Disclaimer: Inuyasha y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Rumiko Takahashi. No recibo beneficios con esta historia.

Capítulo 1: Negociación

"Esta tormenta, en definitiva, eres tú. Es algo que se encuentra en tu interior. Lo único que puedes hacer es resignarte, meterte en ella de cabeza…"

Una voz sonó por los altoparlantes. Kagome cerró el libro, se puso de pie y descendió del metro junto a la multitud. Las personas a su alrededor marchaban con apuro, sin percatarse de nada. Iban abstraídas, presas del trance diario.
Llegó al edificio diez minutos antes de las nueve, con tiempo de sobra. Tenía suerte, no habría que apurarse para llegar al ascensor ni correr escaleras arriba con la lengua afuera.
Bajó en el piso cuatro, se preparó un café y puso en marcha el primer pendiente del día, que se convertiría en su primer dolor de cabeza: llevar a cabo una redacción decente para la carpeta del nuevo cliente. El borrador que había recibido de sus compañeros era un desastre.
Su segundo dolor de cabeza llegó poco después de las diez, con tacones altos, un labial intenso y un bolso ostentoso colgado al hombro.

-Higurashi, espero que termines con la presentación para antes del mediodía. No tenemos tiempo.- Soltó, sin dejar de teclear caracteres en su teléfono. Los "buenos días" nunca eran necesarios para ella.

-Claro, jefa.-

Había soñado incontables veces con arrancarle aquel aparato de las manos y arrojárselo por la ventana.

-Y cuando termines, entrégaselo a Hojo para que lo revise. No podemos presentar una carpeta con fallas.-

Kagome asintió con la cabeza y se dispuso a hablar, pero se arrepintió cuando vio acercarse a un empleado con aires de cobardía.

-Señora Sakasagami, la buscan al teléfono.- Dijo sutilmente. Había cometido el primer error del día.

La mujer sacó su vista del móvil y se volvió a verlo con recelo.

-¿Señora? Desaparece de mi vista a menos que quieras ganarte un despido inmediato.-

Para su jefa aquel término era sinónimo de humillación; teniendo en cuenta el gran esfuerzo que realizaba para mantener estáticos sus treinta y nueve años.
Al cabo de unos instantes, con algo más de estabilidad, se aclaró la garganta y se acomodó un mechón de cabello.

–Ponte a trabajar, Higurashi.- Dijo antes de desaparecer.

Kagome cerró los ojos y se acomodó en su silla para continuar con su labor. Así funcionaban casi todas sus mañanas. Si tenía suerte, una vez al mes, su jefa se tomaba algunos días libres para tener un "retiro espiritual breve" y no tenía que verle la cara. Desconocía el tipo de contrato que podía tener esa mujer en la empresa para permitirse tanto descanso.

Antes de las once y media, su compañero recibió el material y lo examinó. Cuando estuvo listo, lo entregaron y salieron para almorzar.

-Estás haciéndolo muy bien, Higurashi. Tu desempeño mejoró.- Los halagos que recibía de Hojo siempre le recordaban a las observaciones que le hacía su madre.

-Gracias. Me estoy esforzando.- Dijo dándole un mordisco a su comida.

–Seis meses de soportar a Yura deben de parecerte una eternidad.-

Estaba en lo cierto. Aquella mujer no le quitaba el ojo de encima.

-Me odia.- Reconoció. –¿Será porque soy nueva?-

Tal vez sienta desprecio hacia cualquier persona más joven que ella. Pensó de inmediato.
En realidad, si lo reflexionaba podía llegar a comprender a su jefa. A ella, sin ir más lejos, los veintisiete años comenzaban a pesarle. No eran pocos los comentarios que recibía por estar llegando a sus treinta sin planes de tener hijos, de casarse o siquiera de tener una pareja.

A veces sentía que adentrarse en el mundo real se asemejaba a vivir en una película de terror. Las responsabilidades, los ojos críticos y la blandura que debía presentar ante la sociedad la asqueaban.

De regreso a la empresa decidió volcar su mente en el trabajo y nada más. No quería entristecerse ni ahondar demasiado en cuestiones complejas. Cuando volvió a ver su teléfono eran las siete treinta, una hora y media después de su salida. Tenía un mensaje de Hojo esperando en su bandeja de entrada.
"Recuerda descansar. ¡No te esfuerces tanto! Hasta mañana."

Guardó los archivos con los que estaba trabajando y recogió sus cosas. Llevó su taza a la cocina y mientras marchaba por el corredor, le echó un vistazo al resto de los despachos. El lugar se vació sin que ella se enterase. La oficina de cuentas tenía una luz prendida y la puerta entreabierta. Le resultó extraño, el departamento financiero siempre era el primero en irse.
Pasó por su lado de forma detenida y aguzó la vista.

La luz provenía del ordenador de uno de sus superiores. Lo estaba utilizando un chico de facciones marcadas y cabello oscuro, que tecleaba de forma rápida. Tenía la mitad del rostro iluminado.

Kagome frunció el ceño. No recordaba haberlo visto antes. Tratò de estudiar sus facciones, pero antes de lograr asociarlas con cualquier cosa, la puerta se abrió.
Ambos se miraron en silencio por unos instantes. El muchacho apretó la mandíbula y trató de mantener su postura.
La azabache lo vio de cerca: Tez trigueña y dos ojos azules extraordinarios. Su cara le resultaba algo familiar.
Despegó los labios para decir algo, pero luego se arrepintió. Se acomodó el abrigo y siguió su camino sin pronunciar vocablo. Habrían enviado a los técnicos para que trabajen fuera de horario de oficina. De cualquier forma, no era de su incumbencia.

Él exhaló aire con pesadumbre. Cuando la vio desaparecer por la puerta de entrada, aguardó unos minutos más y dejó el edificio. A unas calles de distancia, sacó un móvil viejo y realizó una llamada.

-¿Y bien? ¿Entraste?- La voz al otro lado se oía impaciente.

-Sí.- Respondió èl. -¿Te encargaste de las cámaras?-

-Detenidas. Quedaron con una imagen estática.-

-Perfecto. Solo tenemos un problema.- Dijo. Se pasó el aparato a la otra mano y encendió un cigarrillo. –Alguien me vio.-

-¿Qué?-

-Voy en camino.- Añadió. Luego, cortó la llamada y se deshizo del aparato.


Cuando llegó, seis personas sentadas alrededor de la sala hablaban entre si al mismo tiempo. Apenas podían escucharse unas con otras. Todas discutían y opinaban sobre los hechos en mayor o menor medida.

-Suikotsu nos lo dijo ¿Quién era? ¿Quién te vio?- Le preguntó un muchacho de cabello recogido después de abalanzarse sobre él de forma escandalosa.

El ojiazul lo hizo a un lado. Trató de permanecer en calma y tomó asiento en uno de los sillones.
Al verlo, los demás guardaron silencio.

-¿Era alguien de seguridad?- Dijo un hombre calvo sentado en frente suyo.

-No. Una empleada.- Se pasó una mano por el cuello y enderezó la postura. –En realidad, no estoy seguro de que me haya visto.-

Tras aquella declaración, les relató a sus colegas lo ocurrido de forma breve y concisa.

-¿Quiere decir que tenemos esperanzas?- Expresó otro hombre. El mismo con el que habló por teléfono. -Tal vez sea una falsa alarma.-

El calvo afiló la mirada.

-Las suposiciones no nos llevarán a ningún lado. Tenemos que estar seguros de qué es lo que vio ella.- Expresó. –No podemos dejar cabos sueltos.-

Estaba en lo cierto.

-¿Y qué haremos si en realidad vio algo?- Dijo el chico del cabello recogido. –Estuvimos tan cerca..-

Las voces se elevaron, una vez más, soltando opiniones diferentes. En pocos minutos, aquello se había transformado en un parlamento infame, con personas maldiciendo, palabras sueltas y opiniones distintas que eran expresadas al mismo tiempo.
Una voz femenina fue la única que formuló una idea útil.

-Tendríamos que negociar.- Dijo la muchacha. Se cruzó de brazos y recargó la espalda contra la pared.


Kagome se despertó cuando la luz solar se filtró por las ventanas de su habitación. Desactivó la alarma antes de que llegase a sonar y se levantó de la cama restregándose los ojos. Se duchó, prendió la TV para ver las noticias.

Se sentía renovada. Una buena cantidad de horas de sueño y un baño eran todo lo que necesitaba para despejar de su mente los malos pensamientos, pero una llamada de su madre la haría cambiar de parecer.

-Hija, estás bien? Qué ocurrió?-

Ella sostuvo el teléfono con su hombro mientras se ataba los zapatos. -Mamá, de qué estás hablando? Ni siquiera salí de casa.-

-Cómo que no lo sabes?- Respondió de inmediato. - Rápido, el canal 6!-

Kagome buscó el control remoto y subió el volumen de inmediato temiendo que se tratase de alguna alerta. Una periodista estaba de pie con un micrófono frente a su empresa.

"Nihon Global Creative, la reconocida agencia de publicidad, sufrió un robo millonario. Gran parte de los fondos desaparecieron de la noche a la mañana. Aún se desconocen las causas, pero la policía ya se encuentra investigando."

-Q-Qué?-


Tuvo que esquivar las cámaras de TV para poder ingresar al edificio. La densidad en el ambiente era indiscutible. La mayoría de sus compañeros se encontraba en sus cubículos sin decir una palabra. El barullo de cada mañana había desaparecido y su jefa pasó por su lado sin inmutarse. El panorama no pintaba para nada bien.

Ella dejó sus cosas y fue por un café de forma silenciosa. En la cocina, encontró a dos de sus compañeras de redacción murmurando. Al verla, una se aclaró la garganta y salió del lugar.

-¿Ocurrió algo?- Le preguntó a la otra.

La muchacha se acomodó las gafas y echó un vistazo a su alrededor. -El jefe de cuentas tuvo un colapso nervioso.- Murmuró. –Fue al hospital.-

Kagome abrió los ojos y la vio salir en silencio. Trató de imaginar la desesperación en el rostro del jefe de cuentas: Naraku, un tipo arrogante que disfrutaba de presumir sus logros profesionales con todo el mundo. También era famoso por insinuársele a varias empleadas y se decía que estaba envuelto en ciertas controversias amorosas con la esposa del jefe de arte. La azabache llevaba poco tiempo en la empresa, pero aquellos comentarios le bastaron para mantener la distancia.

Se decían varias cosas sobre él, pero algo innegable era su adicción al trabajo. Que de la noche a la mañana alguien se haya evaporado con la suma estrafalaria que manejaba la empresa debía ser un golpe muy bajo.

Durante el almuerzo, la desaparición del dinero fue el tema principal de charla y las hipótesis sobre lo que ocurrió no se hicieron esperar. La chica de anteojos planteó que yal vez Naraku tenía una amante y ella había huido con el dinero o que tal vez su socio, el señor Himura, jefe de operaciones generales (conocido por tener problemas de adicción al juego) lo había apostado todo en una noche de casino.
Hojo, por otra parte, planteaba que tal vez todo era un invento de la agencia para echar masivamente a sus empleados o que podía tratarse de un ciberataque.

Kagome oyó todas y cada una de las historias mientras se terminaba su comida. Su cabeza también comenzó a tejer diversas hipótesis y no tardó en conectarse con los sucesos del día anterior.


El moreno presionó el botón indicador para llegar a planta baja. Las puertas se cerraron y se quedó solo. Se pasó una mano por el cuello y suspiró de forma estrepitosa.
Pensó que contarían con más tiempo pero la noticia se esparció muy rápido. ¿Habría sido ella? Si los delató sería cuestión de tiempo para que la policía llamara a su puerta. Con un simple identikit y las pruebas necesarias su plan se habría arruinado.
Tenía que localizarla y el solo hecho de pensarlo lo irritaba. Le entraron unas terribles ganas de fumar.

Tal vez esto solo forme parte de la paranoia de Renkotsu. Pensó.
Recordaba a la muchacha. La había visto un par de veces en el departamento de redacción. Callada, reservada, siempre enfrascada en lo suyo, siempre sola. La clase de persona que bien podría confundirse con un empapelado de pared. No tenía perfil de busca pleitos. Era relativamente nueva en la agencia y no se arriesgaría a generar tanto alboroto. De hecho, era muy probable que ni siquiera lo hubiese visto.

Un ruido áspero lo sacó de sus pensamientos. El elevador se detuvo para cargar a otro ocupante. Piel clara, cabello azabache y ropas oscuras haciendo juego. La chica se adentró sin decir una palabra.
Él la miró de reojo y guardó silencio tratando de ocultar su sorpresa. Había llegado a sus manos como por arte de magia.

-¿Planta baja?-

Ella asintió en silencio.

El ojiazul se enderezó y se metió las manos en los bolsillos. Tenía que adelantarse antes de que fuera tarde, sacarle información. Necesitaba formular alguna frase, por más insustancial que parezca, pero fue ella la que rompió el silencio.

-Bankotsu. Ese es tu nombre, ¿verdad?- Dijo de forma repentina. –Lo tenía en la punta de la lengua.-

Él asintió. –Te conozco?-

Kagome sonrió de medio lado y se volvió a verlo. –Nos cruzamos ayer por la tarde, en la oficina.- Un tono despectivo fue muy claro al pronunciar aquellas últimas palabras.

El muchacho permaneció inmutable, pero algo en el curso de esa conversación le decía que las cosas se complicarían.

-No lo recuerdo, disculp…

-Qué curioso. Creí que con todo ese dinero te ibas a tomar unas merecidas vacaciones.-

Las puertas se abrieron y él se quedó inmóvil durante algunos segundos, sintiendo como si su corazón le diera un vuelco. Cuando volvió en sí, salió del ascensor y caminó hacia ella de forma prudente, tratando de mantener la cautela. La alcanzó recién en el exterior del edificio.

-Disculpa, creo que me estás confundiendo con alguien más.- Expresó.

La frase más trillada de la historia. Pensó Kagome. Tiró un anzuelo y él lo mordió en cuestión de segundos. Lo recordaba perfectamente, era él quien estaba en el ordenador de su jefe el día anterior. Ninguna persona inocente negaría semejante encuentro.

-No lo creo.- Le respondió. –Ayer por la tarde te vi en la oficina de cuentas.-

Él apretó la mandíbula y la observó mientras bajaba las escalinatas de la entrada. Estaba totalmente serena.

-Qué insinúas?

La azabache cruzó la calle y continuó la marcha. Bankotsu la siguió. –Solo digo que desde que entraste ayer a la oficina de cuentas la empresa perdió una suma importante de dinero.-

-Esa es una acusación muy grave.- Le dijo él. –Y dudo que tengas fundamentos para demostrarlo. -

Kagome soltó una risa y cruzó las vías del tren. Al parecer, las ideas de Hojo no estaban tan alejadas de la realidad. –Bueno, yo me ocuparé de brindar la información. Dejemos que la policía se encargue del resto.-

El moreno la sostuvo de un brazo, deteniendo su andar de una vez por todas. Ya estaban bastante alejados del perímetro laboral.

-¿Qué quieres?-

-Vaya que eres directo… Deberías ser más prolijo en un robo. Sobre todo, si se trata del lugar al que vas a trabajar todos los días, no? -

La maldita lo expuso y además tenía el valor de presumirlo en su cara. Se había equivocado rotundamente con ella.

-Estoy esperando a que me digas cuánto vale tu silencio.-

Ella hizo un repaso mental breve. -Medio millón.- Le respondió al cabo de unos segundos.

Bankotsu frunció el ceño, creyendo haber oído mal.

-¿Qué?-

–Quiero medio millón.- Reiteró.

El ojiazul soltó una risa reprimida y se llevó un cigarrillo a los labios. –Siquiera conoces la suma exacta?- Le dijo mientras se sacaba un mechero del bolsillo. –Además, no estoy solo en esto.-

Kagome se cruzó de brazos y recargó su espalda contra una pared. Algunos transeúntes pasaban a su lado sin siquiera prestarles atención, apresurados por llegar a tiempo a sus hogares.

-Estoy diciéndote cuánto vale mi silencio. No me interesan la suma exacta ni cuántas personas estuvieron involucradas.-

El moreno le dio una calada honda a su cigarrillo y la miró de reojo. Lucía tranquila e inmutable, pero para él aquella máscara de niña buena y callada ya se había caído.

-Tienes muchas agallas, ¿no?-

-No creo que tengas muchas opciones.- La oyó decir.

Bankotsu aplastó su cigarrillo contra el asfalto, se acercó y se inclinó hasta su oído. –Claro que tengo opciones.- Le dijo casi en un susurro.

-Voy a ofrecerte una suma y tú la aceptarás con mucho gusto.- Continuó.

Kagome pudo sentir su respiración. Estaba a una distancia milimétrica.

-Sino tendré que encargarme de que nunca más puedas pronunciar una palabra. ¿Entendido?-