El día moría en una tarde lluviosa, el frío penetraba hasta los huesos y las palabras salían acompañadas de neblineado aliento. Vahos agitados revoloteaban entre la lluvia, un jadeo constante seguido por un ocasional gruñido de dolor se mezclaba en el avance persecutor.

Qué ironía terminar en territorio Kusanagi perseguido y acorralado como un zorro y no exactamente por agredir a su cachorro Kyo, por ayudarlo. Iori sonrió por lo bajo con amargura mientras tomando impulso entre los quiebres de una piedra ascendente, salto a lo alto de un árbol. Trepo lo más rápido que pudo, lo que su cuerpo herido le permitió y ascendió por una pendiente de roca en las que el árbol tenia ancladas sus raíces.

El movimiento agresivo intensifico la presión en su abdomen, una mancha de sangre aumento de tamaño entre los pliegues de la chaqueta. El dolor agudo drago sus fuerzas y lo hizo jadear un instante contra el suelo.

Una momentánea imagen de Kyo gritando algo inaudible, su rostro angustiado entre las flamas que lamían el techo, ardiendo en la madera, el miedo arañando sus ojos. ¿Porque Kyo Kusanagi, habría de tener tal expresión en ese momento? fue el último pensamiento que cruzo por la mente de Iori justo antes de que el lugar se alejara de la vista y él, en un aura de fuego morado que se extinguía en el descenso, viera la tierra helada que se alzaba para recibirlo. En ese instante todo fue puro instinto. Su reacción rápida para no chocar abruptamente contra el piso, haciendo el giro en medio de la caída para apresar a su atacante, la hoja afilada que penetraba profunda en su costado derecho y el chasqueo ahogado del impacto al amortiguar su caída con el cuerpo de su rival.

Iori regulo su respiración, la tierra tenía un hedor a humedad y pantano. Se sentía estúpido por atraer la atención de los agresores que rodeaban la zona del templo en la que había caído. ¿para qué? ¿darle al maldito de Kusanagi una oportunidad? ¿Para qué sobreviviera? ¿Para que huyera con el objetivo? Iori ya había alcanzado su cometido, había roto el ritual que apresaba la sangre de los clanes, que necesidad tenia de arriesgar una vez más el culo por él…¿mantenerlo vivo con la promesa de matarlo en una pelea equilibrada?

No, eso no justificaba lo que habían hecho juntos, por lo que habían arriesgado sus vidas hombro con hombro. El por qué se hizo una idea insoportable para Iori, no quería pensar, no quería saber la respuesta a esa abnegada necesidad que tenia de ir tras Kyo. Una profunda ira lo invadió repentinamente, y sus pensamientos eran un eco de las voces. Eran enemigos, así debía ser. Todo lo sucedido el ultimo mes solo era algo inevitable, algo que iba más allá de ellos.

– Maldito inútil – gruño Iori recuperando el aliento, soportando las punzadas de dolor al incorporarse.

– Levántate bastardo, un Yagami no puede caer de una manera tan miserable y menos por proteger a un Kusanagi – sus palabras salieron agresivas y ahogadas, tiñendo de fuerza su voluntad. Iori, oculto tras el grueso tronco de un árbol que lindaba el pequeño risco por el que trepo, se incorporó. Sus manos se tornaron llameantes y violetas, luego dispuso su energía en una flama más pequeña, intensificando así su efecto y fulgor.

– Hemos hecho mucho hasta ahora, hemos luchado con fiereza y desesperación, no podemos caer ahora... - sus susurros de dispersaron entre el repiqueteo de la lluvia; Iori levantó lentamente las prendas húmedas y pegajosas por la sangre, dejando expuesta la piel desnuda a la altura de la herida, observó que la hemorragia no parecía estar dispuesta a menguar.

-…más te vale que no mueras o te atrevas a rendirte…Kyo – gruño Iori para sí. El fuego violeta con intensas tonalidades azuladas se acercó a la piel, los dientes de Yagami apretaron con fuerza el cuero de la chaqueta y un olor a carne quemada se evaporó entre la leve densidad del ambiente.

Varias sombras desplegaban su búsqueda alrededor de la zona donde le habían perdido la pista al pelirrojo, mientras en lo alto, tras la maleza que ascendía al resto del bosque, la silueta sigilosa de Iori se desvanecía entre las abruptas sombras del anochecer; su mirada ardía fija en la lejanía, donde el templo en el que había visto por última vez a Kyo, estaba siendo totalmente devorado por las llamas.

Un templo Kusanagi menos en el mundo, no puede ser tan malo, pensó. Se internó con cautela en la profundidad de la lluvia y el bosque, rumbo a las flamas danzantes.