Generaciones Doradas

Capítulo 15

N/A: Me despido de todos vosotros hasta el próximo año 2024. Pasad unas buenas Navidades y Año Nuevo, nos leeremos a partir de Enero (sin fecha fija).

Pánmizos, puerto de Atenas. 16 de enero, 10:00h

El marinero resultó ser un lobo de mar ágil y valiente, en cuanto salió por la puerta del edificio se dirigió hacia el barco que regentaba: un pequeño trirreme de unos diez metros de largo por cinco de ancho cuya vela cuadrada lo impulsaba a través de las olas pero que, como todos lo de su mundo, necesitaba de largas y anchas planchas de madera para avanzar durante las horas de calma que, de forma irremediable, se largaban durante jornadas completas cuando el señor de los mares se calmaba; de nombre Filoctetes, además de enorme era fuerte como un oso aunque algo torpe con las manos, según saltaron a la cubierta comenzó el breve pero intenso tour de visita.

-Con vosotros deberíamos tener suficiente para poder gobernar la nave, aunque no podremos usar los remos… ¡pero con el viento debería valer! -exclamó él- Rezaremos a Poseidón por ello… ¡la vela! ¿Sabéis izarla?

-Pues…

-¡Así me gusta, con seguridad! -pasó en torno a ellos y señaló una pieza- Aquello es el timón, yo lo llevaré, hay que tener cuidado para que la madera no ceda… este es un barco viejo y hay que tratarlo con mimo…

Bajo cubierta había una bodega con varios toneles con grano y telas, aquellas mercancías tenían que ser transportada a algún punto, esperaban que a Alejandría dado que el otro había aceptado su presencia allí pero sin dar ellos ningún tipo de explicación de lo que querían. En un momento dado Romeo saltó hacia la parte inferior y el otro le miró con cierto interés, el dorado se le aproximó: entre las manos del otro tenía precisamente unas bonitas piezas de lino tintado en tonos dorados y rojos, se fijó durante unos segundos antes de hablar.

-Nuestro interés es viajar a Alejandría -explicó él-. No ser tus grumetes, de hecho te podríamos pagar por el viaje si no es tu destino.

-Oh, claro… entiendo -murmuró-. Ya me imaginaba, pero no tengo tripulación, ni tampoco dinero para poder tener a algunos muchachos… tendríais que pagarme por adelantado para eso.

Romeo frunció suavemente el ceño, se olía la trampa aunque no llegó a expresarla. Lo que sí hizo fue alzar su cosmos, que rodeó su cuerpo suavemente pero duró poco: se detuvo cuando su armadura de Cáncer cubrió su cuerpo para sorpresa de Filoctetes, que dio un par de pasos atrás.

-¿Reconoces lo que soy? -el aludido asintió- Bien, entonces sabrás que no nos puedes engañar o mentir, o estarías mintiendo a la diosa Atenea… y no te quieres llevar mal con ella, ¿sabes?

-¡N-no estaba mintiendo! -juró el otro- ¡Ahora mismo iré a buscar tripulación, señor!

Recuperó ya en cubierta una pequeña caja de madera y sacó unas pocas monedas antes de dirigirse nuevamente al puerto y allí buscar a gente… claro que estaba mintiendo, pero no lo diría abiertamente.

-Aquí no te puedes fiar de nadie, al parecer… -murmuró Raki- Esperemos que no nos delate, la verdad.

-Si ya nos pudo encontrar Apolo todo da igual -le respondió Romeo-. Sin embargo… no creo que nos ataquen de nuevo, por el momento.

-¿Por?

La pregunta de Fran era más que legitima; sin embargo era notorio que, por ahora, nadie más había venido. También estaba el asunto de aquel fénix que vieron la noche anterior, si tenían a un benefactor puede que éste, de alguna forma, les estuviera protegiendo.

-¿Y ahora qué? ¿Esperamos aquí?

-Eso parece, Heracles…

Por ello se estuvieron dividiendo por la nave en busca de algo que hacer… tampoco estaban obligados a ir con él, pero habiéndose descubierto como dorados – al menos Romeo – ahora no podían irse sin más. A decir verdad tampoco tenían muchas más opciones: los barcos que por allí navegaban no parecían tener un destino fijado en ningún lugar visible, y ponerse a preguntar uno por uno tampoco solucionaría nada; por otro lado les dijeron que podían hablar con este tipo, así que esperaban no haberse equivocado demasiado. Desde cubierta al menos le podían ver ir y venir a lo largo del lugar, hablando y charlando con diferentes personas e, incluso, gesticulando bastante; en no demasiado rato se habían apiñado cinco personas cerca del barco, cinco hombrecillos ennegrecidos por el Sol pero de fuertes manos y mirada serena, de pocas palabras cuando subieron pero trabajadores pues siguieron las indicaciones de Filoctetes con la precisión de un cirujano.

-Si… pudieran ustedes… remar, podríamos ir mucho más… deprisa -les explicaba, los marineros se estaban disponiendo a lo largo del trirreme- Depender del viento podría ser contraproducente.

-Nos pondremos entonces -Heracles le sonrió-. Pero recuerda, nada de engañarnos… todos aquí somos gentes de ya sabes.

-¡Sí, claro, por supuesto!

Rápidamente quitaron las gruesas cuerdas que mantenían al navío atado al puerto gracia a las grandes piedras que servían con aquel fin, en cuando así hicieron se separaron de varias remadas e izaron la vela, que se hinchó por el poderoso viento; el rumbo que debían llevar era sureste, los dorados se fijaron en la dirección aprovechando al astro rey y cerciorarse de que iban en la dirección adecuada según salían del puerto y se introducían en el vasto mar… en cuanto se alejaran lo suficiente el único punto de referencia serían las estrellas y el mismo Sol, así que tendrían que estar concentrados.

Esperaban no tener que enfrentarse al marinero, no por miedo a su poder sino por quedarse varados en medio de la nada. Fran, consciente de que poco podía controlar ya a esas alturas, se apoyó en una madera de popa mientras contemplaba las hermosas vistas de la Atenas clásica, con el Partenón en lo más alto de una colina y muchas casas de madera que discurrían a lo largo del valle que iban desapareciendo poco a poco, primero de frente y luego dejándola hacia la izquierda según salían de la bahía.

( ) ( ) ( ) ( ) ( )

Pánmizos, sistema de cuevas de Nidavellir. 16 de enero, 09:00h

Hacía rato que sólo se guiaban a través de linternas muy potentes para iluminar el corredor y en especial el suelo para evitar caídas por culpa de las posibles bajadas abruptas o existencia de toda clase de impedimentos en el suelo como rocas grandes o estalagmitas, el silencio era absoluto y sólo era roto por sus respiraciones o cuando caían gotas desde el techo por el proceso natural de formación de las hermosas cavernas. Plagadas por las muchas creaciones de la madre Tierra, de vez en cuando alzaban sus vistas a las enormes bóvedas, algunas se iluminaban gracias a diferentes formas de bioluminiscencia de toda suerte de animales invisibles a sus ojos de no ser por esa característica, llegado un punto apenas necesitaban nada artificial para poder moverse por los corredores.

Era un espectáculo de enorme belleza pero se notaba la mano inteligente de aquel que había hecho de ese lugar su hogar, dado que el camino serpenteante y siempre descendente estaba casi pavimentado en algunos puntos. Pequeñas señales con una mano brillante impregnada en la roca indicaban el lugar por el que se debía transcurrir en caso de bifurcación, y en un momento dado empezaron a escuchar los ecos de voces que, si bien no entendían, sí reconocían como humanas. O al menos lo parecían, pues si estaban yendo por el camino correcto se encontrarían con enanos trabajando en alguna forja o similar… eso esperaban al menos. Iban encontrándose poco a poco con los reclamos de las luces rojizas de los potentes hornos en los que trabajaban se fueron observando poco a poco, primero como pequeños puntos de luz y eventualmente pasaron a ser grandes haces que podían llenar paredes enteras de las cavernas.

Llegó un punto en el que atravesaron un nuevo corredor que les llevó a lo que entendieron que era una aldea de pocas casas en una caverna no excesivamente grande pero sí bastante alta, en el techo grandes huecos se abrían para permitir la escapada del humo de los hornos industriales que en ese momento trabajaban… para sorpresa de ellos, aunque el ambiente era escondido en el interior de la tierra el viento corría por allí, y aunque había una luz tenue podían ver bastante bien pese a todo. Las casas estaban dispuestas de tal forma que creaban un poliedro regular de cinco lados con una suerte de templo en su centro y un grupo de varias cabañas y zonas de trabajo, en torno al lugar había muchas zonas donde parecían tener animales de todo tipo y algún que otro cultivo dentro de los respectivos invernaderos que aprovechaban pequeñas bolas no demasiado brillantes pero sí cálidas, como si fueran esferas de lava.

El suelo era roca en lo que entendían que era el camino que se debía seguir; sin embargo en los laterales crecía una suerte de hierba color gris pero de una enorme belleza sobrenatural, había un lago no demasiado profundo en la parte sur de la cueva y hacía una temperatura agradable en contraposición con el frío exterior y la que hacía durante el camino ya dentro de las cavernas. Las casas parecían hechas de madera pero un vistazo más cercano demostraba que eran de barro cocido y paja, con tablas formando los tejados y suelos de la misma. Los hornos y lugares de forjado sí que estaban hechos en piedra picada y cincelada de una forma casi perfecta y con una destreza tal que era sin duda sorprendente; y aunque la belleza sobrenatural del lugar era escalofriante, a Camus no parecía impresionarle demasiado… y sin embargo se quedó embobado también unos instantes antes de andar hacia adelante.

Por su cabeza pasaban los recuerdos de sus vivencias por el lugar, de los paseos que daba y los lugares en los que entrenaban. Aunque era un lugar relativamente pequeño y estuvo poco tiempo la estancia le gustó bastante y lo recordaba con mucho cariño… y amor incluso, efectivamente se enamoró de la hija de su maestro para sorpresa incluso de sí mismo. Se llamaba Gudrún, una enana de pelo rojo como el fuego y cuerpo fino pero fuerte, habilidosa con las manos y muy mañosa con los diferentes artes de su pueblo. Sus grandes ojos pardos brillaban cuando usaba sus poderes y magia, solía acompañarla a buscar piedras preciosas o vetas de mineral, en aquellas cuevas eran muy abundantes y de la pared misma casi se podían sacar con las propias manos.

Poco a poco aprendió de la magia necesaria para poder hacer aquello, Camus se sonrojó suavemente al recordar a la doncella moverse con la agilidad de un cervatillo y la fuerza de un oso, sus brazos esculpidos por el trabajo brillaban por el sudor y sus piernas se estiraban para alcanzar lugares más altos: él solía intervenir para ayudarla a llegar a sitios a los que ella no, le sonreía en agradecimiento y luego le daba un gracioso golpe en el hombro con algo más de fuerza de lo que pudiera esperarse… pero a él le encantaba. Fue su primer amor y aún la recordaba, pero por su belleza suponía que ella ya estaría casada y con hijos… aunque en el fondo de su corazón deseaba que no.

En un momento dado llegaron hasta las primeras áreas con animales de granja y vieron a los primeros enanos: no eran especialmente de baja estatura, pero sí de huesos anchos – por no decir gordos – y pieles gruesas, manos fuertes y pies relativamente grandes. Sin embargo sus rostros eran joviales aunque rechonchos, en los hombres con frondosas barbas más o menos arregladas y perfiladas, y en las mujeres con bonitas trenzas coloreadas con diferentes tonos desde el dorado al púrpura. En sus manos portaban herramientas mágicas hechas a mano y que en ocasiones incluso trabajaban por sí mismas ellos lo único que tenían que hacer era manejarlas con los respectivos anillos. Destacaba que todos tenían bonitas ornamentaciones hechas de plata y oro en forma de colgantes, anillos, pendientes o aros en brazos, cuello u orejas según el caso; incluso los hombres estaban parapetados con aquellos objetos brillantes que irradiaban cosmos, pero apenas se centraron en los visitantes pues volvían rápidamente a sus labores agrícolas.

-Es por aquí… -murmuró Camus- Si es que aún viven aquí, puede que tuviera que preguntar de no ser así.

Sin embargo lo dudaba. Como muchos pueblos mágicos, el de los enanos era uno poco dado al cambio, impermeable a los muchos procesos por los que pasaron los seres humanos llegado un punto… al menos a nivel social. La tecnología sí fue en todos de la mano, pero las modificaciones sociales de los hombres no llegaron a los reinos mágicos; en consecuencia, no vivieron las muchas revoluciones por las que sí pasaron los humanos. Eso tenía sus ventajas y desventajas, como todo, y por eso dudaba seriamente que nada hubiera pasado en aquella aldea que pudiera hacer que ellos se tuvieran que ir; salvo, claro, cuestiones de necesidad o algún viaje importante. Se quedó quieto en el sitio mientras se localizaba en las primeras callejuelas y se encaminó en una dirección concreta, había pocos edificios que hubieran cambiado y era una cuestión más de estética o color que de verdadera modificación de estilo o similar.

Después de atravesar unas pocas vías llegaron a una callejuela cuyo fin era precisamente más zonas de campo, allí las casas contaban con hornos más grandes o espacios internos en los que se podían guardar animales como vacas o pollos, de hecho el olor de las reses podía llegar hasta allí acompañado del agradable tintinar del metal chocando al ritmo del trabajo incesante de los herreros. Sin embargo no era un ambiente desagradable, al menos si permanecían allí… Mónica observaba todo fascinada mientras Prometeo se limitaba a comprobar que Camus se acababa de decidir por llamar a una de las puertas de madera, tenía los puños apretados y la duda asaltaba su rostro por momentos.

-¿Sucede algo?

-No… vamos allá.

El dios asintió y él procedió a llamar a la puerta con los nudillos, llamando la atención de la mujer, que se les acercó. Hyoga permaneció junto a su diosa cuando abrieron la puerta… precisamente era el viejo Eitri fue el que les recibió: un enano anciano, de pelo canoso pero ojos vivaces y manos grandes y rechonchas, poderosa como las garras de un oso pero veloz como las de un halcón cuando se lo proponía. Sus grandes orbes se abrieron suavemente al reconocer las facciones de Camus, al que miró a los ojos durante unos segundos; él tuvo que bajar la cara cuando sintió que analizaba incluso su alma de una manera sobrenatural que no comprendía del todo.

-¡Camus, muchacho, cuánto tiempo! ¡Y qué joven te conservas! -le dio un fuerte golpe en el hombro como gesto cariñoso y le obligó a inclinarse para abrazarle- Ya te dije en su día que podrías tener sangre de jotün en tus venas, sólo uno se conservaría así de bien y tendría tu poder sobre el hielo.

-Bueno, en realidad… da igual -le sonrió suavemente- Maestro, le presento a la diosa Pallas Atenea… bueno, Mónica realmente.

El enano la miró en silencio y se limitó a dar un suave saludo de respeto y pasó a Prometeo, al que reconoció también como una divinidad, notaba sus poderes igual que lo hacía con la mujer. Por último, el otro dorado le recordaba al muchacho que tenía delante… por ello sonrió suavemente y asintió con cierto orgullo antes de dar un paso atrás y dejarles entrar a la morada.

-Bienvenidos, mis señores -les dijo-. No sois dioses de mi mundo pero la tradición nórdica exige que os agasaje y os trate con lo mejor que os pueda ofrecer… mi morada es la vuestra y mis alimentos son igualmente de vuestra posesión.

Los demás se miraron y se limitaron a entrar también. Era una casa de techos bajos y paredes anchas, tenían el suelo de madera con alguna que otra alfombra de algodón y cuadros pintados a mano colgados en las paredes; tenían una sencilla cocina con sartenes y fuegos varios, un punto para lavar la ropa y un par de habitaciones al otro lado del pasillo; y finalmente el salón, con bonitos sofás y una mesa, sobre las mismas tenían cálidas y cómodas mantas de piel y lana para cubrirse con ellas.

-Sentaos, sentaos -les pidió-. Os traeré algo para beber y algo de comida, tenéis pinta d hambrientos.

-Muchas gracias -Prometeo le devolvió el gesto con la cabeza-. Tenía entendido que los nórdicos erais muy hospitalario, me alegra ver que continuáis con esa buena costumbre.

-Con el ambiente frío en el que vivimos, es lo mejor.

Y se dirigió hacia la cocina a por lo que necesitaba. Y mientras esperaban escucharon los ágiles y ligeros pasos de unas botas acercarse, y la que entendieron como Gudrún apareció por la puerta. Era como su padre en altura, también de buenas manos y con una gran melena pelirroja con mechones tintados de marrón claro. Llevaba ropas de trabajo algo manchada pero se la notaba curtida por la experiencia: alguna que otra quemadura antigua se observaba en su piel, Camus casi podía acordarse de cómo se hizo varias de ellas… sus ojos bailaron de uno a otro y su energía brilló un poco mientras se retiraba los guantes y suspiró un poco antes de gruñir un poco.

-¡Papá!

-¡Dime!

-¿No le habrás invitado, verdad?

-¡Por supuesto! ¡Comerán con nosotros, así que ve a bañarte!

La mujer se limitó a rodar los ojos pero les hizo un cordial saludo con las manos y se dirigió a cumplir con la orden de su padre. El resto se miró con cierto interés, aquello sí que era sorprendente…

( ) ( ) ( ) ( ) ( )

Palacio de Zeus, Monte Olimpo, Pánmizos, 16 de enero, 16:00h

Enclavado en lo alto de la principal montaña de Grecia, estaba conformado por algo más de una docena de templos: hechos en mármol y decorados con bonitos motivos de todo tipo con los muchos mitos que ellos mismos protagonizaron en su momento. Había varios grandes paseos en los que crecían palmeras y olivos, un par de fuentes a cada lado y un semicírculo en el medio del principal jardín. Allí y allá tenían columnas jónicas en las que descansaban los estandartes de los dioses, que se habían reunido en torno a la llamad de su líder. Pocas veces Zeus había hecho un llamamiento a la totalidad de divinidades, cuando algo así sucedía algo muy importante tenía que estar sucediendo.

Las llamas ardían en los pebeteros del interior del hogar del rey de los dioses. Telones caían desde el techo y se habían apostado en diferentes tronos de madera de caoba bien acolchada con cojines y terciopelo rojizo. Y no sólo llegaron los olímpicos, la orden era para todas las divinidades del mundo grecolatino, así que allí e juntaron cientos y cientos de deidades: desde dioses de ríos y lagos, dioses del hogar, de jardines y bosques… muchos de ellos eran desconocidos para las gentes de fuera de su territorio y otros eran nacionales, y mientras algunos podían competir en poder con cualquiera de los doce otros cuantos caerían en pocos minutos. Zeus les observaba desde detrás de un telón en silencio, casi contando la presencia de cada uno; a su lado permanecía Apolo con cara de pocos amigos pero sin ganas de discutir con su padre.

El rey de los dioses era un hombre no demasiado alto, de cuerpo fuerte y pelo castaño rizado con barba frondosa y tupida, llevaba ropa cómoda y su mirada era fiera cuando se cabreaba, como en situaciones así. Su cosmos ardía suavemente y el rayo crepitaba en sus brazos, la suave electricidad estática que de éste manaba hacía que su vello se alzara un poco y hacía que pequeños chispazos explotaban en el aire cuando se movía algo más deprisa de lo habitual; después de apretar los puños los hizo desaparecer y se giró para encarar a su hijo.

-¿Estás seguro de la noticia que me diste?

-Sí, padre.

-Bien… pues entonces prepárate para combatir mientras yo doy la información.

Éste asintió suavemente y salió corriendo para prepararse; el rey del Olimpo pasó entonces a la escena y observó a sus congéneres, que le observaron con interés y callaron de inmediato cuando le vieron entrar, a modo de señal de respeto. Anduvo un par de metros antes de detenerse en el centro de la plataforma desde la que estaba, les fue mirando a los ojos antes de carraspear un poco.

-La situación es grave… imagino que habréis sentido las recientes explosiones de cosmos de los últimos días -los demás iban asintiendo-. Ello se debe a varios dioses traidores, una es una vieja conocida, Atenea -acalló los murmullos que aparecieron con unos rápidos chasquidos-. Tengo información de que Hades también está en esta rebelión contra el Olimpo, por supuesto ambos serán aplastados… pero eso no es lo que más me preocupa en estos momentos.

Los demás ya sabían a qué se refería, y es que en un momento dado se dejó sentir un conjunto de energías que reconocieron como la de los titanes… unos que se suponían encerrados y fuera de circulación, pero todo apuntaba a que estaban libres de nuevo. La razón también la habían descubierto aunque no entendían su procedencia, sin embargo Zeus sabía perfectamente de la naturaleza del cosmos que liberó a sus enemigos acérrimos. Sí eran conscientes de la naturaleza divina de aquellos poderes, y sin embargo no la identificaron con ninguno de ellos, eso les sorprendió pero tenían problemas más acuciantes – como era la liberación de los propios titanes – de los que preocuparse en esos instantes. En cualquier caso Zeus tenía intención de acabar con ese par de hermanos que le empezaban a quitar el sueño…

-¿Atacaremos a los titanes, señor?

-Sí, pero no es el momento -murmuró él-. Debemos tenerlos juntos para poder luchar, en cuanto estén reunidos en un lugar concreto podremos hacerlo.

Los dioses se miraron, ¿no sería mejor atacar ahora que estaban por separado? Necesitarían encontrar cuerpos para poder caminar, eso les daba todavía más oportunidades para derrotarlos con facilidad. No entendían las intenciones de su líder pero sus razones tendrían, y al no tener forma de poder demostrar su contrariedad con esos planes se limitaron a asentir despacio… y aún así algún que otro murmullo de sorpresa se dejó sentir, el dios intervino deprisa y los acalló.

-¡Pero eso no es lo importante! ¡Lucharemos por el poder y lo mantendremos! ¡NUESTROS ENEMIGOS SUFRIRÁN NUESTRA CÓLERA! -su grito encendió los ánimos de los presentes- ¡Conocerán en sus propias carnes el poder del Olimpo! ¡Lucharemos y venceremos, yo mismo guiaré al cielo en esta guerra! ¡Y ME HARÉ CARGO DE ESA PLAGA QUE NOS QUIERE DERROTAR!

Los cosmos de los dioses se alzaron e hirvieron en respuesta, de un poderoso rayo disolvió la asamblea, estaba todo decido y sólo era para informar pero serviría para confirmar su liderazgo contra los que amenazaban su poder. Pues él era el Olimpo y no iba a dejar su lugar a unos desconocidos totales que nada sabían del poder. Sólo se dejó caer en su trono cuando el último de los presentes se fue en una exhalación de energía y suspiró pesadamente mientras se acariciaba el pelo con los dedos mientras sonreía un poco y estaba satisfecho, parecía tener las cosas bajo control y eso era lo más importante, la apariencia… en realidad no tenía un plan de verdad. Pero movilizar a los guerreros del cielo daría el aspecto de que estaba haciendo algo, y si era efectivo le valía.

-Sin duda eres un genio de la política, padre estaría orgulloso.

Alzó la vista y sus ojos se encontraron con los azules orbes de su hermana y esposa Hera. De no ser tan atractiva la habría mandado al Tártaro hacía tiempo, sólo le daba problemas y dolores de cabeza… ¿tan difícil era entender que él podía hacer lo que quisiera?

-Padre era un tirano… -le reprendió- Y bien lo sabes, estuviste encerrada veinte años por su culpa.

-Tú no encierras a tus hijos, es verdad -murmuró-. Pero nos gobiernas con las mismas malas artes que cualquier reyezuelo mortal.

-Dices eso por despecho -le espetó-. No tienes razones para eso.

-Me eres infiel… con toda mujer u hombre que te cruzas por delante -él rodó los ojos, sin embargo ella estaba profundamente entristecida-. La última sé que fue esa mortal, Marien… encima ni siquiera es de nuestro mundo, sino una puta cristiana.

Zeus la miró a los ojos, todo sería mucho más sencillo si esta mujer no se dedicara a espiarle constantemente… seguro que Hermes le fue con el cuento, pero eso no importaba. Ahora tendría ella que soportar la ira de la diosa, pobrecilla…

-Las cristianas suelen serlo, aunque dirías lo mismo de una de tus sacerdotisas, si me acostara con una.

-¿Te atreverías a mancillar a una de mis doncellas, esposo? -preguntó, la reina de los dioses era extremadamente poderosa e imaginativa y cuando su mirada brillaba podía ser muy peligrosa cuando se lo proponía- ¿Estarías dispuesto a deshonrar a alguien tan cercano a mí? Con el riesgo que ello tiene… -Hera le sostuvo la mirada cuando le miró- No me quieres de enemiga, esposo.

-Pórtate bien y no lo seremos… ya una vez te colgué del cielo por tu desobediencia.

-Esta vez lo haría mejor.

Zeus la abofeteó, fue más el sonido que la violencia del golpe y salió más herido el ego de la diosa que su mejilla, aunque no retiró sus ojos hasta que no le vio salir de allí. Fue entonces que vio salir a Hestia de detrás de una columna, el cosmos de su hermana era muy suave y apenas perceptible, cubierta como estaba por una tela marrón los poderes de la diosa brillaron un poco mientras se acercaba a la otra y acariciaba su rosto.

-¿Qué has visto?

-Lo suficiente… ¿por qué te enfrentaste a él tan directamente?

-Me tiene harta… -murmuró, comenzando a sollozar- Yo… no puedo soportarlo más, le amo pero…

-Tranquila… vamos a tomar algo a mi templo.

Tomó con cierto cariño su mano y la condujo hacia fuera, mientras le comentaba sobre cuestiones mundanas que, en esos momentos, eran de lo más interesante para la otra. Sin duda no se merecía a una hermana tan buena como aquella, se dijo… Mientras tanto Zeus se había dirigido hacia el templo de Hades, al otro lado de la plaza de los olímpicos: era un lugar algo fresco y oscuro, con detalles en tonos dorados que le daban a todo un aspecto regio; algún que otro esqueleto servía como guardián del lugar pero ya sólo era un montón de huesos desde que el cosmos del dios desapareció tras su "muerte" el siglo anterior, y sin embargo el sitio seguía en pie aunque su dueño aún no hubiera hecho acto de presencia desde que se supo señor del Infierno.

Ello implicaba que los poderes de su hermano seguían manteniendo aquello, así que tenía que tenerle cierto cariño… eso en realidad daba igual, el interés de ese templo era otro bien diferente. Contrario al de los demás, se enclavaba en la misma tierra y aprovechaba una cueva natural para ese objetivo, lo que no quitaba que fuera un lugar agradable para estar allí. El suelo era de piedra pero la calidez de un par de cascadas de magma protegidas con paredes de cosmos a los laterales servían de foco de múltiples rayos de luz que chocaban con las piedras preciosas de las paredes; a esas horas del día inundaban de un hermoso tono rojizo su interior, que al mismo tiempo era complementado por el dorado del Sol. Un par de habitaciones servían como lugares de descanso a pocos metros de las cascadas y un trono descansaba al fondo esculpido en la obsidiana, pero aquello no era lo relevante. En realidad lo que solía usar Zeus se localizaba detrás del trono, después de descender por unas escaleras esculpidas en la roca.

Después de bajar por ellas se alcanzaba una caverna con un pequeño lago. Éste era un punto de acceso al mundo de los hombres, lo descubrió hacía siglos pero apenas había compartido ese secreto… era su forma de poder ir a donde quisiera sin tener que dar explicaciones, le molestaba tener que darle razones o motivos a su celosa esposa y más aún cuando ella le echaba nada en cara. Era perfectamente consciente de que, de hacerlo, querría aún más motivaciones para sus habituales excursiones a la Tierra; esa mujer le daba dolores intensos de cabeza, se preguntaba a veces cómo podía amarla… si es que lo hacía, muchas veces dudaba profundamente de esas sensaciones y puede que en realidad fuera una cuestión de que siempre había sido muy buen actor.

Observó en silencio el tranquilo espejo que era aquella masa de agua, transparente y cristalina hasta tal punto que se podía ver perfectamente el suelo y las rocas que pudiera haber aquí y allá. En no mucho tiempo había aprendido a usarlo, según se aproximaba aparecía el reflejo de unas montañas nevadas; era el Olimpo del mundo de los hombres, desde allí podía desplazarse hacia donde quisiera pero no sabía qué pasaría si ese lago desapareciera… prefería no pensar en ello, su cosmos ardió suavemente mientras se retiraba la ropa y se metía despacio en el lago. Para viajar necesitaba sumergirse enteramente y tener la voluntad para ello y realmente en esos instantes sólo quería relajarse un poco. La calma era absoluta y sonrió un poco al notar el agradable calor en su piel en reacción con sus poderes.

-Demasiados problemas… -murmuró- Demasiadas obligaciones… pero me gusta demasiado el poder.

Se estiró suavemente, sentía el cosmos de aquel muchacho viajar despacio pero no le preocupaba en exceso… sin embargo tenía que estar al pendiente de él y sus actividades, ahora que el tatuaje que en su día les puso se estaba desvaneciendo… aunque era algo con lo que contaba en cuanto comenzaran a usar sus poderes era una cuestión de tiempo, pero por lo menos durante esos años de su vida él podría estar relativamente tranquilo. Ese maldito traidor de Prometeo seguro que les estaba ayudando a ese respecto pero tampoco se podía decir que era algo que le sorprendiera, efectivamente ese titán nunca estuvo demasiado por la labor de ayudar en el ejercicio de su liderazgo… era una cuestión más de supervivencia de uno y conservación para el otro, se rasco la barba con parsimonia antes de alzar su cosmos suavemente y las nubes de tormenta se invocaban en medio del Nostrum…

Estaba dispuesto a matarle a él y a la perra de su hermana, casi se cargan a uno de sus hijos y lo que era peor, se podría poner en peligro su poder y gloria… y eso no podía permitirse. Aún tenía en la cabeza aquella profecía de las moiras cuando se casó con Metis, esa mujer sí que le comprendía. Puede que su segundo matrimonio fuera un fracaso por ello, pero le daba igual… era lo que había y estaba dispuesto a continuar hasta las últimas consecuencias. El dios del rayo era el más poderoso de todos y aunque sus hijos pudieran ponerle en un brete él no se iba a dejar ganar… no cometería los mismos errores de sus antecesores en el trono del mundo grecorromano. Era una pequeña parcela de Pánmizos pero era SÚ parcela, la defendería aunque ello implicara ir al Tártaro nuevamente a por los mismos huevos de Urano y hacerse de sus poderes cósmicos.

-Necesitaré armarme adecuadamente en ese caso… iré a ver a Hefesto.

Pero por ahora se relajaría y descansaría de sus duras responsabilidades…

( ) ( ) ( ) ( ) ( )

Arena de combate, Santuario de Atenea. 16 de enero, 10:00h.

Kiki se había cambiado y bajó hasta el Coliseo del Santuario, Arturo le acompañó hasta la Casa de Piscis donde se quedó a charlar con la amazona protectora de esa casa… no tardó demasiado en llegar hasta la parte inferior del lugar y alcanzar la arena, allí estaba efectivamente Esther con las protecciones de los antebrazos de la armadura de Ofiuco defendiendo esa parte de su anatomía. Seiya de Sagitario permanecía cerca de allí, sentado en una de las gradas y dando las últimas indicaciones de qué era lo que harían ese día, ella ya estaba sudando un poco por la carrera de calentamiento pero escuchaba atentamente a su maestro con las manos en las caderas.

-Buenos días, Esther -saludó- ¿Estás lista?

-Buenos días, Patriarca -saludó ella, dando una suave inclinación-. No demasiado…

-Seiya, ¿la ves preparada?

Este suspiró y se encogió de hombros.

-Sólo lo sabremos cuando se intente, señor.

-Bien… ¿empezamos con golpes a las palmas con cosmos?

Ella asintió y usó su energía para embadurnar sus puños, se colocó en posición de combate y observó cómo él procedía a colocarse también como correspondía con las manos extendidas y duras para no hacerse daño ninguno de ellos. Su cosmos ardió también y sus manos se protegieron justo a tiempo, pues ella se lanzó de inmediato. Eran movimientos que, si bien eran rápidos y relativamente precisos si se observaban desde la perspectiva de alguien normal, para el Patriarca eran lentos y fácilmente predecibles. Sin embargo no podía permitir demasiado en esos instantes, de vez en cuando movía sus brazos de tal manera que pasaba a la altura de su cabeza y la obligaba a inclinarse un poco; en ese instante era él el que pasaba al ataque, ella entonces tenía que interponer sus manos para detener sus puños.

Esther estaba profundamente concentrada en esos momentos, sólo veía lo que tenía delante de ella y eso era exclusivamente el Patriarca, por eso mismo no vio venir una esfera de cosmos que viajó desde un lateral hacia su estómago: de hecho cuando Kiki se teletransportó y desapareció de su rango de visión ella abrió mucho los ojos. Sólo notó cómo volaba hacia una pared cercana y se estampaba contra las piedras, cayó al suelo y por poco no se derrumbó sobre ella; sin embargo se levantó rápidamente y se lanzó contra el Patriarca, que alzó una pared de cristal entre ellos. Aun así la mujer dio un salto para salvar la protección y aterrizó a su vera, volviendo entonces a los puños. Kiki sonrió con cierta satisfacción, alzó su cosmos y en sus manos se formaron sendas esferas de luz que brillaron suavemente.

-¡Extinción de la luz estelar!

Emanaron cientos y cientos de haces de energía, volaron por el aire hacia ella y su cosmos ardió igualmente. Si el Patriarca quería subir la agresividad ella le seguiría el rimo… por eso sus ojos brillaron cuando desató su poder.

-¡Cataclismo de luz!

En esa ocasión el ataque de ella sí que fue a la velocidad de la luz, para sorpresa de los presentes. Kiki pudo esquivar su magia gracias a la teletransportación y apareció detrás de ella, colocó sus manos en la tripa de ella y quiso también atacarla ahí mismo, y sin embargo la energía de ella reaccionó y también expulsó una onda de luz que hizo rebotar la energía del otro… la miró con sorpresa después de dar un salto y volver a encararla, sin duda ella era Ofiuco, la más poderosa de su generación. Si hubiera estado desde joven en el Santuario sería imparable, lo tenía claro. Ese poder debía permanecer en su lado, una lástima que no pudiera usar su armadura pues ese combate sería increíble…

-Veremos ahora si puedes resistir todo el poder de Aries -murmuró, ella jadeaba un poco pero asintió-. Usa tu ataque para detener el mío, que quede entre nosotros el punto de contacto… ¿Lista?

Ella asintió y los ataques se encontraron en pleno camino, se notaba la inexperiencia de ella dado que su poder se expandía como una onda en lugar de centrarse en un punto concreto, por eso la revolución de polvo estelar de Kiki fácilmente derrotó al Cataclismo de luz de ella… hasta que la mujer se centró en llevar su ataque a un punto concreto. La cantidad de energía que liberaba en esas ocasiones era tal que era como intentar encauzar la corriente de un mar embravecido, una misión imposible; sin embargo se fijó en que las manos del Patriarca hacían una suerte de embudo en su dirección, así que cuando así hizo comprobó que sus propios haces también se redireccionaban hacia donde tenían que ir… sin embargo ya era tare y nuevamente salió volando un par de metros, su armadura la protegió al envolverla y mover sus brazos y piernas para caer de rodillas y no hacerse excesivo daño. Seiya se levantó, orgulloso, mientras aplaudía con ganas.

-¡Bravo, bravo!

Ella se dejó caer al suelo de espaldas y se estiró un poco antes de suspirar suavemente, Kiki se aproximó y extendió su mano para ayudarla a incorporarse y la miró con una pequeña sonrisa de orgullo.

-¿Estás bien?

-Cansada de cojones… perdón.

-Para ser una novata no lo haces nada mal -le explicó él-. Aún te queda mucho por aprender, y en un combate real habrías muerto fácilmente… pero apenas llevas unos días de entrenamiento y ya sabes usar uno de los ataques de Ofiuco.

-Me duelen partes del cuerpo que ni sabía que tenía…

Él se rio suavemente y la levantó a pulso. Suspiró un poco para después girarse para mirar a Seiya, que también se aproximaba.

-Luego, cuando acabéis, que suba al Templo Principal… -el aludido asintió- Yo tengo que irme ya, estuvo bien como práctica.

-Gracias, Patriarca.

Kiki asintió suavemente y después de acariciarse un poco el pelo se teletransportó como si tal cosa, no tenía tiempo que perder para continuar con sus obligaciones como líder del Santuario de Atenea.

( ) ( ) ( ) ( ) ( )

Pánmizos, Forja de Hefesto. 16 de enero, 10:00h

El herrero de los dioses tenía su morada en el Etna, un gran volcán cuyo interior era alimentado por el cosmos del dios cuando, día a día, trabajaba en sus entrañas; la deidad de la forja y el fuego tenía allí no sólo su lugar de trabajo, también tenía su pequeña casa lejos del frío y desangelado Olimpo. Se trataba de una gran caverna hueca por encima del lago de magma que contenía la montaña, allí contaba con un par de grandes hornos y un enorme yunque que golpeaba incansable con su martillo de acero contrachapado: sus fuertes brazos contrastaban con sus gráciles manos, muy habilidosas en el trabajo más delicado de orfebrería pero poderosas cuando había que modelar el metal que solía trabajar. Su cuerpo había sido cincelado por el trabajo y su piel estaba siempre llena de hollín y gotas de sudor caían por los laterales de su rostro y hasta la poblada barba rojiza.

Sus ojos marrones iban de lado a lado y sus cortas piernas permanecían rectas dentro de su pequeña cojera. La espalda la tenía encorvada de tanto tener que agacharse, cuestión que agravó su natural chepa, pero así era feliz él. Rodeado de un par de enanos que eran sus alumnos y un cíclope que trabajaba junto a él, en esos momentos estaban trabajando en un par de armas cuando notaron un par de cosmos arder en las proximidades… Hefesto pudo reconocer el de uno de ellos, sonrió un poco mientras dejaba el martillo a un lado y se giraba pesadamente.

-¡Capricornio! -chilló- ¡Mi buen amigo, la espada más afilada de los hombres!

Trastabilló mientras corría por la enorme sala y se aproximó a una enorme puerta de acero que movió de sus remaches para dejar pasar las dos esferas de luz que llegaron hasta allí, al caer a tierra se encontró con que Arturo de Capricornio llegaba con Andrómeda de Piscis, se levantaron en ese momento pero le hicieron una suave reverencia a modo de saludo. Sin embargo el otro les invió amablemente a acompañarle.

-Buenos días, Hefesto, señor de la forja.

-¿Qué tal, buen amigo?

-Bien, bien… ¿Quién es la mujer? Huele al mar…

La aludida se sonrojó.

-Me llamo Andrómeda, Amazona de Oro de Piscis -se presentó ella-. Tuve que ir hace no mucho de visita a un… espero que aliado del Santuario.

El otro asintió despacio.

-Zeus nos ha llamado a todos a filas -murmuró Hefesto-. Yo estoy exento, estoy haciéndole una espada para que use más fácilmente sus rayos.

-Precisamente necesito charlar contigo… y si no es mucha molestia, pedirte algo -Hefesto asintió-. No sé si sabes nuestras circunstancias actuales a nivel político con los dioses.

-Estoy más o menos al corriente, sí.

Había vuelto a trabajar en la forja mientras escuchaba y echaba un poco de acero candente en un hueco apropiado en la roca para completar uno que ya se había rellenado previamente, con su aliento recalentó ese más antiguo y siguió trabajando a ritmo tranquilo pero firme.

-Necesitaríamos… algo para poder ocultarnos.

-De los dioses, entiendo.

-Sí… pero no me gustaría meterte en algún problema.

Hefesto se rio suavemente, dejó a un lado el martillo antes de contemplar su crepitante obra unos segundos e introducirla en uno de los hornos, sólo el mango permanecía fuera. Allí hacía un calor tan infernal que, de no ser por sus cosmos protectores, habrían muerto. No podrían estar mucho rato y el dios era consciente de ello, en unas pocas horas se cansarían demasiado.

-Ya estáis en muchos problemas, sólo por las decisiones de vuestros líderes -explicó él-. Primero con Atenea no queriendo someterse al poder del Olimpo, segundo al liberar al resto de titanes, y tercero por humillar a dos de los hijos de Zeus.

-¿Cómo?

Arturo le miró anonadado pero Hefesto asintió y le encaró.

-Hay otro dios con vosotros, vino a Pánmizos y ayer, en su pelea con Apolo, desencadenó tanta energía que liberó a los titanes por error -explicó-. Su magia fue tan colosal que ahora campan libres… no lo hizo adrede, pero a Zeus le da igual.

-Mierda…

-Yo no lo habría expresado mejor -después de alejarse de los fuegos Hefesto se recostó en su mesa de trabajo, todo era de un tamaño bastante humano y ellos pudieron colocarse a su vera con interés-. Vosotros no podéis enfrentaros a un dios… pero ellos dos sí, puedo haceros algún objeto mágico par ocultar sus cosmos y protegeros cuando salgáis del Santuario -suspiró un poco-. Pronto tendréis el Santuario asediado por diferentes dioses, quieren ocuparse de vosotros antes de los titanes.

-Entiendo… gracias, buen amigo.

Hefesto le puso una mano en el hombro a modo de darle apoyo y ánimos, luego se fijó en Andrómeda y observó la hermosa rosa que siempre decoraba su cabellera.

-Qué belleza… ¿me permites?

Ella le miró con interés pero dejó que tomara la flor entre sus manos y la observó en silencio. Su cosmos se encendió e inundó su tallo y pétalos antes de devolvérsela, ella comprobó que había adquirido tonos más dorados y, por tanto, más belleza de la que ya de por sí tenía.

-Gracias…

-Arturo, ¿me dejas las protecciones de antebrazos de tu armadura?

Y después de entregárselos, procedió de la misma manera que con la flor de Andrómeda.

-Esto os debería proteger, al menos a vosotros -murmuró él-. Pero podéis contar conmigo… Zeus está nervioso y eso le vuelve peligroso.

Arturo le miró con agradecimiento y asintió suavemente, sudaba un poco y Hefesto le restó importancia y les invió a marcharse como vinieron para que nada les pasara. El dios tenía que reconocer que eran personas realmente valientes, si no temerarias… suspiró pesadamente, un fénix de fuego apareció entre las brasas y se posó en su hombro con suavidad, él acarició su cabecita con cierto cariño antes de suspirar.

-Ojalá todo vaya bien, sí… -el animal ardió con algo más de ganas de lo habitual y él asintió- Así se hará… ¿te veré allí?

El animalillo volvió a arder y voló nuevamente directo al fuego, volviendo el herrero a su trabajo después del corto descanso…

( ) ( ) ( ) ( ) ( )

(1)

Los diálogos escritos en cursiva que se muestran son para reflejar las comunicaciones vía cosmos. Aquellos que son con la letra normal, son hablando la lengua común que corresponda. Los nombres de las técnicas están también en cursiva.