El día estaba cerca de finalizar y la niebla enredaba todo el follaje a su paso. La visibilidad era escasa y por las ocasionales escarchas que retiraba de su cabello, supo que la temperatura estaba muy baja. Aún no había ningún atisbo del templo e incluso el camino en piedra desaparecía por momentos.
Kyo apreció como la señal de su móvil moría definitivamente, al igual que la batería agonizaba. Maldijo por lo bajo resguardandolo en el bolsillo, ya no podría enterarse de nada hasta regresar.
Pensó en la posibilidad de que hubiese conexión en el templo y la descartó con una risa baja ante lo absurdo de aquella idea.
Los ancianos caminaban a paso lento pero preciso. No mostraban ningún atisbo de agotamiento, y mucho menos de frío, a pesar que sus pies estaban casi desnudos.
Dignos monjes del fuego pensó, comenzando a sentir el rigor de la subida.
Pero no demostró en absoluto sentirlo. No dejaría que unos vejetes le superaran en una caminata de montaña.
Tras varias horas de recorrido, cuando ya el castaño estaba empezando a preguntarse qué clase de montaña infinita era esa. El cálido matiz de un fuego naranja despuntó entre la niebla como un faro en medio del oleaje.
Paso a paso, el piso comenzó una delicada transmutación de tierra pulida a roca pulida. Hasta llegar a un descanso entre antorchas enormes con figuras de piedra guardando una entrada que daba pie a un camino techado por una especie de túnel intermitente de Torii rojos.
Los monjes hicieron una profunda reverencia juntando sus manos, tras lo cual una rápida llamarada cual hoguera, ascendió envolviendolos. Con las ropas humeantes y la piel seca, comenzaron a caminar dejando un rastro de vapor tras ellos.
Kyo se sintió tentado a repetir el tributo energético que los ancianos parecían haber hecho. Pero considero arriesgado quemar el camino de Torii si no lograba controlarlo. Así que solo hizo una reverencia normal y alcanzó a los ancianos a regañadientes.
Pero mientras avanzó aquellos largos minutos por el camino rojo, percibió como esa presión constante en su interior pareció apaciguarse, la violencia que se había acostumbrado ya a cargar menguó, y al analizar los arcos rojos con inscripciones, le dió la impresión de que estaban drenando su energía sin permiso. Agradeció la sensación leve de frescura que le ofrecieron.
Cuando finalizó el camino, los ancianos se saludaron en la entrada con dos hombres muy altos y fornidos. Con una edad similar a su padre. De cabello muy corto y con inscripciones que parecían quemaduras diminutas en los brazos desnudos. Ambos gigantes se inclinaron con gran respeto frente a los ancianos e hicieron lo mismo con Kyo cuando cruzó con cierta cautela.
— Bienvenido portador del fuego sagrado. — Habló uno de los hombres tras la reverencia. Y lo siguieron de cerca cuando entró.
La entrada al templo era amplia y con columnas que se extendían hacia dos direcciones en pasillos abiertos que daban a dos estructuras de un piso. Mientras la principal que daba a un enorme salón totalmente en madera, generaba una antesala a un jardín interno que rodeaba una pagoda.
El lugar era muy amplio y alto y a través de más corredores abiertos, conectaba todo el templo en cuatro módulos principales y un edificio más largo de fondo. Estaba muy iluminado y apreció varias llamas flotantes sin ninguna base que las emanara. Parecían pequeños fuegos fatuos que rodeaban los jardines.
Aunque ese tipo de estructuras eran comunes en Japón, nunca había visto ninguna con la particularidad de tener el fuego conviviendo con el entorno casi con vida propia. Haciendo rondas lentas, donde las sombras se movían con parsimonia a su paso.
Un templo del fuego, pensó. Tal vez era por la presencia de la reliquia. Que aunque desconocía aún donde la tenían, podía sentir la intensidad de su energía en todo el recinto.
Los hombres corpulentos los acompañaron hasta uno de los salones laterales donde eran esperados con una mesa baja, servida de comida y rodeada por algunos zafus.
Todos comieron en silencio, mientras Kyo apreciaba los detalles del templo. La simpleza estética de su decoración, acompañada del dorado símbolo del eclipse Kusanagi, le daba un aire ordenado y algo rígido. Pensó en lo mucho que le habría "gustado" aquel lugar a Iori y sonrió.
— Qué es lo que le causa gracia al joven señor. — indagó uno de los ancianos. A pesar de no haberlo mirado en todo el rato, parecía ser muy perceptivo a los gestos del castaño.
— Que pensar que tendrían electricidad era mucho pedir. — Respondió Kyo con una sonrisa simpática. El anciano guardó silencio y continuó comiendo.
Al finalizar la comida, cuando ya Kyo había empezado a bostezar, por sueño y aburrimiento, los hombres se retiraron tras una condescendiente reverencia. Y el castaño quedó algo confuso viéndose solo en aquel enorme salón. Segundos después uno de los hombres musculosos, tras presentarse como Ren Kusanagi, lo guió a otro de los corredores.
— Su viaje ha sido largo Kusanagi sama. Debe descansar. — apuntó el hombre con total calma caminando delante de Kyo. Kyo observó los fuegos danzantes y la pagoda. Era muy amplia y no tenía más de 3 pisos. Que habría allí, se preguntó. Estaba seguro que no sería la reliquia, ya que su energía se percibía intensa, pero no en ese espacio.
El hombre deslizó las puertas de madera y avanzó por un amplio pasillo cerrado, dividido por muros de madera y tela pintada. En cada entrada a los dormitorios había un símbolo tallado en la madera, con un fuego flotante frente a cada puerta.
— En este lugar nunca hay oscuridad por lo que veo…— apuntó Kyo.
— Aquí el camino de la llama es la finalidad Kusanagi Sama. —habló el hombre con lentitud—. Lamento no tener para usted aposentos especiales. Pero espero que pueda descansar bien en las habitaciones de los discípulos. — le indicó la puerta y tras una reverencia respetuosa se retiró.
Kyo entró en la habitación y observó otro fuego flotante en el centro del techo. El espacio era bastante austero, pero se notaba cómodo. Al acostarse en el futón blanco, apreció leves aperturas en una franja de madera lindando el techo. El viento fluía con pequeños vestigios de niebla por allí.
La preparación para dominar el fuego parecía comenzar por no morir primero de frío, pensó, considerando que para una entrada de aire tan drástica en invierno, la habitación se sentía cálida. Posiblemente por aquella llama danzante, reflexiono mientras la observaba. El sopor lo absorbió hasta llevarlo por completo a un sueño profundo.
Un intenso campanar retumbó en la profundidad de su cabeza. El bajo y vibrante ulular del metal le hizo rechinar los dientes y Kyo se despertó aturdido. Aún el cielo afuera era oscuro cuando salió bostezando de la zona de habitaciones con el cabello algo húmedo. Se rasco el cuello aperezado dispuesto a iniciar el día. Si es que levantarse en la madrugada podía llamarse así. Observó unas figuras terminando de ingresar a la pagoda central.
Uno de los ancianos yacía afuera esperando por él y cruzaron juntos el dintel.
En el interior se sorprendió al darse cuenta que el lugar por dentro estaba hueco, y que los pisos superiores eran balcones internos que rodeaban un espacio abierto al cielo, por el que se filtraban diminutos copos de nieve que reflejaban la luz de las llamas danzantes, que flotaban en el centro a varios metros de altura.
En el lugar se erguía gruesas columnas rojas con inscripciones doradas y telares negros que colgaban de los balcones con el simbolo Kusanagi. Su larga caída rodeaba una plataforma de madera negra en el centro de la pagoda, donde se elevaba, una gran roca renegrida en el epicentro. La figura quemada de una serpiente yacía marcada en la roca.
— Que bonito lugar…—apuntó Kyo con una mueca—. ¿Qué es este sitio? — indagó con claro desagrado.
— La razón por la que entregamos nuestros cuerpos al fuego Joven Kusanagi. —habló uno de los 3 ancianos. Mientras Kyo apreciaba figuras oscuras entre los laterales, observandolos—. Mantener a raya las huestes de Orochi y proteger la tierra sagrada de Amaterasu es nuestra principal vocación. — apuntó el segundo anciano.
Kyo guardó silencio ante la solemnidad del recinto y el respeto de las figuras que los observaban. No sabía que dentro del clan había un grupo religioso.
— Ahora joven Kyo Kusanagi, hijo de Saisyu Kusanagi y portador del fuego de la gran diosa Amaterasu. Antes de iniciar su sintonía divina con la reliquia sagrada. Debe mostrarse digno ante el sol y demostrar su capacidad de purificación. —habló el anciano mayor con voz profunda y apasionada, extendiendo los brazos casi como si hiciese una plegaria a la Diosa del fuego—. Solo los portadores de la espada pueden purificar a Orochi y a sus hijos. El último en sellar el vestigio de maldad que aquí reposa, fue su padre. Refuerce el sello que mantiene retenido este nodo de perversión. — apuntó el anciano con las palmas extendidas hacía el Hokora.
Kyo gruño asombrado. Aquellos viejos monjes no andaban con rodeos. Apreció la figura renegrida de la serpiente y pensó en su padre haciendo aquel ritual, siguiendo las tradiciones, ostentando con orgullo el legado del que Kyo tanto había refunfuñado, y ahora toda oportunidad de honrar a su padre le había sido arrebatada. Una ira malsana le reptó por el pecho, acompañada de la frustrante y dolorosa sensación de pérdida. No le importaba si se salía de control. Les demostraría que era un digno hijo de Saisyu Kusanagi.
Extendió su mano sin mediar palabra, sin tocar la roca oscura. Solo observando la silueta de la serpiente. El dolor no se dejó esperar, una llamarada ardiente le nació del vientre y le inundó el pecho cortando su aliento. Aún así lo soportó, mientras tímidas flamas naranjas comenzaron a arder en la roca. Intentaba mostrar control a cambio de contener el daño lacerante en sus entrañas. Pero cada pequeña sensación le rememoró de nuevo la conexión, las memorias del pozo de sangre, el sufrimiento, las pesadillas, la muerte, Iori, su madre, el templo en llamas y el cuerpo de su padre cayendo…cayendo al vació de la conflagración…se dobló levemente y las llamas se tornaron rojas, destilanzose por la roca hasta la madera negra.
A cada respiración, emanaba un tenue vapor y comenzó a quedarse sin aire. Debía controlarlo.
Pero la imagen de Saisyu retornaba una y otra vez. Su enfrentamiento con Jung, el templo en llamas, el olor de los nenúfares, el fuego y la sangre…el cuerpo desmadejado de Chizuru en las telas...su padre diciendo con orgullo que él sería el próximo líder del clan.
Sus ropas empezaron a arder y los estandartes combustionaron en llamas rojas ante una exclamación de sorpresa de las sombras que los miraban. Apretó el puño con fuerza incapaz de mantener la ira, el dolor y el fuego. Con un grito agacho el puño hasta estrellarlo contra el suelo y del hokora se alzó con salvajismo una llamarada roja que se extendió por el centro de toda la pagoda hasta el alba que despuntaba.
Los monjes hicieron un rápido movimiento generando pequeños escudos con su propio fuego. La llamarada roja amenazó rampante con desperdigarse, pero Kyo atrajo el puño a su pecho desgarrado y con una negativa, bajó ambas manos contra el suelo ya caliente.
Su cuerpo humeante cambió de tono y la llama central se redujo a la mitad mutando sus tonos a un naranja dorado. La roca de la serpiente ya no era negra. Estaba al rojo vivo y la figura ya no podía percibirse. Todas las inscripciones en las columnas rojas destellaron doradas ante el poder de Kyo y a medida que se menguaba el fuego se desvanecía el castaño.
Finalmente cayó con un leve atisbo de consciencia. Donde apreció antes de perder el conocimiento, como todos los presentes le hacían una profunda reverencia.
Cuando abrió los ojos yacía en un futón dentro de una habitación más grande. Le dolía respirar y gruñó resintiendo el daño interno que aquello le había generado. Había perdido la consciencia a poco más de un minuto de usar su poder. Estaba empeorando, pensó.
Un pañuelo helado se deslizó de su frente y pecho cuando se sentó. La habitación, que era más grande y decorada, tenía un hogar apagado en el centro frente a una redonda ventana que daba a la montaña. Estaba muy iluminado todo y se preguntó cuánto llevaría inconsciente, y si aquel daño le generaría problemas con la reliquia.
La puerta se abrió y uno de los ancianos entró acompañado de un joven que cargaba un recipiente de madera con agua. El joven acompañante abrió los ojos con lacrimosa sorpresa y tras dejar bruscamente el contenedor a un lado, se abalanzó casi encima de Kyo.
— ¡Kusanagi san! —habló el chico con ojos llorosos—. Ha despertado por fin. Pensé que iba a morir! No nos asuste así. — Apuntó con voz estridente queriendo abrazar a Kyo mientras esté recuperado de la sorpresa se lo quitaba de encima. Shingo se disculpó con una sonrisa apenada pero feliz de ver mejor a Kyo.
— No es la primera vez que le sucede. Y aún así confronta su poder con valentía. —habló el anciano frente a la ventana tras ver que Kyo se había apretado el pecho adolorido, mientras Shingo se disculpaba una vez más—. Admiramos ese rasgo en el portador de la espada. Recupere fuerzas señor Kusanagi y empezaremos la preparación para que use la reliquia.
Kyo lo miró confuso mientras el anciano se retiraba tras decirle a Shingo que cuidara de él y el chico aceptara enérgicamente.
—¿Preparación…? —preguntó Kyo al aire sin comprender que carajos había dicho el anciano—. ¿ah? Cuál preparación. Casi quemo la pagoda. ¿Que no fue suficiente? — Habló a modo de queja a nadie en particular.
— Bueno…—dijo Shingo cruzando los brazos y pensando intensamente—. Hasta donde sé, nadie puede acercarse a la reliquia sin estar preparado. Incluso su padre lo hizo cuando vin…— Shingo guardó silencio un momento, apagando toda su expresión. Y miró a Kyo con evidente preocupación, con temor de formular una pregunta. Pero Kyo parecía más sorprendido de verlo a él..
— Que demonios haces aquí. — apuntó extrañado el castaño. Shingo se notaba más corpulento y tenía algunas marcas de quemadura en los brazos desnudos. El chico lo miró con una sonrisa avergonzada.
— Jeje. Bueno, es una larga historia…después de algún tiempo, usted sabe que su padre aceptó entrenarme. Y tras una enorme cantidad de intentos de aprender a usar el fuego, en una ocasión logré redirigir uno de los ataques completos de su padre…logre controlar las llamas durante un breve instante. —apuntó retomando la animosidad y Kyo silbó con sorpresa—. Y su padre me dijo "parece que ya tienes potencial niño. Te llevaré a donde podrán enseñarte mejor" y me trajo a este lugar…él me presentó ante el sensei y tras una larga charla, me acogieron amablemente. Ya llevo unos meses aquí, aunque perdí la cuenta hace poco. Solo sé que no tengo permitido regresar hasta controlar bien las habilidades de fuego. O su padre me…— otra pausa tensa. Shingo volvió a mirar a Kyo con esa expresión preocupada y triste.
— Es cierto…no? — preguntó el joven sin atreverse a completar la frase.
— Si…—respondió Kyo en tono bajo—. Está muerto. — apuntó desviando la mirada. Shingo suspiro agachando los hombros.
— No puede ser…él era increíble…un gran hombre, como…¿quien lo hizo…?— indago Shingo afectado, confuso. Pero Kyo lo interrumpió. No, no quería a Shingo involucrado en todo aquello.
— De doblegar a nuestro enemigo ya nos encargaremos nosotros. — apuntó Kyo apretando los dientes—. Por eso estoy aquí.
Shingo lo miró con preocupación.
— …escuche a los monjes hablar sobre que usted, Kusanagi Sama, tenía un gran problema con su energía. Y tras enterarme que el hijo de Saisyu había sellado la marca de Orochi en el templo. Le rogué a los ancianos que me permitieran verlo. Y lo he estado cuidando desde esta mañana. —hizo una pausa dubitativa—. Qué es lo que está pasando…— Indagó con cautela. Lo decía tanto por Kyo, como por la muerte de Saisyu.
— No, no tengo tiempo para esto. — habló Kyo tenso, reticente. Debo acceder pronto a la reliquia. Shingo lo miró preocupado.
— Yo conozco parte del entrenamiento de preparación para visitar la reliquia…—habló con cierta timidez—. Cuando su padre me trajo, lo realizó, y no es fácil para su condición actual Kusanagi Sama. Debería descansar por lo menos un día más. — apuntó el chico claramente preocupado.
"Un día más…" susurró Kyo tenso. No, no podía perder un segundo más. No con la ubicación de Takeshi revelada. Se levantó con un gruñido y se apretó el yukata preguntando si se habían quemado sus ropas…y el teléfono.
Shingo le señaló una canasta asegurando que lo único salvable había sido el móvil. Que al parecer cayó y se agrieto, pero no se quemó.
Observó su americana doblada, agradeciendo de no haberla llevado esa mañana, y rozó con los dedos las llaves y el celular agrietado sobre la mesa. La batería había muerto efectivamente. Pero salvo por la grieta, se veía bien.
No puedo dilatar más esto, pensó y salió de las habitaciones con Shingo siguiendo los pasos. El chico no se atrevió a contrariarlo, pero tampoco quería dejarlo solo.
Entró sin mediar palabras en el salón donde Shingo le indicó que estarían los ancianos. Los dos hombres altos y musculosos que conversaban al lado de la puerta lo miraron con cierta sorpresa. La sala de los ancianos parecía una especie de biblioteca de la época edo, llena de pergaminos y papeles encuadernados en madera. Los tres viejos yacían sentados en una mesa larga llena de papeles desplegados.
— ¿Qué es esto? — preguntó molesto uno de los ancianos. Los demás observaron a Kyo en silencio.
— Joven Kabuki. Veo que no ha hecho bien su trabajo. — espetó un anciano.
— No. Yo no pienso quedarme en cama un minuto más. —espetó Kyo a su vez—. Saben de sobra lo que está sucediendo y lo prioritario que es para mí regresar con el fuego bajo control.
— Señor Kusanagi. Nada que tenga que ver con la reliquia debe ser tomado a la ligera. Y menos en su estado. — habló uno de los ancianos y Kyo gruño.
— Estoy perfectamente bien para iniciar la preparación. Así que…por favor. No retrasen más esto.
— Velar por el bienestar del portador no es retrasar…señor Kusanagi. —habló el hombre más anciano—. Pero si se siente capaz de iniciar. —miró a los hombres altos y corpulentos que ya estaban tras ellos—. Por favor preparen el dojo de fuego. Mañana a primera hora iniciará su preparación, señor Kusanagi. — puntualizó el anciano zanjando el asunto. Los hombres accedieron y sacaron tanto a Kyo como a Shingo de forma amable. Cerrando tras de sí a los viejos monjes.
Kyo suspiró irritado. Un día más…efectivamente. Pero Shingo lo llamó de un costado del corredor indicando el edificio del fondo. Cuando lo siguió entraron a un amplio dojo de madera y roca.
Shingo comenzó a amarrar unas largas tiras de tela en las manos mientras Kyo curioseaba el lugar.
— Se que no es algo que se acerque a la preparación. Pero puede practicar conmigo mientras acaba el día Kusanagi Sama. — Habló el muchacho con total determinación y Kyo lo observó en silencio.
Pero sonrió engreído. Si igual tendría que esperar, no estaría mal probar qué avances habría tenido Shingo en todo ese tiempo. Se puso en posición de combate pensando en que se sentía extraño estar siguiendo los pasos de su padre ahora.
— Muéstrame que tienes Shingo. — dijo quitándose la parte superior del Yukata. El chico apreció las cicatrices en su torso y con mirada consternada se preguntó cuándo se había hecho tantas heridas.
— No te atrevas a mirarme así Shingo. —agregó Kyo con un movimiento rápido y agresivo que Shingo por poco no alcanza a esquivar—. Buenos reflejos. — apuntó el castaño divertido. Tras lo cual Shingo logró bloquear con dificultad 3 golpes rápidos y luego dió un salto hacia atrás poniendo distancia entre ambos.
— Kusanagi Sama. Usted nunca pierde el ritmo. — habló sacudiendo un poco los brazos. Pero le mostraré lo que he aprendido aquí.
El combate fue encarnizado. Sin daños muy contundentes, ya que aquella danza se centró mayormente en bloquear y esquivar. La mayor de las veces por parte Shingo.
Pero en contadas ocasiones, para enorme sorpresa de Kyo. Los ataques ascendentes del chico destellaron estelas de fuego naranja. Eran emanaciones cortas pero precisas, que lograban abrasar la piel parcialmente.
Kyo lo presionó más y más para obligarlo a usar el fuego. Pero aunque se le dificultaba evocarlo. Logró tras largas horas de entrenamiento, levantar una estela del suelo, que quemó una de las piernas del Yukata. Tras lo cual cayó arrodillado y agotado.
Kyo también se sentía cansado y se dejó caer para descansar en el suelo.
— Ya logras sacar fuego. Maldito desgraciado, lo lograste. — Rio Kyo animado.
Shingo con la respiración trabajosa también rió, recuperando el aliento. Convocar fuego era una de las cosas más agotadoras que había hecho. Pero se sentía satisfecho con el avance.
— Mi padre te enseñó bien. — dijo Kyo ya repuesto del ajetreo, cruzando las piernas.
Shingo bajó la vista.
— Yo se que no tengo derecho a entrometerme en las circunstancias que está pasando con su clan, Kusanagi Sama. Pero podría decirme por lo menos que le sucede. O algo de lo que está pasando…—
Kyo lo observó en silencio tenso. Era inutil ocultarlo, pensó. Y sin saber por qué, abrió una llave que luego no pudo cerrar. Un relato que buscaba ser corto y puntual se volvió extenso, complejo y enrevesado. No se detuvo en los detalles y objetivos que tenían, pero hizo un panorama general desde la muerte de Chizuru, su padre, Yuki, hasta los ataques al clan y su actual alianza con Yagami y los Kagura.
No había especificidades ni justificaciones de cómo llegaron a eso, no menciono a Ankoku y el camino dolor que habían cruzado Iori y él, como tampoco información sobre sus interacciones con Iori o las búsquedas que tenían. Solo un relato frío y conciso de lo que había sucedido. Y se sintió agotado emocionalmente al finalizar de relatarte a Shingo que la herida que tenía a causa de sus enemigos, sólo podía ser erradicada con la reliquia. Y que por eso estaba allí.
El joven quedó estupefacto con toda aquella marejada de sucesos y no tuvo palabras para responder. Kyo sonrió con cierta tristeza. Quería mantener al chico a raya para que no se involucrara, y ahí estaba contándole de todo a la primera oportunidad. Pero por alguna razón se sentía más liviano.
Apreció que ya estaba oscuro y el estómago le rugió como un león.
— Es mejor buscar algo de comer y dormir. Mañana quiero estar listo antes de que esa espantosa campana suene. — se irguió y extendió una mano al chico que aún parecía con la mirada perdida en el piso.
— Deja esa cara de tonto y vamos. — apuntó Kyo restándole importancia a la situación y Shingo aceptó con cierta consternación. Ya se le pasará, pensó el castaño.
Comieron en un silencio cómodo. Mientras Shingo iba recuperando los ánimos. Y justo antes de separarse e ir a las habitaciones, Shingo se quedó parado en medio del corredor. Kyo lo miró pensativo. Sabía que había sido una terrible idea contarle tanto.
— Kusanagi Sama. Su padre…él era un gran maestro, siempre estuvo pendiente de nuestros avances y crecimiento así no lo dijera. También era un buen padre, todo el tiempo le mencionaba y se preocupaba por usted y las cosas que hacía. Y un gran hombre, pensando constantemente en su familia y en como mejorar el clan a pesar de su actitud despreocupada. Yo lamento mucho su pérdida. — habló Shingo sin lástima, ni tacto. Era un deseo genuino de expresar su propia condolencia. Aquello que no había podido decir antes. Kyo sonrió y le revolvió el cabello al chico.
— El maldito viejo era obstinado, molesto y tonto. Pero si, era alguien genial. Tuviste al mejor maestro Shingo, y yo tuve un buen padre.
Shingo lo observó con ojos llorosos asintiendo casi como un niño y Kyo lo empujó con cariño.
— Ve a dormir.
Esa noche en el futón de la habitación, Kyo pasó largas horas recordando a su padre de otras maneras. Ya no era la imagen de su cuerpo sin vida en las llamas lo que ocupaba su mente. Eran toda una amalgama de recuerdos y tonterias del viejo lo que le acompañó aquella noche. Y lloró suavemente, a solas, dejando salir el dolor que le producía su ausencia y su pérdida. Permitiendo que los recuerdos de su vida se arraigaran más profundos que los de su muerte.
Rió entre algunas lágrimas sintiéndose débil. Qué pensaría Iori si lo viese así. ¿Lo confortaría como aquella vez? O solo le diría lo débil que es dejarse llevar…
Ese tonto de Shingo había logrado en pocas horas, lo que él no había sabido manejar desde la muerte de su padre, y le agradeció silenciosamente. Aquel nudo en su estómago cada vez que pensaba en Saisyu, había comenzado a ceder.
Con esa sensación de tristeza y tranquilidad se quedó profundamente dormido.
Kyo caminó un tramo largo entre la roca y el bosque, había sido guiado por otra serie de Toriis rojos marcados, hasta la entrada de la cueva. El dojo de fuego, era una amplia cueva poco profunda en el interior de la montaña.
El lugar por dentro no era muy profundo, pero era enorme, y sus muros negros que parecían tallados por agua y vapor, dejaban una superficie algo brillante. El aire enrarecido tenía un leve olor a azufre y una plataforma central de roca, era rodeada por dos anchos surcos de agua humeante. En el centro de la plataforma yacía el más anciano de los hombres con los dos enormes maestros que lo habían recibido la primera vez.
— Hemos dialogado sobre la situación actual y hemos decidido que cruce la parte principal, directamente. — Habló el viejo sin mediar mayor explicaciones. Indicando al castaño el centro de la plataforma. Los dos hombres se posicionaron a los extremos del suelo ovalado.
— Si logra la comunión con el fuego Kusanagi Sama. No tendrá que hacer la preparación previa. Y lo llevaremos ante la reliquia.
Ambos hombres comenzaron una especie de danza lenta y de fuerza. Sus manos comenzaron a humear y las marcas en sus brazos generaron destellos dorados.
Kyo recordó las ya olvidadas palabras de Saisyu cuando apenas estaba siendo entrenado años atrás.
"Los mejores maestros del fuego, son los que custodian la reliquia Kusanagi."
Ambos hombres caminaron por la roca negra descalzos y con un movimiento brusco de sus manos, el suelo tembló levemente. Un destello naranja tenue tiño la oscuridad de la roca y bajo el agua que comenzó a borbotear, había un fondo luminoso.
Una densa capa de vapor se elevó y como una especie de sauna extremadamente caliente, se extendió un olor parecido al azufre.
— Usar la espada de Amaterasu es llevar al límite las capacidades de la mortalidad. Su poder es tan descomunal como su destrucción. Y acceder a la fuente, es renunciar a parte de la vida. Un intercambio justo para usar un poder divino. — Sonó la voz del anciano cada vez más distante. Y Kyo comenzó a sentir el sofocamiento de la falta de oxígeno. El aire era muy caliente y le quemaba las fosas nasales. El olor era muy fuerte y lo mareaba.
— La comunión con el fuego no es destruir Kusanagi Sama. — Sonó la voz de uno de los hombres.
— La comunión con el fuego, es control. Controlar cada manifestación de su poder. — llegó como un eco, la lejana voz del otro.
Kyo se encogió con falta de aire. Le ardían los ojos y la garganta. Gruño desesperado y con un movimiento rápido de la mano levantó una ola de fuego que separó la niebla dándole un mínimo instante de confort. Repitió lo mismo durante el tiempo suficiente hasta cansarse y respirar con un hilo de aire.
— No debe luchar señor Kusanagi. Debe controlar…
La oscuridad comenzaba a aplacar la luz. Se sentía débil. Se estaba desmayando, pensó y maldijo. Su cuerpo estaba muy débil para soportar la grieta y aquella prueba al mismo tiempo, pero no permitiría que le fuera negado el acceso a su derecho de sangre. Debía soportar, superar y salir de allí con la reliquia sagrada.
Cerró las manos sobre la piedra caliente y concentró toda la energía que pudo soportar, en un punto. Mandaría un pulso para disipar todo. No sabia que era lo que ellos querían que controlara , pero el fuego debía responder a él, no él al fuego.
La energía comenzó a acumularse en su pecho, distribuyendose por todo su cuerpo, ardiendo por dentro cada pequeño fragmento de su ser. La rebelión de las llamas no se hizo esperar y empezó a emanar el mismo un vapor dorado. Pero lo contuvo. Con el dolor desgarrando sus entrañas, concentró lo que pudo en un solo punto. Las manos le temblaban y el suplicio de la respiración hacía imposible un segundo más.
Lo contuvo hasta casi perder el conocimiento y con un fuerte grito desgarrado que resonó en toda la cueva, dejó salir toda la presión en su interior y un luminoso anillo de muerte roja se extendió como un pulso de luz.
Shingo había estado observando desde afuera de la cueva, tras la prohibición de acercarse. Vió con enorme sorpresa como el anciano y los dos maestros habían salido de la cueva y frente a ellos habían levantado una especie de barrera luminosa de calor.
Pero una onda de luz roja había cruzado a enorme velocidad y Shingo solo pudo percibir el calor repentinamente incrementado, emanar de la cueva.
Un segundo después lenguas rojas se extendieron y como si estuvieran despresurizando un lugar cerrado. Enormes cantidades de vapor salieron expulsadas junto con una llamarada carmesí. Tanto el anciano como los maestros cayeron metros atrás sobre la hierba húmeda. Y todos los que habían aguardando allí, incluso Shingo, se acercaron a protegerlos con pantallas similares de calor.
Así como estalló, repentino y salvaje, se desvaneció la emanación de energía. Todo lo que antes había sido un entorno nevado, estaba húmedo. Todo el hielo se había derretido, e incluso algunos árboles ardían levemente alrededor.
La figura desnuda de Kyo camino con paso lento y pesado fuera de la cueva. Su cuerpo enrojecido parecía estremecerse y se le dificultaba estar de pie. Su respiración dejaba una estela de vapor dorado y sus ojos tenían el mismo brillo oro en los ojos.
— Ahí está…su prueba, anciano…— alcanzó a decir el castaño con voz muy ronca antes de desplomarse.
Justo uno de los hombres grandes, alcanzó a detenerlo antes de caer de bruces y resintió la alta temperatura de su cuerpo. Tras una rápida concentración las marcas en sus brazos brillaron y cargó el cuerpo inconsciente de su señor sin mayor problema.
Shingo se acercó y quitándose la parte superior de su túnica cubrió el cuerpo desnudo de Kyo que empezaba a perder el tono enrojecido.
El corpulento maestro de fuego giró hacia la cueva cuando el anciano se acercó. El agua del lugar se había evaporado y sus entrañas tenían una apariencia brillante y anaranjada.
— Está profundamente conectado con la reliquia. Incluso sin tenerla cerca. — apuntó el hombre corpulento.
— Los portadores son el contenedor del poder divino. Sus hazañas con el fuego son superiores a las de cualquier maestro Kusanagi. —dijo en anciano mirando a Kyo con preocupación—. Aun así no logró la comunión. Incluso si hubiese hecho arder la montaña entera, no supo conectar con el fuego. — apuntó pensativo.
— Si no lo hizo aquí, no podrá hacerlo con la reliquia. —dijo el otro maestro—. Si conecta en su condición, el preció que pagaría por usarla sería muy alto. — el anciano asintió con tristeza.
— Llevenlo adentro. Que descanse y se prepare para el camino largo. — dijo el viejo y Shingo acompañó a su maestro.
Caminaron en silencio hasta la parte superior del templo. Allí había una especie de estanques parecidos a los termales, pero inversos. Pequeños lagos helados y escarchados donde sus cuerpos descansaban de las intensas temperaturas de las pruebas de fuego, después de los entrenamiento.
Depositaron el cuerpo aún enrojecido de Kyo en el agua helada y esta soltó volátiles vapores mientras lo climatizaba.
— ¿Entonces no le dejaran acceder a la reliquia? — preguntó Shingo a su maestro y este negó con la cabeza quedamente.
— Su sintonía con el fuego es muy violenta, y en su estado, usar la reliquia seriamente dañara de formas inimaginables su cuerpo. Debe prepararse
— Pero el peregrinaje…— indago Shingo, no faltaba mucho para que buscaran partir de aquella montaña.
— Deberá esperar. —apuntó el hombre enorme y tras ver la evidente preocupación del joven, le revolvió el cabello que dejó escapar una capa de vapor. Las orejas de este enrojecieron levemente—. Él estará bien, es un portador de la reliquia a fin de cuentas. Y el peregrinaje, puede retrasarse un poco. Cuida Kusanagi Sama mientras envío a alguien con ropas de cambio.
— Sí señor. — Dijo Shingo haciendo una gran reverencia. Eran pocas las ocasiones que su maestro se mostraba casual y amistoso, y eso le emocionaba dada la enorme admiración que le tenía. El hombre sonrió y salió del lugar.
Shingo se sentó en la roca al lado de Kyo y apreció como la piel de este había perdido el enrojecimiento. Aquel lugar era muy especial, pensó sacando un poco de agua del estanque helado, siempre curaba las quemaduras que le dejaban los enfrentamientos con su maestro y otros discípulos.
Pensó de nuevo en el peregrinaje. Ya sabía que en todo Japón solo habían tres templos de fuego. Y cada cierto tiempo la reliquia era trasladada. Según los ancianos, para recargar energéticamente los principales sellos de Orochi en el territorio. Y también estaba la importancia de iniciar el entrenamiento de los nuevos controladores del clan Kusanagi.
Suspiro recordando las palabras de su maestro. El fuego no era natural en nadie, salvo en los portadores. Los demás debían hacer un entrenamiento especial donde se les otorgaba un fragmento de la energía de la reliquia del sol. Y su poder dependería enteramente de las capacidades espirituales y las resistencias del nuevo controlador.
Por ello eran pocos los controladores de fuego en el clan.
Una especie de habilidades elite…pensó mirando el cielo encapotado, recordando a Saisyu y la gran oportunidad que le dió al creer en él. Jamás podría llegar al nivel de Kyo, pero si pudiera solo acercarse a las capacidades de su actual maestro, o de Jung Kusanagi, el mejor controlador que habían enseñado en años. Tal vez así tendría el poder suficiente para que la confianza de Saisyu Kusanagi y la de su maestro, Ren, se viera retribuida.
¿Se enorgullecería Kusanagi Sama? Se preguntó mirando a Kyo. Ya que le tocaría estar un tiempo allí, podría poner todo su esfuerzo en ayudarle a lograr su objetivo y a aprender de él también. Unos pasos lo sacaron de sus cavilaciones.
— El maestro Ren ha enviado estas ropas especiales para el señor. — habló una mujer alta y fornida, con varias cicatrices en su cuerpo. Shingo la reconoció, era una de las discípulas más avanzadas. Le agradeció con una cálida sonrisa. Está tras observar con cierta curiosidad al señor del clan. Se retiró tras una venia.
Cuando Kyo abrió los ojos ya estaba cayendo la tarde. Llevaba más de ocho horas en aquel pozo de hielo sin detonar ni un mínimo de frío. Incluso el pozo parecía más derretido hacia la zona donde el castaño estaba sumergido.
Miró a su alrededor desorientado. Recordando la cueva y el fuego. Se levantó del agua resintiendo un fuerte ardor rezagado en sus entrañas y apreciando su propia desnudez, buscó si había ropa a su alrededor.
Uno de los maestros de la cueva, del cual no recordaba el nombre, estaba sentado a modo de meditación a un extremo de la mesita, mientras Shingo, que estaba en una posición similar, dormitaba recostado en el muro de piedra. En la mesita yacía una tetera vacía, una jarra de agua en la que flotaban densas formas de hielo y una bandeja con una sola empanada. A un costado sobre un zabuton, yacían telas dobladas y Kyo supuso que eran para él.
Se vistió rápido y se sentó con leve dificultad, frente a ambos.
— ¿Suele dormir así en todo lado? — preguntó Kyo robandose la empanada huérfana del plato y resintiendo el ardor al tragar.
— Solo cuando intenta meditar. —habló el hombre con lenta calma y abrió los ojos—. O cuando le exigimos demasiado en los entrenamientos. —apuntó sirviendo un vaso de agua helada a Kyo. Este lo bebió dubitativo pero la sensación balsámica que le refresco las entrañas, fue magnífica.
— Esperaba encontrarlo en peores condiciones, Kusanagi Sama. Me alegra verlo mejor.
— No fue tanto. —mintió Kyo con descaro—. ¿Cuándo me llevaran ante la reliquia? — preguntó sin perder más tiempo.
El hombre guardó silencio con mirada aguda. Claramente veía el daño reflejado en su energía.
— En el momento debe recuperarse. Antes de iniciar su proceso de preparación.
— ¿Proceso…? Hice la maldita prueba. Dijeron que no necesitaría todo el proceso. — espetó Kyo molesto. No podía quedarse más tiempo. Estaba seguro que Iori terminaría yendo solo tras Takeshi. Shingo dió un respingo sentándose derecho y miró con ojos enrojecidos y confusos a ambos hombres. Dio otro respingo al mirar detenidamente a Kyo.
— Kusanagi Sam... — dijo animado con la intención de abrazarlo, pero Kyo le puso una mano en la frente para que no lo interrumpiera. Cosa que pareció disgustarle al maestro.
— No pueden retenerme tiempo indefinido aquí. No tengo semanas para hacer esto. Ni siquiera días, maldición. — habló fuerte. Ren lo observó con frialdad.
— Usted no pasó la prueba de comunión con el fuego Kusanagi Sama. Y aparte de destruir la zona ritual, puso en riesgo la vida de otros maestros y sus discípulos. Sin contar los daños al centenario bosque de la montaña. —apuntó contundente y Kyo bajo las manos pensativo. Haber puesto la vida de otros en riesgo lo rezagó—. Su excelente manejo destructivo del fuego, no es la forma de conectar con la reliquia sagrada. Necesita preparación para lograr la comunión con las llamas o el precio que pagará su cuerpo al usarla, será irreversible.
Kyo observó en silencio al maestro de fuego, asentando por primera vez la imposibilidad de alcanzar la reliquia a tiempo. Shingo lo observó preocupado y miró a su maestro, para luego apreciar a Kyo.
Ren Kusanagi suspiró cansado, sabía bien la premura de las circunstancias. Pero no podían hacerlo así, si eso implicaba la inmolación del actual portador del clan, a vísperas de una posible guerra. Si seguía igual, ardería. Si usaba la reliquia sin la comunión, sacrificaria gran parte de su energía vital en ello.
— Descanse esta noche Kusanagi Sama. Veré que puedo hacer para ayudarle. —se levantó del zabuton—. Buscaré la forma de hacer esto en el menor tiempo posible.
Kyo y Shingo quedaron solos. En la expresión de Kyo había una mezcla de frustración y desesperanza. No parecía estar recibiendo muy bien la noticia.
— Kusanagi sama. Sabe que esto es por su bien... ¿Por qué no puede esperar y hacer la preparación? —indagó el chico—. Se que el maestro encontrará un modo de hacerlo rápido. Cuando su padre lo hizo, solo demoró una semana.
Una semana…pensó Kyo aturdido. Ya llevaba varios días. Una semana era demasiado. Y eso en el mejor de los casos. Gruño desesperanzado y posó un codo sobre la mesa, cubriendo sus ojos con la mano. No sabía que debía hacer.
— Qué es lo que pasa Kusanagi Sama. ¿Qué le preocupa tanto? —preguntó Shingo con delicadeza y Kyo suspiró cansino. Como se supone que obtendría la reliquia si no lo dejaban pasar. No podía abrirse paso a fuego y sangre claramente. Era su propio clan—. Kyo Sama. — habló Shingo con seriedad y Kyo volvió a la escena y lo miró de soslayo.
— Yo soy su aliado. Confíe en mi Kusanagi Sama. Haré lo que pueda para ayudarlo.
Kyo rió por lo bajo.
— ¿Incluso robar la reliquia sagrada? ¿Eh, Yabuki? — preguntó con tono cínico. Pero el chico lo miró con total seriedad.
— Eso que le causa tanta ansiedad... ¿Es realmente tan urgente? — preguntó el chico con la misma seriedad. Kyo soltó otro suspiró agotado. No quería involucrar a Shingo, pero qué más podía hacer. No era que tuviera muchas opciones tampoco.
— Hace unos días descubrimos el paradero de nuestro enemigo…y están esperando mi regreso para cazarlo. —apuntó recostando el brazo en una de sus rodillas—. Pero nuestro enemigo no estará quieto y entre más tiempo demore aquí, más difícil podría ser encontrarlo.
— Entiendo…pero aunque el enemigo se mueva…¿no podrían rastrearlo mientras usted llega?
— No lo entiendes Shingo. Los demás pueden ser cautelosos, pero Iori no es de los que espera. Si demoro mucho, el maldito va a apresurarse y a lanzarse como un animal hacia su presa. Y eso podría ser desastroso. Si lo enfrentan…no sé qué podría pasar si no estoy allí.
— Bueno…Yagami san es un hombre muy fuerte. Si debilita al enemigo podría ser más fácil que…
Kyo resopló molesto.
— No. —habló con tono resentido—. Ese idiota podria salir herirlo de gravedad si es que no lo matan. Debemos ir juntos. Yo…debo llevar la reliquia a ese enfrentamiento. — empuño las manos. Se notaba tenso. Shingo guardó silencio extrañado.
— Parece muy preocupado por Yagami San…—apuntó Shingo con tono curioso. Aunque le gustaba la idea de que Yagami no estuviera intentando matar a su mentor. Kyo desvió la mirada preocupado.
— Si…Iori ahora es muy importante para mí. Y no quiero que le hagan daño. —apuntó con la mandíbula tensa—. Así que regresaré rápido con la reliquia, así tenga que tomarla a la fuerza.
El chico lo miró estupefacto, casi desconociendo a Kyo. Rió por lo bajo confuso. Jamás habría pensado que ambos formarían una amistad tan fuerte. Casi por un momento le tuvo envidia a Yagami.
Pero las palabras de robar la reliquia por la fuerza le sentaron como un golpe en el estómago. Era una locura, no podía decirlo en serio, pensó el chico. Pero la resolución hosca de Kyo le decía lo contrario.
Si Kyo decidía ascender la montaña en busca de la reliquia, obviamente le ayudaría. Pero la sola idea de luchar contra las personas mas cercanas que había tenido en meses. Contra su maestro…le aterraba. No por miedo, si no…no quería dañar a ninguna de esas personas, ni traicionar su confianza.
Hizo una mueca conflictuada sin saber como hacer aquello.
— No te preocupes. No quiero que te metas en esto, Shingo. Es mi problema y yo iré por ella. — apuntó Kyo levantándose—. Intentaré hacerlo en la madrugada para no llamar mucho la atención. Tú solo ayudame con una cosa. —lo miró desde arriba con los ojos brillantes de alguien sin dudas—. Dime dónde está la condenada reliquia.
Shingo caminó sigilosamente entre los pasillos. Ya era tarde, casi medianoche. Todo el mundo estaba durmiendo en el templo. No necesitaban vigías, ya que la misma zona tenía una especie de protección mágica o espiritual, nunca supo cómo funcionaba. Y los fuegos fatuos se encargaban de detectar intrusos. Menos mal Kyo y él no eran intrusos, pero sintió la punzada de dolor que le generaba pensar en la enorme confianza que se tenían todos allí para solo ver amenazas en externos.
Avanzó sin hacer ruido, entre el jardín de piedra. Kusanagi San lo esperaba. Había logrado convencerlo de permitirle hablar con su maestro. Que creía de corazón que él podría ayudarlos. Por lo menos podría decirles cómo acceder a la reliquia. Porque él sabía dónde estaba, pero era imposible llegar sin enfrentar a los guardianes. Los otros tres maestros de fuego. Y eso alborotaria todo el templo. Y el templo mismo tenía sus defensas.
Caminó hasta el extremo noreste del asentamiento. En todo aquel lugar solo había tres salones especiales para la estancia. Uno era el gran salón de la montaña, donde yacían los aposentos de los ancianos. De ahí le seguían los dos pequeños salones en los extremos laterales del templo. Uno era el lugar del Maestro Tetsuo y el otro era el de su maestro, Ren.
Vió la entrada en piedra, con un pequeño jardín bien cuidado. Abrió la puerta de la entrada con absoluta delicadeza, casi inaudible y se sorprendió al verlo en medio del salón, sentado en posición de meditación, bajo uno de los fuegos fatuos del techo, desfragmentado en múltiples llamitas que se movían sincronizadas alrededor. Las llamas retornaron a su flama madre y esta creció en intensidad y forma.
— He de suponer que lo que te hace irrumpir en mi lugar de descanso, a altas horas de la noche, tiene que ver con el señor Kusanagi. — habló Ren con calma y abrió los ojos, con un suave matiz dorado aún destilando en su iris. Su mirada fría se posó en Shingo mientras el fulgor desaparecía de los ojos oscuros. Lo estaba juzgando, pero guardó silencio para escuchar lo que este tenía que decir.
Shingo se arrodilló a cierta distancia y se inclinó.
— Maestro Ren. Necesitamos su ayuda. —el hombre alzó una ceja con reservas—. Por favor. El señor Kusanagi no puede esperar tanto tiempo. El debe regresar lo más pronto posible. Y no está dispuesto a irse sin tener acceso a la reliquia. Y yo no puedo dejarlo hacer eso solo. Por favor, ayúdeme a ayudarlo. — Pidió con una enorme reverencia que hizo que su frente tocara el suelo. El hombre gruñó sin dar crédito. Shingo siempre había sido un joven leal y noble…¿se estaría aprovechando de eso el señor del clan?
— Andas por nuestra casa como un intruso y me pides ayudarte a romper nuestras reglas. Las cuales son para evitar que el heredero de la reliquia se mate a sí mismo…—apuntó Ren con voz tensa levantándose del suelo. Shingo lo observó hacia arriba, como un gigante enfurecido. Y se irguió lentamente a su vez.
— Ellos han localizado al enemigo. Saben donde está el culpable del conflicto. El asesino del señor Saisyu…y por su problema, Kusanagi Sama tuvo que venir hasta aquí. Y no puede luchar y defender su clan sin la reliquia. Ustedes mismos vieron lo mucho que le daña usar el fuego. Maestro…yo no quiero hacer esto, en serio que no deseo traicionar su confianza. Pero no puedo dejarlo solo. Yo entiendo el dolor que carga por la muerte del señor Saisyu y lo mucho que le preocupan sus compañeros…yo creo que es lo correcto y debo ayudarlo…y…
— Que te hace pensar que yo accedería a esta locura. —lo interrumpió dando un intimidante paso al frente—. Que el actual portador entre como un vil ladrón y se lleve la reliquia sagrada a la fuerza…sin siquiera el debido procedimiento para…
— Por favor, maestro, es algo que evitará la guerra. El señor Kusanagi dice que no quiere enfrentar a los clanes. —le interrumpió Shingo intentando hacerle frente—. No comprendo bien todo lo que está pasando, pero sé que algo más hizo que todos se peleen. Están usando el conflicto para que ningún clan pueda intervenir. Y el mismo clan Kusanagi se ha vuelto un obstáculo para detener la guerra que se avecina y atacar al verdadero enemigo… — Le explico desesperadamente, queriendo que entendiera las razones.
— El mismo clan es un obstáculo…?—habló con voz grave y amenazante—. Como se atreven a decir eso. Murieron tres de las cabezas del clan a manos Yagami, y el mismo señor del clan, Saisyu Kusanagi. fue asesinado. ¿Qué insensateces estás diciendo? Obviamente ningún miembro del clan Kusanagi dejará pasar eso. — habló con tanta ira que los fuegos fatuos intensificaron su luz y lamieron el techo de madera, amenazantes.
— Iré a detener este sinsentido directamente. — habló con rabia y Shingo se le atravesó.
— No…—titubeo nervioso, lleno de dudas, pero también de certezas—. No puedo permitirle hacer eso…— Empuñó sus manos. Le temblaban levemente.
Ren lo supo, no era miedo lo que sentía. Era el acto de traicionarlos lo que le hacía temblar. Así que era cierto, el chico no deseaba confrontarlos, y aún así…
— ¿Crees que puedes detenerme Yabuki? —le preguntó dando un paso adelante, pero Shingo a pesar del sufrimiento interno que esto le generaba, no retrocedió un centímetro.
El hombre lo intentó apartar con un empujón rápido pero Shingo esquivó por poco y agarró su brazo en un intento de llave que le hizo retroceder, saliéndose fácilmente.
— Vas a necesitar más que eso, niño. — apuntó el maestro asestando un fuerte golpe, que el joven alcanzó a bloquear. Intercambiaron algunos golpes fuertes y llaves fallidas de parte de Shingo alrededor del salón. Que aunque pequeño, tenía espacio de sobra para ambos.
Shingo ya estaba jadeando, los golpes habían sido bastante contundentes. Y a pesar de bloquear la mayoría, sabía que su maestro, como guerrero del clan, tenía un nivel muy diferente. Y aún no había usado su fuego, era posible que él también estuviera dudando y no quisiera lastimarlo.
— Chizuru Kagura…fue asesinada por el gobierno…—habló agitado y el maestro apretó los dientes y Shingo por poco, esquivo otro golpe—. También asesinaron…a los líderes Yagami…—un puño por poco le destroza la nariz, pero no logró esquivar el del abdomen y sintió como le flaquearon las piernas durante un segundo.
— No te atrevas a compararnos con los Yagami…— apuntó Ren con furia y Shingo vio muy peligroso el siguiente ataque y lo bloqueo con una llamarada mayor a las que normalmente convocaba, haciendo retroceder a Ren. Una sonrisa sarcástica se formó en el rostro casi siempre impasible del hombre.
— Vaya momento para mostrar avances Yabuki…si quieres fuego. Te enseñaré como se usa. — apuntó con frialdad. Shingo sintió una punzada de temor hacia su maestro e intentó defenderse con otra llamarada, pero este atravesó la mano en el fuego y lo desgarró como si fuera tela. Las marcas en sus brazos, brillaban tenuemente.
— Fui yo quien te guió por el camino del fuego Yabuki. No lo olvides. — apuntó secamente mientras abrió la mano en dirección al joven, y sin tocarlo, la cerró en un puño con destellos de fuego. Shingo sintió como si algo por dentro le quemara y se quedó sin aire. El hombre bajó la mano con un movimiento brusco. Sus ojos volvían a tener ese tenue resplandor dorado y Shingo cayó de rodillas, ahogado, pero no dejó de mirarlo ni de mantener su posición.
— Ellos…también…—habló casi sin aire—. Asesinaron…al padre…a Saisyu…— Dijo con un hilo de voz, y una tristeza que iba más allá de tener a su maestro lastimándolo. El hombre dio un leve respingo soltando al chico, rompiendo la comunión del fuego. Shingo cayó de rodillas y tosió dolorosamente.
Que estaba haciendo…pensó Ren. Era solo un joven, siempre noble, que creía hacer lo correcto...no tenía derecho a lastimarlo así, se recriminó en silencio. Había perdido su centro. Empuñó la mano y retrocedió dando la espalda al chico. Se sintió algo abatido.
Tenía que organizar su mente. No importaban los Yagami y su enemistad de siglos. Si eso era cierto. Y debía serlo ya que el mismo portador de la reliquia estaba dispuesto a todo aquello. ¿El mismo gobierno estaba intentando eliminar los clanes?
El colapso del clan, la muerte de su líder. Todo eso mientras ellos rastreaban equivocadamente otros culpables, que a su vez los atacaba equivocadamente a ellos. Tenía mucho más sentido aquello que lo dicho por los ancianos.
¿Lo que habían dicho los viejos sabios, no era cierto? De ser así. Estaban totalmente en desventaja. Planeando luchar una guerra equivocada para debilitarse mutuamente…miró de nuevo al joven que apenas estaba recuperando el aliento, y al acercarse, este se irguió parcial y dolorosamente, poniéndose en posición defensiva.
El hombre sonrió con tristeza.
— Tienes una lealtad inquebrantable hacia el portador de la reliquia. —le puso una mano en el hombro con delicadeza—. Ya pareces un Kusanagi más. — apuntó con voz apagada y Shingo bajo la mirada con lágrimas en los ojos, agradecido. No había querido enfrentarse a los que ahora consideraba su familia. Y menos a su maestro. Estimó profundamente que este hubiese entendido que debían apoyar a Kyo.
— Lo siento. —
El joven negó con la cabeza limpiando las lágrimas que amenazaban con escapar.
— Está bien. Siempre he confiado en su criterio, maestro…por eso vine a hablar con usted…— le respondió el muchacho con voz ronca y una sonrisa confiada. El maestro sonrió con tristeza y un atisbo de cariño. Le ayudó a recuperarse.
Cuando llegaron donde Kyo, este ya estaba saliendo dispuesto a largarse solo. Era pasada la una de la mañana.
El hombre cruzó haciéndole entrar de nuevo a la zona de estanques. Tras un silencio corto en el que el maestro miró por una de las ventanas redondas. La impaciencia de Kyo se interpuso.
— Si están aquí solos, supongo que van a ayudarme. Y si no, espero que no piensen detenerme.
El hombre lo miró con agudeza.
— Responde tres preguntas puntuales. Y te guiare a la reliquia. — Kyo cruzó los brazos y levantó la cabeza a modo de reto.
— Habla.
— ¿Quienes están haciendo esto?
— El Tenno. Por medio del gobierno. Están aliados con traidores dentro de los mismos clanes del sello, dispuestos a todo para lograr sus objetivos personales.
El hombre asintió pensativamente. Sus músculos se tensaron.
— ¿Por qué están haciendo esto?
— No tenemos certeza aún. Pero sospechamos que quieren las reliquias. Quieren tener bajo su control a los portadores y tal vez cambiar la estructura del sello de Orochi.
El hombre guardó silencio, aún asimilando la situación. Como si muchas cosas que no tenían sentido, comenzarán a encajar.
— Que te hace pensar que no llevarás la reliquia a una trampa para apoderarse de ella…— indagó Ren con suspicacia. Preocupado. Claramente esa no era una de las tres preguntas.
— Le arrebataron el Yata a Chizuru cuando la asesinaron, y el traidor Yagami les puso en bandeja de plata el Magatama a cambio de no sabemos que. Mi padre…prefirió morir antes de entregarme a mí o a la reliquia. Necesitan debilitarnos primero para tomarla. No está en sus planes que yo llegue y les haga arder todo. —miró con resolución al maestro de Shingo—. Tengo al portador del magatama de mi lado, al igual que a muchos del clan Kagura. Recuperaremos las reliquias faltantes. —puntualizó con una fuerte determinación.
Shingo observó a Kyo como si viera de nuevo un extraño. Aunque seguía siendo él, de alguna manera había cambiado profundamente. Se notaba más enojado y mucho más comprometido con la gente que lo rodeaba. Hasta se preocupaba por Yagami, pensó desconcertado. Pero sonrió ampliamente. Lo ayudaría en todo lo necesario.
El maestro de fuego asintió y miró los estanques.
— Responde con total sinceridad, Kyo Kusanagi. —lo miró directamente con ojos de un fulgor dorado pálido—. ¿Qué tanto daño ha sufrido tu cuerpo hasta ahora?
Kyo apretó los dientes. El dolor que había acumulado desde la primera noche, era lo suficientemente intenso para mantenerlo tenso. Era soportable, pero no era poco. Aún así no podía mostrar debilidad ahora, necesitaba la reliquia a como diera lugar.
— No el suficiente para doblegarme. Cuando tenga la espada, no podrán detenerme.
— No…la reliquia será tu mayor enemigo si no logra la comunión del fuego, señor Kusanagi. —habló el monje acercándose a Kyo. Su mirada de fulgor dorado y sus marcas luminosas lo hacían ver casi como una deidad—. La reliquia es algo que no puede soportar un cuerpo mortal. Y usar su inagotable poder por el camino de la destrucción, le costará gran parte de su vida. — Kyo lo miró confuso. Eso no se lo había mencionado la sacerdotisa Kagura. Pero tal vez ella tampoco lo sabía.
Ren puso la palma de la mano en el pecho de Kyo y este sintió como algo extraño entraba en interior. Algo familiar pero a la vez ajeno. El maestro de fuego crispó los dedos casi como garras y Kyo sintió un dolor desgarrador que casi lo hizo arrodillarse, pero el hombre lo sostuvo mientras poco a poco un sutil alivió iba reemplazando ese horrible daño interno. En respuesta, el cuerpo de Ren se encorvaba poco a poco con un gruñido de dolor.
Shingo se acercó listo para sostener a su maestro si caía. Conocía bien aquello. Era una transferencia energética. Solía hacerla cuando los discípulos hacían un mal manejo del fuego y se lastimaban mucho a sí mismos. Eso le permitía extraer la energía contenida que los lastimaba, pero a cambio, era su cuerpo, más preparado y resistente, el que sufría los estragos.
— ¿Qué hiciste? — preguntó Kyo tocándose el pecho, extrañado. Ya no sentía aquel dolor punzante, ni el ardor. Volvía a tener la sensación más leve de unos días atrás.
— Le estoy dando tiempo. Señor Kusanagi. — dijo sosteniéndose el pecho mientras Shingo le apoyaba una mano en el hombro en señal de ayuda. Kyo asintió agradecido, preguntandose qué tan lejos estaba él de dominar bien el fuego. Lo más cercano a algo así, había sido el intercambio energético con Iori.
El hombre se irguió, no sin dificultad, palmeando la mano de Shingo.
— Yo mismo guiaré su camino a la reliquia. Pero con una condición…—se paró entre Kyo y Shingo—. mi discípulo queda fuera de esto.
— No planeaba hacerlo. —espetó Kyo—. Es voluntarioso y atravesado por sí mismo. Antes te agradeceria quitarlo del medio.
— ¿Ah? Por supuesto que no. Yo le ayudaré, Kusanagi Sama. Y regresaré con usted, alguien debe mostrarle el camino y…
— ¡No! — Dijeron al unísono Kyo y el maestro.
— Tu entrenamiento aún no ha sido completado. No puedes abandonar, no habrá una segunda oportunidad para ti. — Acotó el maestro con severidad.
— Pero esto es algo más importante que yo, debo ayudar. Si tengo que sacrificar mi…—titubeo un instante—. Yo puedo hacerlo.
— No seas idiota. Le prometiste al viejo bajar de aquí con el fuego dominado. Él te trajo personalmente y te abrió las puertas de conocimientos ancestrales del clan. Ni se te ocurra. — lo regañó Kyo. Shingo parecía ser un mar de conflictos internos.
— Solo podrás irte, cuando mis llamas no te toquen, muchacho. —cruzó los brazos Ren—. Por lo pronto no tienes permiso de abandonar el templo.
La imagen de Saisyu entrando al templo e invitándolo a entrar aún estaba muy clara en la cabeza de Shingo. Tomó una decisión y asintió con pesadez.
— Espero pueda ser tan bueno como lo es usted, Maestro. — hablo con voz clara e hizo una pronunciada reverencia a Ren. El hombre puso una mano en su hombro y lo levantó.
— Quédate aquí muchacho. Cuando regrese debemos generar una distracción para que el señor Kusanagi pueda bajar la montaña sin que lo alcancen.
Shingo vió como Kyo y Ren desaparecieron tras la oscuridad de la montaña, lejos del templo.
El camino era escarpado y de muy difícil acceso. Como no podían encender una luz para guiarse en la oscuridad, el ascenso se transformó en una odisea. Y mientras Ren parecía caminar como si viera perfectamente al conocer el terreno, Kyo se tropezaba constantemente con raíces y se apoyaba falsamente sobre lo que creía eran rocas.
Tras una hora muy complicada, se asomaron a un enmarañado saliente del bosque. En medio de la oscuridad apreciaron una pagoda pequeña con cuatro fuegos fatuos rojos, que flotaban a gran altura.
— La reliquia sagrada se encuentra bajo la pagoda, en una cueva sellada. Este es el acceso más directo sin cruzar la zona de los Torii, ya que está protegida. —apuntó Ren y Kyo se preguntó cómo había descubierto aquel camino—. Te ayudaré a someter a mis hermanos, pero salir de la montaña queda en sus manos. — Kyo asintió sin titubeos y ambos se deslizaron entre la oscura espesura.
Aunque era un hombre enorme. El maestro Ren era muy sigiloso. Ambos se posicionaron a los extremos de los cuatros fuegos, en los límites de la luz. La pagoda era casi como un mausoleo en madera y roca con una puerta doble y dorada enchapada en metal. El lugar estaba ubicado en una inclinación de la montaña, con roca pulida escalonada entre la tierra. Y la parte superior quedaba sobre una gruesa base de rocas con una altura de tres metros.
La idea era que Kyo se acercara lo más rápido posible, atrayendo la atención de los dos guardianes. Momento en que Ren emboscaría por el otro extremo y reduciría uno de ellos. Ningún maestro debía ver a Ren en aquel lugar o sería juzgado duramente por el clan. Así que Kyo estaba más que de acuerdo de ser el señuelo. Debía ser preciso y silencioso para evitar cualquier alboroto.
Kyo salió de la oscuridad con un salto repentino y corrió hasta chocar con un costado del muro. Preparado para que uno de los guardianes se asomara. En cuestión de segundos el hombre ya estaba inclinándose a mirar aquella figura repentina que había cruzado, posiblemente pensando en algún animal. Pero Kyo ya había tomado impulso en una de las rocas del muro y jalando el grueso cuello del traje, lo había derribado por el borde. Forcejear con él fue extremadamente difícil, aquellos hombres eran enormes y muy fuertes, pero aprovecho que al ser tomado por sorpresa, estaba en una pésima posición para defenderse. Y tras un agotador conflicto de fuerzas, había logrado asfixiarlo.
Cuando ascendió el muro, Ren estaba depositando con delicadeza el cuerpo de su hermano a un costado de la pagoda. Se posicionó en silencio frente a las puertas y tras tocarlas y emanar llamas de sus brazos. Hizo un intercambio de fuego con las marcas talladas en la madera y las puertas se desplegaron.
Unas escalas de roca negra se extendieron en descenso bajo sus pies.
— No debo entrar o sabrán que fui yo. —apuntó Ren—. Tenga cuidado con el guardián, no se deje tocar. Y por favor, no le lastime, Kusanagi Sama. Es uno de mis hermanos y uno de sus guerreros. Confío en que sabrá hacerlo de forma igual de rápida. — Kyo asintió mientras recuperaba el aliento. No lastimar a nadie, iba a ser una promesa complicada si eso se salia de control. Aún así haría todo lo posible.
Bajó las escaleras con presura, intentando no hacer mucho ruido. El túnel de roca negra se extendió varios metros hasta llegar a un espacio abierto. La cueva era ancha y alta y tenía una mediana abertura en la parte superior, por donde se filtraban pequeñas cantidades de niebla. En el lugar no parecía haber nadie y Kyo avanzó a tientas, ya que ese espació a diferencia de afuera, estaba bastante oscuro.
En el centro del lugar, habían doradas inscripciones sobre el suelo negro, y en el centro de las marcas la vio. La espada Kusanagi, flotando con el filo invertido sobre un altar de Onix y oro. Delgadas cadenas de oro rodeaban el mango y se clavaban a su alrededor. Una por inscripción. Suaves gotas provenientes de la niebla caían a su alrededor, evaporándose antes de tocar el suelo. Tenía un delicado fulgor dorado bordeando su figura y Kyo pudo sentir la resonancia de su poder, como dos palpitares que se sincronizaron.
Se sintió aletargado durante un instante mientras se acercaba, pero sus instintos de combate le hicieron reaccionar ante una sombra rápida que se le abalanzó con tal fuerza, que al bloquear un flamante destello de fuego, fue expulsado varios metros a un extremo de la cueva. Sus brazos hormiguearon por el impacto y Kyo pudo apreciar al enorme hombre en frente suyo.
Su figura oscura era incluso más alta y ancha que la de Ren. Sus ojos se podían apreciar a pesar de la oscuridad, por un leve brillo dorado.
— Que clase de señor del clan entra a hurtadillas y sin pasar las sagradas pruebas de fuego. — Habló con una voz tan grave, que resonó en la cueva. Kyo maldijo poniéndose en posición defensiva. No pensaba que pudiera acatar la petición de no lastimarlo, pero debía ser preciso si quería reducirlo rápido.
Sin responder avanzó con velocidad hacia la enorme mole de músculos. Pero justo antes de llegar se deslizó por el suelo mientras al mismo tiempo desplegó un haz de fuego directo al rostro del hombre. Este se cubrió la cara por el choque de las llamas y quedó enceguecido un instante que Kyo aprovecho para derribarlo por las rodillas.
La enorme masa cayó arrodillada y Kyo se alzó con un rodillazo que le dio de lleno a la cara. El hombre puso la mano para no caer derribado y Kyo vio cómo cuatro fuegos fatuos emergieron de él hasta los extremos de la cueva. Esquivó por poco un poderoso puño de fuego, que lo hizo saltar hacia atrás.
El hombre se irguió con una expresión salvaje y se acomodo la nariz con un traqueo desagradable. Luego escupió una buena cantidad de sangre sobre el suelo.
— Que seas el hijo de Saisyu Kusanagi y uno de los portadores, no te da el derecho a llevar la reliquia como quieras. — apuntó con tono grave y tanto sus ojos como las marcas en su cuerpo, comenzaron a brillar con tonos dorados. Kyo maldijo para sus adentros, iba a tener que usar el fuego si quería derribar a aquel guardián.
El hombre con un movimiento inesperadamente rápido avanzó hacia el castaño con la intención de atraparlo y Kyo recordando la advertencia, esquivó por pocos centimetros el avance y usó una llamarada roja para rechazarlo. Pero el cuerpo enorme del hombre cruzó las llamas como si estas le abrieran paso y Kyo se deslizó por uno de sus costados concentrando una fuerte cantidad de energía en su mano. Estalló un golpe de fuego en uno de sus costillares.
La explosión hizo al hombre recular dos metros y arrodillarse parcialmente sin aliento. Era su momento de neutralizarlo pensó Kyo. Pero al avanzar y concentrar otra buena cantidad de energía, un dolor desgarrador en el pecho le hizo trastabillar. Nuevamente el calor en las entrañas le cortó la respiración, y el hombre con un movimiento brusco le dió alcance atrapandolo por el cuello. Lo alzó.
Kyo sintió como algo le invadía por dentro una vez más, pero en esta ocasión lejos de darle un alivio momentáneo, le intensificó el ardor y el dolor. Y viéndose incapaz de evocar las llamas, empezó a perder el conocimiento por la falta de aire.
Repentinamente cayó al suelo ahogado y tosió dolorosamente. El hombre lo había soltado, y cuando alzó la vista vio como dos moles de ojos brillantes y marcas de luz, se debatian en un forcejeo brutal. Ren tenía atenazado el cuello del otro hombre. Y con gran dificultad lograba mantenerlo en esa posición. Un destello más intenso de sus marcas hicieron que su piel humeara y el enorme hombre empezó a dar bocanadas de las cuales salía un vapor caliente. Poco a poco dejó de resistirse hasta caer sobre un Ren que respiraba agitadamente.
Aun con su hermano entre los brazos miró a Kyo con ojos dorados.
— Saca la reliquia de su sello y baja por el costado opuesto al templo. La montaña da a una carretera…siga la ruta y rece para que alguien pase. —tomó una bocanada profunda de aire—. Yo los distraeré. — apuntó levantándose, tras dejar con delicadeza a su hermano.
— Pero. ¿Qué va a pasar con usted…y con Shingo? — preguntó Kyo tras reponerse de aquella espantosa invasión.
— El chico estará bien. Yo asumiré la responsabilidad de todo. Posiblemente sea juzgado por el clan. —apuntó caminando a las escalas y Kyo apretó los puños frustrado—. Usted por favor detenga este conflicto, Kusanagi Sama. Nuestros enemigos nos superan, no podemos permitir una división ahora.
Kyo asintió inquieto.
— Y por favor...no use la reliquia a menos que aprenda a hacer la comunión con el fuego.
El hombre se retiró y Kyo se acercó a la espada. Cruzó los sellos del piso y estos automáticamente vibraron con un destello dorado, una pantalla delgada de luz se alzó hasta lo alto de la cueva, pero su cuerpo pasó sin mayor resistencia. El sello permitía solo el paso de los portadores. Ya dentro del círculo frente a la espada, esta comenzó a vibrar emitiendo un sonido sobrenatural.
Las cadenas del suelo temblaron y se reventaron una a una. Kyo nunca había escuchado sobre cómo resguardaban la reliquia, ni como sacarla, pero algo dentro de él lo sabía, algo lo llamaba. Extendió una mano hasta el mango de la espada y al tocarlo las cadenas flotaron alrededor y se precipitaron directamente hacia el pecho de Kyo atravesándolo.
No fue un dolor lacerante, ni un impacto físico. Fue una especie de conexión espiritual. Y aquel segundo palpitar se volvió uno con el suyo. La espada se hizo sutilmente traslúcida y arrastrada por las cadenas, también se atravesó en su pecho, desvaneciendo su forma. Por primera vez desde la grieta espiritual, se sintió completo.
Dio una bocanada profunda de aire sin ningún tipo de dolor lacerante. El dique había sido reemplazado por un infinito mar de calma.
Iori se deslizó entre la nieve alta. La figura oscurecida de Terry hizo una señal desde lejos, les había tomado tiempo, pero por fin habían dado con la cabaña indicada. El lugar tenía un amplio terreno boscoso bastante apartado de la carretera, estaba mal iluminado y no tenía tecnología de vigilancia. Aquello, más el no poder percibir ni un solo enemigo en la zona, les daba muy mala espina.
La figura silenciosa de Mai caminó por el techo del primer piso, ingresando por una ventana. Benimaru y Iori avanzaron sigilosamente hasta un costado de la enorme cabaña.
Las luces internas estaban curiosamente ubicadas para que no vieran mayor cosa.
Casi como un señuelo, pensó Iori con paranoia.
Terry había rodeado por el otro costado buscando un ingreso lateral, mientras Iori, que parecía estar a punto de estallar un muro y entrar de una buena vez, era reprendido en voz baja por Benimaru, quien le pedía tener paciencia. Pero como respuesta a su negativa de entrar a la fuerza bruta, un disparo resonó ahogado en el segundo piso, seguido por otros tres más. Y todo hasta ahí fue silencioso.
El muro lateral de Terry estalló desperdigando escombros al interior e ingresó llamando a Mai desde abajo, pero fue recibido por dos sombras que soltaron una rafaga de disparos. Los hombres armados estaban completamente vestidos y blindados. Tenían fusiles y parecían de la milicia.
— Son un equipo táctico. —maldijo Benimaru cubriéndose tras uno de los muros—. Esto es una maldita trampa.
Iori ubicó con celeridad a dos de los agresores de Terry. Y rasgando el aire hasta el suelo, ascendió un Yamibarai que rompió los ventanales y estalló a sus espaldas. La conflagración hizo arder a uno, mientras el otro se escabulló, parcialmente quemado. Los disparos en su dirección no se hicieron esperar y Iori se inclinó tras uno de los muros de piedra.
— Destruye las luces. Nos guiaremos por el fuego. — ordenó Iori a Benimaru.
Este sin decir más se deslizó hasta un extremo y enredó las manos en una de las redes externas de la cabaña. Su cabello se elevó, mientras fuertes destellos prendieron todas las luces de la cabaña y estas comenzaron a aumentar desmedidamente la intensidad lumínica del lugar, permitiendo a Iori y a Terry, ubicar a dos soldados más.
Unos segundos después, todos los focos de la cabaña estallaron al unísono con un impacto cegador que se desperdigo en esquirlas de luz moribunda. En medio de la oscuridad absoluta se levantaron llamaradas magenta teñidas de oscuridad, que envolvieron dos de los soldados incautos, e iluminaron varios rincones de la primera planta.
Una enorme roca puntiaguda había roto una de las ventanas del segundo piso y Terry ascendió por esta hasta ingresar a la planta alta.
Iori saltó rápidamente al salón de vidrios rotos, con la mortecina luz violeta, y se cubrió tras una de las vigas en roca que sostenían las bases de la cabaña. Se mantuvo quieto un instante, escuchando su entorno. El preocupante sonido superior de disparos, se mantenía con violencia. Pero la planta baja, cargaba un silencio amenazante.
Benimaru también ingresó por la puerta trasera que daba a la cocina, tomó un electrodoméstico pequeño en su mano y lo sobrecargo mientras se cubría tras la entrada al salón. Luego lo soltó en la dirección en la que había visto el último enemigo, y tras una pequeña carga, el objeto estalló en chispas iluminando toda la zona.
Dos soldados más se movían sigilosamente fuera de la cabaña. Pero Iori avanzó aprovechando el destello y agarró uno, mientras el otro saltó afuera y corrió. Su mano le atenazó el pecho y varios disparos erraron en el techo, mientras las llamas lo envolvieron con violencia. Entre los gritos ahogados del hombre, Iori se ocultó de los disparos exteriores. Afuera había unos tres hombres armados. Ya en la primera planta no quedaban más.
Benimaru se dispuso a subir las escaleras por el costado de Iori, cuando ambos percibieron un sonido metálico que rebotó contra una de las vigas. Un objeto redondo en cámara lenta, rodó hasta un punto central a pocos metros del rubio. Este giró parcialmente para subir, pero el tiempo era insuficiente. Iori dió un salto rápido hasta la posición del rubio y lo derribó de la escalera, concentrando una gran cantidad de energía en un arco de fuego, y con su mano, cerrando en pocos segundos una pantalla curva flameante, la lanzó en dirección a la granada.
La explosión se expandió con violencia en un área circular. Pero las llamas casi negras, en su avance, generaron una brecha que contuvo la onda expansiva hacia ellos y desvió el fuego de la explosión. El sonido fue aturdidor y ambos quedaron en el suelo con un fuerte dolor en el tímpano. El cuerpo de Iori estaba cubriendo parcialmente al rubio, que algo desorientado se arrastró con el pelirrojo tras las escaleras de piedra.
Toda la madera del lugar comenzó a arder y ambos se mantuvieron ocultos mientras la sensación de aturdimiento bajaba.
— Están dementes…—atisbo a decir Benimaru cubriéndose una oreja sangrante.
— Es lo que yo habría hecho en su lugar. — Apuntó Iori con el cuerpo tenso—. Están aquí para matarnos, no para detenernos.
El rubio gruñó y se irguió tras las escalas.
— No creó que se hayan dado cuenta de lo que hiciste.
— Esperaremos a que entren con la intención de cerciorarse si estamos muertos. No dejes a ninguno vivo. — apuntó Iori con ese ya reconocido semblante asesino y Benimaru asintió aún con dudas. Eso de matar a sangre fría era algo que seguía sin estar en sus códigos. Pero si sobrevivir dependía de ello, no cuestionaría sus prioridades.
Rogó mentalmente que Mai y Terry estuvieran bien y se posicionó en el otro extremo del salón aprovechando el humo.
Efectivamente tras un minuto de silencio, cuatro soldados se acercaron y dos ingresaron a modo defensivo. En un movimiento sincronizado de energía y caos. Ambos fueron reducidos bajo electricidad y fuego. Los dos rezagados empezaron a disparar, pero uno fue derribado por una enorme figura rubia y el otro vio su garganta perforada de lado a lado por un tanto empuñado por Mai. Uno irremediablemente muerto, el otro inconsciente.
— Creo…que no hay más. Por lo menos…no cerca. — habló Mai entrecortadamente y se inclinó casi sin aliento. Uno de sus brazos sangraba profusamente. Terry se le acercó tras arrancar un pedazo de cortina a medio quemar. Mai dió un respingo ante el apretón de la herida y Benimaru le tomó el rostro y la revisó por todos lados.
— Estoy bien, solo es una herida superficial. — dijo ella limpiándose la sangre y el hollín del cuello.
— Se encerraron en la cabaña para reducir nuestra capacidad de reacción…—apuntó Terry—. ¿Como demonios sabían que veníamos…
— Usaron una maldita granada. Una condenada arma explosiva. —grito Benimaru incrédulo — Si no hubiese sido por los disparos, habrían asesinado por lo menos a dos de nosotros en esa emboscada.
Mai asintió.
— Arriba yacían cuatro distribuidos en dos habitaciones. —dijo Mai sentándose en uno de los muros externos—. Pude sentir uno a tiempo ya que estaba a muy corta distancia. Eso me dió la oportunidad de atacar y cubrirme de los disparos. — miró a Terry agradecida por su incursión, este cubrió su hombro sano con una mano tibia.
Iori yacía muy silencioso y cuando lo miraron Terry alcanzó a retenerlo de un brazo. Su rostro pálido parecía tener la mirada posada en la nada. Un sudor frío recorría su cuello y la expresión de miedo sosegado que lo envolvió, los alarmó, pensando que estaba herido.
El pelirrojo dió un paso atrás como si hubiese sentido algo extremadamente preciado ser arrancado de su ser. Se puso la mano en el pecho como si le doliera y bajó la vista con expresión confusa.
— ¿Qué sucede? — dijo Mai alterada.
— Maldición Yagami, que pasa. — espetó Benimaru preocupado.
— ¿Estás herido? —preguntó Terry con alarma.
Iori susurró "Kyo" y cerró los ojos. No lo sentía, no podía percibir su energía cálida. Había desaparecido el vínculo, el hilo cálido que los conectaba estaba roto. De repente toda la seguridad de su bienestar se había ido al carajo. Y aunque intentó hurgar en su interior por un vestigio de su poder, no quedaba nada aparte de los dos demonios que lo habitaban.
¿Dónde estaba Kyo? ¿Qué había sucedido con él? Una sensación tan desgarradora como la del Hokora lo habitó. Como cuando sintió que lo perdía tras su intervención. Su desvanecimiento se había llevado consigo una parte que Iori jamás pensó que tendría.
Respiró profundo sin escuchar las preguntas a su alrededor. No podía precipitarse a lo peor. Debía calmarse, tenía que ser algo distinto. Los miró directamente.
— Debemos irnos ya. — Apuntó sin mediar más y se dirigió hacia la oscuridad del bosque.
— Este hijo de…— suspiró Benimaru entre irritado y aliviado, tomando camino con los demás.
— Creo que susurro Kyo. —habló Mai un poco más atrás de Nikaido—. ¿Le habrá sucedido algo? Ellos tienen un vínculo extraño...
— Ya lo sabremos al llegar. — apuntó Terry tras todos.
Llegaron a la carretera en un silencio apremiante y Terry arrancó el auto. Pensativo. Alguien los había vendido. O desde el principio habían montado aquello para que fueran a ese lugar.
Dudar de Kaoru y Saito era un pensamiento difícil. Ya que habían dado por sentado que esos Yagami estaban de parte de Iori.
El maldito de Saito tenía mucho que explicarle, pensó Iori. Eso no había sido ningún imprevisto. Los había tenido por días dando vueltas y justo cuando determinaron el lugar y el día…una emboscada. Que buscaba ese maldito espía, se preguntó. Se suponía que durante décadas su lealtad se había mantenido intacta. Pero todo aquello tomaba un segundo matiz al pensar en Kyo. necesitaba saber de él. Miró el celular por quinta vez. Los mensajes que había estado escribiendo dos días atrás, seguían sin llegar.
— Es imposible que haya sido Kaoru. —habló Mai en tono bajo al ver la expresión de preocupación de Benimaru—. Ella no sabría qué día y donde estábamos dispuestos a ir. — apuntó la mujer queriendo dar algo de tranquilidad a su amigo.
— Lo sé…y eso es tal vez lo que más me preocupa... —respondió Benimaru mirando el vidrio. Claramente una traición entre ellos estaba descartada, pero Saito…los Supaida eran los principales sospechosos de hacerles caer en una emboscada. Y tras todo lo que le había informado a este sobre Kaoru, le quedaba una profunda sensación de desasosiego.
El auto surcó la oscura carretera de regreso a Tokio, cada uno sumergido en sus propios pensamientos y especulaciones.
Aquella noche fue tal vez la más fría que había experimentado Kaoru en aquella ciudad. Los distritos industriales siempre estaban llenos de altos pasadizos grises, y la nieve no los hacía más acogedores.
Se apretó la gabardina y caminó acompañada por Majime Kagura y King. No tenía ninguna garantía salvo a ellas dos, que eran más de confianza de Shizuka Kusanagi que suya. Pero su mayor mensaje sería ese, mostrarse totalmente vulnerable, sincera ante aquella mujer. Que pudiera confiar en que sus intenciones eran claras.
La noche estaba avanzada, aunque por la naturaleza de la zona, parecía ya la madrugada.
Se repitió mentalmente lo que planeaba decirle a la madre de Kyo Kusanagi. Deseando no cometer ningún error. De aquel "pequeño" acto de comunicación, dependería todo lo que aspiraba lograr.
Las tres mujeres y dos monjes Kagura, arribaron a una vieja fábrica cerrada. Algunas ventanas laterales estaban rotas y eso hacía que el interior y el exterior no difirieran mucho en temperatura.
Se posicionaron en el centro bajo una tenue luz que había instalado uno de los Kagura. Quedaba una hora para la llegada de la madre Kusanagi. Pero querían esperar por ella, ofrecer una vista completa para los posibles acompañantes de Shizuka Kusanagi. Necesitaba ofrecerle la confianza suficiente y que denotara que no había amenaza alguna, para poder dialogar a solas.
Kaoru miró la nieve retenida en los ventanales del techo y se sentó con ambas mujeres en un silencio tenso y cómplice.
