Capítulo 37
Finalmente llegó el esperado bautizo, donde el único protagonista iba a ser el pequeño Thomas, quien no tenía ni idea de lo que pasaba a su alrededor pero, como su madre, nunca perdía la sonrisa.
Después de pasar horas arreglándose para la ocasión, por fin Evangeline y yo estábamos listas para la ceremonia que se celebraría en la iglesia del pueblo.
La castaña había elegido un vestido estilo londinense bastante ostentoso de color dorado. Las mangas eran ligeramente abullonadas y su falda estaba decorada con patrones de flores del mismo tono azulado que los volantes que llevaba en el escote. Una cinta de un tono un poco más apagado se ceñía a su cintura, resaltando su figura.
Por mi parte, en esa ocasión opté por usar un vestido verde claro, como el de las hojas de los árboles en verano. Las mangas estaban hechas con una tela ligeramente translúcida, no muy ceñidas a mis brazos, creando un efecto suelto y liviano. Por lo que respectaba a la decoración, no es sorpresa para nadie que eligiera un estampado floral, pero usé la misma tela translúcida con un tono aún más claro de verde, haciendo que fuera muy sutil a la vista. La falda no era ancha, sino que caía como una cascada hacia abajo, creando una pequeña cola en la parte de atrás. Sencillo, pero elegante.
La ceremonia no se alargó más de lo necesario, a petición de Loveday que no podía esperar a volver a la mansión y empezar lo que para ella sería la fiesta de verdad; su tan esperado baile.
Como padrinos, Robin y yo tuvimos que estar prácticamente toda la misa sentados uno al lado del otro. Que la última vez que hablamos, hacía unos días atrás, todo hubiese ido relativamente bien dentro de lo que cabía, no lo hacía menos incómodo. Eso sumado a que casi no pudimos intercambiar palabra alguna, ya que el estrés de los acontecimientos nos lo impidió. Tom requería muchas atenciones y tanto Loveday como el tío necesitaban de nuestra ayuda.
Cuando llegamos a la mansión, ya todo estaba dispuesto desde que nos fuimos a la iglesia. Primero recibimos a los invitados y más tarde almorzamos todos juntos hasta que llegó la hora del baile.
La música sonaba y la gente se animó a pasar a la pista, situada en el mismo salón en el que celebramos la boda, después de que los anfitriones, Loveday y mi tío, bailaran una pieza para dar por comenzado el baile definitivamente.
Me balanceé al ritmo de la música con Tom en brazos. Decidí cuidar de él para que sus padres se divirtieran un rato. Loveday merecía disfrutar de la fiesta que tanto le costó organizar. El niño estaba sorprendentemente calmado pese a estar rodeado de mucha gente que no conocía. Aunque no era de extrañar que se sintiera tan tranquilo y relajado, seguramente se le habían quitado todas las ganas de llorar después de que lo hiciera durante media hora sin parar tras introducirlo en la pila de bautismo y que el sacerdote le vertiera en la frente el agua bendita.
Divisé a David, Richard y Henry no muy alejados de donde me encontraba yo. No me sorprendió verlos tomando unas copas, charlando tranquilamente. Seguramente evitarían bailar a toda costa. Según ellos tenían "otras dotes" mejores que esa.
Sonreí al ver a Evangeline bailando felizmente con George, quien se esforzaba por no pisarle a cada paso que daba. Formaban una pareja estupenda. Puede que unos años después estuvieran en esa misma situación y yo cuidara de su primer bebé. El tiempo lo dirá, pero a mí me gustaba pensar que así sería.
Mi mirada se desplazó por el lugar, buscando a alguien en particular. Cuando visualicé mi objetivo, no pude evitar esbozar una sonrisa al verlo ajustar su corbata. En aquella ocasión, había convencido a Loveday para que le dejara usar su querido sombrero, el cual desentonaba bastante con su esmoquin, pero de alguna manera le daba un toque particular que lo hacía parecer más atractivo de lo que ya era de por sí.
El gesto se me congeló en el rostro cuando vi que una chica de cabello oscuro recogido en un moño alto se acercaba a él. Pareció reconocerla y la saludó con una sonrisa. Se me heló la sangre en las venas al verla claramente coqueteando con él. Las tácticas que utilizaba eran de esas que te enseñaban en la alta sociedad cuando necesitabas conseguir las atenciones de un hombre. Siempre me parecieron estúpidas y ridículas. El abanico en su mano hizo volar los hilos oscuros de cabello sueltos que llevaba en la parte de delante, mientras aleteaba las pestañas inocentemente. La sensación fue horrible, como si alguien me hubiese golpeado el estómago sin piedad.
«Así que, ¿esto es lo que llaman celos? —pues no me gustaba ni un pelo.
—¡Maria! ¡Ahí estás, te estaba buscando! —Loveday tapó mi visión, obligando a que despegara mis ojos de ellos—. Siento que hayas tenido que ocuparte de él durante tanto rato. Tu tío estaba tan entusiasmado que cualquiera le decía que no —rió. Extendió las manos para que le diera al pequeño. Lo coloqué en sus brazos con cuidado—. Yo me encargo ahora. ¡Ve y disfruta del baile! ¿Aún no tienes ninguna invitación? —miré mi carnet de baile vacío. Reprimí un suspiro al negar con la cabeza—. Vaya, ¡no te preocupes! Estoy segura de que más de uno está muriendo por ser el primero —me animó. Intenté esbozar una sonrisa, pero estoy segura de que solo salió una mueca en su lugar.
—Creo que voy a por algo de beber —me disculpé. Estaba que me subía por las paredes. La mujer no se dio cuenta de que estaba ocultando algo que me interesaba y a la vez no quería ver.
—Oh, claro. ¡Diviértete! —palmeó mi hombro antes de que me pudiese escabullir entre la gente.
No tardé en divisar de nuevo a la pareja. Ella era muy efusiva con sus gestos, casi exagerada. O simplemente estaba emocionada por hablar con él. Robin asentía mientras hablaba, prestando atención con las manos tras la espalda.
No quise seguir torturándome de esa manera, tan solo me hacía sentir peor. Tomé una copa y me la llevé a los labios, sorbiendo un poco del champagne dorado. Hice una mueca al encontrarlo amargo.
—Tengo entendido que se debe comer algo dulce antes de beberlo. Su sabor mejora de inmediato —alcé la vista para encontrarme con Chris Rogers sonriendo en mi dirección. Estaba tan abstraída que no me di cuenta de cuándo había llegado o si estaba ahí desde un principio.
—¿Sí? No lo sabía —miré la copa, las burbujas subiendo rápidamente en el líquido.
—Eso dicen en Francia, al menos.
—Supongo que debemos tomar esas declaraciones como ciertas. No por nada es la cuna del champagne.
—Cierto —rió, acercándose para tomar una copa también. Compartimos un silencio. Yo observé a la gente danzar en la pista mientras que él de vez en cuando lo pillé mirando en mi dirección. Tenía la sensación de que quería decir algo pero no sabía cómo hacerlo—. Un baile encantador. Tu tía tiene buen gusto.
—Sin duda —saludé a Loveday, quien de vez en cuando posaba su vista en nosotros. No se me escapó la ligera mueca antes de que me sonriera de vuelta—. Le gusta hacer de cada detalle algo memorable para recordar.
—Creo que lo ha conseguido —asentí, volviendo a sorber de la bebida en mi mano—. No te he visto en la pista de baile —me giré en su dirección—. ¿No te gustan este tipo de eventos?
—Preferí quedarme con mi ahijado y acapararlo por un rato hasta que su madre creyó que ya había tenido suficiente.
—Quieres mucho a ese niño, ¿no?
—Sí, es mi adoración —sonreí—. ¿Y tú, no bailas?
—He de confesar que no es lo que mejor se me da —se encogió de hombros modestamente. Hizo una pausa, me envió una mirada mucho más intensa de las que me ha enviado en el poco tiempo que nos conocemos, dejó su bebida en la mesa y se plantó frente a mí, extendiendo la mano galantemente. Me quedé extremadamente quieta, prácticamente congelada—. Pero puedo hacer una excepción. Maria, ¿me concederías el honor de ser tu primer baile?
Robin's Pov
Estaba preciosa. El verde sin duda era un color que le favorecía mucho. O simplemente daba igual el vestido que usara, me seguiría pareciendo la mujer más hermosa que hubiese visto jamás. La observé balancearse al ritmo de la melodía que tocaba la banda con Tom en sus brazos. La imagen era encantadora.
No había hablado casi nada con ella en todo el día. Era irracional tenerla tan cerca y echarla de menos aún así.
Quise hablar con ella, pedirle un baile. Dejar de lado todo lo que había pasado y olvidarme de todo. Incluso si mi padre me veía, me daría igual. Y estaba por hacerlo hasta que alguien se cruzó en mi camino.
Rebecca Anders.
Una joven del pueblo que era hija de uno de los comerciantes a los que padre tenía en muy buena mira. Solían hacer negocios de vez en cuando. Hubo una temporada en la que ambos sopesaban la idea de que yo cortejara a Rebecca, pero yo la descarté, ya que no tenía ningún interés en el matrimonio ni en ella. Solía decir que no me casaría nunca, que vagaría eternamente por el bosque a mis aires, sin importarme nada más que la caza y no ser sorprendido por algún animal de improviso mientras caminaba.
Eso fue hasta que conocí a Maria. Había puesto mi mundo boca abajo sin yo darme cuenta. Y cuando me percaté, ya era tarde.
Me esforcé por comportarme cortésmente con Rebecca, pese a que lo único que quería era que dejara tanta charla y marcharme lo antes posible. Obviamente no me dejó tranquilo y empezó a preguntarme cómo había estado. Había cortado toda relación con ella cuando me enteré de los posibles planes de mi padre y desde entonces no habíamos tenido contacto, salvo los saludos que se envían a los conocidos desde la distancia más por educación que por otra cosa.
Sabía muy bien que tenía un interés en mí, no porque yo fuera el más avispado del salón, sino porque ella no se esforzaba en ocultarlo para nada. En otro momento de mi vida, la habría enviado a pastar en un abrir y cerrar de ojos, pero me dije que debía tener un poco de paciencia y ser amable aunque sea.
Por el rabillo del ojo vi a Maria moverse por el otro lado de la sala, caminando rápidamente hacia la mesa donde estaban las bebidas. Fruncí el ceño, parecía molesta. Vi a Loveday con Tom en brazos. Casi reí cuando pensé en que estaba enfadada porque le habían arrebatado al pequeño y se había quedado sin poder consentirlo como a ella le gustaba.
Pero poco me duró el buen humor cuando vi que Chris Rogers se le acercó sigilosamente mientras ella observaba a los bailarines. Apreté ligeramente los puños a mi espalda al ver que charlaban amenamente. Parecía haber conseguido que a Maria se le quitara el enfado, incluso rieron juntos.
Por mucho que me esforcé por atender todo lo que estaba diciendo Rebecca, lo cierto es que más tarde ya no podría recordar nada de lo que me contó. Me disculpé con ella y me retiré, sin dejar de observar a la pareja que había al otro lado del salón.
Sentí una tensión en mis hombros, así como mi cuerpo se enfrió de repente, ni siquiera mi chaqueta podría solucionar eso.
Sabía que la fiesta ya no sería una diversión para mí cuando Chris le tendió la mano, pidiéndole un baile.
Evangeline's Pov
—Robin está tratando de matarlo con la mirada —rió en voz baja Richard, tomando de su bebida.
—Maria quiere arrancarle ese moño tan apretado que lleva —comenté—. Dios, esto es mejor que las novelas.
Dejé de bailar con George cuando vi a Maria hablar con un chico que no reconocí. Que yo supiera, no me había hablado de ningún chico a parte de Robin y su pandilla. Por tanto, ese era un total misterio que estaba dispuesta a averiguar. Me acerqué a donde estaban los muchachos y les pregunté si sabían quién era el tipo que charlaba amenamente con Maria. Un tal Chris Rogers, hijo del capitán de la guardia del pueblo.
Supe que las cosas se iban a poner interesantes cuando vi los rayos que le estaba lanzando mi amiga a la chica que se había acercado a hablar con Robin hacía un rato. Para mí era bastante evidente que ella intentaba captar su atención, pero él se mostraba reticente ante eso. Más bien su atención estaba puesta en cierta Merryweather que rondaba la otra parte del salón y sus ojos se volvieron gélidos al ver que estaba bien acompañada a su vez.
Todo se volvió mucho más interesante cuando el rubio le tendió la mano, supuse, para invitarla a bailar. Robin no se mostró muy contento ante eso, más bien parecía un león listo para atacar.
—¿Creéis que deberíamos hacer algo? —como siempre, George "El Pacífico", como me gustaba llamarlo para molestarle, habló intentando apaciguar la situación.
—No, solo nos aguará la diversión —David asintió a lo que respondió Henry.
—Estoy de acuerdo —sonreí pícaramente, ellos imitaron mi gesto—. Veamos cómo se desenvuelven —miré la escena desde el borde de mi copa al beber, ganándome un suspiro de derrota por parte de mi novio.
Maria's Pov
Creo que mi silencio duró más de lo que debería, ya que su expresión cambió por una mueca de preocupación. Me obligué a recomponerme. Ciertamente, no me lo había esperado.
Una parte de mí, una que sonaba muy fuerte en mi cabeza, me dijo que le dijera que sí y así podría olvidarme de todo lo que me entristecía en ese momento. Dejar de lado a Robin y esa chica que se lo comía con la mirada, liberarme de la carga de mis sentimientos no correspondidos.
Pero otra voz, no tan fuerte e imponente, pero que sonaba más real y sincera, me dijo que no lo hiciera. Los celos no dominarían mis acciones y me harían cometer errores que con el tiempo seguramente lamentaría. No me traicionaría a mí misma. Tampoco sería la que diera falsas esperanzas de algo que no existía a alguien que claramente nada tenía que ver con eso.
—Me siento profundamente halagada por tu propuesta, Chris, de verdad —tomé aire—. Pero no puedo bailar contigo.
—¿Esperas a alguien más? —estaba herido, aunque intentó disimularlo lo mejor que pudo. Me sentí un poco mal por eso, pero sabía que estaba haciendo lo correcto.
—Desde hace un tiempo, sí —le brindé una sonrisa de disculpa, dejando la copa junto a la suya—. Estoy segura de que alguien más apreciará tus atenciones mejor que yo. Lo lamento —asentí respetuosamente hacia él. Sin salir de su desconcierto, me lo devolvió antes de dejarme paso para marcharme.
Me sentí aliviada y a la vez un poco apenada por haberlo rechazado, parecía una buena persona, pero yo no sería la que lo ilusionara por nada. Sabía muy bien que nadie podría ocupar el lugar en mi corazón que ya estaba reservado mucho tiempo atrás.
Me senté en una mesa junto a la señorita Heliotrope, quien estaba resoplando debido a lo cansada que estaba. Digweed no había parado de pedirle bailes y la pobre anciana ya no daba para más y necesitaba un poco de descanso antes de proseguir.
Observó mientras me sentaba, masajeando mi sien, no porque me doliera sino por todo el lío que tenía montado en mi cabeza. Se ajustó sus anteojos y se me acercó un poco para que pudiese escucharla sin necesidad de que levantara mucho la voz.
—Una dama no rechaza un baile con un caballero a no ser que lo tenga reservado para otro —regañó la institutriz. Agaché la cabeza, sin ánimo de discutir con ella. Sus siguientes palabras me tomaron desprevenida—. Pero a veces hay excepciones, mientras los motivos sean justificables —guiñó un ojo cómplice en mi dirección. Le sonreí, sabiendo que entendía y apoyaba mi decisión. Dio un apretón a mi mano sobre la mesa antes de alejarse y seguir quejándose de lo que le dolían los pies.
Estuvo haciéndome compañía por un rato hasta que llegó Loveday con una sonrisa de esas que no pronosticaba nada bueno para mí. Quise huir inmediatamente, mis instintos me lo advertían, pero ella fue más rápida.
—¡Maria, necesito pedirte un favor! —arrugué la frente al oír el tono piadoso que utilizó.
«Esto no me gusta nada».
—¿Necesitas ayuda para cambiar a Tom?
—¡No! Para nada. Benjamin ya se está ocupando de eso —rió. Luego volvió a cambiar su semblante, tomando mis manos en las suyas. Definitivamente, estaba en serios problemas—. Quiero que hagas algo por mí.
—¿Qué? —alcé una ceja inquisitiva. Supe que no me gustaría la idea cuando se tomó un momento para agarrar aire antes de continuar.
—Me gustaría que Robin y tú bailárais hoy. Es tradición que los padrinos compartan al menos un baile en la celebración —abrí la boca para rechistar pero movió la mano enfrente de mí para silenciarme—. ¡Solo será una canción! ¡Por favor, te lo ruego! —hizo pucheros, sabiendo muy bien que me costaba muchísimo decirle que no.
Me mordí los labios nerviosamente, robando una mirada en dirección del chico. Se había movido de lugar, situándose un poco más alejado de la pista. La muchacha ya no estaba con él, ignoraba dónde se había podido meter. El aire se me escapó de los pulmones y casi sentí que me ahogaba cuando me encontré con sus ojos. Había algo en ellos, pero no pude pensar mucho cuando su hermana me preguntó si lo haría o no, demandando una respuesta. La miré, sintiéndome derrotada, accediendo finalmente. Dio varios saltos y con un corto abrazo se retiró de mi lado, dejándome con un compromiso por cumplir.
Tenía que bailar con Robin, algo que había estado deseando todo el día, pero en esa ocasión me invadió el miedo al rechazo.
Después de mentalizarme para lo que estaba a punto de hacer, ajusté con nerviosismo una de mis cintas verdes que llevaba en el pelo y me encaminé con pasos aparentemente decididos hacia él. Sus ojos marrones me estudiaron a medida que me aproximaba hasta que me detuve frente a él.
Ciertamente, no era justo que con tan solo su cercanía y su atención puesta en mí, me dejara sin pensamientos. Inclinó la cabeza, confuso por mi falta de habla. Reprimí el impulso de sacudir la cabeza para espabilarme.
—Loveday quiere que bailemos una pieza —expliqué brevemente, yendo al grano—. Somos los padrinos de Tom. Dice que quedaría fatal que no lo hiciéramos dada la tradición —señalé con la cabeza en dirección de la mujer, quien con un gesto de la mano, nos azuzaba para que nos animáramos por fin. Rodé los ojos ante eso y volví mi atención a él, quién seguía mirándome con esa expresión tan extraña que había tenido hace un momento. Me retorcí las manos sutilmente, nerviosa por su respuesta que nunca llegó.
«Sabía que era mala idea».
—Vale, lo entiendo —alcé una mano, intentando que no se me notara lo herida que me había dejado su sutil rechazo—. Olvídalo. Haz como que no pregunté. Ya me inventaré alguna excusa para tu hermana —estuve a punto de darme la vuelta, con la idea de esconderme en cualquier sitio donde la vergüenza no me persiguiera, jurando secretamente que buscaría a Loveday más tarde y le haría pagar por el mal trago que había tenido que pasar. Luego ya me deprimiría en la soledad de mi habitación.
Pero antes de que pudiese hacer alguna de esas cosas, sentí un tirón en mi muñeca, deteniendo mis pasos, girándome hacia atrás. La sonrisa en su rostro dejó mi mente totalmente en blanco.
—Qué manera más sutil de pedirme que baile contigo, princesa —mi corazón dio un vuelco ante las palabras que recordaba muy bien. Sentí que mis mejillas ardían cuando me guiñó el ojo con picardía.
Tomó mi mano y me llevó al centro de la pista, evitando a los demás bailarines a nuestro alrededor. Tendió una mano entre los dos, sus ojos brillando bajo la luz del atardecer que se filtraba en la sala. La acepté sin dudar, apretando ligeramente su palma en la mía. Entrelazó nuestros dedos, enviando escalofríos por mi cuerpo con el gesto. Su mano libre se posó en mi cintura, acercándome más a él. La melodía que estaba sonando cesó para dar comienzo a un nuevo vals. Nos balanceamos al ritmo de la música, sin despegar la mirada uno del otro en ningún momento.
Estar tan cerca… Así. Cómo lo había extrañado, sentir el calor de Robin, el consuelo inmediato que me brindaba con tan solo estar ahí. La paz y a la vez el revoltijo que creaba en mi mente con tan solo una de sus miradas. La sonrisa burlona que siempre tenía preparada, una faceta de él que adoraba.
Y en medio de todos esos pensamientos, el dolor de nuestra situación me golpeó con aún más fuerza de la que esperé. Si tan solo las cosas fueran diferentes…
—¿Qué pasa? —susurró, o eso creí, ya que estábamos tan cerca que no era necesario hablar tan alto.
—Nada —negué con la cabeza, elevando la comisura de mis labios un poco.
—Por mucho que intentes sonreír, sé que te ocurre algo —se inclinó un poco hacia delante mientras me hacía girar una vez, atrapándome de nuevo como si nada—. Tienes esa cara.
—¿Qué cara?
—Esa que pones cuando no quieres que nadie note que estás triste —extendió los brazos, me alejó para volver a atraerme, cruzando los brazos sobre mi cintura. Con el movimiento, mi rostro quedó a pocos centímetros del suyo, pude sentir su aliento suave cuando volvió a hablar—. ¿Ocurre algo? —aparté la cara, inclinando la cabeza y volví a mi posición anterior, de nuevo frente a frente.
—Ya no lo soporto más, Robin.
—¿El qué? ¿Algo te está molestando? ¿Alguien? —con cada pregunta, su ceño se hizo más pronunciado.
—Esto —nos señalé—. Detesto estar así contigo —vi dolor en sus ojos marrones, tan intenso que lo sentí yo también instantáneamente. Su agarre se aflojó, haciendo ademán de alejarse, pero apreté nuestras manos, dando un paso al frente, siguiendo con el baile, aún más cerca que antes.
—Me refiero a nuestra situación. Tú huyendo todo el tiempo, yo desesperándome y volviéndome loca porque no sé qué demonios te pasa. ¿Tan malo fue lo que hice que te hizo querer acabar con esto?
—Tú no has hecho nada, Maria —aclaró rápidamente.
—¿Entonces? Por favor, explicamelo, de verdad que quiero entenderlo —supliqué, negó repetidas veces, cerrando los ojos por un momento—. Te pedí que fueras a verme a Londres porque te echaba de menos y eso no ha cambiado —eso hizo que volviera a abrir los párpados—. Te sigo echando de menos. Eras mi mejor amigo y me gustaría creer que puedes volver a serlo.
—Maria, ya te lo dije. La distancia nos haría sufrir a los dos.
—Lo habría soportado con gusto, por ti, Robin. Lo habría hecho —saqué el temple que nunca pensé tener en una situación así, evitando que derramara una sola lágrima—. Y sé que tú también, por algo me diste tu sombrero. Querías que nos reencontráramos. Fue una promesa. Así que no te atrevas a mentir con eso. No voy a escuchar ninguna excusa más. Quiero la verdad —puede que sonara más dura de lo que pretendía, pero no pude evitarlo. Estaba dejando salir todo lo que había reprimido durante muchísimo tiempo—. ¿Qué pasó mientras yo estaba fuera?
—Por favor, Maria —suplicó. No hablaría de ello. Evitó mi mirada, centrándose en cualquier otra cosa a nuestro alrededor. Fue entonces, cuando eché un vistazo, que me di cuenta de las miradas poco discretas en nuestra dirección. Los ignoré. No sabía si volvería a tener una oportunidad así, la aprovecharía hasta el último segundo. Hice acopio de todo mi valor, alzando mi mano que se posaba sobre su hombro y con los dedos en su mentón, giré su cabeza para que me mirara, determinación en mi semblante fue lo único que encontró.
—Esperé a que vinieras, aunque solo fuera una vez. Me hubiese conformado con una sola visita. Una durante dos años. Tan solo eso, Robin. Que te saltaras las reglas. Al fin y al cabo, siempre lo has hecho, sin importarte en lo más mínimo.
—¡Pero cuando se trata de ti no me da igual, Maria! —me dejó de piedra. Su rostro era un poema, muchas emociones juntas; dolor, enfado, desesperación y la que me derritió el corazón, cariño inmenso. El mismo cariño que veía cuando éramos más jóvenes. Con un suspiro tembloroso, prosiguió—. Sucedieron cosas que me hicieron entender que no soy el tipo de persona que quieres en tu vida. No el que deberías tener, al menos.
—¿Por qué dices eso?
—Porque es la verdad —esbozó una sonrisa triste.
—No lo crees de verdad —frunció el ceño. Sus ojos, al igual que los míos, se humedecieron con cada palabra no dicha antes, las emociones a flor de piel—. Porque si lo creyeras, no te habrías quedado a cuidarme cuando me puse enferma. No me habrías consolado cuando estaba tan asustada porque creí que Loveday no lo lograría en el parto. No te habrías esforzado y hubieras seguido con las clases de piano aún así —sonreí, en ese punto ya, entre lágrimas—. Eres la mejor persona que conozco. Un amigo leal, que se preocupa por los suyos más que por sí mismo. Sé cómo eres, mejor que tú, Robin De Noir. Sé que siempre he querido que formaras parte de mi vida y eso no ha cambiado en ningún momento. Y si alguna vez dudas de ello, te lo haré saber las veces que haga falta. Es una promesa.
La música finalizó y nosotros nos detuvimos, pero no nos alejamos. Robin se había quedado mudo, sin saber qué decir o hacer. Yo me sentí liberada. No le había confesado lo que sentía en realidad, pero era un buen comienzo hacerle saber que yo apreciaba nuestra amistad y no dejaría que se echara a perder por nada del mundo. Algo era algo.
Me sentí desfallecer cuando me sonrió, acariciando el dorso de mi mano, aún unida a la suya. Aceptación. Eso era lo que me decía. Reí de alegría al saberlo, haciendo que él también lo hiciera.
Los aplausos que despedían la pieza bailada nos hicieron volver a la realidad. Muchos rostros conocidos miraban con sorpresa, complicidad, asombro, reticencia, incluso. Yo, sin embargo, me quedé con la mirada del chico frente a mí. La única que quería tener para el resto de mis días.
