XV. Glicina – Pesar.
«Confieso que tuve una pesadilla… soñé que te perdía…
Y no quiero que pase otro día sin que sepas que hay dentro de mi piel…»
Cosas que nunca te dije, Pandora.
Fue el olor a sangre lo que despertó a Claude.
Por lo general, no le importaba dormir de noche si Edward estaba con él. El latido del corazón del cazador de sombras lo guiaba plácidamente al mundo de los sueños, siendo muy rara la ocasión en la que lo asaltara por ello el ansia de alimentarse. Además, aquello solo ocurrió una vez y no quería repetir la experiencia.
Sin embargo, estaba siendo muy difícil el contenerse… al menos hasta que Edward gritó.
—¿Eddie? —lo llamó, estirando una mano hasta posarla en su hombro.
El tacto fue húmedo y espeso, no suave y surcado de finas cicatrices. Eso lo alertó, al mismo tiempo que oía otro grito, igual de agónico que el anterior.
—¡Eddie!
De pronto, Edward dejó de gritar, pero se removió violentamente. Creyendo que era víctima de una pesadilla, ignoró con todas sus fuerzas a sus ávidos colmillos y sujetó su hombro empapado de nueva cuenta.
—¡No! ¡No! ¡Jerry!
Frunció el ceño. Edward rara vez hablaba en sueños. ¿Quién era «Jerry»?
—¡Eddie! ¡Por favor, despierta! Mon Dieu, ¿qué tienes?
Mientras la frase hecha le quemaba con retraso la garganta, Edward se giró y quedó de cara a él, con los ojos llenos de lágrimas y la expresión más desolada que hubiera visto jamás.
—¿Eddie? —pronunció con suavidad, casi con miedo de obtener una respuesta.
Sin pronunciar palabra, Edward se llevó la mano al hombro, donde halló lo mismo que Claude poco antes, provocándole un siseo de dolor y angustia. Apretó los párpados, mordiéndose el labio inferior como evidencia de estar conteniendo otro grito.
—¿Qué sucede? ¿Puedo hacer algo? Eddie, por favor, ¡contéstame!
—Jérôme…
Ay, no, ¿qué le habría pasado a ese inconsciente? ¿No podía estar de días sin salir herido?
—Jérôme… Mi runa…
—¿Cuál runa? Eddie, si llegaste herido y de nuevo no me avisaste…
—¡Algo le pasó a Jérôme, maldita sea! ¿Ves mi runa de parabatai?
Tragando en seco, Claude miró con atención el hombro de Edward, allí donde sabía que destacaba la runa que lo unía a Jérôme Montclaire. Si ese sinvergüenza se había metido en un lío sin necesidad, se las vería con él cuando volviera y…
El pensamiento se detuvo en seco, justo en el instante en que un espasmo sacudía a Edward, poniéndolo pálido y obligándolo a morderse el labio con más fuerza.
—Eddie, si te duele…
—¡Mi runa!
En ese momento, supo que no atendería a razones. Eran contadas las ocasiones en que había visto así a Edward y todas acababan mal para el insensato que no lo escuchaba. Respirando hondo, aunque no le hiciera falta, Claude fijó los ojos en donde le pedían.
Si fuera mundano, podría haberle dado un infarto.
La runa de parabatai casi se había desvanecido y eran sus bordes los que sangraban.
—Se ha ido, ¿verdad?
La voz de Edward salió tan baja y rota, que estuvo a punto de llorar, cosa que no hacía desde que era mundano… y de eso hacían muchas, muchas décadas, cuando su corazón no había pasado por una especie de deshielo cuando se enamoró.
—Lo lamento, Eddie.
En realidad, ardía de rabia contra Jérôme, a pesar de que no debía. Los cazadores de sombras siempre arriesgaban la vida, desde jóvenes, más a últimas fechas, con la amenaza del hijo de Valentine Morgenstern y sus cazadores Oscurecidos. Si Jérôme había muerto, debió ser luchando, tal como siempre aseguró que pasaría, dejando en claro que su intención era proteger el mundo que habitaban sus seres amados.
Aún así, se enfureció con él, por causarle semejante sufrimiento a Edward.
—Tengo que ir al Instituto —dijo Edward entonces, entrecortadamente.
—¡No puedo dejarte salir así!
—¿No lo entiendes? Si llega la noticia al Instituto sin mí allí…
Lo entendió casi de inmediato, pero eso no lo tranquilizó en absoluto.
—¿Dónde está mi teléfono? —preguntó Edward en un susurro.
Claude miró a ambos lados de la cama y halló el aparato en la mesita de noche de su lado. Sin detenerse a pensar en el motivo, tomó el celular y se lo tendió.
—Gra… —una mueca de dolor hizo que Edward apretara los dientes, antes de que pudiera hablar de nuevo—. Gracias. Yo… tengo que avisarle…
—¿A quién?
Otra vez Edward apretó los dientes, pero en su expresión se veía que no era completamente debido al dolor.
—No puedo… —musitó, dudoso.
—¿Quieres que lo haga por ti? Dime a dónde…
—No, no entiendes. ¿Cómo voy a decirle que Jérôme…?
—¿A quién?
Vio a Edward inhalando profundamente. Conociéndolo, seguramente se estaba dando valor.
—Jérôme… Él estaba con alguien.
—¿Estaba con…? ¿Te refieres a salir con una chica?
—Salían… Es decir, ahora mismo, es más que eso.
Claude abrió los ojos como platos. Edward fijó los ojos en él por un momento, antes de desviarlos, por lo que se aclaró la garganta.
—No creas que tengo algo en contra de eso, solo que… me tomó por sorpresa. ¿Quién es?
—Eso es parte de lo que no puedo decir aún.
Claude pensó que era una interesante elección de palabras. Le parecían una señal de que, tarde o temprano, acabaría enterándose de todo, pero quizá… ¿Tal vez no le gustaría? Habría comenzado a preguntar más, pero entonces Edward volvió a llevarse una mano al hombro, por lo que dejó de preocuparse por una persona de quien desconocía el nombre.
—De verdad, podemos arreglarlo si necesitas que alguien más dé el mensaje. Quiero ayudar.
—Lo sé, y te lo agradezco, pero no. Le prometí a Jérôme que ausente él, me haría cargo.
—De acuerdo, ahora intenta calmarte. Es en serio, Eddie, no te voy a dejar salir hasta que te sientas mejor.
Edward asintió, antes de dejar caer la cabeza de vuelta a la almohada, colocándose boca abajo, con los ojos fuertemente cerrados y el dolor marcado en cada uno de sus rasgos.
Entonces Claude no lo sabía, pero pronto lamentaría no haber insistido en saber de los asuntos de Jérôme.
