Capítulo 16: Testigos

"Ya no tendrás que preocuparte, no volverá a chantajearte nunca más."

Presionó enviar al mensaje sin importarle la hora que era y bloqueo su celular. Sin dejar de temblar lo dejó sobre el mueble del lavabo y apoyó sus manos sobre este. Luego levantó su vista topándose con su reflejo, uno que le mostraba como habían quedado las desastrosas salpicaduras de sangre ajena que tenía por todo su semblante. En este se notaba el shock en el cual seguía inmersa al ver el resultado de sus acciones y en modo automático empezó a quitarse lo que quedaba de su disfraz. Primero los pupilentes oscuros. Como pudo fue desenroscando la tapa del botecito transparente donde los guardaba. Al hacer tan simple tarea, ocasionaba que torciera su boca y su respiración se sincronizara con sus quejidos de agonía, todo a causa de las laceraciones que se había provocado en sus nudillos al ejercer tanta violencia sobre su objetivo. Luego, sus vibrantes dedos alcanzaron un pequeño palo que le ayudaría a quitárselos fácilmente sin tener que estar pellizcándose directamente sus pupilas para conseguirlo. Una vez hecho, los puso en un contenedor con un líquido, lo cerró y los agitó para limpiarlos antes de guardarlos en su gabinete. Después cuidadosamente se quitó su vestido y de su ropa interior, fue por su peluca y lo guardó todo dentro de una bolsa de plástico, la cual arrojó al suelo. Sus manos otra vez la hicieron quejarse. Era tanto el dolor, qué estaba al borde del llanto. Abrió la llave de la regadera y se metió al agua dejando sus manos afuera del chorro de agua. Estas ya no sangraban, su demonio personal se había encargado de succionar brutalmente hasta la más mínima gota de ellas, pero aun así las necesitaba para tallarse la sangre ajena de su rostro, su cuello y de sus brazos. Por lo que tuvo que tomar valor y las colocó bajo el agua. Siseó al instante, sin embargo, cuando abrió la boca se contuvo los gemidos de dolor que quería liberar. Para callarse apretó los labios entre sí para bañarse como debía. Tratando de evitar lo mejor que podía que los químicos de sus productos cayeran en las laceraciones de sus nudillos. Algo que le resultó casi imposible y dos lágrimas de sufrimiento escaparon, y terminaron mezclados con el agua de su regadera. Bañarse le había resultado bastante agitador por lo que se deslizó en su pijama más cómoda y se arrojó a su cama para descansar de una vez por todas.

Hasta que un zumbido la regresó de golpe a la conciencia. Extendió su brazo para alcanzar su teléfono y giró la pantalla hacia su rostro.

"¿Por qué lo dices?" decía el mensaje qué provocó el zumbido.

Sus ojos se arrastraron pesadamente hacia la hora del día. Al menos había logrado dormir profundamente un buen puñado de horas. Dejó caer su teléfono junto a ella. Sabía que necesitaba estar más despierta antes de responderle. Se talló los ojos con las palmas de sus manos con fuerza y se levantó para ir al baño, llevándose con ella su teléfono para perder el tiempo en sus redes sociales.

"No volverá a molestarte. Me asegure de eso. Nos vemos mañana en la universidad, ¿vale?"

Luego fue a la cocina para prepararse de desayunar. Se sentía como si un camión la hubiera arrollado, pues su cuerpo resentía toda la adrenalina que había sentido y todos los forcejeos que tuvo con ese sujeto empezaron a calarle. En medio de un bostezo se dispuso lavar su taza para preparase un café, abrió la llave del fregadero, la metió bajo el agua y con otra mano tomó la esponja para enjuagarla. Hasta que sus pupilas miraron sus manos se quedó congelada en su lugar. Hace unas horas sus nudillos estaban destruidos por la violencia con la que embistió el rostro del muchacho, pero ahora... solo tenía una diminuta costra en cada una de ellas. No recordaba que la habilidad de recuperarse de su cuerpo fuera tan buena. Se sintió extraña, pues justo ayer cuando se las lavó podía ver su piel abierta y su carne pulsante bajo esta. Comenzó a perturbarse. "Lo de ayer si sucedió, ¿no? ¿Qué día es hoy?", con algo de pánico giró rápidamente para tomar su teléfono. Era domingo. La fiesta fue sábado x fecha y la fecha actual coincidía como debía. "¿Entonces cómo?".

— Esto no es normal —dijo espantada cruzando el umbral de la puerta de la cocina para llegar a la sala, donde se encontraba el demonio sentado como de costumbre en su sillón preferido, aunque estaba muy enfocado con algo de "su" celular—. ¡Te estoy hablando!

Su verdugo personal levantó la mirada algo molesto y la regresó a la pantalla del objeto que tenía entre manos.

— Tienes que ser más especifica —murmuró con desgano presionando el teclado digital—. ¿A qué te refieres? ¿A que me hables? Es cierto, no es normal. ¿Tu vida? Tienes meses así, pero tienes razón no lo es.

— Mis manos —se acercó mostrándole el dorso de estas—. Lo de ayer si sucedió, ¿no?

El chico se veía más frustrado que interesado en la conversación con su víctima. La miró de reojo y siguió con lo suyo.

— Que seguiste y moliste a golpes a un extraño si sucedió.

— Entonces, ¿por qué mis manos están así?

— ¿Por qué te molesta su estado? —Cuestionó echando su espalda hacia atrás y colgando sus manos entre sus piernas.

— Porque me hacen dudar sobre lo de ayer. Pareciera como si no hubiera ocurrido.

— Que si pasó mujer. Pudiera mostrarte la foto que tomaste ayer, pero esta cosa no me deja entrar. Ahora, aprovechare que decidiste dirigirme la palabra. ¿Sabes por qué esta cosa actúa así?

El muchacho de la coleta le mostró la pantalla de su celular. Lo único que la chica pudo ver era una ventana de una aplicación de mensajería que decía solamente: "Lo sentimos, inténtelo después".

— Yo que sé. —Bufó frustrada y dejó solo al demonio en su sala.

La mañana siguiente llegó. Temari caminaba con más cautela en la universidad, actuando con algo de paranoia creyendo que todos sabían lo que había hecho. Aunque la realidad era otra, los otros estudiantes estaban envueltos en lo suyo sin notar la existencia de la Sabaku. Fue directamente al salón, donde ya se encontraba la Uzumaki sentada en su lugar. Recordó en ese momento lo que dijo sobre el motivo de ser siempre la primera en el salón: "Sé que no me llevaré mención honorifica por mis calificaciones, pero al menos lo haré por mi puntualidad." La rubia tomó asiento atrás de ella, sacó su celular y mandó un breve mensaje en lo que su amiga seguía distraída en su teléfono.

"¿Si viniste a la universidad?"

— ¿Entonces? —Su voz que sonó como melodía la hizo brincar en su lugar.

— ¿Qué? —Evitó tartamudear la de orbes aqua y se aferró a su teléfono.

La pelirroja giró sobre su asiento para acomodarse mejor y poder platicar con la Sabaku. Portando una sonrisa que lo decía todo, sabía algo, pero ella quería complementar eso con más información.

— ¿Te enteraste de lo que paso? —Se inclinó sobre el pupitre de la rubia sin cambiar su expresión.

— ¿Sobre qué? —Siguió fingiendo demencia.

Karin comenzó a notar el nerviosismo de su amiga y retrocedió un poco frunciendo el ceño, mientras que sus compañeros iban llenando con más fluidez el salón de clases.

— ¿Qué no fuiste a la fiesta tu también? —Le preguntó extrañada la chica de lentes—. Está en boca de todos.

— Muy bien clase —la voz de su profesor irrumpió, afortunadamente para la rubia, su conversación. Obligando a que la Uzumaki se sentara apropiadamente en su lugar—. Adentro todos, empezaremos temprano. — Demandó él.

En eso Karui llegó justo a tiempo cuando iba arrancar la clase y la rubia sintió que su teléfono había vibrado. Solamente lo giró para ver de qué se trataba y encontró la respuesta de su pregunta. "Si, estoy en clase justo ahora". El profesor impartió su lección como siempre. Explicando términos, como eran utilizados en la vida profesional y para que servían. Para la universitaria, el tiempo pasó volando y siguió el cambio de clase. En lo que llegaba el otro profesor, Karin volvió a demandarle información pero ella respondía cosas que en verdad no le interesaban, pues se excusó que se fue temprano y no sabía a qué se refería.

— ¿Llegaste sola? —Siguió indagando.

— Sí. —Respondió la rubia notando que Karui tenía parada la oreja para enterarse de que hablaban.

— Y ¿te fuiste?

— Por la puerta como todos los demás.

— ¡Aja! —Exclamó la pelirroja sintiendo que había dado en el blanco—. Sabía que tramabas algo. ¿Con quién?

— Basta, no es lo que crees. —Pronunció sintiendo alivio de que no tenía ni idea de lo que la hacía sentir tan culpable.

— Ja. Si no me dices me enterare por mis medios. —Regresó su vista a su teléfono y empezó a teclear.

— Déjala en paz, Karin. Quizás eso no le enorgullece. —Trató de defenderla la morena.

En medio del discurso de la de orbes dorado, la mente de Temari fue atraída por otra conversación que logró distinguir al fondo.

— ¿Escuchaste? —dijo una compañera suya casi en un susurro a otra compañera—. Dicen que tuvieron que llamar una ambulancia cuando se dieron cuenta. Detuvieron toda la fiesta.

En eso entró el otro profesor, deteniendo los cuchicheos de los alumnos. Ahora sí. Ya estaban hablando sobre lo que había pasado en la fiesta, algo que por su puesto estaba opacando los otros chismes sobre de quien se fue con quien o sobre que si fulano engaño a sultano. Era más impactante lo que le había sucedido al de cabellos blancos. En lo que trascurría la clase, una mujer de cabello corto y oscuro, de piel clara, y de ojos del mismo color que su cabello apareció en la entrada del salón. Usaba una camisa de botones holgada blanca, la cual tenía fajada con la ayuda de su falda larga y entallada de color gris oscuro que le llegaba hasta la rodilla. Se acercó al ingreso del salón y tocó la puerta para llamar la atención del profesor, quien simplemente asintió autorizándole que pasara. La mujer un pasó al frente y leyó un papel que tenía en sus manos.

— Temari Sabaku —su femenina voz hizo que todos voltearan a ver a la portadora del nombre—. ¿Podría salir un momento? —El profesor volvió a asentir permitiéndole a su alumna levantarse de su lugar. Quien sin demorar un segundo obedeció, siendo perseguida por las miradas curiosas de sus compañeros hasta que se reunió con la mujer—. Sígueme por favor.

La Sabaku la siguió sin hacer preguntas, pues presumía cual era el motivo del porque la habían llamado y a pesar de eso estaba eternamente agradecida de que esa mujer no revelara delante de todos quien la había solicitado ni a donde tenía que ir. Pues en ese momento se estaban dirigiendo hacia la dirección de la universidad. Su corazón estaba latiendo con fuerza. Fue guiada hasta el exterior de la oficina del director donde se encontraba su secretaria tecleando con rapidez en su computadora, ocasionando un peculiar sonido al chocar sus uñas acrílicas contra los teclas. Las dos se pararon enfrente de su escritorio y la de cabellos oscuros carraspeó para atraer la atención de la secretaria, quien sin mover ni un centímetro su cabeza, levantó su mirada sobre el marco de sus lentes para corroborar las identidades de las personas que tenía delante suyo y dejó de teclear un segundo.

— Aquí está la estudiante que solicitó el director. —Informó educadamente la mujer.

Con nada de entusiasmo devolvió su mirada y sus manos hacia su trabajo y abrió la boca.

— Adelante. El Director Hiruzen la está esperando dentro de su oficina.

Temari asintió, fue hacia la puerta que estaba a un lado de la secretaria y la abrió. Al hacerlo escaneó fugazmente el interior de la oficina. A unos metros de ella estaba el director viéndola de frente y también estaba un joven, de cabello blanco que le llegaba hasta los hombros, sentado delante del escritorio del director y dándole la espalda. La postura del muchacho le daba la impresión de que tenía los brazos cruzados. El hombre que encabezaba su universidad era mayor de edad. De baja estatura y piel morena. Su dura expresión estaba enmarcada por arrugas, tenía un par de lunares que destacaban sobre su mejilla izquierda, una verruga sobre su nariz, y de pupilas azabaches. Su cabello estaba grisáceo debido a las canas, tenía una barba de chivo del mismo color que su cabello y tenía un par de entradas en su frente. Su ropa era lo que se esperaba de su puesto: portaba un saco café, debajo de este un suéter de cuello de tortuga negro, sus pantalones eran de color beige y de zapatos bastante boleados de color café oscuros. Tenía sus codos apoyados sobre su escritorio y sus manos entrelazadas a la altura de su rostro. Con sus cejas fruncidas y parpados caídos observó a los dos estudiantes que tenía en su oficina. Inhaló profundamente y señaló con la palma abierta hacia arriba la silla vacía que tenía a su izquierda.

— Tome asiento por favor, señorita Sabaku. —Indicó su director con una mirada muy severa.

La rubia cerró la puerta detrás de ella, caminó con cautela al otro asiento disponible y al mirar a su izquierda encontró al muchacho que había molido a golpes la otra noche. Demostró su sorpresa al verlo y no por el hecho de estar ahí. Por supuesto que iba a delatarla eso ya lo sabía, sino por el resultado del rostro de Misuki. Su cara estaba inflamada, con un ojo casi completamente cerrado por lo hinchado y morado que estaba, tenía una cinta sobre el puente de su nariz que tapaba una herida al igual que otra que tenía sobre la comisura de su labio inferior sin mencionar los múltiples moretones morados y rojizos que coloreaban su piel. Lucia como un hombre completamente diferente al que conoció esa noche. La universitaria disparó su mirada hacia el director tratando de cuidar sus reacciones frente a él.

— Bien —el viejo se inclinó hacia el frente apoyando sus manos sobre su escritorio—. Les diré por qué están los dos aquí. Su compañero la acusa de haberle causado eso en el rostro. ¿Es eso cierto?

La de orbes aqua abrió los ojos. Tenía que pensar rápido.

— ¿Disculpe? —Frunció el ceño la universitaria fingiendo que no tenía ni la más remota idea de lo que hablaban.

— ¡No! —Alzó la voz el muchacho—. Ahora no actúes como si nunca me hubieras visto. ¡Admite que me abordaste ese día y me hiciste esto!

Esa reacción le ayudó a ganar unos breves segundos.

— Recupere la calma, muchacho —ordenó sereno el director— y déjela responder.

— ¿Por qué motivo yo buscaría hacerte eso? —Lo retó con la mirada la rubia.

— Solo tu sabrás porque.

— ¿Con qué dice que lo atacó la señorita Sabaku? —Continuó el viejo director.

— Con un taser y luego con sus propias manos —casi tartamudeo el muchacho. Por un momento dudo de lo que recordaba—. ¡Aparte se metió con mi información personal y destruyó mi celular!

La rubia bajo su mirada hacia sus manos que estaban apoyadas sobre sus piernas y se quedó mirando fijamente hacia sus nudillos. Quizás podría salir de esa.

— Perdóneme señor Hiruzen. ¿Pero usted cree que yo fui capaz de hacerle eso? Mire su rostro y mire mis manos. No veo la relación de esa acusación, ¿usted si?

La rubia alzó ambas manos al aire y estas estaban integras. Sin heridas ni costras. Estaban un poco rosadas, pero eso podría justificarse con la fría temperatura que hacía en esa habitación. Había demostrado que sus manos lucían como si nunca hubieran sido usadas para golpear a alguien.

— ¡¿Qué?! —Escupió absorto el de cabellos blancos, le tomó unos segundos procesar la información y también le extrañaba lo sanas que se veían. Pero nuevamente tomó su postura—. Pudo haber usado guantes, ¡eso no significa nada!

— ¿Cómo y por qué haría eso? Es más, ¿por qué dices que fui yo? —Lo barrió con la mirada la fémina.

— ¡Porque te vi ahí!

— Dígame señorita, —atrajo la atención el anciano de ambos estudiantes— ¿acaso este joven ha hecho algo para provocarla? ¿O alguna razón de hacerle pensar que se desquitaría con él?

— Apenas lo conozco por vista y solo sé que me acusa de este modo. —Disparó su mirada hacia el hombre que castigó—. No sé qué quiere conseguir diciendo que fui yo. Ni siquiera se su nombre, ¿cómo se enteró del mío?

— ¡Eres…! — Se levantó de golpe casi tumbando la silla donde estaba sentado.

— ¡Joven Misuki! Creo que es mejor que se retire por ahora.

— ¡Pero…! ¡Ella estaba ahí!

— Si salí este fin de semana pues una amiga me invitó a una fiesta. Desconozco si fue el mismo lugar donde te ocurrió eso.

— He dicho suficiente. Joven Misuki, le ruego que actué conforme a su edad. Acusar a la señorita Sabaku de dicha atrocidad es un tema muy grave, —los dos estudiantes se miraron entre si— pero —volvió a atraer la atención de ambos— estoy de acuerdo que lo que le sucedió es considerado un delito. Por lo que sugiero que de ser necesario acuda a las autoridades correspondientes hasta que se aclare este tema. Mientras tanto puede retirarse. Señorita Sabaku, necesito que me regale un poco más de su tiempo —el joven de cabellos plateados le tiró una mirada de odio a la rubia y obedeció a su superior azotando la puerta detrás de él. Temari tuvo que contener la expresión de victoria en su rostro y en su lugar trataba de mantener su rostro en blanco—. Señorita Sabaku —hizo una pausa—. Considérese afortunada de que le estoy dando el beneficio de la duda, pero si el joven Misuki demuestra que estaba diciendo la verdad será suspendida y será juzgada como se debe. ¿Entiende? En cualquier otra situación, hubiera sido suspendida inmediatamente. Debido a su historial quiero creer que no fue usted quien le causo eso. Pero si vuelve a causar un revuelo mientras sigue siendo una estudiante aquí, sin importar que tan diminuto sea, pensar que podrá perder la beca que tiene será el menor de sus problemas.

— Estoy de acuerdo director y estoy a favor de que se haga lo que se tenga que hacer.

— Muy bien. Puede regresar a sus clases. Espero la próxima vez que nos veamos sean por otras circunstancias más positivas.

— Así será director, muchas gracias por su confianza.

Al regresar a su salón de clases, se excusó con sus amigas que solo fue a ver algo sobre su beca y siguió su día con regularidad. Hasta que se terminó su día escolar. Ya estaba atardeciendo y la rubia caminaba sobre la explanada de su universidad en lo que buscaba las llaves de su automóvil dentro de su mochila.

— ¡Pagaras por esto! —Escuchó una voz masculina gritarle a sus espaldas.

Sus palabras hicieron que se parara en seco en su lugar. Otra vez. Giró la mirada y giró sobre el eje de sus pies para hacerle frente al muchacho de quien le pertenecía la voz. No sin antes darse cuenta que la gente se estaba acumulando a su alrededor. Intrigados de ver lo que estaba sucediendo ahí y porque el causante de todos los murmullos de ese día le estaba reclamando a la rubia. Creando una pregunta en general: ¿Qué pasó ahí? Cada vez iban juntándose más y más personas. La Sabaku echó su cabeza hacia atrás suspirando y caminó con firmeza para detenerse a un metro enfrente del de cabellos blancos.

— Muy bien. ¿Entonces continuaras alardeando ante todos que fue una mujer quien te hizo esto? —Lo señaló con la palma de su mano de arriba para abajo—. Te recuerdo que el director nos tiene en la mira a ambos por lo que has dicho.

— Mientras te sigas escondiendo muy bien bajo tu privilegio de "ser mujer". Lo haré. —Pronunció a regañadientes.

La fémina relajó su postura arqueando ambas cejas con incredulidad.

— Mira quien habla de esconderse en su privilegio —se cruzó de brazos—. Estuviste tan acostumbrado a ser intocable hasta lo que sea que te paso y vienes a llorarme a mí.

— Espero no olvides que tú no eres intocable. —Gruñó el de ojos esmeraldas.

— ¿Acaso eso es una amenaza? Perfecto continua, —alzó los hombros con desinterés— al menos ya hay testigos de lo que estás diciendo. Yo quiero dejar en claro que no tengo temas contigo y no deseo tenerlos en un futuro. Si algo me pasa ya saben a dónde voltear.

La Sabaku dio media vuelta y se retiró de ahí sin más. Dejando a la muchedumbre cuchicheando y a Mizuki llenó de ira. Sabía que ella estaba manipulando todo a su favor, pero él también sabia jugar el mismo juego. Apenas giró su malherido rostro hacia otra dirección hasta vio una cara que le resultó familiar.

— ¡Tú! —Se acercó con los ojos bien abiertos—. ¡Tú venias con ella!

El golpeado muchacho encaró al joven de coleta alta, manos en los bolsillos y semblante aburrido. En su memoria él había ayudado a que se conocieran y el único que vio sus conversaciones privadas. En su lógica tenía sentido que había una confabulación entre ellos de un modo u otro. Las personas seguían intrigadas por el comportamiento del moreteado estudiante.

— Creo que debo de recordarte que tu tema es con ella, no busques problemas donde no los tienes. —Dijo el demonio con un tono aburrido.

— ¡Más te vale que la mantengas a raya de ahora en adelante, si no…!

Shikamaru trazó una sonrisa ladeada, destanteando al estudiante.

— Primero amenazas una mujer, luego ¿crees que te es fácil imponerme autoridad porque me ves cómo igual? Estas equivocado amigo, pero de algo si puedo advertirte. Soy el último ser en esta tierra con el que deberías de meterte.

Mizuki dio un paso hacia atrás porque la mirada que le proyecto el Nara le resultó un tanto perturbadora. Ni él mismo comprendió porque su cuerpo reaccionó del modo que lo hizo, pero decidió que ya había sido suficiente humillación en un día. Así que simplemente se retiró. Llevándose con su presencia el grupo de mirones que solo estaban ahí por el drama. Mientras que en el estacionamiento la de orbes aqua llegó a su automóvil. Justo se había detenido en la puerta del piloto cuando notó algo extraño en las llantas de su vehículo. Las habían pinchado. Tanto las delanteras como las traseras, y no fue causado por algún tornillo. Si no por algo muy evidente, pues las habían navajeado por completo de los costados. Era el colmo.

— ¡Carajo! —Pateó uno de los rines de su inmovilizado auto.

Después de aguardar unas horas llamar a la aseguradora, levantar un reporte, llegara la grúa, montarán su vehículo sobre este y lo llevarán al taller para revisar si no le habían hecho otro atentado. Ya se había oscurecido. No tuvo de otra más que regresarse en un taxi que pidió por una aplicación hacia su departamento. Lamentablemente ahí descubrió que su día no había terminado, pues enfrente del ingreso de su edificio había un par de guaruras uniformados resguardando la entrada. Eso solo podía significar una cosa.

— ¡No puede ser! —Gruñó al cielo con enfado la rubia.

Empezó a caminar casi dando pisotones en el suelo. No recordaba cuando fue la última vez que la hicieran enojar tanto como ese día y justo cuando estaba a unos pasos de las puertas de cristal, vio que uno de los guardias acercó su mano para accionar el auricular qué tenía en su oreja izquierda.

— Acaba de llegar. —Informó el hombre.

— Vete a la mierda. —Masculló la Sabaku pasándolos de largo, ingresando a su edificio y fue directo al elevador.

Cuando las puertas se cerraron exhaló ruidosamente su ansiedad y se recargó en el muro de metal. "¿Qué putas hace aquí?" pensó en lo que se percató lo acelerado que estaba su corazón. Cubrió su rostro con ambas manos como si eso le ayudara con lo que estaba sintiendo, pero al abrirse las puertas y se colocó la mejor máscara qué tenía de estoicismo para hacerle frente a su viejo problema. Salió del elevador, giró a la derecha para caminar sobre el pasillo qué la dirigía hacía su departamento y tal como se lo esperaba enfrente de su puerta se encontraba un hombre de cabello castaño, que portaba traje y cargaba con un maletín. La estudiante llegó a su puerta ignorando su presencia por completo.

— ¿Cambiaste las chapas? —Indagó el hombre dándole igual su comportamiento.

— Estoy bien gracias por preguntar —dijo sarcásticamente entre dientes y abrió su puerta con violencia, dejándola abierta a la par, pues sabía que era inutil intentar azotarle la puerta en la cara— y Sí. No me gusta que gente ajena a mi entre y salga de mi departamento sin mi consentimiento. —Terminó aventando sus cosas sobre la mesa del comedor de mala gana, recargó sus muslos en el borde de la mesa y se cruzó de brazos—. Y ¿Puedo saber el por qué me honras con tu visita? —Fingió hacer una reverencia—. Conociendo tu apretada agenda me sorprende que hayas encontrado tiempo para visitarme.

— ¿Dónde está tu auto? —preguntó el sujeto al mismo tiempo que ingresaba al departamento y cerró la puerta detrás de él con calma.

Su pregunta desfaso el semblante de la rubia. Sabía que tenía una razón para preguntarle así que mentirle diciéndole qué estaba en el sótano o evadir la pregunta con un contundente: ¿qué te importa? Iba a ser en vano.

— ¡¿Ves?! —Alzó su mano en el aire y la dejo caer junto a su cintura—. Por eso cambie las chapas porque te metes a mis cosas sin mi consentimiento. Lo lleve al taller porque unas llantas se pincharon.

— ¿Se pincharon? O ¿te las navajearon todas? —Comenzó a rondar por la sala, haciendo que la boca de la rubia cayera pesadamente.

— ¡¿Otra vez pusiste a tu gente a seguirme?! —Su rabia seguía creciendo sin precedentes.

— ¿Tienes idea de quién fue?

— Pudo ser cualquiera o ¿podrías decirme quien fue? Ya que tu gente estaba espiándome a mí y a mis cosas. Sabes más que yo al parecer.

— Si te digo que sí, ¿qué harás? ¿Interpondrás una denuncia? —Preguntó él en lo que se quedaba a ver cada más mínimo detalle de la decoración de la sala.

— La persona que lo hizo seguramente está mal de sus facultades mentales. Denunciarlo sería como echarle más leña al fuego. Al único que debería de denunciar sería a ti por la invasión a mi privacidad.

— O porque provocaste esa reacción de ese individuo y no puedes hacerte como la perjudicada en esta situación —la joven optó por callarse, pues no le agradaría lo que vendría a continuación—. Ya que estoy aquí, podrías explicarme ¿porque la dirección de tu universidad me llamó y me dijo que golpeaste a un muchacho? —Cuestionó acercándose a ella.

Temari levantó el rostro para responderle fuerte y firme.

— Te diré lo mismo que al director: su cara, mis manos —las cuales levantó en el aire—. No tienen relación.

El señor Sabaku se detuvo delante de ella, buscó algo en su maletín y dejo una carpeta sobre la mesa, la abrió y deslizó una fotografía tamaño carta sobre la mesa.

— Bien entonces no tendrás problema al negar que esta no eres tú —Temari se acercó para ver bien la fotografía. Era una toma de una cámara de seguridad, qué apuntaba hacia el patio frontal de la residencia donde se llevó a cabo la fiesta, la cual capturó las espaldas de dos personas dirigiéndose hacia la calle. Estaban un poco pixeladas y apenas se distinguía una chica de cabellos dorados y vestido plateado quien era acompañada por un hombre de coleta alta que la llevaba tomada de la mano—. Ahora que la ves, te volveré a preguntar. ¿Fuiste tú?

— Si asistí a esa fiesta. —Bajó su voz al igual que su mirada.

— ¡¿Qué demonios estabas pensando Temari?! —Su reacción hizo que el cuerpo de la chica se tensara— ¿Sabes que es lo peor? No solo fue la dirección de tu universidad, sino que me entere horas antes porque esta mañana un diputado de mi departamento entró furioso a mi oficina alegando que tú le habías desfigurado el rostro a su hijo. Me mostró esta misma fotografía junto a una de como quedo su cara y le quise sugerir que talvez había sido ese muchacho que te estaba acompañando, pero no. Me volvió a insistir qué había sido mi hija. ¡No tienes idea lo que me costó qué no te arrojarán a los policías a que te interceptaran y catearan tu departamento a buscar evidencia!

— Pues déjame decirte que ese renombrado diputado que me mencionas le cubre todas las atrocidades qué hace su hijo, y si ya tenías conocimiento de eso, pues eso dice mucho sobre tu persona —se plantó enfrente con la rabia a flor de piel y masculló—. Aunque es algo que ambos ya sabíamos.

— De ser así hay una autoridad que se encarga de eso. Aparte ese no es el punto Temari.

— No. ¿Sabes cuál es el punto? ¡Solo porque esto afecta tu perfecta imagen ante los demás te dignaste a venir a visitarme y solo a reclamarme!

— No. Vengo a recordarte que nosotros no te educamos así. Así que no sé qué es lo que te tramas, no es justificable.

Temari bufó con una sonrisa y sus pupilas vibraban de puro enojo.

— Es gracioso qué digas un nosotros ahí. A duras penas recuerdo que estuvieras ahí y lo que recuerdo es el motivo de que yo me saliera de tu casa. Pues tu no educabas con palabras o ¿ya lo olvidaste?

— Vamos con lo mismo. —Metió su mano disponible en el bolsillo de su pantalón.

— Si solo venias a decirme eso, es tiempo que te vayas —le dio la espalda, para pretender buscar algo en la maleta del comedor y empezó a esculcar—. Tengo mejores cosas que hacer.

— Compórtate como la dama que eres y prometo investigar sobre el tema. Pero te advierto, que no volveré a encubrirte de nuevo, ¿entiendes?

— Ni yo a ti, Rasa. Estamos a mano. Adiós.

Hubo un silenció tan denso en ese lugar, que a duras penas podía ser interrumpido por las manecillas de un antiguó reloj que la rubia tenía en su sala. Haciendo eco entre la falta de palabras. Su padre aguardó ahí un poco más, hasta que el sonido de sus lustrosos zapatos se dirigieron hacia la puerta principal del departamento de la rubia para salir y cerrar la puerta detrás de él. Tan pronto se retiró la rubia corrió hacia la puerta para colocarle seguro. Luego, fue recorriendo velozmente cada lugar donde estuvo rondando, sobre las superficies, entre los cojines de sus sillones, hasta abajo de los muebles, buscando por si había soltado algún micrófono y poder escucharla después cuando se sintiera segura. Tras un minuto de intensa búsqueda no logró encontrar nada y colapso en el suelo quedando sentada sobre sus muslos y recargando su espalda contra la base de uno de sus sillones. Estaba completamente drenada y toda su furia fue transformándose por una inmensa tristeza. Deseaba odiarlo, con toda su alma, deseaba poder anteponer ese anhelo sobre sus sentimientos. Más no podía, porque de algún modo le hería el pensar odiar a morir al hombre que llamaba padre. Las lágrimas comenzaron a deslizarse de sus mejillas. Dentro de ella quería que esa violencia que había salido anteriormente saliera para darle nuevamente alivio. Quería hacer pedazos todo, gritar desde lo más profundo de sus pulmones. Sin embargo, estaba sentada en el pisó llorando en silencio, con sus piernas retraídas hacia su pecho como solía hacer cuando era pequeña. Todo por una simple visita de su padre. Por eso el tormento del demonio que la acosaba le resultaba familiar de algún modo, la persecución, la violencia, sentirse y ser vigilada todo el tiempo. Después de tanto tiempo volvió a sentir desesperanza, porque, ¿cómo quería liberarse del demonio que la atormentaba si todavía no podía superar las sombras de lo que tuvo que lidiar con su propia sangre?