Capítulo 28: Historia de la Magia Negra
Las palabras de Malfoy caen como una bomba a punto de estallar.
Hermione lo mira, demasiado sorprendida como para hablar.
—¿Tu… persona? —consigue decir finalmente, porque no tiene idea de lo que se supone que eso significa, pero está segura de que debe ser algo ofensivo, probablemente relacionado a la propiedad o algo así.
Malfoy parece igualmente sorprendido. Le suelta las muñecas y retrocede un paso; se queda ahí parado, incómodo, tensando la mandíbula una y otra vez.
—No me refiero a que tu… —se interrumpe y vuelve a empezar—. Lo que quiero decir es que… eres la única persona que…
Hace un gesto, como si mover las manos pudiera hacer más obvio lo que intenta decir, pero luego parece darse cuenta de que no es así y las deja caer; cierra las manos en puños y toma una bocanada de aire.
—Después… después de que Regulus murió, mis padres ya no me dieron más opciones —dice con voz tensa, cambiando de tema sin aviso—. Todo cambió después de eso. Yo no había hecho nada, pero de repente todo el mundo comenzó a tratarme como si fuera… —Traga saliva—. Como si también estuviera fallando y ya no pudieran confiar en mí. Tenía que ser vigilado y controlado, incluso aunque siempre hice todo lo que me dijeron que hiciera. Creí que, si venía a Hogwarts y ganaba el torneo, podría demostrarles a mis padres que estaban equivocados y ellos… ellos finalmente lo verían.
Las palabras le resuenan a Hermione involuntariamente. Me verían, había pensado, cuando metió su nombre en el Cáliz y se imaginó a sí misma como Campeona.
Se deshace de la idea de sentirse identificada con Malfoy y cruza los brazos con fuerza encima de su pecho.
—Obviamente —dice—, todo se fue a la mierda. Tú estabas ahí cuando llegué a Hogwarts, y sobresalías tanto que era desconcertante, como… como ver un color por primera vez. Ni siquiera sé por qué, eran un montón de pequeñas cosas que hacían que no fueras igual al resto, ni siquiera te esforzabas por serlo. Cuando descubrí que eras hija de Muggles, sentí la necesidad de ver por mi cuenta qué era eso tan terrible que tenías. Es por ello que… —Luce avergonzado—. Que hablé contigo la primera vez en la biblioteca.
Hermione todavía recuerda con claridad la primera vez que hablaron; la manera en que él había empezado la conversación con una fascinación tan obvia en sus ojos.
Sin embargo, es ridículo que diga que es «su persona» sólo porque decidió acercarse a ella una vez y desde entonces ha procedido a ser tan pretencioso, irritante e insultante como es posible, sin mencionar manipulador y controlador y un montón de otras cosas que a veces hacen que quiera gritarle.
Esos sentimientos deben haberse reflejado en su rostro, porque él la observa con una expresión molesta y a la vez desinflada.
—Como sea, ese no es el punto —dice, negando bruscamente con la cabeza—. Lo que intento decir es que únicamente hice esa apuesta contigo para comprobar que mis padres tenían razón, que todo lo que ellos decían acerca de los hijos de Muggles era verdad. Porque si podía hacer eso, entonces… —Traga saliva—. Entonces podría perdonarlos por haberme enviado a Durmstrang.
Se le tensa el pecho, como si algo la envolviera y la apretara. Estudia su rostro.
—Y, ¿los has perdonado?
Él no contesta de inmediato, la observa con una expresión llena de anhelo y a la vez de completa desesperación.
—No —dice, suavemente—. No creo que pueda hacerlo nunca. Y por un tiempo te odié por ello.
El corazón de Hermione late con tanta violencia contra sus costillas que siente que podría dejarle una marca visible en la piel.
Está sintiendo demasiadas emociones a la vez.
Entonces él suelta una risa amarga y aparta la vista. —Pero tenían razón acerca de mí; todo lo que ellos temían ha sucedido desde que llegué a Hogwarts. Odiaba a mi tía por decir constantemente que era igual a Regulus, que terminaría igual que él si mis padres no tenían cuidado, pero quizá tenía razón; tal vez yo era el único que no podía verlo.
Tuerce la boca y vuelve a mirarla fijamente; su expresión es cada vez más tensa.
—Si fuera más como mi tía o como mi padre… Más como se supone que debiera ser, ahora me sentiría aliviado, porque sería fácil deshacerme de ti, pero no puedo hacer eso. Ni siquiera sabía que era posible estar con alguien sin sentirme sofocado; pero ahora finalmente sé cuántas mentiras me dijeron, y eso prueba que no soy un fracaso por querer las cosas que quiero.
Vuelve a soltar el aire, casi parece una carcajada. Tal vez lo sea.
—Mi familia siempre tuvo razón acerca de mí, y saber eso debería ser lo peor para mí, pero no me importa porque tú eres… Lo mejor.
Hermione lo mira, congelada por la incredulidad. Porque, en todo caso, eso es incluso más ridículo que haberla llamado su persona.
Quiere echarse a reír. Quiere informarle que está completamente loco y luego llamarlo con todos los nombres groseros que conoce.
Porque ella ha sido realmente molesta. Intencionalmente molesta, de hecho. Le ha mostrado cada parte de sí misma que alguna vez le dijeron que era complicada, que la hacían difícil de querer, incluso difícil de tolerar. Todos esos aspectos que con tanta fuerza ha intentado reprimir cuando está con sus amigos, con la esperanza de que nadie se dé cuenta de cómo es.
Nunca hizo esa clase de esfuerzo con Malfoy porque quería verlo sufrir, y ella a veces se siente como un castigo.
Y él...
¿Él cree que ella es lo mejor?
Le arden los ojos porque está tan enojada que apenas puede soportar mirarlo. ¿Cómo se atreve a decir eso? Abre la boca, pero las palabras están atoradas en su garganta.
Quiere patearlo en los tobillos.
Toma aire con dificultad.
—Bueno, entonces eres realmente estúpido. —Exclama finalmente; las palabras salen nítidas, pero amenazan con tartamudear—. Porque sé que soy muy aburrida. —su voz es cáustica, todo su cuerpo está tenso, casi vibrando por las emociones que se está negando a sentir—. Obviamente no conoces mucha gente.
Él niega con la cabeza y, para su creciente indignación, luce odiosamente sereno; como si solo hubiera necesitado sacarse todo lo que tenía adentro.
Probablemente se dio cuenta de que ella está a punto de llorar y sabe que eso le da ventaja en la discusión.
—Resulta que conozco a más de diez personas —dice, con una voz suave y burlona.
Hermione se ve obligada a fulminarlo con la mirada en silencio por hacer una broma justo en ese momento, porque no le dará la satisfacción de llorar frente a él dos veces en un mismo día.
—Estoy casi seguro de que nunca voy a encontrar a nadie más como tu —continúa, de manera casual, como si estuvieran hablando de un evento climático—. Eres… terriblemente extraña. Estoy convencido de que el universo se esforzó al máximo para crearte. Así que realmente no tengo más remedio que evitar que te mates a ti misma.
Ella traga una enorme piedra alojada contra sus cuerdas vocales y niega con la cabeza obstinadamente.—Bueno, voy a aprender a usar la Magia Negra, y no me importa si es peligroso, o cual sea tu opinión al respecto. Ya estoy arriesgando toda mi vida en este torneo. Si solamente me estás ayudando para retrasarme y decirme qué puedo y qué no puedo hacer, entonces… —Se obliga a enfrentar sus ojos y levanta la barbilla, desafiante—. No te quiero aquí.
Él le devuelve la mirada, ahora exasperado.
—Si estaba intentando controlarte, ¿de verdad crees que te habría dado un pase libre al Archivo Fawley completo?
Ella parpadea. En eso tiene razón. De hecho, cuando lo pone en esos términos, quizá exageró. Solo un poquito.
Pero entonces, él explota esa ventaja retórica momentánea para avanzar un paso.
El ritmo cardíaco de ella se dispara y la sangre ruge en sus oídos. Quiere retroceder, pero no quiere que parezca que se está retirando, como si estuviera asustada o abrumada, porque ciertamente no lo está. Se mantiene firme a medida que él se acerca, a pesar de que le requiere cada gramo de su autocontrol.
—Estoy intentando mantenerte viva. —Él le toca la mejilla con la yema de los dedos; la hace temblar y se eriza por instinto.
—Y me lo haces muy difícil. —Sigue—. Es realmente molesto.
Ella se aclara la garganta, intentando no distraerse por la proximidad y por las palabras y por las manos y por… la caricia.
—¿Y qué hay del torneo, entonces? Todavía tenemos nuestros Juramentos —pregunta, con una voz muy altanera que por lo general tiene reservada para sermonear a Harry y a Ron sobre la importancia de los exámenes; sigue intentando apartar el foco de su cercanía y de otras cosas que no sean su rostro y sus ojos, y los cálidos sentimientos que la recorren.
—No lo sé. Todavía no he resuelto eso. —Su aliento se desliza por sus mejillas—. He estado… un poco distraído.
Su rostro se acerca más y eso la desconcentra. De repente todo parece insignificante, como si nada importara más que las posibilidades que se alojan en el estrecho espacio entre los dos.
Levanta la mirada hacia él, y entonces cree entender por qué le ha dicho «mi persona». Porque no hay una palabra que los defina, no hay una categoría en la que encajen. No son meramente rivales, ni enemigos, ni amigos; definitivamente no están saliendo, ni son compañeros, ni amantes; están intrincadamente entrelazados el uno con el otro, no porque funcionen juntos en algún rol particular, sino simplemente porque su camino hacia la colisión parece ser tan inexorable como el movimiento de las estrellas.
Quiere caer en él.
Siente como si estuviera destinada a hacerlo.
Inclina la cabeza hacia él, apenas respirando. Él sigue la curva de su mejilla con el pulgar, y la mira como si realmente fuera lo mejor, mientras baja aún más la cabeza.
Entonces unos pasos retumban por las escaleras y los sobresaltan.
Se separan rápidamente, sonrojados y con ojos desorbitados, cuando el dueño de la posada aparece por el pasillo y abre el armario del conserje que está justo frente a la puerta de Hermione.
Su corazón late a mil kilómetros por hora; ella y Malfoy se miran el uno al otro hasta que él se aclara la garganta.
—Buenas noches… Mónica. —Se despide, con la voz ahogada, y luego se apresura a entrar en su habitación.
Hermione espera que Malfoy vuelva tan pronto el posadero termine de recoger los baldes y las toallas que fue a buscar; pero no lo hace.
Se queda esperando junto a la puerta por un rato, esperando escuchar el sonido de unos pasos que regresan, considerando ir hasta su puerta, aunque sabe que no tiene ninguna buena excusa para hacerlo.
Escucha el sonido de la ducha a través de la pared.
Bueno. Resopla, echa el cerrojo a la puerta y se va a tomar un baño ella también; se siente generosamente cubierta de polvo de biblioteca.
Pasa el resto de la noche entregándole magia a su gatito y probando nombres para él. Aunque acaba de gastar el poder de una semana creando su gato, Malfoy la ha dejado sintiéndose ansiosa y desbordada, llena de energía contenida otra vez. El gatito parece absorberla, y se vuelve un poco más definido y real con cada pizca de magia que vierte en él.
Tan pronto vuelve a sentirse en equilibrio, pasa el resto de la noche intentando descubrir cómo volver a lanzar hechizos con la varita.
Resulta que la vieja técnica que usaba para intentar alcanzar su fuente, también funciona para encontrar su magia asimilada.
Cierra los ojos y suspende una mano por encima de la varita hasta sentir la atracción, esa conexión entre ella y la varita, y la magia que han compartido durante años. Es como si solo hubiera estado esperando que la volvieran a llamar.
Siente una chispa. Un canal. Toma la varita y consigue lanzar un breve Lumos antes de que la Magia Negra se interponga y la borre. A medida que la luz se convierte en oscuridad, el gatito se enciende como una llama.
Toma una bocanada de aire y sigue practicando; se recuerda a sí misma que tendrá clases la semana siguiente y perder la habilidad de lanzar hechizos en clase sería realmente difícil de disimular.
Se queda trabajando hasta tarde esa noche.
Temprano por la mañana se escucha un golpe en la puerta, y esta vez es ella la que se levanta de la cama y abre la puerta medio dormida.
Malfoy está parado allí, completamente vestido y observándola con severidad; su boca es una línea delgada y decidida, pero la dureza de su expresión se arruina cuando comienza a sonrojarse, y aparta la mirada; traga saliva varias veces antes de hablar.
—Tengo que volver al archivo hoy —dice, con la voz tensa—. Si te vuelvo a llevar, ¿prometes que no intentarás hacer nada de lo que aprendas ahí sin antes decírmelo?
Ella se ve tentada a preguntar qué hará si dice que no, pero realmente quiere volver a ir, y, en definitiva, él no le está haciendo prometer que no hará nada, solo que debe decírselo antes.
Esa es probablemente su idea del compromiso.
Toma aire y dice:
—Lo prometo.
Al llegar al archivo, sube las escaleras con una actitud eficiente y resolutiva. Han ido más preparados: ella tiene una libreta, un lápiz, una bolsa llena de bocadillos, un sándwich y agua, y le ha informado que tiene la intención de quedarse hasta la cena.
Esta vez es más específica con la esfera de luz; le pide que busque registros sobre la proscripción de la Magia Negra. La esfera va flotando hasta una sección de estantes completamente diferente. Registros del Consejo de Magos. Los primeros resultados no le sirven; hacen referencia a reuniones anteriores, opiniones irrelevantes de varios miembros del Consejo, y discusiones sobre asuntos intrascendentes como el malestar estomacal de alguien; pero cuanto más busca, más fácil es decirle a las esferas exactamente lo que quiere a continuación. Entonces van apareciendo otro tipo de temas y los resultados comienzan a tener sentido. Un sentido horrible.
Está agachada en uno de los rellanos, junto a una ordenada pila de envoltorios vacíos de comida y un pergamino desenrollado a lo largo de la pasarela, cuando siente que el suelo bajo sus pies se mueve, y Malfoy aparece a su lado. No tiene idea de cuánto tiempo han estado allí, pero sospecha que mucho, porque sus ojos están ardiendo y le duele la cabeza por forzar la vista para descifrar la apretada caligrafía.
Él no dice nada, espera hasta que Hermione llegue al final de su lectura.
Ella se sienta sobre los talones. El corazón le late con fuerza y siente frío por todas partes, como si la temperatura del archivo hubiera estado bajando cada vez más y su cuerpo estuviera entrando lentamente en shock.
—Bueno, ya descubrí lo que pasó —dice ella. El aire se siente vacío.
Solo hay silencio.
—Pidieron tener asientos en el Wizengamot. Los hijos de Muggles portadores de Magia Negra. —Mira a la distancia y casi puede ver la escena en su mente—. La Magia Negra se estaba volviendo más común, ya sabes, durante el Gran Avance. Las Artes Oscuras estaban muy difundidas y cuando los hijos de Muggles se dieron cuenta de que era posible… —Se aclara la garganta—. Al principio, todo el mundo pensaba que era el siguiente nivel de la habilidad mágica, como lo había sido el descubrimiento de la varita. Los sangre pura probaron todo tipo de cosas para replicarla, algunos incluso dejaron a sus hijos en casas de Muggles, pero nada de eso funcionó. La represión temprana tenía que ser muy intensa, así que finalmente comenzó a verse como una habilidad exclusiva de los hijos de Muggles.
Sus palabras se apagan, imaginándose a ella misma en aquel período de tantas posibilidades, y tiene que ponerse de pie para poder seguir hablando.—Pero en cuanto quedó claro que los sangre pura no serían capaces de usar Magia Negra, el Wizengamot propuso prohibirla. Dijeron que era demasiado peligrosa y que no debería ser alentada. Entonces, muchos hijos de Muggles prominentes solicitaron escaños, argumentando que tenían derecho a ser parte del voto, que habían contribuido lo suficiente a la sociedad como para calificar y, ya que la ley los afectaría principalmente a ellos, deberían ser parte del proceso de su dictado.
Malfoy sigue en silencio.
Ella intenta que su voz salga más animada, pero sale aún más dura.—El Wizengamot estaba aprobando un montón de leyes nuevas en ese momento debido al auge del progreso durante el Gran Avance; aunque la mayoría de las leyes eran para restringir el uso de la magia en usuarios que no fueran humanos. Querían regular la forja de plata de Duende, ratificar la prohibición de varitas, restringir la alquimia a los magos… ese tipo de cosas. Al mismo tiempo, los Duendes también hicieron una solicitud de escaños. Al Concejo de Magos le preocupaba que, si rechazaba ambas peticiones, los Duendes y los hijos de Muggles podrían formar una alianza. Les aterrorizaban las posibilidades de uso de la plata de Duende y la Magia Negra combinadas, pero claro que ni siquiera por eso considerarían darles los asientos o dejar de aprobar las leyes.
Las manos de Hermione se cierran en puños, las uñas le muerden la palma hasta que la piel amenaza con cortarse.
—Hay una frase aquí. —Intenta encontrarla, pero la caligrafía es tan estrecha y hay tantos rollos de pergamino a su alrededor. Se da por vencida—. Había una parte que decía que, si se rendían, eso abriría una compuerta que permitiría que las criaturas inferiores adquirieran derechos de manera infinita, hasta que los hijos de Muggles y los Duendes acabasen viviendo lado a lado con los magos. En consecuencia, las familias serían obligadas a abandonar sus tierras para liberar a los Elfos y aceptar asociarse con seres inferiores como si fueran iguales. Como si esas fueran las peores cosas imaginables. —Las palabras tiemblan por la ira—. Y sigue hablando más y más acerca de la necesidad de mantener el orden y de la importancia de la jerarquía en vigencia, que casualmente los tiene a ellos en la parte superior. Así que, adivina qué hicieron.
Ella no espera una respuesta, pero Malfoy habla finalmente.
—Provocaron la Cacería de Brujas.
No lo dice como si estuviera adivinando. Es una declaración, como si ya lo supiera.
No se detiene a pensar en eso. Necesita sacar todo afuera, decirlo en voz alta, porque entonces se convertiría en algo real y no sería solo algo horrible dentro de su cabeza que no puede demostrar porque nunca nadie le creería.
—Sí… —su voz se quiebra—. Lo hizo el Consejo de Magos. Debido a la «amenaza» de la Magia Negra, directamente decidieron que tratar con los hijos de Muggles era demasiado peligroso, y una guerra civil no era una opción ya que no podían asegurar la victoria. Así que dejaron la ley sobre la Magia Negra en suspenso mientras fingían considerar su petición, y luego comenzaron a difundir rumores en el mundo Muggle acerca del peligro de las brujas, y cuentos en los que ponían niños en hornos y se los comían. Resulta que la Magia de Sangre no tuvo nada que ver con todo eso. Fue solo la historia que se contaba en el Mundo Mágico para que pareciera que los hijos de Muggles habían traído la desgracia por sí mismos; todo con la finalidad de que creyeran que se lo merecían y que no debían ayudarlos. Incluso se comunicaron con las iglesias para indicarles lugares en los que se sabía que vivían hijos de Muggles; también les informaron maneras de capturarlos, les advirtieron acerca de los polvos Flu, y que sería mejor que los ahogaran. Una vez que la Cacería estuvo en marcha, el Concejo de Magos declaró que las crecientes tensiones que mantenían con los Duendes constituían una rebelión, y aseguraron que era necesario suprimirla por el bienestar de la comunidad de magos, a la luz de la reciente inestabilidad provocada por los Muggles.
Traga saliva varias veces para deshacerse del gran peso alojado en su garganta. —Sabes, hubo un período de más de cien años durante la Cacería de Brujas en el que no hay registro de ningún hijo de Muggles que haya asistido a Hogwarts y completado los siete años. Todos fueron capturados… —su voz termina de morir.
—Así que… es por eso que los hijos de Muggles nunca transmitieron la Magia Negra a las siguientes generaciones. No hubo nunca una escuela secreta de Magia Negra en ningún lado porque no había nadie para enseñarla. Después de eso, fue bastante fácil aprobar una ley que prohibiera la Magia Negra. La mayoría de la gente ni siquiera sabía de su existencia en ese entonces.
Finalmente, levanta la mirada hacia Malfoy.
Más que sorprendido ante toda esta información, él luce resignado. Ella quería que estuviera atónito, que se ofendiera ante las acusaciones y dijera que no podían ser verdad. Una parte de ella quiere que él le demuestre que está equivocada.
Le gustaría estar equivocada esta vez.
Pero él solo la mira como si lamentara que se hubiera enterado.
Odia la expresión de su rostro.
—¿Lo sabías? ¿Ya sabías todo esto? —Se pone de pie y lo enfrenta.
Él asiente lentamente, su expresión completamente enmascarada. —Me di cuenta cuando Snape hablaba de la época en que todo sucedió. Después de aquella noche en que nosotros discutimos sobre Magia de Sangre, fui a investigar para intentar… —Se sonroja—. Para intentar demostrar que te equivocabas respecto a la Cacería de Brujas. Mis padres siempre habían usado la Cacería como ejemplo de las horribles cosas que habían causado los hijos de Muggles, y cómo habíamos sufrido por ello. Yo nunca lo puse en duda. Pero tenías razón, la historia no cuadraba; no tenía sentido que a nadie le hubiese importado por tanto tiempo si era tan relevante como decían que fue. No había atado todos los cabos hasta que escuché hablar a Snape. Entonces lo entendí.
Hermione siente como si estuviera vacía por dentro y a la vez tan llena de odio que apenas se puede contener.
—¿Tenías pensado decírmelo? —dice con voz aguda y suspicaz; recuerda cómo él la estuvo poniendo a prueba, observándola, siempre teniendo mucho más acceso a la información que ella.
La magia se alborota en su interior.
Él extiende sus manos para apaciguarla.
—Era simplemente una teoría. No tenía certezas, es solo que… —Baja la vista para evadir sus ojos—. Es el tipo de cosas que mi familia haría para asegurarse el triunfo. Mi tía piensa que es mejor que los demás y considera que eso le da derecho a hacer lo que se le antoje a cualquiera que se interponga en su camino.
Hermione se da vuelta y se aleja, intentando contener las emociones y los pensamientos que laten contra el interior de su cráneo.
El fin de la primera era de la Magia Negra es tan trágica y vergonzosa. Podrían haber acabado con todos. Podrían haber causado una revolución, pero en lugar de eso, solo desaparecieron por completo de la memoria. Aunque podría ser simplemente una falla en el archivo, Hermione no pudo encontrar ningún registro que indicara que alguna vez los hijos de Muggles llegaron a entender lo que había ocurrido, y cómo habían sido engañados.
Tontos, tan estúpidos, todos ellos; creyeron que el mundo era justo. ¿Qué clase de idiota cree que el mundo es justo?
Pero Hermione no tiene ni la menor idea de lo que debería hacer con esta revelación. El Mundo Mágico ha tenido cientos de años para acomodar las cosas a su favor.
Ella ya perdió incluso antes de descubrir que estaba jugando. Antes de su primer destello de magia. Antes de nacer.
Le dejaron, de manera intencional, apenas los bordes de la sociedad para que ella existiera.
Aprender Artes Oscuras: Ilegal. Practicar Magia Negra: Una sentencia de muerte. La información acerca de lo que había sucedido: Obtenida solo por haber entrado a un archivo al que jamás debió haber tenido acceso.
Dejaron apenas el espacio suficiente para que Hermione fuera pequeña e intrascendente. Otra hija de Muggles que nunca contaría para nada porque ha sido excluida de todas las formas posibles.
Como había dicho Malfoy, ellos ya saben lo que puede hacer, las posibilidades que contiene, y prefieren dejar que el Mundo Mágico se estanque, dejar que el siglo XIV sea el pináculo del progreso mágico, antes que permitir que cualquier otra persona en el mundo mágico invada el sentido de superioridad del que han hecho su dominio exclusivo.
La magia arde en su interior y late al ritmo de su corazón hasta que el aire a su alrededor comienza a ondular. Flexiona las manos y su respiración se entrecorta por el esfuerzo de contenerla.
—Vámonos de aquí—dice Malfoy, interrumpiendo sus pensamientos. Tiene una expresión tensa, como si supiera que ella está al borde de un abismo. Se le acerca con cautela—. Podemos volver más tarde si quieres. Creo que deberíamos tomar un descanso.
Usa un tono apaciguador, inusualmente vacío de exigencia. Dice «deberíamos» aunque Hermione sabe que se refiere a ella.
Quiere decir que no. Todavía hay más. Está segura de que apenas ha arañado la superficie, pero ya no quiere quedarse en el archivo. Todos esos registros están allí, abiertamente admitiendo sus irregularidades, restringidos a aquellos que mayor interés tienen en mantenerlos ocultos.
Está empezando a odiarlo. Tal vez acabará odiando todas las bibliotecas a las que alguna vez aspiró a entrar, ahora que sabe por qué tiene prohibida la entrada. Quiere gritar.
Si se queda allí, va a terminar sintiéndose más y más furiosa, y es muy posible que intente hacer algo de lo que se terminará arrepintiendo.
No discute, se deja conducir en silencio por las escaleras que serpentean a un lado y al otro, una y otra vez, hasta llegar al primer piso.
Vuelven a la misma taberna y se sientan en una mesa contra la pared. En lugar de sentarse frente a ella, Malfoy se ubica a su lado, bloqueando la salida. Es un intento bastante obvio de evitar que ella salga furiosa a mitad de la comida.
Ella finge no darse cuenta, lo cual no resulta tan difícil porque todavía está en shock. Está furiosa por lo injusto que es todo. Los hijos de Muggles siguieron todas las reglas; podrían haber simplemente amenazado al Wizengamot, se podrían haber negado a cumplir con cualquier regla relacionada a la Magia Negra, pero intentaron hacer las cosas de manera correcta.
¿Cuál es el punto de seguir las reglas si todos los que están en el poder pueden romperlas?
Las oportunidades son solo ilusiones para que cuando alguien como ella se queje, o señale las injusticias, las personas que han nacido para ganar puedan mirar hacia abajo y decir: «es simplemente porque no tienes lo que hay que tener».
El pecho le arde de ira.
—Deja de mirar así, vas a prender fuego el asiento —murmura Malfoy en su oído.
Ella se vuelve para fulminarlo con la mirada. —Si quisiera prender fuego todo, lo haría.
Él suspira y la deja hervir en paz.
Después de un minuto vuelve a hablar.
—Lo siento.
El cuerpo de ella se contrae y luego suelta una aguda carcajada. —Eso no es suficiente en absoluto.
Lo dice con el tono más cruel posible porque ahora mismo quiere estar enojada con él, porque si no puede dirigir su furia hacia una persona, entonces tiene que dirigirla hacia el mundo entero, y entonces sería tan inútil y vacío como gritarle al viento.
Pero, al mismo tiempo, no quiere estar enojada con él, porque él todavía está ahí. Está ahí con ella, y la dejó ir a buscar respuestas, incluso aunque sabía lo que probablemente encontraría. Si lo ahuyenta y él la abandona, teme que acabará por desmoronarse.
Se mueve, molesta; no quiere estar en público, pero está atrapada. Tiene ganas de meterse abajo de la mesa para poder escapar.
Quiere gritar. Terminará haciéndolo si tiene que seguir sentada allí, intentando guardar silencio y actuar como si todo estuviera bien, cuando nada está bien.
—¿Se supone que eso debería hacerme sentir mejor? —pregunta, como un impulso, con una voz mordaz; su cuerpo está tan tenso e incómodo que se le acalambra la pantorrilla izquierda y el dolor la atraviesa.
En lugar de morder el anzuelo, él niega con la cabeza, al parecer decidido a evitar una pelea, a pesar de que ella está desesperada por pelear.
—No. Solo quería asegurarme de que lo sabías.
Ella aparta la mirada y lo escucha tomar una bocanada de aire.
—Pasé toda mi vida odiando a los hijos de Muggles —dice, después de un momento, y ella no sabe cómo se supone que eso debería hacerla sentir mejor.
—Creí que todas las cosas que me hacían enojar eran su culpa. Siempre me dijeron que las cosas tenían que ser así por gente como tú. Que ustedes habían arruinado todo lo bueno que pudimos haber tenido, así que no merecían ser parte de lo que nos quedaba. Ahora… resulta que es todo lo contrario, así que… —Se hace una pausa y él se aclara la garganta—. Si ahora me odiaras, sería justo. No me opondría.
Él no parece esperar una respuesta. Se da vuelta y sus dedos tamborilean con ansiedad sobre la mesa mientras busca al camarero con la mirada.
Hermione se queda de piedra, procesando las palabras. Siente que le han arrancado todo y lo han arrojado lejos por un túnel.
Está enterrada. Está tan sola.
Quiere decir algo, pero todo está atascado; es un apretado nudo de emociones en el interior de su pecho. Los dedos de él vuelven a tamborilear sobre la mesa, rozando su frágil sentido del equilibrio.
Entonces coloca una mano encima de la de él para detener sus dedos. Él se pone rígido por un minuto y luego se queda quieto.
Presiona sus nudillos con la palma de la mano, el anillo familiar está frío como el hielo; aprieta sus dedos con más fuerza. No está segura de lo que quiere expresar con ello, solo quería inmovilizar sus dedos, pero ahora no lo puede soltar.
No cree que pueda apartar la mano aunque quiera. El metal del anillo se calienta poco a poco contra su piel; Malfoy es tangible y eso la tranquiliza en un momento en que siente que todo lo que alguna vez ha querido desaparece, se le escapa entre los dedos como si siempre hubiera sido una parte inmaterial de este mundo.
—¿Quieres volver al archivo? —pregunta él, mientras salen de la taberna, fingiendo de manera muy convincente que ella no acaba de pasar toda una comida aferrando de manera inexplicable su mano como si en ello se le fuera la vida.
Ahora Hermione siente los dedos vacíos; los flexiona y juguetea con el borde de la manga de su abrigo.
Cree que deberían volver al archivo, pero la idea la llena de náuseas.
No la ayuda estar cubierta de quinientos años de polvo. Puede olerlo en sus manos y en su ropa; sus dedos tienen mugre en la cresta de sus huellas a pesar de habérselas lavado, y siente sucio hasta el cabello.
—Creo que quiero tomar una ducha —responde.
Él asiente, girando discretamente la muñeca un par de veces como si sintiera el antebrazo acalambrado.
Vuelven a la posada en silencio. Ella percibe que él la mira de reojo, intentando medir su estado de ánimo, pero finge que no se da cuenta. Siente que el shock inicial se ha equilibrado un poco. Ya sabía cómo había terminado la historia. A pesar de todas sus evasivas, Snape había dejado claro que no le gustaría ninguna de las respuestas que encontrara, y, sin importar lo mucho que había querido desenterrar alguna revelación que pudiera arreglar el mundo entero, no había creído realmente que existiera una escuela aún más secreta que estuviera esperando por ella y en la que, esta vez, pudiera pertenecer.
Más que nada siente una especie de tristeza vacía. Como si hubiera perdido algo que nunca tuvo.
Ahora sabe que nunca lo tendrá.
Después de ducharse, se acuesta en la cama, envuelta en una toalla, y entonces levanta una mano y deja que su magia parpadee como fuego por sus dedos. El gatito, que luce como una mancha de tinta en la almohada, se acerca; su forma todavía es nebulosa, pero ahora sus orejas son nítidas. Hermione pasa sus dedos por el lomo del gato y la magia fluye hacia él.
Está comenzando a entender por qué los portadores de Magia Negra acostumbraban a tener familiares. El gato es como una pequeña válvula de presión en la que puede verter su poder reprimido en lugar de tener que contenerlo todo el tiempo. Ahora, cuando siente que es demasiado, lo puede simplemente depositar en el gatito.
Siente que un ronroneo vibra a través de la magia compartida. Se acurruca de costado y presiona el rostro contra su cuerpo. Es suave y cálido; su pelaje negro de llamarada huele fresco y eléctrico, como una tormenta, y le provoca un hormigueo en el cerebro. El gatito le toca la nariz con una pata diminuta.
Ahora la magia en su interior se siente más estable; ya no tanto como una herida abierta sino más como un canal. Pero Hermione se siente perdida. Un planeta errante sin gravedad que la mantenga en órbita.
Tiene poder, posiblemente más poder que nadie en el Mundo Mágico, pero en lugar de abrirle el camino hacia la vida que siempre ha querido, la conduce a un precipicio.
El mundo en el que vive está construido sobre las bases de tantas mentiras y tanta muerte, que el presente está casi inventado y construido con tanto ingenio que se ha vuelto auto sustentable. Los hijos de Muggles tienen la tendencia a reprimir sus poderes, algo que podría convertirse en una fortaleza, pero se les priva de la oportunidad de hacerlo. Como resultado, se les hace difícil utilizar bien la magia en la escuela, lo cual es visto como una evidencia de su inferioridad. No pueden practicar durante el verano, así que se retrasan y se vuelven más propensos a obtener bajas calificaciones en los exámenes. No tienen tutores, así que terminan la escuela sin ninguna recomendación adicional. Como resultado, nadie los considera calificados, así que nunca obtienen oportunidades especiales, ni trabajos importantes, ni siquiera empleos visibles sin importar cuántas leyes en contra de la discriminación existan.
El ciclo se repitió lo suficiente hasta que finalmente cada palabra de la narrativa dice una y otra vez que los hijos de Muggles son inferiores; que así están hechos.
La única manera que tiene Hermione de ser libre de ese inevitable camino es convirtiéndose en una criminal, practicando abiertamente magia que legalmente no debería tener, y simplemente condenándose a ella misma de otra manera.
La solución nunca fue que Hermione o cualquier otro hijo de Muggle atravesara el techo de cristal para demostrar que tenían lo que había que tener. El Ministerio sabe que lo tienen y ha hecho hasta lo imposible para asegurarse de que nunca lo vuelvan a utilizar.
Si sigue las reglas existentes, nunca habrá ningún lugar para ella. Sus alternativas son conformarse o rebelarse.
No va a conformarse, pero tampoco sabe cómo sublevarse de una manera que no sea solo un inútil intento desesperado de resistencia.
Pero quiere hacer algo. Lo necesita. Sus emociones y su magia y su mente están alteradas, la ponen ansiosa y desbordada por la necesidad de actuar. Quiere vengarse del Mundo Mágico por haberle quitado tanto cuando todo lo que ella siempre quiso fue ser alguien, sentir que les importaba.
Ahora quiere hacer algo que los enfurezca, quiere apuntar al lugar que más les duela.
Se escucha un suave golpe en la puerta.
