«A veces, por la noche, paseaba por su prado y miraba al cielo, esperando que ella viera la misma luna llena, las mismas estrellas brillantes». Esta es una historia de segundas oportunidades y corazones intrépidos.
Twilight es propiedad de Stephenie Meyer. Esta historia es de Alby Mangroves y yo la estoy traduciendo para todos ustedes.
Un millón de gracias a Larosaderosas y Sully por su valiosa ayuda. Mi agradecimiento a Paliia por la hermosa portada que nos hizo para esta historia, ¡gracias!
Ballad of the Spinster and the Outlaw(1)
por Alby Mangroves
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Capítulo 1: Un hombre distinto
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Bosque templado húmedo de la península de Olympic, 1880
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La primera vez que la vio fue también la última vez que viajó al pueblo sólo para sus asuntos.
Desde aquel increíble y fatídico día, muchos meses atrás, había hecho cada viaje animado por la esperanza de verla.
Había arriesgado su propia libertad, tal vez incluso su vida, pero tenía que ir.
Era dolorosamente consciente de que los intervalos entre las visitas eran cada vez más cortos, y el presentimiento subía por su columna vertebral como un ciempiés gigante.
Solía venir a comerciar al Almacén General de Forks cada pocos meses.
Esta vez, apenas había durado una semana.
Al principio, no pensó en la logística. Se levantaba mucho antes del amanecer, ensillaba al viejo Henry y partía hacia el pueblo de Forks con Jim, el perro callejero, que los seguía a sus pies hasta la linde del bosque.
Tirado hacia el pueblo, casi contra su voluntad y ciertamente contra su buen juicio, la imaginaba en su mente, dibujando sus rasgos con determinación, si no con habilidad.
Con cada visita, añadía detalles a su estudio, completando la visión.
Un hombre menor se habría dado por vencido; fueron necesarios varios viajes en vano -sin avistarla- para convencerlo de que planeara su reconocimiento con mucho más cuidado.
Se había convertido en un conspirador.
Por primera vez en años, había empezado a tomar nota de los días de la semana.
Tardó meses en resolverlo durante sus incursiones esporádicas en Forks, pero al final se dio cuenta de que su mejor oportunidad para verla era un domingo.
Algunos lo habrían llamado obsesivo.
Él no lo llamaba nada; simplemente cedía a un impulso tan desconocido y desconcertante como innegable, el impulso de rozar los bordes de su resplandor como una polilla, chamuscándose las alas en cada pasada.
Y así, los domingos, cabalgara o no a el pueblo, se veía incapaz de pensar en otra cosa que no fuera ella. Su rostro, su porte, todo en ella le fascinaba.
Pensaba en ella cuando se lavaba en el gélido arroyo de la montaña, pensando en lo cálida que sería su hermosa piel cuando la calentara la luz del sol, tan rara aquí en el oeste.
Pensaba en ella cuando cortaba leña para su hoguera, imaginando sus finas manos blancas recogiendo la leña para encenderla.
Pensaba en ella cuando estaba tumbado en su estrecho catre, imaginando que el cosquilleo de las pieles sobre su piel eran sus suaves caricias.
A veces, por la noche, paseaba por su prado y miraba al cielo, esperando que ella viera la misma luna llena, las mismas estrellas brillantes.
Pero, sobre todo, la recordaba.
Ella había entrado en su fría alma y la había convencido de que podía calentarse.
Visualizaba cómo era cuando la vio por primera vez y se preguntaba si algún día podría acortar la distancia que los separaba, aunque en el fondo sabía que eso nunca ocurriría.
Luchaba consigo mismo y se apaciguaba a partes iguales, contando el tiempo de un domingo a otro, incluso los que pasaba en su modesta cabaña en lugar de aventurarse a salir.
En esos días, abrazaba el dolor de su vientre y retrasaba su gratificación, incluso la de la comida y el agua, mientras deseaba estar quieto.
Se martirizaba a sí mismo, quedándose en la montaña en lugar de aventurarse al pueblo a buscarla y arrojarse, finalmente, a su merced.
Ahora sabía sin duda que la amaba, pero ella nunca querría a un hombre como él. Aun así, se atrevió a soñar con ella, a torturarse con lo que podría haber sido.
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Llevaba varios años comerciando en Forks, desde que el Homesteading (2) había empezado en serio y había podido reclamar su trocito del recién acuñado Washington.
Era fácil cazar o atrapar lo suficiente para alimentarse y ahorrar un poco más.
Las pieles y los cueros de ciervo con los que comerciaba en el Almacén General de John Banner le permitían adquirir otros artículos de primera necesidad, como harina, e incluso lujos, como café, tabaco o incluso un Colt nuevo.
Aquel fatídico día, cabalgó hasta Forks con varios fardos de pieles de ciervo y castor, con el único deseo de volver a herrar a su caballo y reponer sus provisiones.
Con los bultos sujetos al peralte de la silla de montar, cabalgó tranquilo por los oscuros senderos del bosque hasta que empezaron a despejarse y a convertirse en caminos trillados.
Cabalgaba acompañado por los petirrojos y los arrendajos, cuyos cantos eran un staccato ambiental sobre los sonidos de la brisa al caer sobre el musgo húmedo.
Cuando la luz de la mañana iluminó el tenue bosque, se bajó el sombrero hasta la cara y siguió cabalgando, soltando la brida de Henry y dejando que los pasos seguros del caballo los llevaran a Forks a paso tranquilo.
La prosperidad había empezado a cambiar el aspecto del pequeño municipio, y él había empezado a notar signos de expansión.
Sabía que se habían acercado a la tribu Quileute. También sabía que, aunque habían aceptado un tratado con el gobernador Stevens, nadie se había molestado aún en emprender la difícil travesía hacia las tierras de La Push, densamente arboladas y situadas junto a los acantilados.
Nadie los había obligado a trasladarse a la reserva de Taholah, que les había sido asignada.
Los indios contaban con que su tierra carecía de valor para los hombres blancos; demasiado difícil de abordar y no lo bastante rica en recursos naturales como para saquearla. Sólo esperaba que tuvieran razón.
El andar pausado de Henry los llevó más allá de los puntos de referencia conocidos y hacia la luz fresca y ventosa de media mañana que iluminaba el municipio.
Normalmente era un lugar tan nublado que un día de sol resultaba extraordinario.
Atravesó las afueras del pueblo fijándose en las nuevas edificaciones que habían surgido desde el invierno anterior, como setas tras las grandes lluvias.
Incluso había una iglesia pequeña y sencilla, con su pequeña aguja de madera elevándose modestamente hacia el cielo siempre nublado.
No sabía que aquel domingo lo cambiaría todo.
(1) La balada de la solterona y el forajido
(2) El homesteading fue el proceso mediante el cual, se le fue asignada la tierra a los "colonos" que llegaron a vivir en el oeste de Estados Unidos. La ley llamada Homestead Act, permitía a las personas establecerse en el oeste "desocupado" para cultivar la tierra. Promovía el ideal de autosuficiencia. Fue promulgada por en 1862 por el presidente Abraham Lincoln.
La historia cuenta con 19 capítulos, los cuales tengo traducidos en su totalidad y serán publicados dos o tres veces a la semana.
