Entonces... Una vez más.

Mi mirada se eleva hacia el techo, pero en lugar de encontrarme con ese vacío, mis ojos se ven rodeados de estanterías repletas de libros.

En un instante, he sido transportado a la biblioteca, un lugar en el que suelo pasar tiempo junto a Beatrice. Con esfuerzo, contengo mis emociones y observo mi entorno, buscando a esa pequeña niña que fue abandonada en este recinto.

Giro mi cuerpo lentamente hasta que mis ojos se posan en el escritorio donde Beatrice se encuentra inmersa en la revisión de los planos de la versión mejorada de la máquina de vapor que he traído para trabajar. Este espacio, rodeado de libros, se ha convertido en mi verdadera oficina, el lugar donde guardo mis pertenencias y puedo concentrarme en mis labores.

Beatrice, ajena a mi presencia, continúa examinando los planos sin dejar de mirarlos, a pesar de saber que estoy aquí. De pronto, su voz rompe el silencio y resuena en el aire con un tono burlón y mordaz.

—Eres un estúpido, de hecho —dice mientras señala mi asiento junto a ella.

Suspiro y una sonrisa se dibuja en mis labios. Es la primera vez que nos encontramos en esta situación y su primera palabra dirigida a mí es precisamente esa. Camino hacia mi asiento, un escritorio imponente situado en medio de la biblioteca, donde antes se encontraba su silla. Ahora, el espacio está repleto de libros, creando un ambiente de conocimiento y sabiduría.

Al principio, Beatrice se negó a compartir este espacio, pero con el tiempo aceptó a regañadientes. La biblioteca es un lugar en constante movimiento y organización, y en eso ella ha demostrado ser experta. Posee el don de la magia yin a niveles increíbles, capaz de controlar el peso de los objetos a su voluntad.

Me siento a su lado, ocupando mi lugar a la derecha mientras ella se acomoda a la izquierda, como siempre lo hacemos. Nuestra relación es sin duda la más gratificante de todas. Trabajamos juntos, compartimos conversaciones triviales y, en ocasiones, nos molestamos mutuamente. El orgullo de un espíritu siempre ha sido una barrera difícil de superar, pero siento que poco a poco Beatrice comienza a cambiar.

Dirijo mi mirada hacia ella, pero en lugar de recibir una respuesta, aparta su rostro, desviando su atención hacia otro lado. En ese instante, me doy cuenta de que he cometido un error. Lamento haber causado esta reacción y sin perder tiempo, me levanto rápidamente de la silla, rodándola con velocidad.

—¡Lo siento! —exclamo, sintiendo el dolor punzante recorrer mi cuerpo mientras me arrodillo, intentando contener los gemidos de dolor.

Beatrice finalmente se gira hacia mí, sus ojos se encuentran con los míos y una sonrisa divertida se dibuja en su rostro, como si encontrara gracia en la situación.

—Siempre necesitas de Betty, supongo —afirma Beatrice mientras se levanta y toma mi brazo, utilizando su magia para sanarlo—. Fuiste descuidado, ella no te iba a golpear y aun así ofreciste tu brazo, y así es como terminaste lastimado.

Aunque sus palabras me golpean, reconozco que era necesario enfrentar la realidad de alguna manera.

—Quería que usaras tu magia de sanación en mí. Solo así puedo disfrutar de tu tacto —confieso, provocando una reacción brusca por parte de Beatrice, quien me grita al instante.

—¡¿Qué estás diciendo mientras te estoy curando supongo?! —exclama indignada.

No puedo evitar reír un poco ante su reacción, mientras ella continúa sanando mi brazo. Después de unos minutos, ella finaliza el proceso y se da la vuelta, mostrando claramente su enojo.

—Aún no te he perdonado, de hecho —dice Beatrice cruzando los brazos, demostrando su indignación.

Entonces, tomo la decisión de arrodillarme, como lo haría un príncipe, colocando una rodilla en el suelo mientras mantengo el otro pie firme. Casi como si estuviera a punto de pedirle matrimonio, coloco mi brazo en el pecho y me inclino.

—¡Lo siento! Desde lo más profundo de mi corazón, ruego por su perdón, princesa Beatrice.

Conozco muy bien una de las historias que más le gusta a Beatrice, aquellas en las que una princesa es rescatada por su príncipe, especialmente si se encuentran atrapadas en una torre o han sido secuestradas. Por eso, siempre intento jugar con ella, a pesar de que ella diga que no le gusta, sé que en el fondo lo disfruta.

—Debí saludarle al despertar. Por eso, te pido perdón sinceramente, desde el fondo de mi corazón.

Cada día, antes de que amanezca y el sol se eleve en el cielo, vengo a saludar a Beatrice. Incluso si solo he dormido una hora o ni siquiera he dormido, siempre la saludo. Ella dice que, como espíritu, no necesita dormir, pero lo hace por costumbre. Así que, mientras ella duerme, aprovecho para escribir la novela en mi habitación. Sin embargo, sé que Beatrice puede ver la situación en todas partes, así que no puedo arriesgarme a que descubra esto.

Beatrice se gira, con la cabeza gacha y un leve rubor en sus mejillas, mostrando su vergüenza por lo que le estoy diciendo.

—Te dije que no me llamaras así sypongo —murmura Beatrice haciendo pucheros, intentando contener su pena.

—Pero, mi señorita, he cometido un gran pecado —digo, bajando la cabeza en señal de arrepentimiento—. Debo pagar por ello.

Beatrice coloca sus manos sobre mi cabeza, impidiendo que la levante y pueda ver su rostro. Ella entonces habla con calma:

—Entonces, tendrás que hacer más de ese helado que hiciste la otra vez, pero hazlo en abundancia de hecho.

—¡Muchas gracias por su perdón! —exclamo, agradecido.

Sonrío mientras ella retira sus manos y miro hacia ella, esperando su reacción. Sin embargo, su expresión sigue siendo seria.

—Eres un estúpido, supongo —dice Beatrice con su típico tono.

Me pongo de pie, consciente de que Beatrice ha usado su magia para eliminar mi fatiga también. Controlo mis ansias de abrazarla y me dirijo hacia la salida.

—Mañana trabajaremos en la máquina a vapor —anuncio.

En el momento en que lo digo, los ojos de Beatrice se iluminan. Al igual que yo, ella ha estado ansiosa por construir la máquina en la que hemos puesto tanto esfuerzo. Se acerca a mí, pero se detiene y me da la espalda.

—Supongo que así será —murmura, sin mirarme.

Satisfecho con su reacción, doy media vuelta y camino hacia la puerta. Sin embargo, en ese instante, unos brazos se posan en mi espalda. Beatrice apoya su rostro en mi espalda, utilizando su magia para flotar y llegar rápidamente a mí. Durante unos segundos, no dice nada, pero luego habla con un tono apagado.

—No te esfuerces tanto. Sé que tienes algo que no puedes contarle a Betty, pero Betty también se preocupa por ti de hecho.

—Beatrice... —comienzo a decir, pero en ese momento soy empujado y sacado de la biblioteca, dejándome en el vestíbulo frente a mi oficina.

¿Quizás estoy exagerando?

Miro hacia el suelo y veo unas pequeñas gotas. Me agacho, toco las gotas y comienzo a reflexionar. Tomé este camino para evitar perder a más personas. Sé que no puedo arriesgar mi vida de la misma manera que el protagonista, no lo soportaría. Por eso, debo ser más fuerte, debo pensar más y llevar todo al límite.

Suicidarme para salvar a alguien, casi morir a manos de monstruos, ver morir a personas que me importan.

Estoy cansado.

Me siento abrumado por la fatiga y la desesperación mientras reflexiono sobre las duras decisiones que se avecinan. Mis dedos siguen tocando las gotas, reconociendo su presencia como una metáfora de las dificultades que me rodean. "Es tan difícil", susurro para mí, convencido de que no tengo otra opción. Estoy cansado, agotado de luchar. He tenido momentos de alegría y paz.

Si tomo el rumbo fijo, si en ese entonces mis decisiones hubiesen sido las mismas. Si yo no habría decidido cambiar la historia, encontrar otro camino en el que no tenga que morir.

«No —niego en mi mente.»

Las cosas ya no siguen el curso previsto. Mis acciones han cambiado el rumbo de este mundo, como si las páginas de la novela dejaran de seguir el guion establecido. La incertidumbre me abraza, y temo que si llego a un punto en el que no pueda encontrar soluciones, si permito que el agotamiento se interponga en mi camino, perderé la oportunidad y me volveré loco.

Regreso a mi oficina y paso el tiempo organizando papeles. Mis párpados pesan, pero sé que debo seguir adelante mientras mi mente siga funcionando con lógica. No necesito dormir si aún puedo pensar con claridad. Pero a veces me pregunto si el conocimiento de un posible futuro se ha convertido en mi mayor maldición.

Una vez termino, voy hacía la sala de estudios de Emilia. Abro la puerta y me encuentro con la sonrisa radiante de Emilia. Ella me mira y me saluda como cualquier otro día.

—¡Buenas tardes, profesor! —exclama Emilia, soltando una pequeña risa.

—Tan animada como siempre. Supongo que estás lista para nuestra primera clase en mucho tiempo —digo, sacando mi cuaderno de apuntes—. A partir de ahora, trabajaremos en política y prepararemos tu discurso basándonos en los estudios que hemos realizado.

Debe ser perfecto para poder tener alguna ventaja. O al menos, igualarnos al resto.

—¡Sí! —responde Emilia, sacando también sus apuntes, donde ha plasmado su trabajo.

Comenzamos a discutir, y Emilia comparte conmigo los problemas y beneficios que ha observado en el pueblo. También ha indagado sobre las posturas políticas de las personas y qué tipo de gobernante les gustaría tener.

—La mejor forma de empezar es dirigirnos a las minorías —añado—. Si abordamos temas como el racismo y otros asuntos relevantes, tendremos la oportunidad de ganar una ventaja.

Eso es bastante usado en mi mundo, los políticos manipulan minorías intentando mostrarles un futuro utópico, que les atrae a pensar en una mejor vida. Claro, a diferencia de ellos nosotros si queremos lograrlo.

La incertidumbre y la necesidad de encontrar una estrategia efectiva se entrelazan en nuestra conversación. Juntos, trabajamos incansablemente para forjar un camino en este complicado escenario político.

—Sí, incluir a los semi humanos en el pueblo es parte de nuestro objetivo. Emilia entiende que en la capital las razas conviven juntas, aunque hay divisiones y tensiones entre ellas. Es lamentable cómo las divisiones entre diferentes razas a lo largo de la historia han creado conflictos innecesarios, como cuando se separaba a españoles de latinos, blancos de negros. La guerra con los semi humanos solo ha exacerbado esas divisiones, por lo que las personas están constantemente sensibles respecto a este tema.

Continuamos nuestras discusiones hasta que el atardecer comienza a hacerse presente, momento en el que Emilia debe partir para hablar con los espíritus, siguiendo el contrato que tiene con Puck. Nos dirigimos hacia el patio trasero, donde se encuentran varios carruajes que probablemente formen parte de la máquina a vapor.

—¿Esos carruajes? —pregunta Emilia, mirándolos con curiosidad.

—Sí, son para la máquina que Beatrice y yo construiremos —le respondo mientras caminamos juntos.

Emilia no se detiene a mirar los carruajes, sino que va directamente hacia el quiosco. Yo me siento en el césped, observándola mientras mantengo la calma.

—¡Y pum! —siento un coletazo en la parte trasera de mi cabeza. Sorprendido, me levanto y miro hacia atrás, donde veo a Puck flotando y riendo. Aparentemente, se había posicionado detrás de mí en algún momento para darme ese golpe.

—Todavía tienes que entrenar más tu sensibilidad. Salí mientras hablabas con Lia —me dice Puck, divertido.

Derrotado, no puedo hacer más que encogerme de hombros. La sensibilidad del maná es una habilidad innata que solo se desarrolla a través del entrenamiento o como talento de nacimiento. A medida que la entrenas, puedes hacer cosas como reconocer fuentes de maldición y otros aspectos relacionados. Además, tengo la teoría de que, si la practicas lo suficiente, podrías incluso ver el miasma. Así que he estado dedicándole tiempo desde que Beatrice me habló de su existencia.

—Sí, sí, lo haré cuando todo esto termine —respondo mientras me vuelvo a sentar en el césped.

Puck se posa frente a mí, mostrando su habitual curiosidad.

—Ahora que lo pienso, siempre dices eso... ¿Qué estás esperando? —me pregunta.

Ugh, no debería haberme explayado tanto. Puck puede percibir los cambios en mis latidos, y no tengo control sobre ello. Necesito idear algo rápidamente.

—Cuando finalicen las fases, podremos descansar —imagino cada etapa, desde la construcción hasta la batalla contra el culto; debo aprovechar eso a mí favor.

—Ehh, ¿es realmente tan importante? —pregunta Puck acercándose más a mí, con una mirada que parece cuestionar mis palabras. Sin embargo, mantengo mi postura. Pasados unos segundos, Puck sonríe de nuevo.

—Bueno, supongo que no me importa —dice Puck antes de soltar una carcajada—. Cuando vi a Emilia en ese estado, pensé que le sería difícil superarlo, pero ahora veo lo mucho que ha crecido.

—Ha cambiado bastante, al menos ya no habla como una persona de hace muchos años —comento. El vocabulario de Emilia era limitado y anticuado, por lo que trabajamos arduamente para cambiar eso. Sin embargo, ahora ha experimentado una gran transformación; esta nueva Emilia parece ser una persona completamente diferente.

—Aunque sigue siendo ella misma, sin duda se ha vuelto más fuerte —añado.

Puck mira hacia Emilia, su expresión se torna compleja. Sostiene su mirada como si estuviera recordando algo importante.

—Marco —dice Puck con tono profundo pero tranquilo—, si tuvieras la posibilidad de olvidar un suceso traumático, ¿lo harías?

La pregunta tiene una profundidad inesperada. En el fondo de mi corazón, desearía poder borrar un evento traumático. Sin embargo...

—No, mi vida me pertenece. Soy el resultado de todas las experiencias que he tenido, sean buenas o malas, desgarradoras o románticas —miro a Puck fijamente—. Incluso si se me ofreciera esa opción, elegiría recordar.

Puck suspira y encoge los hombros.

—¿Cierto? Así debería ser.

Intento preguntarle a Puck el motivo de su pregunta, pero justo en ese momento, Emilia termina de hablar con los espíritus, interrumpiendo nuestra conversación. Ella nos ve y se acerca hacia nosotros. Puck, sin mirarme, me dice:

—Si en algún momento ocurriera algo, te ruego que protejas a Lia —Puck sonríe, preparándose para jugar con Emilia.

—Lo haré, te lo prometo, Maestro —respondo con determinación, devolviéndole la sonrisa.

Puck asiente, sin su tono juguetón, simplemente asiente y se dirige hacia Emilia. Entonces, Emilia y yo compartimos un rato de conversación, intercambiando anécdotas divertidas que ocurrieron en la herrería. Desde situaciones cómicas hasta el día en que Emilia ingeniosamente improvisó una rueda de hielo para un carruaje varado, debido a la falta de repuestos.

Antes de que la noche se apodere del ambiente, decidimos revelarle a Puck la sorpresa que tenemos preparada.

—¡Mira! —exclamo emocionado, mostrando la pantalla de mi celular, en la cual se encuentra una fotografía de la constelación a la que Emilia le dio nombre.

Puck se acerca, su curiosidad despierta ante la imagen.

—Esa es... ¡la constelación Puck! —exclama Emilia con una sonrisa radiante.

Aprovecho para explicarle a Puck las costumbres y peculiaridades de mi mundo, incluyendo el hecho de que esta foto es una expresión de cariño. Puck se acerca a Emilia, ella lo sujeta de los brazos y, por encima de su cabeza, Puck estalla en risas.

Es un momento hermoso y decido capturarlo en una fotografía, un instante que quedará grabado en el tiempo.

Mientras miro la imagen en mi celular, mi sonrisa se desvanece al percatarme de que mi batería tiene un sesenta por ciento de carga. Ese porcentaje me recuerda que debo esforzarme al máximo para administrarla correctamente. He tomado todas las precauciones humanamente posibles, como extraer la batería para evitar el sobrecalentamiento o el enfriamiento excesivo. Pero sé que no es una fuente inagotable de energía.

Cuando se agote, hasta que encuentre una forma de generar energía como la conocemos en mi mundo, perderé todos los archivos almacenados en mi celular, incluida esta valiosa fotografía.

Sin embargo, al levantar la cabeza, noto que tanto Emilia como Puck me están observando mientras sigo absorto en mi dispositivo. Decido cambiar mi expresión y les muestro una sonrisa nuevamente.

—Tomé una foto maravillosa —anuncio con entusiasmo, girando el celular para que puedan apreciar la imagen.

En ese instante, Puck se sorprende y rápidamente cubre los ojos de Emilia. Su semblante adquiere seriedad y preocupación.

—¡Marco! —exclama Puck, acercándose rápidamente para ocultar el contenido de la pantalla—. Emilia no puede verse en espejos ni reflejos.

Emilia comienza a reír, sin inmutarse por la reacción de Puck. Él parece no comprender su risa, pero intervengo para aclarar el asunto.

—Este dispositivo no muestra un reflejo, puedes considerarlo como un dibujo ultra realista. Captura un instante en el tiempo, creo que ya te había explicado antes.

Puck suspira, admitiendo la derrota, y se posa en la cabeza de Emilia mientras cruza los brazos.

—Me has sorprendido —admite Puck, esbozando una sonrisa llena de complicidad.

—Lo siento, Puck, era una sorpresa para ti —dice Emilia, acariciando la cabeza de Puck.

Puck observa la foto durante unos segundos sin decir nada, simplemente se contempla a sí mismo junto a Emilia. A mi parecer, es una hermosa imagen que muestra el fuerte vínculo entre los dos.

Luego, Puck cierra los ojos con fuerza y, en un abrir y cerrar de ojos, coloca su pata en mi frente.

—Gracias, Marco —dice Puck, antes de que Emilia lo interrumpa.

—¿Solo a Marco? —protesta Emilia, haciendo un puchero.

Puck se ríe y se lanza hacia el rostro de Emilia, provocando que ella lo acaricie con cariño

—Ya no es tan difícil, aunque mi apariencia no es buena, sin duda puedo soportarlo —comenta Emilia, mirando la foto con una mezcla de emociones.

—Con lo hermosa que eres —acomodo su cabello con delicadeza—, es un desperdicio que no lo veas tú misma. Eres hermosa Emilia, ese es tu único pecado.

Emilia se sonroja, sus orejas adquieren un tono escarlata encantador. Desvía la mirada, tratando de ocultar su rostro de ambos.

Puck y yo nos miramos, guiñándonos el ojo al mismo tiempo para elogiar a Emilia.

—Tan tierna —decimos al unísono.

—¡Tontos! —exclama Emilia, girándose con energía.

Emilia intenta atraparnos, pero ambos escapamos de su alcance. Los tres comenzamos a reír juntos, hasta que llega el momento en que Puck debe irse. Se despide de nosotros, ya que su tiempo ha terminado, y decidimos seguir cada uno con nuestras tareas.

Antes de despedirnos, Emilia, con un tono alegre, dice:

—Así como yo confío en ti, espero que algún día puedas confiar en mí —Emilia sonríe mientras entrelaza sus manos, antes de correr hacia el interior de la mansión, sin darme la oportunidad de responder.

Me encuentro sorprendido por las palabras de Emilia y me quedo pensativo mientras las estrellas comienzan a hacer su aparición en el cielo. Decido dirigirme a mi oficina para revisar la carpeta con los posibles socios, y me llaman la atención los datos de un posible socio en Pardochia, una ciudad en Gusteko. Anoto su nombre, Hermod, en mi libreta personal.

Hermod, un nombre curioso que significa "guerra divina" en la mitología nórdica. Esta conexión intrigante despierta mi curiosidad y me impulsa a investigar más sobre él en el futuro.

Sin embargo, mi mente vuelve a preocuparse por la ausencia de Rem y el hecho de que no haya llegado el informe que esperaba. Espero durante horas en mi oficina, pero no hay señales de ella. Mis sospechas se confirman, y decido dirigirme hacia su habitación.

Cuando llego, Ram me espera con una expresión molesta, recordándome nuestras palabras anteriores. Sin rodeos, ella me dice con firmeza:

—En el quiosco, no lo arruines.

Ram me lanza una mirada molesta y chasquea los labios antes de entrar a su habitación. Con calma, me dirijo hacia el quiosco, preparándome para lo que pueda estar por venir, consciente de que ese lugar es importante para Rem.

Desde lejos, la veo mirar el firmamento y extender su mano hacia él. Me acerco en silencio, y ella está tan absorta en sus pensamientos que no me nota. Escucho sus palabras mientras susurra para sí misma con una mezcla de tristeza y anhelo:

—¿Por qué? Si me esfuerzo tanto, quiero decirlo, quiero pedirte perdón, pero entonces...

Rem coloca su mano en el pecho y solloza ligeramente. Sin darle tiempo para reaccionar, doy un paso firme que la hace voltearse sorprendida. Cuando nuestros ojos se encuentran, pronuncio con sinceridad:

—El perdón no cambia las cosas.

La sorpresa abruma a Rem y cae de rodillas. Sus lágrimas se vuelven más intensas y, desesperadamente, trata de contenerlas, pero al final se rinde. Ha pasado un mes desde que tuvimos esa conversación y ahora es el momento de ponerle fin a esta situación.

—¿Por qué dices eso? —Rem, me mira entre lágrimas— Yo solo, solo he intentado ayudar.

Me agacho, saco mi pañuelo e intento secar sus lágrimas, pero ella me golpea la mano con fuerza, manifestando su frustración y tristeza.

—¡Si me odias tanto! ¿¡Por qué!? —Rem me fulmina con la mirada, sosteniendo una carta con fuerza sobre su pecho.

Sin vacilar, respondo de inmediato:

—Rem, lo estás entendiendo mal

—¿¡Por qué!? —exclama, interrumpiéndome—. Si me ibas a dejar tirada, a merced de la oscuridad.

Ella golpea mi pecho una y otra vez, expresando su dolor con delicadeza, hasta que finalmente reposa su cabeza en él.

—¿Por qué me dijiste esas palabras? —Rem sigue golpeándome suavemente, revelando su angustia.

Lamento no haber sido más responsable, no haber dejado las cosas claras en lugar de dudar tanto. Miro al cielo, abrumado por todo lo que tengo que hacer, por todas estas situaciones irreales y este caos descontrolado.

—Es mi culpa que esto sucediera, por eso, me disculpo contigo

Rem reacciona enojada y toma mis hombros con desesperación.

—¡Soy yo quien tiene que disculparse! Tú no, solo yo —contorsiona su rostro, mirándome con tristeza.

Para ella, que se ve a sí misma como un trapo utilizable, ya sea bordado o no, es triste. Aunque parecía feliz, esa no era una forma saludable de serlo. Dependiendo exclusivamente de los demás para encontrar la felicidad, tarde o temprano te lleva por el mal camino.

—Te perdono —la envuelvo en mis brazos con fuerza—. Me disculpo por no habértelo dicho antes, de verdad.

Rem se sorprende y trata de alejarse, pero aumento la fuerza de mi abrazo.

Ella se rinde y posa sus brazos en mi pecho, abrazándome suavemente de frente mientras solloza. Continúo hablando en un tono calmado.

—Te perdono, pero no te perdono para que olvides lo que hiciste. Te perdono para que yo sienta paz.

Ella asiente, aceptando mis palabras y dejando que la paz empiece a invadir nuestros corazones.

—Por eso, debes perdonarte a ti misma, Rem. Tú mereces la redención que tanto anhelas. Lo mencioné antes, pero ahora lo digo con mayor convicción: solo tú puedes otorgártela —incliné mi cabeza, uniendo mi frente con la suya en un gesto íntimo y cargado de emociones.

—Yo, yo... —Rem, quien ha soportado en silencio durante tanto tiempo, una vez más parece buscar escapar de sus tormentos internos.

—No debes depender de los demás para encontrar la felicidad verdadera —dije, tomando con ternura sus hombros y forzando que nuestros ojos se encuentren

Rem, entre lágrimas y con voz quebrada, exclamó:

—¡No tengo más que eso!

Interrumpí sus palabras con una mirada intensa:

—Tu razón de ser y tu razón de perecer, ¿no es así?

La sorpresa se apoderó de Rem, sus ojos se abrieron como si hubiera descubierto un secreto oculto, y en ese preciso instante, algo en su interior pareció romperse.

—¿Cómo lo sabes? —Rem tembló, y en lugar de sorpresa, ahora me miraba con miedo y vulnerabilidad

—Tú...

—¡¿Cómo lo sabes?! —exclamó Rem, exigiendo respuestas— Siempre pareces tener el don de la omnisciencia, como si no pudiéramos ocultarte nuestros más profundos secretos.

Rem se liberó de mi suave agarre, se levantó y me miró con furia desbordante.

—¡Crees que puedes hacer lo que quieras! ¡Crees que es tan sencillo como eso! —Rem cubrió su rostro con las manos, ocultando el dolor que desbordaba de su ser—. Me has mostrado la luz y luego me has abandonado a merced de la oscuridad.

Me puse de pie, dejando atrás el quiosco, y mi mirada se elevó hacia el firmamento, evocando recuerdos llenos de nostalgia y cariño.

—Lo sé, porque en algún momento lejano me crucé con alguien similar a ti.

Rem pareció reaccionar, sus pasos lentos pero decididos se dirigieron hacia mí.

—Esa persona guardaba un parecido sorprendente contigo, Rem. Le complacía hacer felices a los demás, pero sufría en silencio, dependiendo emocionalmente de aquellos que la rodeaban, toda su vida se basó en complacer a los demás para complacerse a si misma —alcé mi mano hacia el cielo en busca de consuelo y sabiduría—. Cuando esa persona perdió algo de un valor incalculable, hizo algo que nadie creía posible.

Mi mano descendió, sin encontrar el consuelo esperado. Entonces, giré mi rostro hacia Rem, quien aún entre sollozos me miraba con una mezcla de asombro y esperanza.

—Tú me recuerdas a ella, por eso —mis dedos acariciaron su mejilla, trazando un suave sendero de comprensión en su piel. No puedo evitarlo, no quería aceptarlo. Sin embargo, tengo que seguir adelante.

—Yo no puedo corresponder tus sentimientos —digo, mientras ella asiente—. Tienes que buscar lo que te hace ser tú, hasta que te des cuenta de que eres alguien.

—Yo... —Las lágrimas de Rem recorren mi mano—. No es fácil, todos estos años he vivido odiándome a mí misma, he vivido fingiendo para que los demás sean felices, tratando de compensar el daño que he causado.

Muevo mi mano hacia su nuca, acercándola con cuidado a mi rostro. Agacho un poco la cabeza hasta posar mis labios en su frente. Rem se sonroja y, aunque entre lágrimas, parece sorprendida por mi acción.

—Por eso te pido que me perdones. Esta vez, no te dejaré sola. Quiero que encuentres lo que te hace ser tú misma, por eso, no debes amarme —La miro directamente a los ojos, siendo lo más serio posible—. Tú debes encontrarte a ti misma, y cuando lo hagas, verás que alguien como yo no vale la pena.

Con mi pañuelo, limpio sus lágrimas con extremo cuidado, procurando no lastimarla. Ella toma pequeñas bocanadas de aire, buscando calmarse.

—Siempre pareces sufrir tanto, incluso cuando sonríes —dice Rem, tomando mi mano.

Rem sonríe, y sus ojos son algo indescriptible. Ella me mira, como si intentara ver más allá, como si quisiera adentrarse en mi ser.

Ella coloca mi mano en su mejilla, sosteniéndola con firmeza.

—Eres capaz de decir estas cosas, de ser tan cálido, pero a la vez eres tan distante —Rem cierra los ojos, presionando más mi mano sobre ella—. Entiendo lo que quieres decir. Te prometo que trabajaré en mí misma, buscaré ser Rem, buscaré ser la Rem que yo misma pueda amar.

Una única lágrima, llena de sentimiento, recorre su rostro hasta topar con mi mano. Rem sonríe, pero no es una sonrisa para mí, es una sonrisa por sí misma.

Rem soltó mi mano y se alejó corriendo hacia la mansión, pero en su prisa, se volteó para mirarme una vez más.

—¡Gracias! ¡Gracias por venir a este mundo, Marco! —exclamó Rem con fervor—. Cuando pueda amarme a mí misma y sea radiante...

Rem me mira con una sonrisa, sus ojos se iluminan con la noche y su sonrisa se ve decidida, determinada, ella entonces antes de irse me dice:

—No vayas a enamorarte de mí.

Rem se adentró corriendo en la mansión, dejando un ambiente de silencio a su paso. Aunque trata de mostrarse fuerte, puedo ver a través de su fachada, pero eso no importa. Ella va a crecer, si encontró lo que buscaba se que va a salir adelante.

Ahora, mientras miro hacia el cielo, elevo una plegaria para que ella encuentre un destino distinto al que ha vivido hasta ahora, y al que pertenece.

Camino hacia la mansión y, al entrar en mi habitación, me dirijo hacia la biblioteca perdida. Beatrice está allí, mirándome con disgusto.

—¡Te tardaste supongo! —me reprocha Beatrice, molesta.

—Soy un hombre muy solicitado, mis disculpas —le sonrío en tono de broma.

Ella hace un puchero y aparta la mirada. Desde su posición en la cama, mantiene su actitud altanera. Me acerco lentamente hacia ella.

Estoy exhausto, apenas puedo mantener los ojos abiertos. Siento que he liberado algo dentro de mí. Cuando estoy cerca, rodeo su cuerpo con mis brazos, atrayéndola hacia mí y presionándola contra mi pecho. Ella no me rechaza, en cambio, sostiene mis brazos con calidez.

Sin energías, me desplomo en la cama.

—Jeje, quien diría que serías tan considerada —con una voz suave y cansada, intento mantenerme firme—. Todavía hay cosas por hacer, si puedes usar tu magia.

Beatrice no hace nada, simplemente se queda allí sosteniéndome con fuerza. Puedo sentir su calidez y, a medida que comienza a utilizar su magia en mí, en lugar de sentir más energía, experimento una calma adormecedora. Beatrice, con un tono cálido y lleno de ternura, dice:

—Eres un tonto, de hecho.

Esas son las últimas palabras que escucho antes de caer dormido. Después de un mes infernal, finalmente siento que podré conciliar el sueño y descansar en paz.