Capítulo 30: Recalescencia.
Cuando Hermione se despierta a la mañana siguiente, lo primero que nota es que su gato se ha hecho más grande. En lugar del pequeño agujero negro del tamaño de una pelota de golf, ahora ha crecido hasta tener el tamaño de un gatito real.
Al mismo tiempo se da cuenta que está durmiendo sobre la espalda de Malfoy; al parecer, en algún momento de la noche ha dejado de rechazarlo y lo ha reclasificado como su propia fuente de calor personal.
Malfoy, por su parte, está durmiendo profundamente sobre su estómago, con la cara enterrada en la almohada; sus largas extremidades están extendidas sobre la cama como una estrella de mar. Tiene un brazo alrededor de su cintura y el tobillo enganchado al de ella para mantenerla cerca.
No es la posición más cómoda, pero a Hermione, más que la contorsión de la columna de él, le preocupa mucho más su gato que, aunque no se había dignado a acurrucarse con Hermione ni una sola vez, ahora está enroscado de manera posesiva entre los omóplatos de Draco Malfoy, quien considera que la criatura no debería existir.
Es francamente ofensivo.
Le dirige una mirada desagradable y el gatito solo se acomoda con más firmeza y cierra sus ojos de fuego.
—Vete. —le susurra Hermione, quizá de una manera más mordaz que la necesaria.
No es que esté celosa ni nada. Sin duda Malfoy se molestaría si se despertara y descubriera que el familiar que ella ha creado para fastidiarlo lo está utilizando como cama. Aunque Hermione posee suficiente fortaleza mental y emocional, preferiría no comenzar la mañana con una discusión, estando desnudos y en una posada donde se supone que son hermanos.
El gato la ignora.
—Él no es tuyo. Vete —murmura, amenazante; teme despertarlo si se mueve mucho.
El gatito ni siquiera abre los ojos.
Es entonces que Hermione considera que quizá las órdenes verbales no sean la mejor manera de hacerlo. Realmente no ha tenido tiempo de sentarse a experimentar con el «funcionamiento» de la mascota.
Toma una bocanada de aire y se sumerge en su magia hasta encontrar la conexión entre ellos. Desea con firmeza que el gato se vaya a otro lugar y, con sorpresa y fascinación, observa cómo el gatito se desintegra e inmediatamente se vuelve a materializar en el escritorio, mostrando una expresión ofendida por la reubicación.
Como represalia, tira todos sus bolígrafos al suelo.
Hermione lo deja enfadarse y vuelve su atención a Malfoy. Se mueve lentamente a un costado para verlo dormir. Sus pestañas se despliegan como un abanico de cenizas por encima de sus pómulos; el ojo de la cicatriz está oculto.
Ella inclina la cabeza y la apoya sobre la almohada. Sus rasgos son tan extrañamente angulares. Está tentada de acercarse y acariciarlos.
Por lo general, se siente ansiosa cuando se despierta. Siempre hay una sensación de urgencia inmediata, tantas cosas que debería estar haciendo, planificando, trabajando. Necesita estar siempre lista.
Pero, ahí acostada, observándolo, esa ansiosa necesidad de mantenerse ocupada se ve acallada por el deseo de simplemente existir en el momento. De estirar su duración y de estar atenta para no perderse ninguno de sus detalles.
La pacífica contemplación solo dura un minuto hasta que empiezan a surgir en su consciencia las preguntas y las preocupaciones, porque, mientras está ahí tendida, se vuelve terriblemente claro que lo que ha hecho no tiene nada de simple.
¿Por qué demonios ha pensado que tener sexo con Malfoy podría ser algo simple?
Que no significaría nada. Ni para ella ni para él.
Significa algo. Lo sabe, puede sentirlo, como si hubiera un peso adicional en su pecho. Está bastante segura de que también significó algo para él, porque todavía está aquí.
Había querido quedarse con ella.
Solo pensar en eso hace que su corazón palpite más fuerte. Es aterrador y estimulante y un montón de otras cosas que no está prepara para afrontar del todo.
Ya ni siquiera le interesa que sea simple. No le importa que la relación que tengan sea tan intrincada que les lleve una vida entera desentrañarla. Que nunca pueda ser desentrañada. Quiere que sea tan complicada que dure para siempre.
Pero sabe que es irracional.
Suelta el aire, intentando obligar a sus sentimientos a retroceder y alinearse con la razón.
Fue solo sexo. Las personas tienen sexo todo el tiempo. No significa nada. No es un compromiso.
Él no le pertenece.
No quiere a Malfoy. Al menos no de manera racional. La vuelve loca hasta la médula, la hace enfurecer tanto que a veces cree que literalmente podría explotar y, ahora que tiene toda esa magia corriendo en su interior, la posibilidad de una explosión es una preocupación legítima. Tiene un talento único para ser casi mortalmente irritante y luego convenientemente útil y tan abruptamente patético al mismo tiempo que ni siquiera puede seguir la pista de lo que debería sentir por él. ¿Quién quiere quedarse atrapado con alguien así?
Ciertamente no Hermione.
No… de manera racional.
Pero hay algo tan dolorosamente reconfortante en la idea de nunca dejarlo ir, de aferrarse. Siente como si estuviera hecha para aferrarse a él.
Cierra los ojos con fuerza e intenta pensar sin desviarse por la ruidosa avalancha de emociones que la atraviesan, ni distraerse por la presencia física de él a su lado. La calidez de la piel de su brazo alrededor de su cintura, el ritmo de su respiración, incluso el hueso de su tobillo presionando contra su pierna; intenta ignorarlo pero por más que lo intenta, solo consigue sentirse más consciente de él.
Quiso quedarse con ella.
Se le contrae el pecho y su cabeza se siente ligera otra vez.
¿Qué va a hacer?
La Prueba Final está tan cerca. No puede perder. La mera idea de perder es suficiente para hacerla entrar en pánico.
No perderá solo para que Malfoy no la odie. Incluso ahora, en este momento, no va a considerar esa posibilidad; incluso aunque eso signifique perderlo a él.
Se le contrae la garganta y todo su cuerpo se vuelve de plomo, como si pudiera hundirse a través del colchón y asfixiarse allí.
Pero… quizá no lo perdería. Tal vez él quiera que ella gane.
Que Hermione gane podría ser lo mejor para los dos.
Ella siempre había equiparado la idea de ganar con castigar a Malfoy, hacerle lo mismo que él quería hacerle a ella, despojarlo de todo lo que lo hacía ser quien era. Pero, ¿y si lo estaba viendo de manera incorrecta?
Con lo que ahora sabe de su familia, tal vez no sería la pérdida que había imaginado. Él había dicho que nunca perdonaría a sus padres por haberle mentido, es posible que quiera tener la oportunidad de librarse de ellos.
Entonces sería suyo. Solo suyo.
Todo comienza a encajar.
Si se convirtiera en la Campeona del Torneo de los Tres Magos, tendría prácticamente asegurado un trabajo con Barty Crouch apenas termine el colegio. Y recibiría dinero por haber ganado; no tanto como una herencia, pero igual sería una muy buena suma. Podría dárselo a Malfoy mientras ella completa su Séptimo Año en Hogwarts. Él podría vivir en Hogsmeade mientras resuelve sus cosas. Tiene suficiente educación, así que probablemente no tendría ningún problema para encontrar trabajo. Luego, cuando ella haya terminado en Hogwarts, podrían...
Interrumpe su diatriba mental; sabe que se está adelantando demasiado.
Presiona las palmas encima de sus ojos, intentando devolver algo de sentido a su cerebro. Solo han tenido sexo una vez y ya está planeando todo un futuro juntos, imaginándose que mantienen una casa y que ella lo visita en Hogsmeade durante los fines de semana.
Es tan terrible como cuando Lavender y Parvati se enamoran de alguien. Lo próximo que hará será estudiar la borra del té.
No, se tranquiliza, no se comportará como una tonta. Tiene que ganar pase lo que pase; en realidad, este vuelo de fantasía es objetivamente lógico. Sólo es una manera de mantener la esperanza de que él no la odie para siempre cuando ella gane.
Se muerde la uña del dedo pulgar.
Seguro que Malfoy tendrá muchas cosas para decir cuando ella le cuente el plan. Conociéndolo, estará en contra por defecto; pero si ella consiguiera resolver toda la logística y se lo presentara con mucho cuidado, tal vez él comprendería su razonamiento.
Lo primero que hay que hacer es investigar más. Debe resolver todos los detalles antes de contárselo o de siquiera dar una pista de lo que está pensando.
Es cierto que no es su sueño más ambicioso, pero ganar el Torneo y conseguir un empleo con Barty Crouch en el Ministerio es, por lejos, mucho más de lo que ha conseguido cualquier otro hijo de Muggles. Incluso si es lo máximo a lo que puede aspirar, la Magia Negra es sólo un secreto que tiene que pasar su vida guardando; podría estar en paz con eso, si no estuviera sola.
Si tuviera a Malfoy, tal vez eso sería suficiente para ella.
Obviamente que todo eso se basa en la esperanza de que las cosas no se vuelvan completamente amargas tan pronto él despierte…
Como si hubiera sentido su creciente temor, él se revuelve en la cama.
Ella observa cómo su respiración cambia y sus cejas se juntan.
Sus ojos se abren y revelan apenas un fragmento de iris plateados que inmediatamente se clavan en su rostro.
Ella experimenta un breve momento de pánico; su corazón se acelera mientras estudia su expresión, captando cada contracción muscular, la forma en que frunce el ceño y su boca se mueve.
La comisura de sus labios sube.
—Hola. —Tiene la voz espesa por el sueño.
Ella exhala con dificultad.
—Hola —dice, con una sonrisa nerviosa, buscando cualquier atisbo de lo que va a suceder a continuación, pero él no dice nada más.
Siente que debería decir algo, pero no tiene idea de por dónde comenzar.
Traga saliva unas cuantas veces, esperando que las palabras correctas broten de su interior, pero antes de conseguirlo él se mueve hacia ella. Su frente y su nariz rozan contra su rostro, y entonces la besa.
Es un beso lento y perezoso. Sus labios se acarician, sus narices se rozan. Él levanta las manos y parecen cubrir la mitad de su rostro.
El beso es lento y cálido como el despertar.
Él no cierra los ojos, en cambio la observa a través de sus párpados pesados mientras sus labios se encuentran. Finalmente se aleja lo suficiente para romper el beso. —Hola—, vuelve a decir.
Nunca se había sentido tan estúpidamente feliz en toda su vida.
Suelta el aire con alivio y se acerca a él, lo besa, y sus dedos descubren todos esos ángulos que había querido explorar.
Mientras dura el beso, las manos de él comienzan a bajar hasta encontrar sus pechos desnudos y curvarse contra ellos; los acurruca contra el calor de su palma.
Todo ocurre sin prisas. Él no está apurado y, esta vez, ella tampoco. No hay ningún punto en particular al que deban llegar. Se permite a sí misma tomarse el tiempo de descubrir todas aquellas cosas que estuvo demasiado distraída la noche anterior como para prestar atención.
La luz de la mañana le sienta bien; los frágiles rayos de principio de primavera delinean sus pálidos rasgos. Ella memoriza estos detalles con la punta de los dedos. Observa la forma de sus clavículas y los pasos de sus costillas, la manera en que respira cuando lo toca. Pasa la yema de un dedo por su hombro y continúa hasta llegar a sus manos; contempla cómo sus largos dedos se curvan y se flexionan cuando ella acaricia la parte interna de la palma y la muñeca. Cuenta las venas azules y las cicatrices del Juramento que se entrelazan por su brazo.
Cuando desliza una mano por su torso, lo siente temblar, y un rubor le recorre el borde de la nariz.
Tiene momentos en los que se siente mareada e irracional, en los que quiere levantarse y encerrarse en el baño hasta que su cerebro se calme, porque todo se siente tan abrumador. No es su magia que la sobrepasa, se sentiría más bajo control si fuera eso. Todos estos sentimientos que siguen atravesándola son tan intensos que no sabe cómo darles sentido. Tiene momentos en que quiere llorar incluso aunque no está triste.
Siente el tipo de felicidad que ha imaginado que otras personas experimentan.
Cuando observaba a las personas a su alrededor, las vidas que tenían siempre parecían tan completas, su felicidad lucía intuitiva, como si simplemente supieran cómo conseguirla. No era algo por lo que tuvieran que preocuparse, o que debiesen deconstruir para verificar si era o no real. Sólo parecían saberlo. Cuando Hermione se siente feliz, tiene una constante sensación de estar fingiendo, de estar haciendo una pantomima de la felicidad para imitar la manera en que se comportan los demás, porque si se detuviera por un momento o se permitiera pensar en ello, todo se desvanecería como una pintura hecha de tiza debajo de una tormenta.
Creyó que nunca sería feliz como lo son otras personas, que no podría ser posible de una manera que se sintiera real.
Pero mientras los labios de Malfoy trazan un camino que serpentea por su garganta, y aparta las sábanas en las que están enredados para que sólo sus cuerpos estén entrelazados el uno con el otro, ella es feliz, y se siente completamente real.
—Dime algo de ti que nadie sepa—pide él.
Es el primer asomo de una conversación que han tenido, y no es la pregunta que esperaba. Ha mantenido su boca cuidadosamente cerrada porque temía que, si decía algo incorrecto, eso traería la realidad de regreso y entonces todo terminaría.
Continúa pensando, sólo un poco más. Sólo un poco más…
La pregunta queda justo en el borde, balanceándose entre la realidad y aquella extraña burbuja de ignorancia del mundo exterior.
Mientras realiza la pregunta, retuerce entre sus dedos uno de los pocos rizos que ha sobrevivido a la noche; lo examina con una abierta curiosidad, tira de él y observa la forma en que regresa.
Ella se mueve, incómoda, y levanta la mirada hacia su rostro.
—Probablemente ya sepas más secretos míos que nadie.
Quería que fuera una broma, pero, al decirlo, se da cuenta de que es verdad. De alguna manera, Draco Malfoy sabe más sobre algunos de sus secretos mejor guardados que Harry y Ron, quienes han sido sus mejores amigos desde Primer Año.
¿Cómo pudo haber ocurrido?
Sus ojos brillan y no parece desanimado por la respuesta. De hecho, luce satisfecho.
—Dime otro.
Ella piensa por un momento, intentando encontrar algo que no esté relacionado con el colegio o con el Torneo o con la Magia Negra. Él probablemente quiera que ella le cuente alguna anécdota graciosa, pero no se le ocurre ningún secreto divertido que no incrimine a Ron y a Harry en algún tipo de problemas, así que le cuenta algo que nadie en el mundo Mágico sabe.
—Cuando era pequeña —dice lentamente—, a mis padres no les gustaba que los extraños me vieran; les preocupaba que yo… hiciera algo. —Lo mira de reojo para comprobar que comprende a qué se refiere con eso. —. Así que iba de visita a casa de mi tío cuando ellos salían a cenar. Él vivía en Londres, que era mucho más cerca que la casa de mi abuela. Era muy tranquilo y silencioso, nunca me sentí fuera de control con él, y además tenía toda esta colección de juegos de ingenio. En su casa había toda una pared repleta de ellos. Solía prestarme uno cada vez que iba, para que pudiera resolverlo en casa. Me decía que era lo suficientemente inteligente para resolver cualquier cosa que quisiera si me lo proponía, porque yo misma era como un juego de ingenio, tenía un misterio oculto en mi interior y solo había que descubrirlo. —Su garganta se contrae por todas las emociones alojadas allí—. Él murió antes de que yo descubriera que era una bruja. Desearía haber podido contárselo, apuesto a que le hubiese gustado.
—¿Cuántos años tenías cuando murió?
Ella toma aire hasta que sus pulmones arden.
—Once, pero mi carta no llegó hasta el siguiente verano, así que fue después de que lo enterramos. No murió de repente ni nada. Todos sabíamos que iba a suceder.
La expresión de él se suaviza.
—Aun así, lo lamento.
Hermione suelta el aire y esquiva su mirada.
Se ha acostumbrado a evitar conversaciones acerca de su familia porque tantas personas se muestran incrédulas ante la mera idea de los Muggles, como si fuera toda una revelación que puedan tener vidas y hacer cosas que importen y que no sean solo anécdotas graciosas. Es casi imposible que los traten como personas.
—Gracias —responde, después de un silencio incómodo.
Sabe que están perdiendo el tiempo por estar allí tumbados. Todavía queda un montón por hacer y resolver si quiere ganar el torneo, pero no consigue decidir dar por terminada la mañana. Malfoy está ahí tendido, mirándola, sin ninguna prisa por levantarse.
—Ahora tú tienes que decirme algo que nadie sepa —dice.
Él parpadea.
—¿Que nadie sepa?
Ella asiente con una falsa solemnidad.
Él piensa por un momento y luego la comisura de su boca apenas se levanta.
—¿Quieres escuchar algo terrible?
—No lo sé —contesta ella, mirándolo de reojo; no está segura de si lo dice en broma o si va a contarle algo realmente horrible—. ¿Qué tan terrible?
Él se pone de costado para quedar frente a ella y luego suelta un profundo suspiro; su expresión se vuelve grave y baja la mirada, como si estuviera a punto de contar algo verdaderamente espantoso.
—La primera vez que me di cuenta de que eras bonita fue cuando me amenazaste con maldecirme.
Ella se queda boquiabierta por el asombro.
—¿Qué?
Él asiente, todavía muy serio.
—Fue terrible. Tuve que cerrar los ojos porque temí que te dieras cuenta de mi repentina crisis interna.
Ella niega con la cabeza con incredulidad, intentando recordar exactamente cómo aquel particular altercado se había desarrollado. ¿Había creído que lo había dejado inmóvil por el miedo y en realidad estaba horrorizado por encontrarla atractiva?
—Pero… te estaba apuñalando con la varita.
Él se deja caer en la cama con los ojos cerrados y luce casi angelical entre las sábanas blancas.
—Sí, lo sé. Al parecer tengo gustos extraños.
El estómago de ella da un vuelco al escuchar eso, pero solo lo observa con el ceño fruncido.
—Sí, así es —dice. Está de acuerdo, pero no está segura de que le guste esa idea respecto a ella.
Después de todo el tiempo que ha perdido intentando ser agradable para otros y siempre sintiendo que nunca alcanzaba los estándares, y aquí está Malfoy, quien probablemente conoce su peor versión y no se avergüenza de sentirse atraído por ella.
Si hubiera sabido que agradar era tan arbitrario, se habría ahorrado un montón de esfuerzo y dolor a lo largo de los años.
—Debo admitir—, agrega—agrega, interrumpiendo sus pensamientos. Tiene los ojos abiertos otra vez y hay un calor oscuro en ellos—, creo que me gustas aún más cuando no estás amenazándome con daños corporales graves. Aunque… —Sus labios se curvan en una sonrisa mordaz—. Todavía no me decido.
Malfoy es quien finalmente decide que es necesario levantarse y salir de la habitación.
Porque tiene hambre. Mucha.
Está a punto de morir, de hecho.
A veces es realmente dramático; un detalle extraño para descubrir debajo de su estoicismo predeterminado.
Hermione no puede discutir la necesidad de comida, y no lo hace porque realmente necesita volver al archivo. Ha comenzado a hacer una lista mental de todo lo que necesita averiguar, al igual que algunas posibles contingencias, para que, cuando le cuente su idea de ganar el Torneo, pueda ser convincente con su caso y él piense que es una buena idea.
Pero apenas salen de la habitación, todo entre ellos se vuelve incómodo.
Toda la familiaridad se evapora y se vuelven rígidos y bruscos. Él sale de su habitación después de haberse vestido, y lo primero que ella nota es que tiene el anillo familiar de regreso en su mano; ni siquiera se había percatado de su ausencia la noche anterior. Incluso aunque sabe que lo necesita para poder entrar al archivo, la reaparición retuerce algo en su interior. Como si nada hubiera ocurrido.
Esquivan la mirada del otro y no se hablan durante el desayuno; luego caminan en silencio hasta el callejón. Al llegar allí, ella rápidamente aferra la manga de su abrigo en lugar de esperar para ver si él quiere tomarla de la mano porque, ¿qué pasa si no lo hace y ella se queda ahí parada como una ingenua?
No es hasta que él se abre la piel de la palma de la mano para la gárgola, por tercera vez en la semana, que ella finalmente se obliga a romper el silencio. Se vuelve hacia él mientras la puerta se cierra y lo ve deslizar el anillo de vuelta en su dedo.
—¿Es…? —Se le tensa la garganta porque odia no saber las respuestas a las cosas y tener que pedirle a otras personas que se las expliquen.
Él la mira con sus ojos penetrantes bajo la luz tenue del candelabro, mientras cura el corte de su mano de manera casual. Queda un rastro de cicatriz.
Su corazón late más rápido mientras lo ve limpiar la sangre y se obliga a formular la pregunta.
—Para los sangre pura, ¿es algo importante usar su propia sangre por alguien?
Él no responde de inmediato. Ella siente que su rostro se vuelve caliente por la vergüenza; casi la supera el impulso de ponerse a la defensiva para no parecer ignorante. Cierra las manos en puños.
—Sí —responde finalmente.
El estómago de ella da un vuelco tan profundo que llega hasta el núcleo fundido de la tierra.
—¿E-en serio? —pregunta, con la esperanza de que esté siendo sarcástico.
Él asiente y se encoge de hombros como si fuera algo sabido.
—Por lo general solo se hace por la familia.
Por supuesto. Quiere patearse a ella misma por no darse cuenta de eso. Los otros sangre puras tienen su propia sangre, no necesitarían que alguien se corte por ellos.
Se queda mirando su pecho con las mejillas ardiendo, demasiado avergonzada para levantar la mirada y enfrentar sus ojos.
—Ah. —Sus manos comienzan a ponerse rígidas—. No sabía eso. —dice, con la voz tensa—. Entonces… Gracias, Malfoy. Por… por hacer esto por mí.
Se crea un silencio doloroso.
Él no responde. Ella está segura de que él simplemente está disfrutando de ese momento, ahora que ha sido obligada a enfrentar lo inconsciente e ingrata que ha sido sin querer; tanto que ni siquiera sabe cuándo está rompiendo las reglas básicas de la etiqueta porque es tan ajena que ni siquiera entiende cómo funcionan las cosas.
—Entonces deberías decirme Draco.
Ella levanta los ojos, desconcertada.
—¿Qué?
Él no se está regodeando como ella había asumido, aunque luce divertido.
—Para agradecerme, deberías llamarme Draco. —Inclina la cabeza a un lado y una sonrisa levanta la comisura de su boca—. Tuvimos sexo … Dos veces. Así que —se encoge de hombros—, creo que sería apropiado.
—¿Draco? —repite ella.
Su nombre se siente muy extraño en su lengua.
—Sí, justo así. —Vuelve a sonreír. En realidad, es una sonrisa bastante alegre y la rodea para abrir la puerta.
Es, por lejos, su visita más improductiva al archivo, porque en lugar de tomar caminos separados y hacer su propia investigación, Malfoy la sigue. No le pregunta, solo va con ella como si hubiera asumido que permanecerían juntos.
Hermione había tenido fantasías acerca de un compañero de estudio; la idea de que a alguien le interesen las mismas cosas para las que ella quiere encontrar respuestas es un sueño hecho realidad. Pero mientras que Malfoy… Draco técnicamente cumple con ese criterio, resulta que en verdad la distrae muchísimo.
Se acerca tanto a ella que ni siquiera puede leer una frase sin perder la concentración varias veces, y cuando intenta alejarlo de un codazo o fulminarlo con la mirada, él atrae su atención con invitaciones a hacer cosas que no tienen nada que ver con investigar. Cosas que implican su espalda presionada contra paredes polvorientas y las manos de Draco entre sus rizos.
Finalmente consigue encontrar un poco de información acerca del control de su magia, y aprende que los familiares son específicamente importantes porque ayudan al portador a desahogar su poder en ellos si se sienten abrumados, en lugar de sobrecargar una ubicación o convertir un lugar en mágico cuando no se supone que lo sea.
Lo cual… probablemente explique la forma en que el gatito ha duplicado su tamaño desde la noche anterior.
Pero para cuando consigue encontrar esa pequeña cantidad de información, sus labios se sienten hinchados, su cabello es casi un halo alrededor de su cabeza, sin un solo rizo intacto, y está casi segura de que tiene un chupetón en el costado del cuello.
Tiene ganas de enseñarle sus descubrimientos a Draco para demostrarle que tenía razón y que crear el gato había sido lo correcto, pero se abstiene porque ahora ha descubierto que le gusta pensar en que él estaba preocupado por ella.
Temprano por la noche, cuando abandonan el lugar, antes de que ella pueda aferrar su manga para aparecerse en el pueblo, él desliza un brazo alrededor de su cintura y la besa justo en la punta de la nariz antes de desaparecer.
Está tan sorprendida que casi no siente las molestias de la aparición conjunta, y cuando aterrizan, se quedan ahí parados. Al observarlo, se siente más mareada que cuando estaba ebria por el whisky de fuego.
—Ahí están. —Llega una voz increíblemente poco bienvenida.
Hermione da un salto y se aparta rápidamente, pero el brazo de Draco alrededor de su cintura se tensa y la acerca aún más.
Se dan vuelta para descubrir a Snape parado en la entrada del callejón, fulminándolos con la mirada como si fueran responsables individual y colectivamente de arruinar toda su vida.
Sus ojos negros los recorren de manera siniestra.
—Bueno—dice con frialdad—. Por lo menos no es difícil adivinar lo que han estado haciendo.
