Capítulo 66

Doce soldados rebeldes

Tras terminar la carta que le había escrito a su primo, Jules se levantó de su escritorio y salió del despacho que estaba habilitado en la casa principal de la Villa del Sur que André había adquirido para sí cuando pensó que Oscar se casaría con un noble a sugerencia de su padre, cuando apenas ingresaba a la Guardia Nacional.

El hijo de Juliette se sentía particularmente angustiado; la atormentada situación de París y la ausencia de noticias de su primo lo tenían sumamente preocupado. No era habitual en él tener ese tipo de sentimientos: era como si tuviera un mal presentimiento y se preguntaba a sí mismo si esa desazón tendría que ver con André o con lo que pudiera estar ocurriendo con él por aquellos días.

Para esas horas ya había terminado los asuntos que tenía pendientes en la Villa, así que decidió ir por sí mismo al correo del pueblo para solicitar que envíen su carta. Entonces se dirigió a las caballerizas, y al llegar, ensilló fuertemente a su caballo; era un magnífico espécimen color dorado, el cual había domado por sí mismo siguiendo los consejos de su primo.

- "Hoy tenemos un magnífico clima, Orfeo. Quisiera disfrutar de el, pero..."

Entonces se detuvo, acarició el rostro de su caballo y sonrió. Tras ello, lo montó y se dirigió al pueblo.

...

Mientras tanto, a varios kilómetros de ahí, Gerodelle pasaba revista a los miembros de la Guardia Real. Por orden del General Boullie, todos los regimientos de Versalles estaban en estado de alerta y a la espera de órdenes, incluso se había enterado de que el regimiento del General Jarjayes había regresado desde la frontera y que él había sido llamado al palacio para presentarse ante la máxima autoridad del Ejército Francés.

No era para menos; ya había llegado a los oídos del ex subordinado de Óscar lo que estaba ocurriendo con los Estados Generales, incluso se había enterado ya que un grupo de diputados se negaba a abandonar el recinto donde se llevaban a cabo las asambleas, aún cuando el mismo Luis XVI les había ordenado marcharse.

- Comandante Gerodelle, por recomendación del General Boullie, la Familia Real permanecerá hoy en sus habitaciones del Palacio de Versalles. - le dijo el teniente Dubois, el cual acababa de regresar de hablar con el Gran Chambelan.

- Gracias por la información, Teniente Dubois. - le respondió Victor Clement.

Era lo mejor. Algunas tardes, la reina prefería dirigirse al Palacio de Trianon junto a sus hijos y algunos amigos, y el rey a su taller de herraje, que estaba en el medio del campo. No obstante, aunque ambos lugares estaban dentro de los límites del palacio, los guardias debían dividirse para garantizar su seguridad, y en aquellos momentos de incertidumbre eso no era lo mejor.

Sin embargo, aunque Gerodelle tenía conocimiento de todo lo que ocurría en la residencia de los reyes de Francia, no tenía idea de que a sólo a unos metros de él se encontraban su ex-comandante y los miembros de la Guardia Nacional, porque esa parte del palacio pertenecía a la parte del cuartel de Versalles que estaba a cargo del General Boullie y de los miembros de su regimiento; simplemente no tenía control sobre lo que ahí ocurría. Victor Clement no tenía idea de que la mujer que amaba acababa de ser detenida por traición tras negarse a acatar una orden del rey: la de desalojar a los representantes del pueblo de Francia del recinto donde se encontraban disparando a matar de ser necesario.

...

Mientras tanto, en Provenza, Jules llegaba a la Villa de sus abuelos, la cual era administrada por su madre y ahora les pertenecía a André, a su hermana Camille y a él en partes iguales. Había decidido parar ahí para saludar a Juliette antes de dirigirse al correo, y de paso, saber si al menos ella tenía alguna noticia de su primo.

Tras atravesar los portones - que siempre permanecían abiertos - Jules se acercó a la entrada y bajó de su caballo, lo ató a uno de los árboles que ahí se encontraba e ingresó a la casa.

- ¡Joven Jules! ¡Pero qué sorpresa! - le dijo Margarita, una de las sirvientas, al verlo llegar.

- Buenas tardes, Margarita. - saludó él. - ¿Y mi madre? - le preguntó.

- La señora está en el huerto. Se encuentra ahí desde hace algunos minutos dándoles indicaciones a los trabajadores. ¿Desea que le diga que está usted aquí? - le preguntó.

- No, no te preocupes. Yo iré para allá. - le respondió Jules.

Entonces se dirigió hacia el interior. La entrada del huerto se encontraba al finalizar los jardines de la casa principal, sin embargo, no fue necesario que él caminara hasta allá, ya que a medio camino se encontró con su madre, la cual regresaba a la casa principal.

- ¿Jules? ¿Eres tú? - exclamó Juliette, sorprendida.

- ¡Hola, madre! - le respondió él.

Entonces Juliette adelantó el paso y abrazó tiernamente al mayor de sus hijos.

- ¡Pero que sorpresa, hijo! - le dijo ella, tras soltarlo.

- ¿Sorpresa?... Lo mismo me dijo Margarita... - le comentó Jules riendo.

- ¿Y te sorprendes? Hace casi un mes que no vienes a la villa de tus abuelos. Si no fuera porque yo separo un tiempo para visitarte al menos una vez a la semana, no te vería nunca. - reclamó Juliette.

- Exageras... - le dijo Jules a su madre, y tras ello, la tomó del brazo y ambos empezaron a caminar juntos hacia la casa principal.

Y tras un breve silencio, el primer hijo de Juliette volvió a dirigirse a ella.

- Madre, por favor, discúlpame por no venir a verte más seguido. - le dijo.

- Sólo bromeo, querido. - respondió ella de inmediato. - Sé que estas muy ocupado atendiendo los asuntos de la villa de tu primo, y que eres muy feliz haciéndolo. Además siempre vienes a visitarme a fin de mes, y me siento más que conforme con eso. - agregó.

- Madre, ahora que mencionas a André, ¿has tenido alguna noticia suya? - le preguntó Jules a Juliette, mientras entraban a la casa.

Y tras ello, ambos se dirigieron al salón principal.

- Sí, hijo. Justamente acaba de llegar correspondencia suya. - le respondió Juliette. - Pensaba mandar a Fermín a La Villa del Sur para que te haga llegar la carta que te dirigió a ti, pero ya que estás aquí, en un momento te la daré. - mencionó.

Entonces Jules suspiró aliviado.

- Me alegro, madre. ¿Él está bien? - le preguntó, aunque la respuesta caía por su propio peso ya que veía a su madre bastante tranquila.

- André está bien, pero me comentó lo que ya sabíamos: que París esta muy convulsionada. - le respondió.

Entonces Juliette tomó asiento en uno de los sillones y Jules también lo hizo.

- Madre, quizá debamos pensar en alguna manera de protegernos en caso de que las cosas se pongan difíciles también por aquí. - le dijo Jules.

- También lo he pensado. - le respondió ella.

Y en ese momento, una de las sirvientas ingresó al salón.

- Buenas tardes, Señora. Buenas tardes, joven Jules. ¿Desean tomar algo? - les preguntó.

- Buenas tardes, Sara. Sí, tráeme una copa de vino, por favor. - le respondió Jules. - Madre, ¿deseas tomar algo también? - le preguntó él a Juliette.

- Esta vez, no. - le respondió ella, sonriendo. - Muchas gracias, Sara. - le dijo a la joven.

Entonces la sirvienta hizo una pequeña venia.

- Con su permiso. - les dijo la joven, y tras ello, se retiró.

Entonces, Jules volvió a dirigirse a Juliette.

- ¿Jeremie está en el despacho? Hace días que no lo veo y me gustaría saludarlo. - le preguntó él, en referencia al hombre que administraba la villa principal junto con Juliette.

- No, hijo. Jeremie tuvo que viajar de emergencia a Burdeos. - le respondió ella. - Recibió una carta de uno de sus familiares donde le informaban que su padre está muy enfermo y me pidió una licencia para ausentarse durante unos días. - agregó.

- Lamento escuchar eso... Pero entonces, ¿estás administrando sola toda la villa? - le preguntó Jules, preocupado.

Y Juliette empezó a reir.

- No sería la primera vez que lo hago, mi niño. - le respondió ella, y él sonrió.

- Lo sé, madre. De todas maneras, si necesitas ayuda puedes decírmelo. Puedo organizar mis actividades del día y apoyarte un poco por aquí. - le dijo Jules.

- Gracias, hijo. Pero por ahora no es necesario. Quédate tranquilo. - le respondió ella, y tras ello, lo miró con una tierna sonrisa.

A pesar de la gran cantidad de trabajo que tenía en La Villa del Sur, Jules le ofrecía su ayuda a su madre de una manera genuina y estaba dispuesto a sacrificarse sólo para aligerar su carga.

No obstante, Juliette no lo consideraba necesario. Ella se había encargado sola de esa villa durante muchos años y podía volver a hacerlo, sin embargo, el sólo hecho de saber que su hijo estaba dispuesto a ayudarla la hizo sentir muy feliz, y es que a pesar de lo duro que había sido hacerlo sin la ayuda de su esposo, había criado a un gran hombre, un hombre del cual se sentía profundamente orgullosa.

Y mientras pensaba en ello, observó el bello rostro de su hijo, el cual se había distraído tras la llegada de la sirvienta que traía consigo la copa de vino que le había pedido unos minutos antes.

...

Mientras tanto, en uno de los pasillos del cuartel de Versalles, André empezaba a impacientarse; el General Boullie había salido hacía varios minutos y Oscar aún permanecía en el interior.

- "Maldición, como quisiera poder entrar para saber por qué Oscar no sale de ahí... " - pensaba.

Por su parte, al otro lado de la puerta, ella veía con nerviosismo cómo el General Boullie y algunos de sus subordinados se aproximaban a su regimiento. Bajo la lluvia, Alain y sus compañeros se habían bajado de sus caballos para descansar, algunos incluso se habían sentado en los escalones que ahí se encontraban.

De pronto, ellos también se percataron de que el General Boullie, montado en su caballo - y seguido por una parte de su regimiento - parecía dirigirse hacia ellos. La mayoría de los guardias franceses jamás lo había visto, sin embargo, la forma en la que estaba vestido no dejaba lugar a dudas, y además, venía escoltado por soldados de la tropa de la máxima autoridad del Ejército Francés.

Entonces, sorprendidos, aquellos que estaban sentados se levantaron y se aproximaron a los otros. Ninguno de ellos entendía que hacía ahí el General Boullie; estaban más que confundidos. No obstante, antes de que siquiera pudieran comentar algo entre ellos, el general se dirigió a ellos.

- ¡Guardia Francesa de la Compañía B! ¡Fórmense! - les ordenó.

Y de inmediato, todos armaron filas frente a él. Eran al menos cincuenta los soldados que ahí se encontraban, cincuenta soldados que aún se encontraban confundidos por la situación, pero que lo obedecieron de inmediato por la envergadura de su rango militar.

- Ahora recibirán mis órdenes. - les informó.

Y tras una breve pausa, continuó:

- ¡Se armarán adecuadamente y se dirigirán a los Estados Generales! ¡Luego, desalojarán a los que ocupan el salón de la asamblea ilegalmente! - ordenó.

Entonces, Alain se sobresaltó en su sitio.

- ¿Qué? ¿Cómo? - susurró incrédulo, preguntándose si habría escuchado bien.

Por su parte, sus compañeros tampoco comprendían del todo la orden. ¿Desalojar a los representantes del pueblo? ¿Pero cómo?. Ellos obedecían órdenes, pero siempre confiando en el criterio de la que era su comandante y ella no estaba por ninguna parte.

- ¡Regresen a las barracas y preparen su armamento! ¡Luego, reúnanse aquí en diez minutos! - ordenó el general.

Sin embargo, ninguno se movía. Estaban paralizados por la orden que acababan de recibir y no sabían como actuar. No obstante, Alain sí que lo sabía: de ninguna manera estaba dispuesto a enfrentar a los representantes del pueblo a quienes tanto habían protegido, aquellos en los que los ciudadanos habían puesto todas sus esperanzas.

Y ahí, en medio de sus compañeros y frente al General Boullie, también comprendió porqué Oscar no se encontraba con ellos; era claro para él que ella tampoco había estado dispuesta a acatar esa orden.

- ¿¡Que esperan!? - exclamó el general, empezando a impacientarse por la actitud de los soldados. - ¡Muévanse! - les ordenó.

Entonces los guardias rompieron filas, y aún confundidos, empezaron a correr hacia sus caballos.

- ¡Esperen todos! - gritó Alain, sin intenciones de moverse.

Y tras una breve pausa, continuó.

- Le prometimos a nuestra comandante que la esperaríamos aquí. ¡No nos moveremos hasta que ella regrese! - exclamó de forma imperativa.

Entonces el General Boullie, que se encontraba montado en su caballo justo frente a él, lo miró indignado.

- ¡¿Qué estás haciendo?! - le dijo. - ¿¡Acaso estás desobedeciendo la orden del comandante de mayor rango en el ejército!? - le preguntó con autoridad.

Y sin inmutarse, el líder del escuadrón se dirigió a sus compañeros.

- ¡No me importa si es el Comandante General! ¡No escuchen lo que este tipo les pida! - les dijo con una gran seguridad.

Y tras ello, con ojos desafiantes, dirigió su mirada hacia la máxima autoridad del Ejército Francés.

- ¡Nosotros sólo recibimos órdenes de nuestra comandante! - agregó, ante la indignada mirada del General Boullie. En todos sus años sirviendo a la realeza, jamás había sido desafiado de esa manera.

- ¡Sí, estoy de acuerdo con el líder del escuadrón! - dijo Lasalle.

Y tras ello, dio un paso al frente y se colocó al lado de Alain.

- ¡Yo también me quedo! - dijo Didier con firmeza, y avanzó hacia su líder.

Entonces, Armand, Jean, y otros siete soldados se formaron al lado de Alain respaldando sus palabras.

Por su parte, desde el gran ventanal que daba al patio, Oscar los observó conmovida. Sí, esos eran sus hombres, aquellos que eran conocidos como los más aguerridos entre todas las compañías de la Guardia Francesa, aquellos que se sentían orgullosos de seguir sus propias convicciones, aquellos que - al igual que ella - no estaban dispuestos a vender sus conciencias por una orden que no tenía ningún honor. Ahí, en el medio de la lluvia, aquellos hombres le estaban dando una enorme prueba de lealtad y estaban demostrando ser verdaderos franceses, porque solo un verdadero francés era capaz de arriesgar la propia vida por defender a aquellos que sin armas luchaban por sacar adelante a su país, un país que se hundía en la miseria por las malas decisiones de sus gobernantes.

- Como puede ver, Su Excelencia, Alain de Soisson y once soldados más están desobedeciendo sus órdenes oficialmente. - le dijo el lider del escuadrón al General Boullie. Parecía no tener ningún miedo; se sentía protegido por el peso de sus convicciones.

- ¡Como quieras! - le respondió el general. - ¡Pero ahora te mostraré para que está hecha la disciplina militar! - exclamó.

Y apenas terminó su frase, los miembros de su regimiento - que al igual que los miembros de la Guardia Real pertenecían a la nobleza - los apuntaron con sus armas, y tras ello, sin que ellos ofrecieran ninguna resistencia, empezaron a golpearlos violentamente con la fuerza de sus escopetas hasta dejarlos en el suelo, todo ante la impotente mirada de Oscar, la cual, a pesar de lo fuerte que era, sintió deseos de llorar al verlos en ese estado.

Unos minutos después, y escoltados por el regimiento del General Boullie, Alain y sus compañeros - detenidos, y enmarrocados - fueron llevados lejos del resto de los guardias franceses, que paralizados, observaron como se llevaban a sus compañeros sin poder hacer nada al respecto.

- General Boullie, una compañía incompleta no nos sirve para la misión. - le dijo uno de sus subordinados al general, y tras ello, él dirigió su mirada hacia él.

- Lo sé... - le respondió, y tras una pausa, continuó. - ¡Maldición! ¡Estamos rodeados de rebeldes! - exclamó.

Y tras ello, se dirigió a los guardias de la Compañía B que no habían sido detenidos.

- ¡Ustedes! ¡Regresen a sus barracas y repórtense con el Coronel Dagout! ¡De inmediato! - les ordenó.

- ¡Sí! - exclamaron los guardias al unísono, y tras ello, tomaron sus caballos y salieron rumbo a su cuartel militar.

Entonces el General Boullie se dirigió nuevamente a su despacho, escoltado por sus hombres. No estaba dispuesto a dejarse perturbar por aquel grupo de insubordinados, todo lo contrario, los convertiría en un buen ejemplo de lo que les pasaría a aquellos miembros del ejército que osaran desacatar sus órdenes.

Unos minutos después, y ante la atenta mirada de André, quien permanecía en los pasillos, el general ingresó a su despacho.

- Sus hombres son tan testarudos como usted. - le dijo a Oscar apenas la vio. ¡Debe haberlos entrenado bien! - exclamó.

- ¿A dónde se llevan a mis hombres? - le preguntó Oscar, visiblemente inquieta.

- A la prisión de Abbey. - le respondió el general, sin titubear. - Demandaré ante la corte militar que esos doce sean fusilados de inmediato. - agregó.

- ¿Fusilados? - replicó Oscar.

- ¡Brigadier Jarjayes! ¡No es necesario que se preocupe por ellos cuando usted ya está en serios problemas! Será suspendida de sus funciones y conducida a una prisión militar hasta que Su Majestad decida el castigo que le será aplicado. - le dijo, mientras todos la apuntaban con sus armas. - ¡Llévensela! - agregó el general, dándole la espalda, y ya dispuesto a retirarse.

- General Boullie... - le dijo Oscar, y el general dirigió nuevamente su mirada hacia ella. - Castigarme a mí es mas que suficiente. ¡Pero sería un gran error ejecutar a esos doce hombres! - exclamó con firmeza.

- No. Ellos servirán de escarmiento para los demás. Cualquier falla en la disciplina militar llevaría a todo el Ejército de Francia a una crisis. - le respondió el general, y tras ello, volvió a darle la espalda para dirigirse a la salida.

- Quiero decirle algo más: ¡Atacar a la asamblea con una fuerza armada será un error imperdonable en la historia de Francia! - le dijo.

- Yo pienso que sería peor la existencia de esa Asamblea Nacional. - le respondió el general serenamente, y esta vez sin dirigirle la mirada. - Pero ya no tiene que preocuparse, la Guardia Real desalojará a los rebeldes. - agregó.

- ¿¡La Guardia Real!? - exclamó Oscar, y de inmediato, el General Boullie salió de su despacho y se dirigió al lugar donde se encontraba Victor Clement para darle sus órdenes.

Para Oscar era demasiado; primero le había ordenado a ella y a su regimiento cometer aquel crimen tan atroz, y ahora la humillaba pretendiendo dirigir esa misma orden a su antiguo regimiento, un regimiento al cual ella le había entregado casi todos sus años de carrera militar. ¿¡Cómo!? ¿¡Cómo podía permitir que los guardias reales, a los que había dirigido por más de quince años, manchen sus manos de sangre de una manera tan indigna!? ¿¡Como podía permitir que sean ellos los que deshonren a la Familia Real apuntando sus armas contra los representantes de su propio pueblo!?

No. No estaba dispuesta a permitirlo.

Entonces, en un acto casi impulsivo, tomó con sus manos la punta de la escopeta de uno de los tres tenientes que la apuntaba con su arma y la levantó hacia arriba ante la estupefacta mirada de todos.

- ¡¿Qué está haciendo?! - le dijo el militar.

- Lo siento, pero debo irme. - le respondió ella serenamente, y tras ello, empezó a atacarlos intentando desarmarlos.

Entonces, con una gran destreza, la hija de Regnier logró derribar a uno de ellos y desarmar a los otros dos, y al sentirse liberada, empezó a correr hacia la puerta para intentar escapar, pero fue seguida por uno de sus captores, el cual se abalanzó sobre ella y logró derribarla.

- ¡André! - gritó Oscar con todas sus fuerzas.

Sabía que no podría salir sola de esa situación, y casi por instinto, gritó el nombre del hombre que amaba. Él se encontraba esperándola en el pasillo, y tras escucharla, elevó su mirada sorprendido y de inmediato corrió hacia donde ella se encontraba.

- ¡Oscar! - exclamó, y tras ello, abrió la puerta del despacho del General Boullie.

Ella estaba ahí, siendo contenida por los tres militares que intentaban evitar su huida sujetándola contra la ventana.

- ¡André! - le dijo ella pidiéndole ayuda.

- ¡Oscar! - respondió él.

Y tras ello, tomó entre sus manos una de las escopetas que se encontraba en el suelo, y casi sin pensar, se fue contra los militares violentamente, al punto de romper con su fuerza el gran ventanal de la oficina del general, acción que Oscar aprovechó para liberarse y huir mientras André les apuntaba a los militares con su arma para que no intenten detenerlos.

Entonces, al darse cuenta de que los subordinados del General Boullie no podrían hacer nada más contra ellos, André corrió tras Oscar por los pasillos. Aún no comprendía que era lo que estaba ocurriendo. Todas sus acciones habían sido llevadas por el primitivo impulso de ver en peligro a la mujer que amaba.

- ¡André, necesitamos ir por nuestros caballos! ¡No hay tiempo que perder! - le dijo ella mientras corría agitada, al ver que él ya la había alcanzado.

- ¡Oscar, ¿que ha pasado?! ¿¡Por qué te habían detenido esos hombres!? - le preguntó André, exaltado.

- ¡Después te explico, André! ¡Ahora debemos darnos prisa! - replicó ella.

Algo grave tenía que haber pasado, y aunque André aún no tenía las respuestas que quería, confiaba plenamente en ella, por lo que decidió seguirla aún sin saber lo que había ocurrido. Al llegar a la salida, ambos se detuvieron; el Coronel La Baume ya había dado la voz de alarma, y junto con otros soldados, habían llegado al patio para buscar a Oscar y volver a detenerla.

- Ya está aquí el Coronel La Baume. - le dijo André a la hija de Regnier, mientras miraba con el rabillo del ojo a los militares que habían llegado a buscarlos. - Los caballos se encuentran a tan solo unos metros, sólo debemos esperar a que se vayan para salir de aquí. - le dijo André.

- No hay tiempo. Debemos arriesgarnos. - le dijo Oscar, y tras ello, corrió hacia su corcel ante la absorta mirada de André, quien la siguió de inmediato al ver lo que se proponía.

- ¡Allá van! - gritó el Coronel La Baume al percatarse de la presencia de ambos.

Entonces Oscar y André montaron sus caballos y cabalgaron hacia la salida.

- ¡Se escapan! - gritó nuevamente La Baume, y los dos tenientes que lo acompañaban dispararon hacia ellos, pero ya estaban demasiado lejos.

Mientras tanto, a algunos kilómetros de ahí, la Guardia Real - liderada por Gerodelle - cabalgaba gallardamente hacia el recinto donde se encontraban los miembros de la Asamblea Nacional. Victor Clement acababa de recibir la orden de la máxima autoridad del Ejército Francés, y sin cuestionarla siquiera, salió de inmediato a ejecutarla.

No era la intención del ex-subordinado de Oscar acabar con la vida de nadie, de hecho, pensaba que al verlos llegar, aquellos que se negaban a desalojar el recinto decidirían desalojarlo por sus propios medios y que no iba a ser necesario ejercer la violencia. Gerodelle no sabía del valor e ímpetu de los representantes del pueblo; él no tenía idea de que ellos estaban dispuestos a dar su vida por Francia de ser necesario. A diferencia de la hija de Regnier, Gerodelle no los conocía; todo lo que había escuchado de ellos era lo que se comentaba en el Palacio de Versalles y lo que llegaba a él de boca del General Boullie.

Por su parte, Oscar y André seguían cabalgando a toda velocidad, mientras que en la entrada del recinto, Maximilien Robespierre y otros delegados, ya enterados de que irían a desalojarlos, esperaban valientemente a quienes iban contra ellos.

- ¡Rápido, André! ¡La Guardia Real desalojará a la Asamblea Nacional! ¡Tenemos que detenerlos como sea! ¡Como sea! - exclamó alterada, mientras André tomaba conocimiento de lo que ocurría.

Y bajo una fuerte lluvia, ambos continuaron su desesperada marcha hacia el recinto.

...

Fin del capítulo