Me enamoré de mi esposo
Era un matrimonio por conveniencia antes que nada. Un matrimonio destinado a quitarnos de encima a nuestros enemigos. Como mujer casada, ya no sería un objetivo. Como hombre casado, él ya no tendría obligaciones con ellos. Era la solución perfecta.
Oh, pero fue impulsivo. Ninguno lo había pensado realmente. Él lo sugirió, y dos horas después ya estábamos casados. Demasiado impulsivo.
Y aquí estábamos. Viviendo en una pequeña cabaña como si fuéramos una pareja de ensueño, pero sin serlo. Lo sabía. Lo sabía por las mujeres que él llevaba a casa para responder a sus deseos y las largas horas que pasaba fuera de casa con ellas. Y aquello rompía mi corazón.
Se suponía que no debía sentir nada por él. De hecho, él me lo dejó en claro cuando todo comenzó.
"Nunca olvidemos que esto es temporal. Así que no hagas algo tan tonto como enamorarte. Es por conveniencia y sólo eso."
Cerré los ojos ante el recuerdo, queriendo bloquearlo, pero era incapaz de hacerlo. Lo recordaba todo. Sólo estaríamos casados el tiempo necesario. Tan pronto como la organización olvidara nuestra existencia, anularíamos el matrimonio.
Tampoco era como si hubiéramos tenido sexo.
Sólo una vez hubo un acercamiento. Estábamos ebrios. Al menos, él lo estaba. Yo estaba atontada, pero nunca le diría la verdad. Lo quería hacer con él. Con todas mis fuerzas. Pero él no. No mientras estuviera sobrio.
"Dios, Kaoru," gimió, atrayéndome hacia él mientras sus labios cubrían los míos.
Reprimí un ligero gemido y pasé mis uñas por su espalda desnuda, enredándome brevemente en su largo cabello. Sentí su lengua deslizarse por mis labios y dentro de mi boca, y ya no pude contender ningún gemido.
Sus manos agarraron mis caderas y sus labios dejaron los míos para descender hacia mi cuello. Solté su cabello y suspiré su nombre, amando la sensación de sus labios sobre mí. Era todo lo que quería. Cerré mis ojos, dejando que las sensaciones me invadieran mientras sus manos comenzaban a tirar de mi falda.
"Kenshin, por favor," gemí. Sus labios no detuvieron su camino hacia abajo y danzaban sobre mis pechos, todavía confinados en el sostén de encaje que llevé a la fiesta.
Sonrió contra mí y agarré su cuerpo con más fuerza. "Ansiosa, ¿verdad?"
"Yo..." ¿Para qué mentir? "Sí," dije finalmente, acunando su rostro, queriendo acercar sus labios a los míos nuevamente. Fue en ese momento que vi su expresión seria. Quería fruncir el ceño, pero me obligué a mantenerme neutral.
"Esto está mal," dijo después de una pausa. Sus manos dejaron de moverse. En realidad, dejaron de tocarme. Dejé que mis manos se alejaran de su rostro. Había terminado. Mi fantasía se había acabado. Debería estar agradecida por el pequeño gusto que me había dado.
"Sí," concordé, tropezando hacia atrás.
Entonces él se marchó.
Suspiré y negué con la cabeza. Había pasado casi un mes de eso. Él había dejado de dormir en casa desde entonces. En cambio, dormía en otro lado. Me tenía destrozada. Qué estúpida. Había sido egoísta y ahora él me evitaba.
Dios.
Pasé un brazo por mis ojos, deshaciéndome de las lágrimas que últimamente me atormentaban. No me importaba que él las viera. De todos modos, nunca estaba. Era tan estúpida. No podía sentarme a llorar por algo que no era asunto mío.
El pensamiento no era nuevo. Lo repasaba con tanta frecuencia que ya se había vuelto un mantra. Dejé salir un suspiro y me levanté de la mesa de la cocina. Se suponía que iba a hacer algo para comer. Algo simple, me había dicho antes de irse. No quería volver y encontrarse con la casa quemada.
No podía culparlo. Era una cocinera terrible. Así que decidí hacer unos sándwiches. Era mejor que nada y no requería de hacer nada peligroso.
Había terminado de comer cuando escuché que entraba a casa. En mis fantasías perfectas él decía, "¡Ya llegué, amor!" Yo le respondía con algo tonto y feliz mientras nos saludábamos con un beso. Sí, claro.
En realidad, el entró, tiró sus cosas sobre la mesa y caminó sin dirigirme la palabra. Me preguntaba cuándo todo esto se había vuelto incómodo. Antes solíamos hablar, hasta el punto de casi ser amigos. Ahora siempre había silencio. Siempre inquietante. No podía relajarme cuando él estaba aquí.
Volvió de donde se había ido y se sentó en la mesa mientras yo estaba de pie, apoyada en la mesada. Se había cambiado su ropa de trabajo por otra más cómoda. Y yo todavía en pijamas.
Y así era siempre. Él llegaba a casa, leía sus cosas, almorzaba, y me ignoraba. Yo me dedicaba a observarlo y al terminar, él se iba a quién sabe dónde. Yo me cambiaba y daba un paseo para despejarme y volvía a casa antes que él.
Era un ciclo.
Pero hoy, rompí ese ciclo. Suspiré, y me senté frente a él con la cabeza metida entre mis brazos sobre la mesa. De verdad quería golpear mi cabeza contra la madera para sacar mi frustración y hacerle entender que me lastimaba, pero me contuve. Él me lo había advertido, y yo ignoré su advertencia. No era su culpa. Era mía.
Sentí sus ojos sobre mí y aquello casi hizo que levantara la mirada. Casi. Sabía qué expresión tendría en su rostro. Esa que decía, "¿Qué estás haciendo?" Así que permanecí sentada con la cabeza gacha. Escuché el rasguido del papel y, cuando terminó de comer, el sonido de las patas de la silla separándose de la mesa y el del plato siendo colocado en el fregadero.
"¿Qué ocurre?"
Levanté mi cabeza. Él me habló. ¿Qué? Contuve una risa histérica. Claro que me habló. Estaba siendo estúpida. Negué con la cabeza y volví a suspirar.
"Nada."
Él asintió y se fue. Después de irse, respondí a la pregunta.
"Qué ocurre?" Repetí en voz alta. "Te diré lo que ocurre. Me enamoré de mi esposo."
.
