Merlin acompañaba a Arthur en una de sus muchas cacerías, era una rutina. El príncipe deseaba poner a prueba sus habilidades cazando por su cuenta pero todavía desearía la compañía de Merlin y este no se negaría ¿cómo podría decir que no? Cuando el príncipe lo miraba con esos ojos azules que brillaban ante la ilusión de una cacería exitosa. Ni el más grande de los magos podría negarse ante la luz de su príncipe.

El aroma dulce llegó a la nariz de Merlin. Se dio la vuelta y sus ojos se abrieron de sorpresa al ver que flores habían comenzado a crecer sobre la tierra que había pisado. Y no cualquier tipo de flor, eran orquídeas rojas. Las flores del deseo del primer amor.

—Mierda, no otra vez —Merlin hizo un movimiento con su mano para marchitar las flores y se mezclaran con las ramas y hojas secas del bosque.

—¿Dijiste algo Merlin?

—No es nada, Arthur, solo pensaba en voz alta —mintió—, es que llevamos mucho rato caminando y no parece haber rastros de ningún animal, ni siquiera hemos visto un ciervo.

Arthur se volteó para verlo molesto. —¿Y acaso quieres que nos retiremos? Puedes dar media vuelta y volver al castillo, pero yo no pienso volver con las manos vacías.

El príncipe se giró y siguió con su camino ahora con paso más veloz, como si quisiera alejarse lo más posible de él.

—¿Y dejarte solo aquí? Ni hablar, me cortarían la cabeza si regreso sin tu presencia —aceleró el paso para volver a ponerse detrás de Arthur.

—Entonces deja de quejarte y sigue caminando. Las cacería no empiezan con la presa corriendo hacia el cazador pero precisamente es eso lo que las hace interesantes.

El muchacho de cabellos negros suspiró —Sibtu lo dices entonces te seguiré, pero al menos regresemos antes de que se ponga el sol.

El príncipe rubio hizo un quejido molesto —Regresaremos cuando yo lo diga Merlin. Soy el líder del grupo después de todo.

—El líder de las mulas tercas más bien.

Si al príncipe le molestó su comentario no lo demostró. Se limitó a dar cuatro pasos largos que dejaron a Merlín atrás. —Eres un idiota testarudo —murmuro para si mismo— pero no tan idiota como yo por gustar de ti.

Su frustración era tal que pequeñas flores crecían y se marchitan al momento por donde pasaba. Por más que quisiera a Arthur a veces lo sacaba de quicio.


Las horas pasaron y su búsqueda seguía siendo inútil, no habían visto más que pájaros pequeños en los árboles y ardillas en los troncos. Por si fuera poco el sol estaba por ponerse y la noche los atraparía pronto.

—¿Estás listo para aceptar que no tuvimos suerte y volver, Arthur?

—¿Y tu estas listo para dejar de ser un jodido quejumbroso? —le respondió de mala gana.

—Si ser quejumbroso es queres que regreses al palacio sano y salvo, entonces si, soy un maldito quejumbroso —contestó con su paciencia ya a punto de agotarse.

Arthur se dio medía vuelta y lo tomó de su ropa —No te necesito para estar a salvo, ¿o acaso dudas de mis capacidades tu también, Merlin? ¡Yo puedo hacer esto solo, sin necesidad de ti ni de nadie!

Un trueno rugió en los cielos al momento en el que Arthur gritó y una fuerte lluvia cayó sobre ellos. Ni siquiera habían notado que había nubes de lluvia sobre sus cabezas.

—Carajo tenemos que buscar un escondite —grito Merlin haciéndole una seña a Arthur para que lo siga.

A dónde miraban no había nada, solo árboles y altos que no servirían para cubrirlos de la lluvia. Sin más alternativa Merlin corrió dejando atrás a Arthur que le gritaba para que se detuviera pero lo ignoró. Se acercó a un pequeño prado y haciendo unos movimientos con ambas manos la tierra se levantó formando una cueva poco profunda.

—¡Arthur por aquí, encontré una cueva!

El sonido de las pisadas sobre los charcos se acercó hasta que llegó Arthur totalmente mojado. —¡No tenías que dejarme atrás en la lluvia imbécil!

—Si vas a gritarme que sea dentro apartado de la lluvia, entra de una vez. —Tomó la mano del príncipe y lo llevó adentro de la cueva para que ambos pudieran estar a salvo durante la noche.


Una pequeña fogata hecha con las pocas ramas secas que pudieron encontrar iluminaba el interior de la cueva. La ropa de ambos secándose sobré el suelo y cada uno abrazando sus piernas para intentar entrar en calor.

—Puedo escuchar la lluvia empeorar afuera... —murmuró Arthur— ¿crees que para mañana el clima mejore?

—Pensando positivamente, seguro.

—¿Y pensando de manera realista?

—Probablemente no.

Arthur soltó una risa sin humor. —Qué pronóstico tan alentador. Te estas muriendo por decirlo, ¿no?

—¿Qué cosa?

—No finjas que no sabes de lo que hablo, adelante dilo. Di "te lo dije Arthur, debiamos volver cuando aún había sol, ahora estamos aquí atrapados por tu culpa" estás en tu derecho de mostrarme cuan imbécil soy.

El tono ácido de su voz dejaba claro los sentimientos que retenía. Más que una petición era una afirmación que se hacía a sí mismo. Una muestra de lo mal que pensaba de sí mismo.

Merlin se mortifico ante eso. —No voy a hacer tal cosa Arthur. Te equivocaste, pero eso no es un crimen, no voy a menospreciarlo por algo así.

Arthur lo miró con sus ojos azules brillando como gemas preciosa con la luz de la fogata. El corazón de Merlin saltó por el pesó de su mirada y una peonía floreció tras él por la repentina timidez que sintió.

—¿Por qué eres tan paciente conmigo? Pensaba que era porque soy el hijo del rey pero... ¿por qué? Siempre eres tan amable y considerado conmigo. Incluso cuando no tienes que serlo siempre lo eres —las palabras del príncipe eran honestas y llenaban el corazón del mago de alegría—. A veces siento que no lo merezco.

—No digas eso —replicó alzando la voz— príncipe o no, eres mi amigo Arthur. Me preocupo por ti y me divierto con las aventuras que tenemos juntos. Por eso mismo te pido que no hables así de ti mismo. Eres una persona de gran importancia en mi vida.

Tuvo que morderse la lengua para no seguir hablando pues de hacerlo corría el riesgo de que sus sentimientos se desbordaran y acabará confesando el amor que en su corazón guardaba.

Arthur lo miró y luego soltó una carcajada. —Oh Merlin, solo tú puedes decir algo tan emocional como eso con una expresión tan seria —dijo aún entre risas— pero lo valoro mucho. Te lo agradezco Merlin, necesitaba eso más de lo que pensaba.

Una brisa fría llegó desde el exterior y ambos tiritaron de frío. —Mierda la temperatura bajó más.

—No se si el fuego será suficiente para mantenernos calientes en lo que nuestra ropa se seca.

—¿Y si nos juntamos por la noche? Sería más fácil mantener el calor de esa manera.

Más peonias florecieron tras Merlin e intento marchitarlas de la manera más discreta que podía. —¿Estás seguro? No sé si sería propio de un príncipe —soltó como una broma nerviosa.

—No se tú, pero yo valoro más el no morir de frío que las reglas de la realeza. ¿Entonces aceptas o no?

No pudo siquiera formular una respuesta. Solo asintió torpemente y se pegó al cuerpo semidesnudo del rubio. Su corazón martilleaba contra su pecho y la sangre subió hasta su cara. Iba a morir esa noche, no por el frío si no por un fallo en el corazón.

—¿Te incómodo?

Su pregunta la tomó con la guardia baja. —¿Por qué lo dices?

—Estás muy tenso —parecía casi decepcionado cuando se apartó de él—. No tienes que aceptar dormir así si no quieres.

Como un acto reflejo Merlin tomó su mano. —¡No es que no lo quiera! —exclamó. Se dio cuenta de que había alzado de más la voz y se disculpó— No es por eso. Es solo que... la cercanía me pone nervioso, no en el mal sentido, sino más bien por la timidez. Siento como si el corazón fuera a salir de mi pecho.

¿Eso podría considerarse una confesión? La pena lo estaba matando y no podía ver a Arthur a la cara de la vergüenza pero aún podía sentir su mirada sobre él. Deseaba abrir la tierra y dejar que se tragara su cuerpo para no tener que enfrentar el rechazo.

Sintió sus manos suaves tomar las suyas y luego el fuerte palpitar del corazón de Arthur. —¿Algo como esto?

Levantó la visita y se encontró con esos lindos ojos azules mirándolo con una sonrisa. —¿Tú también...?

—Desde hace un buen tiempo. Creí que se me pasaría o que podría ocultarlo. Pero esta noche ha sido demasiado para guardarlo más tiempo —acaricio su mejilla con ternura y Merlín podría jurar que sus mejillas ahora eran más rojas que una manzana madura—. Me gustas, Merlin.

Se inclinó hacia él y sus labios se unieron en un beso. Fueron apenas unos segundos pero disfruto cada segundo como si fuera un año entero. —Ahora dilo tú —le pidió con su voz autoritaria habitual pero con un tono más pícaro— dí "me gustas tanto, Arthur".

Oh que el señor se apiade del alma del mago que sentía que el alma se le escapaba del cuerpo al oírlo. —Me... me gustas tanto, Arthur.

Envolvió sus brazos alrededor de su cuello y lo atrajo para besarlo otra vez. Y otra vez y de nuevo y una vez más. Ya ni siquiera podían oír la lluvia en el exterior. Solo podían oír los suspiros del otro.

Arthur quedó recostado en el suelo mientras Merlin acariciaba y besaba su piel desnuda. Sus emociones se estaban desbordando que ni siquiera notó cuando claveles rojos habían crecido a su alrededor. Eran tantas que incluso Arthur las notó y miró incrédulo cómo crecían repentinamente a su alrededor.

El terror se apoderó de Merlin cuando Arthur lo miró. —¡Puedo explicarlo! Arthur por favor, te juro que esto es...

Ni siquiera pudo terminar de hablar antes de que lo volviera a arrastrar a otro beso apasionado. —Explícamelo mañana. Ahora solo quiero que uses tu boca en lo que estabas haciendo.

Su atrevimiento lo sorprendió. Pero Arthur era el príncipe y él su sirviente. Estaba para servirle. Y así lo haría mientras dejaba su mano bajar y acariciar el interior de sus muslos.

En algo tenía razón Arthur. Ahora ninguno de los dos sentía el frío de la noche.