Pasado que atormenta
Capítulo 3. Isobel & Jubal: Cuestión de confianza (Parte 1)


—Aquí es. Siéntete como en tu casa, por favor —dijo Jubal dejando en la silla junto a la puerta la bolsa de viaje que Elise le había traído a Isobel al hospital.

Isobel frunció el ceño, confusa.

—Pero, Jubal... Éste es tu dormitorio.

El mobiliario y sus cosas -la ropa en el galán, el libro de novela histórica en la mesilla, la foto de sus hijos, el pequeño osito de peluche con una camiseta que ponía "el mejor Papá del mundo mundial"- lo habían delatado, sin duda.

—Sí, yo me quedaré en el de Tyler —respondió él.

—No quiero quitarte tu cuarto —protestó Isobel.

Haciendo caso omiso, Jubal la ayudó a llegar hasta la cama y sentarse.

—No es que estés en condiciones de impedírmelo —bromeó y fingió huir hacia la puerta, riendo entre dientes.

Con sus magulladas costillas, Isobel no contaba con mucha movilidad. Él la había sostenido por la cintura todo el camino desde el taxi hasta allí.

—¡Jubal! —lo llamó ella airada.

Él se detuvo; se giró, apoyándose con el hombro en el quicio de la puerta.

Para lograr que se viniera a su casa, había tenido una ardua discusión con ella cuando a Isobel le habían dado el alta. Sólo había conseguido convencerla cuando había insinuado que necesitaba a alguien que cuidara de él, aunque no fuera cierto.

O tal vez sí, teniendo en cuenta que, aunque Jubal estuviera ocultándolo, las extrañas sensaciones que todavía reptaban por su cuerpo no habían desaparecido. De hecho, había pedido el alta voluntaria porque no quería dejarla sola, pero lo hizo a pesar de la opinión de los doctores, que habrían querido tenerlo en observación por más tiempo.

—No le des más vueltas —le quitó importancia Jubal encogiéndose de hombros—. Éste dormitorio es más grande y tiene baño propio. Tendrás más intimidad.

Isobel lo miró todavía contrariada. Él le ofreció una sonrisa, como una rama de olivo, que la hizo sonreír a su vez, y finalmente acceder.

Jubal se acercó de nuevo y la ayudó solícito a descalzarse, a quitarse la sudadera, a meterse confortablemente en la cama. Todavía era primera hora de la tarde, pero los doctores le habían dicho que debía guardar reposo.

—Gracias —murmuró Isobel.

Parecía cohibida. No debía estar acostumbrada a no hacer las cosas por sí misma. Al menos Jubal no tuvo que ayudarla a cambiarse de la ropa cómoda que Elise le había llevado al hospital.

—No es nada —respondió él con naturalidad, intentando que se sintiera lo más confortable posible.

Ella se recostó en las almohadas y observó a Jubal coger de un mueble con cajones unas cuantas prendas propias. Sacando una manta extra de un armario, él se la extendió a los pies de la cama. Le llenó un vaso de agua y se lo dejó en la mesilla junto a los analgésicos que debía tomarse.

—¿Tú cómo estás? —le preguntó Isobel.

Jubal se notó sonreír.

—Mejorando por momentos —mintió. Lo cierto era que las sensaciones de los pequeños pinchazos por su piel se estaban haciendo más agudas—. Si necesitas cualquier cosa, llámame, ¿de acuerdo?

Vio a Isobel dudar si decir algo, y decidirse por no hacerlo. Jubal esperó a que ella asintiera para salir cerrando con cuidado la puerta tras él.

Fuera, empezó a llover.

·~·~·

—Isobel —oyó la grave voz de Jubal llamándola suavemente.

Cuando Jubal la había dejado en su habitación, Isobel se había tomado los analgésicos y se había tumbado, notando que la tensión y el dolor durante el trayecto la habían dejado agotada, pero sólo había pretendido reposar un rato. Debía haberse quedado dormida sin querer.

Había descansado muy bien, de todos modos, sin las pesadillas llenas de arañas y tragedia que habían plagado sus noches en el hospital, el sonido de la lluvia en las ventanas arrullando su sueño.

—He llamado al deli de aquí al lado para encargar comida —decía Jubal muy bajito—. ¿Quieres cenar? —Isobel intentó contestar, pero todo lo que salió de sus labios fue unos gemidos ininteligibles—. ¿O prefieres que te deje dormir?

Notó una leve caricia que le retiraba el pelo del rostro, y que la alcanzó mucho más adentro. Pero, para cuando parpadeó y logró abrir los ojos, Jubal ya había retirado la mano.

—No... No. De hecho, creo que me hace falta comer. Y me vendrá bien cambiar de postura.

Sentía que se había quedado un poco rígida.

Jubal la ayudó a llegar al salón y la acomodó en el sofá con ayuda de varios almohadones. Entonces trajo la comida a la mesita de café. Ensalada césar y un salteado wok de tiras de ternera con setas. Los dos compartieron, intercambiando a veces los envases para llevar, mientras Jubal la ponía al día.

Stuart, Tiffany, Maggie y OA también habían hecho ya sus declaraciones. Siguiendo las instrucciones de Isobel, habían sido completamente sinceros con lo ocurrido.

—Vamos a tener que pasar todos por evaluación psicológica... —dijo Jubal nada ilusionado por la perspectiva.

—Sí, pero espero que la coherencia de lo que todos hemos contado ayude a lograr un informe favorable más ágilmente.

—Al menos nuestras versiones se apoyan todas entre sí. He de confesar que temía habérmelo imaginado todo...

Isobel, que había dejado fuera de su declaración lo que sólo ella pudo ver, simplemente asintió, sintiéndose bastante hipócrita.

Para el postre, ella le pidió fruta. Jubal le trajo una manzana y abrió un vasito de yogur para él.

—¿Qué has estado haciendo? ¿Has descansado tú también? —se interesó entonces Isobel.

Se había propuesto cuidar de él y pensaba cumplirlo.

—Sí —contestó Jubal sin mirarla—. Un poco.

Isobel estuvo claro que estaba mintiendo. Lo amonestó con una mirada severa.

—Jubal, necesitas descansar para recuperarte del todo. —Su tono se volvió más dulce sin querer—. Por favor...

Él sonrió levemente como si disfrutara de su atención. Una sensación cálida surgió dentro de Isobel.

—Lo haré... —contestó Jubal con suavidad apartando los ojos con algo de timidez—. Estoy algo inquieto, eso es todo.

—A ver, enséñame la picadura.

Él puso los ojos en blanco fingiendo impaciencia, y se subió la manga de la camiseta.

La herida, que le cruzaba el bíceps, seguía rodeada de un borde purpúreo, pero ya no parecía inflamada.

Inclinándose hacia él, Isobel se apoyó en el otro brazo de Jubal para acercarse más y mirar con más detenimiento. Pero cuando tocó su piel, él retrocedió, rehuyendo casi bruscamente de su contacto.

Avergonzada, Isobel retiró la mano. De forma no invasiva, pero normalmente Jubal buscaba el contacto, no al revés. Tal vez ella lo había incomodado...

—Se está curando —afirmó Jubal bajándose la manga. Y cambió de pronto de tema—. Ian se pasó hace un rato para dejar el portátil y nuestros nuevos móviles que le pediste.

Isobel no lograba entender qué acababa de pasar, pero no supo cómo abordarlo, así que decidió dejarlo estar.

—Oh, ¿por qué no lo has dicho antes? Dámelo, tengo mucho que hacer.

—Porque sabía que dirías eso y no quería que te quedaras sin cenar—replicó Jubal. Se levantó—. Está bien. Te lo daré. Pero sólo si prometes no excederte —dijo con firmeza señalándola con el dedo índice y la otra mano en la cadera.

Isobel no pudo evitar lo atractivo que le pareció en aquel momento.

—Sí, señor.

Se lo quedó mirando con ojos brillantes y una pequeña sonrisa que logró ponerlo nervioso. Carraspeando, Jubal fue a por el nuevo portátil.

Lo primero que hizo Isobel fue se ponerse en contacto con el sheriff del condado. Los agentes que ella había enviado seguían sin encontrar la casa que ellos seis habían descrito. Isobel esperaba contar con la colaboración de la oficina del Sheriff para ello.

El Sheriff Ellis la sorprendió diciéndole que su oficina no tenía conocimiento de que hubiera ningún alojamiento en esas colinas en particular, y que tal vez habían recorrido una carretera distinta a la que creían. Por si ése era el caso, quedó en mandar información, ubicaciones y fotos de casas que dieran alojamiento en la zona que encajaran con su descripción.

Después de eso, Isobel comenzó a redactar el informe, resumen de todas las declaraciones, que había prometido entregar al ADIC. Y después, con los reportes de pérdidas de material.

Aquella fatídica noche habían dejado atrás los móviles encriptados del bureau de Maggie, OA, Isobel y Jubal, las armas reglamentarias también de ellos cuatro y todas las placas de agente menos la de Stuart. Y un SUV. Se necesitaba un montón de trámites para justificarlo y para solicitar reemplazos...

Jubal recogió y fregó lo poco que habían utilizado durante la cena, para luego sentarse a la mesa del comedor con su propio portátil a trabajar también, ayudando con el montón de papeleo.

—Perdí allí también mi reloj —se quejó Jubal, contrariado, mientras seguía tecleando.

—Yo te daré la hora cuando lo necesites, no te preocupes —replicó Isobel, que no se había quitado el reloj para dormir aquella noche y por eso no lo había perdido también.

—No te sería cómodo que te llevara atada a mi muñeca... —bromeó él, haciéndola reír y sentirse un poco azarada por la imagen mental.

—No, supongo que no —concedió ella.

—Además, era un regalo de mi abuelo... —añadió Jubal.

—Oh, no... Siento oír eso.

—En fin. Lo más importante para mí es que salimos todos vivos de allí.

Isobel que tuvo que reprimir un escalofrío de aprensión ante la idea de que alguno no lo hubiera logrado.

Entonces se percató de la intensidad con la que la estaba mirando Jubal, arrojando luz sobre una parte de sí misma que llevaba mucho tiempo en las sombras. Bajó los ojos y fingió continuar con lo que estaba haciendo. Necesitó varios minutos para, de verdad, volver a ello del todo.

En cualquier caso, Jubal no permitió a Isobel trabajar hasta la extenuación. En un momento dado le quitó el portátil, dándole sólo un momento para grabar los archivos que tenía abiertos, y puso la tele un rato.

Como para darle a Jubal la razón, Isobel no aguantó ni diez minutos antes de empezar a quedarse dormida sobre su hombro.

·~·~·

Isobel abrió lentamente los ojos para encontrarse en su habitación de la cabaña de verano de su madre. El sol entraba por el balcón junto con la agradable brisa fragante de la tarde, y el melodioso, alegre canto de mirlos y pinzones.

—Isabelita.

Su madre estaba sentada a los pies de su cama, con uno de aquellos vestidos de verano que le sentaban tan bien. En su rostro, el rubor de sus mejillas y el brillo de sus ojos eran los de antes de su enfermedad.

—[Mamá...] —suspiró Isobel.

Gateó hasta ella por encima de la cama y abrazó a su madre, lágrimas rodando por sus mejillas. Aquella sí se sentía como si fuera ella.

—¿Qué haces aquí? —preguntó sin soltarla.

—Yo siempre estoy contigo, [m'hija]... —dijo su madre acariciándole el pelo—. Es sólo que ahora parecía que me necesitabas más.

Isobel se separó para mirarla a la cara...

—[Sí, mamá. Necesitaba verte] —sollozó de alegría.

Su madre sonrió con ternura y volvió a abrazar a Isobel como sólo ella la había abrazado nunca.

·~·~·

Isobel se despertó con lágrimas en los ojos, pero una inmensa paz en el corazón. Sonriendo en la oscuridad, suspiró profundamente, a pesar de sus costillas. Era como si hasta ahora no hubiera respirado de verdad desde que salió de aquella casa maldita...

El dolor en sus costados era bastante fuerte, de todas formas. Necesitaba tomarse algún antiinflamatorio, y pronto. Pero hacía demasiado que había comido, no quería que le hiciera daño al estómago.

La lluvia seguía cayendo, incesante.

Decidió que no estaría bien despertar a Jubal sólo para eso. Con dificultad, pero se levantó sin hacer ruido y fue hasta la cocina. Se comió uno de los muffin que Jubal guardaba en el mismo armario de los cereales del desayuno, con medio vaso de leche. Tal vez le podría pedir a Jubal que comprara leche de avena para ella, que le gustaba más.

Estaba bebiéndose el último trago, cuando oyó a su espalda abrirse la puerta de la habitación de Tyler, y sintió como si los pasos descalzos de Jubal cruzaran el pasillo.

Se giró y vio desde donde estaba, que la luz del segundo baño estaba encendida, la puerta entreabierta dejando un renglón de resplandor oblicuo sobre el suelo del pasillo. Isobel se acercó. Desde dentro se oía una respiración pesada, casi un jadeo. Entonces hubo un gruñido y una maldición entre dientes. Isobel reconoció la voz de Jubal. Extrañada, miró a través de la rendija de la puerta. Lo encontró allí, de pie, desnudo salvo por los oscuros boxers ajustados que eran su ropa interior. Se aferraba al mueble del lavabo, los nudillos blancos, la cabeza gacha y una expresión de sufrimiento en el rostro.

Todo aquello preocupó a Isobel hasta el extremo de que entró en el baño sin siquiera anunciarse.

—Jubal, ¿estás bien?

Él giró la cabeza y la miró a través de los ojos guiñados.

—Perdona. Te he despertado...

—No. ¿Qué ocurre?

Isobel le puso una mano en el hombro, pero Jubal se apartó.

—No- —dijo con los dientes apretados—. No me toques, por favor.

—¿Qué te pasa? —insistió ella, cada vez más preocupada.

Suspirando, él cerró los ojos y volvió a dejar colgando al cabeza.

—Tengo... tengo unas sensaciones muy raras por toda la piel —respondió por fin, con obvia dificultad.

—¿Sensaciones? ¿Qué sensaciones?

—Como pinchazos. Como cuando se te despierta un pie dormido, pero- Pero mucho más fuerte. Arde, además.

—¿Qué? ¿Cómo? ¿Por qué? —se alarmó Isobel, estudiándolo de arriba a abajo.

No parecía estar mal, su piel no tenía ningún enrojecimiento, ninguna inflamación aparente. Aparte de la herida en el brazo, parecía saludable. Muy saludable. Irritada consigo misma, Isobel se obligó a apartar de su mente que estaba contemplando la desnudez de Jubal por primera vez.

—Alguna clase de reacción neurológica —explicó él agarrándose más fuerte al borde del lavabo—. Parestesias... las llaman. Los médicos creen que son... por el veneno. Pero son muy atípicas. No les encontraban explicación.

Aquello explicó su actitud esquiva de antes... La culpa asoló a Isobel por no haber indagado más en el momento.

—¿Los médicos? Espera. ¿Ya te pasaba esto en el hospital? No me dijiste nada —protestó Isobel consternada—. Pensaba que ya estabas bien.

—Yo también. Pero hoy ha ido empeorando.

—¿No te han dado ninguna medicación?

—No parece estar funcionando. Ahora mismo es... —Jubal apretó los dientes— peor que nunca.

—Vamos, te llevaré al hospital —decidió Isobel.

Él negó vigorosamente con la cabeza, los ojos cerrados con fuerza.

—No.

—Pero-

—Si me toca cualquier cosa es peor. No soporto ni la ropa ahora mismo. Además, tú- ¡Tú no deberías ir ahora a ninguna parte, demonios!

La desesperación de Jubal hizo a Isobel reconsiderar la decisión más aún que sus argumentos.

—Dame unos momentos... —pidió Jubal—. Podré controlarlo. Tengo que poder...

Isobel lo dejó unos segundos, pero no se produjo ningún cambio aparente.

—¿Has probado a darte una ducha?

—Sí, en el hospital. El agua a presión no ayuda, créeme.

—Has dicho que te arde —dijo Isobel. Él asintió—. Déjame... déjame que pruebe una cosa.

Jubal tragó saliva y la miró de reojo con aprensión. Pero asintió de nuevo. Confiaba en ella. Por descontado. A Isobel se le aceleraron aún más las pulsaciones.

Puso una toalla bajo el grifo, con agua fría, la escurrió y se la aplicó con extrema suavidad sobre un brazo.

El rostro de Jubal se retorció en una mueca. Resistió, hasta que ya no pudo más. Con un jadeo, retiró el brazo, negando otra vez con la cabeza.

—No. No. Mucho peor. Mucho peor... Es como- —Tomó aire con dificultad—. Como si mi cerebro estuviera mascando lana.

Sin lograr manejar su angustia, pero sin saber qué hacer tampoco, Isobel lo vio erguir la espalda y volver a cerrar los ojos, intentando forzarse a sí mismo a relajarse. Abrió los puños inspirando y espirando profundamente. Por un instante, su cara se serenó. Y entonces se tambaleó.

Ella dio un paso hacia Jubal, pero en el último segundo se reprimió de sujetarlo, temerosa de empeorar la situación. Afortunadamente, él recuperó la estabilidad por sí mismo.

—Siéntate, Jubal. Estás agotado —le pidió consternada.

—No...

—No puedes tirarte toda la noche de pie...

—Ahora mismo lo prefiero, la verdad. —Jubal le echó entonces una mirada culpable—. Quien no debe estar aquí de pie eres tú. Por favor, vuelve a la cama. Se me pasará.

La preocupación por ella hizo sus ojos enfocarse de nuevo. Y eso le dio a Isobel una idea... Una idea un poco loca. Pero no mucho más loca que compartir una cama o que las demás experiencias que habían pasado juntos aquella noche infestada de monstruos. O tal vez sí...

No se permitió dudar más. Se alzó un poco sobre las puntillas de sus pies y lo besó en los labios, despacio, con cuidado de que sus cuerpos no se tocaran. Jubal se quedó muy quieto un instante, pero entonces, respondió. Lo hizo con creciente abandono, fascinado por la nueva, diferente y muy placentera sensación física. Isobel lo prolongó encadenando un contenido beso con otro hasta que la tentación de abrazarse a él fue demasiado fuerte. Estaba levantando ya los brazos hacia su cuello cuando apretó los puños, y se separó.

Al principio, Jubal la persiguió, sus manos a punto de cogerla por la cintura, pero luego se detuvo. Se la quedó mirando con los ojos entrecerrados, como si lo hubiera dejado levemente mareado. Emitió un leve gemido confuso.

Isobel adoptó una postura formal estirándose la ropa, pero bajó los ojos con timidez.

—Aaam... Pensé... Pensé que lo que necesitabas era una distracción —intentó parecer serena, pero se le escapó el esbozo de una sonrisa tonta—. ¿Ha funcionado...?

Tomando aire como para ir hablar, Jubal pareció tener problemas para encontrar las palabras. Se aclaró la garganta lamiéndose los labios.

—De hecho... sí. Desde luego, me has... distraído —dijo, ruborizado.

Se estaba tapando la parte frontal de sus boxers con las manos, que no eran suficientes para ocultar que los besos de Isobel no lo habían dejado indiferente.

—¿Pero estás mejor? —quiso saber Isobel, ansiosa.

Él suspiró por pura falta de aire.

—Los pinchazos siguen ahí, pero sí, ha funcionado bastante bien. Ahora es soportable.

Tal vez merezca la pena intentarlo de nuevo..., pensó Isobel, la mirada fija en la boca de Jubal.

De pronto, una punzada en el costado casi la dobló y le hizo llevarse la mano a las costillas con una mueca de dolor, recordando por qué había ido a comer algo a la cocina para empezar.

Jubal adelantó las manos, alarmado.

—Isobel, no deberías estar tanto tiempo de pie...

La sujetó con cuidado por debajo de los brazos, a pesar de lo que eso debía hacerle sentir. Consciente de aquello, Isobel intentó evitarle el contacto, pero la punzada se repitió.

—Vamos, te ayudaré a volver a la cama —dijo Jubal con firmeza conduciéndola fuera del cuarto de baño.

Isobel tuvo que transigir. Al segundo paso, Jubal no pudo reprimir un fresco temblor de desagrado.

—Lo siento mucho —se apresuró a disculparse—. No es por ti.

Sí, ya lo sabía. Sonrió para sí, recordando el entusiasmo de sus labios, y maldiciendo las lesiones de sus costillas.

Antes de acostarse, Isobel se tomó una pastilla para el dolor. Jubal la ayudó a taparse bien.

—¿Estás mejor? —le preguntó ella.

Quería cogerle la mano, y odió con todas sus fuerzas que haría más mal que bien.

—Sí, creo que ahora soportaré tumbarme. Intentaré dormir un poco.

Isobel lo vio caminar en la penumbra hacia la puerta. La noche era inusualmente tranquila. Afuera debía haber dejado de llover.

—¿Por qué...? ¿Por qué no te quedas...? —murmuró en un impulso hacia su sombra.

A Jubal necesitó unos segundos de silencio para contestar.

Sentía un poco de alivio después de sus besos, también le dolía el cuerpo de estar de pie. Tal vez podría acostarse mientras cuidaba de ella...

—De- de acuerdo.

Abrió el otro lado de la cama y se tumbó de lado hacia Isobel, pero sin taparse.

Girándose lo que le permitieron sus dolores, ella contempló el brillo de sus ojos en la oscuridad. Se sintió muy tentada de "distraerlo" otra vez.

—¿Has tenido pesadillas? —preguntó Jubal en susurros.

—Sí, pero no desde que estoy aquí... Ahora estoy mucho mejor —Isobel casi lo sintió sonreír—. ¿Y tú?

—Esto no me ha dejado dormir mucho, pero sí. No dejo de soñar con Rina... —No quiso mencionar las pesadillas en las que Isobel moría asfixiada en sus brazos. Le hacía sentir demasiado vulnerable—. La- la oí llamándome aquella noche, pidiéndome que me quedara con ella.

Lo sé, pensó Isobel con una fuerte tirantez en el pecho.

—Ahora me reprocha que la dejé allí. Que en vez de quedarme con ella, elegí volver al mundo... contigo.

Hubo una densa carga de implicaciones en esa última palabra suya. Isobel se asustó de la fuerza con la que tiró de su corazón.

—Jubal... Lo que oíste no fue a Rina —dijo, sin querer entrar en la otra cuestión—. Lo sabes, ¿verdad?

—Sí, supongo... ¿tú la oíste? —preguntó aprensivo.

—No, yo oí a mi madre. Por eso estoy segura de que no era de verdad.

—Oh... Entiendo.

Por unos largos segundos, Isobel pudo sentir la pesadumbre irradiando de él.

—Jubal...

—Está bien. Es sólo que una parte de mí deseaba que de verdad hubiera estado ahí, aunque ahora me guardara rencor. ¿Tiene eso sentido acaso?

—Sí... En tu corazón —dijo Isobel con la garganta agarrotada—, no quieres dejarla marchar.

—No... ¿Por qué iba a querer recordarla así... enfadada y odiándome?

El corazón de Isobel dio un brinquito. Le pareció muy buena pregunta.

·~·~·

Estaba caminando por el polvoriento pasillo de la mansión, sus pies descalzos silenciosos sobre la vieja alfombra; había luz al final, saliendo de una puerta entreabierta. Al asomarse, Isobel vio el cuarto de baño que en la realidad había estado dentro de la habitación que compartió con Jubal.

Se encontró que precisamente él estaba dentro, sólo cubierto por una toalla rodeando su cintura, mirando al espejo con una mueca de dolor y la mirada triste. Un aura escarlata, espesa y espinosa le cubría todo el cuerpo.

De algún modo desconocido, Isobel supo que aquello no era un sueño. No era suyo, al menos. El nivel de consciencia que tenía allí le permitía detectar cualquier detalle fuera de lugar. Entró en el baño, llamando a Jubal por su nombre.

Él no reaccionó.

Había un silencio extraño, opresivo en la habitación.

En el reflejo del espejo, podía verse a Rina junto a Jubal, aunque ella no estaba físicamente en la habitación. Vestía un blanco camisón de algodón que sin saber por qué a Isobel le resultó familiar. Le daba la espalda, y sólo era posible verle parte del rostro. Isobel sintió que aquello hería a Jubal de una forma sutil pero profunda, y tuvo el fuerte deseo de poder cambiarlo. Para su sorpresa, la realidad que los rodeaba se agitó como un reflejo en el agua.

Isobel se aferró a ello, a esa capacidad, a ese talento. Decidió empezar por algo pequeño. Cambió de sitio unos botes de champú sobre la repisa. Fue increíblemente fácil. Animada, reemplazó la ajada camiseta que Jubal le había prestado aquella noche por un largo camisón de satén azul medianoche. Sólo tuvo que desearlo...

Intentó algo más radical. Cambió el cuarto de baño por completo, sustituyendo los desgastados azulejos blancos por un alicatado oscuro con efectos tornasolados, la vieja bañera de hierro por una moderna cabina de ducha, la grifería de bronce por acero cromado.

No logró, sin embargo, expulsar la imagen de Rina del espejo.

Jubal no pareció darse cuenta de nada, pero se giró hacia ella, notando por fin su presencia.

—Isobel —sonó sereno, pero como si no esperara encontrarla allí.

El modo furtivo en que sus ojos la recorrieron, casi la hizo temblar.

Pero entonces, ella pudo ver que el aura ponzoñosa brotaba de la herida de su brazo, de algo parecido a una anémona oscura que tenía ahí insertada. Parecía un pedacito de la sombra que los había atormentado en la vieja mansión. Jubal no parecía poder ver nada de aquello, o estaría mucho más agitado.

Isobel se acercó a él con inquietud. Necesitaba hacer algo para ayudarlo.

—¿Confías en mí? —preguntó mirándolo a los ojos.

Él asintió sin dudarlo. Isobel notó que la fuerza de su poder creció con aquel gesto.

Alargó la mano y agarró la anémona, que se retorció entre sus dedos. Su piel le escoció como si la criatura estuviera hecha de ácido, y las entrañas de Isobel se estremecieron al tener aquel atisbo de lo que Jubal había estado sufriendo todo este tiempo. Ella agarró con más fuerza, mientras él apretaba los dientes por el dolor. La mente de Isobel se llenó de pensamientos desagradables, de tristeza, repugnancia, desamor y odio hacia sí misma. Por un instante, estuvo a punto de soltar su presa, pero se concentró en los ojos de Jubal, en la devoción que no podían esconder. Se dio cuenta de que todo aquello provenía de la sombra parásito, no de sí misma. Isobel resistió. Comprendió que aquello era lo que lo había estado martirizando con el fantasma de Rina.

Con un rugido, pegó un tirón. Jubal soltó un grito. Isobel observó a la anémona marchitarse y morir en su mano.

—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó Jubal jadeante y asustado—. ¿Tenía algo ahí?

Isobel hizo una leve mueca afirmativa. De pronto se le cayó el alma a los pies cuando vio que Jubal seguía cubierto por completo por aquella nociva aura rojiza... y Rina seguía en el espejo.

—¿Qué? ¿Qué ocurre? —se alarmó él al ver la consternación en los ojos de Isobel.

Angustiada, Isobel le cogió las manos, las suyas quedando inmersas en aquella espesa capa de malas vibraciones.

No. Tenía que luchar contra ello. De eso se trataba. El aura roja retembló ante su voluntad... Pero no fue suficiente.

Necesitaba algo más.

Buscó apoyo en lo mucho que Jubal la necesitaba para superar la barrera de sus miedos, para enfrentarse a ello por fin.

Abrazando lo que de verdad sentía por él, acarició las manos de Jubal con cuidado. El aura de Jubal se volvió de un luminoso dorado allí por donde pasaron los dedos de Isobel.

Él suspiró.

—Vaya, eso alivia...

Isobel alzó la mirada, esperanzada.

—Estate quieto ahí —le pidió.

Lentamente, deslizó sus manos hacia arriba por los antebrazos de Jubal, retirando aquella cosa. Isobel subió aún más, por sus brazos, hasta sus hombros. Requería concentración que funcionara, pero era posible quitarle aquello.

Rina se había dado la vuelta y la miraba con un odio visceral. Isobel la ignoró.

Jubal la observaba sin aliento, con las pulsaciones aceleradas. Podía sentir cómo las sensaciones que lo torturaban iban desapareciendo al contacto de las manos de Isobel.

Cuando éstas llegaron a su cuello, ascendieron por él. Las yemas de sus dedos recorrieron despacio, sanando a su paso, la línea de la mandíbula de Jubal, sus orejas, sus mejillas, sus labios y su nariz, sus sienes, sus párpados y su frente. Él dejó escapar un suspiro tembloroso, mirándola con ojos entrecerrados y llenos de fascinación.

Con las rodillas temblorosas, e intentando no distraerse con sus propias sensaciones, Isobel le deslizó las uñas por el cuero cabelludo, desde la línea del pelo hasta la nuca. Estremecido por las ondas de alivio y deleite, Jubal no pudo evitar cerrar los ojos y emitir un largo gemido. Isobel se mordió los labios, apenas controlando el ardor que brotó dentro de ella.

Rodeándolo, se puso detrás de él.

En el espejo, Rina parecía silenciosamente presa de la ira. Isobel se esforzó por seguir haciendo caso omiso.

Extendió las palmas desde sus hombros abajo por la espalda de Jubal, haciendo un esfuerzo titánico por no dejar un beso entre sus omóplatos. Al llegar a su cintura, descubrió con frustración que la toalla que lo cubría dificultaba sus empeños. Contacto directo con la piel de Jubal parecía imprescindible para que aquello realmente siguiera funcionando. Ruborizándose furiosamente, Isobel tiro de la toalla y se la quitó.

Jubal inhaló sorprendido.

—¡Isobel...!

—Ssh... —chistó ella dejando caer la toalla al suelo—. Necesito concentración.

Luchando contra el fuego que se desataba dentro de ella, Isobel deslizó las manos por sus nalgas. Jubal volvió a suspirar pesadamente.

Descendiendo por la parte de atrás de sus muslos, por sus corvas y pantorrillas, Isobel alcanzó sus tobillos, el empeine de sus pies. Desde atrás, ascendió de nuevo por la parte frontal de sus piernas, rodillas y muslos.

—Isobel... —jadeó Jubal.

—Silencio, por favor —suplicó ella.

Ya era suficientemente difícil ignorar sus propias ansias.

Mordiéndose el labio, recorrió su vientre, subió por sus costados y su torso, hasta su pecho, deslizando los dedos entre su vello. Jubal no pudo evitar volver a gemir.

Luchando por mantener el control, Isobel tomó aire varias veces contra su nuca para acometer la última parte que le quedaba. Bajó ambas manos por su vientre hasta su carne más sensible y la recorrió minuciosa, amorosamente, librándolo al fin por completo de su maldición. No pudo evitar pegarse a él mientras lo hacía.

El gruñido desde el fondo de la garganta de Jubal resonó en las paredes de la estancia.

Antes de dejarse llevar del todo, Isobel reunió fuerzas y se separó, jadeante.

Al notarlo, Jubal giró sobre sí mismo enfrentándose a ella, llamas oscuras en su mirada.

—Ya estás —dijo Isobel sin aliento.

Rina simplemente había desaparecido del espejo.

—Puedes apostar a que sí —replicó él y dio un paso decidido hacia ella.

El fuego de sus ojos la abrasó de arriba a abajo.

Entonces Jubal se detuvo bruscamente. Bajó la mirada, abochornado. Intentó taparse, pero no era del todo posible.

—Gracias... —dijo con un hilo de voz—. No- No tenías por qué hacer esto...

Isobel no pudo resistirlo más. Se abalanzó contra él y lo besó sin mesura alguna.

Jubal la estrechó de inmediato contra sí, imposiblemente hambriento de ella. Los dos se recorrieron mutuamente con ávidas manos. Cuando él le subió el camisón y la cogió en peso, Isobel, aferrada a su cuello, le rodeó la cintura con las piernas, susurrando candentes palabras a su oído. Apoyándola contra los fríos azulejos irisados, Jubal se zambulló en sus ojos negros, fundiendo ardientemente su cuerpo con el de Isobel, ansioso por complacerla.

~.~.~.~