de Diluc que ya no estaba.

—Heh. —Diluc se apoyó en la pared, mirando al cielo—. Supongo que tú sigues viéndome como al enemigo.

Aquella declaración fue como un bofetón. Se volvió hacia él.

—No.

—¿No? Tal vez tu mente no, pero tu cuerpo… —Diluc calló, al notar un agarre en la mano: Kaeya había enlazado sus dedos con los de él.

Kaeya se mordió el labio. Con toda la fortaleza del mundo, que para él fue mucha, hizo total contacto con su mano. Fue catártico. Tocarlo y que Diluc no lo rechazase o se apartase, sino que lo mirara, curioso, catapultó sus pulsaciones al infinito. La pared de enfrente parecía apenas un fragmento arrancado de un sueño. Se mareó. No se dio cuenta, pero su cuerpo reaccionó de una forma que no esperaba.

—…ya!

Alguien lo llamaba. Solo escuchaba una voz, y era la suya. Cuando volvió en sí, Diluc lo sujetaba por los hombros, y tenía su cara a escasos centímetros de la suya. Incapaz de sostener su mirada, Kaeya dejó caer la cabeza sobre el hombro de Diluc.

—Estoy bien.

—¿Bien? Apenas te sujetas… Voy a cerrar la puerta.

Y eso hizo. Después se dejó arrastrar por Diluc hacia las escaleras, donde hurgó con la llave para entrar. Pronto, el calor emanado por Diluc le hizo sentir vergüenza. Sentir su brazo a lo largo de la espalda, y su mano contraria sujetándolo de la muñeca, como si estuviera borracho.

—Déjame andar.

—Ni lo sueñes.

Y no fue hasta que estuvo sobre el sofá que Diluc no lo soltó. Una bocanada de aire entró por los pulmones, haciéndole plenamente consciente de la situación, y asimismo, haciéndole sentir frío. No tuvo tiempo de levantarse o pedir algo: Diluc lo tapó con una manta inmediatamente después.

—Maldita sea, voy a hablar con Jean. ¿Qué trabajo de esclavos tenéis en la oficina?

Kaeya rio. Rio porque la situación era jocosa: Diluc cagándose en los Caballeros de Favonius cuando lo ocurrido había tenido que ver con él.

—Ah, veo que ya estás mejor.

Un silencio se sembró entre ambos. Kaeya supuso que el otro se levantaría y se iría, pero Diluc solo se quedó ahí, sentado.

—¿Por qué me has acompañado, Diluc?

—Ya te lo dije, te di de cenar para que no estuvieras al raso.

—No es la primera vez que salgo tarde, ni la primera vez que llego a deshoras a tu taberna.

—Y tal vez sea la última vez que lo haga —espetó Diluc, algo molesto.

—Tal vez… —Kaeya se arrimó a él— Tal vez algo de lo que escuchaste te ablandó.

Ya sabes, cuando el gato y yo estábamos teniendo una conversación.

Diluc volvió a callar. Otro cebo plantado: no pensaba morderlo ni de casualidad.

—No eres divertido.

—Agotas mi paciencia.

—Aun así me ofreces comida. Y me tapas.

—Demonios, Kaeya. Eso también fue un impulso —Kaeya lo miró entonces, con una mueca traviesa. Diluc pareció incómodo, sus piernas lo levantaron—. Me marcho.

—Te acompaño a la puerta.

El camino, si bien breve, lo protagonizó el silencio. Ninguno habló. Ninguno pareció querer decir algo. Diluc agarró el picaporte y se giró:

—Buenas noches —una sombra se echó encima, y todo ocurrió demasiado rápido, el beso de Kaeya le pilló desprevenido, y sus ojos se ensancharon al notar la calidez en su boca y unas palabras coquetas en su oído.

—Buenas noches, Diluc~

El aludido abrió la boca para protestar, pero Kaeya se escudó detrás de una puerta, eliminando cualquier posible reacción.

La rabia de Diluc emergió en olas fervientes, a la par que un rubor se instaló en la cara, haciéndole hervir por otro motivo. Golpeó con fuerza la puerta de madera con los puños.

—¡Kaeya, maldito seas! —pudo escuchar la risa del otro, jocoso. Y también pudo escuchar lo que dijo a continuación.

—Aaaah, Diluc, qué jaleo armas. Tan solo fue un impulso.

FIN