Y aquí está el siguiente capítulo, antes de empezar, decirles que he visto la película en Netflix justo ayer, y hace muchas cosas bien que la serie no. Me gustó mucho la leve diferencia que tienen los personajes y la adaptación de la ciudad de París, esos detalles estuvieron bien. Ahora, pasando a otro tema, nos centraremos en los personajes que señalan los separadores, si bien en un inicio vemos sus caminos por separado, poco a poco las cosas se juntan.

Respondiendo a algunas reviews que me han dejado: Gwen no podría considerarse un OC como tal, de hecho es Gwen Stacy de Marvel. Respecto a El Grande, digamos que es el villano principal y se descubrirá con el pasar de los capítulos.

"La raíz del sufrimiento es el apego"

- Buda.


Adrien debería ser actor.

No le bastaba solo con ser modelo y aparecer en cientos de revistas y comerciales. Sabía que tenía la capacidad para ser actor, después de todo, llevaba haciéndolo buena parte de su vida.

Siempre tenía que fingir una sonrisa, fingir ser amable ante gente que para nada lo es con él. Adrien no llevaba en su cabeza ningún recuerdo reciente en donde pudiera ser libre en su entorno social, ni siquiera sus amigos o compañeros conocían a la persona detrás de la máscara de niño rico y famoso.

Incluso ahora se veía obligado a seguir actuando, no podía terminar de romperse y gritar en algún callejón aislado o incluso entre las hojas escondidas de un parque.

No iba a dejar que la pequeña a su lado lo viera así.

Cindy lo seguía acompañando por la calle, tomando su mano como si él fuera alguna especie de hermano mayor adoptivo. En un principio, su plan era llevarla a la estación de policía más cercana para que ellos pudieran gestionar la situación.

Era una niña sin hogar, y sin familia. Lo más seguro era entregarla a las autoridades, o servicios sociales, realmente no lo sabía por completo, nunca había tenido una niña abandonada cómo para poder aprender.

Así que, tomada la decisión, mantuvo el rumbo hacia la comisaría más cercana, luego de asegurarse de que la pequeña estaría en buenas manos, iría por su mochila, que a saber dónde habría ido a parar gracias a Nino.

—¿A dónde vamos, señor? —preguntó Cindy, tirando de él para llamar su atención. Adrien bajó la cabeza para hacerle caso mientras se detenían en un semáforo.

—Iremos a un lugar donde te ayudarán —explicó con calma, acariciando la pequeña mano de la niña y pasando en cuanto el semáforo se puso en verde.

—Está bien, solo... —balbuceó Cindy con las mejillas rojas y algo de vergüenza, en su otra mano sostenía su balón de rugby con seguridad para evitar que se le caiga.

—Dime, ¿ocurre algo? —preguntó Adrien con una sonrisa, divisando la estación de policía en la esquina.

—¿Podríamos ir por un helado después? —preguntó Cindy, mostrando una expresión inocente a través de sus ojos oscuros. Aquella pregunto sobresaltó su corazón y lo obligó a regresar la mirada al frente, no quería responderla en absoluto, pues era claro que la pequeña no estaba entendiendo nada de lo que ocurría.

El último tramo se le hizo eterno al rubio, que no respondió la pregunta formulada hace unos segundos. Solo se quedó observando como ondeaba la bandera francesa sobre el balcón de un edificio de cuatro plantas.

Cindy bajó la mirada al ser ignorada y se centró en el suelo, viendo como sus zapatillas rotas se despegaban lentamente con cada paso.

En la entrada había una puerta de vidrio corrediza que se abrió en cuanto ambos subieron el pequeño escalón inicial. El aire acondicionado estaba encendido y generaba un buen ambiente, en el interior había algunos oficiales dando indicaciones a las personas con alguna cita pendiente y una mujer en el mostrador.

Nada más entrar, algunos oficiales lo observaron, era obvio que llamaría la atención, él estaba muy limpio en comparación a la niña que traía tomada de la mano. Intentó ignorar las miradas y se acercó a la pequeña zona de sillas.

—Quédate aquí un momento, siéntate —pidió amablemente Adrien, dejando tranquila a Cindy sobre una de las sillas de espera. Una vez estuvo seguro de que no iba a moverse, caminó hacia el mostrador.

—Hola, disculpe.

—¿Sí, en qué puedo ayudarle? —preguntó amablemente la mujer, ofreciéndole una cálida sonrisa al rubio.

Adrien sabía lo que tenía que hacer, y no iba a dudar en ello. Sin embargo, cuándo estuvo a punto de hablar, se vio en el reflejo del cristal que usaban como pantalla en aquel mostrador.

Vio mucho más allá de aquel simple cristal.

Se fijó en el reflejo de Cindy, que estaba sentada en aquella silla, esperando un helado que nunca le iba a comprar, pues allí se separaban sus caminos. La pequeña jugaba tímidamente con su balón y movía las piernas mientras lo esperaba.

Tragó saliva y sintió que su corazón le daba un vuelco, palpitando tan fuerte que le provocó dolor y un sobresalto.

—Quería saber qué hacer si encuentro un niño perdido en la calle —dijo con nerviosismo, la voz temblorosa y sin despegar la mirada del reflejo del cristal.

—Bueno, lo primero sería ponerse en contacto con el servicio de asistencia más cercano, llamar al número de emergencia y esperar a que lleguen las autoridades y los servicios respectivos —le explicó con solidez y buena pronunciación la mujer, tecleando en el ordenador que tenía delante para obtener algunos números de contacto las instituciones encargadas.

—Y una vez haga eso, ¿qué le pasaría al niño? —siguió indagando el rubio, apoyando las manos en la fina madera del mostrador y percibiendo el olor a fresas del ambientador.

—Las instituciones responsables se hacen cargo, y se verá si son llevados a un centro de acogida de menores o alguna que otra familia.

—Comprendo, muchas gracias —se despidió, recibiendo un asentimiento de parte de la mujer y alejándose para volver con Cindy.

No sabía que estaba pasando por su cabeza en aquel instante. Llegó al lado de la pequeña y la miró de una forma tan profunda que provocó que ella ladease la cabeza con cierta confusión, en ese mismo gesto, Adrien no vio a una niña huérfana.

Se vio a sí mismo.

Un niño rubio y mocoso, con la ropa sucia y manchada por tanto jugar sobre el césped, que había perdido a su madre, y sin saberlo, a su padre también. Un niño que había quedado a cargo de una asistente la mayor parte de su vida, que nunca logró superar aquellos traumas que le provocó vivir la experiencia tan joven.

Le extendió la mano a Cindy y ella se la tomó, afianzando su agarre.

—Vamos a por un helado —dijo Adrien, sonriendo con un cariño incipiente, era especial y diferente. Si se hubiera visto en un espejo, sin duda hasta él se hubiese extrañado de su sonrisa, pues por primera vez en mucho tiempo, había algo genuino en ella.

—Gracias, señor —pronunció Cindy, bajándose de la silla y esperando a que Adrien diese el primer paso hacia adelante.

—No me digas así, llámame, Adrien —sugirió con una pequeña sonrisa, saliendo de la comisaria bajo la atenta mirada de ciertos oficiales que, sin duda, tenían todas las razones del mundo para sospechar.

—Adrien —respondió Cindy, mostrando una sonrisa completa, o incompleta, pues le faltaba un diente de la parte de arriba.

No pudo evitar reírse un poco y revolverle el cabello, se dedicó a observar su vestimenta y puso una expresión pensativa mientras cambiaba el rumbo hacia una tienda conocida.

—Pero antes del helado, te cambiaremos lo que llevas puesto.

Y debía hacerlo rápido, porque ahora que estaba más cerca, recién se dio cuenta de que Cindy apestaba.


Alix se sentó en el borde de aquel medio tubo y se quitó los patines, a su lado, dos adolescentes se lanzaron con su skateboard para empezar una serie de trucos. Estaban siendo grabados por una chica sentada en las sillas exteriores a la estructura, seguramente preparaban el video para subirlo a las redes.

Dejó sus patines a un lado y echó la cabeza hacia atrás, alzando los ojos al cielo mientras se quitaba el casco. Su cabello fucsia se sintió liberado y comenzó a mecerse por acción del viento, un grupo de chicos que iban en longboard se quedaron mirándola como bobos hasta que terminaron chocando entre ellos.

—Idiotas —susurró Alix con una pequeña sonrisa.

Ella tampoco era tonta, sabía que en su último año antes de la universidad algunas cosas cambiarían. Con cada día que tachaba en su calendario, mayor era el riesgo de acabar siendo juzgada en una corte real por una larga lista de delitos que hoy en día solo conllevaban una multa.

Hace tres días estuvo al menos doce horas en las catacumbas explorando el lugar, anotando nuevos túneles para su mapa personal y haciendo algún grafiti en zonas abiertas para los artistas clandestinos.

Ayer se pasó la tarde consiguiendo una licencia de conducir falsa para contrabandear alcohol en la fiesta de etiqueta de su hermano mayor, logró reunir un buen puñado de euros que luego utilizaría para mejorar su equipo de patinaje.

—Hola —le saludó un chico, sentándose a su lado y mostrándole una sonrisa, sus cabellos castaños también se veían revueltos por la corriente de aire y le daban un aspecto de galán juvenil.

Alix enarcó una ceja y le dio una media sonrisa en respuesta, no era tonta, sabía que en estos últimos meses atrajo la atención de varios chicos, pero no sabía el por qué.

—Hola, ¿se te perdió algo por aquí? —preguntó con sorna.

—Eh, no, solo... —titubeó el chico luego de escuchar la pregunta, estaba claro que no se había esperado para nada el tono que le había infundido ella.

Y es que Alix estaba cansada de tantos intentos, los chicos eran como máquinas repetitivas, la invitaban a un café y luego querían terminar envueltos en una fiesta llena de alcohol y sexo.

Por esa razón Alix prefería tratarlos de la mierda.

Tenía sus excepciones a la regla, pues sus compañeros de clase entraban a un grupo de confianza único, había llegado a confiar mucho en todos, incluyendo a la diva andante de Adrien.

—¿Vas a decir algo o seguirás balbuceando como un niño? —inquirió de forma mordaz, entrecerrando los ojos.

—Yo... No quise molestarte, disculpa —pronunció finalmente aquel chico castaño, levantándose con el rostro rojo y caminando hacia las escaleras de salida.

Quizá fue muy dura con él, pero no iba a retractarse. No era buena disculpándose con la gente, solía preferir las acciones a las palabras, y por esa misma razón no creía que fuera buena idea caminar tras él para intentar sonsacarle algo.

Chasqueó la lengua y se levantó, guardó sus patines y casco en una mochila negra algo desgastada, tenía una de las asas rota con un corte profundo por la mitad. Teniendo en cuenta que la sacó de la basura hace dos semanas, llegó a pensar que aquel defecto era producto de una rencilla en la que el antiguo dueño se vio involucrado.

Una vez se puso la mochila al hombro, se acercó al borde del medio tubo y bajó deslizándose, evitando aparecer en el camino de los futuros aspirantes a los X Games.

Las latas de pintura resonaron en cuanto se levantó, recordándole que debía apurar su camino hacia la zona bajo el puente. Un colega de la zona le había pedido de favor que terminase los últimos detalles de su ilustración, incluso le permitió poner su firma al final.

Salió de la plaza y caminó por la calle, lo único bueno que traía caminar por aquella zona exacta de París, era la gran cantidad de zonas verdes y abandonadas que servían de refugio perfecto para todo tipo de actividades.

Distinguió a un par de adolescentes practicar parkour en las inmediaciones de una construcción sin terminar, algunos niños se dedicaban a jugar fútbol en algunos campos enrejados, pero en los que uno se podía colar con facilidad.

Las tiendas de la zona eran diferentes, no se especializaban en comestibles o artículos de necesidad para hogares. En su mayoría se trataban de bares, tiendas extrañas con artículos exclusivos y difíciles de conseguir, así como cientos de lugares para tatuarse.

Una vez entró a uno de esos locales, fue una loca apuesta que culminó en un tatuaje de zanahoria ubicado en su espalda. Se aseguró de mantenerlo oculto hasta que cumpliese los dieciocho, y debía admitir que era buena en ello, pues hasta ahora nadie lo había notado.

Mejor dicho, casi nadie lo había notado. El único que lo hizo fue un modelo de cabello rubio con un gran complejo de aceptación paterna en declive.

Y ocurrió en una situación muy incómoda, por lo que ambos prometieron nunca mencionar el suceso, pues lo que había pasado en aquella excursión de hace tres meses a Lyon, se quedó en Lyon, enterrado y sepultado bajo dos colchones y cuatro sábanas de superhéroes.

Alix miró a la izquierda y se detuvo, pues ya estaba en su destino.

Apoyó la mano en una vieja y oxidada verja de hierro que tembló al mínimo contacto. Del otro lado, un camino cubierto de plantas y árboles atravesados cubrían la visión de los transeúntes y vecinos, engañándolos para hacerles creer que no era más que un viejo trayecto a ninguna parte.

Pero Alix sabía que no era cierto, del otro lado existía una utopía única e incomprendida.

Se apoyó sobre el tembloroso enrejado y lo saltó sin problema, apoyando los pies en el otro lado del camino, llevó las manos hacia adelante con el fin de desviar las ramas y se dispuso a avanzar.

El sendero descendía hacia un viejo camino de agua que alguna vez se utilizó para el drenaje local o algún túnel de metro, no estaba del todo segura. Al principio, desde que llegabas al punto en el que los escalones de piedra desaparecían, podías detectar un olor pútrido y horrible, que te provocaba arcadas y una posible pérdida del sentido del olfato.

Ahora ya no existía, habían ambientado del lugar tanto como se lo permitieron los bolsillos.

La discusión sobre los ambientadores fue un tema al que se le dedicó cuatro días seguidos, más de doscientas opiniones diferentes de toda la comunidad y un hilo en Twitter.

Alix siguió descendiendo con seguridad y confianza, las ramas que obstaculizaban la visión desaparecieron en cierto punto y agilizó su andar.

Y al final del camino, se encontraba un paraíso. Existe gente que puede encontrar joyas entre la basura, el paraíso entre cajas y el nuevo mundo como una simple alfombra vieja.

Esto era diferente, frente a ella, un espacio amplio se abría a las miradas, con dos grandes agujeros de túneles a la izquierda y derecha. Una vía solitaria y vieja era lo único que quedaba de un antiguo proyecto ferroviario, eso y un hilo pequeño de agua que se acumulaba por la lluvia y acababa en el desagüe.

Del lado donde estaba la entrada, había cuatro carpas con mochilas, mantas y algún que otro minibar con latas de gaseosa y cerveza. Un hombre andrajoso y con la piel muy arrugada estaba recostado al lado de la carpa más alejada.

El olor a sándalo llegó a la nariz de Alix, que, extrañada se acercó al viejo adulto.

—Nigel —le llamó, poniendo una mano en su hombro y agitándolo, pues el adulto estaba dormido en aquella posición. No se le veía incómodo, ya que solía hacerlo a menudo.

—Ah, señorita Alix —saludó el anciano, llevándose sus huesudas manos a su casi inexistente cabello canoso y rascándose la cabeza.

—Nigel, habíamos acordado que se usaría fragancia de menta —reclamó la adolescente de cabello fucsia, levantando la mirada y señalando con el dedo todos los adornos colgantes que producían el olor.

—Cierto, disculpe, pero Fran y los otros tomaron la decisión de cambiarlo —confesó Nigel, acomodándose en su manta y tomando una de un pequeño maletín en su tienda de campaña. Era marrón y estaba partida por la mitad con un tajo perfecto.

—Esos idiotas —masculló Alix, dejando su mochila a un lado y caminando hacia la vía de tren que separaba las dos zonas. Cruzó con calma y se dirigió a la pared frontal, donde una fila extensa de ilustraciones de todo tipo conformaba un extraño paisaje.

De izquierda a derecha, podías encontrar mucho más que en una galería de arte o que en el propio museo del Louvre. Representaciones al océano, a la ciudad, a la historia, mitología, incluso algo de ciencia.

La fila de arte llegaba hasta el centro, que es donde se estaba realizando la última obra del grupo. El sueño era llenar toda la pared y lograr que algún día se convirtiera en patrimonio de la ciudad.

El suelo estaba cubierto con papel de periódico y latas de pintura organizadas por una paleta de colores personal, también había algunos paños limpios y máscaras de protección nuevas.

Tomó la primera de ellas y una lata de pintura, una vez se aseguró de tener todo listo, comenzó a hacer su trabajo.

Nigel que la miraba de lejos, negó con la cabeza, ya iban dos veces que se olvidaba de cambiarse la camiseta.


—Nathaniel, tienes que dejar de llorar de una maldita vez —le regañó el simbionte, saliendo del cuello del pelirrojo y amenazando a esa extraña mariposa oscura que se les acercaba.

Nath se sorbió la nariz e intentó controlar sus lágrimas, se frotó los ojos con las manos e intentó secarlas tan rápido como los temblores de su cuerpo se lo permitían.

—Usa las mangas de tu ropa —dijo el simbionte, intentando morder al insecto volador para llevarse algo a la boca, no era su culpa, aún tenía hambre.

—Esta ropa iba a ser donada, no sé ni siquiera si está limpia o sucia —rezongó el pelirrojo, alzando la mirada con sus ojos llorosos y fijándose por primera vez en el peligro que corría—. Un akuma...

—¿Esa mierda es buena o mala? —El simbionte lanzó un mordisco al vacío y gruñó al ver como la mariposa se escapaba, acercándose de frente hacia Nathaniel.

—¡Es mala, mala! —chilló el pelirrojo, levantándose y alejándose todo lo posible del akuma, ya había sido controlado una vez y no volvería a pasar, menos en su situación actual.

—¿Entonces me la puedo comer? —inquirió Venom con una malicia notable en su voz.

—Por supuesto que no... ¿O quizás sí? ¡No lo sé!

El metro avanzaba hacia su próxima estación, la de Nathaniel, el trayecto estaba siendo muy calmado y sin movimientos bruscos al girar, Nath siempre se había quejado de ellos, pero como deseaba que ocurriese uno así en ese mismo instante.

—¡Corre en círculos! —exclamó Venom.

Nath lo obedeció de inmediato.

El metro llegó a la estación, con ambos andenes abarrotados de gente. La puerta del vagón del pelirrojo se abrió y todos tuvieron que hacerse a un lado para dejar pasar a una versión alterna de Flash, porque eso mismo parecía Nathaniel.

Subió las escaleras, pasó por las máquinas de control saltando sobre ellas y salió a la calle con el corazón agitado. Respirando con dificultad y apoyándose en la barandilla de la entrada.

La gente a su alrededor lo ignoraba, pasando de largo y adoptando a Nathaniel como un transeúnte más del flujo ingrávido que movía París de izquierda a derecha. Sus ojos turquesa se quedaron fijos en las escaleras, calmándose en cuanto vieron que el akuma no salía por ninguna parte.

—Estamos a salvo, por ahora —suspiró aliviado el pelirrojo, sacudiendo la cabeza y quitándose cualquier rastro de lágrimas de su rostro.

—A la próxima quiero comerme una de esas cosas —dijo Venom en su mente, recibiendo una mueca del pelirrojo.

—Esperemos que puedas hacerlo...

Nathaniel bajó la cabeza y emprendió su camino a casa, sintiéndose derrotado, perdiendo su mochila, teléfono y ropa. Ni siquiera había pensado en una excusa creíble que le pudiera contar a su madre.

—Quizá deba decirle la verdad —opinó Nath, sintiendo la vibración de Venom en su espalda baja.

—No va a salir bien.

—¿Por qué lo dices? —preguntó el pelirrojo, subiendo unos pequeños escalones para entrar en su vecindario.

—Las madres siempre son escandalosas —respondió con simpleza el simbionte.

—No todas, la mía no lo es —defendió Nath.

—Eso ya lo veremos.

Nathaniel llegó a su casa y se acercó a la puerta, rebuscó en sus bolsillos como de costumbre y chasqueó la lengua. Dio un golpe al timbre con la cabeza y apretó los labios.

Olvidó que también perdió las llaves.

Su plan de discreción no iba a funcionar, del otro lado de la puerta se escuchaban unos pasos gráciles y delicados. Nathaniel se alejó un poco y la puerta se abrió, su madre lo recibió mientras le pegaba un mordisco a una manzana.

—Ma —pronunció el pelirrojo.

La mujer dejó caer la manzana y se lanzó de inmediato hacia su hijo, le tomó ambas mejillas y acunó el rostro magullado de Nath con mucho amor.

—Cariño, ¿qué te pasó? —preguntó la mujer pelirroja, acariciando las mejillas con rasguños de su pequeño artista. Y no solo con eso, bajó la mirada e inspeccionó la ropa que traía puesta su hijo, no la reconoció en absoluto y eso la alteró.

Nathaniel esperaba que fuera cierto eso de que dos cabezas piensan mejor que una, por su cabeza pasaron mil opciones para poder decirlo a su madre. Sorpresa, ninguna era creíble o tenía fundamento.

—Mamá —llamó Nathaniel, recibiendo una mirada llena de angustia—. Me robaron.

Aplicó la vieja confiable.


El Grande miraba por la ventanilla del avión la ciudad de París, si lo que le dijeron era correcto, aterrizarían en unos diez minutos. No podía esperar más, estaba muy cerca como para desistir o fallar en recuperar el objetivo.

Sus informantes en la ciudad le avisaron antes de subir que habían hecho contacto con el muchacho a través de su teléfono móvil. Obviamente se ganaron un par de regaños y castigos apropiados por cometer una estupidez de tal magnitud.

Después de todo, un cazador nunca avisa a la presa de que va a ir por ella, sería muy estúpido.

—¿Dónde fue ubicado el chico? —preguntó El Grande hacia uno de sus asistentes que volaba con él en el jet.

—No tenemos los datos exactos, pero por aproximación, creemos que en el distrito diecisiete —respondió el jefe del área de análisis estadístico.

—Bien, entonces centraremos nuestra búsqueda en ese distrito y sus aledaños, quiero un perímetro invisible y agentes camuflados en cada esquina —exigió el hombre importante y robusto golpeando la mesa central con su puño.

—Señor, somos una empresa privada, no el FBI —se explicó el jefe estadístico, ocultándose bajo una revista de comida francesa que sacó del bolsillo delantero.

—¡Pues hablaré con la autoridad francesa! —rugió de furia el hombre, golpeando la mesa con fuerza y partiéndola en dos. El avión se tambaleó por la fuerza y unas turbulencias hicieron que el resto de los asistentes se levantasen de golpe.

—Señor, cálmese o nos estrellaremos —le advirtió el capitán desde la megafonía.

El Grande masculló algo sobre la hombría del resto de asistentes y saltar en paracaídas, aunque estaba claro que ese jet no tenía ningún paracaídas bajo el asiento.

Todos los asistentes soltaron un suspiro de alivio y se acomodaron de nuevo en sus asientos, cerrando los ojos e intentando dormir un poco antes de aterrizar en el Charles de Gaulle.

Mientras tanto, El Grande observaba de nuevo la ciudad con una sonrisa siniestra en su rostro.

Iba a mostrarle a los parisinos como actuaba el mismísimo Kingpin.


Fin del capítulo

Y este es el final del capítulo, como dije arriba, veremos como se van desarrollando las cosas entre todos, por cierto, últimamente se me han ocurrido ideas muy locas, como pequeños omakes que se podrían poner al final del cap o quizá en un especial, si les agrada la idea, pueden dejármela en un review.

Un saludo.