Feliz Navidad, un abrazo para todos.
Capítulo 59 ― Deux Vermilion V (Sangre divina V)
Fukka
A la noche escarlata le siguieron otros días en la cima del templo, fueron las mañanas de los días difíciles; las tardes de zozobra, con la ausencia de las personas que fallecieron durante la batalla y de los desaparecidos cuyos cuerpos nunca fueron encontrados. Algunos lo atribuían a la bocanada de fuego de Kagutsuchi, suponiendo que los consumió hasta las cenizas, por lo que sería imposible determinar su último sitio de reposo; y finalmente tuve las noches que estaban llenas de pesadillas, qué más parecían recuerdos de los nefastos momentos vividos.
Shizuru encontró fortaleza en ocupar la mente y garantizar el bienestar de los sobrevivientes a la catástrofe de Fukka, regresando al castillo que una vez habitó junto a su esposa. Allí tomó las riendas cuyas manos debían sostener, con la ausencia de su amada como regente de Fukka, o la de Nina, quien alguna vez ocupó ese lugar. Gobernó y gestionó, junto a los leales hombres que le servían en la casa Asakura y los soldados que se mantuvieron en pie.
Bajo las órdenes de la nueva matriarca se establecieron campamentos en los jardines y lugares sustentables; si bien la estructura de su hogar no pasó indemne aquella noche, el ala secreta, donde los tesoros se resguardaron y parte de las habitaciones principales, mantuvieron las condiciones de ser habitadas. Shizuru, quien era en sí misma la mejor arma contra las criaturas, acometió contra los monstruos restantes, encabezando la comitiva de combate que le permitió despejar los caminos del poblado y de zonas aledañas, mientras Mai y su impresionante dragón mantenían a salvo la base. Una vez se desarrolló la seguridad de los alrededores, los soldados fueron enormemente recompensados y remitidos a la capital con la esperanza de ver y servir a sus familias en esos nefastos momentos.
Mai quien se convirtió en la mano derecha de su hermana, se encargó de la obtención de suministros, de la atención y alimentación de los heridos, mientras cuidaba de su convaleciente hermano con la ayuda de Satoru. La nefasta noticia de la desaparición y posible muerte de Akira Okuzaki, la prometida de Takumi, fue otro trago amargo duro de pasar. La cruda circunstancia casi enloqueció al castaño, a quien debieron suministrarle sedantes para impedir que acudiera en su búsqueda. Con el pasar de los días, cuando no se supo nada de ella, al igual que muchos otros, su nombre fue registrado en la lista de desaparecidos, presumiblemente muertos. Sabían todos que si Akira viviera, incluso sobre sus heridas, habría llegado arrastrándose hasta la montaña, lo cual sumió a todos en otra ola de profundas lamentaciones.
La mayoría estaba devastada sobre una pena que era común a tantas personas y cada uno luchó, a su manera, por mantener la cordura. Erstin se unió a Alanis, Christine y Krauss liderando grupos de limpieza en la zona, por cuanto la señora Di'Kruger no podría continuar con labores tan delicadas en su estado, y si se le permitió tal cosa durante los primeros días de la catástrofe, Fue solamente por la idea de conceder algún desahogo a su pena.
Pero en las noches, cuando Shizuru se acompañaba de su propia soledad, era la ocasión de los momentos más difíciles. —Alguna vez, pensé… que me acostumbraría a estar sin ti— Le murmuró al silencio en su habitación, mirando el jarrón que tantas flores bellas contenía en su interior, un cristal que parecía hielo, pero nunca se derritió… era algo cálido que daba vida a las flores como si fuera una extensión de su dueño ausente. — ¿Quién como tú podrías hacer algo tan especial?
Acarició su vientre, anhelando la caricia que no pudo tener más que unas pocas veces, y rogó por el canto de su voz, hablándole a escondidas a las estrellas que su corazón adoraba tanto. —Te perdono, te juro que te perdono por lo que pasó con ella… pero, por favor— con las lágrimas saliendo indiscriminadamente y la voz rota. —Por favor, vuelve.— Pero no fue escuchada, durante las noches largas y durante un tiempo que pareció la eternidad misma abrazó la almohada y anheló el aroma de sus cabellos negros; Incluso pudo prometer a los dioses que podrían vivir la vida entera sin ver el bello rostro tras la máscara, si tan solo Natsuki le fuera devuelta.
Cuando Shizuru pudo empezar a sentirse arrastrada por el cansancio hacia el mundo de los oníricos, el toque abrupto y ruidoso de la puerta sobresaltó a la joven madre, cuyos ojos buscaron la presencia de quien estuviera al otro lado de la entrada; La castaña sintió la presencia de su hermana y rauda le concedió el paso. Mai parecía agitada y apenas entró, se apresuró a guiar a la menor hacia la ventana de su habitación; Retiró con premura los herrajes, movió la madera y dejó a un lado las dos capas de cristales, exponiendo finalmente un cielo nocturno en cuyo centro, donde debían estar las estrellas y la luna, en cambio, estaba la impresionante vista de la dimensión de los dioses.
Podían ver seres tan perfectos como preciosos, además de diversos, otros pertenecían a los relatos fantásticos que reposan en algunos libros y otros incluso eran completamente nuevos. Las grietas se mostraron en diversos lugares, uno de ellos, infestado de Orphans y siendo arrasado, atrajo la mirada rubí. Shizuru pudo sentir una angustia inexplicable por cuanta una luz en el centro de una montaña hecha enteramente de jade, ónix y elementos preciosos, que parecía especialmente importante, estaba siendo asediada y puesta en riesgo, aunque quel fulgor era protegido por Golems de Shungit. Pudo divisar no muy lejos, la figura del gran lobo negro de Fukka, su querido suegro Takeru Kruger, encabezando la armada con valentía y en compañía de una mujer ataviada con una máscara de porcelana, cuyo instinto le previene seguramente se trata de su esposa, Saeko Di'Kruger. Incluso vio a Alexei Snow defendiendo la integridad de un antiguo árbol sagrado, con la ayuda de otros guardianes cuyas máscaras aludían animales y seres míticos, algunas de las máscaras se habían roto, como la de Alexei quien sangraba de la cabeza. Pero se inquietó al pensar que su amor no estaba junto a ellos, incluso en otros mundos, ¿dónde estaba su Natsuki?
Aquellas impresionantes visiones se mostraron en los cielos de todas partes, en toda la geografía de la tierra y no había ojos que no miraran con curiosidad la vista de un horizonte inalcanzable. En otro espacio, entre las grietas, había un cúmulo innumerables de seres observando una confrontación y en ella se avistaba una batalla. Allá, en el centro de la arena de combate, Mai Fujino, vio la agraciada figura de su esposa, dispuesta a blandir su espada sobre el cuerpo maltrecho de Kiyoku que, implorando de rodillas, suplicaba y gemía. Mikoto destruyó la mano de obsidiana negra de Kiyoku, dejándolo indefenso, por cuanto solo le quedaban 10 perlas para defender su integridad y estaba completamente expuesta.
—No… ¡hermana!— Kiyoku levantó la mano y en su palma desveló una esfera, en cuyo centro contenía un alma preciosa a los ojos de Mikoto. —¡Te atreveré a Misha! Finalmente será tuya.
La mirada de Mikoto se detuvo, con la espada en las manos ya un paso del golpe final, posó sus ojos sobre la grácil figura de una mujer que recordaba con tanta intensidad, una criatura amada a la que le dio un sinfín de bendiciones y cuya libertad trajo sobre sí misma un centenar de desdichas. Pero la duda de un instante y la guardia expuesta, le hizo perderlo todo.
Mikoto fue atravesada con el filo de una obsidiana surgida intempestivamente de la palma de Kiyoku, aquella en la que el alma de Misha estuvo instantes atrás. Quizás fue una fantasía, pensó Mikoto, pero el gemido de la muchacha humana cuyo amor tuvo alguna vez y sus brazos etéreos abrazándola estaban allí, alrededor de su cuello, mientras el filo se abría paso en su carne y el susurro de su suplicante perdón, Fue como una tonada que se llevaría el viento.
Mikoto se maldijo por su debilidad, cuando sintió el sabor de su propia sangre ascender a borbotones por su garganta. Entonces Kiyoku sonriendo y lanzó las 10 perlas negras contra las piernas, brazos y manos de su hermana, acribillándola con toda la ira y el rencor que acumuló con cada golpe recibido en esa batalla. Usó tales elementos como grilletes cuya presión impidieron a Mikoto defenderse, incluso pateó su rostro, asegurándose de eliminar cualquier resistencia de la chica, a fin de que aquel instante en el que retiró la espada de sus manos Mikoto no pudo evitar ser desarmada.
Así, Kiyoku alzó su espada a la vista de todos los dioses y sobrenaturales reunidos, al igual que su voz se expandió por todo el coliseo. —El momento ha llegado, él gran antiguo se ha manifestado ante sus ojos, abriendo las puertas de los mundos, para que seamos el uno absoluto. No más servilismo, no más quietud, no más limites… a la libertad anhelada. El mundo perfecto que en verdad merecemos ha llegado, y el animus solo pertenecerá a los más fuertes.— Vitoreó Kiyoku haciendo que una horda de sus aliados se levantara en pie de lucha, porque fuera como fuese, el equilibrio se había roto y eso era todo lo que necesitaba.
Para los jóvenes de la casa Fujino, la contemplación de tales imágenes fue horrorosa y desesperanzadora. Mai sabía que Mikoto tejió una barrera indestructible durante los últimos siglos a fin de proteger a la humanidad, temía que una cosa como la que acontecía tuviera lugar y cuanta razón tuvo. Hizo tanto para mantenerlas a salvo, pero esto, también las apartó por completo de los acontecimientos en los cielos y por ello, Mai se sintió nuevamente insignificante; porque incluso cuando vio a su mujer padecer heridas mortales, estaba en ese mundo, mirando mudamente sin poder consolar su dolor o permanecer a su lado en los últimos instantes.
La pelirroja gritó su nombre, llamó a Mikoto con lágrimas en los ojos y se derrumbó en los brazos de Shizuru, quien buscaba entre aquellos seres una figura anhelada. La castaña se mantenía firme por su hermana, ya su auxilio llegaron pronto Takumi y Mizue, quienes la relevaron en la difícil tarea de consolar a la mayor.
Al final arribaron la abuela y su hijo, Satoru, quién miró los cielos rasgados y el miedo plagó su mirada al ver a los grandiosos seres que en la batalla titánica se desenvolvían, su miedo se convirtió en terror, cuando la figura refulgente de aquella a la que conoció como Natsuki Kruger, hizo su entrada en el campo de batalla. El estallido que resonó, estremeció los cielos de varios reinos y dimensiones, pues su ira extinguió a varios enemigos con tan solo su llegada. Derha no permitiría que le hicieran más daño a Mikoto, por lo que formó una barrera para dar espacio a Elfir y que tomara el cuerpo magullado de su hermana, a fin de ponerla en un lugar a salvo. Shura le cubrió la espalda y miró con odio a Kiyoku, quien se había posicionado al frente de su armada.
—Es una pena que la presencia de nuestro señor Belor, se halla recluida. Sin embargo, ha sido suficiente la ayuda que nos ha prestado.— Murmuró Kiyoku con una sonrisa burlona.
Los iris esmeraldas le miraron con tristeza, sintiendo el peso de la ventaja que la presencia de Belor le dio a sus enemigos. ¿Era este su destino? ¿Sería la puerta de la destrucción de los mundos? Derha negó en su pensamiento, era una diosa de la creación, si por su mano vino tal destrucción, por la misma resarciría el daño. Miró hacia los cielos y en ellos la deidad del sol se ocupaba de cerrar la brecha del reino de los cielos, no muy lejos Susano-o hacía lo mismo con su morada en la dimensión de los yeguas.
—Deja que yo me haga cargo, debes restaurar el inframundo.— Le recordó Shura a la mayor, sosteniendo en su mano la espada infinita y con las filas del ejército de la Luna llegando a sus espaldas.
—¡Ataquen!— Gritó Kiyoku, consciente de lo vanos que serían sus esfuerzos si le permitiera al primer pilar regresar al inframundo. —¡No permitas que se vaya!
Estelas de todos tipos y poderes sobrenaturales fueron lanzados desde los bandos opuestos, las explosiones resultantes dieron lugar al caos apremiante del choque entre los combatientes; los dioses guerreros se sintieron vivos y los soldados de plata del regente de la luna, se apresuraron a apartar a los sobrenaturales de pacífico ser, para que los inocentes no fueran lastimados. Múltiples deidades atacaron al unísono al primer pilar, obligando a Derha a centrar sus esmeros en la defensa. Lo que pasaba en su morada sin duda era motivo de preocupación, pero la visible ausencia de Zarabin y sus hijas, era incluso más inquietante. Rogaba porque simplemente estarían bajo el cobijo de las otras fortunas, sus hermanos mayores.
—De todos modos, ella nunca está sola…— Llegó Elfir golpeando la superficie con su lanza, sus ropas estaban llenas de la sangre de Mikoto y deseosa de venganza, alejando a los atacantes con sus ráfagas de viento.
Mientras que Shura, se aseguraría de enfrentar a ese viejo demonio suyo, si Kiyoku pensó que destruir a Mikoto había sido difícil, no tenía ni la más remota idea de lo que sería batirse con la deidad del agua. El primer ataque literalmente golpeó su rostro y el agua fluyó a través de todas las cavidades, luego, Shura cerró sus manos y formó como una prensa líquida que podía hacerse tan sólida como el hielo en un pestañeo. La deidad evadía las restantes esferas del dios, a quien las lanzas de obsidiana, que emergían intempestivamente del suelo, tampoco lograban alcanzarla.
Derha creó una espada y se la lanzó a un dios menos de la guerra que se aproximaba por su espalda, empalándolo en el acto; luego formó cañones de cristal a su alrededor capaces de emitir rayos y atacar de forma autónoma, con el mismo principio que funcionan los Shungit. Entonces se volvió hacia su hermana, sabiendo que los enemigos son innumerables y allí donde dirige la mirada la batalla se ha extendido, es claro que no puede perder más tiempo. —Elfir, tengo que restaurar la muralla de animus desde el origen. Lamento decir que me faltan fuerzas, así que debo ocupar toda mi concentración en esa tarea.
—Te cubriré la espalda— Sonrió la castaña de iris zafiro, cortando con su preciosa lanza a los que intentaron aproximarse a Derha. —Vamos chicos, nos divertiremos un poco. Primero asegúrense de eliminarme para llegar a ella, tendrán que hacerlo sobre mi cadáver.
La monarca del inframundo, se posicionó en medio de la grieta, sintiendo la fuerza del vacío, queriendo absorber su carne. Ahora entendía por qué Susano-o y Amaterasu estaban tardando tanto, era difícil soportar tanta presión… —"Necesito acabar esto pronto, necesito ver a Zarabin y a mis niñas"— se dijo a sí misma en busca de motivación.
Derha cerró sus ojos y al abrirlos, la gran llama argenta del inframundo emergió en sus iris hasta tornarlos por completo de color cerúleo. La deidad concentró todos sus esfuerzos en recolectar cada partícula de animus desperdigada y sin propósito en sus alrededores, lo cual le tomó un largo tiempo; el suficiente para que los soldados de la dimensión gobernada por su padre, crearan un cerco de protección que fortaleció aún más la defensa de Elfir.
El primer pilar elevó la palma derecha de su mano para conseguir que se creara una pequeña cascada que bordeaba exactamente el vórtice del renacimiento, donde ya algunos seres indignos habían logrado atravesarlo, pese a los esfuerzos de los guardianes y los Shungit. Con gotas de sudor bajando por su rostro y aun sintiendo la agonía del castigo al que le sometió Amaterasu, sintió ahogo, pero no renunció. Con su mano izquierda comenzó a modelar su creación, ampliándola, usó la fuerza de las criaturas nefastas, filtrándolas como si de un tamiz se tratara y millones de almas corrompidas fueron usadas para fortalecer la cascada creciente. Por donde pasó el flujo sempiterno de animus, miles de almas reformadas quedaron en el camino, y los orphan putrefactos, fueron arrastrados hasta el borde, donde originalmente estaba el camino de lozas.
Derha cayó de rodillas, incapaz de mover un músculo, sentía como si hubiera dado una parte de sí para completar la tarea, e incluso la sangre volvió a brotar de sus labios, el dolor en su pecho era insondable. —Zarabin… ¿Dónde está mi Zarabin?— Murmuró mientras el agotamiento le robaba el aliento y Rorik, el capitán de la guardia, le ofrecía una mano para levantarse y un hombro donde apoyarse.
Shura había blandido su espada infinita contra Kiyoku y se sorprendió de lo débil que estaba, Mikoto lo agotó primero, seguramente. ¿Era él más débil? ¿O su ser se había fortalecido durante el tiempo que estuvo desfragmentada? La segunda posibilidad no tenía sentido, pero por alguna razón desconocida, su elemento fluía mejor, su control de su divinidad era definitivamente una escala más alta de su maestría. Lo que fuese que hubiere pasado en ese enorme espacio vacío en su memoria, era algo que necesitaba recuperar a como diera lugar. —No pudiste lograr tu cometido.— Advirtió Shura con una sonrisa victoriosa; dejándole saber a su magullado hermano, que la cascada de animus fue restaurada y el ciclo de la vida continúa.
—El objetivo, era el origen de todos los renacimientos…— Kiyoku, pese a estar destrozado, sangrando y saber que el hálito de su existencia comienza a extinguirse, sonríe como si hubiera obtenido la victoria. —Sin la creadora de almas, ¿es realmente posible que sostengan este ciclo sin fin? Este es mi acto de amor con mis hermanos…— Dijo con voz y expresión enloquecida. —Sin humanidad, no habrán Orphans al final.
Los iris esmeraldas temblaron en la cuna de los ojos de Derha, ese miedo que había estado manteniendo a raya en su corazón, se tornó tan grande como un abismo. —¿Qué le hiciste a Zarabin?— Gritó Derha, aproximándose amenazadoramente.
—Eso tendrás que verlo, en la torre del destino… querido pilar.
La primera espada no tardó en arrojar miles de proyectiles de agua sobre su hermano, hasta envolver su cuerpo en el líquido vital, para crear la prisión de agua que Belor usó en su contra; esta vez, sin ninguna mano que pudiera alterar tal destino, Kiyoku sintió el peso de todos los líquidos de las dimensiones juntos y con ello sus huesos romperse, de este modo Shura lo apresó permanentemente. —Kiyoku, no puedo permitir que mueras tan rápidamente, aún quiero causarte un dolor infinito.— Murmuró Shura, dispuesta a mantenerlo en su poder, por lo que se quedaría atrás dirigiendo la batalla junto a los demás dioses. —Vayan…
Elfir tomó la mano de Derha y se apresuró a viajar a través de la luz, sabía que la monarca cristalina apenas podía moverse, y es seguro que fueran a una trampa; pero, mientras ella estuviera a su lado, se aseguraría de mantenerla a salvo para que pudiera encontrarse con la señora del renacimiento.
Proezas incalculables estuvieron a la vista de la humanidad, y esa noche, a través de las fisuras, todo aquel capaz de ver, observó como las legiones de Kiyoku se enfrentaron en sangrienta batalla a los ejércitos de la Luna; pero ninguno pudo saber el desenlace de las cosas, por cuanto Amaterasu pudo finalmente cerrar la enorme brecha que Belor abrió entre los mundos.
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Mansión Gálad
Thália… Ella es la primera cosa que recuerda, junto a la criatura cambiante, la sangre y el dolor, tanto sufrimiento en su cuerpo hecho trizas y a la vez, un ápice de esperanza en su rostro. Respirar era insoportable, existir nefasto, pero esos ojos de iris cerúleo se grabaron tan profundamente como la primera cosa hermosa que vio, con cada distintivo matiz. Su rostro níveo estaba lleno de una angustia tal que le hizo pensar cuan importante podía ser para ella, aun sin recordarla; así que cuando finalmente Thália logró sacarle de aquel charco azul a pesar de los gritos de agonía que le hicieron desear la muerte, entonces Akira creyó en los dioses cuando finalmente pudo respirar sin el temor a ahogarse con aquellas inmundicias en la sangre azul del orphan. Y se enamoró, quizás un poco, pues desde entonces los lindos ojos llorosos de Thália Gálad, fueron aquello a lo que se aferró para vivir.
Pasaron los días entre el sopor, el tormento, sus ojos y sus cuidados. El daño era lo suficientemente grave como para ser considerado una carga en tiempos de crisis; la señorita Gálad pudo dejarle a su suerte y no lo hizo; estaba más cerca de la muerte que de la vida, pero junto a la señora Liana cuidaron de su magullado ser, sin perder la esperanza de que viviera. Aún se preguntaba, ¿por qué se quedó? Y cada vez que lo reflexionó, las alas de una inusual esperanza se elevaban en su corazón.
Ella también fue la primera persona en ver su desnudez completa, no la mejor vista muy a su pesar, en un cuerpo que era una imagen desastrosa a causa de las heridas, los hilos que reconstruyeron su cuerpo maltrecho y los huesos que fueron puestos en su lugar. Sus manos le recorrieron por entero con paños, sus brazos le abrigaron del frío y sus hombros le dieron soporte cuando necesitó aprender a caminar una vez más. Si lo pensaba, más parecía un milagro teniendo en cuenta el daño que recibió al caer de la montaña, y aunque la sensación de normalidad no volvía, sabía que no era una persona común, quizás no tenía la certeza, pero, ¿cuántas personas pueden recomponer los huesos y los músculos en apenas un mes?
Apenas su salud lo permitió, finalmente viajaron a la casa de la señorita Gálad, donde pudo instalarse en la mejor habitación disponible para invitados; como una muestra de agradecimiento que, a los ojos de Akira, en realidad ya había sido más que compensado. Extrañamente, se encontraron con la mansión ocupada por un hombre mayor, que con la renombrada calidad de amigo de la familia, recibió a Thália con regocijo, expresando su alivio por encontrarla a salvo en escenarios donde todos creyeron que encontrarla con vida, era prácticamente imposible.
El viejo barón Laster sonrió en sus narices, acunó en sus brazos a la muchacha que bien podría pasar por hija suya, con lo que a su instinto le pareció una intención menos honesta. Aun si cada ápice de su ser le advertía, Akira se mantuvo en calma; consciente de las tribulaciones de la señorita con la muerte de su hermano mayor, el conde Jason Gálad, por ello quería todo para ella, menos ser una carga.
El disgusto de la sensación que le produjo verlos, y casi palpar las intenciones del viejo Barón, no se asentó de inmediato, y el entendimiento de lo que sentía, por causa de eso, tardó otro poco en justificarse en su pensamiento. ¿Gustaba de la señorita Thália? O ¿era un sentido agradecimiento a causa de sus complicadas circunstancias? Podría ser simplemente una confusión, pero incluso si la gratitud se desdibujaba con las líneas del amor, no importaba… Le debía todo, le daría cualquier cosa a la señorita por su presencia en los que fueron los peores momentos de su vida…
Así que en cuanto pudo moverse por su propia cuenta, decidió servirla con esmero, y pudo hacerlo con la presencia vigilante y maternal de la señora Liana, a quien le tomó un gran afecto. Akira prestó toda la ayuda que le fuera posible, trabajando como uno más de los sirvientes de la casa. Algunas cosas no se le dieron bien de inmediato y la movilidad de su cuerpo no era exactamente buena, incluso para una recuperación milagrosa. Pero con un poco de terquedad y esfuerzo, a pesar del dolor, resultó ser hábil en aquellas cosas que requerían fuerza; otro mes después, ya podía realizar tareas de motricidad fina con las manos, como deslizar hábilmente la espada o escribir; y al siguiente, estaba devorando libros de la biblioteca en sus ratos libres, y contando historias a sus dos estimadas damas.
La señora Liana creía que Akira había sido una bendición de los dioses, un consuelo que le fue brindado por la pérdida que había sufrido; era la oportunidad para convivir con un muchacho al que querría como a un hijo y ser cuidada de vuelta. Si bien, sospechaba la razón del secreto del joven, pues trabajó durante años en la casa de algunos aristócratas y otros burgueses, no diría nada que le hiciese sentir juzgado. Conocía de una vieja y ruda costumbre en la que procuraban un heredero sin importar los medios empleados, incluso si eso significaba forzar a las niñas a tomar el papel de los hombres. Así que Liana no era tan distraída como para no intuir, que el joven soldado fue criado como un hijo varón en ausencia de un vástago adecuado. Seguramente pertenecía a una casta prestante, pues recibió clases de economía, etiqueta y otras tantas que no serían aprendidas por una jovencita.
Una tarde en su despacho, cuando Thália fue ayudada por Akira con los libros de cuentas que el señor Laster llevó diligentemente aquella tarde, junto con una desagradable propuesta que se reservó para sí misma. La dama Gálad vio a Akira mirar con entendimiento las tablas Massari, frunciendo el ceño por ver ciertas irregularidades y a ella le sorprendía la gran inteligencia de su amigo. La de iris cerúleo se sorprendió de sus hallazgos, escondidos a la vista, ya que ella no se habría dado cuenta; de no ser porque su hermano el conde le enseñó por sí mismo la administración de la propiedad y los bienes, en un "intento por holgazanear" un poco de vez en cuando, si es que quería una ayudante adecuada que lo cubriera. En realidad esa fue la excusa que Jason ocupó, pues su hermano la amaba muchísimo y no quería que su futuro ocurriera a ciegas. Era un secreto entre los dos hermanos, y Thália sabía que Laster la subestimaba, al punto de entregar los libros de cuentas sin siquiera preocuparse de ocultar su despilfarro, ya que había gastado a manos llenas en sus días de ausencia. Sin embargo, la intransigente Ley sobre la disposición del título, que imperaba sobre los Gálad y cualquier terrateniente, era una cosa odiosa, pues solo podría heredarlo desposándose en la ausencia de herederos varones.
Pasando de largo sobre su pesar, Thália exigió que trajeran a una sastra adecuada, tanto para sus atuendos de boda, como para dar ropas más dignas a su invitado de honor. Por los problemas con las criaturas en la zona, la señora Valhen, tardaría mucho más en llegar a pesar de darle una buena escolta. Le proveyó a Akira de lo único que tenía a la mano, las vestiduras de su hermano, esperando que tuvieran un mejor uso en alguien atractivo como su salvador y amigo. El joven de iris amatistas enfundó elegantemente los atuendos de Jason, se veía encantador, incluso si le quedaban un poco holgados, pero preciosos, al punto en el que las damas y sirvientes se volvían a mirarle cada vez que lo veían pasar.
Días después, durante su acostumbrada cita del té de la tarde, Thália trajo una hoja de papel y carboncillo, se apresuró a solicitar prestado a Akira el anillo con lo que parecía su sello, pues era la única posesión que tenía el día que se conocieron y la única esperanza para encontrar a la parte restante de su familia. La valiosa prenda le fue entregada sin dilación alguna, a lo que la señorita Gálad miro con sorpresa a su sonriente amigo.
—¿No me preguntarás la razón de tan extraña solicitud?— Cuestionó un poco avergonzada por pedir algo tan relevante, sin siquiera dar las mínimas explicaciones. Thália sabía de alguna acalorada pelea de amantes, en la que los varones cuestionaron a sus esposas el siquiera tocar el objeto, que sin duda los representaba tan fielmente; pues el mismo bastaría para tranzar sobre sus bienes o redactar cartas con valor de verdad a su nombre.
—Confío plenamente en la señorita Gálad.
—Entonces estamos siendo formales a pesar de la privacidad que se ocupa en esta habitación.— Cuestionó la joven castaña con una sonrisa, aunque deseaba volver a las expresiones más cercanas.
—Desde que estudié la etiqueta y mientras la señorita sea mi superior, sería una horrible falta de modales tratarla tan casualmente.
Un dulce sonrojo llenó las mejillas de Gálad, quien negó suavemente. —Sé un caballero en público, pero no enfríes nuestra amistad con frivolidades propias de los aristócratas.
—Entonces podría preguntar, ¿hay alguna necesidad de cuestionar por el propósito de mi anillo ante quien me ha salvado la vida y el alma misma? En quien confío completamente.
Aunque quiso gritar de alegría por tal muestra de afecto y confianza, Thália temía que alguien tomara ventaja del actual estado de Akira, así que esperaba que fuera mucho más cuidadoso. —Deberías, este objeto te representa, con él pueden escribir cartas falsas y manchar tu honor, el simple hecho de que lleves esto contigo significa que eres la persona más importante en la línea de sangre de la familia a la que perteneces, eres un caballero, no solo un soldado. Esto no puede tenerlo cualquiera…
—Lo sé,— dijo con voz cautivadora, depositó la tasa sobre la mesa y se aproximó sujetando las delicadas manos enguantadas entre las suyas. —Pero no se lo he entregado a cualquier persona. Como dije ya, confío en ti y solo a ti te lo he entregado.— Akira se inclinó suavemente, más cerca, olvidando la mesa y todo lo demás.
—Voy a remitir la moldura en carboncillo, para que el escriba de las familias nobles busque entre las diversas ramas.— Aclaró con un tono casi descuidado e hipnotizado, mientras imprimaba el sello en el papel y luego usaba el carbón para dibujar las formas. Para cuando levantó su cara, ella simplemente perdió el habla. —Así, podríamos encontrar a…
El que solía ser un frío azul acero en los ojos de Thália, cuando cualquier hombre le murmuraba falsas palabras dulces para ganar el favor de su familia, se tornó cálido y anhelante, sus rostros se aproximaron con ineludible magnetismo, su nariz rozándose, su tersa piel en contacto hasta que sus labios quisieron conocerse.
—¿Señorita Gálad? ¿Esta lista para la elaboración de su traje de bodas?— La inoportuna intromisión dio aviso de la llegada de la sastra, conocida por su habilidad para los vestidos de las doncellas casaderas y la mejor amiga de Thália, Mila Millard, quien miró la escena con ojos incrédulos.
Los dos jóvenes se apartaron con sus rostros ardiendo de vergüenza, ante la posibilidad de lo que pudo ser. Akira se aclaró la garganta, recuperó el té y dio el último sorbo del líquido frío. La señora Valhen sintió la tensión del momento y sonrió divertida por la posibilidad de interrumpir a los jóvenes prometidos, como así creyó que era. Mila tampoco quiso sacarla de la confusión, pero miraba con ojos acusadores a su amiga. Su luto no era solo por Jason, sino también por Jerem, el primo de la de la Millard. —Qué hermosa pareja de novios, casi me recuerdan a mi esposo y a mí, poco antes de dar el salto.— Soltó una carcajada memorable.
—Con su permiso, señoras, atenderé unos pendientes y luego he de prepararme para la cena… de esta noche.
Tras la puerta que fue cerrada, Thália sonrió pensando en lo dulce que sería poder hacer realidad tan linda fantasía, aunque solo fuera eso, un sueño hermoso… Espera un segundo, ¿casi la besó? Los ojos azules de la joven se ampliaron sorprendidos, ¿tanta proximidad fue real? —"Fue tan solo, algo que imaginé…"
—¿Qué fue eso?— Preguntó por lo bajo la joven Millard, quien no había visto tal reacción en su amiga ni cuando su primo la cortejaba.
—Nada,— Thália bajó la mirada sobre el té en su mano y luego observó la tasa vacía que Akira dejó atrás.
—Si no lo aclaras, habrá un rumor…— Mila susurró cerca del oído de su amiga, pero eso no le importaba a la joven, de hecho, disfrutaría de jugar tal broma a Laster, no es como que él renunciaría al matrimonio por ello.
—Deja que Laster sufra un poco— respondió la de mirar cerúleo con una sonrisa divertida, antes de ir junto a la sastra para dar inicio a las medidas de su atuendo de bodas.
Mila quien vivía una situación similar, sabía perfectamente las complicaciones de su situación, ella misma padecía la ausencia de Jason; empero, su suerte era mejor, su padre había buscado solteros en otras zonas y negociaciones entre las familias estaban ocurriendo, tenía varios prospectos con una diferencia de 5 a 10 años, una cifra razonable. La dama Millard incluso imploró por su amiga y siendo la niña menor de la vejez de su padre, él no pudo negarse e intentó ayudar.
Sin embargo, el destino de la dama Gálad no era tan halagüeño, el Barón había cerrado todos los canales y propuestas que su padre intentó obtener para la joven, incluso amenazó con cerrar los provechosos contratos entre las familias aliadas y los Millard. Si su padre no se hacía a un lado, sería amenazada la integridad de su familia, pues Laster tenía tratos con grupos de mercenarios. El viejo incluso había mostrado su señorío cuando la presunción de la muerte de Thália se dio por sentada, aunque no se encontró su cuerpo, pero eran muchos los desaparecidos, por lo que nadie cuestionó; al menos hasta el momento en el que Thália arribó a su morada en compañía de un solado gravemente herido y una mujer del campo que la ayudó a sobrevivir.
La deuda moral justificaba entonces la estancia del hombre en la morada de los Gálad, pero la jugada del viejo Laster encerró a su amiga en un compromiso tan desdeñable, cuando era obvio que gustaba del joven soldado. Mila se preguntaba si no sería más sensato huir con el muchacho para tener una vida simple, que quedarse en aquel lugar a ser la muñeca de las perversiones de Laster. Mila suspiró desanimada, ya lo había hablado con Thália, ella aspiraba administrar la propiedad en cuanto un niño varón naciese de la unión, sabía que ella tenía sus métodos. ¿Acaso planeaba embarazarse del soldado en secreto y luego deshacerse de su esposo discretamente? No, Mila sabía que Thália jamás pondría en riesgo al hombre que la salvó de morir durante aquella noche aciaga. Pero, si este hombre era tan fuerte y valiente, ¿no debería haberse ofrecido ya para ser su esposo? Cualquiera que fuera el caso, la dama Millard, realmente esperaba que ese tal Akira probara ser un verdadero caballero e hiciera algo al respecto.
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Huyó de ella y de la vorágine que se formó entre sus pensamientos y sus deseos abruptamente interrumpidos. En su habitación permaneció en el agua fría durante más del tiempo recomendable, hasta que el ardoroso deseo que sentía por Thália se evaporó y pudo reflexionar en lo que oyó. Salió del agua, sabiendo que las palabras de la señora Valhen significaban demasiado, la señorita Gálad debía desposarse… una cosa evidente si pensaba que, con la muerte de su hermano y ningún sucesor varón en la línea de sangre, ella debería tener un hijo pronto si es que deseaba preservar el título de su familia.
Ante tales cavilaciones, regresó al cuarto con la toalla sostenida por su mano temblorosa. Una vez en aquel lugar se vio en el espejo a sí mismo, la melena húmeda cubría parte de su rostro y apenas toleraba bajar la mirada un poco más; sabía que el agua escurría por su piel morena y su delgado cuerpo de mujer. Uno que le delataba a través de las incontables cicatrices, la vida que salvó por tan poco, cuando aquello no era lo que más le agraviaba. Veía a una persona que no conocía en el cristal, no era su propio ser, aun si el reflejo devolviese exactamente los movimientos que hacía, incluso si los ojos que le retornaban la mirada fuera la única cosa capaz de reconocer de sí. Sintió una pena tal y una ira insondable, porque el alma que tenía atrapada en esos huesos y esa carne, de algún modo fueron mal configurados en la piel de una criatura que no coincidía con su verdad más íntima… qué prisión era ese cuerpo que los dioses decidieron darle al nacer…
¿Cómo pudieron los dioses cometer un error de ese tipo? Reprochó en el pensamiento.
Cuando lucía las ropas que Thália le obsequió y su secreto se escondía como su piel bajo la tela, se sentía pleno y feliz… pero en cada ocasión que la desnudez le obligaba a recordar la amarga verdad, tenía que recordarse lo irremediable de esta situación. La otra parte, la que sueña, desearía poder sentir eternamente la mirada afectuosa que 'Ella' le daba a pesar de no ser exactamente lo que debería ser. De todos modos, dolía la ilusión irrealizable… si sus labios se hubieran rozado, si no hubiera importado que aquello que más detestaba de sí mismo fuera la única cosa por la que no podía luchar.
—Sería un poco menos doloroso, sí… no fuera la razón por la que no puedo tenerla.— Le reprochó a la persona en el espejo, cuyo llanto se deslizaba por sus mejillas; así que apartó la mirada molesta antes de acudir al guardarropa, para cubrir su incomprendido ser con una armadura de seda y algodón.
¿Se sintió antes así? Tal vez aprendió a vivir así; y olvidar la forma en que lo hizo era desafortunado, por qué tendría que aprenderlo otra vez, con todo lo difícil que pueda ser. La resignación o la aceptación, ¿en qué se diferenciaban entonces? No estaba ni cerca de la primera para llegar a la segunda.
O simplemente el anhelo no se extinguió jamás…
Así que una vez dispuso los atuendos suficientes para salir, bajó al salón y tomó asiento en el sofá para esperar el carruaje, teniendo en su mano la corbata plastrón, ya que no pudo seguir mirando su reflejo sin sentir ira nuevamente.
Escuchó la voz de Liana cuando se aproximó para acomodar la corbata tomándola de su mano, La mujer le miraba con amor materno. Se veía realmente atractivo con uno de los trajes formales de Jason, que recompusieron rápidamente para la ocasión de acompañar al mayordomo a unas negociaciones. —Thália, se va a casar con el señor Laster, ¿es eso verdad?
—La sastra vino… para hacer su vestido.
Liana se sorprendió de que tanto pasara en los pocos días que estuvo fuera, viajó durante 7 días hasta la ciudad de Arhus para asegurarse de que su hermana y sus sobrinos estuvieran a salvo en la ciudad principal. La buena noticia de su bienestar y que además ellos vendrían a visitarlos en primavera esperaría un poco, el corazón roto de dos tontos jóvenes ciertamente era una cuestión más urgente que atender.
La mujer miró al abatido muchacho, cuyas manos eran incapaces de completar tan simple tarea como anudar correctamente aquel plastrón digno de un hermoso caballero de cuna noble, así que ella se aproximó para ayudarlo. —Eres un joven afortunado… puede que pienses lo contrario ahora que sufres por el olvido, el dolor y la perdida. Pero la vida que inhala y exhala en tus respiros; y los inteligentes ojos que me miran, pudiendo ver la luz del día y la majestuosidad del mundo, nos recuerdan que la capacidad de sentir es solo otra muestra de nuestra existencia ocurriendo.
—Dulce Liana, conoces mi alma… soy solo un hombre incompleto. La voluntad de los dioses es otra y no puedo ser más que infeliz por ver esto de mí. Entonces, ¿por qué ella, que es tan maravillosa, querría a una criatura como yo?
A Akira el barón realmente no le parecía alguien mejor y esperaba que esta decisión no tuviera que ver con el poder económico del hombre. Ya que su diferencia de edad era demasiada, y Laster ni siquiera era un señor maduro, bien conservado, más parecía un viejo perverso. ¿No sería una tortura para ella yacer con él? La sola idea ya traía arcadas a su garganta y la bilis incrementaba en su estómago.
La maternal mujer se preocupó de la palidez en la piel morena. —Akira, vives y eso… es mucha suerte para una persona que cayó de una montaña, eres hoy el que podría luchar por lo que desea para sí, sin importar las limitaciones que ve. Hasta que una mujer no te rechaza, la esperanza vive y más vale saber, que vivir con la incertidumbre por siempre. Estás a tiempo, muchacho…— aconsejó antes de darle un suave abrazo. —Si no conoces la razón de estos actos, entonces… actúa como un hombre de corazón, y pregúntaselo.
Asintió, aunque solo quería omitir esa conversación que le tomó realmente por sorpresa y vulnerable; dudaba, incluso si la atracción existía, no tenía nada que ofrecer, nada más que sus brazos y mente para trabajar. Entonces mantuvo las distancias, aguardando la misiva del escriba con la esperanza de conocer su verdadero origen y que este fuera útil. Mientras tanto, intentaría no convertirse en un obstáculo en el camino de su protegida, pero tendría que encontrar el modo de ayudarla, incluso si lo único que pudiera aportarle, fuera ser su escolta por el resto de su vida.
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Glorim - Capital de Windbloom.
El tiempo continuó su marcha y en la capital conoció la victoria, aunque con un sabor amargo, cuando entendieron que en la guerra realmente no hay vencedores, y que lo que se obtiene no suele compensar lo que se pierde. Si bien la humanidad no vio su extinción hace tres meses; los tiempos que siguieron a la captura de Nagi Dai Artai, no fueron más fáciles, durante dos meses más los aliados de Nagi no cesaron sus ataques. Windbloom luchó con su propia fuerza, tan importante tarea fue realizada por el escuadrón Valenti que Arika Sayers había entrenado, siendo dirigida por Kamui y el grupo de sobrevivientes de Fukka que era mucho más experimentado en el combate con las criaturas. Los jinetes se unieron a las filas de Windbloom para someter las cabezas restantes de sus enemigos, las armadas de sacerdotes de Argos, tanto como las sibilas de Remus y Remulus continuaron apoyando hasta que el último maestro Slave fue derrotado.
La victoria no fue celebrada de inmediato, se dio primero el tiempo a la prudencia detrás del luto que tuvo lugar durante otros 10 días en las que se ocuparon piras funerarias, como no se veían en más de cuatro siglos desde la guerra de los 1000 días; los prisioneros que no ostentaban el poder oscuro, fueron puestos en las mazmorras y cárceles hasta que no hubo espacio para uno más y el confinamiento alcanzó la totalidad del espacio.
Pero la seguridad amenazaba con romperse debido a la fragilidad del reinado vigente, por cuanto la Reina Mashiro se había sumergido en una tristeza tan profunda ante la pérdida de casi todos sus seres queridos, ahora era delgada, pálida y de aspecto enfermizo. Como reina, la última Kruger en pie, gestionaba lo posible con la diligencia de las pocas personas de confianza que le quedaban: con la valiosa ayuda de los Okuzaki, empezando por el general Hanzo y todos sus hijos, por la armada a cargo de Kamui y las valiosas redes de comercio de los Himeno; sin mencionar la riqueza de la viuda de su prima, la Duquesa Shizuru Di'Kruger que reestableció la economía de Fukka a una velocidad pasmosa y el apoyo que pudo establecer bases sólidas de trabajo para la restauración de las ciudades afectadas y la propia capital, que en verdad delataba cuanto fue un terrible campo de batalla. La alianza con De'Zire princesa de Remus y su madre, la reina Sara, quien delegó toda la autoridad en su hija, mientras volvía a su país para mantener el orden de las cosas; Nana Sekai, quien envió un considerable botín económico por el perjuicio que Nagi causó, así como artesanos y médicos de todo tipo. Los Fendrak, cuyos hábiles constructores fueron enviados para reparar y mantener en pie algunas de las estructuras vitales, a fin de ofrecer un techo a las personas damnificadas por las criaturas; y los argitas, en cabeza de la reina Chie Harada, que formaron un cerco de seguridad y llevaron a sus valiosos sacerdotes a las ciudades para solucionar los ataques esporádicos de las criaturas.
La reina trabajó, con la enorme dificultad de no saber cuantos de los miembros de las cámaras fueron coludidos por Nagi. El cisne vivía en constante zozobra y solo se confiaba a Shinzo con los alimentos que debía consumir, rogando porque ningún veneno hubiera superado los controles instaurados. Era sumamente doloroso mientras afrontaba un embarazo delicado en el que el riesgo de perder al bebé en gestación era muy alto y mantenía en estado de alerta a los médicos de la corte. Dicha situación sin duda complicaba un poco más con la incertidumbre del pueblo, ante la posibilidad de un aborto espontáneo, entonces los súbditos leales presionaban con sus voces, cartas e influencias para que la reina encontrara otro esposo pronto.
Mashiro sabía que era una reina embarazada, sin un rey para acompañarla, y los ojos de los codiciosos señores de las familias poderosas la miraban como a un cervatillo hermoso que pronto será cazado. Muy a su pesar, aún era esposa de Nagi, quien sobrevivió al veneno por la fortuna de la escasa cantidad que lo tocó, no es que el arteno hubiera dejado de entrenar su inmunidad a los venenos, fue la suerte de que el veneno pudiera paralizarlo, pero no matarlo. Mashiro lo mantuvo con vida, solo para torturarlo y tomar poco a poco la información de la enorme red que creo a lo largo de los años y se enraizó como un cáncer en la estructura de la monarquía de su padre, Taeki Kruger. Quería venganza y sangre, ansiaba ver a cada noble corrupto implorando por su vida, cuando su llanto o su pena no pudo tocarlos a pesar de las horribles cosas que como mujer tuvo que vivir.
La carga, aunque sostenible, comenzaba a ser cuestionada por la joven reina. Era tan importante la venganza y la monarquía. ¿Qué sentido tenía reinar y por ello arriesgar la vida de su bebé? ¿Qué tanto sacrificio merecía una nación que se permitió ser corrompida tan profundamente? La de ojos aguamarina suspiró, se puso de pie en el palco y alzó la voz para hablar a los reunidos.
—La muerte ha tocado con crueldad nuestras puertas… y tiempos difíciles como estos se prolongarán en el tiempo, en la memoria, pero no serán eternos. El deshielo debe llegar, para darle ocasión a la primavera, como la guerra concluye y se nos da la oportunidad de construir un más próspero mañana.
El discurso de Mashiro era hermoso, incluso cuando la reconstrucción del castillo apenas iniciaba y el gran salón donde Arika Sayers había dado la existencia para preservar la suya y la de la princesa De'Zire, tenía grietas y bastantes asuntos por reparar. Pero era de las pocas estructuras en pie lo suficientemente estables para albergar a los reunidos en tan solemne ocasión.
—Ha sido por el sacrificio de nuestros soldados que murieron valientemente enfrentando a un enemigo de aspecto invencible, de nuestros ciudadanos quienes debieron abandonar todo lo que conocían en obediencia a su antiguo Rey, mi padre, e incluso es gracias a la sangre de la familia Kruger vertida. Por su sacrificio, es que la vida y el aliento en nuestros labios se preservan y la luz del día nos alumbra.— Continuó leyendo las palabras con el llanto, llenando sus ojos y los de todos los reunidos. —Honremos a los muertos y recordemos a Arika Sayers, 'El baluarte de Zafiro' príncipe de Remus, quien enfrentó a la Quimera de Nagi, y a sus mejores maestros Slave con solo su lanza y su valor, para liberarme a mí y a su prometida, la bella Imperatoria Shapir Purpura de Remus de las manos de nuestro captor. Agradezcamos por Nina Kuga Kruger, conocida como la duquesa de Sirene, quien extinguió su último aliento para cerrar las puertas del infierno en la tierra; ella cortó la proliferación de miles de monstruos que nos habrían destruido inexorablemente, dando su vida en el lago de los Orphans.— Mashiro tomó una pausa.
Apuró un sorbo de agua para pasar el nudo que amenazaba con romper su voz y no se atrevió a mirar a Erstin, una joven herrera de Fukka que según supo era la prometida de Nina, la joven lloraba en silencio junto a otros guerreros muy amados.
—Sea profundo el luto por Natsuki Kruger, el Doncel de Hielo, duquesa de Fukka… capaz de derrotar a Kagutsuchi, e impedir la invasión de las criaturas sobre todo el territorio de Windbloom. Le debemos todo, porque el orden de las cosas se perpetúa hoy debido a su sacrificio. Por los valientes soldados que enfrentaron a los terrores más grandes de la humanidad y dieron sus vidas sin dar un paso atrás, gracias a cada sacrificio y cada vida que se ha perdido en aras de proteger lo que es amado. Gracias, querido Windbloom…
Los aplausos y las lágrimas por igual desbordaron entre los presentes, mientras una pira de maderos azules era encendida en honor de los mencionados. Mashiro había estimado realizar un monumento en memoria de aquellas a las que había considerado su familia, más que por los lazos de sangre, del modo exacto en el que Shizuru le describió su pesadilla en tiempos recientes, Arika, Nina, Mikoto y Natsuki; su idea era enaltecerles y hacer de una visión tan horrible, algo mucho más bello y valeroso. Pensó en los demás, serían el quinto elemento en la estructura, lo cual la llevó a contemplar, una vez más, la vastedad de la soledad actual en su corazón, del cual sentía como si le hubieran arrancado casi todas las partes. Estaba vacía, con la única excepción de su bebé no encontraba sentido a la vida, su amargura no se apagaba, incluso si la familia Fujino estaba allí y la noticia maravillosa del embarazo de Shizuru se supo al fin, una parte de Natsuki vivía en las niñas que serían en unos meses.
Mashiro observó a la castaña de mirar rubí, y a los Fujino con la evidente excepción del padre, que había sido apresado tras una carta de Shizuru, quien rebeló todas las circunstancias vividas en Fukka a través de misivas. Por la muerte de Nina, la perdida de Kano y por petición de Shizuru, quien solicitó obedecer la última voluntad de Nina cuando vivía, así como la extorsión de Nagi sobre los Ho, aquella familia fue perdonada y la verdad sobre su traición fue olvidada como el zurullo de papel que arrojó al fuego. Riquezas fueron entregadas a la prometida de Nina, como si las nupcias se hubieran producido alguna vez, y con ello Erstin pronto viajaría a otras naciones, tal como había se había propuesto con su amada cuando vivía, y los tres jinetes restantes, se propusieron acompañarla, como los leales amigos que eran. Muy a su pesar, el día no terminaría pronto, Mashiro recibió con diplomacia a quienes ayudaron y serían, de ahora en más, amigos cercanos de la corona, las conversaciones se prolongaron durante un tiempo.
En lo alto de la cúpula y con el sol de la tarde, acariciando la pálida piel, estaban tres figuras divinas, observando la ceremonia que tenía lugar. La primera, la señora del viento, se encargaba de que la brisa fuera lo suficientemente fresca para hacer del ambiente un espacio cómodo y la otra, que gobernaba sobre las aguas, despejó las nubes para evitar cualquier lluvia inconveniente. La última, que gobernaba sobre los reinos de la muerte, llevaba los rezos y la imagen de sus seres queridos a los caminantes, dando un instante de sosiego a sus almas.
—El mundo mortal ha cambiado considerablemente desde la última vez que estuvimos aquí…— murmuró Elfir, incluso si el paraje se miraba devastado, había cierta familiaridad en todo lo que veía y escuchaba, conocía cada corriente de aire como si jamás hubiese ocurrido una separación.
—Tan solo fueron unos cuantos siglos…— Decía Shura, sin saber que sus palabras no eran del todo ciertas.
Derha quien sabía un poco más de las cosas, tenía que callar sus pensamientos. ¿Por qué Amaterasu había elegido que sus hermanas vinieran al mundo sin saber de sus vidas humanas? Ciertamente, el estado letárgico de Ceret impediría que sus recuerdos se reinstauraran correctamente. Pero bien pudo darles el conocimiento de los acontecimientos como le fueron entregados a ella, a fin de cuentas el valor de la información era extremadamente útil, si es que tendrían que vivir allí durante un tiempo.
—¿Que forma usaras?— Pregunto Elfir, ignorando la voz de Shura. —En el mundo mortal, las formas eran tremendamente importantes en las relaciones humanas.
—La forma femenina, según entiendo, es así como la señora recuerda a su amante.
—¿Te presentarás ante ella?— Los ojos magma miraron con interés a la mayor de las tres deidades.
Pero Derha no respondió, sus ojos tan solo observaban a las personas que participaban de la cosa que sería más semejante a su propio funeral, sus ojos que podían ver y juzgar la esencia de los seres; entendía la frivolidad que muchos ocuparon al asistir, simplemente para ser vistos por su prima, la Reina viuda. Sin embargo, el dolor de la pérdida estaba presente en otros, gente a la que, al menos en los datos mortales de quien se supone era ella, conocía. Los iris esmeraldas miraron largamente en la dirección de una mujer de entre un grupo de castaños y pelirrojos, era una doncella que se repetía frecuentemente en las imágenes que bombardean su mente tocando a tientas su corazón. Tragó saliva al contemplar el anillo en su mano, y vio uno en su anular izquierdo… realmente estaba casada, realmente era a ella a quien ¿atesoraba? ¿No era solamente un pálido reflejo de Zarabin? Aun así, admiró el dragón plateado, su alianza con esa mujer que a los ojos de los hombres era su esposa.
—Si fuera yo… correría a sus brazos.— Murmuró Elfir, a quien la mirada de la monarca le parecía demasiado obvia, y por ello recibió un codazo de su hermana. —¿No es ella la llave que estamos buscando?
Shura juzgaba que a su hermana le faltaba mucho tacto, pues muchas cosas habían pasado y sabía que no sería sencillo para la mayor de ellas. —No seas imprudente, Elfir.— La pelinegra sabía que su espera debía ser paciente, ya que precipitarse podría arruinarlo todo irremediablemente.
La aludida gruñó levemente, quería ver que las cosas marchen como deben, pero su hermana es una aguafiestas. —Solo digo, que son la misma esencia y eso es suficiente.
Derha reflexionó un poco más por la incomodidad del hecho, plagado de vergüenza y culpa, le hacía incapaz de dar cabida a los momentos y las cosas que fueron con Shizuru Fujino, cuando incluso se sentía como la mujer de otra persona. Fujino, resonó el eco de las injusticias que se asociaban a ese apellido y tan molesto como un piquete desagradable; la memoria de una cosa horrible en un criminal que aún no pagaba su deuda; así los datos encajaron y las situaciones cobraron sentido, el padre de la chica había traicionado a los Kruger, a su persona y por él la muerte le vino a su padre cuando era una simple mortal. Curiosamente, no sintió la ira que debería, sus fríos pensamientos, aún anestesiados de emociones que no se adherían a su alma, rondaban sin alcanzarla, lo cual le permitió ver las cosas más allá del dolor. Necesitaba que ese apellido lleno de lodo fuera borrado del mundo entero, no le daría el honor a Satoru, pues al ser Shizuru la madre de sus hijas, dos seres divinos, este infame les aportase el segundo sanguinis.
Contempló a la castaña un poco más, su rostro lleno de amargura, insondable, la pérdida y el corazón evidentemente roto. Derha, sintió alguna clase de conmiseración, se aferró a sus rodillas con un inesperado deseo, consolar la pena de la chica. Sin embargo, la detenía la idea de no saber qué hacer en su presencia, con una timidez inusitada para quien, capaz de destrozar a un dios con solo la fuerza de sus manos, no tenía el valor para enfrentar a la esposa humana que la creía muerta o inalcanzable en otra dimensión. Tras unos minutos más de contemplarla, admitió para vergüenza suya que la deseaba, no sabía si por ver un reflejo de su amada Zarabin o si por ella misma. Así que por más que mirara en su mente los instantes, todos ellos eran ajenos, vividos por alguien más que esencialmente había muerto. Con Ceret en tal estado era imposible acceder a sus memorias originales, simplemente había sido informada de las cosas y por ello conocía al pie de la letra las cosas importantes.
Tampoco podía negar que ella en sí misma fuera cautivadora, que se sentía atraída como las abejas a la miel y que la idea de que otro hombre o mujer se llevara sus afectos después del prudente luto, se tornaba aborrecible. Tenía que hacer acto de presencia, pero ¿cómo? Y si tal vez… fue olvidada, o ¿qué pasaría si ella notaba que no era exactamente la misma persona que fue? Pero si no se presentaba, sería reemplazada con el tiempo. Eso le hizo ver que sus pequeñas serían de alguien más y la sensación sobre el hecho tan solo enervó la sangre en sus venas y la violencia de sus latidos.
Había pensado cuidar de la joven de Tsu desde la distancia, como deidad, ni siquiera necesitaba materializarse para aguardar a su lado como una guardiana inmaterial, ¿pero podría soportar que las manos indignas de algún mortal tomaran el cuerpo y el afecto de alguien a quien amaba tanto? No podría soportarlo, incluso si le prometió a Zarabin que soportaría a sus amantes con tal de mantener la justicia y la igualdad en su compromiso, hacerlo era más difícil. Además… —"Shizuru es mi única esperanza para traer de vuelta la chispa de la vida en el cuerpo divino de Zarabin, dejar que inmundos humanos puedan mancillar a la diosa, sería un terrible desatino, ¡de ninguna manera! El acuerdo era entre dioses, es diferente"—. Negoció en su mente la atormentada monarca del inframundo.
Pero la ansiedad comenzó a ganar la pelea cuando uno de los miembros de la corte, el señor Himeno se acercó para dar el pésame, no sin la intención de presentarle a Shizuru a su hijo en edad de casarse; para cualquiera la idea de desposar a la castaña incluso con las bebés que se gestaban en su vientre, sería un acto honorable… ahora las voces del pueblo y de las naciones, ya afirmaban el obsequio divino que las niñas eran y que harían del padre adoptivo un ser afortunado. Por ello un sin fin de cartas llegarían en breve, así que tomar la delantera aprovechando la tradición de las familias fue una jugada astuta del viejo Duque Himeno.
Las miradas de Elfir y Shura casi pudieron asesinar al insensato, pero retuvieron sus acciones esperando una sola voz de su hermana mayor, incluso cuando el hijo del consejero de la cámara argenta se aproximó gallardo y en sus mejores atuendos. El muchacho llegó a ella con una expresión serena, saludo como era costumbre y adornando con un beso en el envés de la mano de la castaña, él era de cabellos negros y ojos azules, atractivo sin lugar a dudas.
—Gran Archiduquesa Di'Kruger, permítame presentarme, soy Hatsui Himeno, conde de Meneses, mi padre y yo queremos expresarle nuestro pésame, lamentamos su pérdida y esperamos que este dolor pueda superarse con la compañía de los Himeno. Nosotros tuvimos relaciones comerciales con los Kruger de Fukka durante años y hasta el fallecimiento de los señores, transportamos todos los bienes para la venta del duque. Esperamos que pueda apoyarse en nosotros durante este tiempo de adversidad.
—Gracias, conde, he tratado mayormente con su padre, pero lo recuerdo de los documentos que firmé el año pasado para la colaboración en la extracción de metales en las minas de hierro. Por el momento las actividades han cesado, Fukka fue casi completamente destruida durante la luna escarlata y todos mis esfuerzos, se han centrado en restablecer el lugar para la gente del pueblo. Necesitaría de usted, el transporte de los recursos necesarios para reactivar las fuentes productivas y así ofrecer nuevos trabajo a las personas.
—Lo cual tendrá, sin dudas. Será un honor servirla y acompañarla en cada uno de los proyectos que establezca en el futuro.— Sonrió amablemente, era un joven que se consideró el más hábil entre los hijos de patriarca de la familia Himeno a pesar de ser el menor de todos. Los Kruger de Fukka y los Himeno siempre fueron aliados, tanto así como para ser Shinzo, la doncella de Mashiro, siendo la hija del señor Mikae Himeno.
Derha estuvo a punto de caer sobre la cabeza de Hatsui, pero vio el aura sucia de un hombre de la corte que se dirigió a la joven reina; como monarca del inframundo, había visto la putrefacción del animus en los juzgados y el alma de ese hombre realmente apestaba. Una mirada a Shura y Elfir, fue suficiente para que cada una tomara una posición de seguridad. Shizuru que también presintió algo malo, dejó de prestar atención al joven terrateniente, quien le exponía las diversas maneras en las que complacería el deseo de la dama viuda.
—Majestad— La llamó uno de los miembros de la cámara de consejeros áurea, realizando una pomposa y pronunciada venía en presencia de Mashiro, quien dejó de lado a la reina Chie de Argos brevemente.
—Señor Miura— Sonrió cortésmente.
—Excelencia, lamento importunar en el tiempo de luto, pero es necesario que observe estos documentos, la cantidad de barcos represados en la bahía por efecto de las tensiones con Artai y la extinción de derechos de Rento Sayers, están deteriorando las mercancías, si usted nombrara a un canciller que…
—Sugiere que entregue los derechos de los Sayers, ¿a quién?, ¿a usted?
—Y yo me sentiría honrado si esa fuera su elección.— murmuró el hombre con una sonrisa torcida, pronunciando incluso más la venia. —No hay nadie más capaz.
El cisne de plata suspiró. —Temo que no eres confiable, he sabido de tu participación en la distribución de derechos entre algunos de los miembros de la corte tras la muerte de mi padre. Esperaba que no intentaras pedir el derecho de Rento tras su destitución, para no ser tan evidente, pero es obvio que me equivoqué. Tu ambición es terrible Miura y será necesario elegir a los miembros de la cámara por algo más que sus apellidos o propiedades.— Mashiró alzó la mano para llamar a la guardia y con ello hacer que el hombre fuera sometido. —En vista de lo anterior, serás apresado y juzgado conforme a la Ley de Windbloom.
Tai Miura observó sus circunstancias en un segundo y supo entonces que estaba perdido, miró a la reina y contó los pasos que los separaban de sus protectores. —¡Larga vida a la reina!— Gritó el hombre con un tono sarcástico, sacando la daga oculta en su cinto por la zona de la espalda, intentó entonces apuñalar a la reina a la altura del vientre, cuya forma ya delataba su estado y la presencia del príncipe no nato.
Mashiro dio varios pasos atrás, esperanzada en que la cuchilla no la alcanzara en un lugar tan frágil, allí donde su hijo habitaba y sus guardias, imprudentemente alejados, no pudieron reaccionar a tiempo. El miedo que sintió en ese momento, no fue siquiera comparable a la noche en la que Nagi le hizo cosas horribles, ni siquiera se aproximaría al instante de la horrorosa pérdida de Arika, la idea de no poder ver a su hijo nacer, la llevó a interponer las manos para protegerlo a como diera lugar.
Sin embargo, el corte jamás llegó, la temperatura de la sala bajó unos cuantos grados, la hoja afilada destinada a matarla a ella y a su bebé, se congeló y destrozó bajo la presión de los dedos de una mano blanca, cuya piel irradiaba algún tipo de luminosidad gélida. Así mismo, una corriente de aire la mantuvo equilibrada, casi como si alguien la abrigara en un capullo de viento tibio, no recordaba haberse sentido tan protegida alguna vez.
Los fragmentos del metal roto tintinearon en el suelo, cayendo a escasos centímetros de los que parecían un par de botas hechas de un metal jamás visto en el mundo; sus atuendos, dignos de la más grande realeza, ostentaban una indumentaria que fusionaba los atuendos argitas y windblemios, con un pantalón de seda levemente ajustado, un cinturón del mismo material que las botas y camisa de seda blanca, debajo de una cazadora abierta con trazos de hilos preciosos realmente hermosos. La corona de cristal del inframundo adornaba su cabeza, pero aquellos cuyo animus era insignificante no podían verlo, sus cabellos refulgentes y toda la magnificencia de los dioses.
Las personas estaban encantadas bajo el efecto de la tela mágica que cambiaba y fluía en tonos cristalinos y plateados, como digna hija de la luna y primer pilar del inframundo. —La muerte aguarda a los cobardes, y sé que tu castigo será el peor de todos, por pretender la muerte de un nonato— Susurró con un frío tono de voz, aquella criatura andrógina cuyo halo de luz argenta brillaba en la larga y refulgente melena. La deidad gélida levantó al hombre del suelo y lo sostuvo por el cuello. —Atreverte a herir a una tan querida para mí, fue tu última osadía— murmuró un instante antes de congelar al hombre de los pies a la cabeza en una capa superficial que lo inmovilizó. A la vista de todos quedó una escultura humana de hielo, manteniendo sorprendentemente la vida de aquel infausto lo suficiente para que los guardias lo llevaran lejos del lugar.
Los ojos de todos en la sala miraron en su dirección, pero a Derha solo le importaba la oculta presencia de Shura a la espalda de Shizuru y la protectora presencia de Elfir a un lado de Mashiro, jamás en el mundo ese humano habría podido tocar a su familia con tales custodias a su lado.
—Natsuki, ¿realmente eres tú?— Musitó Mashiro con los ojos cristalinos mientras sus dedos frotaban gentilmente el abultado vientre; sabía que podría ser por cuanto su rostro era muy parecido, e incluso si sus cabellos parecían ser ingrávidos y brillantes como una luz de luna llena, supo por Shizuru de esta peculiar forma de su prima quien nunca fue del todo humana. —Todo…. Todo está bien ahora— Dijo, más para sí misma que para los demás, con el miedo aún atrapado en su pecho.
—Siento llegar tarde— Murmuró con un suave sonrojo en las mejillas al contemplar a su prima, se aproximó para abrazarla y consolar el llanto que inmediatamente brotó. —No iba a dejar que nada te pasara a ti, ni a ella— Los ojos esmeraldas se posaron sobre la forma abultada de su vientre, con una sonrisa gentil.
Acto que no pasó desapercibido por Mashiro. —¿Ella?, ¿Hablas de mi bebé?
—Será una hermosa niña, muy parecida a quien amaste tanto, pero no preguntes cómo lo sé… hay ciertas cosas que no atañen al hombre.
Los ojos aguamarina de Mashiro se llenaron de consuelo, mientras los demás miraban con estupefacción a la que habitó entre dioses. La alegría de la vida que crecía en el interior de la reina desbordó en lágrimas de dicha, porque incluso en la adversidad se le daba algo para soportar todo lo que le fue arrebatado. Se aferró al pecho de Natsuki con fuerza, con agradecimiento y sollozó en su hombro, mientras la hija de Takeru apoyaba la mejilla su cabeza, acariciando gentilmente la espalda del Cisne de plata; prodigó alivio a sus dolores corporales con los hilos dorados que en algún momento debió invocar con cantos y melodías, pero que eran tan fáciles de controlar ahora que ostentaba su cuerpo divino. La exlobuna miró de soslayo y con curiosidad a la mujer castaña, cuyos ojos escarlatas, tan hermosos, la miraban como al ser más valioso de la creación, y a la cosa más inverosímil por suceder, como si no creyera lo que veía.
Así, cuando la serenidad volvió a Mashiro, Natsuki extrajo un pañuelo de sus hermosas vestiduras celestiales para que pudiera limpiar su pena. —Todo irá mejor… ya no estás sola, yo estoy aquí y por mi mano jamás nada podrá hacerte daño.— Susurró en su oído antes de soltarla, luego miró con reproche a la supuesta guardia, los reemplazaría pronto. —Son indignos de su tarea— miró al capitán a quien su error podría haberle costado la vida. —Elfir, querido cielo azul, por favor cuida de Mashiro en mi nombre.— Solicitó gentilmente inclinando su cabeza hacia un espacio aparentemente vacío.
—Será un placer…— Se escuchó una voz, y luego las corrientes le dieron paso a la presencia de la deidad celestina tras un brillo azulino, mostrando a una mujer de cuerpo envidiable que lucía prendas menos recatados y de corte remusiano; su hermosura atontó enormemente a los reunidos, quienes entendieron que estos seres estaban mucho más allá de la humanidad y se postraron a sus pies. Incluso este rostro no estaba la vista, pues la deidad usaba un velo de niebla que guardaba el misterio de la parte inferior de su rostro, mostrando sus preciosos ojos azules. —Estimada reina, permítame escoltarla a un lugar más tranquilo.
Mashiro, quien sintió una extraña seguridad junto a la guardiana sobrenatural que su prima llamó para ella, no hizo otra cosa que obedecer, porque no tenía ya la capacidad de soportar nada más o de cuestionar algo siquiera.
Luego Derha se volvió a mirar a los presentes. —Yo soy Natsuki Kruger, Archiduquesa de Fukka, conocida como el Doncel de hielo, por una buena razón…— Si congelar a un hombre no había sido suficiente muestra. —Y advierto a quien intente lastimar a mi familia otra vez, que conocerá el dolor del cero absoluto congelando su corazón y ese solo será el principio de su agonía.— Amenazó dejando ver dos pequeños pero cautivadores colmillos en su sonrisa en honor de Durhan, en un rostro digno de la envidia de un adonis. Nuevamente, se dirigió a alguien que no estaba aparentemente en el lugar. —Querida Shura, te encargo a los reunidos, seas una gran anfitriona y que lo que es tristeza se convierta en alegría o consuelo.
La aludida creó un hermoso espectáculo de fuentes coloridas y con ello atrajo la atención de todos, especialmente la de los Jinetes de Fukka, de los que unos ojos celestes le miraron con una expresión llena de nostalgia. La diosa contempló a la hermosa dama rubia y sintió una extraña palpitación en su pecho, la emoción tornó en verdes sus iris y las corrientes a su alrededor se elevaron incluso más alto de lo que había planeado. ¿Quién es esa mujer que la había agitado con tan solo una mirada? Se preguntó a sí misma la primera espada, mientras retiraba de su cabeza el yelmo hecho enteramente de agua suspendida y los reunidos se maravillaban de un encanto que sin duda removería todos los corazones.
Entonces Derha volvió su atención sobre Shizuru y le tendió la mano realizando una reverencia bastante gallarda. —Esposa,— Susurró con suavidad, lo que hizo que Himeno se apartara temeroso, pues su intención no había sido muy honesta en realidad, dado que la dama es una mujer bastante atractiva.
Que Shizuru reaccionara finalmente con una sonrisa, hizo que la lobuna obtuviera sosiego. —¿Me harías el honor de tu compañía?— La sonrisa en los labios de la castaña se amplió y como quien sale de un sueño, temiendo que la fantasía frente a ella se desvanezca, corrió a los brazos de Natsuki, quien la sostuvo con delicadeza y ternura. Y aunque Shizuru hubiera esperado un abrazo más fuerte o seguro, la hija de Mizue simplemente quiso disfrutar del momento por el que había orado cada noche, pidiendo su regreso.
Erstin desvió la mirada incapaz de pensar que fuera tanta su mala suerte, como para ver a su amada Nina en la cara de un ser sobrenatural, que sin duda podría ser una deidad como mínimo. El llanto asomó en su rostro y para aplacar tal pena, Shura creó un espectáculo aún más grandioso, formando arcoíris en el aire, el agua levitaba como hermosos cristales. Pero nada fue suficiente para que Erstin eligiera quedarse, la joven se marchó presurosamente en compañía de Christin Litters, quien sujetó su mano confidentemente. Los iris de la deidad volvieron al viejo tono magma que era conocido, pero nadie a quien importara demasiado estuvo allí para verlo; contrariada por el distanciamiento, Shura fue abordada por personas cuya súplica no pudo eludir, después de todo era la deidad del agua y su facultad sanadora sería bastante apreciada después de una terrible guerra. —"Incluso debo purificar los ríos y todas las fuentes de agua del reino, pero debo hacerlo lenta y progresivamente; una vez más no te entiendo madre"— Pensó en la orden de Amaterasu, temía que la contaminación de los Orphan avistados masivamente en Windbloom, tuviera efectos colaterales en las personas que habitaban las tierras más expuestas.
No más lejos, el abrazo entre Shizuru y Natsuki concluyó, la castaña quiso besarle, pero la idea de que algo propio de los esposos ocurriera a la vista de todos, preocupó un poco a Derha; por lo que tomando en pose nupcial a la joven madre, dio un par de zancadas que la hicieron casi volar de salto en salto y que le permitieron salir por el balcón hasta llegar al jardín. Aguardaron bajo el cubierto de un templete, lleno de maderas cruzadas y repletas de rosales que florecerán mejor al inicio de la primavera. Una vez allí depositó cuidadosamente a la dama de bellos ojos sangría y posó sobre sus hombros, la seda de su saco, para que la cubriera del frío que aún llenaba el ambiente justo cuando el viento de la tarde se presenta y el sereno podría deteriorar su salud antes de la llegada de la noche.
Los sirvientes, prestos a atender a los invitados de la reina, no tardaron en arribar con toda serie de opciones, de las cuales fueron excluidas las bebidas alcohólicas. El té y algunos postres fueron suficientes para Shizuru, pero Derha igualmente solicitó quesos y carnes, por si fuera necesario algún otro sustento.
—Bella señora— Ni siquiera sabía que decirle, interrumpir las aproximaciones del conde fue todo lo que pudo pensar del plan, más allá de eso en realidad no vio lo que la situación implicaría. —Luce encantadora esta tarde…
El halago hizo arder las mejillas de la castaña, quien ni en sus mejores sueños imaginó reencontrar a su amante de semejante forma. Luego observó el distanciamiento de las palabras. —Me siento halagada, pero…— Sonrió suavemente tomando un sorbo de té y dando una mordida a una galleta. —¿Por qué estás siendo tan formal?
Los ojos verdes que adoraba tenían ese brillo sobrenatural, la flama azul del inframundo, algo que como un fuego fatuo escondía las emociones de Natsuki. Shizuru acarició la mejilla, sintiendo el temblor de la otra piel bajo sus dedos, y un creciente sonrojo en las mejillas de su amada. La castaña opinó, que en otro escenario le parecería tierno, pero con todo lo que ocurrió, simplemente quería llevarla a la habitación y abrazarla hasta que sintiera la certeza de que no es solo un sueño.
La joven Kruger continuó comportándose de forma inusual, su tono melancólico y su pulso tembloroso, tragó saliva. —Eres demasiado atesorada ante mis ojos, aun así, tu presencia me hace sentir nerviosa…— Había perdido tanto en la confrontación, así que Shizuru Di'Kruger era toda su esperanza y deseaba no arruinarlo. Pero ¿Cómo era con ella? —O tal vez solo me asusta un poco. ¿Somos honestas entre nosotras?— No había pensado en eso, solo sabía que su corazón se agitaba con tan poco…
—Claro que sí… Natsuki,— No la había visto tan insegura desde la época en Tsu, como si fueran extrañas. —¿Asustada? ¿Estás bien?— Shizuru la miró preocupada, pues estaba siendo tratada como una desconocida.
—Estoy bien, mi cuerpo sanó correctamente— respondió aquello sobre lo que creía que Shizuru preguntaba, desfajó la camisa de exquisito lino, dejando expuesto su vientre a la vista de los ojos escarlatas, que pasaron de la confusión al entendimiento y finalmente al bochorno, pues la servidumbre pudo contemplar algo reservado solo a ella. Odió profundamente la forma en la que algunas de las damas, tenían las mejillas sonrojadas y las miradas anhelantes.
—¡Natsuki! No nos desnudamos en público.— Cerró abruptamente la prenda sonrojada como un farol; lo que vio al otro lado de la tela era… deliciosamente perturbador, ni una herida, ni un rasguño, salvo por el gran entramado de líneas tatuadas con un lenguaje desconocido en una piel de aspecto increíble.
—Oh— Asintió tímidamente Derha. —Comprendo que las costumbres aquí son… más reservadas.
La siguiente pregunta mental de la joven madre fue… ¿dónde no lo serían? Acaso su amante andaba por ahí mostrándose desnuda, ¿dónde quedó su pudor? Pero Shizuru no lo dijo en voz alta.
—Perdona, asumí que era natural, pues nos habíamos visto sin ropa antes— Se disculpó de inmediato, atando los amarres velozmente, aunque originalmente no tenía la intención de desnudarse tanto. Para Derha la permanencia de sirvientes y el hecho de mostrar su desnudez en su presencia, no era exactamente fuera de lo común, que pudieran ver, no significaba que pudieran tocar. —Qué torpe de mi parte— Desvió la mirada lejos de Shizuru, y consumió los alimentos a fin de no decir más incoherencias. Ahora comprendía por qué existía Ceret, conocer datos no es lo mismo que tener conocimientos de las vivencias que dan sentido a esos datos.
La mano de la castaña se deslizó suavemente sobre la de su esposa, que reposaba en el borde de madera; las dos estaban sentadas contemplando, a lo lejos, la vista de la ciudad en plena reconstrucción. —Nos hemos visto, pero… ha sido en privado. Me parece que tu memoria está un poco difusa. ¿Tiene algo que ver con lo que te pasó?— Y es que la última vez que la vio, se había convertido en una pila de fragmentos de obsidiana.
Terminaron de consumir sus alimentos y caminaron en silencio por el jardín hasta la zona residencial de los invitados a la ceremonia con una sensación incómoda, simplemente estaban desconectadas. Cuando arribaron a la habitación donde la castaña se alojaba, no muy lejos de las mujeres de su casa, las dos se detuvieron frente a la puerta. —Sé que tienes dudas, ¿hay algo que desees saber?— Cuestionó Natsuki con mirada serena, su mano aún sostenía la de Shizuru y acariciaba suavemente el envés de la misma.
—¿Gustas pasar?
Natsuki asintió, ¿sería extraño que fuera de otro modo? —"Es mi esposa… es mi esposa"— se repetía como un mantra, mientras intentaba hacer memoria de todos los momentos vividos a su lado y no parecer una desquiciada, pero aquello solo eran datos vacíos que obtuvo de su madre, la diosa del sol. Siguió los pasos yendo detrás de la castaña con una suave caminata que escondía inseguridad, ¿la querida Shizuru se molestaría con ella?
—¿Quieres descansar? ¿Tal vez una ducha?
—Una ducha, eso sería… maravilloso— respondió sin dejar de curiosear las cosas en la habitación, deteniendo la vista en un par de botitas tejidas a mano por Mizue, todo era válido si con ello evitaba mirar a Shizuru a los ojos.
La joven madre hizo sonar la campana y en cuestión de algunos minutos una doncella hizo acto de presencia en la puerta, para saber que deseaba la invitada de honor de la Reina. Shizuru solicitó que se preparara la cena dentro de dos horas y sabe la diosa que habría preparado ella misma la comida si no fuera por el hecho de temer que Natsuki fuera un espejismo que pudiera evaporarse en el aire en cualquier momento; pidió los elementos para tomar un baño en la tina y una de las doncellas llegó rauda para servirla.
—Es tan pequeño y lindo— La oyó decir cuando despedía a la servil mujer.
Shizuru se volteó para encontrar a Natsuki con las botitas tejidas en una mano, lo cual sin duda fue enternecedor; al verse descubierta, la pelinegra volvió a ponerlas en su lugar, y como si hubiera sido atrapada en medio de alguna travesura llevó sus manos atrás. —Todo lo que mires, lo será, es un milagro que no haya comprado todo cuando fui con el sastre hace algunos días.
—Puedo comprarlo todo para ti, si lo deseas.— Dijo de inmediato la otra madre.
—No… no hace falta, en cambio, desearía que fuéramos las dos. Quiero que escojas el primer atuendo de nuestra segunda hija, ya que tu abuela me dio el primero, cuando no sabíamos que serían dos bendiciones por recibir.— La castaña tomó asiento y Natsuki se apresuró a ayudarla; retiró uno de los zapatos, los cuales no eran sus favoritos en ese momento, las piernas hinchadas era uno de los asuntos ineludibles de la maternidad.
—Están un poco inflamados y caminaste conmigo todo este tiempo.— El primer pilar realmente se lamentó de su falta de previsión, Shizuru era una mujer mortal, tenía más dificultades que una diosa encinta. Se sintió terrible por ella. —¿Desearías un masaje en la tina para aliviar tus pies? Luego podríamos cenar más tarde, si aún tienes hambre.— Natsuki parecía verdaderamente avergonzada por no notarlo con más anticipación.
Era un paso más cerca de la normalidad, lo cual agradeció la oriunda de Tsu, por lo que Kruger se puso de inmediato en la tarea de hacer correr el agua caliente, para poner sales de baño y esencia de rosas; introdujo su mano en el líquido y dejó fluir su poder en él, sería el equivalente a la fuente de la vida que Zarabin usaba en el palacio del inframundo.
Ya casi estaba listo, así que invitó a Shizuru a pasar, pero la idea de ayudar con el cierre del vestido hizo que las manos comenzaran a temblar, por lo que decidió iniciar alguna conversación que las distrajera. —Entonces, tú… ¿Estás bien?— Tragó saliva, en cuanto los bucles castaños rozaron sus manos cuando Shizuru le miró de soslayo. —No lo digo porque te veas mal, te ves bien… magnífica, y agraciada en todo— Abrir la boca y solo decir tonterías, Natsuki se sintió torpe de una forma que no le era natural, ¿en qué cabeza cabía juzgar el físico de una dama encinta? Eso era un pecado mortal, así que cambió el tema. —¿Todo está bien con… nuestras hijas?
—Están bien, si es todo lo que te interesa— Shizuru respondió intentando parecer tranquila, genuinamente era como ser tocada por otra persona y no era lindo. Respiró y se recordó que era Natsuki o ¿era quizás, que aún no estaba lista ni había perdonado su infidelidad? Shizuru negó con su cabeza, había prometido perdonar, tal vez se trataba de ese aspecto inhumano que ostentaba y sus cabellos refulgentes. —Ya puedes tener la forma de siempre, no hay ningún peligro cerca… si fuera el caso, las dos lo sentiríamos.— Dijo la dama mientras movía su cabello a un lado, a fin de que la Kruger pudiera retirar los botones.
Derha asintió y dejó que el sello de los grandes la restringiera incluso un poco más, por lo que la bioluminiscencia de sus cabellos se apagó, tomando la coloración oscura del cobalto que la caracterizaba. Y sus ojos, llenos de las flamas argentas usuales del inframundo, se sumergieron en la profundidad de su ser, dejando a la vista las esmeraldas frecuentes.
Su aspecto fue entonces más familiar, pero fue incómodo para Derha encerrar un poco más su verdadera naturaleza, lo cual tuvo un sabor amargo en su corazón. ¿Podría ser rechazada por el fragmento viviendo de Zarabin en aquel mundo de mortales? —¿Así está bien para ti?
Los ojos de Shizuru contemplaron a su amante, una imagen conocida con unos ojos que la veían extrañamente. —Hay tanto de ti que es inusual, tu cuerpo que pudo estar destruido la última vez que lo vi, ahora es lozano y no tiene un solo rasguño… incluso tu aroma, estás extraña, podría decir qué diferente…— Aún sostenía su vestido y con él cubría su pecho, insegura de la presencia a su lado.
—Mi aroma— ¿Acaso había realmente una diferencia entre el olor de un humano y un dios escondido en la tierra de los hombres? Pero si lo recuerda, usó un perfume peculiar… —Es esencia de granada,— respondió automáticamente, logrando desatar los amarres del vestido con éxito. —Un fruto del inframundo que…— se detuvo al notar que casi pudo decir "mi esposa", estaba segura de que, como mencionara la complejidad de sus relaciones en el mundo superior, no viviría para contarlo. —Quiero decir, que usé en mi cuerpo y mi cabello esencia de granada… pa… pasará pronto.
—Natsuki, no es eso lo que intento decir… tú en realidad hueles bien— La castaña de Tsu se giró para verla, luciendo apenas su ropa interior.
El abultado vientre ya había hecho presencia y los cambios en el cuerpo de la futura madre, delataban haber superado más de la mitad del tiempo de gestación. Si Mashiro había sido programada para dar a luz dentro de un mes, a Shizuru no le faltaban más que dos y medio.
La pelinegra acercó sus manos tímidamente al vientre de Shizuru, rozo su piel con tal delicadeza, como si la castaña fuera dueña de la mayor fragilidad posible. El movimiento de sus hijas en su interior no se hizo esperar y la energía fluyó libremente para dar a las pequeñas un alimento que hace a los dioses lo que son. —Hola, mis preciadas estrellas, la luz de los días brilla en los cielos ansiosa por su llegada y mis ojos las miran con amor infinito. Pero por favor, sean gentiles con su madre.
Shizuru guardó silencio y tembló de frustración. Había tantas preguntas sin respuesta, realmente no sabía cómo explicarlo de una manera que no arruinara las cosas, pero comenzaba a impacientarse por la actitud de la pelinegra, quien corrió por una bata de seda al closet, solo para proteger a Shizuru del frío del día.
Natsuki apreció el detalle de su prima, ciertamente Mashiro le había dado uno de los mejores aposentos a su esposa, a la que por un tiempo creyeron que sería el único segmento restante de la familia Kruger. El cuarto de baño era en realidad enorme, con una tina en la que fácilmente cabrían las dos o tres personas. —¿Quieres que encienda la chimenea?— No tenía sentido preguntarlo, ya lo estaba haciendo cuando lo dijo.
—¡Natsuki!— Refutó Shizuru molesta con la pelinegra por desviar el tema o evitar mirarla, cuando se supone conoce cada fragmento de su piel.
—¿Sí?— La pelinegra se levantó y la miró con esas esmeraldas inocentes, que desarmaban cualquier enojo en la castaña.
El fuego brotó en la chimenea y pronto el espacio entibió, —Lo siento,— rectificó. Gritar es lo último que querría hacer ese día. —¿Me acompañarás en la tina?
Natsuki asintió en silencio, levantando a la dama en sus brazos y llevándola, hasta depositarla cuidadosamente en el agua tibia como si pesara lo que una pluma. —No permitiría que pasaras frío— y con su magnífica esencia, el lugar se hizo tan cálido, que la castaña incluso pudo sentir un poco de sopor. Era el momento, la lobuna lo sabía, tenía que desistir de su ropa si no quería que Shizuru se exasperara, cuando se miraba tan vulnerable en ese momento.
Con la timidez que era propia de su ser mortal, la joven pelinegra retiró las prendas sobre su cuerpo pausadamente y la tela cayó desvelando la nívea piel, hasta quedar por completo desnuda en presencia de la castaña.
Los ojos escarlatas le miraron con admiración, sorprendida por ver la piel en perfecto estado, ni una cicatriz, pese a las heridas que recordaba haber aseado y vendado en el templo de Mikoto, en Fukka. Le abrumaba ver las líneas de los músculos tan hermosamente definidas, cada curva grácil podría ser tocada de una forma sublime, era impresionante ver tal perfección delicada y femenina, hasta sentir la boca seca y tener sed, ardió en deseos por poseerla. Pero se contuvo, pues era más sorprendente todavía, ver los símbolos vivos en la piel, podía jurar que las letras arcanas cambiaban y se movían sobre líneas azules que eran como pequeños papiros infinitos, que estaban dibujados desde los pies hasta la barbilla en un entramado entrecruzado. No tenía las rosas en su espalda; ostentaba una flor de iris en el lado derecho de su pelvis que atraía la mirada y una sensación ingrata por razones desconocidas. Tampoco tenía las marcas en el brazo izquierdo que, según recordaba, le permitía unirse a Durhan y… ahora que lo pensaba. ¿Dónde estaba el canido espiritual? Temió un poco más, ¿dónde estaban sus lunares? ¿Era esta persona, realmente su Natsuki?
Derha contempló el temor en la mirada de Shizuru, pero no quería marcharse. —¿Puedo… masajear un poco tus piernas? Aún están un poco inflamadas.
Shizuru asintió, cautelosa. —Te lo agradecería.
La castaña se concentró en ver con detenimiento las acciones de la mujer frente a ella y la vio sumergirse en el agua por el lado opuesto y tomar asiendo en la base de la tina. Natsuki tomó sus pantorrillas con mucho cuidado y deslizó sus dedos gentiles, pero con firmeza; la sensación fue simplemente deliciosa y un pequeño gemido de placer se escapó de sus labios. La masajista sonrió y levantó la mirada, topándose con las sonrojadas mejillas de la dama, era una vista demasiado tentadora. Shizuru tragó saliva, apenada por haberla invitado a su ducha, pues su cuerpo había cambiado a raíz del embarazo y no estaba en condiciones de competir con la gracia de la mujer que ahora compartía el mismo espacio. Aunque pronto se olvidaba de todo, durante los minutos de aquellas caricias cada toque era extasiante, cuando más se acercaba a la parte superior, pasando por sus rodillas y alcanzando sus muslos, su sensible cuerpo que había anhelado la presencia de la otra mujer, su tacto, su voz, y todo de ella, casi se obnubilaba de sus pensamientos más críticos.
No era un secreto para la deidad, la sed odiosa de la que son objeto las mujeres embarazadas a causa de las intensas oleadas de hormonas que tienen lugar cuando la gestación ocurre, pues investigó al respecto en cuanto supo que los 3 gobernantes le permitirían permanecer en el mundo mortal durante el suficiente tiempo. —Puedo complacerte… si me lo permites— Le susurró, estando repentinamente cerca de su rostro. Natsuki sentía este dolor bajo en el vientre que se causa cuando el deseo se contiene, esperaba que pudiera darse y recibir el afecto carnal de su esposa; lo había decidido, humana o diosa, Zarabin era Shizuru y Shizuru era Zarabin, un nombre o un cuerpo no definirían nada diferente del ser que tanto amaba.
Pero la de mirar rubí, no pensaba igual en ese momento. —¿Sigues siendo la misma persona que he amado con locura?— Shizuru posó su mano en el pecho pálido, impidiendo cualquier avance.
—¿Es el corazón que late suficiente? ¿No te basta mi alma anhelante… o importa tanto mi cuerpo?— Cuestionó sin moverse ni un milímetro, con una mirada tan intensa que era difícil de soportar para Shizuru. —¿Son mis ansias indebidas? Si no coincide tu deseo con el mío, entonces me apartaré serenamente.
—¿Quién o que eres exactamente?— La castaña sabía que si no fuera por los pequeños papiros en la piel de esta persona, es posible que tanta luminosidad la dejara ciega, no había visto tanta luz desde Mikoto y vaya que podría decir que esta persona brilla más.
La pelinegra se apartó con desencanto y volvió al extremo opuesto, sintiéndose rechazada. Se mordió los labios, suspirando por su adolorido y frustrado vientre. —Soy yo, pero tal vez para ti, ya no sea esa persona.— refutó suavemente, cesando su contacto y mirándola directamente a los ojos, sería honesta en lo posible. —Ankara Kruger robó mi vida ese día en la montaña, yo ya he muerto, si es lo que buscas saber.— Bajó la mirada y contempló la espuma que se desvanecía en el agua, moviendo sus dedos para romper las pequeñas burbujas. Suspiró como si le costara decir lo siguiente y su rostro preocupado, al igual que sus ojos esmeraldas, se centraron en Shizuru nuevamente. —Así que lo que ves, no es el cuerpo que conociste.— Tragó saliva. —Este es mi verdadero ser.
—Si es tu verdadero ser… ¿Entonces porque siento una distancia infinita entre nosotras?
—¿Distancia?— Repitió la pelinegra sorprendida. —"Eres tú quien no desea yacer conmigo"— Pensó un poco molesta, luego serenó sus ímpetus. —Es la forma en la que me sientes ahora mismo.— Comprendió que ir más lejos, solo llenaría de decepción a la joven al saber la verdad… era su culpa. —Creo que no es por casualidad, conozco cada íntimo detalle de nuestra historia y mi esencia te anhela, pero los instantes que pasaron entre nosotras, no están dentro de mí.— Derha señaló su cabeza con su mano.
—¿Cómo es eso posible?— Shizuru se cohibió un poco más, incluso cubrió su desnudes con la bata sin preocuparse de mojarla.
—Ceret, la que gobierna la memoria, se encuentra en un letargo. Ella fue gravemente herida durante la batalla de las espadas de los dioses.— La deidad suspiró. —Sin su ayuda, yo… aún no puedo tener de vuelta lo que me pertenece.
—Entonces realmente eres mi Natsuki, aunque no eres igual a la Natsuki que yo conozco.— Interpretó la joven madre. —¿Es eso verdad?
—Lo es— afirmó con desgana, saliendo del agua, tomó una toalla y cubrió su torso.
Luego acudió por las esencias para lavar el cabello de Shizuru, su espalda y su cuerpo en los lugares que el pudor permitiera, secó su cabello y su cuerpo, luego la llevó a la habitación donde tomó la oportunidad por posar un ungüento que sin duda borraría las marcas en la piel que a la mujer tanto angustiaba. Realizó cada cosa con diligente cuidado mientras la castaña, abrumada por lo que había escuchado, mantenía un profundo silencio, incrédula por el milagro que era tener de vuelta a su esposa y molesta con los dioses por las jugarretas que le agobiaban. Natsuki no ceso en su labor, hasta que la oriunda de Tsu fue depositada en la cama, abrigada con un pijama y cobijas mullidas tan suaves como las nubes.
—Puedo ver, que no estás a gusto conmigo,— Murmuró repentinamente la deidad, decepcionada de sí misma por no poder mantener el afecto de la mujer sobre ella. —No sé si se debe a la falta que parece imborrable.— Desvió la mirada triste, no iba a decirle a su esposa embarazada que en realidad no hizo nada malo, sería imposible esconder lo aborrecible de esa situación y no quería que sus hijas oyeran cosas tan terribles. —Sé que tu padre aún vive y que ese fue el acuerdo que garantizaría el perdón, pero también entiendo que, cuando me ves, yo no soy la persona que amaste tanto. Por lo mismo no te obligaré a estar junto a mí.
—Natsuki, yo no dije que no podías estar aquí.
—Veo que no lo entiendes, yo te deseo— Dijo con voz ronca y la cara ardiendo de vergüenza; con la mano se cubrió el rostro. —Y te extraño tanto…— murmuró ahora con voz lacrimosa. —No puedo soportar, estar cerca de tí, sin sentirme devastada.— Sus hombros temblaban.
Shizuru envolvió a su esposa en un abrazo, entendiendo que la mujer, aunque estuviera hecha de quien sabe qué material sobrenatural, seguía siendo su Natsuki. —Nunca te había visto tan vulnerable.— Beso la frente expuesta.
—Estamos embarazados, ¿qué esperabas?— Decía, después de todo, se había vinculado a sus hijas a través del tacto y la energía; los embarazos en los dioses son conectivos, cuanto más fuerte es el afecto entre los padres, más comparten los esfuerzos de la gestación. Derha no iba a dejarle toda la carga a la castaña, así que absorbió inmediatamente toda la parte del esfuerzo que le fuera permitido.
Tales palabras la estremecieron, el corazón de Shizuru se llenó de tanta ternura, cuando pensaba que era imposible amar más a Natsuki, entonces decía esta clase de cosas. Así que la mantuvo cerca en la cama, ambas disfrutaron de la apacible compañía de la otra, apreciando la presencia mutua de la que habían carecido durante tanto tiempo.
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Elfir caminó apaciblemente con la frágil figura de la reina en sus manos, siendo seguida a prudente distancia por los guardias que, inútiles para protegerla instantes atrás, tenían una deuda de honor inconmensurable. Para la deidad de los vientos, la idea de castigar la torpeza de estos imbéciles resultaba sumamente tentadora; sin embargo, no era quien tuviera el derecho de proceder, si estaba allí era justamente por los deseos de su hermana Derha, ¿verdad?
Bajó la mirada y vio un par de turquesas, esos ojos eran tan brillantes y cristalinos; la joven reina no había cesado su llanto, porque en cuanto se apartó de la presencia de todos, inquietantes pensamientos la agobiaron. Elfir, que normalmente no se tomaba tan en serio las cosas y apenas controlaba el ímpetu de sus deseos, despreocupada de muchas cosas, esta vez, no sabía qué decir para consolar a la dama. Mashiro estaba temblando y una parte del corazón de Elfir se sintió más pesado.
—Estoy aquí.— murmuró suavemente, inclinando su cuerpo y alzándola un poco más en sus brazos, para acariciar la cabeza de la chica con su barbilla. —Nada dañará a la señora, ni a la niña en su seno, incluso si alguien ofende sus sentimientos, será severamente castigado por mí.
Como instantes atrás, Mashiro se sintió protegida y puede que un poco querida; respiró nuevamente ya sin aquel peso en su pecho, sintiéndose más serena. La dama no sabía cuan fatigada estaba, sobre todo lo relacionado con mantenerse con vida a ella y a su bebé, así que cuando pudo dejar esa carga en otras manos, fue como soltar un peso inmenso. Fatigada, pero cálida, el Cisne de Plata cayó en un sopor hasta quedarse dormida. Elfir la llevó a sus aposentos, donde Shinzo la recibió con extrañeza y más que preocupada por el estado de su querida ama.
—¡¿Quién es usted y que hace con la reina en sus brazos?!— Gritó la mujer poniendo su mano cerca de un arma escondida en sus atuendos.
Elfir, apreciando la genuina protección de Shinzo sonrió bajo el velo de neblina. —Soy Elfir, la diosa del viento que custodia Remus y Remulus desde tiempos inmemoriales… estoy aquí cuidando de la joven dama.— La deidad tomó asiento sin soltar a la chica de cabellos plateados, por lo que la acomodó sobre sus piernas, una cosa que realmente escandalizó a la doncella principal de la reina. —¿Quién eres tú?— Apoyó el codo en la madera del reposabrazos del asiento, sosteniendo su mejilla con su mano.
La mujer no sabía como actuar, incluso si fuera una persona que perdió la cabeza al decir tales cosas, había algo místico e inhumano en la castaña y sus ojos eran peculiarmente alegres, además no podía bajar la guardia, pues tenía a Mashiro en su poder. Que cubriera su rostro generaba desconfianza y que tratara la reina como una muñeca, le enervaba profundamente. —Soy, Shinzo Himeno, primera doncella de la Reina Mashiro, a quien quisiera que usted depositara en la cama para su debido reposo.
—No la estoy tocando, ella levita a una minúscula distancia de mí. He creado para ella una burbuja de aire más cómoda que las nubes, no padece frío ni incomodidad alguna, es por eso que duerme tan profundamente. Incluso creé una barrera de sonido para proveer silencio a su reposo. Realmente no soy un ser perverso que tomará ventaja de ella.— Informó rauda la de mirada zafiro, pues sus ojos eran el cielo mismo. —Admito que tu expresión es bastante honesta, dama Himeno.— Elfir sintió una calidez en torno a la mujer de melena rosácea, pero no se permitió ahondar más en el hecho, hizo caso de la solicitud y con su divinidad mantuvo la levitación de Mashiro desplazando su cuerpo hasta la cama e incluso la abrigó, sin siquiera levantarse de la silla. —La señora padeció enormes angustias este día, un hombre llamado Miura intentó apuñalarla a la altura del vientre, pero estando nosotros a su lado, puedes entender que ni un cardo podría herirla. Estoy segura de que mi hermana mayor, le dará un justo castigo a ese hombre.
La doncella no tardó en arrodillarse, no necesitaba más pruebas para entender que estaba en presencia de una diosa, si sus ropas hechas de un material nunca antes visto no lo decía ya; apenada hizo que su frente rozara el suelo. —No puedo medir la magnitud de mi gratitud, su grandísima benevolencia.
—Puedes levantarte, no me gusta ver sufrir a mis protegidos, y eso no es bueno para su salud, querida doncella.— Dijo Elfir y Shinzo no tuvo que realizar ningún esfuerzo para ponerse de pie, es como si pequeños seres invisibles la levantaran con todo el cuidado del mundo.
La doncella pensó en preguntar algo a la entidad frente a ella, cuando la puerta de la habitación fue abierta con brusquedad. Una mujer ataviada en una armadura plateada con adornos de oro y el casco que aludía la forma de un Dhalion hizo acto de presencia, junto a 5 caballeros Valenti. —¿Mashiro está bien? Oí que fue atacada por un hombre en la ceremonia.— Su voz, elegante y serena, contrariaba el abrupto de su entrada, pues notó a la mujer dormida en el lecho.
—Princesa, es así… pero su majestad se encuentra bien.— Shinzo se apresuró a calmar la incertidumbre de su joven aliada. —¿No estaba usted en el sur resolviendo una proliferación de Orphans?— La doncella se sorprendía de lo rápido que acabaron con los enemigos.
—Ciertamente, con la ayuda del comandante Zorata fue… ¿Y tú quién eres? ¿Qué haces en los aposentos de Mashiro?— Preguntó la mujer, cuyos ojos violáceos centraron su atención en la agraciada persona sentada en el salón, con un velo de algo que sus ojos no creían fuera posible, era eso… ¿niebla?
—La nueva guardia personal de su majestad.— Informó Elfir, sin dar demasiada importancia a la descortesía de la mujer. —Verás que sus custodios son ineptos en extremo o estaban coludidos con aquellos que desean la muerte de la reina, para obtener el control del estado.
La princesa de Remus retiró el casco de su cabeza, así una hermosa cascada de hilos dorados cayó sobre sus hombros y desveló un rostro hermoso. De'Zire miró con sospecha a esta persona que lucía atuendos propios de su nación. —¿Quién y con qué autoridad te asignó?— Se acercó con la mano puesta cómodamente en la empuñadura y el casco bajo su brazo izquierdo.
Los caballeros mantuvieron la guardia alta teniendo las mismas sospechas que su actual líder, pero Elfir apareció a escasos centímetros de Zire, su mano izquierda encerró los dedos de la joven alrededor de la empuñadura y sus rostros se encontraron muy cerca, tanto que la barbilla y los labios de la princesa remusiana atravesaron la niebla, deshaciéndola con su tibieza. El casco cayó al suelo y el puño de la joven intentó golpear el rostro intruso, pero su muñeca fue retenida con la fuerza de un grillete. —Fue mi promesa, simplemente.— Susurró Elfir, mirando aquellos iris de intenso color violeta, la chica era de la familia real, podía sentir la sangre de un viejo dios que eligió vivir entre los mortales y perder su divinidad a cambio de yacer junto a la mujer que amaba.
Pero para la deidad del viento, lo más inquietante de todo, fue la odiosa atracción que las atrapó en ese momento. Perdida estuvo en la melancólica mirada de ese profundo color saphir púrpura. El magnetismo no pasó desapercibido para Zire, el aire abandonó sus pulmones con un suspiro, su piel se calentó alrededor del tacto que envolvía su mano y su mente viajó al recuerdo de unos ojos como esos a los que amó tanto. El dolor del recuerdo y la perdida, atrajo el llanto y con él un tenue gemido.
Las espadas se apresuraron a amenazar al intruso, pero una decena de brillos verdes, que bien podrían parecer luciérnagas, se movieron increíblemente rápido. Las piezas del metal de las hojas fueron rotas, al igual que los yelmos de las armaduras se desprendieron de los rostros atónitos de los caballeros, perdiendo algunos el bigote, alguna ceja rapada y otros, con menos cabellera que antes.
El estruendo del sonido, sacó a Zire de tal ensoñación, dio un paso atrás y fue liberada sin ninguna dificultad. Pero el frío en su mano le recordó la ausencia un poco más, la rubia se aclaró la garganta desviando el rostro y un pañuelo le fue tendido por la deidad. Lo tomó sin saber por qué lo hacía, y cuando quiso mirar nuevamente a esa persona, esta pasó a su lado, aproximándose a los caballeros con una sonrisa divertida. —Disculpen a mis hadas, son un poco juguetonas.— Elfir levantó las manos con una mofa de disculpa, mientras uno de los diez brillos, el más resplandeciente, se posaba en su hombro y mostraba su verdadera forma. Era una niña con alas cristalinas iridiscentes, de no más de 5 centímetros de alto, de cabellos blancos y ojos verdes, miró a los agraviados hombres y les sacó la lengua. —No te enojes Silvy, los señores realmente no querían hacerme daño, talvez sus espadas afiladas me atacaron con intenciones divertidas.
Shinzo se aclaró la garganta. —Ella es Elfir, diosa del viento… su gracia ha cuidado de la reina por la buena voluntad de su hermana mayor.
—Ah… sí, mi hermana es Derha, la última deidad de la creación que queda, ella aprecia mucho a Mashiro, así que a mí también me agrada mucho.— mencionó casualmente y tanto Zire como los valenti se miraron extrañados, ya que esa información no les causaba más que dudas y confusiones, aunque ya nadie dudaba de que fuera una diosa. Raudos se arrodillaron, pero Elfir no se lo permitió a la joven rubia. —No te arrodilles… tú no.— No sabía por qué no quería verla postrada a sus pies, el instinto suplicaba por la igualdad, así que se excusó. —Eres descendiente de Remi, si él supiera que te arrodillas ante mí, vendría del inframundo a golpearme en la cabeza.
Zire estaba abrumada, este ser era terriblemente familiar, sus ademanes, su voz, incluso su forma de mirar, pero algo así era imposible. —¿Remi?— Alejó esos pensamientos. —Quiero decir, su excelentísima, no sé de quién habla.
—Remus, el fundador de tu nación.— Sonrió genuinamente. —Se supone que era mi sirviente, pero yo siempre lo vi más como un amigo.
—Su altísima gracia, usted que es más grande que todas las cosas y los seres, ¿ha venido a cuidar de Mashiro? Si es el deseo de su propia sangre, es comprensible, pero en mi humilde pensamiento, me cuestiono. ¿Por qué los dioses de los que no hemos sabido durante milenios se están haciendo presentes?— Dijo la princesa con prudente voz, inclinando su cabeza, ya que no se le permitía postrarse.
—Las intensiones de los dioses no están para ser conocidas por la humanidad y tengo órdenes de la diosa del sol, para no decir demasiado; sin embargo, puedo hablar de las cosas que ya conocen. ¿Recuerdas las grietas de la otra noche?— La castaña desvió su mirada de Zire a Silvy, acariciando a su juguetona hada de viento, quien se abrazó a su mano alegremente. —Tenemos trabajo, ¿verdad Silvy?— El hada asintió enérgicamente y Elfir volvió la vista sobre la princesa de la nación que solía cuidar. —La armonía del mundo fue un poco afectada por esto, así que estamos reparando las cosas. "Tengo que filtrar todo el aire del mundo y aunque podría hacerlo en un día, las restricciones no me lo permiten… o tal vez mamá se enojó por algo."— Pensó finalmente, sin intuir las intenciones de la señora del sol.
—¿Hay algo en lo que podamos servirte?— Se aventuró a preguntar Zire. —Le serviremos en todo lo que la diosa solicite.
—Entonces, ¿por qué no me acompañas? Debo cuidar de Mashiro y ustedes parecen amigas. Necesito alguien confiable durante unos instantes…
Una gota fría corrió por la espalda de la princesa, cuestionándose como es que la deidad llegó a tal conclusión. No es que no le importara el bienestar de la reina, porque realmente se preocupaba, empero, de eso a ser amigas, había una enorme distancia. Pero había ofrecido servirla, incluso si eso estaba relacionado con el cisne de plata, ¿cómo iba a decirle no a la diosa regente de su nación? Su madre la mataría si lo supiera. —Se hará como lo desee.— Dijo finalmente.
—Entonces te veré mañana, princesa…— murmuró Elfir, dando por concluida la conversación, mientras desviaba su mirada sobre Mashiro, soplando suavemente sobre ella y con esto, revitalizando poco a poco su magullado cuerpo, hilos de tonalidad verde y dorada comenzaron a purificar a la reina, cuya levitación se elevó un poco ante los abrumados ojos de los caballeros. Zire, sintió un piquete en el pecho, pero no entendió la razón de tal cosa, así que hizo una venía antes de salir por la puerta, incrédula de que… acabara de charlar con una diosa tan poderosa y antigua como ¡Elfir! Dioses, era la deidad patrona de su Fe, su madre enloquecería cuando lo supiera.
Estando a solas de nuevo con Shinzo, y mientras Silvy volaba alrededor de Mashiro en la forma de los hilos, para sanarla por completo; la deidad murmuro. —Habría sido terrible si le hubiera pedido su compañía nocturna, ¿verdad?
La doncella abrió los ojos y un sonrojo terrible se formó en sus mejillas. —La princesa no es esa clase de chica.
—"Yo solo quisiera dormir a su lado, pero no sé por qué."— pensó brevemente, pero no entendió qué decía Shinzo.—¿Qué significa eso?
—Pues, porque las cosas que pasan entre… los adultos, son cosas que deben ocurrir después del matrimonio.— Intentó explicar la señorita Himeno.
—¿Dice que debo casarme para dormir con ella? ¿No se han vuelto muy radicales últimamente?— Refutó la diosa extrañada de tales extremos, hasta que comprendió a que se refería exactamente Shinzo y su rostro ardió al rojo vivo. Se hizo un vergonzoso silencio, porque la idea en sí, resultaba terriblemente tentadora. Elfir suspiró con una rara sensación de perdida y los zafiros miraron la puerta por la que Zire se marchó. —Lamentablemente, querida dama Himeno, el vínculo entre dioses y humanos está prohibido.
La doncella quiso responder, pero en cuanto la frase concluyó, la deidad había desaparecido de la vista, apenas Silvy quedaba, y la pequeña hada se acurrucó en el jarro que hacía el brazo de Mashiro sobre la almohada. Shinzo, miró a su joven señora dormir apaciblemente, como no se había visto desde la época en la que Ren y Arika venían a jugar con ella siendo unos niños, cuando nada de aquella triste historia había ocurrido. Agradecida con la gran madre de todo, Shinzo caminó hasta el lecho de su querida Mashiro y la abrigó un poco más, admirando al ser sobrenatural que parecía una guardiana destinada a permanecer con la Reina. Cualquiera que fuera el motivo por el cual los dioses vinieron al mundo de los hombres y tan diligentemente prestaron sus atributos a favor de la joven ama dueña de sus ojos, no cuestionaría, tan solo agradecería si con ello la salud del cisne y el bebé en su seno estaban bien.
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—Quiero abdicar,— Tales palabras brotaron de los labios de Mashiro, mientras tomaba té tan naturalmente. —¿Aceptarías la corona, Natsuki?
La aludida ni siquiera se inmutó ante sus palabras, no era algo que le tomara por sorpresa; Sin embargo, podría ser más que inconveniente a sus aviones. —Entiendo las razones de estos pensamientos, querida reina. Pero, ¿estás segura de esto? Te has preparado durante toda tu vida para ser quién eres hoy.
—Lo hice y por amor a mi pueblo sacrifiqué demasiado.— Bajó el tono finalmente, no se atrevía a decir el nombre que personificaba el costo más grande que tuvo que soportar alguna vez. Volvió la mirada sobre la ventana de aquel cuarto que había prestado los servicios de un despacho, para la logística que tuvo lugar a raíz del destrozo resultante tras la caída del castillo. —Yo aún pienso servir a mi nación, pero es claro que en las circunstancias que corren, mis limitaciones personales, han ralentizado la recuperación y no puedo ver que las personas sufran más de lo necesario por mi causa. También es claro que soy un objetivo, porque mis enemigos han conocido mi debilidad, pero ese no es tu caso, cuando puedes congelar el corazón de una persona con solo desearlo. Quiero que sepas que afecto por las personas de Windbloom no ha caído, si es lo que puedes interpretar de mis palabras, no lo dudes.
—Jamás osaría tal cosa.— Suspir. —Conozco por completo tus prioridades y honestamente, no elegiría nada diferente si estuviera en tus zapatos, majestad.
—Natsuki, no tienes que ser tan aristocrática, aquí tal etiqueta no es requerida.— La joven de melena plateada frunció el ceño, pero entonces la pequeña Silvy acarició la mejilla de su protegida con sus diminutas manitas. La de cabellos cobalto sonoro, por el cuidado de la tierna hada, preguntándose por qué Elfir no acompañaba directamente a Mashiro, pensó que tomaría su oportunidad, pero pronto entendió que su hermana no sabe quién era esta mujer para ella en el pasado y no podía. decir una palabra. —Por otro lado, creo que estás consciente de cuál debía ser el destino si la maldición no reposara en los hombros de tu padre; él era el primogénito, sobre su cabeza debía reposar la corona y por descontado, en la tuya. Esto solo resarciría el orden original de las cosas…
—Lo sé,— afirmando, aunque no admitiría que esta nunca fue una ambición que corrompiese sus pensamientos e incluso cuando deseo no tener la maldición cuando era joven, tampoco creyó que Mashiro debía cargar con ella a cambio. —Eres mi querida prima y no hay nada que no haría, para aliviar esta pesada carga de tus hombros. Pero es una decisión que quiero consultar con mi esposa primero.
Mashiro alarmante, ciertamente Natsuki podría elegir por su propia cuenta, en su posición tenía más voz y voto que cualquier hombre de la corte, pero pensaba en el bienestar de su mujer y eso era algo digno de admirar que no muchos nobles contemplarían ante tal proposición. . Para la joven reina, no había suficientes honores que pudieran serle rendidos en agradecimiento por sus actos, los cuales apenas unos meses después de los acontecimientos ya se tenían al nivel de leyendas y exageraciones propias de la voz a voz, que un día serán un mito deificado. ; ¿o es tal vez esta la verdadera esencia de la persona frente a ella? Nadie se negaría a tener un gobernante cuyo poderío preservar la paz, solo por el mero temor que causaría a sus enemigos tener que enfrentarla alguna vez. Incluso si su prima no fuera especialmente hábil para la administración, Shizuru había recibido la formación de una señora que puede hacerse cargo, como lo demostró en la ausencia de su esposa, ayudando a Fukka a salir de la crisis y manteniendo las bajas en números increíblemente neutros. Si bien la carga no es la misma tratándose de una reina consorte, tendría toda su ayuda para aprender lo necesario, sin mencionar que sería la tía más consentidora del mundo entero en cuanto las niñas naciesen; Mashiro anhelaba que su hija jugara y fuera feliz junto a ellas.
—Entonces guardaré tu respuesta— Fue todo cuanto dijo la dama de los cabellos de plata, mientras acariciaba tiernamente su abultado vientre.
