Durante las horas de la tarde, Sayuri y Joakim entraron en una de las morgues que había en la ciudad. En casos habituales no dejarían pasar a dos extraños a un lugar tan importante como una morgue, de entrada Joakim mostró su identificación y de inmediato le permitieron entrar, al cruzar las puertas de ingreso se encontraron con un doctor quien les entregó la llave. El hombre con orejas de perro abrió la puerta del cuarto frío sintiendo el gélido aire del lugar pese a estar a una temperatura superior a los cero grados, ambos se pusieron los implementos adecuados para entrar allí.

—Es un gusto conocer a dos de los mejores investigadores privados de la corporación Hashira — el doctor se puso su tapabocas —las autopsias no arrojan resultados concluyentes. En su gran mayoría son muertes por asfixia.

—¿Muertes por asfixia? — murmuró Joakim —hum... Debe haber algo más, hace días nos encontramos con un cuerpo en esas condiciones cerca de Nerima.

—La policía ya acordonó los lugares donde hubo esas muertes en extrañas circunstancias — Sayuri comentó.

—Señorita Taylor, quiero que revise este cuerpo — mencionó el doctor.

De los grandes gabinetes sacó una camilla dónde yacía el cuerpo sin vida de un hombre de mediana edad, rondaba ya los cuarenta años y en su cuerpo no había una sola marca de violencia, Joakim empezó a sentir un olor extraño en todo el lugar así como Sayuri. Entonces el extranjero extrajo de su traje una pequeña caja de metal que cargaba consigo siempre, la abrió y allí el galeno vio extraños artilugios como una camándula de hierro, un frasco de vidrio que no superaba los cinco centímetros de altura y los cinco mililitros de capacidad lleno de agua; y también allí se apreciaba dos extraños objetos de hierro negro con caracteres antiguos.

—¿Para qué es eso? — cuestionó Sayuri estupefacta.

—Esto — el hombre vertió el contenido del frasco y de inmediato el agua hirvió —. Lo supuse. Brujería o algún tipo de magia negra.

—¿Un tipo de magia negra?

—Sí — Joakim guardó sus herramientas —. Hace tiempo leí que en el Japón antiguo, más o menos el siglo XI existían personas capaces de usar magia negra para maldecir a otros.

—Ocultistas — afirmó la mujer —claro, durante la era Heian los ocultistas hacían trabajos de maldiciones. Además muchos de ellos tenían conocimientos médicos. No sería raro que algunos de ellos esté rondando las calles de Japón.

—Es posible que estén tratando de dejar un mensaje — mencionó el sueco —. Traiga a un sacerdote, un monje o lo que sea para que purifique las almas puedan descansar en paz.

Los dos investigadores salieron de la morgue y tal como dijo Joakim el doctor trajo a unos sacerdotes y varios monjes budistas para que pudieran purificar el lugar. Mientras iban de vuelta a casa en metro, notaron una presencia extraña, un joven con tapabocas y cabello largo los observaba desde la distancia. Tratando de disimular Sayuri miró por la ventana hasta que finalmente se bajaron en la estación, cuando de repente un grupo de personas comenzó a gritar al ver a alguien caído en el suelo y entonces Joakim vio una especie de serpiente salir del cuerpo de aquella persona con el corazón en la boca.

Joakim lanzó la camándula de hierro hacia esa criatura que terminó cayendo al suelo, pero de pronto aquel mismo joven que los observaba dentro del vagón le propinó un potente puñetazo en el rostro que lo tiró directo a las bancas de espera. Repentinamente Sayuri apareció por la espalda y con sus garras logró herir a esa persona, que cayó a las vías del metro, y en todo el lugar resonó un disparo seguido de otros dos. La Higurashi volteó a ver a Joakim quien tenía en sus manos una pistola calibre 50 de color plateado con la que había descargado varias balas en la cabeza de aquel hombre del que salió un muñeco de papel tras desvanecerse en el hierro de las vías.

—¿Qué es esto? — preguntó la muchacha.

—Un títere — murmuró el hanyō guardando su pistola —, debemos avisarle a Kaede.

—Y también a mi padre, necesitamos más refuerzos — mencionó ella.

Al rato llegó la policía ya para acordonar el lugar y que ningún civil se acercara allí, no hubo heridos ni mucho menos muertos. Conforme avanzaban por las calles de Tokio se sentía un ambiente menos tenso al exterminar a esa extraña figura que los observaba, aun así estarían seguros de que pronto tendrían más problemas de los que ya tenían.

(...)

De regreso en el templo Higurashi el abuelo de Aome les contaba la historia del pozo devorador de huesos a a Sango e Inuyasha; cada detalle acerca de cómo, en el pasado arrojaban huesos de youkais al poco tiempo desaparecían, ahora en pleno siglo XXI ya no ocurría nada.

—Aquella chica que se cayó por el pozo hace treinta años debió haber tenido grandes aventuras en el periodo Sengoku — Inuyasha estaba emocionado —la envidio.

—Claro que las tuvo, aunque me recuerda un poco a "Alicia en el país de las maravillas" — mencionó Sango —con la diferencia de que jamás regresó.

Al santuario llegó la anciana profesora Kaede, parecía estar tan tranquila como de costumbre, se acercó a uno de los templos y rezó un poco. A sus casi ochenta años se veía con la vitalidad de un roble aunque eso era también porque Japón tenía una de las esperanzas de vida más largas de todo el mundo. La mujer de la tercera edad tocó la marca en el árbol sagrado y empezó a recitar una oración, para la vista de Sango e Inuyasha no era más que un ritual de una persona ya mayor.

—¿Qué está haciendo la profe? — preguntó Inuyasha confundido.

—No tengo ni la más remota idea — Sango lo miró con extrañeza

—Oiga señor Higurashi, la vez que vine a visitar a Kagome cuando vivían aquí ví que ella tenía un teléfono

—Oh — el anciano se rio —es un teléfono viejo, demasiado viejo. Es de comienzos de siglo, era de esos que tenían teclado y si se te caía es más fácil que se rompa el suelo que el propio celular.

—Ah ese modelo — el hanyō se rio fuerte —. Sólo tenías que cargarlos una vez a la semana y te viven por dos meses.

El abuelo Higurashi le dio la razón al chico pues era sorprendente el tiempo que le duraba la batería a esos viejos teléfonos, por otra parte Sango no sabía cómo sentirse ya que ahí no estaba Miroku. En cierta medida se había acostumbrado a su compañía y sus bromas pesadas.

Un rato más tarde bajo el sol del atardecer, Inuyasha se encargaba de limpiar un poco el templo mientras Sango jugaba con Kirara a la sombra del árbol sagrado. Una sola mirada bastaba para que los dos se entendieran después de todo ambos siempre se tenían una confianza mutua.

—Por cierto, Inu, ¿has vuelto a hablar con Kagome? — quiso saber Sango.

—No. No tengo su número — mencionó el chico.

—Oh de hecho yo lo tengo — dijo la muchacha de cabello castaño —. Te lo puedo dar.

Pronto el celular de Inuyasha sonó a todo volumen, se apresuró pues a contestar porque su padre lo estaba llamando. El hanyō vio en la pantalla de su teléfono la cámara abierta de su padre, parecía estar en la oficina con un montón de gente rastreando algo, porque había una pizarra con un mapa del mundo en ella y varias fotos de personas que no se veían bien.

—Inuyasha, Hiroyuki no llegará a su casa temprano y la mamá de Kagome me pidió decirte que la acompañes — dijo Toga —. ¿Serías tan amable?

—¿Y su mamá? — preguntó el hanyō.

—Ella salió a visitar a su cuñada — mencionó el youkai.

—Está bien, iré a acompañarla y le comentaré lo del concurso de talentos — accedió el chico.

Inuyasha guardó sus cosas, posteriormente se despidió de sus amigos y comenzó a pedalear en su bicicleta guiándose por su olfato para conseguir encontrar a Aome, no sabía por qué accedió a aquella petición de su padre de quedarse con aquella chica

(...)

No muy lejos de allí Miroku andaba en su bicicleta buscando alguna tienda donde conseguir alguna antigüedad, realmente desde que conoció ese bastón de monje que había comprado en el templo Higurashi sintió una fuerte conexión con esos objetos antiguos. Llegó a una tienda de dudosa reputación con objetos de igual de desconocida procedencia.

Vagamente recordaba una visión de un monje que absorbía todo con su mano derecha, al ver el logo de aquella tienda supo entonces que pertenecía a Hachi. Entre las muchas curiosidades que allí se mostraban expuestas sobre los anaqueles y estanterías de aquella extraña tienda de antigüedades, la atención de Miroku se centró en una cantimplora de color violeta oscuro.

—Disculpe ¿cuánto cuesta esto? — preguntó el joven —¿hay alguien?

Detrás del mostrador había un hombre anciano de una muy baja estatura con un frondoso bigote que cubría su boca.

—Aquí jovencito — dijo el hombre anciano —qué maleducado eres.

—Le preguntaba por esta botella — dijo Miroku mostrándole el producto

—Es un producto muy antiguo, si usted la abre absorberá todo lo que esté a su lado. Se la puedo dejar en cien yenes pero si usted promete que no la abrirá a menos que esté en peligro.

—Claro — el chico sacó el dinero —¿y de qué se trata esto?

—Hace quinientos años un monje logró guardar su maldición en una cantimplora, la selló y ahora tras quinientos años de inactividad por fin un digno sucesor del legendario vórtice ha sido elegido

—¿Vórtice? — el muchacho se quedó confundido —¿a qué se refiere?

—Durante la era del país en guerra, el sengoku, un monje fue maldecido por un demonio que le hizo tener un agujero en su mano derecha y cada vez iba creciendo hasta que se lo devoró por completo — el hombre anciano explicó.

—¿Cómo se llamaba ese demonio?

—El nombre era Naraku

Miroku sintió una fuerte descarga eléctrica en su cuerpo al oír ese nombre, estaba seguro que ese nombre lo había escuchado antes. Los recuerdos lúcidos de aquellos sueños de personas sin rostro vinieron a su mente, él estaba en la piel de un monje absorbiendo demonios mientras una colegiala, un hombre mitad bestia y una extraña chica que se asemejaba a un ninja se encargaban de destruir otro montón.

—Parece que has recordado algo, jovencito — el anciano rodeó el mostrador.

—Esto es sólo una maldita pesadilla que se repite día a día estos últimos dos años — masculló el muchacho.

—¿Pesadilla o recuerdo de una vida pasada? — indagó el hombre.

—¿Qué fue lo que dijo? — Miroku estaba asustado por esas palabras.

—Mucha gente tiene sueños extraños y normalmente no les da importancia, pero tú has tenido la misma pesadilla desde el año antepasado — mencionó el hombre —. Es por eso que te daré un número para que vayas a ver a una amiga para que te ilustre sobre tus sueños.

Aquel anciano le dio una tarjeta con el número telefónico de una tal Tsubaki, parecía ser una idea ir donde esa desconocida para poder entender más sobre el tema.