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Al día siguente, luego de desayunar, Yuzuki recibió clases de literatura.
Sentada en la habitación de estudio, con el sol brillando en el cielo azul, escuchó los gorriones trinando en los árboles del vastisimo jardín.
A lo lejos, vio a su padre caminar con un hombre, ambos con la calma de una charla importante que debe comprenderse adecuadamente. Recorrieron el jardín hablando, gesticulando con las manos pero con tranquilidad, y se perdieron de su vista pasando el puente rojo de madera que cruzaba el estanque.
Su corazón se ensombreció. Seguramente ese hombre, que parecía un poco menor que su padre, era otro candidato para ella.
"Quisiera ser un pájaro ahora mismo, y volar. Huir de aquí con esos gorriones." Pensó Yuzuki, ladeando levemente la cabeza.
-¡Señorita Gotō!- una voz femenina, algo chillona, la sobresaltó.-
-¡Ah! ¿Qué sucede?- Yuzuki se sobresaltó al punto de dar un pequeño salto al escuchar a la dama.
-Usted dígame, la estoy llamando y no me contesta ni me mira.- la mujer, de la misma edad de su padre, se acomodó frente a ella con los ojos sorprendidos.- ¡cielos pensé que se había quedado sorda de la nada!-
Yuzuki rió levemente. Y se disculpó.
-Lo siento, Sensei.- agachó levemente la cabeza.- Hoy me cuesta concentrarme.-
- Y no lo hará nunca si su vista está afuera y no en el papel.- reprochó la señora Fumiko, dando suaves golpecitos al libro abierto ante la joven.
Fumiko era la institutriz de Yuzuki. La contrató su madre, para que Yuzuki recibiera una correcta educación. Era una mujer agradable pero sumamente estricta. Su vida se regía por el protocolo y la etiqueta y era ella la que más repudiaba la idea de qué la niña desate su energía afuera.
"Canalizala en el estudio" le había dicho."Cuando tengas ganas de correr, practica con el koto."
Y así lo hizo. El resultado fue que a los 3 años tocaba el instrumento como una profesional.
Pero las ganas de correr, saltar y reír no se fueron. Aún ahora, a sus 20 años, seguía queriendo eso, y cada vez más bullía bajo sus músculos esa energía suprimida, esa sed de liberación.
Por eso era tan feliz cuando Kyojuro le regalaba esas paradas en el campo o a la orilla del mar cuando estaban de viaje. Eran esos momentos en los que rebosaba de vida, tanta que no sabía dónde ponerla.
Cuántas sensaciones bellas...el sol en la piel, el viento en el cabello.
Las charlas con él...era difícil para ella hablar con hombres que no tengan segundas intenciones, ya que todos le daban la razón en todo solamente por congraciarse con ella, o se llenaban la boca hablando de sus hazañas, sus posesiones y alabando incansablemente su belleza. Con él era distinto, y solían tener debates de lo más interesantes. Que momento más... agradable. La charla del día anterior con Kyojuro, en el bosque, fue una charla distendida y sin mentiras. Él la trataba como un ser humano y no como un premio por ganar. Al fin una persona que lo hacía...de entre tantas que la rodeaban.
La chica a veces se sentía cualquier cosa menos una mujer. Era una hija, una heredera codiciada, un prodigio, una estudiante, una obra en constante observación...
-¡Yuzuki! Por favor, ¿que te sucede hoy?- Fumiko chasqueó los dedos frente a los ojos de la chica y la trajo de vuelta de su pensamiento.- ¿Vamos a tener este problema todo el día?-
- Lo siento...- Yuzuki se disculpó profundamente.
- ¿Podrías decirme qué ocupa tu mente que es más importante que la lección de hoy? - le dijo, había perdido la paciencia claramente.- Tienes una sonrisa boba hace rato en tu cara, ¿qué piensas?-
Yuzuki sintió que se ruborizó levemente. Esperó que ella no lo notara.
- En dos escarabajos peleando.-
