Lo que Oculta.
—Sí, muchas gracias, señorita Rem —respondo con una cortesía que pretende ocultar la falta de verdadera amistad en este momento.
La situación requiere que mantenga una actitud de respeto, demostrando que no me dejo amedrentar, ya que no presenta una amenaza directa. La única opción para ella será acostumbrarse a mi presencia.
Rem procede a mostrarme todos los rincones de la mansión: la cocina, la sala, el patio, los salones de reuniones, el cuarto de estudio y la sala de Roswaal. No ingresamos en estos últimos dos espacios para no interrumpir la rutina de Roswaal y Emilia.
Finalmente, llegamos a una habitación repleta de ropa de guardia, una impresionante variedad de prendas de diversos estilos. Sin embargo, todas ellas me parecen pesadas e incómodas a primera vista.
—Primero, cambiaremos tu atuendo para que luzcas más formal —anuncia Rem mientras selecciona prendas. Dado que soy un hombre, mi única opción es la ropa de Roswaal, pero él es notablemente más alto que yo, midiendo 1.86 metros frente a mis 1.77. Por lo tanto, su ropa no me queda adecuadamente.
Rem decide que, por el momento, me quede con mi atuendo actual y que ella se encargará de ajustar la ropa para que me quede bien.
—¿En qué tareas te consideras útil? —me pregunta Rem, su voz sin ningún rastro de emoción.
—No soy bueno limpiando, no es precisamente de mi agrado. Sin embargo, puedo cuidar las plantas, lavar la ropa y cocinar, en esta última tarea me considero bastante competente.
Claro, tendré que explorar las posibilidades que ofrece este mundo, después de todo, si existe magia, es probable que también haya dispositivos similares a los de mi época.
Rem reflexiona durante unos segundos, evaluando la mejor manera de ponerme a trabajar. Finalmente, parece llegar a una decisión.
—Entonces, permíteme comprobarlo. Podarás y regarás las plantas, te encargarás de la ropa, pero por ahora no cocinarás para los demás —anuncia sin emoción alguna mientras camina.
Probablemente no quiera que cocine para los demás debido a la falta de confianza en este momento. Pacientemente esperaré y, además, investigaré más sobre los acontecimientos de este arco para saber cómo proceder.
La información en mi celular es la clave en este momento.
Rem me lleva al patio y me entrega unas tijeras de podar junto con un cristal azul. Tomo el cristal, tratando de comprender su función, pero no logro idear un propósito inmediato.
—Este cristal lo usarás para regar las plantas. Debes canalizar tu maná en él, y luego liberará agua en consecuencia —explica Rem, arrojando una luz sobre su utilidad.
Contemplo el cristal con una mezcla de asombro y admiración. Es impresionante cómo algo tan simple puede desempeñar su función con tanta eficacia, aprovechando la energía del maná.
Esta demostración de la magia pone de relieve la practicidad que puede tener al simplificar tareas de manera efectiva.
Mi mente empieza a dar vueltas, considerando las posibilidades de utilizar otros tipos de cristales para diversos propósitos.
El concepto de obtener agua sin necesidad de una bomba, con la posibilidad de ajustar la presión y el caudal, me hace pensar en la rapidez con la que podría poner en marcha mis proyectos en este nuevo mundo.
Sin embargo, un pensamiento desalentador se abre paso en mi mente: la posibilidad de que yo, siendo un forastero en este mundo, carezca de la capacidad de utilizar el maná.
—Hay un problema. Yo no debo tener maná —expreso mi preocupación mientras observo a Rem con dudas evidentes.
Mi razonamiento se basa en la premisa de que, aunque el protagonista de la historia tenía el don de la magia, yo no soy ese personaje ficticio.
Procedo de un mundo real donde la magia es inexistente, y el concepto mismo de usarla me parece inalcanzable.
—Todo ser vivo tiene maná, en tu caso incluso más que eso —Rem me responde con un deje de molestia en su voz.
—¿Más que eso? —trato de ahondar en sus pensamientos, buscando abrir un diálogo más profundo.
Rem me mira brevemente y luego retira el cristal de mis manos.
—Si no puedes usar maná, no te preocupes. Ocúpate de podar las plantas, yo me encargaré de regarlas —anuncia Rem antes de alejarse rápidamente de mí.
Las cosas no van a ser tan sencillas. En este momento, su odio parece nublar su juicio.
Sin más opciones, me sumerjo en la tarea de podar las plantas mientras mi mente da vueltas en torno al concepto de maná.
Maná, ¿eh? Lo veo en todas partes.
En el agua, en las luces, incluso probablemente en el fuego. Parece que el maná tiene la capacidad de transformar la energía en cualquier tipo de materia. Es como si pudiera crear materia de la nada.
Sin embargo, eso contradiría la Ley de la Conservación de la Masa de Lavoisier, que afirma que "la materia ni se crea ni se destruye, solo se transforma".
Al considerar el maná como un reactivo, como una fuente de energía pura capaz de transformarse en otros elementos, podría sostenerse que la cantidad de maná utilizada es equivalente a la cantidad de materia creada o transformada.
Siguiendo el principio de conservación de la masa, la suma de la masa de los reactivos (maná) debería ser igual a la suma de la masa de los productos (materia creada o transformada).
Este mundo es un enigma que desafía las leyes fundamentales de mi comprensión científica, y la magia es la clave que desbloquea un sinfín de posibilidades y paradojas.
Estos cristales deben ser un recurso precioso, y puedo intuir que su producción no es algo sencillo.
En el caso de Roswaal, que es rico, el acceso a estos cristales es aparentemente fácil. Sin embargo, para aquellos menos privilegiados, la obtención de recursos como agua y energía debe ser un proceso más laborioso, involucrando pozos y fuentes de energía menos avanzadas, como la leña.
Aunque en mi mundo no exista la magia ni el maná, puedo comprender las implicaciones y las complejidades que surgen de su existencia. La magia parece ser una parte integral de la vida en este mundo, y su impacto se extiende a prácticamente todos los aspectos de la sociedad.
Después de completar la tarea de podar las plantas, Rem viene a inspeccionar mi trabajo.
Parece satisfecha con el resultado, lo cual me brinda un respiro momentáneo. Durante el trayecto hacia la cocina, ni ella ni yo pronunciamos palabra alguna. La tensión entre nosotros es palpable.
En la cocina, Rem me entrega una bandeja con té y dos tazas.
—Esto es té para que lo lleves a la señorita Emilia. El señor Roswaal ha decidido que debes quedarte con ella según el contrato que hicieron —me informa Rem, y sus palabras me indican claramente que esta es una tarea importante.
Supongo que Roswaal espera que colabore con Emilia en sus estudios y en la preparación de su campaña política. No tengo motivos para negarme, y de hecho, preferiría participar en asuntos de mayor relevancia que hacer tareas domésticas en esta mansión.
Debe ser lo que su libro manda, encontrar la forma de acercarme a Emilia.
Con la bandeja en mano, me encamino hacia la habitación de Emilia. No puedo evitar notar lo enorme que es esta mansión, con sus múltiples plantas y habitaciones. Parece más una universidad que una casa.
Después de subir un largo tramo de escaleras y caminar una distancia considerable, llego finalmente a la puerta de la habitación de Emilia. Toco suavemente la puerta y escucho su permiso para entrar.
—Adelante —me autoriza Emilia.
Al entrar, la encuentro sentada con una pila de libros a su lado. Su expresión es de sorpresa, como si no hubiera esperado verme aquí.
—¿Estás estudiando? —pregunto, aun sintiéndome algo agotado y sudoroso después de mi tarea.
Emilia me sonríe, pero su mirada refleja una especie de anhelo por encontrar una distracción de sus estudios, una razón para no sumergirse en ellos.
—¡Sí! Estudio sobre la historia del país. Necesito entender a fondo la historia para dirigir adecuadamente a la gente —explica Emilia con entusiasmo, colocando un marcador de páginas en su libro.
Dejo la bandeja de té en una repisa y le sirvo una taza. Miro los libros, aunque sé que no puedo leerlos en este mundo desconocido.
—Cuéntame sobre tu propuesta de campaña —le propongo, tomando una taza de té y probándola.
Emilia asiente y empieza a considerar su respuesta.
—Imagino un mundo donde todos sean tratados con igualdad —comienza Emilia, con una mirada en sus ojos que denota idealismo y un noble propósito.
—¿Y cómo planeas lograrlo? —pregunto, sirviéndome una segunda taza de té.
—Haciendo que todos comprendan que deben respetarse entre ellos —responde Emilia con orgullo, creyendo en su idea.
No esperaba menos de ella, dado el trato discriminatorio que ha enfrentado en el pasado. Es una idea noble, aunque quizás un tanto idealista.
—Es una idea muy noble —comento, tomando un sorbo de mi té.
Emilia me mira con la seguridad de que su idea es la mejor, como si no esperara que haya más que decir al respecto. Sin embargo, cuando coloco mi taza en la mesa, siento la necesidad de agregar una perspectiva realista.
—En ese caso, debes tener en cuenta que nadie te tomará en serio si todos te temen. El miedo también puede influir en tus posibilidades —le advierto, compartiendo una perspectiva que considero importante para su campaña.
Ella lo debe saber, en este momento, es la que menos posibilidades tiene de ganar el trono.
Pero yo cambiaré eso.
Tomo un pedazo de papel y un lápiz de la mesa. En el papel, dibujo a Emilia como una figura simple, una silueta solitaria.
—¿Quiénes votarían por ti? —pregunto, con una mirada que busca la reflexión en sus ojos.
La expresión de Emilia cambia a una de frustración mientras contempla el dibujo solitario que he hecho. No necesita decir una palabra; su rostro habla por sí mismo. No parece haber nadie más en el dibujo aparte de nosotros dos en este momento.
Ella permanece en silencio, con la cabeza baja, luchando con sus propios demonios internos.
—Aún si no hay nadie, no puedes rendirte —le digo con seriedad, entendiendo que su falta de confianza en sí misma es su peor enemigo en esta campaña. Es su trauma relacionado con el fuerte racismo que ha enfrentado lo que la detiene de tomar acciones más decisivas. Ella parece pensar que solo tiene desventajas— Roswaal y sus contactos ya te dan un grupo poblacional, no estas completamente a la deriva.
Su mirada está llena de tristeza y vulnerabilidad, sus pestañas levemente caídas demuestra lo difícil que es para ella.
Debo saber que decir, para que Puck entienda que no lo hago por hacerle un mal.
El problema aquí es que, aunque conozco a Emilia debido a mi conocimiento de la historia, ella no me conoce a mí. Para ella, soy un completo desconocido. Por lo tanto, debo ser extremadamente cuidadoso en mi enfoque, especialmente si Puck está presente.
Consciente de esta delicada situación, decido abordar a Emilia de manera respetuosa y cautelosa.
—Yo no te veo cómo te ven los demás. Para mí, eres una persona normal, y es por eso por lo que puedo ver el potencial que tienes —le digo, esbozando una sonrisa sincera—. Eres simplemente una persona normal para mí, nada más que eso.
Los ojos de Emilia se abren sorprendidos por mis palabras. Es probable que nunca haya escuchado algo así de un desconocido.
Comprendo que esto es lo que siempre ha anhelado: una relación normal, libre de los estándares y prejuicios que imperan en esta sociedad. Mi objetivo es brindarle un apoyo incondicional en este momento crítico de su vida.
—Provenimos de mundos distintos, pero eso nos une de alguna manera. Estamos solos en este lugar —le sonrío, aunque siento una extraña opresión en mi pecho, una sensación que busca refugio en algún rincón de mi ser— aunque tú tienes a Puck.
Si, ella no está completamente sola.
—Aunque no nos conozcamos ahora, iremos conociéndonos con el tiempo. Aprenderé sobre ti, tú aprenderás sobre mí, pero nunca dejaré de tratarte por quién eres —tomo su mano con suavidad, transmitiendo un gesto de cercanía y apoyo.
Emilia mira sorprendida su mano, luego vuelve a encontrarse con mis ojos, que parecen haberla conmovido.
Atacar en los puntos adecuados, esa es la estrategia que debo seguir si quiero acercarme rápidamente a ella.
Puedo imaginar el fuerte abuso que ha soportado durante toda su vida desde que despertó, la soledad que ha tenido que soportar debido a su apariencia inusual y su dependencia de Puck.
No puedo juzgarla por ello.
—Seré honesto contigo. No soy de los que halagan constantemente, pero siempre seré sincero contigo —le explico mientras que ella asiente lentamente.
Si fuera una persona común, podría sentirse incómoda por la franqueza de un extraño.
—Estás destinada a convertirte en gobernante, pero no serás un gobernante de nombre solamente. Si tienes la determinación de hacerlo, cualquiera que sea la razón detrás de esa determinación, debes tener la voluntad de llevarlo hasta el final.
Aprieto un poco su mano, transmitiendo un sentimiento de confianza.
—Cuando te sientas lista, cuéntame todo. Pero ahora, lo que quiero escuchar de ti es que quieres hacerlo, que estás dispuesta a dar todo de ti misma para cumplir tus promesas, que nunca abandonarás. Quiero que me digas que tienes la capacidad de lograrlo.
Ahora debo empezar, aun si es algo forzado, debo hacerlo.
Emilia titubea, pero sé que debo continuar presionándola, incluso si no le agrada. Debo hacerle entender que es capaz de lograr lo que se proponga.
Recuerdo las palabras de mi madre: "Las palabras tienen poder", no porque creyera en una especie de magia instantánea, sino porque repetirlas una y otra vez, cientos, miles de veces, eventualmente te lleva a creerlas. Emilia se ha repetido a sí misma frases negativas como "Soy inútil" o "Soy un monstruo", y estas creencias la mantienen atrapada en su propio tormento.
—Si no puedes hacerlo, empacaré mis cosas y me iré —le digo con determinación.
Ella me mira a los ojos, sorprendida por mis palabras. No importa lo que deba hacer, debo tener la valentía de perseguir mis metas.
No me gusta hacer esto, pero es la única forma de hacerlo.
No hay tiempo que perder, si quiero cumplir mis ambiciones Emilia debe ser mejor cada día, en ella está todo por lo que estoy apostando.
—Dilo —insisto con firmeza—. Di que eres capaz de ser gobernante.
Emilia aprieta los labios con fuerza, cierra los ojos y baja la cabeza.
Para ella, pronunciar esas palabras no debe ser fácil en absoluto. Siento compasión por ella, pero al mismo tiempo, sé que no puedo permitir que siga estancada en su inseguridad.
El amor propio no surge de la nada; se desarrolla cuando te esfuerzas, te fijas metas y, sobre todo, cuando te dices a ti mismo que te amas.
—Yo soy... —susurra Emilia, con dudas en su voz.
Libero sus manos y levanto las mías, golpeando la mesa en un gesto enérgico. Ella se sorprende, y su expresión se vuelve complicada.
—No tengo que hacer esto si no quiero. Solo debo cumplir con mi deber —declara Emilia mientras se levanta de la silla—. Agradezco que me hayas salvado, pero si vas a actuar de esta manera, es mejor que dejemos esto. Apenas te conozco, y aunque estoy agradecida por tu ayuda, no me gustan tus modales.
Finalmente, ha expresado sus pensamientos.
Para Emilia, y para cualquiera, debe ser insoportable que un desconocido tome tantas libertades con ella. Ser arrancada de su zona de confort por alguien que apenas conoce debe ser angustiante. Se le está exigiendo enfrentar la realidad de una manera que ella no quiere aceptar.
Sin embargo, a menudo son esas personas las que más te benefician. Aquellas que son capaces de sacarte de tu lugar de sufrimiento y autoengaño.
Yo nunca tuve a alguien así.
Voy a ser esa persona para ella.
—El dolor que llevas en tu corazón está profundamente arraigado en ti —mis palabras la tocan, y ella reacciona con cierta inconformidad en sus ojos—. Lo siento, pero aunque no te conozca, comprendo tu expresión. Puedo verla en ti.
Cambio mi expresión, dejo de forzar una sonrisa y me ajusto a su estado de ánimo. Como cuando estás exhausto, cuando has experimentado tantas emociones que ya no sabes cómo sentirte contigo mismo.
La soledad que puedes sentir cuando desconfías de todos, cuando piensas que cualquier persona está esperando para traicionarte por una recompensa.
He visto cosas horribles, y al final, yo también conozco la desesperación y la soledad.
—Yo también lo conozco, no somos iguales, ambos hemos pasado por situaciones diferentes, pero puedo ver en tus ojos que sientes esa misma desolación, sin importar cuánto intentes ocultarla bajo una sonrisa fingida o expresiones falsas —le digo.
—Entonces debes saber que no es tan fácil como simplemente decir las cosas —responde Emilia, con una pequeña lágrima cayendo de sus ojos.
—Al contrario.
La situación puede parecer tan complicada como uno quiera verla, pero en el fondo, lo que realmente deseamos es sentirnos bien. Lo que nos hace sentir bien es escapar de la desesperación y la soledad.
—Es el primer paso —insisto.
Emilia se muestra sorprendida ante mis palabras.
—No voy a decirte que todo estará bien de inmediato. Yo también tengo mis propios problemas. Lo que intento decirte es que debemos empezar a hacer algo al respecto —me acerco a ella, dando varios pasos hasta quedar cara a cara.
Emilia me mira con sorpresa, sin saber cómo reaccionar.
—Permíteme demostrártelo, permíteme demostrar que no estás sola. A partir de ahora, te lo demostraré, quieras o no.
Mi mirada en ese momento no refleja tristeza ni alegría; pongo toda mi determinación en intentar encender aunque sea una pequeña chispa en ella.
No tengo tiempo que perder, no sé qué depara el futuro, y mi destino depende por completo de Emilia.
—Pero yo...
Entonces, tomo sus manos, haciendo que ella mire hacia abajo.
—Aunque no puedas decirlo ahora, trabajaremos en ello juntos. Así como me tomé la libertad de decirte esto, construiremos la confianza para hablar el uno con el otro.
Emilia levanta la cabeza, mirándome fijamente.
—¿Por qué harías esto por alguien que apenas conoces? —me pregunta, con los labios temblorosos.
—No importa si conoces a alguien durante un día o muchos años. El verdadero valor radica en preocuparte genuinamente por esa persona. Es mucho mejor que alguien que apenas conoces intente ayudarte que tener a alguien con años de relación que vea cómo te autodestruyes y no haga nada al respecto.
Si, te hablo a ti… Puck.
Quizás no estoy viendo más allá del presente.
Si hablamos de manipulación, esa no es una buena opción.
Sería demasiado fácil aprovechar su auto aversión y luego manipularla, tal como Roswaal haría. A diferencia de Subaru, no estoy enamorado de ella, lo que significa que no retendré mis palabras sin razón.
Me convertiré en alguien que la haga enfrentar la realidad.
—Puedo ver tu potencial, por eso apuesto por ti —suelto sus manos y le doy la espalda—. Esta apuesta beneficia a ambos, así que también puedes aprovechar mis conocimientos y experiencia.
Emilia no dice nada, pero se acerca a mí por detrás y me empuja suavemente.
—Apuestas por mí, ¿verdad?
—Sí, apuesto por ti. Por eso, necesito que tú también comiences a creer en ti misma.
Es cierto que las relaciones no se forman de la noche a la mañana.
A veces, puedes encontrar un buen amigo o incluso una pareja en el primer día de conocerse, y esa relación puede florecer y prosperar.
Por supuesto, esto no sucede en todos los casos, pero no me gusta quedarme atrapado en ideas preconcebidas. Haré lo que sea necesario y actuaré según lo considere mejor.
Si espero a que ella confíe en mí sin hacer nada, los meses podrían pasar sin ningún progreso.
Es mejor comenzar hoy mismo, para que en el futuro pueda ganarme realmente esa confianza.
—Para mí también es difícil —Emilia me empuja suavemente—. No es fácil confiar en alguien.
—No te estoy pidiendo que confíes en mí de inmediato. Lo que te estoy diciendo es que observes si soy digno de confianza o no —digo mientras aprieto mi puño—. A partir de ahora, trabajaremos juntos, pero si no puedo entender quién eres realmente... ¿cómo se supone que podré ayudarte?
Emilia parece comprenderlo, aunque no está dispuesta a aceptarlo. No somos amigos, no somos amantes, no hay atracción entre nosotros. Solo somos dos desconocidos que desean conocerse.
—Te mostraré que soy confiable, pero para lograrlo, tú también debes demostrarme que eres confiable —extiendo mi mano derecha, ofreciéndole un apretón de manos—. Ni tú ni yo sabemos mucho del otro todavía, pero a medida que avancemos, nos conoceremos mejor.
—Sí —acepta Emilia.
—Así que tenemos posibilidades infinitas para conocernos —añado.
Emilia sonríe débilmente, finalmente entendiendo mis palabras.
—No se trata de confiar ahora, sino de pensar en confiar en el futuro —subraya Emilia.
—Exactamente. Cuando realmente quieres confiar en alguien, es cuando lo haces —le sonrío sinceramente.
Emilia aprieta mi mano, simbolizando el primer paso que damos juntos.
Nos comprometemos a aprender el uno del otro y a establecer una comunicación abierta y gradualmente construir confianza mutua. No se trata de seguir un guion preestablecido como en un libro, sino de experimentar una conexión genuina y espontánea.
Después de nuestro apretón de manos, nos sentamos. Emilia toma una profunda bocanada de aire y deja escapar una risa.
Es una risa liberadora, quizás impulsada por lo absurdo de la situación.
Pero en el fondo, sé que esta era la respuesta. Cuando te encuentras atrapado en tu propio caparazón, anhelas que alguien venga a romperlo, anhelas que alguien te rescate.
No importa quién sea esa persona, mientras llegue, cualquier persona es importante. Emilia finalmente deja de reír, seca las lágrimas de sus ojos que brotaron debido a su risa descontrolada.
—Eres raro, que vengas aquí y me digas estas cosas, es lo más extraño que me ha sucedido en toda mi vida —Emilia entonces entrecruza sus dedos—, pero no puedo decir que sea desagradable.
—Es porque soy bueno con las mujeres lindas —le guiño un ojo.
Emilia me mira y en lugar de sonrojarse, sonríe.
—Tonto.
Ya que hemos superado esta etapa, es hora de empezar a trabajar de verdad.
—Entonces, comencemos —miro hacía la pila de libros.
—Sí, comencemos.
