La nueva recluta


Suspira, observa el cielo y nota repentinamente un grupo de nubes negras interponerse sobre el sol. Piensa por un segundo, con alivio, cuánto a esperado que llueva después de tantos días de calor. Las temperaturas están batiendo record, como así también las maldiciones de verano.

Sólo basta con que la fecha se acerque para que comiencen a "nacer", por así decirle. Kusakabe cierra los ojos con pesar cada vez que ve una anciana echándose aire con un abanico por la calle. Porque sabe que está cerca. La temporada ya comienza.

Cuando las primeras gotas de lluvia caen él está en un callejón oscuro terminando de exorcizar una maldición de tamaño medio, de esas que se cuelgan en el cuello y espalda de las personas. Agradecido de haber hecho caso del pronóstico del tiempo a la hora de elegir su gabardina.

Lo único que lamenta es que los días de lluvia, por alguna razón, le hacen sentir un deseo que apenas puede ser sustituido por un dulce. No por su sabor, a veces incluso le basta con un palillo o una hierva seca. Kusakabe ha dejado los cigarrillos hace cinco años, pero sólo logra superar la ansiedad con algo metido en la boca que le recuerde la sensación.

De camino a la Escuela Metropolitana de Hechicería de Kioto hay una pequeña tienda de comestibles con buenos precios y bastante variedad. Camina a paso rápido, ya que su pesimismo no le permitió llevar consigo un paraguas creyendo que, posiblemente sería otro día sin lluvia.

Con un pie dentro de la tienda, con su gabardina empapada y el cabello húmedo, Kusakabe camina a paso lento observando las góndolas. Se toma su tiempo esperando que la lluvia termine antes de que termine de pagar su compra. Pero la intensidad de las gotas que golpean copiosamente los cristales de las ventanas no parece disminuir.

Mientras observa la variedad de dulces, debatiendo internamente si debería probar algo nuevo o simplemente llevarse una caja de Pocky como de costumbre, percibe un repentino crecimiento de energía maldita dentro de la tienda.

No es demasiado grande, no es tanto el desborde que pueda ocasionar el nacimiento de una maldición en menos de cinco minutos. Pero es mayor que el promedio. Kusakabe toma una caja de Pocky y estira el cuello entre las góndolas buscando a una persona en especial.

Es la cajera. Joven, parece de trece o catorce años aproximadamente. Cabello negro escondido bajo una gorra con el nombre de la tienda. Ojos grandes color azul marino.

Al verla, por alguna razón, Kusakabe se relaja. La muchacha habla con el dueño de la tienda y por lo que alcanza a escuchar está enseñándole a usar la máquina registradora y ella tiene mucho miedo de cometer algún error en la facturación. Está tan nerviosa que toda su energía se desprende de cada poro, como una fuga de gas.

Él sabe que no hay nada que pueda hacer, que son simplemente cosas que debe observar y lidiar con las consecuencias luego. Camina hasta la caja registradora luego de dar un paseo innecesario por los corredores, preguntándose si alguna vez se presentará una solución a esta fuente de energía infinita para las maldiciones.

Finalmente, cuando ve que la lluvia a comenzado a calmarse, traza una ruta certera hacia esa joven muchacha. El dueño de la tienda se ha marchado y ella lo ve caminar, con los ojos abiertos como platos, con una gota de sudor frío caminándole por la mejilla.

Kusakabe mira su gafete y luego la saluda.

—Miwa-chan —le dice antes de entregarle los dulces.

Ella sonríe. Una sonrisa cálida se expande por su joven rostro sonrojado. Escanea el código de la caja mientras lo saluda.

—¡Buenas tardes! ¿Desea otra cosa? —le dice con el pecho inflado.

Para quien no lo supiera, para quien no pudiera sentir la fuga de energía; Miwa-chan parecería tener mucha experiencia en el rubro. Pero para él esa dulce sonrisa no es más que una fachada, él sabe perfectamente que está muerta de los nervios.

Kukasabe niega y ella titubea por un instante intentando recordar las teclas que tiene que presionar para emitir el ticket. Su sonrisa se desdibuja y una expresión incómoda se pinta sobre su rostro.

—Tranquila, tómate tu tiempo —dice Kusakabe y Miwa lo observa de reojo.

La energía maldita repentinamente retrocede, vuelve lentamente a su recipiente después de que Miwa tomara un momento para respirar profundamente. Él puede sentir la forma en la que la fuga se retrotrae y encuentra este ejercicio apenas interesante y se sonríe.

Miwa ha pensado, "qué suerte tengo de que mi primer cliente sea tan amable".

Kusakabe ha pensado, "si se demora un poco más no me mojaré tanto con la lluvia".

—¿Primer día? —pregunta Kusakabe mientras ella presiona lentamente las primeras teclas.

Ella asiente.

—Sí —responde y sonríe cuando su primer ticket se imprime—. ¡Muchas gracias por su compra! ¡Vuelva pronto!

Kusakabe toma el ticket, asiente y se marcha mientras Miwa le hace una reverencia de lo más cortés. Aunque termina suspirando al ver que del otro lado de la puerta no ha terminado de llover.


"Noches de verano", suena muy lindo e incluso romántico. Pero cuando la temperatura llega a los cuarenta grados centígrados (104°f) y no corre ninguna brisa, suena más como una tortura.

Le aprietan los zapatos, la corbata se la quitó y la trae hecha un bollo en el bolsillo de su pantalón, se desabotonó la camisa y camina pesadamente como un zombie en busca de lo único que tiene en la cabeza. Nada más que un par de cervezas bien frías para mejorarle el ánimo.

Ha sido un día largo, tres maldiciones menores y una de tercer grado de esas que se forman cuando hay un apagón de energía y un grupo grande de seres humanos comienzan a odiar la vida misma. Nada complicado para él, aunque reza por que a nadie se le ocurra enviarlo a una misión más difícil.

—Dios bendiga a Gojo Satoru —dice mientras agradece mentalmente que la carga más pesada se la lleva el más fuerte.

Él está completamente cómodo con su mediocridad, no ve razón por la cual debería subir un escalón si eso termina amenazando su vida. Mejor déjenlo así como está, vivo, muerto de calor en busca de una cerveza.

Entra en la misma tienda de conveniencia y lo primero que escucha es un grupo de adolescentes, demasiado ruidosos para su gusto. Para su mala suerte están parados justo frente al refrigerador con las cervezas.

—Toma cualquiera…

—Esa se ve bien.

—Es la que bebe mi papá.

Tras deliberar, el grupo toma un pack de seis latas y se marcha entre risas escandalosas. Kusakabe no tiene la energía para detenerse a pensar en ellos. Sólo lo hace cuando se da cuenta que se han llevado el último pack de su cerveza favorita.

—Mierda… —susurra y luego suspira. Echa un vistazo a las otras marcas y su expresión se tuerce, una de ella es, en su opinión, agua con cerveza, otra es orina de gato glorificada, otra ni siquiera la ha probado, el resto no son rubias.

No sabe si es mejor irse con las manos vacías o con una cerveza que termine tirando por el inodoro.

—L-lo siento, ¡sin identificación no puedo venderles alcohol!

La voz de esa muchacha lo hace voltear. Repentinamente escucha bullicio, alguien golpea el mostrador.

El grupo de muchachos se amontona frente a ella, ¿cómo se llamaba? La muchacha del otro día. La rodean como una jauría y ella, con el entrecejo fruncido los mira de manera desafiante. Pero él sabe lo que realmente pasa en su interior. Tiembla como la última hoja de un castaño en medio de una tormenta. Es como una canilla abierta, chorreando energía.

El más grande del grupo, con una gorra volteada y una camiseta oscura, apoya con fuerza una mano frente a ella. Deja caer su peso sobre el mostrador y planta su rostro a escasos centímetros de los atentos ojos de la joven de cabello oscuro.

—¿Identificación? ¡Niña! ¿Qué no te das cuenta que somos universitarios? ¡Míranos!

Ella titubea, incapaz de cerrar la canilla que sigue chorreando. Infla su pequeño pecho y levanta el mentón.

—¡Si no se marchan llamaré a la policía!

Ellos retroceden al escuchar su amenaza, luego uno en el grupo nota la presencia de Kusakabe observándolos atentamente a una distancia razonable. Ese le da un ligero golpe al que tiene a su lado, y luego este le susurra al siguiente hasta que todos parecen estar al tanto.

—V-vamos a marcharnos ahora, pero volveremos con las identificaciones, ¡niña tonta!

Cuando ellos se marchan ella parece a punto de caer desmallada. Como si hubiera estado aguantando la respiración durante toda su interacción. Cuando se voltea a Kusakabe y lo encuentra sonriendo, ella también sonríe.

Ella cree que es porque ha logrado quitarse a esos brabucones de encima. Pero en realidad Kusakabe le sonríe al pack de cerveza que los chicos han dejado en el mostrador para él.

—¡Buenas noches! —le dice luego de recuperarse del susto.

Él, una vez parado frente a ella, vuelve a mirar el gafete.

—Miwa —le dice—. ¿No es muy tarde para que estes trabajando aquí tu sola?

—El dueño de la tienda tuvo un problema personal y mi compañero se fue de viaje. Además me viene muy bien el dinero.

Kusakabe saca su billetera del bolsillo y la mira de reojo.

—¿Qué edad tienes?

—Catorce, señor.

—Deberías estar estudiando, ¿tienes buenas notas?

—Y-yo…

—¿Estás reprobando?

—¡N-no! No aún… La verdad es que apenas he aprobado los últimos exámenes —responde con una sonrisa torcida, no puede sostenerle la mirada.

—Deberías renunciar y dedicarte a estudiar.

—Esa no es una opción, mi familia es muy pobre.

Kusakabe siente su garganta cerrarse y tose tras entregarle un par de billetes.

—No se lo digo para que tenga lastima, solo es la verdad. Tenga, buenas noches, señor, ¡vuelva pronto!

Tiene una sensación extraña en el pecho y no sabe exactamente a qué adjudicárselo. Si es a que Miwa-chan es pobre, que tiene que trabajar de noche, o que quizás esos muchachos decidan volver a molestarla cuando él ya no esté.

Sea cual fuere la razón, Kusakabe no fue capaz de dar más de diez pasos. Se sentó en un banco cruzando la calle y abrió una lata de cerveza para beberla vigilando los alrededores. Sólo se fue cuando Miwa apagó las luces de la tienda.


—¡Kusakabe-san!

Miwa lo saluda por su nombre desde el día en que pagó su compra con una tarjeta. Se le escapó una risa al ver su cédula de identificación y él se la arrebató gruñendo por lo bajo. Él admite que no es su mejor foto, si es que tiene alguna en absoluto.

Ha venido a esta tienda más de una docena de veces y cruzado unas palabras con Miwa un puñado de otras. Le da pequeños consejos que ella cree le ayudan a comportarse como un adulto, pero en realidad Kusakabe le enseña disimuladamente a controlar su energía maldita.

Otra tarde de lluvia, intensa e indomable.

Kusakabe la mira de reojo, tentado por una caja de cigarrillos. Ella ve la lluvia con demasiada preocupación y nuevamente su energía se desborda. Por alguna razón la sola presencia de Miwa en esa tienda le hace elegir una opción más saludable y termina caminando nuevamente al pasillo de los dulces y toma del estante una caja de Pocky de vainilla con fresa. Es como si no quisiera que ella sepa que es un fumador en recuperación o algo así. Quizás es porque le gusta la forma en la que lo mira, con un poco de admiración a la cual no está acostumbrado.

Cuando vuelve hasta la caja registradora, ella se muerde los labios.

—¿No trajiste paraguas?

Ella niega.

—Lo olvidé en casa, iba a llegar tarde.

—Tranquila, sólo es lluvia.

—Sí… —repite ella y toma un mechón de cabello entre sus manos—, sólo es lluvia.

Ella traga saliva, parece afligida. Kusakabe mira por la ventana como si intentara buscar a alguien detrás de la lluvia, alguien que espanta a Miwa hasta los huesos. Pero no hay nada más que agua.

—¿A qué hora termina tu turno?

—En cinco minutos.

—Te acompañaré a la parada del autobús —dice Kusakabe y los ojos de Miwa se agrandan.

Ella le sonríe y la energía vuelve a su cuerpo. Parece que un peso se ha levantado de su espalda. Kusakabe casi llega a sonrojarse, pero rola los ojos y paga por su compra.

La espera junto a la puerta y la ve desde lejos despedirse de su compañero. Pero antes de marcharse, recoge su cabello en un peinado recogido. Luego camina rápidamente hasta él y le sonríe mientras las puertas automáticas se abren y ella se esconde rápidamente bajo su paraguas.

—¿Quieres? —le pregunta ofreciéndole los dulces que acaba de comprar.

Miwa asiente y abre la caja, toma uno y luego le ofrece la caja. Kusakabe, con una mano en el paraguas, usa su mano libre para sacar un dulce largo de la caja.

—¿Vive cerca de aquí, Kusakabe-san?

—Sí, a diez minutos.

—¿Es policía?

—¿Por qué piensas eso?

—Primero pensé que era un ejecutivo por el traje que usa, pero la cerveza que compra es muy barata, así que no tiene mucho dinero. Luego pensé que podría ser sólo un oficinista, pero sus horarios son extraños. ¿Es un detective?

—No… soy un… profesor. Entre otras cosas.

—No sabía que los profesores trabajaban hasta tan tarde.

—Es una escuela privada.

El semáforo peatonal marca rojo, Kusakabe y Kasumi se detienen y afortunadamente ella se queda callada. Desvía su mirada y cuando el semáforo cambia, ella no avanza. Kusakabe no le dice nada, echa un vistazo rápido a su rostro y encuentra su mirada desencajada. Está aterrada. Ha visto algo espantoso. Y no es sino hasta cuando él se voltea que se da cuenta de qué es esa atrocidad que le ha paralizado.

Una maldición.

Kusakabe vuelve a mirar a Miwa, siguiendo el trayecto de aquel hombre con una maldición enroscada en su cuello, susurrándole cosas al oído. El infeliz camina encovado, cabizbajo. Con el rostro lleno de penuria.

—Vamos —le dice suavemente Kusakabe a Miwa y ella reacciona como si hubiera despertado de un trance.

Ella asiente, intenta esbozar una sonrisa, pero el resultado es algo forzado y antinatural. Kusakabe y Miwa caminan lado a lado sin decir absolutamente nada y él repentinamente suspira al darse cuenta de que se encuentra junto a su próxima recluta. Si puede ver a las maldiciones quizás podría servir como auxiliar, o una ventana.

—Puedes verlo, ¿cierto?

—¿Eh?

—La cosa esa, en el cuello de ese hombre. Puedes verlo, ¿no?

Ella aprieta los labios, su rostro preocupado. Luego asiente cuidadosamente.

—Es una maldición, Miwa-chan. Hay muchas de esas en todo Japón. De todo tipo y tamaño. Yo me dedico a exorcizarlas.

—¿Eres un exorcista?

—¡No! ¡No un exorcista! Un hechicero… —Kusakabe se da una palmada en el rostro y Miwa inspira repentinamente antes de echarse a correr.

Kusakabe levanta la vista, escucha agua salpicando y ve a Miwa cruzando la calle sin mirar. Del otro lado un puente desde el cual el hombre con la maldición se ha tirado. Y ella parece ir tras él.

Arrojando su paraguas al suelo, Kusakabe corre maldiciendo su suerte. Para cuando llega al otro lado de la calle, Kasumi ya se ha tirado. Apenas tiene tiempo de sacarse la gabardina y aflojarse la corbata cuando ve que ninguno de los dos sale a la superficie.

No se lo piensa demasiado antes de tirarse al agua. Apenas puede abrir los ojos y con tras parpadear un par de veces comienza a buscarlos.

Ella intenta arrastrar el cuerpo de ese hombre, pero la maldición intenta atacarla con un aguijón afilado. Primero tiene que exorcizarlo.

Kusakabe saca la katana que usualmente trae escondida bajo su larga gabardina y le da un golpe certero frente a los ojos estupefactos de Miwa, luego toma al suicida de un brazo y Miwa toma el otro.

Una bocanada de aire al salir del agua helada, arrastrando su cuerpo más pesado que de costumbre por la ropa empapada y otro casi sin vida. Kusakabe y Miwa empujan a ese sujeto hasta que comienza a toser toda el agua que se le metió en los pulmones.

Él respira con cierto alivio hasta que escucha un chillido del otro lado. Miwa tiene la ropa manchada de negro, su cabello gotea un tinte barato y debajo de él se revela algo que ella escondía con demasiado esmero.

—¿Tu cabello?... —pregunta Kusakabe con los ojos bien abiertos observando algo que nunca en su vida había visto.

Miwa trae el cabello teñido de negro y bajo él, su verdadero tono cian brillante, palpitando energía maldita.

Ella parece a punto de echarse a llorar, arruga la boca y el mentón, los ojos se le llenan de lágrimas tomando su cabello entre las manos, viendo como su tono natural se deja ver bajo la tinta. Miwa levanta la mirada y ve los ojos de Kusakabe, como si esperara que le dijera algo horrible, como si estuviera mal tener el cabello de ese color.

Pero, para su sorpresa, Kusakabe acaricia la corona de su cabeza.

—¿Te gustaría ser una hechicera, Miwa-chan?