Depues de mil años, la continuación. Una disculpa...


—¡Maldita sea, por todos los condenados infiernos, maldición! —exclamó Naruto dando una patada a una puerta de una cuadra y lanzando un montón de paja por el aire. Si no la encontraba pronto, se volvería loco. Loco de verdad. El corazón se le aceleraba frenético sólo de pensar en que Rokuidame encontrase a Mei antes que él. Ella le había prometido al duque que mantendría escondida a Hina a cambio de que les dejase vivir en la vieja mansión. Quién sabía de qué sería capaz Rokuidame si descubría que no sólo se habían ido de la casa, sino que iban a asistir a un baile. El duque se había deshecho de la ropa y de las joyas de Mei, y se había pasado los últimos tres años asegurándose de que no le quedaba nada, de que no podía hacer nada. Naruto no podía ni imaginarse qué se le ocurriría a esa mente tan maliciosa para hacerle daño a una mujer tan cariñosa como Mei.

—Nunca te había visto así —le dijo Neji en voz baja.

—¿Así, cómo? —quiso saber Naruto nervioso, apretando con fuerza los puños.

—Así. Tan preocupado por otra persona. Ni cuando te dije que quería cortejar a Ino te pusiste tan furioso. Naruto refunfuñó.

—Es la maldita agua de Kirigakure. No he vuelto a ser el de antes desde que la probé. Creo que me he vuelto completamente loco.

—Sí, querido cuñado, creo que estás loco por ella. —Hyuga le puso una mano en el hombro —. Tenía que pasarte tarde o temprano.

—¿El qué tenía que pasarme tarde o temprano? ¿De qué diablos estás hablando?

—Estás enamorado de ella. Neji le ofreció una sonrisa compasiva al ver que a Naruto le costaba respirar y después se apoyaba abatido en la maltratada puerta del establo. —Sé cómo te sientes. A mí también tuvo que decírmelo otra persona. Creo que a los hombres que se han pasado años disfrutando de los placeres carnales les cuesta más reconocer que su felicidad depende de una sola mujer.

Naruto sacudió la cabeza y lo pensó con detenimiento. Hacía muy poco tiempo que conocía a Mei. ¿Cómo era posible que la amase?

—¿Cómo lo sabes? —le preguntó a Neji—. ¿Cómo puedes estar seguro?

—Cuando estás enamorado, no puedes soportar estar lejos de la mujer que amas. Necesitas sus caricias, su sonrisa, su cariño. La admiras por encima de las otras mujeres; sus defectos te parecen entrañables. Quieres cuidar de ella, protegerla, serlo todo para ella. No puedes creerte lo mucho que la deseas. Te devora por completo y hace que lo que hiciste con cualquier otra mujer parezca ridículo.

—Dios santo. —Naruto se pasó una mano por la cara—. Suena horrible. Y aterrador. —Dejó caer la mano y suspiró—. Y es exactamente lo que siento por Mei.

Neji le dio una palmada en la espalda y señaló fuera del establo. —Entonces vamos a buscarla, ¿te parece? Antes de que te mueras.


—Oh, es precioso —suspiró Hina pasando las manos con reverencia por las perlas que había bordadas en las mangas del vestido de Mei—. Nunca había visto un vestido tan bonito.

Mei observó su reflejo con alegría y miedo al mismo tiempo. El vestido de seda era de un precioso color verde que conjuntaba muy bien con sus ojos y que resaltaba el color de su pelo.

—No puedo...

—Tonterías —la interrumpió Ino, resplandeciente con un vestido de seda color malva—. Este vestido te queda mucho mejor a ti que a mí. Tienes que ponértelo.

Mei se dio media vuelta y cedió al impulso de abrazar a la hermana de Naruto.

—Muchas gracias. —Se había pasado toda la tarde distrayendo a Hina y ayudando a todo el que la necesitaba, y no había tenido tiempo de ver a Naruto. Le echaba mucho de menos. Y le gustaba pensar que cuando la viera estaría tan guapa como ahora, vestida con ese vestido de color verde que se parecía tanto a la bata que llevaba la primera vez que hicieron el amor. También estaba dispuesta a reconocer que lo que sentía por el atractivo conde era cada vez más profundo. Se había pasado unas horas sin verlo y se sentía a la deriva. Mei se preguntaba dónde había estado Naruto todo el día, qué había estado haciendo, si había pensado en ella y la había echado de menos, aunque fuese sólo un poco.

—No puedo esperar a que Naruto te vea —dijo Ino con una sonrisa—. He esperado tanto tiempo a que se centrara y encontrase una pareja estable.

—¿Centrase? —le preguntó Mei.

—Sí- Ino movió una mano para quitarle importancia al comentario—. Se ha pasado la vida saliendo de un lío para meterse en otro. No me malinterpretes, es muy inteligente y tiene muy buen corazón. Sencillamente, tiene la costumbre de saltar antes de mirar. Dice y hace cosas sin pensar en las consecuencias, y después se arrepiente. A lo largo de los últimos años ha hecho un esfuerzo para cambiar, pero quizá todavía le falten unos años para que sea lo que se llama un hombre de fiar. En un par de ocasiones me he preguntado... —sacudió la cabeza—. Pero tú eres una mujer sensata, se te ve segura de ti misma y muy centrada, y es obvio que Naruto está prendado de ti. Serás una buena influencia para él. Lo sé.

Mei frunció el ceño e intentó encajar la descripción que había hecho Ino de Naruto con el hombre que había visto ella, fuerte y con recursos.

—¿Bajamos a cenar, señoritas? —preguntó Ino deteniendo las preguntas que Mei iba

a formularle.

—¡Oh, sí, vamos! —exclamó ansiosa Hina.

Mei se sacudió de encima aquella extraña sensación y miró a Hinata. Con ese vestido azul, su piel resplandecía a la perfección. Pero le faltaba algo, y por mucho que lo pensaba no lograba recordar qué era.

Cogieron los guantes largos que les había dejado preparados la doncella Ino en el vestidor y se dirigieron a la escalera. Varios invitados estaban saliendo también de sus habitaciones y Mei observó sus atuendos con detenimiento para ver qué estaba de moda. Una joya captó su atención cuando una baronesa caminó bajo una luz, y de repente recordó qué le faltaba al vestido de Hoja.

—Seguid, por favor —les dijo deteniéndose en medio de la escalera—. Me he olvidado algo. Hina frunció el ceño.

—¿De qué se trata?

—El broche de diamantes que queda tan bien con este vestido.

—¿Me dejarás ponérmelo? —Hina abrió los ojos.

Era una de las pocas joyas que le quedaban a Mei, y una de sus preferidas.

—Por supuesto. La verdad es que el vestido parece desnudo sin él. —Y la realidad era que Hina tenía muy pocas probabilidades de volver a asistir a un baile como ése. Mei quería asegurarse de que la joven disfrutase de cada momento al máximo.

—Bueno, si es así, deberías ir a buscarlo —sugirió Ino con una sonrisa.

—Seguid sin mí, por favor —pidió Mei—. Tienes que atender a tus invitados, y Hina está impaciente. No quiero retrasaros.


Las otras dos mujeres siguieron avanzando y Mei se levantó la falda para volver corriendo a su dormitorio. Seguro que Naruto la estaba esperando abajo, y ella estaba impaciente por verlo. Todavía tenían mucho que aprender el uno del otro; quería preguntarle muchas cosas. Cogió el broche y lo guardó en la palma de la mano; salió del dormitorio y cerró la puerta.

—Creía que eras tú.

Se tensó al reconocer la voz que tenía a su espalda.

—Sólo una mujer de tu clase es capaz de correr por un pasillo como si fuese una cualquiera. Respiró hondo y dio media vuelta.

—Buenas noches, excelencia.

El duque de Kirigakure sonrio y fingió hacerle una reverencia.

—Buenas noches, excelencia.

—Detesto que me llames así —dijo ella entre dientes recorriéndole con la mirada. Estaba igual que la última vez que lo vio un año atrás. Seguía siendo guapo con su pelo azul y los ojos casi negros, unos ojos que no desprendían el calor que brillaba en los de Naruto. Hubo una época en la que Chōjūrō le había parecido atractivo, y ahora no podía evitar preguntarse por qué.

—Yo detesto que te casases con mi padre. Supongo que hay cosas que no pueden cambiarse. - Como nuestro acuerdo. —Dio un paso hacia ella—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Lo que me da la gana —le contestó con la cabeza bien alta. Chōjūrō se rio, una risa vacía y sin humor.

—¿Al final has decidido convertir al viejo en el hazmerreír de la alta sociedad? —Entrecerró los ojos—. No permitiré que mancilles el apellido de Rokuidame.

Mei se obligó a no dar un paso hacia atrás. Cualquier signo de debilidad que mostrase encendería la ira de Chōjūrō.

—Nadie sabe quién soy.

Mei —se oyó una voz suave por el pasillo—. ¿Estás bien? Giró la cabeza hacia Hina y consiguió sonreírle para tranquilizarla.

—Estoy bien. Vuelve abajo, por favor.

Chōjūrō miró por el pasillo y su rostro se enrojeció por la furia. Levantó una mano y cogió el brazo de Mei con mucha fuerza.

—¿Has traído a la bastarda a una fiesta? ¿Acaso te has vuelto loca? Hina gimió asustada y giró sobre sus talones para salir corriendo.

Furiosa, Mei abofeteó a ROkuidame y maldijo en silencio el guante, que le impidió sentir el escozor en la piel.

—Suéltame. Me pones enferma.

—Y a mí me pone enfermo ver a ese engendro vestida de gala mezclándose con la alta sociedad —escupió él.

—¡Ella no es ningún engendro! Hinata es la única cosa decente que has hecho en tu lamentable vida. Y a cambio de tu desprecio, ella se ha pasado todos estos años encerrada en una casa. Ha sacrificado su infancia, la posibilidad de hacer amigos. ¿Qué más quieres?

—Que sepa qué lugar le corresponde, algo que al parecer tú nunca has aprendido.

—Yo también me he escondido —discutió—. Nadie sabe quién soy ni se sabe quién es Hina. Ignóranos y nadie se dará cuenta de nada.

Tiró de ella hacia él, cerniéndose igual que un espectro.

—Quiero saber por qué estás aquí, qué es lo que pretendes. ¡Y quiero saberlo ahora! Si pretendes extorsionarme, te digo ahora mismo que me niego a darte un céntimo más del que te corresponde.

—Suéltela, excelencia. —La voz que sonó ahora por el pasillo también era suave, pero no dejaba lugar a duda de que era una amenaza.

Mei giró la cabeza y vio a Naruto acercándose cual depredador. Tenía los hombros echados hacia atrás y la mandíbula apretada, y parecía listo para hacer daño a alguien. Se quedó sin aliento. Sencillamente no podía pensar en el efecto que le produjo verlo vestido de esa manera, de blanco y negro, y tan furioso. Estaba impresionante. El duque, ajeno al peligro que corría, ni siquiera lo miró.

—Esto no es asunto tuyo, Uzumaki.

—Yo de ti le escucharía, Chōjūrō —murmuró Mei, pues estaba convencida de que a Naruto no iba a importarle lo más mínimo el peso del título de Rokuidame e iba a protegerla.

Al notar que ella se relajaba, Chōjūrō se tensó y miró a Naruto.

—¿Qué quieres?

—Para empezar quiero que sueltes a mi prometida. Y después quiero que te alejes de ella y que sigas con tus asuntos.

Mei suspiró atónita. Y entonces el corazón le latió tan rápido que se mareó. Chōjūrō la miró con las cejas en alto.

—¿Vas a bajar el listón, Mei? Aunque bueno, supongo que al menos el conde no está en su lecho de muerte.

—Vete al infierno —lo maldijo y tiró del brazo. Una cosa era que Naruto quisiera rescatarla y otra muy distinta mentirle al duque de Rokuidame. Eso sólo podía traerle problemas.

Chōjūrō la soltó y dio un paso hacia atrás.

—Quiere tu dinero, Uzumaki. Es la mujer más mercenaria que he conocido. ¿No sabes nada sobre ella? ¿Sobre su pasado? ¿Nada en absoluto?

Naruto se detuvo a escasos centímetros de Chōjūrō.

—Lo sé todo de Mei y de Hina y sobre esa mansión decrépita. Ya no son responsabilidad tuya, yo me haré cargo de ellas. Lo único que tienes que hacer tú es devolverle a Mei su dote, y yo lo pondré a nombre de Hina para que sea suya, tal como era la intención de tu padre.

Chōjūrō esbozó una sonrisa.

—Ah, entiendo. Hacéis muy buena pareja.

—¿De qué estás hablando? —le preguntó enfadada Mei.

—Todo esto es por el fondo de viudedad, Mei querida. —Volvió a mirar a Naruto—. Deberías saber, Uzumaki, que la cantidad es ridícula. No basta para mantener tu lujoso estilo de vida. Y mucho menos da para apostar. -Naruto se tensó.

—El dinero no tiene nada que ver con esto.

—Para Mei sí —dijo el duque—. Para Mei el dinero siempre tiene que ver. —La miró—. ¿Sabes algo acerca de tu prometido, querida? ¿Te ha contado que se jugó hasta el último penique de la fortuna de los Uzumaki? Tuvo que venderle su hermana a Hyuga para saldar la deuda. ¿Por qué si no crees que la hija de un conde se casó con un bastardo?

De repente Mei tuvo ganas de vomitar de verdad, se llevó una mano al estómago y presionó para contener las náuseas.

—Lady Ino se casó con Hyuga porque quiso —dijo Naruto entre dientes.

—Iba a casarse con un marqués —siguió Chōjūrō metiendo el dedo en la llaga al ver la reacción de Mei—. Pero lord Fontaine la abandonó cuando se dio cuenta de lo arruinado que estaba Uzumaki.

—¡Mentira! —Naruto apartó la mirada, tenía el rostro encendido y los puños apretados. Chōjūrō arqueó una ceja.

—¿Acaso estás insinuando que no estuviste a punto de perderlo todo por culpa de las deudas? La expresión de Naruto podría haber estado esculpida en mármol.

—Eso sucedió hace mucho tiempo.

—Hace apenas unos años, si no me falla la memoria. —La sonrisa del duque estaba llena de malicia—. Bueno, creo que voy a unirme a la fiesta, no quiero entreteneros más. Felicidades, Uzumaki. Mei, esperaré a recibir tu carta para saber dónde tengo que mandar la pensión. Y dado que no te hará falta la mansión, me ocuparé de hacer los arreglos necesarios para venderla.

Chōjūrō se alejó dejando la destrucción tras él.

Naruto estaba tan furioso que durante un segundo apenas pudo pensar. Cuando Hina chocó con él en la escalera y le dijo que su padre estaba amenazando a Mei, la rabia que sintió casi lo sobrepasó. Si le hubiese quedado alguna duda acerca de lo que sentía por ella, se le habría disipado al instante.

—¡No tendrías que haberle dicho a Chōjūrō que estamos comprometidos! —gritó Mei—. Se lo contará a alguien sólo para avergonzarte. Esto es un desastre.

Naruto se acercó a ella para consolarla. Mei estaba alarmantemente pálida y tenía los ojos rojos de la tensión.

Intentó bromear para aligerar el ambiente y se llevó una mano al corazón con un suspiro exagerado.

—¿Sabes? Cualquier hombre se sentiría mortalmente herido si su propuesta de matrimonio recibiese esta respuesta.

Ella se tensó.

—Tienes que bajar de inmediato y arreglarlo. ¿Qué dirá tu familia cuando se entere?

—¿Felicidades? —Naruto se golpeó el mentón como si hubiera tenido que pensarlo.

—Eres imposible. Lady Ino ya me ha advertido de que eras un irresponsable y que te lanzabas de cabeza a cualquier situación. Pero hasta ahora no tenía ni idea de a qué se refería. — Intentó esquivar a Naruto, pero él le interceptó el paso—. Naruto, los invitados sospecharán si nos quedamos aquí toda la cena.

—Tal vez, pero la gente que hay abajo no se escandaliza fácilmente. —Al ver que ella enarcaba una ceja se lo explicó—: Ino y Neji llevan años viviendo al margen de la alta sociedad. Sólo la gente más atrevida y licenciosa se atreve a tener amistad con ellos. Chōjūrō está aquí sólo porque quiere que Hyuga se asocie con él, mi cuñado tiene un don casi diabólico para hacer dinero.

Mei ladeó la cabeza y miró a Naruto, y todo su cuerpo se tensó expectante, igual que un pájaro antes de alzar el vuelo. A Naruto se le cayó el corazón a los pies. A ella no parecía haberle gustado lo más mínimo su propuesta de matrimonio.

Un horrible presentimiento le atenazó el estómago, pero se obligó a preguntarle:

—¿No crees que deberíamos hablar de mi proposición?

Mei dio un paso hacia atrás con los ojos abiertos y asustados.

—¡Cielo santo, lo has dicho en serio!

Naruto se acercó a ella. El corazón le latía tan rápido que estaba al borde del pánico.

—Tú tienes miedo de que mi afecto sea temporal. Te preocupa que te deje de lado y que te abandone a ti y a los tuyos. He encontrado una solución: si eres mi esposa, tu seguridad estará garantizada.

Mei negó con el gesto.

—Apenas nos conocemos.

—Yo creo que nos conocemos muy bien. —Se acercó a ella y buscó su mano, pero ella no fue a su encuentro—. ¿No sientes nada por mí, Mei? —le preguntó en voz bja—. ¿Ni siquiera un poco?

Ella le apretó la mano que él había cogido.

—Por supuesto que siento algo por ti, Naruto, mucho. Pero...

—Te he estado buscando toda la tarde.

—¿Ah, sí? —Mei empezó a temblar.

—Sí. —Levantó la mano de ella y la colocó encima de su mejilla, odiando el guante que separaba sus pieles de la caricia—. Necesitaba encontrarte para advertirte de la presencia de Chōjūrō, pero tú no parabas de ir de un lado para el otro y no lograba alcanzarte. Lo cierto es que estaba desesperado por dar contigo.

—Naruto...

Él movió el rostro bajo la palma de ella.

—Te he estado esperando en tu habitación casi una hora. ¿Adónde has ido al salir del establo?

—Yo... estaba en la habitación de Ino.

—Ah... Estaba muerto de preocupación. No podía soportar la idea de que tuvieras que enfrentarte sola a Chōjūrō.

—Oh, Naruto... —Dobló los dedos y le acarició la mejilla—. Estoy acostumbrada a cuidarme sola.

Él se inclinó en busca de la caricia, del calor que atravesaba el guante y le quemaba la sangre. Ninguna otra mujer le afectaba como Mei.

—No es un signo de debilidad necesitar a alguien, confiar en alguien que te cuida y se preocupa por ti. Debilidad es necesitar a esa persona y seguir sufriendo porque eres incapaz de pedirle ayuda.

Los ojos verdes que tanto adoraba se llenaron de lágrimas.

—Pero yo no puedo confiar en ti, Naruto. No te conozco lo suficiente. En la última media hora he descubierto cosas que me han sorprendido y afectado profundamente. Y no me refiero sólo a lo que ha dicho Chōjūrō, sino también a lo que me ha contado Ino.

Un dolor agudo y descarnado le atravesó al instante y Naruto cerró los ojos.

—Por favor, no digas eso —murmuró con la voz rota, abrazándola a él, necesitado la cercanía física porque sentía que se estaba alejando—. No me juzgues por mi pasado.

—No sólo están en juego tu vida y la mía, Naruto. Dentro de un tiempo te arrepentirás de haberme pedido que me case contigo. Te darás cuenta de que no soy la mujer adecuada para ti. El peso de mis responsabilidades te abrumará y terminarás odiándome. Carezco de la educación adecuada para ser condesa. Yo...

Naruto la silenció con un beso, y no la dejó seguir. Los labios de Mei se fundieron con los de Naruto, que gimió y aprovechó ese instante para acariciarle la espalda hasta que ella suspiró. Entonces Mei le devolvió el beso con la misma pasión. Lo besó como si fuese la última vez, como si no pudieran volver a besarse nunca más. Lo abrazó y lo acercó a ella. Los labios carnosos que Naruto tanto adoraba se movieron frenéticos bajo los de él y le obligaron a que el deseo que ardía en su cuerpo alcanzase el mismo nivel que la ira y el miedo que sentía, que los sobrepasase.

Naruto se apartó y apoyó la frente empapada de sudor en la de ella.

—¿De qué tienes miedo? —le preguntó en voz baja—. ¿De que te deje, de que te abandone? Yo no soy Chōjūrō. No te arrebataré lo que te pertenece ni me llevaré nada, nunca te dejaré indefensa.

—Yo..., yo no tengo miedo.

—Sí que lo tienes. Tienes miedo de confiar en mí. Tienes miedo de tener esperanzas. Tienes miedo de amar.

—Naruto...

—¿Acaso te he fallado alguna vez, Mei? ¿Te he prometido algo que no haya cumplido?

—Todavía no, pero...

—Todavía nunca. Una de dos, o confías en mí y crees que estaré a tu lado, que seré un buen marido, que te amaré y que te cuidaré... O confías en mí o no.

Mei se apoyó en él y Naruto la necesitó y la aceptó. La abrazó con fuerza hasta que eliminó el espacio que había entre ellos. Aguantó la respiración y esperó.

—Tienes que entenderlo, por favor –le suplicó ella—. Soy responsable del bienestar de Hina y del de los demás. Tengo que tomar la decisión basándome en la cabeza, no en el corazón.

Naruto retrocedió en cuanto comprendió lo que le estaba diciendo.

—Me has rechazado. —La voz estaba llena de dolor, era apenas un susurro. El corazón le dolió al alejarse de ella. Tocarla, algo que siempre había necesitado, ahora de repente le dolía.

Naruto intentó recuperar el aliento; no sabía qué hacer para borrar la mirada de desolación que vio en los ojos de Mei. Estaban inundados de tristeza. Le había dicho adiós con los ojos, igual que con el beso. Y entonces se dio cuenta de que no podía decir nada para convencerla. El miedo de Mei era demasiado poderoso. Él le había pedido matrimonio y ella seguía sin poder confiar. Sacudió la cabeza y se dio media vuelta, se le había cerrado la garganta. Caminó por el pasillo, ansioso por alejarse de ella y de la agonía que le estaba retorciendo las entrañas y pegándose a su interior.

—¡Espera! —gritó ella—. Por favor, no te vayas. No te vayas así.

Naruto sabía que ella iría tras él, igual que había hecho otras veces, así que aceleró el paso. Dejó a Mei atrás, como al sueño que había tenido de ser feliz. No dio media vuelta. No podía.

La amaba demasiado.


Y en este capítulo siempre odiare a Mei...