Capítulo 39 La marcha
El ejército estaba ya preparado. Todos los soldados que podían luchar se habían puesto en pie, pulido sus armaduras, afilados sus espadas y lanzas, y caminaron en formación ante el balcón, donde el rey de Hyrule, el auténtico, les felicitó por su fortaleza y determinación. Iban a liberar Hyrule de un temible usurpador al trono, que sería difícil pero gracias al esfuerzo de todos, humanos, hylians, zoras, gorons, gerudos, ornis, yetis, mogumas, gadianos, al final lo lograrían.
Link miró al primer grupo empezar la marcha descendiendo hacia la llanura de Hyrule por el camino del este. Los informes de los ornis hablaban de un ejército de Zant enorme, mayor que el que vencieron en la llanura occidental. Habían avistado a esas criaturas que Sombra había llamado Auron. De este ser no sabían nada más, solo que tras la batalla de Rauru habían desaparecido. Link contaba con ellos en la última batalla, pero Zelda se mantenía escéptica.
En la ciudad, se quedaron Radge, Maple y Liandra. Costó mucho convencer a estos tres, pero sus respectivos seres queridos se ocuparon de hacerles cambiar de opinión. Maple tenía un embarazo muy avanzado, era peligroso a estas alturas que montara a caballo o en carreta. Leclas amenazó con encerrar a Liandra en una prisión del castillo, si con eso la obligaba a quedarse, pero fue Jason, con palabras dulces y sensatas, quien la convenció al final. Zelda se reunió con su padre la noche antes de la marcha. Fueron juntos al mercado, a lo que quedaba, y tomaron una comida simple por allí. Zelda había esperado que su padre se opusiera, se quejara de que no le quisiera a su lado, pero para su sorpresa, cuando empezó diciendo que se sentiría más tranquila si dejaba a Maple en sus manos, el labrynness tomó la mano de su hija y le dijo:
– Sí, me quedaré aquí. No trates de convencerme, hija – Radge retiró la mano. Estaban los dos solos, en una mesa con bancos. El ambiente alegre de los días anteriores a la batalla ya no existía. Una orquesta tocaba una balada triste, y los que partían a la guerra bailaban con sus parejas, en soledad. Zelda les miró, pensando que ella debería pasar esta noche con Link, pero el mismo rey le había pedido que hablara con su padre con sinceridad.
Ya había pasado por esta situación antes. Con Leclas, con Laruto, con Nabooru… Pero no fue nada cuando reunió a todos los sabios y a Reizar y Tetra y les contó la verdad. Kafei, siempre tan calmado y sereno, se puso en pie y exclamó un "no, no puede ser". Medli se llevó las manos emplumadas a los ojos, y empezó a llorar. Link VIII solo dijo que lamentaba no haber sido lo bastante fuerte en la Torre de los Dioses para evitar este final. Tetra aferró la mano de Reizar, y el de Beele miró a Zelda con fijeza, mientras murmuraba un "pecosa". Fue entonces que dijo a Link, enfadado:
– ¿Y tú, no puedes hacer nada? ¿No se supone que eres un gran mago? ¿Te quedas ahí, sin salvarla?
Y esto fue lo peor, porque Link no se defendió. Devolvió la mirada, llena de pesar, y aguantó estas acusaciones, y tuvo que ser Zelda quien aclaró que fue su decisión, y que el poder del Triforce es superior al de cualquier hechicero en el mundo.
Esa noche, Link le dijo que debía contárselo a su padre también. No quería dejarle solo, tan triste, pero accedió.
Radge le dio un golpecito en la mano, para que Zelda dejara de mirar hacia los bailarines y regresara a la conversación. El labrynness dijo entonces:
– Cuando miras así, me recuerdas a tu madre. Había veces que se quedaba mirando hacia algo que nadie más veía, metida en sus pensamientos… Se había quedado sola, su padre que era anticuario fue asesinado por un ladrón, y su madre murió de fiebres semanas antes de que ella pudiera llegar a Términa, con la lámina y la espada del héroe, la que te di...
– Y que perdí en el Mundo Oscuro, perdón – susurró Zelda.
– No importa, la usaste para salvarnos a todos – Radge le dio otro golpecito –. Tu madre estaba tan sola y desvalida, pero a la vez era tan fuerte y decidida… Os parecéis mucho.
– Papá, hablando del Mundo Oscuro… Sabes que cuando se une el Triforce se puede pedir un deseo, ¿te acuerdas? Pues bien, en la Torre de los Dioses… – y Zelda empezó a contarle la verdadera historia, la que ella y Link habían ocultado tanto tiempo. Su padre escuchó, sin interrumpir, y lo único que hizo mientras Zelda hablaba fue envolver su mano con las suyas, de la misma forma que hizo cuando le contó lo de su novia. Al terminar el relato, no hubo lágrimas ni recriminaciones. Radge tragó un poco de saliva, miró a su hija fijamente y dijo –. Me quedaré en Hyrule, entonces.
– No, papá… Tienes una novia, estará…
– A la única persona a la que quiero por encima de ella es a ti, y tú me necesitas. No pienso volver. Me quedaré en Rauru para cuidar de Maple. Cuando esta guerra termine, estaré a vuestro lado y te cuidaré todo lo que pueda, para que jamás pueda decir que no pasé suficiente tiempo contigo.
– ¿Y la plantación? ¿Y nuestra casa?
– Tengo una ayudante, ella puede ocuparse de las dos. Será un sitio perfecto al que podáis ir cuando necesitéis descansar de la vida en la corte. Con Saeta o los ornis serán viajes más cortos – Radge tiró de su mano para acercar a Zelda y abrazarla –. No pienso abandonarte más, hija.
Regresó al castillo. Fue por un camino de los criados que había aprendido, más rápido y con menos puertas, aunque debido a la petición de Helios y de ella misma, tuvo que presentar su acreditación ante varios guardias: la Espada Maestra. Antes de subir a la torre del homenaje y volver a su dormitorio con Link, Zelda se asomó al establo. Allí estaba Kandra. La muchacha se había negado a dormir en el castillo, lleno hasta arriba con todos los heridos de la batalla. Nadie se opuso cuando se hizo una hamaca en los establos junto a Estrella, Saeta y Gashin. Los dos pelícaros dormían abrazados, y Kandra los miraba, apoyada en la barandilla. Tenía una expresión curiosa, una mezcla de dolor y pena, la misma que tuvo cuando le contó a Link su historia.
Y Zelda por fin se dio cuenta de algo. Se acercó, en silencio, o eso creyó, porque Kandra, sin mirarla, dijo:
– Deberías estar dormida – arrojó un trozo de pescado seco a Gashin, que Saeta cogió al vuelo –. Mañana nos espera una larga marcha…
– Ahora voy, quería ver cómo estaba Saeta… y Centella – añadió, al ver que la yegua levantaba la cabeza y relinchaba –. Os traigo manzanas de caramelo, eh… Para los tres, Gashin, no te enfades conmigo tú también.
Los tres animales se acercaron a la vez, como si compitieran para ser los primeros a los que Zelda les daba la golosina. Kandra se quejó de que el azúcar no era buena para ninguno de ellos, y la respuesta de la labrynnesa fue un "hay que darles un capricho, que mañana ellos también van a la guerra". Las dos chicas miraron como devoraban los dulces. No habían tenido muchas ocasiones para hablar, con los preparativos. Zelda, desde que sabía que Devian era el verdadero enemigo, no sabía qué decirle a Kandra. Ahora, sí que tenía algo que preguntar:
– Saeta era su pelícaro, ¿verdad? El que tú le trajiste a esa prisión y fue él quien le ayudó a escapar.
Zelda miró a Saeta, que pareció entender la frase, pero siguió mordisqueando la manzana.
– Así es. El mejor pelícaro, el más veloz, para el príncipe – Kandra acarició las plumas –. Incluso cuando Zant se volvió un tirano, se quedó a su lado. Están unidos por un vínculo, pero parece que, en este mundo, cuando le maltrató y le dejó encerrado en el cañón de Ikana, se rompió. Ahora lo tiene contigo. Tendrás que ser una gran dueña para él. Lo necesita. Ya ha sufrido bastante…
Zelda la miró fijamente, y Kandra, al sentirse observada, se alejó de la chica.
– No es el único que ha sufrido – dijo la labrynnessa, aunque la otra no la escuchó. Salió del establo y Zelda la dejó.
Tenía sus dudas con respecto a Kandra. Ahora ya conocía su historia, tantas veces que le pidió conocerla, pero en su lugar había dejado aún más desconfianza y pena. Devian… De todos los enemigos del pasado, era la más escurridiza. En el espejo que estaba en la torre de Ambi, no fue capaz de derrotarla, solo caer en su trampa. Fue Link con sus poderes de entonces (el triforce de la sabiduría y también el del poder) el que logró penetrar en el espejo, y rescatarla, aunque Zelda quedó maldecida. Con un estremecimiento, recordó su propio doble, al que todos llamaban Zelda Oscura. Al final resultó ser una aliada contra Vaati. Zelda la vio morir protegiendo a Link.
Entró en la torre del homenaje, dejó la capa en el perchero, se quitó las botas y empezó a subir las escaleras en zapatillas. Desde que Saharasala había fallecido, casi todos los sabios dormían por su cuenta en otros lugares: Link VIII, en una tienda de campaña gigante que Leclas le había construido entre los suyos. Nabooru, con sus gerudos. Laruto, en los estanques artificiales que les habían construido, por el mismo Leclas. Desde que tenía su poder de sabio, estaba desatado. El Sabio del Bosque se había trasladado a los dormitorios de la universidad, probablemente en los brazos de Allesia Calladan. Medli, con los suyos en las tiendas de campaña. Kafei pasaría esta última noche con su esposa, como era normal. En otras partes del palacio, los hijos de Brant pasaban una cena juntos. Es probable que Reizar y Tetra volvieran a escandalizar a las criadas con sus ruidos. De repente, la torre del homenaje se le hizo tremendamente vacía. A medida que subía, sus pasos iban haciendo ecos en las escaleras. Ese sonido le hizo recordar el del reloj de Términa, y el que aparecía en sus sueños.
Para evitar ponerse nerviosa, Zelda caminó más despacio. Llegó al dormitorio que compartía con Link, pensando en lo que le contaría sobre la conversación con su padre. Se encontró con la puerta entornada, y dentro, vio a Link de espaldas. Estaba sentado en el tocador que Melissa Brant insistió en que debía tener. Le hizo llegar un juego completo de peines y cepillos de plata, para que al menos tuviera buen aspecto. En realidad, quien estaba usando más el tocador era Link: le servía de escritorio improvisado donde acumular libros, y antes de salir para la sala de comunes, se cepillaba el cabello rubio y se colocaba la corona.
Gracias al espejo, Zelda pudo ver que Link estaba leyendo. Hacía unos pocos días, Caim Chang le había hecho llegar libros de magia y anotaciones del maestro Karías. Al entrar Zelda, levantó la vista del libro, pestañeó y se frotó los ojos, un gesto que hacía a menudo últimamente. "Va a acabar cegato perdido, como Melissa", se dijo, pero se lo guardó.
Saludó, se acercó a las velas y prendió tres más. Link solo tenía encendido el candil del tocador.
– Hola, ¿cómo ha ido? – preguntó Link.
– Bien, al menos no ha llorado. Eso sí, vamos a tener que construirle un invernadero cuando recuperemos el castillo – Zelda se quitó las zapatillas y, vestida como estaba, se dejó caer bocarriba en la cama –. Anda, deja eso, y hazme mimos, que estoy agotada.
– Solo un poco más… Este capítulo es muy interesante, me queda… – Link se giró, de tal forma que Zelda no podía ver el rostro reflejado en el espejo –. Bueno, no. Tienes razón. Voy a cambiarme y lavarme un poco.
– Es un gran honor esperarle, alteza – Zelda se puso en pie de nuevo. Aprovechó que Link estaba tras el biombo para cambiarse ella. Se quitó allí mismo la túnica, la cota de mallas y la camisa, para coger otra camisa blanca que se ponía para dormir. Cerró bien los botones hasta arriba. Se acercó al espejo, y echó un vistazo a los libros abiertos y a los cerrados, mientras escuchaba a Link lavarse la cara. Los títulos no le decían nada, la mayoría en idiomas que no reconocía. La Lente de la Verdad estaba apoyada sobre unos folios escritos en hyliano antiguo, pero ella no podía usarla. La cogió, para ver lo mismo de siempre: solo borrones –. ¿De qué tratan estos libros? ¿Son sobre Devian?
– Sí, hay uno que recoge la historia de la torre de Ambi en Lynn, es el que se llama "Leyendas de castillos en Hyrule". Te he dejado una marca, por si quieres leerlo – dijo Link desde detrás del biombo.
Zelda lo sacó del montón, encontró el marcapáginas y empezó a leer en voz alta. No decía nada que ella misma no hubiera escuchado mil veces desde que era pequeña. Solo que esta historia estaba mejor escrita, y la autora se había tomado la licencia de escribir lo que pensaba la reina Ambi, como si la hubiera conocido. Se echó a reír en un párrafo especialmente poético en el que comparaba a la reina a un pájaro atrapado en una jaula de oro.
– ¡Eso sí que es un tópico, Link! – dejó el libro en el suelo y empezó a cambiarse –. ¿Estás bien? Tardas mucho.
– Ya salgo. Tenía que cortarme las uñas.
Al otro lado del biombo, Link se retiró el paño lleno de sangre. Había parado, por fin. Suspiró, ocultó el trapo en la cesta que usaban para dejar la ropa sucia, al fondo, junto a más trapos con sangre reseca. Se miró en el espejo del aguamanos, para asegurarse de no tener rastros y salió, con un amago de sonrisa.
Zelda le esperaba tumbada de lado, con la larga camisa de hombre que usaba para dormir, sin pantalones. Tenía una cicatriz en la rodilla derecha, muy larga. La primera vez que se la vio fue en el Mundo Oscuro, en la cabaña de Oso. Se tumbó a su lado, y acarició esa parte de la pierna.
– Menudo sitio raro para hacerme mimos, alteza – se quejó Zelda.
– Cuéntame otra vez cómo te hiciste esta herida – le pidió Link.
– ¿Te interesa más eso que lo que ha dicho mi padre? – Zelda le atrajo hacia ella, le abrazó por el tronco, y apoyó la cabeza en su hombro –. Fue una tontería. En la escuela acepté un desafío de un bocazas, trepamos al tejado de la escuela y caminamos por el borde. Nos resbalamos, caí dando vueltas, me golpeé con un canalón, lo rompí y el hierro me desgarró la pierna. Pudo ser peor: el otro niño se rompió el brazo. La profesora Mariposa tuvo que poner una reja alrededor del tejado. No era muy lista entonces, solo tenía 8 años y hacía muchas tonterías.
– Aceptabas desafíos, ¿no te bastaba con el entrenamiento con tu padre? – dijo Link, mientras volvía a pasar la mano por la cicatriz. Había otra de la que no solían hablar. A veces, veía el principio, cuando la camisa se abría un poco de más. Justo entre los dos pechos, una forma triangular. Era por eso por lo que Zelda nunca llevaba camisas ni vestidos escotados, como era la moda en Rauru.
– No tenía a nadie sensato a mi lado para decirme que no hiciera tonterías – Zelda susurró esto. Suspiró y este la rodeó con los brazos. Los rizos rojos le hacían cosquillas en la nariz, pero no los apartó. Olían a la comida que servían en el mercado.
– ¿Me habrías escuchado, si hubiera estado allí?
– Yo siempre te escucho, alteza – Zelda le dio un beso en el cuello –. Hablas mucho, alteza. Ahora, lo único que quiero es que me beses, me digas que mañana todo irá bien, y no pensar más en el futuro, en el pasado, en nada.
– A sus órdenes, mi primer caballero.
El rey y los sabios salieron los últimos de la ciudad. El motivo es que Link quería terminar de visitar todos los hospitales con heridos de la lucha. Por mucho que Medli y Laruto fueran grandes hechiceras sanadoras, no podían estar en todos los lugares a la vez. Morían soldados y civiles que se unieron a la lucha todos los días por las heridas. La ciudad estaba destrozada, aunque algunas casas y edificios se mantenían en pie. Mattia y Melissa se ocuparían de gestionar la reconstrucción, y su hermana Ariadna de coordinar los hospitales y los voluntarios. Graziella y Helios, nuevo señor Brant, marchaban a la guerra con su ejército.
El ejército gadiano, con el rey Rober, Reizar y Tetra, partieron el segundo día. El tercer día, partieron los de los zoras, gorons, gerudos, yetis y mogumas. Los ornis se dividieron en dos, mermados como estaban apenas se les podía llamar un ejército. Unos se fueron el primer día, hacia la Montaña de Fuego, para descender desde allí y servir de grupo de control y vigilancia, y el segundo, incluyendo a Medli y a los hermanos, partirían junto al rey y el resto de sabios.
Como ya no tenía encima a Lord Brant, Link no necesitaba llevar armadura, ni fingir que era un guerrero cuando no era cierto. Llevaba el arco blanco, el carcaj lleno de flechas con la flauta de la familia real, montaba sobre Centella sin tantos adornos. Solo llevaba su corona, y también la cota de mallas con un recubrimiento especial en el cuello, porque Zelda había insistido mil veces y Kandra había remarcado que podrían atentar de nuevo contra él. A él le picaba y le molestaba al moverse, pero lo aceptó. A su lado, cabalgaban los sabios en sus distintas monturas, y, por encima de él, volaban Saeta y Gashin, con Zelda y Kandra en sus lomos.
Era difícil para estas dos mantenerse al paso lento de la marcha. Los pelícaros planeaban, a veces Kandra se adelantaba un poco para reunirse con algún orni, pero Zelda hacía su esfuerzo para no seguirla, para ser paciente. No quería separarse de Link. Le veía, cabalgando despacio a lomos de Centella, hablando con Leclas y con Kafei. El plan era llegar al primer campamento, en la base de la montaña, y justo al principio de los caminos que conducían a la llanura de Hyrule. Allí, se reunirían con parte del ejército gadiano.
Cumplieron con el plazo, y Zelda se reunió con Link mientras montaban su tienda. Al contrario que en la anterior campaña, ahora la suya era más pequeña y austera. El mismo Link había pedido que las reuniones se hicieran en otro sitio, y que quería ser uno más de los soldados. Esta vez, no la compartiría con Leclas, ya no era "su ayudante de cámara". El shariano se quejó de que le habían degradado, pero en realidad, estaba más que contento. Así, podía dormir con Allesia Calladan, que estaba en este grupo que esperaba la llegada del rey.
Zelda acompañó a Link a la reunión de los nobles. Un emisario orni había avistado al ejército de Zant moviéndose, de forma lenta. Había más guardianes, orcos, goblins de muchos colores diferentes, algo que definió como "sapos gigantes, con pinchos y capas de metal", gorloks, criaturas gigantes de metal ("¡Me han copiado mi diseño de los golems!" se quejó Leclas). En la llanura había más de esos rieles que habían visto en las cuevas de las gerudos y en el interior de la Montaña de Fuego. No sabían qué podía circular sobre eso, pero imaginaban que podía ser otras criaturas de metal más grandes aún que los guardianes.
– Va a intentarlo todo, con tal de conservar este reino – intervino Kandra.
– ¿No puedes darnos una pista de lo que puede ser? – preguntó Zelda, directamente.
Kandra vaciló.
– Un problema que teníamos en las islas es que no había tanto espacio como para crear estas vías. Él siempre quiso… Quiso crear un tren – murmuró, tras pensarlo un poco.
– ¿Un qué? – preguntaron a la vez, con distintos tonos, los presentes, incluyendo Link y Zelda.
– Tren. Un vehículo, una especie de carro tirado por una máquina que avanza, con un motor a vapor – Kandra observó que solo Leclas y Allesia Calladan parecían comprender el tema. Tomó una hoja de papel, y dibujó algo sobre él. Parecía un gran carro, con ruedas gigantes, y detrás, más carros.
– Si no podía construirlo en las islas, ¿por qué sabes cómo puede ser ese tren? – preguntó Link. Kandra le miró, otra vez con esa expresión extraña, y al final, respondió:
– Zant lo construyó en miniatura. Era como un juguete para él – dijo Kandra.
Entre los sabios y los nobles, había distintos grados de aceptación de Kandra Valkerion. No habían explicado que venía de otro mundo, ni la existencia de Devian, solo que ella tenía información del enemigo y que colaboraba con ellos. Por si acaso, Zelda había pedido a Vestes y Oreili que le echaran un ojo. Esa noche, Zelda hizo una ronda alrededor de la tienda de campaña de Link, mientras este leía. Echó un vistazo alrededor, y vio que en el establo improvisado que construyeron para Centella, Saeta y Gashin, Kandra estaba tendida en una hamaca. La chica se había quedado dormida, y tenía su visor en la mano. Con cuidado, Zelda se acercó. No solía enseñarlo mucho, aunque Leclas y Kafei le habían pedido ver de nuevo esas imágenes "grabadas". Con una lentitud impropia de ella, Zelda retiró la mano y cogió el visor. Miró la pantalla, iluminada.
Vio una imagen, una luminografía a color. En ella se veía a un niño hylian, de apenas 8 años, sonriendo. Estaba ante una mesa, que parecía un paisaje en miniatura: tenía montañas, árboles, hasta vacas y otros animales. Entre ellos, vio las vías, pequeñas, y también algo que soltaba humo, que tapaba una parte de la imagen. Estos detalles eran curiosos, pero los ojos de Zelda se quedaban fijos en el rostro sonriente. Era Link. Tal y como ella le conoció, en el Bosque de los Kokiris. Esa misma sonrisa, esa cara de ilusión, los ojos azules brillantes… Hasta vestía de forma parecida, con una túnica del color de sus ojos.
– Antes de que enfermara – dijo Kandra.
Estaba de pie al lado de Zelda, y esta se sobresaltó. A punto estuvo de dejar caer el visor al suelo, pero Kandra tenía buenos reflejos: lo tomó en el aire y lo sujetó a tiempo.
– Sí, se parecen. Son iguales, más de lo que crees. Cuando sonríe, cuando dice cosas divertidas e interesantes, cuando está serio… En todo le veo a él, a lo que era antes de…
– Antes del espejo de Devian.
– Antes de todo eso. Me gusta pensar que él sigue ahí, que este muchacho que se divertía con trenes de juguete, imaginando un mundo llano y extenso donde crearlos a tamaño natural, de algún modo aún vive.
Zelda enarcó una ceja, y no pudo evitarlo, se le escapó:
– ¿Por eso nos ayudas? ¿Crees que podemos salvarle?
– Quizá. La esperanza es algo que merece la pena conservar – Kandra apagó el visor y lo guardó en el bolsillo de su zurrón.
Zelda no sabía qué decirle. Se preguntó si Link también habría llegado a estas conclusiones. En sus encuentros con Zant, le pareció que tenía sus propias iniciativas, no le pareció una marioneta ni una persona poseída. Pero no supo qué contestarle a Kandra. Le dijo algo así como que ya verían, y le deseó buenas noches.
Regresó a la tienda que compartía con Link. Hacía algo de frío, pero no nevaba ni llovía. El cielo había estado despejado esos días, por lo que se preveía que las próximas batallas tendrían lugar con buen tiempo. Al menos, podrían avanzar con mayor seguridad. Saludó al yeti que estaba de guardia, retiro la cortina y pasó al interior caldeado. Desde que Maple no pudo acompañarlos, Link solo comía las verduras que Zelda asaba para él. No se fiaba de nadie más para tratar sus alimentos. Antes de salir a la ronda, Zelda le había dejado en un plato una berenjena, tomates y un calabacín troceados y asados al fuego, pero Link no los había tocado. Estaba tumbado de lado en la cama, encogido como si fuera un gato, y le daba la espalda.
En dos zancadas, Zelda llegó frente a él y le agarró del hombro. Sintió que se le paralizaba el corazón. ¿Le habían atacado, le habían envenenado? Le movió para verle el rostro. Tenía restos de sangre bajo la nariz y en los labios, y sostenía un pañuelo manchado de rojo. Respiraba con normalidad, al menos. Zelda miró hacia el escritorio que habían improvisado con una tabla y dos toneles, y vio libros de magia, con la lente de la verdad sobre ellos, y un trapo dejado de cualquier manera.
– Maldita sea… – Zelda mojó un trapo con una cantimplora y le retiró toda la sangre reseca del rostro. Al hacerlo, pensó en Zant, en esa luminografía donde se parecía tanto a Link, con esa amplia sonrisa. Entendía a Kandra, ella sabía también lo que era encontrarse con un cambio tan terrible en alguien a quien quería. "Urbión".
Pestañeó, y ahora fue ella la que tuvo que agarrarse al borde del camastro. En sus recuerdos había visto al sheikan, cuando era amigo suyo, en el Bosque Perdido, pero también, le vino una imagen extraña, de Urbión vestido con ropas de soldado. Pestañeó. Quizá, en otro mundo, Urbión era un chico normal que había ingresado en la guardia real. Puede que Kandra conociera a su doble en su mundo.
"Es bastante optimista… Pensar que, en algún lugar, hay un Urbión que no es un traidor, que es un chico que tiene su vida propia".
Link pestañeó, y Zelda le ayudó a incorporarse.
– ¿Estás bien? ¿Necesitas que vaya a buscar a Sapón? – Zelda esperó a que Link respondiera, con un "sí, estoy bien, no le molestes" –. Anda, no te agotes. No puedes llegar a la batalla debilitado, ¿entendido?
Le tendió un vaso de agua, de la cantimplora que llevaba en el cinto. Era la única bebida que sabía que no había sido adulterada.
– Tú también tienes mala cara – dijo Link.
– Se me pasará en cuanto esté un rato tumbada. Hay que descansar, es una máxima de la guerra: cuando se puede dormir, se duerme, cuando se puede comer, se come. No se sabe si luego vamos a poder – y Zelda le puso el plato con verduras delante –. Y hablando de comer, toma, alteza, que te vas a quedar en los huesos.
Link miró el plato, hizo un mohín de asco, y Zelda replicó que la culpa era suya, por insistir en comer solo verduras. Ella sabía hacer mejores recetas con carne, y con arroz. Link dijo que no tenía hambre, que no era mala cocinera. Zelda bromeó con "claro, si la hubiera hecho Maple, estaría el plato limpio como la patena", a lo que Link le preguntó de dónde venía esa expresión.
Consiguió de esta forma que no insistiera más en obligarle a comer, y Zelda se acabó quedando dormida, con las botas aún puestas. Link se las quitó, la abrigó con la manta y la dejó dormir en el camastro. Fue hasta el escritorio, quitó el trapo que había usado para cubrir el espejo de mano y miró la superficie. Los libros, los que estaban escritos en hyliano y en otros idiomas, no tenía importancia dejarlos al descubierto. Nadie a su alrededor podía leerlos, más desde que no estaba Saharasala, y que el mago Karías y Caim Chang estaban en el ejército de Gadia.
Abrió el libro por la parte en la que había tenido que dejarlo, cuando le empezó a sangrar la nariz. Antes de volver a leer la cantidad de líneas que componían el hechizo, Link miró por encima de su hombro a Zelda, que dormía estirada, bocarriba. Quizá, solo un poco más, quizá…
La última marcha, para ocupar la posición que estaba marcada antes del Bastión de Killian, tuvo lugar en los diez días siguientes. Fueron diez días parecidos, rutinarios, en los que, tras recorrer los kilómetros fijados, en cuanto establecían el campamento, Link tenía que reunirse con los nobles y sus mensajeros, pensar entre todos cómo establecer el plan, y, cuando por fin podía descansar, estudiaba sus textos mágicos. Zelda asistía a las reuniones, pero además se ocupaba de otros temas, como entrenamiento para los novatos, revisaba armas, establecía turnos de guardia y escolta, se unía a expediciones de exploración. Los sabios eran un gran apoyo, podía confiar en ellos. También en
Lady Calladan, que estaba resultando ser de importancia porque había ideado, los meses que estuvo en Rauru y gracias también a Leclas, cañones más ligeros que podían llevar con mayor facilidad, y también mayor cantidad.
Subida en Saeta, con la compañía de Kandra y de los hermanos orni, Vestes y Oreili, Zelda contempló la llanura de Hyrule. Era inevitable mirar hacia el oeste, donde la masa oscura del Bosque Perdido continuaba igual que siempre. No podía decirse lo mismo del resto de la llanura. No quedaba ningún camino, campo de cultivo, o construcción en pie. El ejército de Zant había despejado todo, y las únicas construcciones que se veían eran las torres de sus ejércitos. El río llevaba agua turbia, con restos de cenizas, troncos y piedras. Kakariko apenas se podía ver, a lo lejos, pero por las columnas de humo que salían de esa dirección, Zant debía haber montado los talleres para crear sus armas de metal en ese lugar.
Muchos ciudadanos habían podido escapar, pero otros tantos estaban allí atrapados. Entre ellos, Dampe, el enterrador, que se había negado a abandonar sus terrenos, los padres de Nessarose, la chica de la posada, los soldados de Link y el capitán Molsem, que se habían quedado para ayudar a todos a huir, su secretario (bueno, aunque no le caía bien, tampoco deseaba que sufriera, solo un poco…). ¿Estarían siendo obligados a luchar, o lo hacían de forma libre? ¿Qué pasaría si, en el campo de batalla, se encontrara con una cara conocida?
Sus ojos fueron hacia una de las pocas mesetas que había en la llanura, donde estuvo el rancho Lon Lon. Estaban muy lejos, pero se veía que no había quedado gran cosa, solo parte de la valla. Recordó la noche en la que se coló con Urbión y Leclas, y también el día de la carrera.
Mientras regresaba, Zelda miró hacia lo que parecía el ejército enemigo. Era grande, y no tenían tiendas de campaña: solo era un grupo gigante de criaturas de todo tipo, alrededor de fogatas. No se podían acercar, para evitar que iniciaran el ataque.
– Parecen muy civilizados para ser monstruos – dijo Oreili.
– Esperan órdenes, y respetan los momentos de descanso, como se hace en los pactos – comentó Vestes.
– Zant fue educado como a un príncipe. Sabe muy bien cumplir las normas de la guerra – respondió desde detrás de su máscara Kandra.
– No sé, no me parece… Natural – Zelda indicó con la cabeza que debían volver al campamento –. Los monstruos, hasta ahora, no han respetado mucho esas normas. Esto no es un juego de caballeros.
Nada más aterrizar, Vestes fue la encargada de dar el informe. Zelda se ocupó de lavar, cepillar y alimentar a Saeta. Mientras estaba en esta labor, Kafei apareció en el establo. Le bastó mirarle para saber la pregunta que le estaba haciendo, y Zelda movió negativamente la cabeza. Kafei suspiró y dijo:
– Era de esperar… Me alegro de que no esté aquí…
– Tarde o temprano tu esposa lo verá, no vas a poder evitarle el disgusto – Zelda acarició la cabeza de Saeta. Conocía la historia de Kafei sacando a Maple y a otros de Kakariko para salvarles de la horca. En el camino, el señor Ingo, tío de Maple, ya de por sí débil por una embolia, falleció –. Pero ella es muy fuerte, y está muy decidida a reconstruirlo.
– Lo haremos juntos, para nuestros hijos. Pero antes, habrá que terminar con esto – Kafei volvió a mirarla, con esos ojos llenos de tristeza. Se notaba en qué estaba pensando. Zelda a veces se preguntaba si había hecho bien en contárselo a todos.
– ¿Has visto a Leclas? Cuesta pillarle, llevo varios días sin escucharle llamarme Zanahoria.
– Te lo llama menos, de hecho – Kafei sonrió –. Sí, le he visto preparando sus golems de guerra. Si te lo quieres encontrar de buen humor, prueba a cuando sale de la tienda de Allesia, sin ningún reparo. Menudo sinvergüenza que está hecho… No sé si lo prefiero borracho o ligón.
– No eres quién para juzgarle, que tu esposa me contó que os veíais en el granero a espaldas de su tío, de noche y todo – Zelda contuvo la carcajada, al ver a Kafei ponerse colorado –. Déjale, que disfrute un poco. No sabemos qué puede pasar.
Escucharon ruidos de metales y gritos. El chico hizo un gesto para tranquilizar a Zelda.
– Están entrenando. Creo que nuestra amiga Kandra les está enseñando algo a los novatos.
Zelda dejó a Kafei atrás para acercarse. Sí, Kandra era la instructora. Usaba un palo, en lugar de su sable de luz. Era más alta que muchos soldados, y estos, todos novatos, la miraban asustados. Zelda observó que la muchacha tenía un estilo muy militar y claro, y estaba acostumbrada a la formación. Desde luego, era mejor instructora que ella. Tenía más paciencia, explicaba muy bien, usando palabras cortas y sencillas. Vio a Jason entre los novatos, asimilando todos los nuevos conocimientos, y una vieja punzada familiar, la de la envidia, la hizo parpadear.
– Bien, que se ocupe ella. Yo estoy liada. Voy a ver a Link y contarle lo que hemos visto. ¿Nos acompañas?
No hubo nada más que reseñar esa noche, solo que Zelda tuvo sueños, distintos entre sí. En el primero, estaba luchando contra Kandra, en un lugar rodeado de neblina. Le recordó al mundo de la criatura Sombra, aquel tan siniestro. De hecho, sintió que algo le rozaba el brazo, y Zelda le dio un manotazo, como si fuera un insecto. Había sido Link, que, dormido, le había rodeado con sus brazos. Zelda se despertó, él no, y volvió a dormirse de forma tan rápida que se vio arrastrada a otro sueño.
En este, caminaba por unos pasillos oscuros. A su lado, Killian portaba una antorcha. Al menos, se parecía a este soldado. Había cosas distintas en él, no sabía decirlo. Tenía el cabello más largo que en otras ocasiones, y también se le veía un poco más joven. A su lado, había un caballero. Reconoció la armadura que llevaba: era la tradicional de los soldados de alta graduación en otros tiempos, como los que llevaban el ejército de malditos en el interior del Bosque Perdido. Solo que debajo no había ningún fantasma. Había un hombre, alto, fuerte, con una barba cubriendo sus facciones hylianas. Zelda caminaba entre los dos.
– ¿Por qué no se me ha avisado antes? – dijo este caballero.
– El consejo pensó que era normal, que a la reina le gusta investigar y leer. Desde la muerte del rey, se decidió no presionarla tanto y…
– Tonterías, maldita sea – ladró el caballero –. La reina necesita a su pueblo, no que la abandonen a su suerte. Lleva días encerrada en la torre.
Zelda siguió a Killian. Volvió a mirar el rostro del caballero, pero le resultaba difícil apreciar sus rasgos. ¿Se parecía al Héroe del Tiempo? No, parecía mucho más duro, y menos rubio, a juzgar por la barba, además de que tenía los ojos muy oscuros. ¿Le conocía de algo? ¿Era ese niño al que vio? ¿O el chico que la ayudó en el sueño que tuvo en la prisión? ¿En qué sueño loco había conocido a este hombre? ¿Era él otro portador de la Trifuerza del valor?
Cuando estuvo en el nido de sheik, Caim Chang le dijo que habían intentado comunicarse con ella con un hechizo pero que no había podido conectar con Zelda porque "estaba en otro plano". "¿Otro plano?" preguntó la chica. "Pasa cuando dormimos profundamente, la conciencia está en otros lugares, nada raro. En tu caso, fue más lejos de lo normal" fue la respuesta.
Solo que Zelda, a veces, no tenía sueños normales. Desde que rompió la Espada Maestra, había podido tener estos sueños, tan vívidos que le parecía estar allí mismo de verdad, aunque en realidad solo el Héroe del Tiempo en sus últimos días y Killian habían hablado con ella. También el chico de la fuente, y su amiga rubia.
– Usted estaba muy lejos, señor y… – empezó a decir Killian, pero se detuvo. El caballero le miró de reojo, con los ojos negros llenos de rabia y esto le hizo callar.
Zelda caminó con ellos, un poco impaciente porque quería ver a dónde se dirigían. Había mucha humedad, y olía a cerrado. A lo largo de las paredes, habían grabado garabatos, pero los otros dos iban demasiado deprisa, no pudo detenerse a verlos. Se parecían un poco a los que había en la torre en Lynn, se dijo. Al fin y al cabo, estaban hablando de una reina. ¿Sería Ambi? La leyenda decía que la reina se había vuelto loca y que había mandado construir la torre para desafiar a las diosas. Había quién decía que era porque quería recuperar a su marido.
Al final del largo pasillo había una puerta de madera, hacia la que el guerrero avanzó. Desenvainó una larga espada con la hoja muy blanca y luminosa, pero no era la Espada Maestra. Killian miró a Zelda y susurró un "atenta ahora", con la misma expresión que tuvo en la fortaleza del Pico Nevado. Volvió la vista al frente y se convirtió otra vez en el soldado novato. El guerrero llamó golpeando el puño, gritando en alto:
– ¡Alteza! ¡Abre, soy yo! – ante la falta de respuesta, el guerrero dio unos pasos atrás, y lanzó una patada a la puerta. La hoja cedió, con un crujido. Zelda intentó adelantarse, pero no podía moverse. Parecía que no podía ir más allá de donde estaba Killian. Este temblaba, y negaba con la cabeza. Al final, tragó saliva, y dio un par de pasos por fin para pasar a la habitación, donde ya estaba el guerrero.
Zelda le siguió. En la habitación al otro lado estaba atestada de libros. Había algunas antorchas encendidas en las paredes, y su luz se reflejaba en redomas de cristal, en los jarrones llenos de líquidos. En el centro de la habitación, detrás de un escritorio atestado de velas, pergaminos y plumas, había una persona. El guerrero se enfrentaba a esta mujer, los dos se miraban. La mujer era alta y rubia, con un vestido de color azul y unos largos guantes. Era una hylian, y sus ojos le recordaron un poco a Link, solo que su piel no era blanca. Era gris, con pequeños rayos negros que le recorrían el rostro. Los ojos se volvieron negros cuando quedaron fijos en el guerrero.
– Pero ¿qué te has hecho? – le preguntó él.
– ¡Debo hacerlo! ¡Hay que solucionarlo! – gritó la mujer.
– No, esto es antinatural. La muerte es inevitable, no se puede ir en contra del mandato de las Diosas – replicó el guerrero –. Deja esto, antes de que te hagas más daño. Por favor, te lo pido…
En esta última frase, el guerrero había cambiado la voz. Ya no vociferaba ni era una voz grave, sino que tenía el tono lastimero de alguien que estaba realmente preocupado por la reina. Zelda se acercó a esta última. Había vacilado, su fiero rostro tuvo una expresión de consternación por unos segundos, pero enseguida frunció el ceño. Miró fijamente al guerrero, le gritó algo que Zelda no entendió, porque le pitaron los oídos.
– ¡Puedo recuperarlo! ¡Ya tengo el hechizo! ¡Le traeré de otro lugar, y podré volver a empezar! – y la reina se giró para destapar un objeto cubierto con una pesada cortina. Tanto el guerrero, como Killian y Zelda retrocedieron. Esta última no entendía por qué lo hizo, si a ella nada podía hacerle daño. No esperaba ver el espejo de Devian en este sueño. Era igual al que estaba en la torre Ambi, del mismo tamaño. Miró a la princesa, y recordó al padre de Miranda, a su extraño rostro.
Estaba poseída por Devian.
Zelda quiso desenvainar la Espada Maestra, pero Killian le apresó la muñeca. El guerrero se precipitó sobre la reina, para intentar sujetarla, pero entonces ella soltó un látigo hecho de oscuridad, y atravesó la armadura del guerrero. Killian arrastró a Zelda fuera de la habitación.
– Lucharon, durante un día entero. Al final, el Héroe del Mundo Oscuro pereció en esta batalla, pero al menos liberó a la reina de la influencia de Devian.
– ¿Y por qué estamos huyendo? Puedo entrar ahí, y ayudarle… Cambiarlo – Zelda trató de girarse, y en la realidad empezó a revolverse en la cama.
– No, no puedes. ¿No lo entiendes aún? Esto no son más que visiones de los antiguos portadores de la Espada Maestra y del Triforce del Valor – Killian la soltó al fin. Ya no era un jovencito imberbe, volvía a ser el sheikan que vio en la fortaleza del Pico Nevado.
– Y tú, ¿quién eres? ¿Por qué te apareces? ¿Qué pretendes?
Killian la miró. Zelda pestañeó, y sintió que alguien la llamaba.
– La historia se repite, es un ciclo. Ten cuidado, Heroína de Hyrule.
Y despertó. Link la tenía sujeta por los hombros y la movía adelante y atrás. En la tienda solo había un quinqué encendido, en el escritorio. Zelda pestañeó y murmuró qué pasaba.
– Dímelo tú, tenías una pesadilla. Te agitabas y gritabas – Link le tocó la frente –. No, no estás enferma, pero…
Zelda miró alrededor. Seguía estando muy oscuro, por lo que era de noche. Recordó que Link había estado durmiendo con ella, y que los dos habían apagado la luz. ¿Qué hacía ese quinqué encendido? Sus ojos se detuvieron en el escritorio. Había libros abiertos, la Lente de la Verdad sobre uno de ellos, y, lo que la hizo apartar a Link, un espejo de tocador, hecho de plata. Era la primera vez que lo veía. En su equipaje había llevado un peine normal, que compartía con Link. ¿De dónde había salido? Recordó que Melissa le había regalado un conjunto completo, pero Zelda apenas le había prestado atención…
Se levantó de un salto. Link le volvió a preguntar si estaba bien, pero la chica no respondió. Cogió el espejo y miró la superficie. Lo movió, y vio el reflejo de Link que la observaba sentado en la cama. El rostro del rey pasó de ser el mismo de siempre a tener un tono gris y los ojos totalmente oscuros. Fue un segundo, pero bastó para que Zelda levantara el espejo y lo estrellara contra el escritorio.
– ¿Qué haces? – Link, de un salto, intentó detener a Zelda. El golpe había sido insuficiente para romperlo, solo le hizo una grieta.
– ¡¿Tú qué crees?! Piensas que soy tonta… ¡Estás haciendo algo peligroso! – Zelda levantó otra vez el espejo, y lo dirigió hacia la esquina del escritorio, para asegurarse esta vez de romperlo. Link la detuvo sujetándola de la muñeca.
No era rival para ella. Zelda era solo un poco más baja que él, y estaba más entrenada. Por mucho que Link practicara con el arco, no era fuerte en absoluto. Zelda le apartó de un empujón y Link cayó al suelo de culo. Sin más, golpeó el espejo contra la esquina. Esta vez se hizo en añicos, que cayeron a sus pies, seguidos del propio espejo. Luego, tomó los libros de magia y los arrojó al suelo. La Lente de la Verdad rebotó y cayó cerca del rey, que la guardó.
– ¡Has invocado a Devian! – le gritó Zelda.
– ¡No! – gritó Link.
– Entonces, ¿por qué tienes un espejo? Estás haciendo magia oscura, magia de la peligrosa, como Zant… ¿Por qué?
Link desvió la mirada. Se puso en pie. Del exterior de la tienda, les llegó la voz del soldado que estaba de guardia, preguntando si estaba todo bien. Link dijo que sí, y que no interviniera. Se sacudió las ropas de la tierra, y miró fijamente a Zelda.
– ¿Por qué? – insistió Zelda. Esta vez contuvo la voz para no gritar y que todo el campamento se enterara.
– Busco una forma de salvarte – Link respondió en el mismo tono, sus ojos clavados en los de Zelda.
– ¿Salvarme?
– De la maldición del Triforce. Y sí, estoy intentando ver cómo Devian tiene acceso a esa magia oscura, pero no la estoy invocando.
Zelda se cruzó de brazos y empezó a agitar el pie.
– Resume, alteza.
– Solo he intentado mejorar mi magia, usando la visión dorada y ampliarla, como me dijo Karias. He tratado de averiguar dónde se encuentra el origen de la magia oscura, y creo que lo tengo, solo necesito… Un poco más de tiempo.
– ¿Y por qué crees que saber eso me puede ayudar?
– Porque Zant me lo ofreció – admitió Link. Zelda descruzó los brazos y dio un paso en su dirección.
– ¿Cuándo pasó eso?
– En el mercado. Me dijo que podía llevarnos a los dos a un mundo distinto, donde la maldición del Triforce no existiera, y donde podríamos ser lo que quisiéramos. Chicos normales – Link suspiró.
– Y lo consideraste.
– No, claro que no. Solo me dio la idea de que quizá hay una forma de evitar la maldición, y puedo…. – Link trató de acercarse, pero Zelda le esquivó.
– ¿A cambio de qué, Link? A mí también me ofreció algo parecido… A cambio de dejarle Hyrule en bandeja. ¿verdad? – Zelda negó con la cabeza con tanta vehemencia que los rizos rojos le golpearon las mejillas –. Los dos sabemos que este tipo de deseos tienen un precio. Quizá no sepa mucho de magia, solo sé que todo aquel que se acerca a esa magia oscura acaba muy mal: Ambi, el señor Ralph, Zant.
– Yo no soy él – dijo Link.
– No, pero te acercas – Zelda recordó la imagen del visor, y también las palabras de Kandra –. Él era como tú, un idealista que creía en formas de mejorar su mundo, y ya ves en lo que se ha convertido. Se acabó hacer experimentos con la magia.
– Solo intento salvarte, ¿es que no lo entiendes? ¿Qué mal puede haber en investigar un poco? ¿Y si encuentro la forma de quitarte la maldición?
– ¡No te lo he pedido! – Zelda alzó la voz –. El que no lo entiende eres tú: me sacrifiqué en la Torre de los Dioses para retrasar la inundación, para salvar a todos, incluido a ti. ¡No voy a permitir que te arriesgues por nada! Nunca te pediré algo así.
Link apretó los dientes.
– Pero es que yo quiero hacerlo.
– No, es mi última palabra – replicó Zelda –. Vas a dejarlo, ahora mismo. No vuelvas a hacer algo así o si no…
– ¿Si no qué?
– ¡Quemaré los libros! Los destruiré, si con ello evito que hagas más tonterías.
– Adelante, quémalos. Pero no me importará tanto como el hecho de no salvarte – Link dio un paso en su dirección, para acercarse –. Zel, ¿no estás asustada? Puede que no, porque tú siempre eres muy valiente, pero yo me muero de miedo de pensar que habrá un día en el que no estés conmigo, que no te vea, que me dejes… solo. No pienso parar, estoy muy cerca y…
Zelda se giró, dándole la espalda. Se puso los pantalones y las botas. Antes de salir, tomó la Espada Maestra y el escudo, y Link trató de interponerse, pero Zelda, con solo mirarle, le hizo retroceder.
– Si vas a seguir con eso, podrás comprobarlo, lo que es estar solo. Me voy a dormir al establo. Buenas noches, alteza.
Y cruzó la cortina, para encontrarse que había algunas personas por allí. No solo el soldado que hacía guardia, sino también Kafei, Helor y Ul–kele. Los tres se apartaron, sin preguntarle nada, y Zelda caminó hasta el establo donde dormía Saeta.
