El abogado golpeó la mesa con decenas de papeles, ante una abrumada Ryoko, que escuchaba hablar a su defensa, con la sensación de sentirse extraña en su cuerpo, sentada en el cuarto de visitas de la prisión de mujeres. No asimilaba tantas acusaciones que de repente la pintaban como una monstruosidad de persona, una persona ajena a ella, una persona con la que no se identificaba, a pesar de que, teóricamente, las acusaciones eran verdaderas. Era acusada de incesto con el agravante de negligencia por procrear.
El médico que atendió a su bebé había decidido indagar en la relación extraña de los padres, y determinó, con exámenes a la sangre y la saliva que aún conservaba del niño, que fue fruto de una relación incestuosa. Y con aquellos infames resultados en mano, abrió una denuncia penal contra ellos.
Así que de pronto, Ryoko no era una mujer enamorada de un hombre maravilloso, al que no vio crecer y no se formaron los lazos naturales de madre e hijo; era tan solo una abominable incestuosa. No era una madre que arrulló a su pequeño bebé con todo el amor y cuidado, que lo protegió de una muerte que no le buscó; era una negligente infanticida. Y por todo ello, debía estar en la cárcel.
—No todo es tan malo como parece, Ryoko-san, es más, tengo buenas noticias. Mire, la resolución del juez en primera instancia dice que…
Ella lo interrumpió: ¿Cómo está Ryu? ¿Cuál es su situación? —preguntó preocupada, siendo lo único que realmente le importaba.
El abogado y el policía se miraron las caras. El abogado se acarició el pelo, en un gesto nervioso.
—Él… verá… Se declaró el único culpable, alegando que la obligó a cometer delito, y asumió los cargos para que usted salga en libertad, entonces lo trasladaron a una prisión de larga permanencia, y… verá… —carraspeó— Hubo una revuelta en esa prisión, treinta y cinco presos armaron una huida y hubo balaceras y granadas, un incendio abrasador se inició en todo el penal, su hijo… entró al pabellón en llamas donde estaban encerrados los rehenes, que incluía a policías, psicólogos y cocineros… logró rescatarlos a todos, y cuando regresó a cerciorarse de que no hubieran más rehenes atrapados, ya no pudo salir… las llamas acabaron con todo. Lo siento mucho.
Ryoko sintió una puñalada en su corazón, mas, no lloró. Ya no había más lágrimas, ya las había llorado todas. Un mareo la desestabilizó, quiso colapsar, quiso vomitar, quiso gritar, tenía que expulsar el dolor de alguna manera física, y como no había ninguna forma disponible, se desmayó.
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Ya llevaba diez días en el hospital, la trataban de recuperar del desequilibrio mental, además de una mastitis severa que desarrolló vertiginosamente. Se recuperaba físicamente, aunque ella misma se sentía un cadáver.
Le dieron de alta por su mejoría física, mas, su corazón y su psiquis continuaron destruídos sin esperanza de recuperarse. Así se sentía ella, como un frasco sin contenido. Una lata vacía. La regresaron a prisión, a esperar su juicio.
Ryoko no podía dejar de imaginar los últimos minutos de su hijo. De su gran amor. Sus últimos segundos, en qué habrá pensado, habrá sentido miedo, dolor… Ese hombre, su héroe, que no temía a nada, que daba solución a todo con altruismo y valentía, y a veces con osadía; tuvo que estar destinado a salvar las vidas de otros inocentes, para que sus familias los reciban en casa… mas ella no recibiría nunca jamás a su amor en casa… solo desear que lo último en su mente no haya sido dolor… Esa idea la torturaba y terminaba rompiendo en llanto. Las compañeras se compadecían, le sobaban la espalda, mas, ella lo sentía como golpes, se apartaba de ellas, a refugiarse en su soledad.
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¿Libertad? Para qué quiero libertad, si la cárcel de mi corazón es perpetua.
Aquel que me susurraba al oído
Acerca de lo que consiste el amor
Y me llenaba la vida,
Ya no existe más
Sus ojos cerraron el telón del acto de mi vida
Que se llamaba felicidad.
Asi que
Libertad o prisión, igual me da
Solo recordar
Que alguna vez fui mujer entre sus brazos
Conocí el cielo a través de sus caricias y sus besos
Que ya se secaron en mi piel
Y no me queda más nada por vivir.
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Su abogado de oficio la buscaba con insistencia, su caso lo catapultaría a la cima de la popularidad, si tenía éxito en defenderla, pero ella tendría que poner de su parte. Nunca había defendido a alguien que no cooperara por su propia libertad, lo cual le sacaba de quicio y añadía una dificultad extra a su labor. Es que a Ryoko le daba todo igual. La prisión o la libertad le eran indiferentes. Se pasaba los días durmiendo, la despertaban a las 6am con las demás prisioneras, solo para volverse a recostar y dormirse ahí, sobre las mesas de cemento del patio. Y cuando estaba obligada a estar despierta, despreciaba olímpicamente la conversación de las otras mujeres, y se aislaba leyendo libros y escribiendo sus memorias. Una mujer robusta y extranjera se recurseaba vendiendo "pepas", unas pastillitas para quedarse dormida y soñar en una realidad diferente, una realidad en la que el gran amor de tu vida te espera para cenar juntos y preparar el biberón del bebé…
—Dame tres, juntas.
—Suave, suave, Ryoko, que con tres te quedas tiesa, ¿y…?
—Y… mejor sería para mi. Dame las tres, te digo.
Y así sus días se pasaban con la única espera del día que consistía en que la extranjera maciza le trajera las píldoras que suspendían su existencia.
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Una visita a la semana era bastante agotador para Ryoko y se ponía el mismo suéter grueso de lana, que ya olía a sudor, a comida, a suciedad, a todo; y que a ella no le importaba, solo necesitaba soportar el frío de ese cuarto de visitas.
Se sentó frente a frente con su visita inesperada: Sakura.
Sakura se levantó de su silla con solemnidad cuando vio entrar a la madre de Ryu. Estaba tan diferente. Por lo menos habría perdido unos veinte kilos. Pálida, demacrada, sin brillo. El pelo reseco. La dejadez por vivir se delataba en su cara a gritos desesperados.
Sakura le hizo una venia de respeto, mientras Ryoko se sentó pesadamente.
—Ante todo, decirle que lo siento mucho. Lo qué pasó con Ryu… los siento mucho, Ryoko-san. —ya no pudo contener las lágrimas y Ryoko le ofreció un pañuelo.
—Me imagino que está usted devastada… —dijo Sakura, secándose las lágrimas.
—No estoy devastada, estoy muerta.
Sakura continuaba llorando —Además, su hijo pequeño… tantas desgracias... ¡y todo por mi culpa!
—¿Tu culpa? —preguntó Ryoko, desconcertada.
Sakura esquivó su mirada…
—Verá… —empezó a hablar — Yo no puedo concebir. Soy estéril. Y me mataba el hecho de que Ryu me insinuaba constantemente su anhelo de tener hijos. Nunca tuve el valor para confesarle mi problema, por una mezcla de tristeza y orgullo de mujer, no se lo podía decir. Y cuando las cosas empezaron a ir mal entre nosotros…
Ryoko la interrumpió: —Debiste confesárselo. No confiabas en él, no conocías al hombre que tenías.
Sakuro elevó su voz, indignada —¡Sí lo conocía! ¡Y seguramente me hubiera pedido adoptar un mocoso de esos, del albergue!
—¡¿Es que todo se trata de ti, niña?! ¡¿Qué problema tienes con mostrar compasión por los demás seres ajenos a tu entorno?!
—...Sabe, señora, yo no soy como ustedes. Yo soy normal.
Ambas permanecieron en silencio mirándose a los ojos, con reproche, con lástima, todo mutuo.
Luego de unos segundos, Sakura retomó la palabra con la voz resquebrajada:
— …Luego… me enteré por una carta que usted le dejó, que andaban en una relación. Morí de celos y estos se acrecentaron cuando me enteré que Ryu tuvo un hijo, el que yo no le pude dar, ¡¡con su propia madre!! Y luego… —rompió en llanto— mis celos y mi indignación de que me cambiara por un amor aberrante, me llevaron a reunirme con el doctor de su bebé, para contárselo todo, le mostré la carta y los dos fuimos a denunciarlos por incesto y negligencia. —su llanto se descontroló y se tapó la cara con las manos— ¡Lo siento! ¡Lo siento mucho! ¡No me imaginé tanta desgracia! ¡Estoy muy arrepentida!
Lloraba ahogándose, y cuando húbose calmado y recuperado un poco el orgullo, miró a Ryoko fijamente a los ojos, condenándola —Nunca imaginé que usted y su hijo tuvieran otro hijo.
Sakura quiso intimidarla, esperaba que Ryoko bajara la mirada, pero no lo hizo. Mas bien, sostuvo su mirada muy firme sobre la de Sakura, haciendo que esta la esquive. Sakura miró de lado, y algo nerviosa le propuso:
—Señora, he venido porque quiero remediar en algo todo el daño que hice indirectamente. Tengo en mi poder la carta que usted le envió a su hijo. Si se la mostramos al juez, usted quedaría libre, porque se comprobaría que quiso terminar la relación incestuosa y él no se lo permitió, lo cual constituye un acoso, donde usted sería la víctima.
Ryoko la miró fijamente y golpeó la mesa —Eso es una mentira. No haré quedar a mi hijo como un hostigador, cuando yo lo seduje, yo lo corrompí, yo tengo la culpa de todo y merezco estar aquí. Y si no tienes nada más que decir, adiós.
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Los fines de semana llegaban sin que ella quisiera saber el día ni la hora, los días eran todos iguales y le daban lo mismo.
Pero una visita, por fin, le sacó una sonrisa. Eran los pequeños de la escuela. El más pequeño, el más travieso, y el que sabía algo de Shotokan, por las veces que Ryu estuvo enseñándoles. La abrazaron sin ningún reproche, sin ninguna pregunta, sin ningún comentario, solo la abrazaron derribándola de amor. Pensó que ya no tenía lágrimas, pero estas nuevas eran de felicidad. La maestra la miró con compasión.
—Ryoko-san, te necesitamos en la escuela. Tu ayuda es invalorable, sin ti estos niños no aprenden igual, no están motivados. Ya ni quieren comer, solo esperan la avena de mamá Ryoko, sí, con sabor a leña. —le sonrió con dulzura la maestra.
Ryoko se permitió una pequeña carcajada mientras se limpiaba las lágrimas con su suéter de lana.
—Tu abogado me comentó que no puede avanzar en tu defensa si tú no cooperas. Y yo te vengo a decir, los niños te necesitan. No te olvides del amor que prometiste darles incondicionalmente. Sé que acabas de atravesar la muerte de tus dos hijos, y de tu amor, pero él, estoy segura, quisiera que uses los recursos que tienes para salir de aquí y continuar con el sueño de los dos. No desperdicies tu vida, haz que la muerte de tu hombre no sea en vano. Él… nos habló a todos en el pueblo y nos explicó tu proyecto, en la escuela quedamos encantadas y sorprendidas por tu nivel de compromiso con estos niños. Hazlo por los niños, y por tu gran amor, que por supuesto, las maestras de la escuela no juzgamos. Nosotras estamos del lado del amor en cualquiera de sus formas. ¡Arriba, colega! ¡Levántate! —abrazó a Ryoko con compasión y ella no paraba de llorar enterrando su rostro en el cuello de la maestra.
—Ya has llorado demasiado, mujer —le limpió las lágrimas con sus propios dedos— ahora te toca mirar al frente. Como tu hombre esperaría que hagas. Ne?
Los niños la miraron con sus caritas inocentes esperando su aprobación. Creyendo que así nomás podían llevársela y regresarla a la escuela. Ella se agachó con el amor y la paciencia de siempre a prometerles que pronto estaría con ellos. Se despidieron dejándola pensativa…
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Toda aquella noche soñó con Ryu, que le hablaba agarrando su rostro con sus manos tibias, que le daba besos y después se alejaba. Sentía sus besos y sus caricias tan vívidas, que ella misma movía, soñando, sus labios y sus brazos sobre la cama de cemento de su celda. Y, saltando a otro espacio y tiempo, vio a su hombre desmayado por el humo del incendio, completamente inconsciente, sin poder sentir miedo, ni dolor. Ningún dolor. Esa revelación la hizo sentir una paz que calmaba su angustia, que le daba forma a la duda que la había estado torturando todo este tiempo. Sintió paz. De nuevo lo veía alejarse, y ya muy lejos le decía "No tengas miedo de usar la carta de Sakura. ¡Úsala!" Y después, imágenes confusas de Oyakoko, de Ryu, de la hacienda, todo mezclado en una sensación de añoranza y melancolía.
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Un sábado, lo sabía, y sabía que eran las 7am, pidió el teléfono. Llamó a su abogado —Venga, es urgente.
El abogado llegó rapidísimo y anonadado ante una Ryoko con semblante cambiado, una voz con determinación, un brillo en su mirada.
—Necesito salir de aquí. No es un caso difícil si tenemos las pruebas —le entregó un número de teléfono escrito en un trozo de papel higiénico— Se llama Sakura Kasugano, tiene una carta que puede ser interpretada a mi favor, hay que mostrarla al juez. Y felicidades, doctor, con este casito te vuelves estrella, así que esmérate —le dijo con un ímpetu contagioso. Le guiñó el ojo con picardía y optimismo, y él le devolvió el gesto, anonadado.
Finalmente el fallo del juez fue a favor de Ryoko y ella salió libre inmediatamente, siendo lo primero que hizo, comprar unas rosas rojas y dejarlas en la tumba de su amor. Arrodillada ante la fría piedra en la cual estaba tallado su nombre, puso las rosas con detenimiento y amor; le habló en voz baja, veinte, treinta, cincuenta minutos, a quien ahora, diez metros bajo tierra, era los restos del gran amor de su vida. El que la hizo conocerse como mujer, con el que compartió sus sueños, con el que engendró al otro pedacito de cielo que yacía enterrado a su lado, con flores amarillas humedecidas por el rocío de sus lágrimas. Eran lágrimas de añoranza y amor. De ímpetu por la promesa que les acababa de hacer a los dos: "Sacaré adelante la escuela-albergue como fue nuestro sueño, Ryu, para que los niños como nuestro Oyakoko tengan un futuro"
Regresó a su hacienda, después de 2 años desde el incidente con los pobladores, no había regresado hasta hoy. Efectivamente, era ahora un lugar seguro cercado por inmensos muros del más fuerte alambrado por los lados, y por el frente, una pared de más diez metros de altura, la resguardaban de posibles indeseables. Avanzaba temblando, una mezcla de miedo por el recuerdo de lo que pasó y una nostalgia tan cruda que la hacía estremecerse de tristeza. Con cada paso que daba, comprobaba que todo estaba tal cual, antes del ataque. Como si nada hubiese pasado. Como si la tragedia nunca hubiese pasado por ahí. El establo lucía las paredes limpias, sin las letras de sangre, sin ningún rastro de muerte. Lucía cálido y ordenado, listo para criar a cuantas cabras ella quisiera. Más allá, las parcelas estaban perfectamente divididas y los regaderos y todo lo demás, funcionando. La cinta roja que Ryu solía atarse en la frente en sus entrenamientos, flameaba atada a una estaca de madera, le indicaba que el viento abría el horizonte. Todo lucía dispuesto, fértil para albergar vida. La hamaca… todavía estaban encima las almohadas que ellos usaban cuando se echaban juntos. Una melancolía la invadió…
Avanzó, y dentro de la casa todo estaba ordenado, no había vidrios rotos ni olores a orines. Ryu se había asegurado de que cuando regresaran, no hubiera ni un solo rastro de odio. Avanzó un poco más. Su habitación ordenada, las ropas de ella y de él colgadas juntas. Cogió una chaqueta de Ryu. La olfateó, la apretó contra su pecho y unas lágrimas de gratitud salieron:
"Gracias, amor, no sabía del gran trabajo que hiciste"
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Decenas de niños llenaron las aulas y nuevas maestras competían por un lugar en la nueva escuela-albergue, que ahora gozaba de popularidad y reconocimiento. Los alumnos del dojo de Ryu habían aceptado, honrados, ser parte del proyecto solidario enseñando Shotokan a los pequeños, tal como su sensei hubiera querido. Los voluntarios del establo ordeñaban a las vacas y a las cabras, y llevaban baldes de leche a la quesería donde hacían queso, yogurt, natilla dulce y otros lácteos que a los niños les encantaban. Ryoko recogía la cosecha de arroz, trigo, limones. Llevó a los niños más pequeños a conocer el trabajo de establo, los niñitos les daban de comer a las cabritas hojas de lechuga y les daban avena en biberones, le recordaban tanto a su Oyakoko…
La cinta roja de Ryu flameaba esta vez en dirección al este. Era momento de avanzar.
Su albergue ya era mundialmente conocido por su desprendida labor de ayuda a los niños desamparados, no solo de su pueblo, sino de todas partes del país venían los niños sin padres, abusados, abandonados, incluso de otras partes del mundo, y Ryoko se trazó la meta de aprender varios idiomas para poder entenderlos a todos y a cada uno de ellos.
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—El albergue lleva el nombre de su marido, ¿no es así, Ryoko-san?. —preguntaron los abogados a Ryoko, a punto de firmar la legalización de la escuela-albergue.
—De ninguna manera . Él no quisiera eso. El reconocimiento no significaba nada para él. El albergue se llama simplemente "Los niños estan hechos de amor"
Los abogados se miraron las caras y asintieron. Después de todo, no iban a discutir con la reciente embajadora de la fundación mundial para los niños desamparados, de la cual había sido recientemente nombrada por el Primer Ministro, por su labor reconocida internacionalmente, aunque ella se escondiera sonrojada bajo los flashes del mundo.
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"Mi trabajo es para ustedes, mis dos preciosos hijos.
Cuando llegue mi momento
no temeré
porque ya habrán abierto mi camino
los pasos justos
y la inocencia hecha piel.
Así que no temeré.
Mas
espero con ansias ese día
donde nuestras almas se gocen juntas de nuevo.
Mi universo entero, mi fortaleza,
bajo la calidez de tu hombría
me cobijaré en este simulacro de vida.
Mi cielo, mi pedacito de dulce inocencia,
pequeña vida que se te fue tan pronto.
La luz de mis días, la inocencia de tu dolor."
