XIII. Flor de limón – Discreción.
«Cuando pierda todas las partidas… cuando duerma con la soledad…
Cuando se me cierren las salidas… y la noche no me deje en paz…
Resistiré erguido frente a todo… Me volveré de hierro para endurecer la piel…
Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte… soy como el junco que se dobla, pero siempre sigue en pie…»
Resistiré (versión México), artistas varios.
Como cualquiera, la joven quería sobrevivir.
El problema era que la llevarían a la guillotina pronto.
No entendía del todo la razón. Había hecho todo bien, después de mucho tiempo de ensayo y error. Lo que menos quería era llamar la atención sobre sí misma, pero hela aquí, muy confundida de cómo pudieron tomarla por la asesina de su señor.
Pero visto desde su perspectiva, quizá los presuntos testigos no podían declarar otra cosa, no hasta haber atrapado al verdadero culpable… al que seguramente ya no buscarían si ella moría.
No veía nada más que tres paredes y unas rejas a medio oxidar, inconsciente del paso de los días. Se estaba resignando a su destino y no tenía forma de comunicarse con nadie en el exterior que pudiera ayudarla.
Lo único que le quedaba por hacer era encomendar su alma a los cielos, por más que los últimos tiempos le hicieran dudar de su fe.
—¿Hola? ¿Eres la amiga de Gauthier?
El nombre le sonaba, así que alzó la cabeza. Había estado acurrucada en un rincón de la celda, así que no era de extrañar que le tuvieran que preguntar su identidad. Eso y que no reconoció al hombre recién llegado, joven y muy bien parecido, ataviado completamente de negro, color que contrastaba con su cabello, de un tono rubio muy brillante, y con sus ojos, de un nítido azul que le recordaba al lago del hogar de su infancia.
Ese cabello no se comparaba al suyo, pero… eso no era pertinente en ese momento.
—Sí —logró musitar, con todo y la garganta seca.
—Me alegra. Me llamo Jean–Louis. Yo… voy a sacarte de aquí, ¿está bien?
Se sintió muy confundida. ¿A quién enviaría su más reciente amigo para…?
Sus ojos se abrieron como platos cuando el tal Jean–Louis sacó una especie de vara, de un material que reflejaba la escasa luz de manera peculiar, y sujetándola cual pluma, pareció escribir algo sobre el gran candado que cerraba su celda.
¿A santo de qué Gauthier había enviado un cazador de sombras?
Sus pensamientos fueron interrumpidos por un sonoro clic y el traqueteo de metal contra metal. Jean–Louis movía el candado, ya abierto, para quitarlo de su sitio.
—Listo —anunció, como si hiciera falta—. ¿Necesitas ayuda para levantarte?
Cualquiera que la viera, habría creído sin más que debía ser levantada en vilo, pero este hombre tuvo la cortesía de preguntarle. A su pesar, debió asentir, abriendo un poco su postura.
—Con tu permiso, conviene que vayas en mi espalda. Requiero las manos libres por cualquier contingencia, por lo que te pido, por favor, te que sujetes lo mejor que puedas.
Asintió lentamente y dejó que Jean–Louis la alzara del suelo, lo cual hizo con mucho cuidado, pero al mismo tiempo, con increíble habilidad. La colocó en posición y ella no tardó en rodearle el cuello y los hombros con los brazos, sin apretar demasiado, pero con toda la firmeza que fue capaz.
—Ahora, iremos algo despacio. Es posible ocultar una presencia, pero no silenciarla totalmente. Después, pasaremos a irnos a un lugar seguro. ¿Tienes alguna pregunta ahora? Deberemos estar callados en nuestro trayecto.
Lo pensó por un momento, porque sí que tenía algo de curiosidad por su presencia allí, pero supo que era irrelevante para obtener libertad, por lo que negó con la cabeza.
—De acuerdo. Vámonos, entonces.
El camino se le hizo muy largo, pero para todo el tiempo que había pasado en aquella celda, le pareció poco. Cuando Jean–Louis fue acercándose a una luz intensa que se agrandaba, supo que era la salida y se alegró por ello más de lo que imaginó.
—Gracias —susurró, entre feliz e incrédula.
Pensó que no volvería a ver la luz del sol, y casi lloró por la alegría de haberse equivocado.
—No te preocupes, es lo menos que podía hacer. Pronto llegaré a la parte en la que podemos hacer ruido, por si tienes alguna pregunta o…
El resto no alcanzó a oírlo, porque toda la angustia y el agotamiento de su encierro parecieron envolverla, dándole un sueño tranquilo que no tuvo durante su confinamiento.
El sol estaba poniéndose cuando despertó. Estaba en una cama, dentro de una habitación sencilla pero elegante, con la única compañía de un hombre de aspecto joven con un inverosímil cuerno rojo en mitad de la frente.
—Buenas tardes —saludó el del cuerno, con una tenue sonrisa—. Jean–Louis me contó dónde te tenían, así que curé las heridas que noté y pediré algo de comer para ti en un momento. Lamento no haber estado cerca cuando te llevaron, pero no cometeré el mismo error de nuevo, querida…
—No.
Era lo primero que pronunciara con ese tono, solemne y firme, desde poco antes de que la encarcelaran. Su papel en el mundo, uno que adoptara para llevar una vida sencilla, le había dejado en claro que no era el más adecuado. No quería destacar, pero tampoco que la tomaran por indefensa y frágil nunca más, no si podía hacer algo al respecto.
Para ello, debería empezar por dejar atrás a la persona que había sido hasta antes de su extraordinaria revelación.
—Por favor, no… Ya no voy a ser esa persona.
—¿Segura? Otros de los nuestros tardan mucho en decidirse por otra identidad.
—En mi caso… Me acabarán ejecutando si llegaran a encontrarme después de…
«Después de fugarme», era lo que quería decir, pero no pudo debido al agotamiento, pero su amigo debió comprenderlo, porque asintió.
—Entonces, ¿quién vas a ser ahora?
Todavía no lo sabía, pero sí tenía una idea de cómo quería mostrarse al mundo: como una persona difícil de ignorar y tan firme como el lago de su niñez al congelarse en invierno, destellando a la luz del sol.
Eso le dio una idea.
—Glace —musitó, convirtiendo sus ojos en trozos de hielo—. Me llamaré… Soleil Glace.
