Luego de cuatro exámenes, dos revisiones, un speedrun de seis horas para estudiar siete temas y una discusión porque no querían ponerme la nota que me correspondía, ya estoy aquí. Me disculpo mucho por la espera, pero debía resolver mis asuntos académicos y quería asegurarme de que sale un buen capítulo. Espero les guste, aunque este no se centre mucho en Nathaniel como si lo harán los siguientes.

"Lo peor que hacen los malos es obligarnos a dudar de los buenos"

—Jacinto Benavente.


Luego de una conversación con Adrien, donde le dijo todo lo que Venom sabía acerca del hombre a buscar, Nathaniel entró a la tienda, y lo primero que hizo fue esquivar a una velocidad increíble un pincel que terminó golpeando un buzón de la calle.

—¿Ah? —balbuceó el pelirrojo, regresando su atención al interior de la tienda.

—Al fin te dignas a venir a ayudar a tu compañera —farfulló Gwen, cruzándose de brazos y mirando al pelirrojo con un clarísimo enojo fingido, Nathaniel supuso que ella lanzó el pincel en cuanto asomó su cabeza de tomate por el vidrio de la puerta.

—¿Gwen? ¿No estabas en rehabilitación? —preguntó confundido y cerrando la puerta, pasando la mirada por el resto del local para asegurarse de que nada había cambiado desde aquel día.

—Eh, pues resulta que me curo bastante rápido, me han dicho que para final de mes ya podría dejar esta cosa —señaló la silla de ruedas como si fuese algún tipo de obstáculo, quizá ella tenía actividades en las que no poder ir de pie o caminar con fluidez le complicaban mucho la vida.

—Oh, eso me parece increíble, me alegro —dijo Nathaniel con suma sinceridad, después de todo, nadie se alegra de que un amigo salga lastimado, a no ser que sea tu mejor amigo o hayan hecho una apuesta—. Pero no deberías estar trabajando, Gwen.

—No te preocupes, he podido yo sola en estos cortos días. —Se encogió de hombros la rubia, restándole importancia a la preocupación del pelirrojo con un gesto de mano.

—Aun así...

—He podido yo sola —reafirmó la rubia, quitándole al pelirrojo la palabra de la boca y enviándola en un camino sin retorno a la isla de Madagascar.

—Lamento haber faltado estos... ¿dos días? ¿tres?

—Tranquilo, Nath, solo estoy jugando —admitió la rubia, riendo con confianza mientras tomaba de una repisa un lote pequeño de nuevos materiales para ordenar—. ¿Me ayudas?

—Por supuesto —se apresuró Nathaniel, acercándose a la rubia y arrodillándose a su lado para tomar la caja más grande de todas, una con una inscripción de fragilidad en un lado y sellada a la perfección—. ¿Qué hay aquí? ¿Láminas y cuadernillos?

Gwen entrecerró los ojos y se le notó muy desconcertada ante su pregunta, sus ojos azules se movían por la parte inferior del paquete y se detuvieron un par de segundos a leer algo.

—No lo sé, ya lo averiguaremos —respondió al final la rubia, encogiéndose de hombros y poniendo el pequeño lote en su regazo para poder avanzar con la silla de ruedas.

Nathaniel siguió a su amiga por la tienda, saludando en el camino a su anciano jefe que le recibió con dos tirones de oreja muy leves y le dijo que siguiera trabajando.

—¿Hubo mucha clientela estos días? —preguntó el pelirrojo.

—Algún que otro niño que viene con sus padres a pedir colores —respondió Gwen, girando por el pasillo y deteniéndose al lado de unos estantes—. Parece que los artistas se han ocultado en una cueva.

—O han sufrido un accidente automovilístico —complementó Venom en la mente del pelirrojo, ganándose una reprimenda mental y un ceño fruncido de parte de Nath.

—Quizá solo tienen un bloqueo creativo, solía pasarme mucho en su momento —explicó Nathaniel, dejando la caja en el suelo.

—Ya veo, entonces has estado centrado en tu arte —concluyó Gwen, abriendo la pequeña caja y tomando los diferentes objetos para dejarlos en su sitio. Hizo a un lado con sumo cuidado los recipientes con todos los tipos de pinceles y puso los nuevos.

—Bueno, no tanto como quisiera -respondió el pelirrojo—. He estado ocupado en otro tipo de asuntos.

—¿Cómo cuáles?

La mente de Nathaniel hizo un recuento de todo lo ocurrido en aquellos días, intentó confesar la verdad ante Gwen en el hospital, pero como todo parecía tan surrealista para poder aceptarlo, decidió seguir como hasta ahora.

—Mates avanzadas y mi reciente amistad con un gato.

—¿Un gato? ¡No me dijiste nada sobre una mascota! —exclamó Gwen, alzando los brazos y provocando que un par de pinceles saltasen por los aires—. ¡Ay!

Nathaniel observó fijamente cada pincel en el aire y se acercó con rapidez, estiró la mano para arrebatarle el recipiente de plástico a Gwen, pero ella misma se lo impidió. A una velocidad sorprendente y con unos reflejos que el pelirrojo desconocía, la rubia atrapó al vuelo cada uno de los pinceles.

Con la mano de la rubia sujetando con firmeza el vaso de plástico que se utilizaba para guardarlos, ambos cruzaron las miradas. Era la primera vez que aquello ocurría desde que se conocieron, normalmente Nath era muy tímido para ver a una mujer a los ojos, y cuando lo intentaba, se entretenía en sus labios o en las pequeñas pecas de sus mejillas.

Ahora todo era diferente, Venom en su interior se revolvió y le envió un escalofrío por todo el cuerpo, dejándolo quieto y con un ligero zumbido atacando sus oídos.

¿Por qué? El pelirrojo no tenía una respuesta clara a la situación, sin embargo, sin desearlo, obtuvo un detalle que no iba a pasar por alto otra vez. Sea lo que fuera aquello que le ocurría mientras le sostenía la mirada a Gwen, fue lo mismo que le ocurrió al ver a Cindy.

La rubia rompió el momento y siguió ordenando los productos como si nada hubiera pasado.

—Por cierto, mira lo que hay en esa caja, y si puedes, pon todo al final del pasillo.

Nathaniel asintió e intentando dejar el momento atrás, puso la caja en el suelo y se dedicó a abrirla, tomó uno de los lados de la caja donde estaba bien puesta la cinta y tiró de ella para romperla.

—Veamos qué es, aunque no pesaba nada —murmuró el pelirrojo para sí mismo, destapando el cartón.

Lo que había en su interior, era un conjunto de marcos para lienzos, y lo que parecía ser algún caballete desmontable, las piezas eran rígidas y de buena fabricación. Por su aspecto, se notaba que aquello debía tener un peso considerable, y costar más de cien euros, por lo que se escapaba del rango de lo admisible para Nathaniel.

—Son muy ligeros... —susurró el pelirrojo, levantando uno de los caballetes con una sola mano y balanceándolo.

Dentro de la caja había diez productos como aquel, y a un lado, debajo de una etiqueta que marcaba el paquete como "frágil". Se estimaba un peso de cuarenta kilos.


La vieja residencia de Aubervilliers no le traía buenos recuerdos.

Todo se remontaba a los últimos años de vida de su madre, no recordaba su rostro ni su voz, era como una sombra densa que se movía de un recuerdo a otro y le causaba mareos. La última vez que la vio fue a los cinco años, no estaba postrada en una cama de hospital a punto de morir y con su vida colgando de un diminuto hilo que tres ancianas no tardarían en cortar.

El último recuerdo con su madre se dio en el jardín de aquella casa, ella tenía un cabello rojizo rebelde y la levantó del suelo sin dificultad alguna. Su rostro era una mancha difusa, pero aquello era lo de menos, aún podía sentir la calidez de estar entre sus brazos.

Su madre le dijo sus últimas palabras en aquel recuerdo, sin embargo, nunca había hecho el esfuerzo de intentar volver para conocer qué era lo que le había dicho. Alix creía fielmente que debía dejar todo eso atrás, y sintió que lo había logrado.

La casa tenía un aspecto de mansión vieja y espeluznante, no era ni de lejos tan grande como la de su amigo millonario, pero sin duda, la casa de los Kubdel tenía el espacio suficiente para criar al menos tres niños y dos perros.

Se bajó del bus en la parada correspondiente y caminó hasta allí sola, la entrada de la casa solía estar al frente de unas viejas tiendas que cerraron hace muchos años. Al pasar por allí observó con curiosidad los nuevos letreros de Neón que indicaban bares y karaokes.

Alix se acercó a la puerta y estiró la mano para tocar el timbre. Le temblaba, le temblaba mucho, sus dedos parecían fideos de tanto temblar y su cabeza ya le empezaba a doler.

—No dejaré que me hagas esto de nuevo... Maldita mansión de mierda —maldijo Alix, sujetando su brazo y maldiciendo con un buen insulto para intentar reprimir el miedo latente que empezaba a mellar su voluntad.

Cerró los ojos y decidió contar hasta tres, en cuanto su mente llegó al primer número, de forma impulsiva se lanzó hacia adelante y tocó el timbre.

—Al fin, que bueno que a veces puedo engañarte, cuerpo —habló la de cabello fucsia, dándose ligeras palmadas en los muslos y estirándose como si estuviese a punto de combatir en MMA—. Hagamos esto, por el tragapelos y el tomate.

La puerta se abrió de pronto y Alix entrecerró los ojos, frente a ella estaba su hermano Jalil, vestido con un pomposo traje formal, los colores eran extravagantes y parecían reflejar la luz del interior.

—Bienvenida, hermanita —saludó Jalil, extendiéndole la mano e inclinándose ligeramente hacia adelante, haciendo gala de una excelente etiqueta para la ocasión.

—Creo que me equivoqué y esto es una fiesta infantil, porque solo veo un payaso.

Alix le lanzó una sonrisa mordaz a su hermano y Jalil se revisó el traje, extrañado, como si la frase de su hermana le abriese los ojos sobre la aberración que llevaba encima.

—Es nuevo... Pero en algo tienes razón, es terrible —concordó el mayor, sonriendo.

—Me alegro de no herir tu gusto por las cosas raras, ya sabes, señor Faraón —comentó Alix, acercándose a su hermano para saludarlo con un golpe de puño en el hombro—. ¿Cómo va todo?

—Pues bastante bien, van a traer una nueva exposición egipcia al museo y me han pedido que sea yo el que se encargue de la restauración y redacte los informes necesarios —respondió el mayor, Alix sabía que, aunque su hermano se viera muy calmado, por dentro estaba pegando saltitos de conejo debido a la felicidad.

—Eso es genial, espero esta vez no pase nada raro.

El ruido del interior de la casa se fue deteniendo, Jalil suspiró y se recargó suavemente en el marco de la puerta.

—Creo que, ya es momento de entrar.

Alix frunció el ceño y asintió, cruzando el umbral de la vieja mansión y entrando al recibidor, el pasillo tenía las paredes pintadas de blanco y el suelo acolchado por una alfombra roja. El material aterciopelado indicaba que podías quitarte los zapatos para caminar por allí y evitar ensuciarlo. Se sintió tentada a hacerlo, pero el toque en el hombro de su hermano evitó el impulso de idiotez.

La adolescente se recriminó mentalmente por ello, después de todo, tenía que ayudar a sus amigos, luego podría hacer lo que ella quisiera.

No requirió de la guía de Jalil para poder llegar al salón principal, conocía perfectamente el camino, las luces ya se veían desde la puerta, por lo que era imposible que alguien se perdiese.

De niña, la casa era como un laberinto, eran pocas veces donde Alix podía llegar al lugar que quería, en aquel momento y siendo tan pequeña no conocía los pasillos, escaleras y puertas de la vieja mansión, por lo que su madre la guiaba.

Al no recordar su rostro, no podía recuperar sus gestos, y al perder su voz, las palabras que ella le dijo sobre aquella vieja casa se perdieron en su memoria. Ese ya no era su hogar; su departamento y el refugio de pintura lo eran.

El salón principal tenía una gran mesa acondicionada para un máximo de veinte personas, dejando así dos grandes espacios para bailar en los diferentes acontecimientos que se llegaron a realizar en las buenas épocas. Había sillas repartidas por todos los rincones, cada una estaba repleta de adultos que charlaban entre ellos mientras bebían copas de un carísimo vino de la despensa de su padre.

—Alix, es un gusto verte.

Y allí estaba su padre, con su cabello cada vez más corto y pequeños mechones blancos en sus entradas. Su bigote no había cambiado nada desde la última vez que Alix interactuó con él, incluso sus ojos azules se veían tan amables detrás de sus gafas, que ella casi se sintió culpable por irse.

Casi.

Alix estaba a punto de responder con el pequeño resentimiento que tenía, cuando su mirada se fijó en dos hombres que acompañaban a su padre, el primero de ellos hizo que la adolescente se mordiera la lengua. Era muy alto y corpulento, parecía que alguien llevó la expresión de parecer un armario empotrado de forma muy literal. Ese tipo no era solo un armario. Parecía un almacén en movimiento, su mirada era seria y estaba completamente calvo.

—Ah... —las palabras se atoraron en su boca y fue su padre el que tomó la palabra.

—Cierto, las presentaciones. Hija, te presento al señor Wilson Fisk —dijo su padre, haciéndole una seña al acompañante del hombre gigante para que se acercara un poco más—. Y este es su acompañante, Colt.

Alix desvió la mirada hacia el acompañante del almacén andante y se topó con un chico castaño, parecía rondar los veintitantos años y tenía el cabello bien peinado hacia atrás. Sus ojos eran oscuros y mantenía una sonrisa cordial.

—Caballeros, ella es mi hija, Alix Kubdel.

Para sorpresa de la adolescente, el chico castaño ya había atrapado su mano, sus manos eran suaves y se notaban muy bien cuidadas. Alix quiso replicar, pero el joven besó el dorso de su mano y se inclinó en señal de respeto.

—Un placer conocerla, bella señorita Kubdel —pronunció en un tono singular aquel chico, analizando cada centímetro suyo con la mirada.

Alix se alejó y retiró la mano como si esta quemase al más mínimo contacto, su mente no le estaba dejando procesar nada, ¿qué se supone que debía hacer ahora?

—Señor Fisk, me gustaría tener un momento con mi hija, luego pasaremos para hablar de los detalles de su oferta.

—Eso espero, Alim Kubdel, soy un hombre ocupado, por lo que me encantaría cerrar esto cuanto antes —dijo Fisk, con una voz profunda que resonaba en toda la habitación—. Vámonos a probar algunos bocadillos, Colt.

—Sí, señor —respondió el joven, que luego de alejarse un poco, se giró para hacer contacto visual con Alix, a la que le guiñó el ojo de forma coqueta.

—¿Está intentando ligar conmigo? —pronunció Alix en cuanto ella y su padre estuvieron solos en un rincón del salón.

—Colt es un chico directo, por lo que he podido ver hoy —aclaró Alim—. Pero de eso no quería hablar, quería saber de ti, ¿cómo te va en la escuela? ¿Estás comiendo bien? ¿Te bañas todos los días? ¿Tienes novio? Si es así, dime que usas protección por favor.

—¡Papá! —gruñó por lo bajo la de cabello fucsia, con el rostro rojo y apretando los puños.

—Lo siento, sabes que me preocupo, tu madre y yo los tuvimos muy jóvenes y...

—¡Para, para ya! —exclamó Alix, frunciendo el ceño y mirando a su padre con seriedad—. ¿Quieres que te responda o no?

—Sí, por favor... —susurró Alim.

Alix estaba a punto de soltar una gran pila de sandeces solo para ver la reacción de su padre, pero no pudo, la expresión en sus ojos azules denotaba una sinceridad que podría reconocer en cualquier parte, pues ella también se la veía en el espejo.

—Ah, está bien... -suspiró la patinadora, cruzándose de brazos—. El inicio en la escuela fue complicado, me fue mal en casi todos los exámenes...

Se detuvo para ver si su padre comenzaba con su discurso sobre esforzarse en ese último año porque debía ir a la universidad a estudiar algo que le sirva para el futuro, pero no, se mantuvo expectante, dispuesto a escuchar todo lo que ella tuviera que decir.

—Pero ya no, logré remontar el vuelo gracias a que algunas amigas me ayudaron, de hecho, hoy también pedí ayuda y ya entendí mejor un tema del curso —contó Alix, recibiendo una sonrisa y un asentimiento de parte de su padre.

—Me alegro por eso.

Alix nuevamente esperó para ver si su padre tenía más que decir, pero tampoco lo hizo.

—Y estoy comiendo bien, de hecho, he aprendido a cocinar alguna que otra cosa, aunque a veces esté en riesgo de incendiarlo todo, soy lo suficientemente buena para lograr algo decente. —Esta vez decidió guardarse que en su primer intentó terminó destrozando una sartén y tuvo que pedir comida rápida—. Me ducho casi todos los días, excepto cuando hace mucho frío, y no, papá, no tengo novio.

—Me alegro de escucharte hija, y no solo por la parte final -bromeó Alim Kubdel. Alix enarcó una ceja y se fijó de nuevo en la expresión de su padre—. Llevaba tanto tiempo queriendo hablar contigo... ¿Conseguiste trabajo? ¿Cómo pagas ese departamento?

—Todavía no consigo trabajo —admitió Alix, que se había logrado pagar varias de sus cosas gracias a un pequeño trabajo los domingos, lo del departamento era una situación aparte—. Jalil me ayuda con una parte.

—Y... ¿has pensado que harás al acabar la escuela? —preguntó su padre, claramente nervioso al formular la pregunta, la última vez que aquel tema se tocó, acabó con su hija yéndose de la casa y una larga ley del hielo.

Alix arrugó el puente de la nariz y se sintió a punto de estallar, pero logró calmarse, recordó que hacia todo eso por Adrien y Nathaniel... Iba a tener que matarlos por obligarla a asistir, quizá a Nathaniel no, solo al idiota del rubiales.

—No lo sé... —respondió a secas.

Se quedó observando el suelo de la habitación, notando la sombra de su padre acercándose, estaba lista para soltar una contestación a cualquier tipo de argumento.

—A mí me ocurrió lo mismo a tu edad —confesó Alim Kubdel, ganándose por primera vez en mucho tiempo una expresión de Alix diferente a la cautelosa. Sabía que su hija era una pistola cargada que podía destrozar a cualquiera con solo abrir la boca.

—¿En serio?

—Sí, supongo que sacaste eso de mí... —Alim se apoyó en una de las sillas contiguas y se sentó—. Quiero decir muchas cosas, disculparme por aquello que ocurrió y afirmar que no pensaba nada de eso, pero ahora no serviría de nada.

—¿Papá?

—Quizá esa pelea debía pasar, intentaba convertirte en una chica de bien, capaz de enfrentar al mundo —explicó Alim, quitándose las gafas y observando a Alix—. Pero, ahora veo que solo debía lanzarte al mundo, porque tú ya tenías las armas para avanzar sola.

—Papá... lo que ocurrió ese día... dolió mucho —musitó Alix, apretando los puños y respirando para intentar calmarse, negándose rotundamente a mostrar debilidad alguna.

—Lo sé, y entiendo que no puedas perdonarme por ello, pero al menos, quisiera que pudiéramos vernos más seguido, y no a los tres o seis meses.

Alix miró a su padre y asintió con la cabeza, todavía sentía que el tema no se arreglaría hasta que ella pudiera responder esa simple pregunta.

—¿Aún tienes el reloj que te di? —preguntó Alim Kubdel, levantándose de la silla.

—Sí, está entre mis cosas —respondió Alix—. ¿Lo quieres de regreso?

—No, consérvalo y siempre llévalo contigo, lo vas a necesitar.

La conversación con su padre culminó en un acuerdo silencioso, por lo que regresaron juntos al salón principal y se volvieron a acercar a sus invitados.

—Entonces, señor Fisk, cerremos el trato sobre la nueva exposición del Louvre —comenzó Alim, poniendo ciertos papeles en la mesa. Jalil se encontraba sentado al lado de su padre y ojeaba los documentos. A ella no le importaba eso, debía comenzar a moverse por el salón para darle información a Adrien, pero no tenía oportunidad, y menos con el idiota de Colt coqueteando con ella a cada segundo.

—Por décima vez, no voy a salir contigo —le rechazó Alix por lo bajo, gruñendo e intentando alejarse poco a poco del chico—. No te acerques.

—Señorita Alix, disculpe si soy muy insistente, pero su belleza me deslumbra, y no quisiera irme hoy sin saber que usted puede darme una chance —le explicó Colt de una forma muy educada, expresándose como un orador experto y acercándose más a la chica.

—Eres más insistente que el subnormal de Adrien —susurró Alix para sí misma.

Colt se acercó y asomó su mano hacia el muslo de Alix, que afiló la mirada.

—Pones esa mano y te prometo que te rompo los dedos uno por uno —amenazó la patinadora.

Colt levantó las manos en señal de rendición.

—Está bien, no deseo importunarla.

Alix siguió vigilándolo de cerca por unos cuantos minutos, hasta que se relajó y decidió beber de su copa, que, gracias a Jalil, tenía más de vino que de refresco.

—Tendría que llamar a mi asesor para ver cuándo podemos gestionarlo todo —dijo Fisk—. Como es mucho material, puede que el museo deba cerrar una semana.

—Eso tendré que hablarlo con el director y el alcalde, pero estoy seguro de que aceptarán —confirmó Alim, después de todo, el fondo para invertir en cultura incluía los museos y centros de investigación, dinero habría y podrían usarlo tranquilamente sin tener consecuencias adversas al cerrar el museo ese lapso.

—Perfecto, entonces déjenme hacer una llamada y volveré para darles los detalles. —Fisk se levantó de su silla, o mejor dicho sus sillas, porque usaba dos juntas—. Colt, vamos.

Colt se levantó y dejó vacío el asiento al lado de Alix, lo que la hizo suspirar de alivio, bebiendo de un solo trago otra ronda de vino y sintiéndose ligeramente afectada.

—Yo creo que iré al baño —le dijo Alix a su hermano.

—No lo anuncies y solo ve —respondió Jalil, concentrado en leer los documentos que su padre le iba pasando, se notaba que era un egiptólogo, pues había una foto con una piedra de esa con jeroglíficos y lo leía como si fuera una nota del periódico.

—Está bien, no me extrañen.

Alix se levantó e inició su operación, rodeó con astucia ciertas mesas donde hablaban el resto de los invitados, pasó de volada y solo escuchando ciertos detalles de sus conversaciones. Tenía varias sospechas sobre un grupo de empresarios que hablaban de crear un hotel mucho más grande al lado del Parc des Princes, pero parece que sus intereses solo se centraban en fútbol.

El siguiente grupo hablaba sobre el rendimiento académico de sus hijos, por lo que los ignoró y siguió adelante.

Luego de dos grupos más, se rindió y decidió dirigirse al baño, no sin antes enviarle un mensaje al rubio para explicarle su momentáneo fracaso.

El baño de invitados del primer piso estaría ocupado como de costumbre, por lo que caminó y subió la escalera con confianza, el pasillo de arriba estaba limpio y repleto de cuadros familiares en los que aparecían los tres.

Abrió la puerta del segundo baño y entró, cerrando la puerta y recostándose en ella para descansar un poco.

—Lo único bueno de esta velada, el vino —declaró con una sonrisa, caminando hacia el espejo para verse un poco y luego tomar algo de agua para lavarse la cara.

Se miró fijamente al espejo por unos segundos, analizando su propio rostro, recordando al insistente de Colt, al tragapelos de Adrien, y a la lista de chicos que quisieron acercarse a ella en la rampa del centro.

—¿De verdad soy tan bonita? —preguntó en un momento de introspección, tocándose el rostro, moviendo sus ojos azules y acariciándose su cabello que poco a poco se volvía más oscuro. Dio una vuelta frente al espejo y se miró también el cuerpo, todavía se sentía insegura, el año pasado la clase visitó la playa y ella no tenía problema alguno en ponerse un traje de baño y lanzarse al agua.

Ahora todo había cambiado, fue de golpe y no se lo esperaba, tuvo que quemar sus antiguas prendas y comprar nuevas, ya no estaba para nada segura, usaba pantalones más anchos, camisas oversize y ropa cada vez más masculina. Al menos, así fue hasta aquel viaje a Lyon.

La realidad golpeó a Alix, que se palpó suavemente los muslos y se miró al espejo de nuevo. Volvió a usar shorts luego de ese viaje, la ropa comenzó a disminuir en tamaño y se sintió más cómoda con prendas de su estilo, pero eso no era lo que estaba pensando ahora.

—Acaso... —Alix se llevó las manos a la cabeza y negó con fuerza—. Volví a usar shorts... y ahora muestro las piernas solo porque el idiota dijo que le gustaban...

Eso no había salido de su boca, claro que no.

—¡Comencé a hacerlo porque el idiota me dijo que le gustaban! —se lamentó Alix, echándose más agua a la cara, nunca dejaría que eso lo supiera Adrien, ya podría imaginarse su cara de satisfacción mientras las volvía a usar como almohada—. Maldita sea, y como somos amigos puede que el sinvergüenza lo proponga... Lo mandaré a la mierda y ya.

Alix se refrescó la cabeza de tanto pensamiento y salió del baño, cerró la puerta y se dejó llevar por el viento que entraba por la ventana, al menos hasta que su teléfono sonó, lo tomó del bolsillo y leyó un mensaje proveniente de Adrien.

Tragapelos callejero:

—Fisk


Minutos antes del mensaje

Chat Noir aterrizó en un tejado con gracia, dio un giro y se levantó para seguir saltando entre edificios como un buen gato techero. Se posó en una cornisa cercana a las ventanas de un hotel, no para ver en su interior, pero sí para patrullar la oscura calle a sus pies.

No era normal que los postes de luz fallen a esas horas, el sistema de alumbrado público era eficiente hasta en lo más mínimo, los sentidos agudos de felino de Chat le indicaban que algo no estaba yendo bien.

Decidió moverse al edificio de en frente de forma sigilosa, caminó con rapidez y mucho equilibrio a través de los cables que unían las líneas de tensión de los postes y descendió hasta quedar lo suficientemente bajo, se fundió en la oscuridad al ponerse en un ángulo muerto de la calle y usó su visión nocturna.

En un principio no se veía nada, la oscuridad era profunda pero solo había escaparates cerrados y puertas de departamentos juntándose debido a algún residente que acababa de entrar.

Chat se fue moviendo de poste en poste, dando saltos en la oscuridad para luego aterrizar en silencio, había aprendido a moverse de esa forma debido a su juego favorito para practicar el sigilo.

Sus nuevas orejas se movieron y escucharon algo a lo lejos, Chat se dirigió hasta el final de la calle y observó que el apagón abarcaba al menos dos calles más, el sonido se escuchaba fuerte y Chat Noir logró distinguirlo, eran quejidos y gritos de auxilio de una mujer.

—Una damisela en apuros —mencionó el rubio, procediendo a dirigirse en la dirección de los sonidos, siendo guiado por sus orejas y ejecutando cada movimiento con precisión—. A esto le llamo agilidad gatuna, a partir de ahora mi nombre es Adrien Dorian, miembro de la orden de...

El monólogo de Chat Noir se vio detenido al escuchar mejor los sonidos que venían de aquella calle oscura, se le erizó el vello de la nuca y sudó frio, cada pequeño sonido formaba en conjunto una sinfónica horripilante para el rubio, que se quedó sin palabras al adentrarse y observar de que se trataba.

Apretó los labios y se mordió la lengua hasta sacarse algo de sangre, sus ojos estaban fijos en la escena que se desarrollaba en aquel momento frente a él, los gritos, los quejidos, las súplicas, todo se combinaba en una especie de espiral monstruosa que hizo gruñir al héroe.

La sangre le hervía, Chat Noir sentía furia subiendo a través de su cuerpo y siendo transportada con cada latido de su corazón, debía actuar ya.

Intentó mover su cuerpo, pero se sintió paralizado, no por algún efecto secundario o un veneno, algo en él le obligaba a quedarse quieto.

Los sonidos eran estremecedores, Chat intentó cubrirse los oídos y los ojos, ya no quería ver más, quería ir a ayudar, ¿por qué no podía? ¿Cuánto tiempo llevaban sucediendo estas cosas en las calles de París? ¿Por qué nunca se había dado cuenta?

Se dio un golpe en la mejilla y cerró los ojos, al abrirlos, unos furiosos ojos verdes, bajaron del poste de luz.

—Oye, ¿escuchaste eso? —dijo uno de los hombres, era una pandilla de cinco personas que no se veían como tal, todos parecían ser hombres exitosos, llevaban ropa casual, otros lucían tatuajes o se fumaban un puro.

—¡¿No puedes esperar a que termine aquí?! ¡Ve a ver! —le gritó el que parecía ser el jefe de la banda.

El hombre chasqueó la lengua y tomando un bate, caminó hacia la parte más oscura del callejón, es cierto que el ojo humano logra acostumbrarse a la oscuridad y distingue cosas, pero ninguna visión es tan acertada como la de un cierto felino.

—Tú, me das asco —pronunció una voz grave, que venía de la misma oscuridad.

—¡¿Quién eres?! —gritó el hombre con el bate, notablemente asustado por la situación—. ¡Jefe, necesito ayuda!

—¡Arréglatelas solo!

El hombre con el bate tembló y se le cayó de las manos, por lo que se agachó a recogerlo con rapidez, sin percatarse que detrás suyo, una figura negra y encapuchada se hizo presente.

—Me parece... que no vas a tener ayuda... —susurró Chat Noir, mostrando unos ojos furiosos antes de lanzarse contra aquel tipo.

¿Por qué se sentía tan bien? Eso pensaba Chat Noir mientras golpeaba y hacía añicos a todos esos hijos de puta, como él los llamaba. Rodillazos al abdomen, golpes con su bastón, incluso destrozarles el rostro con la pared y lanzarlos hacia el escaparate de vidrio de una tienda. Su vista ya se había teñido de rojo, pero no se iba a detener.

Esquivó un fútil intento del jefe por golpearle, era una persona grotesca, obesa como una morsa y con poco pelo, tenía los pies pequeños, por lo que aprovechó para hacerlo tropezar con facilidad y tomarlo del cuello para empezar a golpearlo contra la pared.

—Eres una mierda, una enferma mierda —escupió Chat Noir, dándole un golpe certero y lanzándolo al suelo, la morsa humana se revolvió en el suelo y observó al héroe parisino acercarse, con una mano extendida—. Debería hacerte algo especial, así como se lo hice a tus compañeros...

La mano de Chat Noir se llenó de una energía oscura, las garras salieron y los ojos verdes en la máscara se veían tan fúricos, que cualquiera podría asumir que estaba viendo a la mismísima encarnación de la destrucción.

—Voy a disfrutar esto... —susurró Chat Noir, dando un paso adelante, sin embargo, se detuvo al notar una vibración en su bolsillo, lo que le hizo deshacer su movimiento insignia y sacar su teléfono para leerlo.

Belle demoiselle:

—Por ahora nada, tragapelos

Chat leyó el apodo y volvió a guardar su teléfono, es entonces que todo pareció detenerse, su vista se fue aclarando y se limpió la sangre que manchaba su máscara. El tipo a sus pies se desmayó y es entonces que el rubio tomó conciencia de lo que hizo...

—¿Chat...Noir?

La adrenalina en su sistema descendía a cada segundo, pero al escuchar esa voz temblorosa y llena de dolor, recordó todo lo ocurrido, imágenes que repasó en su mente y que decidió ignorar por el momento. Después de todo, había algo más importante que hacer.

Se dio la vuelta y se acercó a aquella mujer.

—Señorita... —Chat Noir siempre se caracterizó por sus malos chistes al momento de enfrentar akumas, pero incluso él sabía cuando era el momento, y este, definitivamente no lo era.

Aquella mujer rehuyó del contacto con el héroe, sus ropas estaban destrozadas y tenía el labio partido, Chat Noir no pudo evitar gruñir ante lo lastimada que se veía.

—Tome, y disculpe si la molesto, pero necesitaré que me explique un par de cosas.

Chat Noir le extendió su propia capucha y observó de reojo la masacre ejecutada por él hace unos minutos, revisó a cada uno de lejos y se percató de que todos respiraban. Era probable que en su momento de furia aquello no le hubiera importado, pero ahora, estaba bien con no cargar muertes en su conciencia de estudiante.

La mujer se vistió con su capucha, y se acomodó la ropa tanto como pudo.

—¿Por qué le estaban haciendo eso? —preguntó Chat Noir, aún con el peso de la escena en su mente, la mujer se terminó de cerrar su rota camisa y se apoyó como pudo en la pared de ladrillos. Sus pantalones estaban desgarrados y rotos, con sus piernas repletas de cortes y raspones.

—Ellos... estaban saldando una deuda —respondió la mujer, claramente cohibida y con un profundo dolor.

Chat Noir se le acercó un poco, para evitar asustarla se arrodilló y se mantuvo a una distancia prudente.

—¿Qué clase de deuda implica dejar casi muerta a una persona? —inquirió el rubio, algo incómodo al tocar el tema, pero con el instinto de que aquello era una pista más hacia su objetivo.

—Tener una deuda con un hombre con el que no debes... —respondió la mujer, muy asustada, miró a todos lados antes de intentar decir su nombre, como si aquella persona tuviera ojos y oídos ocultos en cada rincón de París.

—¿Quién es ese hombre?

—No es de aquí... compró todos los edificios ayer, se presentó y subió el alquiler de forma exagerada, todos los vecinos se fueron, pero me comprometí pagarle hoy... y no pude —balbuceó la mujer, sollozando de dolor y tambaleándose por la pérdida de sangre.

Chat Noir se lanzó a atraparla y lo hizo, abrazándola contra él y evitando que se hiciera más daño.

—¿Cómo se llama? —preguntó el rubio, acomodándose de rodillas y apoyando la cabeza de la mujer en sus piernas, sacó su teléfono y se dispuso a llamar a los servicios médicos.

—Se llama... Fisk...


Alix bebió otro vaso de vino y dejó que Colt pusiera la mano sobre su muslo y lo acariciase con suma delicadeza, la primera vez casi suelta la mano, preparada para destrozarle un dedo, pero recordó el mensaje de Adrien e hizo un esfuerzo por lucir tímida y cordial.

—Y bien, Colt, ¿a qué te dedicas? —preguntó Alix, luciendo sumamente interesada por el castaño, Colt le guiñó el ojo y le sirvió otra copa de vino antes de hablar.

—Formo parte de la seguridad del señor Fisk, lo seguimos a donde vaya y debemos evitar que sus enemigos le causen daño —respondió Colt, sacando una tarjeta de su bolsillo y entregándosela.

La fina tipografía dañó de muerte los ojos azules de Alix, brillaba en un color dorado casi imposible de distinguir con el fondo, por lo que tuvo que pasar los dedos para delimitar la forma de las letras y entender lo que estaba escrito.

En la tarjeta rezaba Wilson Fisk, una dirección de Nueva York y diferentes formas de contacto con el jefe de Colt. Alix se guardó la tarjeta en el bolsillo de su camisa para mostrársela a Adrien en la primera oportunidad.

—¿Y a que se dedica el señor Fisk?

Colt vaciló un momento y movió los ojos de un lado a otro, Fisk estaba hablando con Alim sobre nuevos proyectos a parte de la exposición del museo.

—Es un poderoso empresario, tiene mucho dinero para invertir y suele tener buen olfato para los negocios.

Colt no soltó mucho más, le agregó un par de ejemplos a Alix sobre el trabajo que desarrollaba su jefe, su gestión de propiedades, locales, negocios y su más reciente sector en la investigación.

—¿Y vinieron a investigar algo a París? —Alix se acercó al castaño y ladeó la cabeza, dándole un sorbo a su copa de vino—. Me parece curioso que se muevan de Nueva York hasta aquí, sabiendo que el centro de la economía está allí.

Colt entrecerró los ojos y observó a la adolescente, Alix intentó poner su cara más inocente y curiosa, aunque a veces sentía que la primera no le salía para nada.

—Digamos que hemos venido en busca de un material específico —respondió Colt, acariciando el muslo de Alix y mostrándole una media sonrisa, combinando la respuesta con un ligero tono coqueto—. Algo que solo podemos encontrar aquí en París.

—¿Y cuál es ese algo? —susurró Alix, acercándose al castaño mientras llevaba una mano a la espalda para tomar su teléfono, no era una maestra para conocer todos los comandos gestuales de su móvil, pero hay uno del que estaba muy segura.

Presionó el botón de desbloqueo dos veces, deslizó su pulgar por la pantalla y le dio al botón del volumen.

Colt desvió la mirada hacia su jefe, que, a pesar de seguir enfrascado en la conversación, se tomó un minuto para prestarle atención a su empleado y asentir. Era una confirmación silenciosa, algo de lo que Alix se habría dado cuenta de no ser porque se aguantaba las ganas de apuñalarle la mano al castaño con un tenedor.

—Es un secretito, pero puedo decírtelo si me acompañas —habló por lo bajo el castaño.

Alix asintió y suspiró con alivio en cuanto el joven se levantó y la dejó libre. Estaba claro que no iba a durar mucho aquella sensación, pues ahora debía acompañarlo a quien sabe donde para intentar conseguir la información que le pidieron.

Anotó mentalmente un método de tortura para Adrien, que seguramente se lo debía estar pasando mejor dando saltos por los techos y peleándose con otros gatos por su territorio.

Alix se levantó y le lanzó una mirada a su hermano, Jalil levantó la vista de sus documentos y entendió lo que le quería decir su hermana menor, esa expresión la conocía desde hace mucho. En palabras simples y resumidas: "si me escuchas gritar, ven a ayudarme"

Siguió a Colt a través del gran salón, el castaño llevó las manos al nudo de su corbata y lo deshizo para poder quitársela. La dobló con cuidado y la guardó en uno de los bolsillos de su pantalón, al mismo tiempo que sacaba un paquete pequeño de color negro y se metía un chicle a la boca.

—¿Quieres uno? —le ofreció extendiéndole el envoltorio.

—No, gracias, estoy bien.

Regla número uno de aquella situación, no aceptar nada que te ofrezca un extraño, menos cuando este parece trabajar para el psicópata que busca a tu amigo y su particular parásito.

El joven castaño llevó a Alix hasta el jardín trasero de la casa, la patinadora observó que el lugar no había cambiado en lo absoluto, se notaba de pies a cabeza que su padre se esforzó por mantenerlo todo igual a cuando su madre vivía.

Colt caminó hasta uno de los semimuros que delimitaban el jardín con una zona más elevada repleta de arbustos y setos, se subió con poco esfuerzo y se sentó, esperando a que Alix también lo hiciera.

—Lo que vinimos a buscar es algo que se nos escapó en un descuido —comenzó a relatar Colt, apoyando nuevamente la mano en el muslo de Alix en cuanto ella se subió para escucharlo—. No quisimos venir a París, sino llevarnos lo que encontramos a Nueva York.

—¿Qué encontraron?

—Fue algo increíble, maravilloso e inimaginable —respondió Colt, echándose el cabello hacia atrás—. Lo tuvimos en unos viejos laboratorios que el jefe tenía en París, pero ese proyecto cerró y tuvimos que irnos a Nueva York.

—Entiendo, ¿esos laboratorios...?

—Se crearon cuatro grandes experimentos que se perdieron con la explosión y clausura del lugar, el último era el que salvamos y transportábamos a Nueva York, pero algo ocurrió...

Alix se quedó esperando la continuación de Colt, que sacudió un poco la cabeza y se dio unos golpecitos en el oído como si tuviera un insecto rondándole.

—Esa noche, los transportistas sufrieron un accidente y perdimos nuestro producto estrella... —se lamentó Colt, Alix fingió el querer empatizar con él y evitar que todo se fuera al traste, pero todo era muy complicado. Seguía grabando con su teléfono cada palabra que soltaba el castaño.

—Debió ser un duro golpe —intentó suponer Alix, llevando el cuerpo hacia atrás al sentir que la mano de Colt se volvía más curiosa, desconcertada, observó los ojos marrones del castaño y una sonrisa sin sentido alguno que brotaba de sus labios.

—Lo fue, pero no esperábamos que nuestro producto estrella se uniera a una persona, ese tal Kurtzberg, tiene algo que nos pertenece... —pronunció el castaño con una voz ronca, inclinándose hacia Alix y llevando su otra mano al mentón de la adolescente—. Y por lo que tengo entendido... ese chico es amigo tuyo.

—Nathaniel no es... —el aliento con olor a menta de Colt dejó a Alix mareada, sintió que la cabeza le empezada a dar vueltas y que todo se tambaleaba a su alrededor.

—Así que, Nathaniel Kurtzberg —musitó Colt, dándose otro golpecito en el oído y mirando fijamente a Alix—. Tu amiguito no está a salvo, dentro de dos días algo va a ocurrir, que también se cuide el gato, la policía ya no es buena ayuda...

Colt se siguió acercando a los labios de Alix, el simple olor que brotaba de su boca dejaba aturdida a la patinadora, llegó a la conclusión de que aquello era un chicle normal, sentía que sus dedos buscaban cerrarse solos y las manos le dolían.

—Eviten pasar por las comisarias, no hablen con personas de alta reputación, Fisk está terminando lo que le quiere hacer a la chica de garras, y entonces atacará, tienen que... —Colt estaba a punto de tomar algo un objeto de su bolsillo, cuando se interrumpió y agitó suavemente la cabeza.

En ese momento, Alix recordó el último día con su madre en el jardín.

Las caricias de su madre, con sus manos cálidas y peinando su cabello con paciencia, de entre los arbustos apareció un conejo blanco que dio unas cuantas vueltas alrededor del jardín. Ella le preguntaba cosas a una madre sin rostro y sin voz, el conejo movió las orejas y regresó a los arbustos mientras era perseguido por la pequeña Alix.

Abrió los ojos de golpe, despertando un instinto oculto en ella, apoyó las manos con fuerza en el muro de piedra donde estaba sentada, y sin pensárselo dos veces, recogió las piernas y lanzó una fuerte patada doble hacia el pecho de Colt.

Un crujido se escuchó y los quejidos de Colt quedaron amortiguados por la tierra revuelta y las ramas rotas, su cuerpo voló hasta hundirse en lo más profundo de los matorrales.

Y Alix corrió, tomando su teléfono y enviándole la grabación a Adrien, no quería saber nada más de aquella fiesta. Luego hablaría con su padre y con Jalil para despedirse, pero no mientras ese hombre, Wilson Fisk esté metiendo la mano en todo lo que su familia tardó en construir por el bien de París.

Corrió hacia la valla que separaba el jardín trasero de la fachada de la mansión y dio un salto, sobrepasándolo sin problema, luego se podría a pensar en el por qué pudo hacerlo. Ahora necesitaba correr.

Envió dos últimos mensajes al teléfono del rubio y recibió un audio en respuesta, mientras volvía hacia la parada de autobús, lo reprodujo.

El audio de Adrien era un estruendoso sonido de disparos, acompañado de un gruñido y dos palabras:

—Bien hecho...


Colt se levantó al escuchar la voz de su jefe en el jardín de aquella mansión, destrozó y golpeó con fuerza varias de las ramas para poder incorporarse y sacudirse la ropa.

—¿Qué te pasó? Se claro, no tengo tiempo para tonterías tuyas. —Kingpin tenía los brazos cruzados y una expresión capaz de intimidar al mismísimo presidente ruso.

—Esa chica... patea fuerte —respondió Colt, caminando con cierta dificultad y llevándose las manos a la cabeza, retirándose la peluca castaña y dejando a la vista su rubio cabello—. Creo que me rompió una costilla.

—Que Aarons te lleve al área médica al regresar —repuso Kingpin, apretando los puños—. Entonces no conseguiste a la chica, ¿qué estuviste haciendo todo este tiempo?

—Lo intenté, pero no es una idiota —respondió Colt, llevándose los dedos a los ojos y retirándose unas lentillas, dejando a la vista sus ojos verdes—. Maldito seas, Aarons, está bien que seas mi jefe, pero no molestes.

Para culminar la comunicación, se quitó el comunicador del oído y lo lanzó al suelo.

—Acabas de romper un equipo muy caro —le anunció Kingpin.

—Y una mierda —respondió Colt, revelando su natural expresión psicótica que tantas veces le daba dolor de cabeza al jefe de la Fuerza Secreta.

—Aarons me envió un mensaje diciendo que la comunicación se cortó varias veces, por lo que necesitamos saber lo que le dijiste a la chica —pidió de forma amable y nada amenazante Kingpin, claro que sus amenazas estaban ocultas bajo una capa de amabilidad que no se había quitado en toda la fiesta, sus manos se entrelazaron y un anillo plateado hizo que Colt se llevase una mano al pecho.

—No le dije nada, solo seguí intentando engañarla...

Y con esas últimas palabras, bajó la cabeza y cojeó hacia el interior de la mansión.


Fin del capítulo

Whoooooo, me siento muy bien al publicar este capítulo, me he sentido muy inspirado en algunas partes. A parte de cambiar otras que en un principio me parecieron muy seinen y más oscuras de lo que terminé dejando. Espero les guste y quisiera leer sus comentarios, opiniones y teorías ante todo lo que está ocurriendo.

Un saludo y nos vemos en el siguiente capítulo.