Pasado que atormenta
Resumen: Secuela de "Érase una embrujada vez". Nadie se libra de lidiar con las consecuencias de lo que sucedió aquella noche.

Capítulo 1. Tiff & Stu: Sinceridad


—Hola —comenzó Stuart—. ¿Qué tal te encuentras?

Cuando se había plantado en la puerta del apartamento de Tiffany, estaba francamente nervioso, aunque hizo un especial esfuerzo para que no se le notara, una vez que ella le abrió la puerta, en zapatillas y con su ropa de andar por casa.

Al final Stuart había sido el que menos tiempo había pasado en el hospital. Tras recibir algunos puntos en el brazo, le dieron el alta. Tiffany tuvo que pasar en observación todo el día por el golpe en la cabeza, antes de poder irse también. Al principio, él se había quedado con Tiff, pero poco después el doctor se había puesto serio y lo había mandado a casa a recuperarse.

Jubal e Isobel estuvieron un día más, él por el veneno y ella por sus costillas rotas. Maggie, la única que había necesitado cirugía menor, seguía aún ingresada. Y OA, aunque no necesitó tratamiento, se quedó allí con ella, junto a su cama.

Mientras, Stuart no había podido descansar realmente. Dejando aparte las pesadillas que no le dejaban dormir, no lograba sacarse de la cabeza a Tiffany cuando estaba despierto. Después de insistir varias veces, ella contestó a sus mensajes de texto diciendo escuetamente que estaba bien y que ya estaba en casa. En cuanto se sintió un poco más fuerte, Stuart había decidido ir a verla.

Tiffany le echó una mirada cautelosa sin invitarlo a pasar.

—Bien —respondió, arisca.

Todavía le escocía cómo él le había dicho la otra noche que la 'quería' de aquella manera, como un chiste.

Stuart sabía que Tiff estaba mintiendo. Podía ver en el cansancio de su cara que no había podido dormir la pasada noche, debido seguramente igual que él, a persistentes pesadillas. Pero optó por no contradecirla y atenerse a su plan original.

—Mmm... ¿Sabes? He descubierto que curarme la herida del brazo con una sola mano es un auténtico latazo. ¿No te pasa a ti lo mismo con el hombro? —Alzó el botiquín que traía en una mano—. Te propongo un trato. Yo te curo a ti y tú me curas a mí. Y luego te invito a cenar —dijo levantando la bolsa de papel que llevaba en la otra—. He traído comida tailandesa —ofreció con una sonrisa zalamera.

Tiffany reconoció en la bolsa el anagrama de aquel caro restaurante tailandés que a ella tanto le gustaba. Sintió un revuelo incontrolable dentro de sí. No permitió que se le notara; se cruzó de brazos.

—¿Y con eso crees que tienes derecho a presentarte en mi casa sin avisar? —reprochó—. Tal vez esté acompañada. Tal vez ya tenga a alguien que me cure y con el que cenar.

—Oh. —Stuart bajó los brazos. Su sonrisa se desmoronó en su cara—. Claro, por supuesto. Perdona. Pensé que-

—¿Qué pensaste? —lo desafió ella.

El rostro y toda la expresión corporal de Tiffany decían "fastidiada". Algo dentro de la cabeza de Stuart hizo "clic"

Sí, ella había compartido su cama una vez -una maravillosa noche que Stuart jamás podría olvidar- y no le había gustado nada que él hubiese desaparecido a la mañana siguiente, pero ahora Stuart se dio cuenta de que había malinterpretando la situación desde el principio. Tiffany se había enfadado porque lo había considerado una falta de respeto, no porque quisiera nada más de él.

No es que Stuart pudiera culparla a ella de su propio error. Sólo había sido una estúpida, vana y arrogante asunción por su parte.

Cuando le había dicho lo que le había dicho a Tiffany después de que ella le diera las llaves del coche, Stuart no lo había hecho en broma. No totalmente. Y no se había arrepentido. Había sido liberador y lo había dejado con una efervescente sensación que le había hecho desear actuar en consecuencia desde entonces.

Ahora sí se arrepentía. Por completo. Jamás debería haberle dicho eso a Tiffany. No debería haberse permitido sentirlo siquiera.

De pronto, además de desilusionado, Stuart se sintió muy avergonzado.

Apartó los ojos.

—De acuerdo... Me- Me quito de en medio, pues —dijo Stuart empezando a irse—. Perdón.

Tiffany no sabía qué reacción se esperaba, pero no había sido ésa. Se sentía ofendida de que Stuart hubiera dado por supuesto que ella estaba disponible para él. Aunque fuera verdad. Eso la molestaba aún más. Pero tampoco pensaba que si lo ponía en su sitio, Stuart se lo fuera a tomar con aquel abatimiento. No supo -o no quiso saber- cómo interpretarlo.

Viéndolo alejarse por el pasillo, Tiffany estaba luchando consigo misma por si debía detenerlo o no. Con una desagradable desazón en el pecho, decidió que era mejor dejarlo marchar y empezó a cerrar la puerta.

Entonces él regresó y le tendió la bolsa de papel sin mirarla a la cara.

—Aaam, ¿quieres...? ¿Quieres aprovechar la comida?

Se le había quitado el hambre y tampoco quería tirarla.

Tiffany exhaló un largo gruñido por la nariz.

—Pasa, anda —dijo dándole paso, no sabiendo del todo por qué había cambiado de opinión y con la sensación de estar cometiendo un grave error.

Él alzó las cejas; dudó un momento, temiéndose tener que ponerle buena cara al invitado de Tiff, pero entró. Una sonrisa empezó a dibujarse en su boca cuando vio que no había nadie más allí.

—Nada de sonrisitas —lo amenazó ella—. Vamos a cenar. Tengo hambre.

Stuart frunció los labios para reprimirla y sólo logró parecer más arrogante aún.

·~·~·

Pero lo estaba intentando. Una vez que Stuart empezó a comportarse y le permitió a Tiff relajarse, la cena fue un momento muy agradable.

Stu le estuvo contando las últimas nuevas. A Isobel le habían dejado irse a casa, pero debía guardar reposo. Jubal se la había llevado a la suya para asegurarse de que lo hacía, porque Isobel ya estaba intentando trabajar en remoto.

Maggie seguía ingresada, pero se recuperaba bien. La mandarían pronto a casa.

Estaban acabándose el postre cuando Stuart le contó también que ya había prestado su declaración y que había contado todo exactamente como lo recordaba.

—Todavía estoy esperando a que vengan los loqueros y me metan en el manicomio —bromeó, haciéndola reír con ojos brillantes.

Era curioso cómo él era de los pocos que lograba hacerlo...

De momento, la versión oficial era que los seis habían sido drogados y agredidos, aunque eso no pudiera explicarlo todo. Y aún no habían podido encontrar el lugar de los hechos. El GPS del SUV se había borrado, misteriosamente, como si hubiera sido expuesto a un campo magnético.

La expresión de Stuart volvió más seria y su mirada se desenfocó.

—Me pregunto cuándo dejaré de tener pesadillas horribles...

Ella asintió.

—Sí, también yo. —El brillo de temor en los ojos de Stuart la inquietó—. Stuart —lo llamó y él devolvió su atención hacia ella—. ¿Qué recuerdas de lo que ocurrió allí?

Entre los dos hicieron un repaso de todo lo sucedido. Ayudó mucho a la cordura de ambos descubrir que, por muy extraño que fuera, ambos recordaban lo mismo.

No discutieron cómo se habían abrazado después de que Stuart hubiera estado a punto de disparar a Jubal, sin embargo. Ni cómo se habían besado en la cocina.

—Tengo que confesar que perdí un poco la cabeza cuando el techo se... te cayó encima —comentó él, aún agitado por lo vívido de aquel recuerdo particular—. Sólo podía ver la muerte de Doug una y otra vez. Y te veía muriendo de la misma manera... —La miró con ojos atormentados, tragando con dificultad. Antes de que ella pudiera ofrecerle consuelo, él cambió de tema—. Al salir de la casa, lo oí llamarme, ¿sabes? Era Doug. Su voz, al menos.

—Yo- yo oí a mí padre. —Los dos se miraron sin aliento—. Me llamó "mi pequeña joya". Era como me llamaba de niña...

Las lágrimas casi desbordaron sus ojos. Stuart alargó la mano por encima de la mesa para coger la de Tiff, tratando de confortarla.

—Yo pude oír a Doug como... si estuviera detrás de mí.

Ella se aferró a la mano de él.

—Yo también oí a mi padre como si estuviera allí mismo. Todavía me pregunto si...

—Si realmente estaba allí. Yo también. Pero si cada uno oímos algo distinto...

— ...es que sólo se trataba...

—...de un truco —terminaron los dos a la vez.

Sus miradas seguían tristes, pero asintieron, suspirando aliviados.

Stuart intentó ofrecer una media sonrisa que la animara. El corazón de Tiffany, sometido a demasiada presión, se aceleró aún más. Apartó la cara y se soltó de su mano.

—Vamos —se puso en pie—. Te curaré ese brazo.

Sintiéndose invadido por el desánimo, Stuart simplemente se mordió los labios y la siguió.

·~·~·

Sentada en una banqueta del baño, Tiffany estudio detenidamente a Stuart mientras él le desinfectaba con sumo cuidado la herida del hombro. Ella se había quedado en camiseta de tirantes para que le hiciera la cura (change the dressing). No llevaba sujetador debajo y Stuart estaba haciendo grandes esfuerzos para que no se le fueran los ojos.

Él ya le había curado la herida de su cabeza y varios arañazos que tenía en los brazos, y se estaba comportando como un caballero, pero aquellos esfuerzos a Tiffany le estaban resultando demasiado sugerentes. Su mirada se quedó fija en el torso de Stuart, recordando sin querer las veces que se lo había visto desnudo. La vez más reciente, hacía tan sólo un rato; él se había quitado la camisa para que ella le cambiara las vendas, y se la había vuelto a poner después. Antes de eso, manchado de sangre que afortunadamente no era suya. Y antes aún... Lo recordó en mitad del placer que, el uno en brazos del otro, se habían dado mutuamente hacía unas pocas noches. Un intenso calor se extendió por todo su cuerpo. Tomó aire entre dientes.

—¿Te duele? —preguntó él malinterpretando su gesto y sacándola a su vez de sus encendidos e inconvenientes recuerdos.

—Un poco.

—Tómate los analgésicos —sugirió.

—Ya lo hago —replicó Tiff, tensa.

—Okey —contestó Stuart, defensivo.

Mientras él le aplicaba con delicadeza un apósito limpio sobre el roce de bala, la mirada de Tiffany regresó a sus cuidadosas manos, y de ahí pasó entonces a su rostro.

Al terminar, Stuart alzó la cabeza. Los ojos de ambos se encontraron, cargando la atmósfera a su alrededor de una tensión aún mayor, imposible de ignorar.

Habría que haber estado hecho de corcho para poder hacerlo.

Él dejó caer su mano, deslizando hacia abajo las yemas de los dedos por su brazo, poniéndole a Tiffany la piel de gallina. El profundo azul de los ojos de Stuart se oscureció al quedar fijos en los labios de ella. Él no pudo resistirse más. Se inclinó hacia Tiff...

—No voy a ser tu amante, Stuart —logró soltar ella en el último segundo.

Aquello lo detuvo en seco. Se echó hacia atrás.

Suspiró. No era una amante lo que Stuart buscaba en Tiffany. No únicamente, en cualquier caso. Pero no iba a volver a cometer el error de dejar escapar la palabra que empieza con "Q". Definitivamente no. Sólo lograría avergonzarse a sí mismo y ahuyentarla otra vez. Y más ahora que Tiff había dejado clara su postura al respecto.

Tragó saliva con dificultad y asintió, aceptando su decisión, a pesar de lo frustrante que era.

Por su parte, Tiffany estaba convencida de que estaba haciendo lo más sensato, lo que no arruinaría su carrera ni su amistad. No podía dejarse arrastrar por aquellos tontos anhelos de su corazón, y menos porque aquella única vez hubiera sido fuera de serie. Debía mantener la cabeza fría.

Pero entonces, ¿por qué sentía como si su felicidad se estuviera yendo por un sumidero? Súbitamente, la sensatez se convirtió en una carga demasiado pesada... Y la tentación en un impulso demasiado fuerte.

Stuart estaba intentando decidir si debería simplemente desearle buenas noches y marcharse o si sería capaz de atreverse a hablar de la noche que pasaron juntos y disculparse como es debido... cuando para su sorpresa, la boca de Tiffany estuvo de pronto sobre la suya, reclamándola con un ardor irresistible. Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, Stuart la atrajo hacia él y se dejó llevar.

Se pusieron en pie buscando mayor contacto. Stuart la apretó contra la mampara de la ducha con su cuerpo, provocándola con unos besos cortos y húmedos. Tiffany reaccionó haciéndolos girar y profundizando el beso. Stuart lo aprovechó para recorrer sensualmente sus curvas con las manos.

Ella tiró de él y pronto estuvieron en el dormitorio, besándose ansiosamente sentados al borde de su cama.

Sin separar sus bocas, Tiff se sentó a horcajadas sobre Stuart, y empezó a desabotonarle la camisa. Él se aferró a sus caderas con entusiasmo. Aquello se estaba poniendo incluso más ardiente que la primera vez. Acariciándole la nuca, Stuart la inclinó un poco hacia atrás y le devoró el cuello, embriagándose de su sutil aroma a bergamota y jazmín. Cuando notó los dedos de él, deslizándose en la piel de su cintura por debajo de su camiseta, Tiffany se deshizo de ella con impaciencia y, abriéndole la camisa, lo abrazó pegando ansiosa su pecho desnudo al de él. Aquello lo hizo suspirar, abrumado por el contacto directo de su suave, cálida piel.

Ella fue a besarlo de nuevo, pero Stuart se separó levemente.

—Sabes lo qué significa la palabra "amante", ¿verdad? —preguntó sin aliento, levantando una ceja ligeramente burlona.

Era su particular manera de asegurarse de que Tiff realmente quería seguir adelante.

Ella lo miró ceñuda durante un segundo.

—Oh, cállate.

Volvió a buscar su boca con toda aquella avidez que estaba siendo incapaz de reprimir, y no permitió a Stuart hacerse otra vez el gracioso.

·~·~·

Agitándose en su sueño, Tiffany despertó a Stuart al empujarlo apartándolo de sí. Ambos habían caído rendidos hacía un par de horas, después de su largo y apasionado encuentro, aún enredados en el cuerpo de otro.

Ella seguía dormida, debatiéndose contra algo que la acosaba. El corazón de Stuart se encogió ante los leves gruñidos angustiados que emitían sus labios, la rápida respiración que agitaba su pecho.

Le acarició la cara en la penumbra.

—Tiff... —la llamó en un susurro, para no sobresaltarla. Reprimió con dificultad otras palabras de cariño—. Tiff...

Sus párpados aletearon y Tiffany abrió los ojos.

—Las arañas... —jadeó

—Sólo una pesadilla.

—Nos han superado y... Nos están... devorando.

Cerró los ojos con fuerza. Stuart la notó temblar violentamente.

—Shhh... Ven aquí. —La atrajo a sus brazos; le acarició la espalda y la nuca lentamente intentando devolverla a esta realidad—. Sólo era una pesadilla... Estás a salvo. Todos estamos a salvo.

Tiró del edredón para taparlos a los dos.

Tiffany no pudo evitarlo; se acurrucó contra él, enterrando la cara en su cuello. La constante respiración de Stuart, sus suaves caricias, calmaron la suya poco a poco. La tensión abandonó su cuerpo, y Tiff se quedó dormida en sus brazos.

·~·~·

La clara luz de la mañana se filtró por las cortinas. Mientras Tiffany se despertaba lentamente, notó que se sentía mejor de lo que probablemente podía ser legal. Descansada, satisfecha... complacida. Aquella noche había resultado de algún modo mucho más íntima que la anterior...

Se desperezó, estirando como un gato su esbelto cuerpo.

Y entonces pudo notar que Stuart ya no estaba en la cama. Lo supo incluso antes de abrir los párpados y comprobarlo. Una profunda decepción la abrumó. No sabía de qué se sorprendía. Sabía perfectamente cómo era Stuart con las mujeres.

Parpadeó, intentando controlar las lágrimas que acudieron a sus ojos.

Era mejor así, pensó con severidad. Stuart se había marchado y a partir de ahora ella podría hacer como si nada hubiera pasado entre ellos.

Entonces Stuart entró por la puerta. Venía envuelto en la mullida bata de invierno de Tiff, con una sonrisa en la cara y una bandeja en las manos. Su pelo, alborotado pero no del cuidadoso modo habitual, resultaba encantador.

—Oh, ya estás despierta. Vaya. —Hizo un gesto levemente frustrado—. Esperaba poder despertarte con el olor del café y los crêpes recién hechos —dijo con un correcto acento francés, poniendo cuidadosamente la bandeja junto a ella.

Tiffany nunca confesaría que le gustaba algo tan pijo como los crêpes, pero Stuart sabía que le encantaban. Los había hecho flambeados, porque no había encontrado que ella tuviera siropes en casa; esperaba haber acertado con sus gustos. Y esperaba que sirviera para enmendar su huida de la otra vez.

Se sentó junto a Tiffany y la miró expectante.

Ella estaba boquiabierta, pensando severamente que no debería sentir lo que estaba sintiendo en ese momento...

—No- no tenías porque hacerlo —murmuró.

—Oh, ¿porque no está en mi contrato, quieres decir? —preguntó él, socarrón.

A Tiff se le escapó una risa. Maldito seas, Stu.

—Devuélveme mi bata —le ordenó y se acercó la bandeja.

Galante, Stuart se quitó la prenda, quedándose sólo en ropa interior, y se la dio para que ella pudiera cubrir su propia desnudez. La contempló encantado dar cuenta de los crêpes y del café mientras se bebía el suyo y le robaba un par de bocados.

—Estaba muy bueno —dijo cuando terminó—. Gracias...

—Un placer —contestó Stuart, contento.

Su sonrisa era contagiosa. De verdad que era un encanto cuando quería, pero Tiff sabía que debía volver a la realidad. Aquel detalle, por considerado que fuera, no cambiaba nada. Tenía que mantenerse firme esta vez.

Tiffany tomó aire para reunir resolución, mientras él dejaba la bandeja en la mesilla.

—Me alegro de que te hayas quedado... —comenzó Tiff.

Aquel casi desnudo Stuart se tumbó de lado cuan largo era junto a ella, apoyándose en un codo para sostener la cabeza con el puño con aire desenfadado; su sonrisa se había vuelto deslumbrante. Tiffany tuvo que obligarse a ignorar la fuerte atracción que estaba ejerciendo sobre ella.

—...porque tenemos que hablar —añadió, sentándose más erguida.

Frunciendo el ceño, la sonrisa de él flaqueó un poco.

—Eso no suena del todo bien.

—Trabajamos juntos, Stuart. No voy a ser tu amante —repitió Tiff.

Él la miró desconcertado, luego molesto.

—¿Para esto querías que me quedara la primera vez? —protestó Stuart.

Tuvo que morderse la lengua para no soltarle también que cómo quería llamar entonces lo que habían hecho anoche, varias veces... y en varias posturas distintas.

Pero Tiff debió leerle la mente porque resopló y empezó a levantarse de la cama.

Se avergonzaba de sí misma. Stuart tenía razón. Era estúpido cómo se había dejado llevar de aquella manera con él. No podía esperar que la respetara y no la convirtiera en su juguete si se abalanzaba sobre él de aquella manera cada vez que tenía oportunidad.

—Tiff —la llamó Stuart, arrepintiéndose terriblemente de no haber llegado a hablar del tema la noche anterior—. Está bien, está bien —la atrapó por la cintura y la sentó junto a él en el borde de la cama. Se alegró mucho de que ella se lo permitiera—. "Amante"... No lo llamemos así.

Con el corazón tembloroso, Stuart se preguntó cómo debería llamar la ternura con la que ella lo había consolado por lo de Ian, con la que intentado reconfortarla de las pesadillas plagadas de arañas y de muerte que ella había tenido esa noche. Se obligó a hacer a un lado mentalmente todo aquello porque estaba convencido de que no era algo que ella estuviera dispuesta a darle más. Pero no pudo evitar acariciarle la mejilla.

La ternura en su gesto hizo Tiffany vacilar. Tal vez Stuart había dado en el clavo. Tal vez ése era su problema: las palabras que los separaban en vez de acercarlos. Inclinó la cara contra su mano, aceptando la caricia.

Stuart, la había atraído hacia él por la cintura, se había ido aproximando y estaba a punto de besarla. Llegados a este punto, Tiff no podía resistirse.

—¿Sabes qué? No tenemos por qué ponerle una etiqueta —murmuró él contra sus labios—. Yo también odio las etiquetas. No lo llamemos de ninguna manera —propuso con voz queda—. No lo necesitamos...

Intentó besarla, pero Tiffany se había quedado muy rígida. Se apartó de él, sus ojos negros convertidos en dura obsidiana.

—Por supuesto. Para llevarme a la cama, no te hace falta llamarlo de ninguna manera en particular, ¿verdad? —dijo Tiffany con sequedad. Cerró los ojos. No puedo creer que haya estado a punto de caer otra vez. Sintió que el corazón se le hacía añicos una vez más—. No, si la culpa es mía... —pensó en voz alta con un nudo en la garganta.

—Espera... ¿es que tú... —preguntó entonces Stuart, confuso— ...querrías que fuera... algo más?

Ella se puso en pie súbitamente y lo miró indignada, furiosa.

—No, Stuart. Me he acostado contigo porque no me importas pero me gusta que los hombres me usen para tener sexo y luego me dejen tirada cuando quieran —espetó con acidez.

Stuart la miró atónito, pero no por su sarcasmo, sino por lo que podría haber detrás. Porque Tiffany sí esperaba algo más de él. Quizás.

Sintió un inesperado chispazo de esperanza. Justo antes de que se convirtiera en un acceso de pánico. Sus reflejos casi lo hicieron salir corriendo.

Afortunadamente, antes de hacerlo se percató de que ahora sí que debía hacer algo, o la perdería para siempre.

Parecía que sus miedos lo habían fastidiado todo a base de bien, pero tal vez tenía aún una oportunidad de reconducir las cosas entre ellos del modo en que, realmente, las quería. Si algo había aprendido en aquella maldita mansión la noche de Halloween, era que dejarse dominar por el miedo era un camino seguro a la perdición.

No volvió a agarrarla, sino que le cogió las manos con delicadeza, armándose de valor. Ella lo miraba distante desde arriba.

—Escucha —dijo Stuart—. Escucha, por favor. En realidad yo no quiero llamarlo así. No quiero porque... Porque para mí... —tragó saliva— eres mucho más —se atrevió por fin.

Para su decepción, la reacción que obtuvo de ella no fue proporcional a lo mucho que le había costado decirlo. Los ojos de Tiffany continuaron siendo fríos. Entonces Stuart comprendió.

—No me crees —dijo sin aliento, soltándole despacio las manos.

No había sido una pregunta.

Tiffany no contestó. Quería creerlo, pero no podía. Y no sólo por los notorios antecedentes de Stuart. Su propio pasado le gritaba a Tiffany que no debía fiarse de él.

Stuart bajó la cabeza, hundido.

—Claro... ¿Cómo podrías?

Ahí estaban. Más de dos décadas de mal karma acumulado tomando forma en la desconfianza de Tiffany, destrozando sus esperanzas de un sólo y brutal golpe.

Pero no iba a rendirse ahora. No incluso aunque ahora ella podría destrozarlo. Stuart alzó la cabeza y la miró a los ojos, apenas conteniendo las lágrimas.

—Te lo demostraré —le aseguró. Tiff empezó a negar con la cabeza—. Lo sé. No espero nada a cambio. No... no me lo merezco, en realidad. Sólo digo que si me das la oportunidad, te lo demostraré. Y al menos, podrás saber que lo que te he dicho... es real —terminó, con un leve temblor en su voz.

Maldita fuera su propia retórica. Simplemente, no era capaz de ser más directo. Aún así, Stuart jamás se había sentido tan vulnerable ante nadie.

En lugar de echarlo de su habitación, tal como le dictaban sus miedos, Tiffany se obligó a reflexionar. Y se encontró luchando contra los hechos.

El desayuno en la cama, quedarse aquella mañana, la ternura que había demostrado aquella noche con sus pesadillas; la delicadeza con la que la había curado, cómo había ofrecido consuelo con sus turbadores recuerdos y la comida tailandesa de ayer. La desgarrada angustia que le había visto en los ojos cuando la había sacado de debajo de los escombros del techo derrumbado...

Empezó a pensar que podría estar diciendo la verdad.

—¿Y cómo piensas demostrarme eso? Dime —dijo aún recelosa, pero sentándose de nuevo a su lado.

La cara de Stuart se iluminó, mientras tomaba aire. El pulso de Tiffany se aceleró al verlo recorrer su rostro con una abierta y profunda admiración en la mirada.

—Siendo sincero —contestó él.

Pocas veces en su vida había dicho nada más en serio. Rogó por que Tiffany pudiera verlo en sus ojos. Se acercó, despacio, todavía temiendo su rechazo. No la rodeó con sus brazos ni utilizó caricias seductoras. Sólo la besó.

El corazón de Tiff fue incapaz de ignorar la completa, rendida dulzura con la que lo hizo. Sobrecogida, y para su propia sorpresa, cuando Tiffany correspondió, no lo hizo menos dulcemente.

~.~.~.~