Derechos Craig Bartlett, y todo eso.
Capítulo 1. Des-Iguales
Arnold estaba aburrido. Helga también. Arnold deseaba que se acabara la clase. Helga también. Arnold deseaba que el león de la ilustración en la pared del salón fuera real y pudiera verlo en toda su gloria, en medio de la sabana africana. Desearía estar allí, en lugar de en la clase más aburrida del planeta. Helga también deseaba que el león fuera real, y que se comiera al profesor.
Ambos bostezaron por lo bajo, al mismo tiempo. Ambos voltearon a verse, al mismo tiempo. Y ambos se arrugaron el ceño, al mismo tiempo. Arnold odiaba a Helga, y Helga odiaba a Arnold... y ninguno se odiaba realmente, pero Helga estaba tocándole los cojones figurativamente hablando a Arnold desde hacía rato, y Arnold estaba tocándole los cojones figurativos a Helga desde hacía rato.
Ella le había gritado aquél día demasiadas veces, y Arnold, casi al final del partido, increíblemente harto, le había gritado a ella también.
—¿En serio? ¿Vas a desperdiciar tu único gramo de testosterona en mí, en lugar de dedicárselo al maldito juego? ¡Nos están haciendo papilla por tu culpa!
—¡Que te calles, con un demonio! —Había vuelto a gritarle Arnold. La pelota le había pasado a milímetros de la cara y había ido a parar a las manos del cátcher del equipo contrario.
—¡Strike two!
Arnold rechinó los dientes. Helga rodó los ojos. Luego le hizo una enérgica seña de que volteara hacia el frente en lugar de verla a ella.
—¡Se supone que debes golpear la pelota, ¿recuerdas?!
La pelota salió disparada de nuevo hacia él. Arnold tiró el golpe con todas sus fuerzas, el bat conectó la esquiva bola, y esta salió a toda velocidad directamente hacia la arrogante cabeza de Helga.
El juego se tuvo qué suspender. Pero igual fue una derrota para ellos en la mente de todos los presentes. Iban perdiendo por mucho; No hubiera hecho la gran diferencia si Arnold hubiera hecho un buen trabajo o no. Todos los demás, a excepción de Helga, por supuesto, habían hecho un trabajo más bien mediocre. Pero Helga había decidido ensañarse precisamente con él, como siempre.
...No que eso justificara haberla noqueado de un pelotazo, por supuesto.
Había estado junto a ella, horrorizado, hasta que esta había vuelto en sí. Lo había hecho muy rápido, mucho antes de que hubieran podido llamar a alguien. Helga tenía una cabeza dura y una resistencia bastante notoria a los golpes; no que eso lo dejara más tranquilo o que lo hiciera sentir menos culpable.
—¡Lo lamento tanto, Helga! ¿Estás bien?
La rubia lo había mirado por un segundo, desorientada, luego había vuelto a fruncir el ceño mientras se llevaba una mano a la frente.
—¡Auch!
—Lo siento tanto, Helga. Te juro que...
—A la próxima que vayas a hacer esto de nuevo — lo interrumpió nada delicadamente la otra, estirando una mano hasta dejarla extendida frente a la cara del chico —, asegúrate de matarme porque no quiero seguir viviendo con la vergüenza que me traen todos ustedes, idiotas. En especial tú.
Intentó ponerse de pie, pero se mareó a medio camino y casi se cayó de nuevo. Arnold intentó sostenerla, pero aún no se levantaba del todo y al final fue Stinky quien alcanzó alcanzó a tomarla de los hombros.
—Deberías ir a la enfermería, Helga. Te ves muy mal —Le aconsejó el chico sin perder su calmado talante.
Helga le dio un empujón para alejarse de él.
—Pues tú no eres precisamente Brad Pitt —soltó la malhumorada rubia mientras comenzaba a alejarse dando tumbos.
El larguirucho muchacho simplemente rodó los ojos con un semblante casi divertido y fue a agarrarla de nuevo y la dirigió gentilmente a la enfermería.
—Vamos, anda. Por aquí —le susurró mientras la dirigía con sumo cuidado. Helga se llevó una mano a la frente y simplemente se dejó llevar.
Arnold, junto a algunos otros de los chicos del equipo los siguió a ambos, muy preocupado, tanto por el daño que pudiera tener la chica como por lo que le fueran a hacer las autoridades de la escuela a él al enterarse de que había sido el culpable. Aunque igual eso no era importante. Por él que lo expulsaran de la escuela si eso significaba que no le hubiera causado ningún daño a Helga.
A él no le hicieron nada, y no, tampoco le había causado ningún daño (o al menos nada grave) a ella. Incluso le habían hecho varios estudios médicos y todo había salido bien. De todas maneras no había asistido por dos días a la escuela y él había querido ir a dejarle la tarea al menos, pero Phoebe ya se estaba encargando de eso, y le había dicho que era preferible que no la acompañara, porque no era como que Helga estuviera muy contenta con él, precisamente.
Después de eso, había llegado el fin de semana y Arnold, pese a los consejos de todos, había ido a verla porque en verdad necesitaba disculparse, pero cuando Miriam lo había dejado pasar, la había encontrado dormida.
El lunes la chica había vuelto a la escuela de lo más normal, aunque con el enorme moretón que de alguna manera se le había deslizado una parte de la frente hacia abajo, y le había creado una enorme bolsa violácea bajo el ojo derecho. Además, por supuesto, de la hinchazón obscura en la frente, ahí donde se había impactado el pequeño proyectil esférico.
Harold se había burlado en un principio de ella, diciéndole que parecía un filete echado a perder y Helga había estado a punto de dejarle la cara igual a él, pero otros chicos la habían detenido. Harold se había ido a detención todas las tardes de esa semana. Helga se había salvado solo por su condición y el resto de la escuela había decidido dejarla en paz.
Todos menos Arnold, que había intentado disculparse con ella todos los días desde que había vuelto a la escuela, pero ella no lo dejaba ni hablar.
—¡Shhht! ¡Cállate! ¡No quiero hablar contigo hasta que aprendas a jugar decentemente!...¡No! No me hables.
Cada maldita vez. Lo mismo.
Para Arnold, el disculparse ya había pasado de ser un acto de contrición a un reto personal.
Pero Helga era implacable, y a él ya le había tocado los nervios. A Helga ya iba a medio camino de curársele el moretón, pero no el orgullo, y parecía decidida a no volver a dirigirle la palabra hasta que de verdad la hiciera bien en un partido. No ayudaba para nada que el siguiente partido fuera dentro de dos días y la escuela le hubiera prohibido jugar a Helga, preocupados por su salud, hasta el siguiente mes.
La chica había estado furiosa, y ahora los volvía locos intentando idear estrategias para hacer que ganaran, especialmente porque al capitán del otro equipo le había dado por dejar ir un par de puyas sobre la "actuación de alto impacto de su equipo" y como "casi perdía la cabeza" esperando el siguiente partido.
—Ya que no me van a dejar jugar, y que tú no sabes golpear la bola más que para darme la cabeza, voy a intentar pararme lo más lejos posible cuando sea tu turno, Arnoldo. En la zona de home run, a ver si así al menos vale la pena la siguiente contusión.
Todos se habían reído, menos él; Él estaba aún muy avergonzado, pero comenzaba a sentirse furioso también.
La noche antes del partido, estaba molido. Helga los había hecho entrenar hasta la extenuación todas las tardes de la última semana, y había sido especialmente estricta con él; Ahora, por qué la aguantaban, pues quién sabe. Él lo hacía más bien por culpa. Los demás, por miedo, tal vez. Helga era la única chica en el equipo, y aunque nadie la había nombrado capitana, cuando menos lo esperaban ya estaba dándoles órdenes a todos, y todos la obedecían. Algunos de menor gana que otros, pero todos, al final de cuentas. También había tenido algo qué ver, sin duda, que ella fuera la que mejor jugaba, y la que más en serio se tomara todo, sin mencionar que era la más violenta.
También, había que reconocerle que, generalmente, con todo el liderazgo de Helga, habían obtenido buenos resultados. Pero de unas semanas para acá, por una o por otra cosa, las cosas les habían comenzado a salir muy mal y por eso Helga andaba de un humor de perros... O tal vez era el terrible humor de Helga lo que los estaba afectando; quién sabe.
A él en lo personal ya lo tenía más que harto el que se la pasara gritándole durante los partidos, y cada vez lo hacía perder más el control. De hecho, hubiera renunciado esa misma tarde del partido pasado, de no ser porque casi la mataba de un pelotazo.
Estaba en la cocina, pasándose una bolsa de guisantes congelados en el bíceps del brazo izquierdo cuando llegó su abuela con una caja enorme que levantó una nube de polvo cuando la dejó caer sobre la mesa en la que estaba recargado.
—Abuela... ¿Qué es... eso? —Inquirió, entre toses, intentando alejarse lo más posible del armatoste que traía hasta arañas.
—Estaba buscando tesoros en el sótano, Arnold. Algo que te pudiera ayudar con tu... tú sabes, puntería desviada a la hora de jugar beisbol. Mañana es el partido, y quiero que le ganes al nieto de ese petulante tipo de la pastelería que se burla de mí porque su nieto te ha aplastado en cada contienda. Tal vez tenga aquí algún amuleto de la buena suerte para ti, o algún muñeco vudú para hacer que ese chico se rompa una pierna... O no, que mejor se la rompa su abuelo, y así podré tener pasteles gratis por el resto del mes. ¡Ya lo quiero ver que me alcance intentando correr con solo una pierna! Solo necesito un par de pelos, aunque ya no le quedan demasiados a ese vejestorio... ¿Quieres venir conmigo, Kimba? Podemos sustraer, de pasada, uno de esos brownies de doble chocolate que tanto te gustan.
—Esos te gustan a ti, abuela. Y creo que voy a pasar esta noche —Dijo al tiempo que volvía a meter los chícharos en el congelador —. Me estoy muriendo del sueño y mañana debo estar muy concentrado para no matar a Helga de un pelotazo... o de estrangulamiento... Buenas noches.
Nadie le respondió. Ni siquiera se dio cuenta en qué momento se había quedado solo en la cocina. Tampoco era que le importara demasiado, así que se dio media vuelta y se fue a su habitación.
...
Tuvo un sueño muy extraño esa noche. Helga lo miraba desde algún lugar en lo alto, y se reía de él. A él le había invadido de pronto una especie de adrenalina, de euforia y algo parecido a la furia, y le había saltado encima. Ella se había callado de inmediato. Estaba tirada de espaldas en el suelo, y él estaba sobre ella, arrodillado sobre sus piernas y con las manos como garras aferrándose a sus hombros. Ella lo miraba desafiante, sin miedo... como siempre. "¿Y ahora qué vas a hacer, comerme?" Le había preguntado, altanera y petulante hasta en sueños, y él le había clavado los dientes en el cuello. Había escuchado crujir su carne bajo sus dientes. Ella se había reído. "¿Eso es todo lo que tienes?" Le había preguntado. Él había aumentado aún más la fuerza de sus quijadas, y se le había llenado la boca de un líquido cálido, espeso y que sabía a chocolate. Había levantado la cabeza para mirarla, y ella le había sonreído de una manera... ¿Sexy? ¿Qué demonios? "Ahora inténtalo más abajo". Le había dicho, al tiempo que comenzaba a desabrocharse los botones superiores de la blusa.
Se despertó bañado de sudor, y notó que al parecer cierta parte de su anatomía se había "despertado" bastante tiempo antes que él. Suspiró.
—¿Qué demonios es lo que me pasa? —Se preguntó, mientras se llevaba las manos a la cabeza, bastante avergonzado de haberse emocionado a ese nivel con un sueño tan increíblemente extraño. Esa jodida chica, maldita sea, iba a volverlo loco.
Helga se levantó de bastante buen humor esa mañana, como cada mañana después de haber soñado con Arnold.
Esta vez el chico se le había aparecido en medio de un campo de beisbol, y la había mirado fijamente, sin decir palabra. Era en medio de la noche también en el sueño, y una solitaria farola lo iluminaba con una luz mortecina. Se habían mirado durante largo rato, y ella se había aburrido, así que le había gritado un par de bromillas sobre su puntería, y él le había saltado encima como un animal salvaje y se la había... comido.
Se puso roja solo de recordarlo, y luego se rio. Lo que daría porque Arnold atacara su cuello de esa manera en la vida real... Lástima que era tan molestable y ella tuviera tantas ganas de hacerlo desatinar. Le encantaba la mirada de furia que le dirigía a veces, como en el sueño de esa noche. Como en el campo antes de que casi la matara de un pelotazo. Lástima que en la vida real lo que había hecho había sido casi provocarle una contusión cerebral en lugar de echársele encima y poner su boca contra el cuerpo de ella. Los dolores de cabeza ya habían disminuido hasta casi desaparecer, pero no había sido nada divertido el camino de recuperación. Big Bob le había estado dando la lata con mandarle las facturas del médico a los abuelos de Arnold, y ella había tenido qué prometerle que iba a trabajar en las tardes después de la escuela y todas las vacaciones de verano en su tienda con tal de que lo dejara en paz... y es que tampoco era como si su padre no tuviera algo de razón... Su madre se había puesto histérica al verla llegar a casa, y habían tenido qué hacerle hasta una tomografía en la cabeza. Helga dudaba mucho que pudiera cubrir todos los gastos que habían hecho con un simple trabajo de medio tiempo, pero afortunadamente, con eso Big Bob la había dejado en paz... Con eso y con castigarla por un mes. ¿Por qué la había castigado? Pues quién sabe. Por tener un imán de pelotas de beisbol en la cabeza, posiblemente. Afortunadamente no le había prohibido volver a jugar, simplemente la quería en casa en cuanto saliera de la escuela.
—¡Oh, Arnold! —Suspiró, mientras sacaba su diario de debajo del colchón de su cama.
"Anoche soñé contigo de nuevo, mi amor".
Escribió.
"Soñé que clavabas tus hermosos dientes en mi cuello, y fue la sensación más dulce del planeta. Sé que suena extraño. Créeme que yo también me asusté al despertar, pero el mundo de lo onírico es un lugar donde no tengo voluntad propia; es el reino salvaje de mi inconsciente, y en él tú eres mi depredador máximo. ¿Qué más puedo decir? Nunca había soñado nada así, pero te mentiría si no te dijera que me emocioné. Tus ojos eran tan... fieros... justo como los ojos con los que me has mirado últimamente. A veces me pregunto si no lo hiciste a propósito, lo de la pelota. Honestamente, no te culpo si así fue. Me lo merecía. Me merecería que me desgarraras el cuello también, como en el sueño. Te daría mi cabeza en una charola de plata si con eso pudiera hacerte feliz. Pero no puedo hacerte feliz, porque cuando estás feliz ni me miras siquiera... Y yo estoy que me muero porque me voltees a ver, cariño mío, así sea porque casi acabas de matarme con una estúpida pelota de beisbol. Ojalá algún día pudieras mirarme sin necesidad de estar molesto... Ojalá un día encontrara la manera de que quisieras mirarme sin tener qué estar deseando estrangularme...
Ojalá un día me sonrieras como le sonríes a esas chicas que no te aman ni una milésima parte de lo que yo te amo a ti... De esas chicas que no te aman en absoluto.
Dime, tesoro mío, ¿Qué es lo que necesito para que me mires con esa misma intensidad en los ojos, sin necesidad de la ira en ellos?"
Cerró el diario. Suspiró muy fuerte y se limpió la traicionera lágrima que le corría en ese momento por la mejilla, y sintió un escalofrío al rozar la piel hiper sensible de al rededor del ojo. Ni siquiera se había golpeado ahí; ¿Por qué rayos le dolía?
Guardó el diario debajo del colchón de su cama y se dio un baño de agua fría, se vistió con una falda plisada de color rosa (regalo de Olga que nunca se había querido poner) y una blusa blanca que se abotonada del frente, como la de su sueño. Se peinó lo mejor que pudo y se ató un listón en la cola de caballo. Quería verse bonita.
Esta vez no le iba a gritar nada a Arnold. Esta vez iba a intentar llamar su atención como lo hacían las demás chicas. Se miró en el espejo de cuerpo completo de su cuarto, y, salvo por la mancha violácea y a la vez verdosa en su cara, le gustó lo que vio. Nunca había sido enemiga del espejo. La chica del espejo de su cuarto siempre lucía bien. Tal vez no espectacular o despampanante, pero bien. Por desgracia, la chica que se reflejaba en cualquier superficie reflectante en cualquier lugar que no fuera ese cuarto, se volvía fea y se veía ridícula cada vez que intentaba ser como las otras chicas.
Se dijo a sí misma que esta vez iba a seguir siendo al menos moderadamente bonita cuando saliera de casa; Incluso cuando fuera a la escuela. Se metió al baño y tomó un poco de brillo labial color rosa de su madre, o tal vez de Olga, y se embadurnó los labios. Iba a ponerse algo de mascara, pero la última vez que lo había intentado solo había logrado embarrase de negro los párpados, y con lo sensible que los traía ahorita, prefirió no arriesgarse.
Salió de la casa muy temprano porque no quería que la vieran así sus padres y se dirigió a la escuela. El viento hacía que los cabellos se le pegaran en el brillo de los labios, y sus piernas, nada acostumbradas a usar falda desde hacía unos tres años, se sentían extrañamente expuestas, y eso a su vez hacía incómodo el caminar.
A como pudo se las arregló para llegar a la escuela, y de repente la falda se sentía demasiado corta, por lo que se la jaló hacia abajo, y se pasó el dorso de la mano por los labios en cuanto vio a los primeros chicos que reconoció. Le preguntaron si en realidad se iba a parar en la zona de home run y ella, que se había prometido solemnemente no volver a hacer desatinar a su amado cabeza de balón... les dijo que sí. Harold soltó una carcajada, Sid le dijo que era diabólica mientras le daba un ligero codazo, y, antes de irse, Stinky le dijo que le daba gusto que volviera a vestirse de rosa.
No vio a Arnold en toda la mañana, ya que no tenían ninguna clase juntas, pero sí vio a Phoebe en la clase antes del partido, y le sugirió que no fuera.
—Sé que la probabilidad de que te golpee dos veces seguidas con una bola de beisbol es verdaderamente ínfima, Helga. Pero tengo un mal presentimiento de todo esto, por muy irracional que pueda sonar. Ven conmigo a hacer la investigación sobre el lenguaje secreto de las abejas para mi clase de biología, mejor. ¿Sabías que se comunican moviendo sus colitas, en una especie de danza?
—Entonces son igual que Mandy en la fiesta de Rhonda del año pasado —respondió Helga, y ambas se rieron —. Me encantaría ir a estudiar a las abejas contigo, Phoebe —, y lo decía en serio; la verdad era que sonaba bastante interesante —. Pero esos idiotas estarán perdidos sin mí. Si no puedo jugar con ellos, al menos iré a que me vean y que recuerden lo que les espera si pierden —. Phoebe soltó una risita —. No te preocupes —, continuó ella —. Estoy segura que hay las mismas probabilidades de que me caiga un rayo entre la multitud, a que Arnold vuelva a golpearme con la pelota.
A regañadientes, su amiga se dirigió a la biblioteca, y Helga se dirigió a las canchas. Iba a sentarse en frente, para poder darles ánimos esta vez sin insultarlos, pero miró a Harold haciéndole una seña de que Arnold iba entrando, y como una idiota fue a sentarse a la zona más alejada de la cancha... ahí donde llegaban, en efecto, los home runs.
El juego comenzó, y los chicos comenzaron a jugar. Tenía tantas observaciones qué hacerles, pero estando tan lejos, no importaba lo mucho que gritara, no la iban a escuchar. Ni siquiera sabía si Arnold la había visto ahí siquiera, así que ni siquiera la broma le iba a servir.
Se limitó a quedarse callada y dejarlos jugar. Uno tras otro iban pasando y, sorprendentemente, no estaban haciendo un trabajo tan malo. Tal vez, después de todo, la amable sugerencia de Arnold de mantener cerrada la maldita boca y dejarlos jugar en paz no era tan mala idea.
Anotaron una carrera, después otra. El equipo contrario también anotó un par. Volvieron a entrar sus chicos y ahora era el turno de Arnold. Tomó el bat, le dio un par de vueltas, se acomodó, y luego volteó a mirarla directamente. La estaba mirando a a ella, no cabía duda. Helga no supo qué hacer, así que lo saludó con la mano. Lo vio negar con la cabeza y luego dar el primer batazo. Conectó la pelota y esta salió disparada, Arnold inmediatamente comenzó a correr. La pelota voló y voló... directamente hacia donde estaba ella.
No lo podía creer. La intensidad de su mala suerte era monstruosa. ¿Qué seguía ahora, que le cayera un rayo?
Intentó quitarse de donde estaba, pero era demasiado tarde. Cerró los ojos mientras intentaba protegerse con las manos, y esperó el golpe.
...
Y el golpe llegó, pero no como lo esperaba. No fue una fuerza contundente focalizada en un pequeño espacio, sino una sensación de quemadura a lo largo de toda la parte derecha de la cara. Se había raspado las manos también. Levantó la cabeza, completamente confundida, mientras sentía su cuerpo totalmente perpendicular al suelo.
—¡No puede ser!
—¡Tienes qué estar bromeando!
Un par de carcajadas aquí y allá. Pero el consenso general era de preocupación. ¿Pero qué demonios?
Estaba viendo las gradas de frente. El público estaba frente a ella, y la gente se revolvía al rededor de una chica tirada en la parte de atrás de las gradas...
Una chica con una falda tableada de color rosa, peinada con una cola de caballo, yacía sobre un chiquillo de primer año que intentaba quitársela de encima, mientras un chico de último grado y una mujer que parecía una madre de familia intentaban llegar a ella, asustados.
Sin lugar a dudas, era ella.
¿Qué demonios estaba haciendo su cuerpo allá, si ella estaba allí?
¿Acaso era su alma que se había desprendido de su cuerpo?
¿Acaso había tenido uno de esos "desprendimientos astrales" de los que tanto hablaba Sheena?
¿Acaso...?
¿Acaso estaba... muerta?
Sintió sus rodillas -Sí; tenía rodillas- ceder sobre su propio peso y precipitarse sobre el suelo. Sintió a su cara volver a estrellarse contra la tierra, y luego ya no supo nada.
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Sí. Otra historia.
Se me ocurrió hace poco y decidí sacarla también. He atrapado por fin a la muy maldita de mi musa y pienso ordeñarle todo el jugo posible antes de que vuelva a abandonarme.
Probablemente le cambie la clasificación a "M" en capítulos posteriores, no porque se vaya a subir mucho de tono ni nada por el estilo, pero sí se van a hablar de funciones corporales, y otros temas que podrían ser un poco incómodos para algunas personas. Así que si les interesa leer los siguientes capítulos, les aconsejaría seguir la historia. Aunque igual no se la cambiaré en el siguiente capítulo.
En fin, me muero por leer sus opiniones respecto a este.
¡Nos leemos!
