Esta historia es una adaptación del libro Relaciones Escandalosas de: Sylvia Day del 2014. La adaptación la hago sin ningún afán de lucro, solo porque es de mi agrado imaginarlo con los personajes de Naruto.

-El primer Relato es: La apuesta de Neji y sus protagonistas son Neji Hyuga e Ino Uzumaki :) Ya está terminada esa parte de la historia, pueden checarla en mi perfil se llama Relaciones Escandalosas jeje

-El segundo relato: Placeres robados... SASUSAKU sobre piratería y pasiones tan revolucionarias que te obligan a dejar el mundo que te gusta para volver a aquel que te ha hecho pedazos.

-Este es el tercer relato: Su loca excelencia, un relato tan lleno de misterios y enredos.

-NO OLVIDEN LEER LOS COMENTARIOS FINALES-


SU LOCA EXCELENCIA

Debyshire, diciembre de 1814

"Cochambrosa"

Para Naruto Uzumaki ése era el mejor adjetivo para describir la mansión que había en lo alto de la colina. En circunstancias normales, el blanco inmaculado de la nieve fresca dotaba de cierta paz y tranquilidad cualquier paisaje, excepto el que Naruto tenía ahora delante. Ni siquiera la belleza del invierno podía ocultar el pésimo estado de conservación en que se encontraba el lugar.

Dudó un instante y resopló molesto por tener que acudir a una finca tan decrépita. Las nubes que se cernían en lo alto de su cabeza no auguraban nada bueno y el cielo también se estaba oscureciendo por otra razón: el día había llegado a su fin. Si retrocedía por donde había venido, tendría que enfrentarse a la nieve sin una antorcha, así que se obligó a seguir. Si la situación no fuera tan extrema, cabalgaría en busca de una casa cuyo aspecto le resultase más acogedor, pero estaba desesperado y, a juzgar por el humo que salía por una de las chimeneas, la mansión estaba habitada. Tenía la ayuda al alcance de la mano y no podía ignorarla, por mucho que lo desease.

Ató las riendas de uno de los preciosos caballos que habían tirado de su carruaje a la anilla de metal que colgaba de un pilar cercano. Éste había sujetado antaño una verja, que ahora brillaba por su ausencia. Una de las puertas de la antigua verja seguía precariamente en pie y la otra yacía tumbada en medio del hielo.

—Espantoso —farfulló Naruto a su caballo mientras se abría paso por la abertura y enfilaba el camino que conducía a la mansión.

Observó los alrededores con morbosa fascinación. Le resultó muy fácil imaginarse lo magnífica que habría sido esa propiedad antaño, una mansión que probablemente había llenado de orgullo a sus aristócratas ocupantes. Pero el destino había asestado un golpe cruel a su noble propietario y al resto de su familia. Era obvio que hacía años que nadie se ocupaba del lugar. Las enredaderas llevaban muertas desde hacía tiempo y se aferraban a los ladrillos del exterior. Partes que antes debían de haber resplandecido cubiertas de pintura estaban ahora resquebrajadas y secas. Se levantó viento y suaves copos de nieve revolotearon por encima de las botas Hessians de Naruto . El pelo le tapó la frente; el sombrero hacía rato que lo había perdido en una zanja. La tormenta no tardaría en llegar. Alargó sus pasos, tenía que darse prisa.

Llegó a la puerta y levantó el maltrecho picaporte en forma de cabeza de león. El sonido resonó escabroso y Naruto sintió un escalofrío. ¡Era conde, por Dios! Ostentaba el prestigioso, aunque algo escandaloso, título de conde de Uzumaki, un apellido antiguo que acarreaba riqueza y prestigio. Ello debería colocarle por encima de esos miedos infantiles pero, a decir verdad, la mansión parecía estar encantada y el terrorífico ambiente que la rodeaba le daba muy mala espina. La puerta se abrió chirriando y con extrema lentitud, y Naruto estuvo a punto de salir corriendo sin importarle la maldita tormenta. Apareció un mayordomo encorvado y tan decrépito como la mansión en la que servía.

—¿Sí? —le preguntó el anciano de voz grave. Naruto le entregó su tarjeta de visita.

—¿Está el señor en casa?-

El mayordomo entrecerró los ojos para adivinar la caligrafía. Se acercó la tarjeta a un ojo que le sobresalía y después bajó la mano con un bufido. El sirviente señaló detrás de Naruto.

—Le encontrará en el cementerio que hay detrás de usted.-Antes de que Naruto pudiese reaccionar, la puerta empezó a cerrarse en sus narices.

Recurriendo a su agilidad pugilística, entró en el salón antes de que la hoja alcanzase su destino. El mayordomo se giró, chocó contra el torso de Naruto y gritó aterrorizado. Naruto miró el cielo, resignado, y tranquilizó al anciano.

—Escúcheme, amigo. Yo tengo tan pocas ganas de quedarme aquí como usted de que me quede, pero necesito ayuda. Si me la presta, probablemente pueda seguir con mi camino.-El mayordomo lo observó de cerca con su enorme ojo azul.

—¿Qué necesita, amigo?-

—Puede dirigirse a mí como «milord» –lo corrigió Naruto mirando la tarjeta de visita que ahora estaba arrugada entre los dedos del otro hombre.—. ¿Cómo se llama?-El sirviente se tensó.

—Artemis.-

—Muy bien, Artemis. ¿Hay alguien más aquí, algún otro hombre? — Naruto miró a su alrededor—. Hombres con cierta fuerza física, quiero decir. Artemis estudió a Naruto con descarada suspicacia.

—Kabuto es un chico muy fuerte que suele estar por los establos. Y Toby normalmente ayuda en la cocina.-

—Excelente. —Naruto suspiró aliviado—. ¿Y sería posible encontrar algún caballo decente por aquí? —A medida que terminaba la pregunta, supo que estaba pidiendo demasiado, teniendo en cuenta el estado en que se encontraba la mansión.

—¡Por supuesto! —exclamó ofendido el anciano—. Su excelencia tiene los mejores caballos que ha visto nunca.-

Naruto se detuvo un instante y diseccionó la información que había conseguido reunir hasta el momento. Su excelencia estaba en el cementerio, por lo que su otra excelencia debía de ser viuda. No había muchas duquesas en la alta sociedad, y muy pocas eran viudas, y la única que podía ser la propietaria de esa ruinosa finca era...

—¿Su loca excelencia? —¡Joder, qué mala suerte!

—Tranquilo —advirtió Artemis—, aquí no nos gusta que la llamen así.- Naruto se aclaró la garganta. Iba a irse de allí. Ahora mismo.

—Bueno, estoy seguro de que a su excelencia no le importará prestarme uno de sus...-

—No puede entrar aquí y coger uno de los caballos de su excelencia como si nada. —El mayordomo se irguió tanto como pudo—. ¡Primero tiene que pedírselo!-

—¿Pedírselo a ella? Dios santo, ¿su excelencia vive aquí? —Ese lugar no era apropiado para nadie, humano o animal, y mucho menos para una duquesa.

—Claro. ¿Dónde iba a vivir si no? —Artemis sorbió por la nariz. Naruto arqueó una ceja.

—Claro, ¿dónde iba a vivir?-

—Venga conmigo, capitán —le dijo el sirviente cogiendo un candelabro para iluminar el camino—. Puede esperar en el salón mientras le digo a su excelencia que está aquí.-

Abrió la doble puerta que tenía a la derecha y le indicó impaciente que entrase, le pasó el candelabro sin ningún reparo y se fue. Naruto se adentró en la habitación y giró sobresaltado cuando la puerta se cerró de golpe tras él.

—Un servicio pésimo —farfulló mirando a su alrededor.

No había ninguna otra vela encendida y la chimenea estaba apagada. Todos los muebles estaban cubiertos con sábanas llenas de polvo. Incluso el retrato que colgaba encima de la chimenea permanecía oculto. Naruto dejó la única fuente de luz que tenía encima de la mesa y se dispuso a encender el fuego. Sin dejar de quejarse por todo, inspeccionó el cubo del carbón y le sorprendió comprobar que estaba lleno. En cuestión de minutos tuvo el fuego encendido. Se incorporó y se limpió las manos en la sábana cubierta de polvo que tenía más cerca. «De todos los sitios donde podría haber ido a parar, ¿por qué he tenido que venir a éste?» Naruto se frotó el entrecejo e intentó recordar qué había oído acerca de la duquesa viuda de Kirigakure. El viejo duque había escandalizado a todo el mundo fugándose pocos años atrás con la que se convirtió en su segunda esposa. Y entonces el duque provocó otro escándalo aún mayor muriéndose apenas unas semanas después de la boda. Se había especulado muchísimo acerca de si la nueva duquesa había tenido algo que ver con el fallecimiento de su esposo. El nuevo duque de Kirigakure se distanció de inmediato de su madrastra y la instaló en una de sus propiedades más alejadas, donde se rumoreaba que se pasaba el día asustando a sus desafortunados visitantes, como Naruto, por ejemplo. El extraño comportamiento de la duquesa había logrado que se ganase el apodo de su loca excelencia.

Un ruido extraño captó su atención y lo alejó de sus pensamientos. Naruto aguantó la respiración al notar que se acercaba hacia él a medida que subía de volumen. La puerta se abrió, las bisagras chirrearon por falta de aceite y la porcelana tintineó. Abrió los ojos atónito ante la visión que apareció en sus ojos. Una joven de brazos delgados sujetaba una pesada bandeja con un servicio de té. Las piezas que formaban la vajilla no se mantenían firmes y se tambaleaban peligrosamente en la bandeja. Naruto no había visto nunca nada tan lamentable y aguantó el aliento convencido de que de un momento a otro las tazas, los platos y la tetera irían a parar al suelo. Ella sollozó de repente, y el sonido hizo reaccionar a Naruto y ponerse en acción. Eliminó el espacio que los separaba, le cogió la bandeja de las manos y la dejó en la mesa. Después se giró hacia la doncella y vio que temblaba de la cabeza a los pies, como si estuviese de pie dentro de un carruaje atravesando un camino lleno de baches. Era guapa, aunque de un modo sencillo y sin aspavientos, con el pelo castaño que revoloteaba alrededor de su rostro y los ojos de un azul muy pálido. Le ofreció una sonrisa tan trémula como el resto de su cuerpo.

Naruto escondió su propia reacción con experto disimulo y llegó a la conclusión de que la joven debía de sufrir alguna afección nerviosa. Era comprensible, teniendo en cuenta el lugar donde vivía y cómo se ganaba la vida. Ella tartamudeó algo incomprensible, se inclinó de un modo extraño haciendo algo que pretendía ser una reverencia y salió corriendo del salón como si Naruto tuviese una enfermedad contagiosa. Sacudió la cabeza confuso. ¿Todos los sirvientes de esa casa estaban mal de la cabeza?

Desvió la mirada hacia la bandeja y comprobó aliviado que el té estaba a salvo. Se lo sirvió y lo bebió, agradecido de quitarse de encima aquel frío que le había calado hasta los huesos.

Estuvo esperando mucho rato; casi había vaciado la tetera cuando la puerta volvió a abrirse. Naruto giró el rostro en busca de la nueva visita y quedó tan fascinado con la elegancia de movimientos de la recién llegada que se olvidó de dejar la taza en el plato y se limitó a mirarla. Iba vestida toda de negro, de la cabeza a los pies, ocultaba el rostro tras unas puntas de seda. La duquesa entró apresurada y se detuvo del mismo modo. Se quedó a unos pasos de distancia. Era bajita y delgada. El vestido que llevaba se confundía con las sombras del salón y, por culpa de eso, Naruto apenas podía verla, pero había algo en ella que le impactó. Su cuerpo reaccionó tensándose, endureciéndose, y los dedos con los que sujetaba la taza ejercieron demasiada fuerza sobre la cerámica. El sudor le empapó la frente a pesar del frío. Aquel estado no se debía a los nervios ni tampoco al miedo. No, se debía a algo mucho peor...

Dios santo, ¡se estaba excitando!

Miró horrorizado la taza de té que tenía en la mano y llegó a la conclusión de que la locura debía de contagiarse a través del agua. Naruto soltó tan rápido la taza en el plato que el líquido que quedaba se desbordó y manchó el mantel polvoriento que había en la mesa.

—¿Le pasa algo malo al té? —le preguntó la duquesa con la voz amortiguada por el velo.

—No. —Sacudió la cabeza—. Siento haber...-

—¿Qué quiere? —le interrumpió de repente.

—¿Disculpe? —Él, el hombre de agudo ingenio y respuesta sarcástica inmediata, no sabía qué decir. Su cerebro todavía estaba intentando entender por qué su cuerpo estaba desesperado por poseer a esa mujer tan mayor que probablemente estaba chiflada.

—¿A qué ha venido? —repitió despacio, como si fuese él quien sufriese alguna enfermedad mental—. ¿Qué ha venido a buscar?- Naruto intentó centrarse.

—A mi carruaje se le ha roto una rueda al quedar atrapado en una raíz. Necesitaría utilizar sus...-

—Lo lamento mucho, pero no puedo ayudarlo. —Salió del salón tan rápido como lo había hecho antes la doncella.

Atónito, Naruto supo sin lugar a dudas que algún veneno muy potente contaminaba el agua de esa zona. No había otra explicación posible. Acalorado, desorientado y cada vez más enfadado, se acercó a la puerta y la abrió de golpe, y siguió a la mujer vestida de negro que se alejaba corriendo.

—Oh, excelencia —la llamó con fingida cortesía—. Si me permite un momento más, por favor.- Ella aceleró el paso. Y él también. Las piernas de Naruto eran más largas.

Ella llegó a la escalera y se sujetó la falda. Naruto se lanzó hacia delante para agarrarla por el codo. Ella se sobresaltó. Él también, pero consiguió disimularlo. El brazo que estaba tocando era firme y podía sentir su curva bajo los dedos. No era para nada como se lo había imaginado.

—Tal vez me ha malinterpretado —le dijo Naruto cortante cuando ella giró el rostro oculto tras el velo hacia él—. No se lo estaba pidiendo.-Ella se tensó. —Usted está enferma, eso lo entiendo. —Entrecerró los ojos en un intento de vislumbrar el rostro de ella a través del velo—. Me imagino que no es consciente de que se está acercando una tormenta y que éste es uno de los inviernos más fríos que se recuerdan. Mi sirviente se ha roto el brazo al caer del carruaje y uno de mis caballos cojea...-

—¿Cojea? —repitió tensa.-

«¡Ah!» De repente recordó que el viejo Artemis le había dicho que su excelencia adoraba los caballos. Y siendo un cretino como era, Naruto no dudó en aprovecharse de ello.

—Sí, cojea. Estoy seguro de que el animal se recuperará si recibe la atención adecuada y descansa un poco. Igual que el lacayo, si también recibe atención y descansa. —Le soltó el brazo y dio un paso hacia atrás, decidido a perseguirla si volvía a huir—. No he tenido tiempo de encontrar otro lugar al que acudir, excelencia. Soy el conde de Uzumaki, no un vulgar ladrón que ha venido a robarle. Le devolveré los caballos en cuanto pueda, puede contar con ello.-

Ella se quedó en silencio un largo rato. Naruto pensó que se debía a que el malogrado cerebro de la dama tardaba su tiempo en formular una frase. Por fin asintió, insinuándole con el gesto que iba a ayudarlo, y después subió la escalera con una agilidad nada propia de una mujer de su edad. Aliviado, Naruto se dio media vuelta y llamó a Artemis. No tenía ni idea de si la locura era permanente o transitoria, pero en ningún caso quería quedarse y contagiarse.

—Ve con él.-


Mei observó por la ventana del piso superior cómo el atractivo conde ataba los caballos a una carreta. Era un hombre muy alto, de espalda ancha y con un pelo precioso color miel. Estaba de pie en medio de la nieve. Su elegante traje desprendía poder al moverse y los hombros se flexionaban bajo el abrigo de terciopelo. Desde allí no podía verle la cara, pero adivinó que era muy atractivo. O al menos esperaba que lo fuera. Un hombre bendecido con un físico tan espectacular debía tener un rostro a juego.

—No sería apropiado.-

—¿Y a quién le importa lo que es o no apropiado? —La respuesta fue acompañada de risas—. Nunca hemos hecho nada apropiado. Y el conde parece muy... interesante.-

«¿Interesante?» Sí, seguro que lo era. Hacía tanto tiempo que no hablaba con alguien de su edad. Cada día se repetía a sí misma que era feliz con la vida que llevaba en la casa, pero a veces, como anoche, deseaba que las cosas fueran distintas. Mei se dio media vuelta y dejó caer la cortina de terciopelo en su lugar. Dejó vagar la mirada por el impecable y muy bien conservado dormitorio —las paredes cubiertas de damasco, los muebles Chippendale — antes de detenerla en la persona que la estaba contemplando con una ceja enarcada.

—No lo sé. Me gustaría ayudarle, pero cuanto más le ayudemos, más puede descubrir sobre nosotras.-

—Entonces, mantenle ocupado. No podemos dejarle fuera con este frío. El caballo está lesionado y debemos atenderle. El lacayo también necesita cuidados. Se morirán allí fuera, y ni tú ni yo podremos vivir con sus muertes en nuestra conciencia. Has protegido nuestro secreto durante años. Tengo plena confianza en ti y sé que puedes seguir haciéndolo.- Mei se acercó al armario, abrió las puertas de caoba y sacó un vestido de noche que depositó con cuidado en la cama.

—Sigo pensando que es mala idea. Las órdenes del duque fueron muy claras. Pueden ayudarle los demás y asegurarse de que se vaya cuando esté listo.-

—Ni Kabuto ni Toby saben vendar un hueso roto, y tú lo sabes mejor que nadie. Vamos, ve. A ti los caballos se te dan extraordinariamente bien. El conde necesita tu ayuda.-

—¡Pero es muy tarde! —protestó.

—Excusas, excusas. No es tan tarde y, dado que no podemos correr el riesgo de que Uzumaki me vea, no cenaré con él, así que ya puedes guardar eso. Vas a tener que distraerle tú sola, aunque eso ya lo sabías. Y ahora date prisa y cámbiate antes de que tengas que salir corriendo tras él.-

—Si insistes —suspiró Mei.

—Insisto.-


Naruto maldijo a las fuerzas del destino que le había dejado a la intemperie con ese maldito tiempo y ajustó los arneses antes de levantar de nuevo la vista hacia el cielo. Oscurecía muy rápido y las nubes de tormenta se acercaban a una velocidad vertiginosa. Estaba preocupado por el lacayo que se había roto el brazo y por el caballo. Atreverse a viajar con ese tiempo había sido una temeridad, pero su hermana Ino le había invitado a pasar las vacaciones con ellos. Al principio, declinó la invitación pero en un ataque de aburrimiento cambió de opinión y decidió ir de todas formas.

Y éste era el resultado, evidentemete. Seguro que Ino le diría que era culpa suya por haber gestionado los acontecimientos relacionados con ese viaje con tanta irresponsabilidad. Tendría que haberle escrito, y así Ino estaría pendiente de su llegada y saldría a buscarlo. No debería haber tardado tanto en salir de casa. Debería haberse detenido en un hostal en cuanto vio que el tiempo empeoraba. Y debería haber comprado un carruaje más seguro, en vez de uno diseñado para presumir. Su hermana tendría razón en todos y cada uno de sus comentarios, como siempre. Un día de éstos le gustaría demostrarle a Ino que se equivocaba. Les gustaría demostrarles a ambos, a ella y a sí mismo, que era capaz de ocuparse de los asuntos de la familia. Que era un hombre en el que se podía confiar.

Naruto levantó la cabeza y vio a dos hombres acercándose a él con mantas y petacas llenas de alcohol para hacer entrar en calor a los sirvientes. Eran unos chicos muy fornidos, tal como él había pedido, aunque uno tartamudeaba sin remedio y el otro tenía un ojo vago. A pesar de ello, eran perfectos para lo que necesitaba y los dos parecían estar más que dispuestos a ayudarle. No les culpaba: si él estuviera en su lugar, también aprovecharía cualquier excusa para salir un rato de esa finca tan cochambrosa.

El relincho de un caballo detrás de él lo llevó a girarse. Levantó la vista del suelo cubierto de nieve y se encontró con las patas de un enorme corcel. Se quedó boquiabierto al ver las piernas torneadas que flanqueaban el torso del animal; el pantalón estaba parcialmente oculto tras un abrigo, y unos preciosos ojos verdes, enmarcados por una impresionante melena pelirroja, le estaban mirando. Naruto se quedó sin aliento, fue incapaz de hablar y volvió a pensar que no tendría que haberse bebido aquel maldito té porque era imposible que el jinete que montaba aquel caballo fuese una mujer. ¡Una mujer que llevaba pantalón!

—Milord. —La fabulosa visión lo saludó desde lo alto de la montura.

Y era una mujer. Ningún hombre podría resistirse a aquel rostro tan hermoso, a esa voz tan sensual que debería reservarse para el dormitorio. Una voz que lo rodeó en medio del anochecer y que le hizo arder la sangre. Cerró la boca de golpe.

—¿Tú eres...? —le preguntó con mala educación. Naruto era consciente de que acababa de perder los buenos modales, pero todo el mundo tenía un límite y él ya había sobrevivido a demasiados incidentes extraños por un día, por no mencionar todo lo que le había sucedido esa tarde.

—Mei —contestó ella, como si su nombre fuese explicación suficiente.

—Claro.-

Naruto frunció el cejó y entrecerró la mirada para recorrer el cuerpo de ella por segunda vez. El atuendo masculino resaltaba hasta la última curva de sus piernas. La chaqueta de montar, aunque estaba algo pasada de moda, se pegaba a sus pechos y le marcaba la cintura. De repente tuvo mucho calor, a pesar de que pocos segundos antes había estado temblando de frío. La observó con detenimiento y se fijó en que ella montaba a la perfección y mantenía la cabeza bien alta.

—¿Qué motivo te ha llevado a salir a cabalgar con este mal tiempo?-

—He venido a ayudarle, milord.-

—Claro. —Debería seguir discutiendo con ella, y lo haría en cuanto su cerebro volviese a funcionar. De momento estaba ocupado mirando a la impresionante pelirroja que tenía delante, montada sobre un caballo con pantalones de hombre.

Mei no era jovencita, pero tampoco era mayor. Él le pondría unos veinticinco años. Poseía una belleza clásica y la piel tan blanca como la porcelana. Tenía la boca grande, demasiado dirían algunos, y los labios gruesos y carnales. Los ojos eran de un precioso color verde y lo miraban con una franqueza que Naruto tuvo que admirar.

—¿Quién eres? —le preguntó.

Esos labios tan infinitamente besables esbozaron una sonrisa y a él se le retorcieron las entrañas. Si le hubiese sucedido unos instantes atrás, se habría preocupado. Ahora sencillamente estaba resignado. Al parecer le excitaban todas las mujeres de esa casa.

—Creía que eso ya lo habíamos resuelto —murmuró ella acariciándole con la voz ronca, amenazándole con hacerle pasar de excitado a completamente erecto.

—¿Una sirviente?-

—Umm... Digamos que soy una dama de compañía y que me han pedido que le acompañe.-

—¿Con qué objetivo? —se burló—. Tengo que darme prisa si quiero llegar a la siguiente posada antes de que anochezca.-

—Ya es demasiado tarde para eso, milord. Tendrá que pasar aquí la noche, y tal vez quedarse hasta que amaine la tormenta. A juzgar por el color del cielo promete ser muy violenta —se rio. Y a él le tembló la erección.

—¡Maldita sea! —Hacía años que no sufría erecciones inoportunas e involuntarias, y sin embargo esa mujer lo tenía al límite, a punto de romper los pantalones, sólo con reírse. Ella abrió los ojos al oír la maldición.

—Mis disculpas —le pidió de inmediato—. Al parecer he perdido los modales.—«Junto con el sentido común a medida que va pasando el día y voy conociendo a gente extraña», se dijo—. No puedo quedarme a pasar aquí la noche.-

—¿Por qué no?-

—¿Por qué no? —repitió él.

—Eso es lo que le he preguntado —dijo ella distante—. ¿Por qué no puede quedarse?-

—No hay sitio —señaló.

—Hay mucho sitio. La mansión es muy grande.-Naruto la miró con el cejo fruncido.

—¿Cuántas habitaciones son habitables?-

Mei se rio. Naruto se quedó cautivado, y en aquel preciso instante decidió que la haría suya. La tormenta que acababa de maldecir había pasado a ser una bendición. El mal tiempo iba a encerrarlos juntos en una casa, brindándole la oportunidad de seducirla y de acostarse con ella. Su humor mejoró considerablemente. A diferencia del resto de su vida, en la cama siempre sabía lo que se hacía.

—Oh, milord. No se deje engañar por las apariencias. Hay muchas habitaciones habitables, limpias y listas para recibir a cualquier invitado.-Arqueó una ceja incrédulo. —Se lo aseguro. —Tiró de las riendas con seguridad y aquel caballo enorme se dirigió hacia la media verja que quedaba—. Deberíamos darnos prisa.-

—¿Y cómo pretendes ayudarme exactamente? —le preguntó Naruto saltando encima de la banqueta de la carreta mientras los otros dos hombres se sentaban en la parte posterior. Ella palmeó la alforja que él no había visto antes porque estaba demasiado distraído.

—Me han dicho que su lacayo se ha roto un brazo. Yo puedo curárselo mientras usted se ocupa de la rueda del carruaje.-

Naruto asintió resignado. Les ahorraría tiempo y, si al final, no conseguía curar a Asuma, al menos habría tenido el placer de su compañía durante todo ese rato y podría seguir mirándola. Era imposible que existiera un hombre que la viera con esos pantalones y pudiera dejar de pensar en ella. Sacudió las riendas de los caballos y la carreta siguió adelante.

Mei se colocó a su lado y dejó que Naruto los guías. Las manos de Mei temblaban al sujetar las riendas. Nunca nadie la había observado con tanto interés, de un modo que le hacía arder la piel y que le provocaba un cosquilleo en las palmas de las manos. Ella no era ninguna ingenua; al fin y al cabo, su belleza física había sido su principal fuente de ingresos durante años. Pero cuando los cálidos ojos azules de Uzumaki la miraron sintió algo completamente nuevo. Sintió que él la miraba de verdad, que alguien la veía por primera vez en mucho tiempo.

Uzumaki se mostró indiferente, pero ella no se dejó engañar. La había mirado intensamente y le había gustado lo que veía. Y a ella le había parecido muy emocionante. Y excitante. Mei quería que el guapo y descaradamente libertino conde volviese a desnudarla con la mirada. Había deseado que él tuviese un rostro atractivo, pero la realidad era mucho más devastadora de lo que se había imaginado. En las facciones de Uzumaki no había rastros del hastío y la perdición propios de los hombres con tendencia los excesos. Uzumaki era, en realidad, joven, y estaba muy en forma. Más que eso. Era fuerte, musculoso, viril. Muy viril.

Llevaba un traje muy sobrio, en exceso discreto, lo que era un acierto porque poseía belleza física de sobra; sería demasiado que además la adornase. Existían diversas formas de arrogancia masculina: una era la arrogancia que se basaba en la riqueza y en los privilegios; otra era la que partía de la inteligencia, y otra la que utilizaba el atractivo. El conde de Uzumaki poseía las tres en mayor o menor medida, y quizá alguna más.

La intensidad de su mirada, el modo en que apretaba el arnés, la despreocupación y elegancia con la que se movía... todo le delataba. Un hombre que se sentía tan cómodo en su piel lo sabía todo acerca del placer sexual y no dudaba de su capacidad para darlo. Él era un hombre que follaba mucho y bien. Un hombre al que muy pocas mujeres se resistían. Mei lo observó con detenimiento mientras se alejaban por el camino cubierto de nieve y se percató de que sujetaba las riendas con mucha pericia. A ella le gustaban los hombres a los que se les daban bien los caballos porque eran sus animales preferidos. A decir verdad, respetaba a los hombres que habían dedicado parte de su tiempo en convertirse en expertos en las cosas que les gustaban. Y Uzumaki era de ésos.

Levantó la vista hacia el cielo, que se oscurecía con rapidez. Sí, sin duda el conde iba a tener que quedarse a dormir con ellos y, a juzgar por cómo soplaba el viento, tal vez tendría que quedarse unos días más. Las tormentas de nieve podían durar varios días, y los caminos quedaban intransitables durante semanas.

Iba a tener que ser cauta, o de lo contrario Uzumaki averiguaría más de lo que ella quería que supiera. Tendría que mantenerlo ocupado para que no se aburriera y sintiese la tentación de husmear.

Y esa idea le gustaba mucho más de lo que debería.


NOTAS:

-Con relación a porque Mei, bueno es pelirroja, es más grande que Naruto, tiene ojos verdes y tiene buen físico, por eso al final con varias y diversos comentarios de quienes ya sabían que subiría esta historia decidi que ella sería lo mejor.