Antonio había recibido una gran influencia de los cuentos de su niñez. Esas historias de grandes aventuras, de finales felices, de amores imperecederos. Incluso de adolescente, en él seguía vivo el sueño de que, en algún momento encontraría a su alma gemela, al sapo que se convertiría en príncipe. Y, como recompensa, la vida le fue pegando palo tras palo. Un amante infiel, uno al que le daba miedo el compromiso, otro que le dejaba porque decía que iba a un ritmo que no podía seguir.
La llamada del actual le llegó cuando tenía visita en casa. Sus amigos más íntimos habían venido para pasar la noche y los dejó en el salón charlando para acabar de ultimar los detalles de la cena. Mientras su novio introducía el tema de la charla, Antonio revisó la dorada que tenía en el horno y empezó a cortar el embutido. Cuando le dio la noticia, Antonio tuvo la sensación de que le faltaba el aire. El sueño, de nuevo, se hacía pedazos y con él daba la impresión de que se caía toda su vida. Escuchó que se despedía, con la voz rasposa pero calmada. Cuando la llamada se colgó, Antonio dejó que el teléfono cayera al suelo y siguió cortando el embutido incluso cuando la mirada se le empañó.
Una mano se apoyó con delicadez sobre la suya y detuvo el gesto de cortar. Cuando entornó el rostro, se dio cuenta de que no había escuchado a Francis entrar. Lo miraba preocupado, lanzando preguntas incluso antes de hablar.
—¿Te encuentras bien? Anda, dame el cuchillo antes de que te hagas daño.
Asintió y aflojó los dedos. Francis recogió el instrumento y lo dejó en la encimera. Apoyó la mano en sus hombros y lo guio hacia una de las sillas. Cuando Antonio se sentó, las lágrimas le corrían mejilla abajo, pero de sus labios no salía ningún sonido. Sus manos secaban cada lágrima antes de que le llegara al mentón. Francis se puso de cuclillas delante de él y le tendió el pañuelo que llevaba en el bolsillo. Perfecto, a partir de ahora no podría volverse a burlar de él por eso.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Francis con una caricia de voz.
—Pasa que soy un desastre. Algo tengo que hacer mal para que lleve años soñando con una relación bonita y estable y que sólo me engañen y me abandonen. Estoy harto. Harto de sentirme tan perdido. Se acabó, me rindo. No más cuentos de hadas, no más príncipes que resultan ser sólo sapos.
8. Sapo / Dame eso antes de que te hagas daño.
