KOTODAMA
"El alma que reside en las palabras"
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Capítulo XXV
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InuYasha estaba en una de las habitaciones traseras del Kyomu, y permanecía en silencio mientras observaba los percheros colgados de la pared. En uno de ellos había un traje de vestir de color gris oscuro y en el otro de una camisa clara y una corbata, las prendas estaban planchadas y listas para usarse. En el suelo se encontraban los zapatos negros que completaban el atuendo. InuYasha observaba el conjunto con malevolencia.
—Deberías usarlo y pasar el mal trago —escuchó a Jakotsu que estaba junto a él—. Es un buen traje y los zapatos también.
InuYasha refunfuñó con un sonido áspero y no era el primero que dejaba salir este día.
—Yo le pondría algún pañuelo en el bolsillo a la chaqueta, tengo varios —Jakotsu bromeó e indicó el pañuelo ribeteado de hilos brillantes que llevaba en el bolsillo de una chaqueta demasiado entallada para ser masculina.
InuYasha respiró hondo y contuvo un nuevo gruñido.
Jakotsu suspiró.
—Bueno, tú mismo, yo tengo que volver al salón principal —aclaró el hombre, dando la vuelta para salir de la que era su oficina en la planta baja—. Por cierto, Kagura quiere hablar contigo.
InuYasha respiró hondo y soltó el aire con un suspiro. No lograría nada manteniendo esta actitud. Se masajeó la sien, esperando que aquel gesto lo ayudase a liberar algo de tensión.
—Bien —respondió. Prácticamente era la primera palabra que decía desde que había aparecido en el Kyomu esta tarde, y que no venía acompañada de un sonido de molestia.
—¡Vaya! ¡Pero si sabes hablar! Pensé que ya sólo gruñías y te enfurruñabas —Jakotsu, fiel a su personalidad, hizo la broma pertinente.
InuYasha no estaba para reír, así que fue directo a aquello que lo ocupaba.
—¿Quiénes trabajan esta noche? —hizo la pregunta en un tono totalmente neutro.
Jakotsu hizo una pequeña pausa, quizás sopesando el ánimo de su amigo.
—Kyokotsu, Mukotsu. Kōga no vendrá hoy. Bankotsu está en las preparaciones del sitio nuevo. Kagura y Kanna, como siempre —fue el detalle que le dio.
—¿Renkotsu? —InuYasha sonó completamente indiferente.
—En el anexo, con Bankotsu.
Otra vez el lugar se llenó de silencio. InuYasha parecía observar el traje, sin embargo sus pensamientos estaban en otra cosa.
—Te dejo a solas con tus pensamientos. Pero ponte el traje —luego de aquellas palabras escuchó a Jakotsu salir y cerrar la puerta tras de sí.
InuYasha estaba molesto. No, molesto era poco, se encontraba furioso. Y el maldito traje que había delante de él le recordaba lo jodido que estaba. Naraku jugaba sus cartas con maestría y él parecía un simple aprendiz en comparación. Había pensado que sabía más, lo suficiente como para escapársele al hombre de entre las telas de araña que tejía con paciencia y cautela. Sin embargo, su situación actual le demostraba que se equivocaba.
—Mierda —masculló y tomó el traje que el mismo Naraku había enviado para él. Tenía que seguir adelante con pie de plomo.
Una vez se preparó, dejando de lado la chaqueta, el chaleco que acompañaba a ésta, y la corbata, se dirigió hasta la oficina de Kagura. Al subir la estrecha escalera que daba acceso al segundo piso se encontró con Kanna. La chica, que permanecía siempre junto a Kagura, estaba vestida con su tradicional indumentaria blanca y mantenía las manos enlazadas por delante del cuerpo.
—Ella te está esperando —fue la frase que la muchacha emitió con voz totalmente insípida, sin rastro de intención o voluntad.
InuYasha asintió y paso por un lado de la chica que no se movió ni un ápice. No conocía la historia de Kanna y tampoco le conocía otro lugar que no fuese junto a Kagura. Quizás había llegado el momento de volver a conectar con los entresijos del Kyomu y la gente que habitaba en él. Tenía claro que desvincularse no sería fácil y para ello necesitaba manejar toda la información posible.
La puerta de la oficina estaba entreabierta y a pesar de ello InuYasha dio dos golpes en el marco de madera antes de abrir. Se encontró con que Kagura permanecía en pie, de espalda a la puerta y descansaba el cuerpo hacia el escritorio. Estaba sosteniendo una boquilla para fumar, de la que pendía un cigarrillo a medio consumir, mientras observaba el movimiento del Kyomu a través del amplio cristal de la estancia.
—Kagura —InuYasha mencionó el nombre con calma. No era un saludo, era la simple constatación de que se encontraba aquí.
La mujer tomó una calada del cigarrillo y se incorporó, mientras contenía el humo. No lo miró al girar en su dirección, hasta después de sacudir la ceniza en un delicado cuenco de porcelana. InuYasha la vio soltar el humo hacia un lado con un gesto elegante que le mostró perfectamente el perfil de una mujer joven que entraba en la madurez. Al final de todo aquel ritual, lo miró directamente.
—Te queda bien el traje —mencionó de forma escueta.
—Gracias —la respuesta de InuYasha fue igual de breve.
—Naraku tiene buen gusto, no se lo puedo negar —agregó Kagura, posicionando una mano por detrás del codo del brazo que sostenía el cigarrillo en alto. InuYasha interpretó el gesto como uno que denotaba hostilidad; esto no lo sorprendió.
—Querías verme —afirmó, acabando de ese modo con cualquier preámbulo.
Kagura mantuvo un dramático instante de silencio, que parecía aún más dramático en compañía del vestido de color rojo bermellón que llevaba, cuyo único adorno era un broche dorado en el pecho con la forma de un abanico.
—Naraku te ha enviado ¿Para qué lo ha hecho? —la primera pregunta sonó calma, lo que contrastó totalmente con la agudeza en el tono de la segunda— ¿Vas a reemplazarme?
InuYasha no había considerado lo que Kagura podía pensar por el cambio en su trabajo dentro del Kyomu. Lo cierto es que apenas había alcanzado a pensar en lo que él mismo experimentaba con esto.
—No.
Esa fue la respuesta categórica que dio. Kagura pareció contrariada. Arrugó el ceño mientras daba una nueva calada a su cigarrillo, el que encendió su llama furiosamente.
—Y entonces ¿A qué vienes? —insistió ella, mientras el humo escapaba por entre sus palabras.
—No te lo puedo decir.
InuYasha fue nuevamente categórico. Pudo ver la poca delicadeza con la que Kagura apagaba el cigarrillo, para a continuación comenzar a exteriorizar una retahíla de malos pensamientos.
—Bueno, de todas maneras no me importa si ese hombre pretende esclavizarte a ti en este lugar cómo ha hecho conmigo…
—Kagura —la interrumpió InuYasha—. No tengo intención de ocupar tu lugar, ni de quedarme mucho tiempo. Haz tu trabajo y no interfieras con el mío.
La mujer se mantuvo quieta, procesando las palabras certeras de InuYasha. Tenía claro que él era especial para Naraku y por eso había permitido que hiciera su trabajo al margen de ella. No obstante, y aunque le pesara, debía reconocer que sabía lo que hacía.
Lo vio dirigirse a la puerta y quiso decir una última palabra.
—InuYasha —lo detuvo la mujer—. Mientras antes termines, mejor.
—Si no me interrumpes, terminaré pronto —fue la réplica que InuYasha dio. Luego de aquello salió de la estancia.
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Para InuYasha no fue difícil encontrar el anexo que se estaba habilitando para el Kyomu, a pesar de no haber estado en el lugar aún. Jakotsu le había dado un par de indicaciones que le resultaron simples de seguir, InuYasha conocía a la perfección estas calles. No tardó demasiado en estar frente a la puerta lateral que daba acceso al lugar y pudo ver que a pesar de llamarse anexo competía en tamaño con el club original. La puerta daba acceso a los trabajadores que realizaban obras en el interior y por esa razón no encontró barreras para entrar. No se detuvo a observar las zonas reservadas que se estaban implementando a su izquierda, bajo la oficina alta que aún no tenía cristales. Tampoco le prestó atención a la lujosa barra que se acababa de instalar. Su mirada estaba puesta en Renkotsu que permanecía a un lado, de espalda a la entrada. Tenía un cigarrillo encendido entre los dedos y daba indicaciones a los trabajadores con la misma mano con que sostenía éste. InuYasha se acercó hasta él con paso firme e igual que si hubiese sido alertado, Renkotsu se giró en su dirección
La primera reacción que InuYasha vio en el hombre fue la de un ceño apretado, parecía dispuesto a exigir una razón para su presencia. Sin embargo, aquella actitud cambió en un instante dando paso a la comprensión y la sorpresa. Un gruñido casi salvaje se instaló en el pecho de InuYasha y éste lo dejó escapar entre dientes. Renkotsu retrocedió medio paso, el que no fue lo suficientemente rápido ni lejano como para apartar la carga física que llegó. InuYasha le sostuvo la solapa por el lado derecho de la chaqueta y lo llevó, con fuerza, hacia la pared que tenía cerca. Renkotsu farfulló unas cuántas palabrotas que se le atascaron en la garganta cuando InuYasha se la presionó con el antebrazo. El hombre no tardó demasiado en comenzar a enrojecer por la ira y el escaso aire que conseguía.
—O tienes los huevos muy bien puestos o eres un imbécil —masculló InuYasha, con la voz cargada de la rabia que se estaba cocinando a fuego lento dentro de él, desde que concluyó que Renkotsu era quien le había informado a Naraku sobre Kagome—. Me decanto por lo segundo —continuó, oprimiendo un poco más la garganta del hombre, que se sostenía de su brazo como si realmente pudiese hacer algo por moverlo y salvarse de la situación.
—Hijo de pu… —Renkotsu intentó insultarlo, atragantándose con sus propias palabras.
—¿De verdad crees que me puedes ofender? —la pregunta que InuYasha le hizo llegó acompañada de una sonrisa fría y malévola.
Renkotsu usó toda su voluntad en respirar para, a continuación, lanzarle una patada que InuYasha bloqueó con el brazo que tenía libre. De fondo se escuchaba el murmullo inquieto de los trabajadores que había en el lugar. Las manos de Renkotsu se asieron de su camisa con menos fuerza de la debida para un hombre de su complexión. InuYasha deseaba oprimirle el cuello hasta que se le hundiera la tráquea; podía hacerlo, no obstante…
—Sabes que te puedo dejar hablando por medio de señas el resto de tu vida ¿No? —le advirtió en un susurro punzante que dejaba una amenaza pesada y siniestra en el aire— ¿Eso buscas? —Pudo ver que Renkotsu cerraba los ojos y oprimía el ceño, mientras las palabras que quería decir se le estrangulaban en la garganta— Sí, justo así serán tus conversaciones de hoy en adelante.
InuYasha captó el sonido de una puerta que se abría con violencia a metros de donde estaba, y supuso de quién se trataba y lo que vendría a continuación. Ya estaba curtido en este medio, podía calcular muchos de los factores que se desenvolvían a su alrededor; desde los trabajadores, hasta los chicos de Bankotsu que en un instante estarían aquí.
—¿Te imaginas lo que será intentar que una chica te entienda? —InuYasha continuó desplazando sus amenazas, sin aflojar la presión que ejercía sobre el cuello de Renkotsu— ¿Te imaginas siendo siempre el eslabón más débil de la cadena?
InuYasha puso un poco más de presión al terminar aquella frase. Entonces escuchó el modo en que el sonido ahogado que había sido la voz de Renkotsu, se transformó en apenas un hilo de aire que salía por su boca. Luego de eso vio que como una presa que se sabe cazada, dejó la lucha y alzó las manos en señal de rendición.
—Veo que lo entiendes —sentenció y observó la furia en los ojos de Renkotsu, a pesar de su asentimiento. InuYasha sabía que no podía confiar en que este miserable fuese correcto, no obstante, conocía el poder del miedo.
Lo soltó en el momento exacto en que el hombre que se acercaba a paso raudo hasta él lo tuvo a un metro de distancia.
—¡Qué mierda pasa aquí! —el tono y las palabras que Bankotsu uso, estaban destinadas a ejercer fuerza, algo muy diferente al poder. Por esa razón InuYasha le dio la espalda a Renkotsu, que tosía de forma ahogada, y se metió las manos en los bolsillos del pantalón al mirar de frente a Bankotsu.
—Ya nada, en realidad —dijo con calma, sin perder de vista a los dos hombres que escoltaban a Bankotsu.
—¿Renko? —preguntó Bankotsu, buscando la mirada del hombre tras InuYasha. Éste hizo un gesto con la mano, indicando una negativa, mientras se masajeaba el cuello con la otra.
Bankotsu pareció molesto por no poder crear un incidente de todo esto. InuYasha se mantuvo en silencio, totalmente tranquilo en apariencia.
—No creas que porque has vuelto puedes apropiarte de todo —masculló Bankotsu.
—No he vuelto —aclaró InuYasha.
Bankotsu lo observó de reojo durante un instante y luego pareció querer comenzar una negativa con la cabeza que finalmente detuvo.
—Me da igual, sólo mantente lejos de mis asuntos —InuYasha se tomó la advertencia como lo que era, algo inútil. Él no tenía pensado mantenerse mucho tiempo por la zona, así que no necesitaba respetar los límites que buscaban ponerle.
—Perfecto, siempre que tú mantengas a los tuyos lejos de los míos —Bankotsu lo entendió perfectamente, así que no tuvo necesidad de indicar a Renkotsu.
Silencio. Esa fue toda la respuesta que recibió InuYasha, y no requería más. Se apartó del lugar, abriéndose paso por entre Bankotsu y uno de los hombres que lo acompañaban.
—No puedes venir aquí y amenazar a uno de los míos.
InuYasha escuchó aquellas palabras y las consideró a la altura del berrinche de un niño. No obstante, decidió responder.
—Cualquier queja que tengas se la puedes remitir a Naraku —dijo, con total desparpajo. Quizás, si tenía suerte, Naraku lo sacaba del trabajo que le había impuesto.
Pudo escuchar que Bankotsu mascullaba algo más, en voz baja y a su espalda, sin embargo, no se detuvo.
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Kagome ya no sabía si estar enfadada o no cuando InuYasha pasaba días sin comunicarse con ella. Podía comprender que no tuviese un móvil al que pudiera llamar o que los múltiples trabajos que tenía le ocupaban demasiado tiempo. Sin embargo, eso no evitaba su frustración. Luego, esa misma frustración la molestaba dado que en realidad ellos no tenían ningún compromiso más que el comercial, que no era más que un trato verbal. No tenía derecho a enfadarse porque alguien a quien conocía, y quizás pudiese llamar amigo, no estuviese disponible para ella. El chico le gustaba y se mostraba cercano cuando se encontraban, no obstante, sabía muy poco de él.
Ya se lo había advertido Ayumi.
Por esa razón había decidido que se tomaría todo esto con la mayor calma que le fuese posible. Era un buen día para estar con sus amigas, tomar algo y conversar. Se suponía que debía ser así, el ambiente en el lugar que escogieron las acompañaba para hacer del encuentro uno como tantos otros que habían compartido. Ayumi sonreía con genuina felicidad, mientras Eri y Yuka hablaban de un karaoke que se había abierto en el barrio en que vivían y de los planes que tenían de visitarlo dentro de poco.
Deberían venir —fue la invitación que extendieron.
A continuación Ayumi les narró el modo en que Kagome la había ayudado a organizar sus zapatos y así conseguir sitio para las botas que ahora llevaba puestas.
—Es una lástima que Hōjo no pudiese venir —se lamentó Eri. Kagome bebió con lentitud de su vaso, sabiendo hacia dónde quería llevar la conversación.
En ese momento escuchó una notificación en su teléfono móvil. Puso la mano sobre el aparato que estaba a un lado de ella, sobre la mesa, intentando no perder el hilo de la conversación para no resultar grosera.
—Ha hecho un amigo nuevo y espera poder presentarnos con él en algún momento —Yuka agregó datos a las palabras de Eri.
Kagome miró la pantalla del móvil, tenía un mensaje de un número desconocido. Eso llamó su atención, no recordaba haber dado su número a nadie después de InuYasha. El corazón se le aceleró ante la expectativa y tocó el aviso para comprobar si su intuición era correcta.
—¡Eso sería genial! —Ayumi gesticuló con su entusiasmo característico— Kagome, también ha hecho un amigo nuevo.
¡Qué! —sonaron Eri y Yuka al unísono.
Kagome miró a Ayumi con sorpresa, no esperaba que ella la pusiera en evidencia sin aviso, sin embargo, hizo un gesto de rendición ante la sonrisa de su amiga. Entonces, enfrentada a la idea de hablar de su vida privada, comenzó a cuestionar si había sido una buena idea la de salir con amigas.
Sonrió.
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Continuará
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N/A
KOTODAMA va encontrándose con una parte central del sendero que imaginé al inicio de la historia. Hasta aquí se ha visto lo que formaba a los personajes, ahora sabremos cómo son y se comportan ante las problemáticas que se acercan.
Gracias por acompañarme, leer y comentar.
Anyara.
