Capítulo 29: Primero.
Hermione no se mueve de la cama.
Vuelven a golpear.
Cierra los ojos y lo ignora.
Sabe que es Malfoy, probablemente viene a molestarla con algo. Ni siquiera está vestida aún. ¿No puede dejarla sola por un par de horas? Qué idiota controlador.
Golpea por tercera vez.
Suspira, pone los ojos en blanco y se sienta; se envuelve la toalla con más fuerza y verifica que esté bien sujeta antes de ir hacia la puerta; abre y se asoma, intentando que no sea obvio que no está usando nada de ropa.
El intento es inútil.
Él se da cuenta de inmediato. Sus ojos se abren como platos y, en cuestión de segundos, pasa de su blanco pálido habitual al rosa y luego al rojo; se queda ahí parado, mirando sus hombros desnudos.
—¿Qué sucede? —le pregunta, impaciente, porque el pasillo está mucho más frío que el aire de su habitación y le pone la piel de gallina.
Él parpadea y aparta los ojos de su cuerpo para enfrentar su mirada.—Yo… eh… sólo quería… —Traga saliva visiblemente—. Estaba comprobando…. que estuvieras bien. Y que no… no estuvieras haciendo nada… estúpido, otra vez.
Lo sabía, ha venido a molestarla. Tiene ganas de cerrarle la puerta en el rostro, pero luce tan mortificado por su falta de ropa que decide quedarse y verlo sufrir.
—Estoy bien. Sólo tomé una ducha, como dije que haría —dice, con voz ácida. Ya no se esfuerza por esconder la toalla.
Él se sonroja todavía más, sus ojos suben y bajan a toda velocidad, como si pensara que haciéndolo rápidamente ella no se dará cuenta.
—Claro. Sí, ya… ya veo.
Hermione sabe que los muchachos se vuelven completamente estúpidos cuando están excitados. Ha sido testigo de las distracciones y las bocas abiertas de Harry y de Ron cuando ciertas chicas, que lucen de cierto modo, pasan frente a ellos; pero nunca se había encontrado con algo tan abrupto, ni tampoco había sido ella el centro de atención.
Sabe que puede ser bonita a veces, pero, en su mente, es algo que requiere de ciertas condiciones. Con el maquillaje, productos para el cabello y el vestido correctos; Hermione Granger puede ser bonita, pero no es su estado natural.
En ese momento, está literalmente restregada hasta los poros. Su cabello está haciendo lo que quiere, y está usando una toalla de un tono rosa pálido muy poco favorecedor.
Pero Malfoy la está mirando como si fuera la cosa más fascinante y comestible que jamás hubiera visto, y continúa tragando saliva… como si tuviera hambre de ella.
Puede sentir sus ojos de plata fundida encima de su piel.
Siente un calor abrasador; la furia vacía que sentía queda olvidada a medida que su piel comienza a erizarse por otras razones. Mientras está ahí parada, la sangre se le acelera y le corta la respiración a la vez que un escalofrío se desliza por su columna.
Juguetea con el pomo de la puerta y lo deja mirar; la temperatura de su cuerpo va subiendo, no con el calor de la furia dentro de su pecho, sino en un lugar más abajo.
No puede evitarlo, hay siempre una chispa cuando está cerca, una atracción gravitacional. Por lo general está distraída porque siempre hay algo más importante, o porque se están peleando, o porque ella está enfadada con él; pero ahora está ahí parada, sintiendo la atracción que se extiende por su cuerpo hasta sentir que está infectada hasta la médula.
Se siente tan vacía. Todo aquello a lo que se aferraba se ha derrumbado. Sus sueños parecen tan ingenuos que hasta resulta vergonzoso admitir que los tuvo. Todas esas ambiciones que la habían sostenido, la vida que algún día se iba a ganar, nada de eso sería nunca real. Nunca fue posible.
Se siente tan traicionada que le urge de manera imperiosa hacer algo para recuperar un poco de poder. No ser solo un peón en el juego de otra persona.
Negarse a permanecer en el camino al que ha sido encadenada.
Reducir a las personas que la han encerrado en el lugar dónde más le duele.
Estando ahí parada puede entender el rápido cálculo en los ojos de Malfoy aquella vez en que decidió quedarse en el Baño de los Prefectos. Ese deseo de hacer algo tan «terrible» por puro resentimiento.
Se había burlado de él por eso, en aquel momento lo había considerado irrisorio, una forma patética de rebeldía, la venganza de un niño. Pero ahora, ahí parada, ardiendo de impotencia, entiende la sensación de estar tan sofocada y encerrada que incluso aprovechar una pizca de libre albedrío valga la pena.
Después de todo, compartir un baño con ella fue ir directo a la yugular. Para los sangre pura, ni siquiera es necesario asociarte con un hijo de Muggles para ser considerado un Traidor a la Sangre. Dumbledore es considerado un Traidor solo por apoyar la «idea» de que existan.
Si hay alguien capaz de entender el deseo devorador de hacer algo como retribución, de tomar algo para sí misma solo porque quiere y porque sabe que el Mundo Mágico lo consideraría una atrocidad, ese alguien es Malfoy.
Traga saliva.
Ha hecho un montón de cosas por impulso, por resentimiento, pero esto se siente como saltar de un precipicio.
Vuelve a aferrar el pomo de la puerta y se humedece los labios.
—¿Malfoy?
—¿Sí? —su voz sale un poco áspera; sus ojos están fijos en el punto en el que su toalla está amarrada sobre sí misma.
Ella respira profundamente.
—¿Querrías…? —Traga saliva—. ¿Querrías volver a poner furiosos a tus padres?
Ella observa mientras él procesa la pregunta.
Se hace una pausa, como si no hubiera registrado de inmediato el significado y tuviera que repetirla para verificar que ha escuchado correctamente.
Levanta la cabeza abruptamente para enfrentar su rostro. Sus ojos se han oscurecido aún más. Como el metal de una pistola, o una tormenta.
—¿Qué? —consigue graznar.
Siente que se ha vuelto loca, pero da un paso hacia atrás y deja la puerta abierta a modo de invitación. Su corazón se acelera, late cada vez más fuerte hasta que siente que golpea contra sus costillas. Está más nerviosa ahora que antes de la Primera Prueba. Un dragón literal sería menos aterrador que el dragón figurativo que está frente a ella.
Su magia zumba como un pulso constante en su interior y su presencia tranquilizadora es lo único que le permite reunir el coraje de repetir:
—¿Quieres volver a poner furiosos a tus padres?
Él parece atónito; se queda mirándola con una expresión aturdida y finalmente asiente lentamente.
—¿Sí? Quiero decir, sí… —se le corta la voz y se aclara la garganta—. Definitivamente. Un sí definitivo.
Todavía luce sorprendido, pero ahora la mira de una manera menos anhelante y más depredadora.
Su ritmo cardíaco se dispara. Había creído que sería ella la cazadora, pero ahora, mientras lo invita a entrar, se siente más como la presa. Retrocede otro paso y, esta vez, él avanza y entra en la habitación.
Cuando la puerta se cierra detrás de él, escucha el clic del pestillo. Nadie va a interrumpirlos esta vez.
Un escalofrío de anticipación le recorre la columna. El aire es abrumadoramente tenso.
—Debería advertirte que soy muy peligrosa. —Dice ella a modo de broma, intentando quebrar la tensión antes de que él se acerque demasiado y sea todo demasiado real. No es que no lo sea, pero…
No está completamente segura. Está entusiasmada y aterrorizada en partes iguales.
El pulso en su garganta está aleteando como un colibrí.
Él no se ríe. Ni siquiera parece percatarse de la broma mientras se acerca a ella.
—Lo sé. —Es todo lo que dice, y avanza otro paso.
Está muy cerca ahora. Su estómago da un vuelco.
No puede evitar sonreír, incluso aunque está tan nerviosa que apenas puede respirar.
—¿No me tienes miedo? ¿Ni siquiera un poco? —Eleva el tono de voz, con la esperanza de sonar graciosa, porque entonces el aire de la habitación no se sentiría como si estuviera a punto de caer un rayo.
Ahora está a pocos centímetros de ella; los ojos de él recorren su piel desnuda tan lentamente que su mirada se siente tan vívida como si fueran sus dedos. Su cuerpo está electrificado, como si una corriente le caminara por la superficie de la piel. El momento dura una eternidad.
Finalmente, él niega con la cabeza.
—De ninguna manera que me haga desearte menos —responde, con la voz espesa.
Una tempestad de emociones y sensaciones se mezclan en el interior de Hermione, y resulta embriagador. Sus palabras la dejan extrañamente mareada.
Se pone de puntillas, apoya una mano sobre su pecho hasta que logra sentir la rapidez de su ritmo cardíaco contra sus dedos, y lo besa.
Habría querido que él la besara, pero si la tensión seguía subiendo, iba a comenzar a vibrar hasta quebrarse como el cristal. Ya no puede esperar más.
Sus labios se encuentran y es como si una parte de ella volviera a respirar.
El cuerpo de él se derrite contra el suyo, sus brazos envuelven sus costillas y la empuja hacia atrás hasta que sus hombros chocan con la pared. Sube una mano hasta su rostro y acuna su mejilla. Su respiración se vuelve cálida y hambrienta, cada vez que la besa toma una bocanada del aire que comparten como si ella fuera el oxígeno que necesita.
Su magia se siente fresca incluso aunque sus dedos y su aliento y su cuerpo son cálidos. Sigue besándola y la yema de sus dedos recorren su nariz, sus mejillas y la curva debajo de su mandíbula, como si estuviera haciendo un mapa de sus rasgos, una y otra vez. Como si necesitara aprender de manera precisa el modo en que el rostro de ella se acomoda entre sus manos.
Mientras la besa, la magia vibra en el interior de su pecho, como si fuera una longitud de onda atada a su deseo. El anhelo dentro de ella crece hasta darle una sensación de infinitud.
Profundiza el beso y lo acerca a ella, deseando más. Dios, quiere mucho más.
Siente como si algunos aspectos de ella hubieran estado muriendo de hambre durante toda su vida. Lo besa con voracidad, lo acerca cada vez más, hasta que todo su volumen está presionado contra ella, sus cuerpos están entrelazados, y aun así no se siente lo bastante cerca, ni siquiera pasa del borde.
No es suficiente. Nunca es suficiente. La idea resuena con el ritmo de su corazón.
¿Y si él fuera de ella?
La pregunta brota en su interior, posesiva y anhelante a la vez.
La sofoca sin piedad.
No es así.
No se trata de eso. Ella se está vengando. Está tomando lo que quiere. Eso es todo. Igual que la última vez.
No significa nada.
La ira arde en su pecho, un latigazo de dolor agudo y brillante, y sus dedos se enredan en su ropa, retuerce su cabello con la otra mano hasta hacerlo gemir. Siente sus dientes en el beso que le sigue, lo bastante agudo como para cortar la cacofonía en su cerebro y dejarlo en silencio.
Ella lo atrae y lo muerde, y él le devuelve la atención con tanta fuerza que le arranca un grito ahogado de sorpresa.
Pero entonces él sostiene su rostro y susurra:
—Despacio. —Luego, la besa suavemente y ella se derrite otra vez.
Él podría ser tuyo, susurra la patética voz en su interior mientras lo besa, a pesar de que se supone que se trata de venganza y rencor, y de hacer algo que pondría furiosos a todos los sangre pura como sus padres.
No está haciendo esto porque él la ha llamado «su persona», ni porque crea que tienen alguna oportunidad de convertirse en algo.
Está el asunto del Torneo, y del Juramento Inquebrantable. Incluso aunque ambos quisieran estar juntos, no hay forma de que duren, se recuerda a sí misma. No es una opinión, es un hecho.
Se niega a escuchar más, ignora ese particular dolor que tironea dentro de su pecho e intenta perderse en las sensaciones físicas de lo que está ocurriendo. Se concentra en el aquí y ahora, y no en estúpidas fantasías.
La toalla se suelta y se desliza por su cuerpo hasta caer al suelo. Siente la pared fría contra los hombros y el calor de sus dedos recorriendo su piel desnuda. Su respiración ya es pesada, casi un jadeo cada vez que la toca.
No sabe en qué momento se movieron de la pared hasta la cama; las caricias y las sensaciones se arremolinan hasta que él está sentado en el borde del colchón, ella entre sus piernas, y entonces él la atrae a su regazo para que ella lo monte a horcajadas. Mientras él deposita besos sobre sus hombros, ella alcanza a ver su pequeño gato sentado en el escritorio, brillando con un indignado color naranja intenso y luciendo profundamente decepcionado de ella.
Dios, realmente no pensó esto en profundidad. Deberían haber ido al cuarto de él.
Seguramente no hará nada. No hay razón para preocuparse.
Vuelve su atención a Malfoy.
Todavía está completamente vestido y ella ya está desnuda. No había considerado esa inconveniente disparidad. Interrumpe el beso para quitarle el abrigo y buscar los botones de su camisa.
Mientras lo hace, él la observa de una manera que hace que todo su rostro se caliente. Intenta desabrochar los botones lo más rápido posible, pero se hace difícil porque sus manos han comenzado a moverse otra vez. A explorar. Están por todos lados, tocando su piel desnuda, distrayéndola, y sigue murmurando cosas en sus oídos y sobre su cuello en idiomas que ella no conoce.
Él está erecto y presiona contra ella, y ella está sensible y abrumada por la intensidad de ser deseada de esa manera. Su magia sigue escapando de su cuerpo como si fuera un nuevo sentido al que aún no se ha adaptado y que no puede controlar por completo. Le permite obtener vistazos de lo que la rodea, destellos de sensaciones que se vuelcan en su consciencia. El peso de sus pechos ahuecados en una mano que no es la suya, el calor de su piel desnuda, la presión de su cuerpo, el gran anhelo en su sangre.
Es abrumador, como si su mente estuviera intentando ir en mil direcciones diferentes a la vez.
Arrastra su magia a la fuerza hacia adentro e intenta concentrarse en algo táctil; pasa las manos por el cabello de él, y observa la manera en que se deslizan por sus dedos; el pulso debajo de su garganta, el color de sus ojos que se vuelven más oscuros; intenta reducir su consciencia del mundo a un fragmento en el que sólo existe él.
Acerca su boca a la suya, alborotando su cabello hasta ponerlo de punta, y él la deja hacer. Debería ser gracioso; nunca hubiera imaginado que sería ésta la manera en que finalmente arruinaría la apariencia fría y perfecta de Malfoy y eliminaría la expresión indiferente de su rostro.
Ahora, no hay nada frío ni indiferente en su mirada.
Ella lo besa hasta memorizar el sabor de su lengua, mientras desabrocha cada botón que encuentra en su camino y alcanza a sentir su piel ardiente bajo la yema de sus dedos.
Sentada a horcajadas de él, no existe nada de la liviandad que provee el agua; es terrenal, la atracción gravitacional entre ellos no es motivada por nada externo. Ella deposita besos a lo largo de su cuello y corre la camisa para dejar un hombro descubierto. Él respira con dificultad, y sus manos suben y bajan, desde sus caderas hasta su espalda, trazando la forma de sus omóplatos. Ella se estremece y suelta un grito ahogado cuando uno de sus hábiles dedos se desliza por su columna vertebral hasta llegar a la nuca, y luego su mano se entrelaza entre sus rizos.
Ella se aleja un poco para observarlo. Un rubor le recorre el pómulo y el puente de la nariz, atravesado por la cicatriz que le cruza el ojo.
Estira una mano tentativa y toca el borde de la cicatriz que cruza su mejilla.
—Me alegra que estés vivo —susurra ella.
Vuelve a besarlo, y él la envuelve entre sus brazos. Entonces la hace girar y la coloca de espaldas sobre la cama, debajo de él. Se apoya sobre los antebrazos y la mira fijamente. Hay una franja de piel desnuda que baja por su estómago y se asoma por la camisa abierta, y su cabello está alborotado y le cae sobre los ojos.
Siente que debería sentirse avergonzada o cohibida por estar tan expuesta, pero en cambio se siente… contemplada.
Toma aire y estira una mano para tocar su rostro.
—Quítate la ropa —le dice suavemente.
Los ojos de él nunca la abandonan mientras desabrocha los botones restantes de la camisa y luego los pantalones. Ella observa cómo la ropa se desliza y cae al suelo hasta que él está tan desnudo como ella. Por un momento sólo se miran el uno al otro; entonces él parece avergonzado, como si no supiera qué hacer a continuación.
Se mira a sí mismo y luego a ella, como si intentara medir su reacción, saber lo que está pensando.
Ella nunca hubiera pensado que podría importarle lo que opinara de él. Su estómago se contrae.
En su mente, el sexo siempre había sido algo muy físico. Pero ahora mismo, pareciera ser que el sexo se trata de perder todos los medios para esconderse, de atreverse a dejar que alguien te vea de la manera más vulnerable posible y tener la esperanza de que sea amable contigo.
Es una maravilla que la gente haga esto.
Ella se incorpora y se estira hacia él.
Cuando vuelve a besarla, entre ellos solo hay piel y calor.
Él besa su cuerpo y sus dedos la recorren. No sabía que era posible tener tantas zonas erógenas.
Ella lo besa y lo toca también; sus dedos lo exploran pero solo a medias porque sigue pensando: ahora tendremos sexo. Puede sentir su miembro presionando contra ella y ha escuchado suficientes historias para saber que los chicos son realmente ansiosos. Que una vez que la ropa desaparece, todo lo demás llega muy rápido.
Pero Malfoy no parece saber eso. Actúa como un enamorado, incluso aunque ella obviamente sabe que no es una situación romántica; no están en ese nivel.
Solo porque él ha dicho que no quiere que ella muera no significa que esto sea algo romántico.
No querer que alguien muera es un sentimiento que puede aplicarse a prácticamente cualquier persona.
Ella ciertamente no siente nada por él. Es sólo físico. Un deseo físico que se ha atrincherado adentro de sus costillas.
Es culpa de las hormonas.
Sin embargo, está segura de que terminará vibrando hasta salirse de su piel si él continúa tocándola.
Sus dedos la recorren por todas partes, su boca la saborea, muerde y succiona su piel hasta que un dolor intenso se retuerce en su interior. El calor de su boca encima de sus senos hace que todo su cuerpo se contraiga, y cuando sus dedos finalmente se abren camino entre sus piernas, se siente a punto de gritar.
Una electricidad la recorre. Se sobresalta y suelta un gemido.
No hay traje de baño ni agua, sólo él, tocándola.
—¿Aquí? ¿Está bien? —Pregunta él; sus labios están apenas suspendidos por encima de sus pechos, y la sensación es tan intensa que apenas puede respirar.
Lo único que consigue responder es un gemido entre dientes. Ni siquiera puede asentir. Todo su cuerpo se contrae, al igual que su magia, y de repente está profundamente consciente de que es parte de ella, que su magia y su cuerpo son lo mismo, una unidad. En todos los sentidos.
Aparentemente, incluyendo éste.
Él aprieta la mandíbula y ella tiene que contener el aliento, intentando concentrarse y no caer precipitadamente en las sensaciones. No puede perder el control.
De repente, no está segura de que esto haya sido una buena idea. No había considerado que ella podría…
Intenta abrir la boca para decir algo, pero los dedos de él hacen algo nuevo y su cerebro hace corto circuito. Su cuerpo se contrae por dentro de una manera que no sabía que era posible.
Un gemido es lo único que brota de ella.
Él lo vuelve a hacer.
Su lengua se pasea por su pecho.
Sus dedos giran, acarician. Un lento círculo.
Justo ahí…
Su magia se contrae todavía más. Sus dedos se retuercen y arañan el edredón; sus piernas se tensan, los dedos de sus pies intentan encontrar apoyo mientras él la vuelve a acariciar.
Él recuerda exactamente como ella…
No puede ni pensar. Todo su cuerpo tiembla, una onda sísmica se origina en su interior.
Contrólate, se recuerda a sí misma, no quieres lastimarlo.
Tiene que luchar para aferrarse a la realidad, tiene miedo de perder la concentración.
La invade una inexplicable necesidad de preguntarle por qué le está haciendo esto. Se siente como una estrella ardiendo hasta explotar, y él no hace las cosas más fáciles. Al contrario, las está empeorando con cada sensación increíblemente placentera que de alguna manera consigue provocar en su cuerpo.
Sus caderas se mueven y ella intenta débilmente alejarse, pero él la inmoviliza con su rodilla y sus dedos siguen moviéndose al ritmo que ella le había enseñado. Su boca sigue sobre sus pechos, succionando, enviando deliciosas señales que arden en su interior. Una descarga de placer se dispara directamente hasta su centro.
Está ascendiendo por la atmósfera, el aire de sus pulmones va disminuyendo hasta desaparecer por completo, y en cualquier momento va a salir disparada por el cielo como un cometa.
Su cabeza cae hacia atrás, su columna se arquea. Sigue intentando abrir la boca para decirle que pare, pero lo único que sale de ella es un grito ahogado y jadeante que él interpreta como una señal para continuar. En el instante en que ella intenta apartarlo, presa del pánico, se hace añicos. Su magia se desenvuelve en su interior, comprimiéndose por un momento antes de salir disparada hacia afuera.
Su cuerpo tiembla y su consciencia se fragmenta. Sus manos arden por el esfuerzo que le supone evitar que todo se prenda fuego a su alrededor.
Cuando su consciencia vuelve a encontrar el camino de regreso a su mente, se queda ahí tendida, como si no tuviera huesos en el cuerpo, con el pecho agitado. Hay tanta magia en el aire, puede sentirla como humo dentro de sus pulmones al respirar.
El rostro de Malfoy se cierne encima de ella, y cuando sus ojos hacen foco otra vez, él luce ofensivamente satisfecho consigo mismo antes de besarla. Puede sentir la magia en sus labios, embriagadora.
Ella lo acerca, desesperada por sentir la calidez y la comodidad de su piel contra la suya. Sus dedos se han ennegrecido hasta las palmas, pero ella apenas lo nota.
Quiere que esto nunca termine.
Los dedos de él se enredan en su cabello, y entonces su boca se acerca a su oído y pregunta con voz áspera:
—¿Puedo?
Ella asiente rápidamente porque, por supuesto, se supone que ese es el objetivo; y es solo después de asentir que todos esos pequeños detalles molestos cruzan por su mente y se amontonan en su consciencia.
Detalles como por ejemplo los métodos anticonceptivos.
Claro que Madame Pomfrey se ha asegurado de que todas y cada una de las chicas de Hogwarts conozcan el hechizo, pero la magia con varita de Hermione todavía no es tan confiable. Existen pociones, pero no ha traído ninguna porque no había incluido el sexo con Malfoy en su agenda de Semana Santa. Sofoca esa parte de ella que intenta entrar en pánico. Todo estará bien, se asegura, calculando rápidamente, de todas maneras, no es ese momento del mes, y si quisiera estar completamente segura, puede preparar una pócima cuando vuelva a Hogwarts.
Sin embargo, más allá de los anticonceptivos, está el asunto de que nunca ha hecho esto antes, y pensar en hacerlo es bastante aterrador. Ha oído que puede doler y a veces mucho. Nunca le ha esquivado al dolor, pero saber que algo va a doler es diferente, especialmente cuando todas las sensaciones son tan intensas.
Cierra las manos en puños, todo su cuerpo se contrae y sus piernas se juntan de solo pensar en el dolor.
—¿Estás segura?
La pregunta la saca de su mente y la hace levantar la vista.
Él la está mirando. Luce tan inseguro como ella, como si fuera algo nuevo y aterrador. Un salto.
En lugar de sentirse más nerviosa, por alguna razón su expresión la tranquiliza. Le alivia saber que no está siendo irracional por estar asustada. Nunca ha hecho esto. Tiene permiso para sentirse un poco ansiosa. Pero todo estará bien, lo están resolviendo juntos.
Vuelve a asentir y, esta vez, está segura.
El sexo es más complicado de lo que Hermione esperaba que fuera para algo tan mecánicamente simple como insertar el elemento «A» en la ranura «B». Había asumido que, por ser algo natural, las cosas simplemente sucederían de manera intuitiva.
Pero en la realidad es… complejo.
Se ven obligados a realizar algunas maniobras para conseguir la alineación correcta. Él es más alto que ella, con lo cual es necesario moverse de manera que sus caderas lleguen aproximadamente al mismo lugar. Luego se vuelve bastante obvio que ninguno de los dos había hecho esto antes cuando él casi pierde el equilibrio y cae encima de ella. Se sonroja tanto que parece quemado por el sol.
Cuando todo está resuelto y alineado, él comienza a empujar lentamente dentro de ella. Ambos sueltan un grito ahogado y se aferran el uno al otro; los dedos de ella se entierran instantáneamente en sus hombros para hacer que se detenga.
Él se queda inmóvil, casi sin respirar.
Ella toma aire, muy lentamente, intentando obligarse a relajar el cuerpo a pesar de que está completamente tenso de los nervios y la anticipación al dolor.
Relájate.
Cierra los ojos y se concentra en la idea; se obliga a dejar de contraerse porque sabe que no la va a ayudar. Es como con la Magia Elemental, se dice a sí misma, solo tienes que relajarte y dejar que suceda.
Suelta el aire lentamente, la tensión disminuye gradualmente. Hace que sus dedos se estiren; sus uñas le han dejado pequeñas medialunas encima de la piel. A medida que se relaja, su magia empieza a brotar.
Asiente con vacilación y él se vuelve a mover, más despacio.
Cuando se hunde en ella no duele, pero todo el cuerpo de él se estremece. Jadea y gime, se muerde el labio y se queda quieto, cerrando los ojos con fuerza. Sus manos tiemblan tanto que hacen vibrar el colchón.
No se vuelve a mover por varios segundos.
Si él no se va a mover quizá ella deba hacerlo. Tiene sentido, así podría controlar la velocidad y la profundidad.
Mueve las caderas hacia arriba, haciéndolo llegar más profundo. Un ruido ahogado escapa instantáneamente de él.
—¡N-no! —Una de sus manos consigue encontrar su cadera e intenta inmovilizarla contra la cama; niega con la cabeza rápidamente. —Nonquieracabartodvía.
Las palabras salen desesperadas, confusas y una encima de la otra.
No sabe exactamente qué dijo, pero capta la esencia y se detiene.
—Lo siento.
Él deja caer la cabeza, sus labios le rozan la frente, y gime como si estuviera sintiendo dolor.
—Joder. —Finalmente exhala la palabra contra su cabello. Apenas se mueve, se desliza hacia adentro un poco más y todo su cuerpo se vuelve a estremecer.
—Es solo que… —Intenta explicar, con la voz espesa—. Voy a… mierda. Ay, maldición…
—Está bien—dice ella, intentando ser útil.
Él niega con la cabeza, sus dedos se curvan y se enredan en su cabello mientras estabiliza la respiración, pero aun así apenas se mueve.
Tal vez lo está apretando con mucha fuerza. Ese había sido el problema en el Baño.
Intenta relajarse más, pero, al hacerlo, su magia se escapa completamente de su control, como si hubiera estado esperando para huir. Su consciencia la sigue en contra de su voluntad y de repente puede sentir a Malfoy como si fuera su propio cuerpo.
La tensión cuando flexiona sus manos, la maraña de su cabello mordiendo contra su piel, el calor de su propio cuerpo, suave y reconfortante y líquido; es un placer radiante y abrasador que arde de manera exquisita y forma un infierno al borde del cual se está tambaleando, a punto de ser engullido.
La cabeza le da vueltas por la intensidad de sentir su cuerpo y el de él al mismo tiempo. No está sintiendo dolor en absoluto.
Su propia piel reacciona a las sensaciones, incluso aunque no son suyas. No aguanta quedarse quieta.
Tiene que moverse, es demasiado intenso como para no moverse. Todo en su interior le pide a gritos que se mueva.
Arquea el cuerpo y se muerde el labio a la vez que un gemido profundo brota de ella; el calor se retuerce en su bajo vientre a medida que él entra un poco más.
Sus caderas presionan contra las suyas, un brazo se desliza debajo de su espalda y la aprieta contra su pecho; sus labios se deslizan cerca de la línea donde comienza su cabello, y un aliento cálido le recorre el rostro y el cuero cabelludo.
Está temblando por todas las sensaciones, ebria por la oleada de placer.
Sigue esperando que llegue el dolor. Que aparezca esa agonía repentina y punzante que borre todo indicio de placer, pero nunca llega. Siente un pinchazo. Un estiramiento que vacila justo al borde del dolor cuando él se mueve rápidamente. Pero no duele.
Se siente como si estuviera transmutando. Entrelaza los dedos en su cabello que se siente como seda contra su piel, lo siente temblar y el placer que le recorre la columna cuando ella tira. Sus manos se deslizan por sus hombros y persiguen la sensación por sus nervios.
Algo crece en su interior.
Siente un torrente en la sangre de él, el placer lo desgarra y sus caderas se sacuden varias veces. Ella siente el pulso en su interior, un placer que se cristaliza a través de su consciencia por un instante antes de estallar en pedazos.
La atraviesa rápidamente hasta llegar a su cerebro, resplandeciente como una estrella nueva.
Su magia explota hacia afuera como una onda de choque, inunda sus cuerpos, inunda la habitación, también la de Malfoy y las escaleras, con tanta intensidad que podría volver a caer fuera de la realidad. Apenas consigue contenerse a sí misma en su interior mientras se aferra a él y se concentra: aquí, aquí, solo quiero estar aquí.
Lo repite una y otra vez hasta que su consciencia vuelve a hacer un punto de foco en su cuerpo. Se queda ahí tendida, aferrándose a él, mientras la magia se desvanece de sus ojos.
Las costillas de Malfoy se hunden contra las suyas; está jadeando encima de ella, recuperando el aliento, mientras ella sigue intentando volver a orientarse dentro de los confines de su propia piel. Le lleva un momento hacer que su visión vuelva a funcionar, así que se concentra en el sonido y en la sensación de su respiración, y de su cuerpo todavía entrelazado con el suyo.
Toma aire con dificultad mientras todo se va aclarando. Espera que él se impulse hacia arriba y se aleje, y ya le aterroriza ese momento incluso antes de que lo haga.
Todo está a punto de terminar. Su pecho se contrae de dolor.
Probablemente él esté arrepentido. Ahora que no está distraído por la excitación, comenzará a pensar; pensará en su familia, o tal vez ahora pensará en los métodos anticonceptivos y se volverá loco y luego se enojará porque, ya que fue ella quien lo invitó, asumió que había tomado precauciones.
Algo. Va a suceder algo, está segura de eso.
Él encontrará una razón para volver a ser frío, como el aire helado que llega después del atardecer.
Y la dejaría sola en la oscuridad.
Deja que sus brazos se deslicen y caigan sobre la cama, para que no parezca que se está aferrando ni nada por el estilo.
Ya se está imaginando todos los posibles escenarios, intentando recorrer todos ellos tan rápido como pueda, porque así será más fácil; es mejor estar preparada mentalmente, saber lo que vendrá.
No significa nada, se recuerda.
Ya sabía eso, así que estará bien. Todo estará bien.
Él se vuelve a mover, desliza sus caderas más lentamente contra las suyas, todavía dentro de ella.
El movimiento es superficial, al igual que su respiración. Una de sus manos se desliza debajo de su cabeza, se enrosca entre los rizos de la base del cráneo y luego entierra la cabeza contra su cuello. Su respiración acaricia su piel mientras las caderas se mueven otra vez.
Ella se queda ahí, confundida, intentando descifrar lo que está pasando.
¿No había acabado ya? Estaba segura de que lo había hecho.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta finalmente, estirando el cuello para ver su expresión.
Él niega con la cabeza, con el rostro arrugado como si estuviera a punto de llorar. Luce perdido y Hermione está cada vez más desconcertada.
¿Por qué está molesto?
—Puedo seguir un poco más —dice. —No ha terminado… aún. Puedo seguir.
Su mano tiembla contra su nuca.
Ella se calma por un momento y se queda ahí tendida con su confusión. ¿Se trata de algo relacionado con la resistencia? Debe ser, porque no parece que lo esté disfrutando en absoluto. Sigue apretando el rostro contra su hombro, siseando y estremeciéndose como si le doliera cada movimiento.
Está a punto de decir algo sarcástico para que él se detenga, pero antes de hacerlo él mueve el brazo que está debajo de su espalda y la aprieta contra su pecho en un fuerte abrazo, como si temiera que ella fuera a desaparecer de un momento a otro. Su nariz acaricia debajo de su oreja y besa el hueco de su mandíbula.
—Puedo seguir —dice, como si estuviera tratando de convencerla.
Las palabras filosas mueren en su lengua y su pecho se contrae con tanta fuerza que apenas puede respirar.
¿Por qué está tan decidido a alargar todo? Lo ha estado haciendo todo el tiempo. En retrospectiva, ella ha estado esperando que las cosas se den rápidamente, y él ha hecho todo lo posible para que no fuera así.
Para que durara tanto como fuera posible.
Se le contrae la garganta. Abra la boca pero no consigue emitir ninguna palabra.
Puede sentir el ritmo de su corazón, rápido y agitado en su pecho. Se humedece los labios y toma una bocanada de aire con dificultad. Vacilante, curva los dedos sobre sus hombros para volver a tocarlo, y las yemas de sus dedos presionan contra la pálida piel. Tiene las marcas de sus uñas.
Obliga a su voz a funcionar.—Sabes… —dice ella; las palabras se entrecortan y se atascan en su garganta—. N-no tienes que irte. Si quieres… puedes… Puedes quedarte aquí esta noche, conmigo. Solo… Solo si quieres. Yo no… —Se siente extrañamente débil—. Sería…
No sabe cómo decir lo que sería.
—Puedes hacerlo… —consigue expresar antes de volver a perder la voz.
Bueno, eso salió de la manera más terrible.
Él se queda inmóvil.
El pánico se arrastra por todo su cuerpo, la deja helada; se encoge por dentro y se arrepiente de sus palabras con tanta intensidad que se siente físicamente enferma.
Su corazón parece haber dejado de latir por completo mientras las palabras quedan ahí suspendidas en el aire. Todo su cuerpo está caliente y frío a la vez.
—¿En serio? —Las palabras salen amortiguadas contra su piel, pero la mano de él aprieta con fuerza su cabello—. ¿Eso estaría bien?
Su corazón comienza a galopar; el alivio la inunda mientras asiente bruscamente, intentando vislumbrar su rostro por el rabillo del ojo. Tiene que obligarse a mantener una voz casual.
—Sí… por supuesto.
Entonces él colapsa y la rodea con los brazos hasta que están tan entrelazados que cree que se convertirá en una serpiente acuática otra vez. Luego todo su cuerpo se relaja en el abrazo.
Entierra el rostro contra su cuello y su hombro y la acerca aún más.
—De acuerdo, sí.
El calor de su aliento le recorre el cuello y siente que cae en caída libre en algún lugar de su interior.
De repente, todo su cuerpo se vuelve anormalmente ligero, como si se pudiera alejar flotando si él no la estuviera sosteniendo. Le rodea el cuello con los brazos y cierra los ojos; le aterra pensar que sea así como se supone que se siente volver al hogar.
