XIV. Matalobos – Caballero.
«Debes buscarte un nuevo amor… que no guarde sus problemas…
Que no sea como yo… a la hora de la cena…
Que cuando muera de celos él jamás te diga nada… Que no tenga como yo… tantas heridas en el alma…»
Un nuevo amor, Tranzas.
Oficialmente, Yves solo era el acompañante.
Aquello era un evento completamente mundano… en apariencia. La corporación que lo organizó era una que conocía, pues poseía una rama médica y eso era lo suyo, pero de eso a que realmente le interesaran sus proyectos…
De no haber recibido el críptico soplo del informante Poquelin, los otros líderes subterráneos y él ni siquiera estarían allí.
Su tarea allí se mezcló con algo que tal vez, debió ocurrir en otro momento, en cualquier otro lugar menos uno en potencial riesgo de una crisis subterránea, pero ya que todo iba así…
—Estás algo nervioso, Yves.
Para sus adentros, hizo una mueca. Aquello era el eufemismo del siglo.
—Aunque no lo creas, este no es mi ambiente, Arlette.
—Lo sé, me lo advertiste cuando hablamos del evento —la mujer, una colega de Yves y amiga desde hacía tiempo, lucía radiante en aquel sitio, aunque no particularmente cómoda.
—Soy una persona más sencilla cuando se trata de colaboraciones del campo, para ser sincero. A veces estas cosas me parecen muy… ostentosas.
La discreta risa de Arlette animó a Yves un poco, pero no dejó que su guardia bajara por ello. No debían tardar en tener refuerzos, con tal de no pasar por aquello solo con los pocos que lograron entrar allí. ¿Habría llegado el mensaje a tiempo?
—Yves, si me permites un comentario…
—Soleil, con todo el respeto que te tengo, espero que sea pertinente para la situación.
—Depende de qué situación sea la que estés pensando.
—¿Cuál más podría ser?
La Gran Bruja de París arqueó una de sus elegantes cejas, cuyo brillo dorado estaba oculto por un glamour bastante bueno, porque ni siquiera él podía distinguir un atisbo de metálico destello, pero eso era lo último de lo que se estaba preocupando en esos momentos.
—En ese caso, creo que tu comentario debería esperar, querida amiga. Está demasiado concentrado en lo que sabemos para prestar atención a lo mundano.
Si Yves había entendido bien aquello, Claude Sangbleu había lanzado una de sus escasas indirectas justo a su cara, con toda la intención. El líder del clan de vampiros de París podía ser, a veces, así de astuto y certero.
Lo peor es que fue eso lo que le dio a entender lo que quizá, Soleil hubiera podido comentar.
—Con mucho gusto escucharé sobre nuestros asuntos personales fuera de aquí, Soleil. Lamento decirlo, pero el evento me tiene algo entretenido. Como comprenderás, es gaje del oficio.
—¡Oh, por supuesto! Madame… ¿Bernard?
—Mademoiselle, en realidad. Mi divorcio fue hace tiempo, los periódicos llevan la cuenta.
—Disculpe usted, mademoiselle Bernard, es solo que… Hay cierto aire en su porte que…
—Bueno, una vez madame, es difícil volver completamente a lo que se era antes. En su momento, creí casarme con los ojos bien abiertos, pero que nadie me oiga decir aquí algo que sugiera una crítica negativa de mi ex, o los periódicos podrían llevar esa cuenta también.
—Espero que ese ex sepa que perdió a una gran persona.
El comentario de Claude, de nuevo en el blanco, hizo que Yves ya no estuviera tan molesto con él.
—Yves, para la charla de nuestros asuntos personales, ¿de qué tienes humor? ¿Un café turco o un café moellex (1)?
La pregunta, que para Claude y Arlette Bernard sonó completamente aleatoria, para Yves era una clave. Soleil y los chicos de la manada que trabajaban con ella, muy amablemente, se guardaban para sí ese pequeño placer culpable que disfrutaba las pocas veces que iba a tratar asuntos subterráneos en L'Étoile: según el tema, ordenaba una bebida fuerte y aromática (el café turco) o una dulce y suave (un capuccino servido en una taza alta, coronado con diminutos malvaviscos de colores sobre un pequeño montículo de crema batida). En lo personal, no le importaba lo que otros pensaran de lo que solía beber, pero también comprendía la necesidad de conservar una reputación.
—Quizá el segundo, si todo sale bien.
Sí, había que recordar en dónde estaban y por qué. Sus compañeros subterráneos, en sintonía con su pensamiento, asintieron en silencio y llevaron la conversación a temas más triviales, conservando energía para lo que pudiera surgir.
De reojo, Yves vio una sonrisa de Arlette y de verdad, deseó que la noche no acabara de forma abrupta.
(1) En francés, moelleux significa esponjoso.
