Hace rato Rhein había terminado su relato y Rhin yacía en su cama, bajo las sabanas. Tuvo un momento para cambiarse la ropa a un camisón, el chico le dio su espacio dándose la vuelta para su privacidad. Ahora el muchacho daba un vistazo al libro a la luz de la lámpara, sentado sobre su banquillo, leyendo los cuentos de antaño que su padre y su tío se tomaron la molestia en recopilar.
Rhin se dio la vuelta, para que la luz no le molestase, pero no podía conciliar el sueño, en parte por la presencia de Rhein, en parte porque no dejaba de pensar en todo lo que el chico tuvo que pasar hasta llegar allí. Se tapó con su sabana hasta las orejas y se puso a pensar lo que hace tiempo merodeaba por su mente, devolver a Rhein a la sociedad. Es un joven inteligente, erudito, agradable, de buenos modales y valores. Él no merecía seguir viviendo en el bosque.
Antes que pudiera pensar más, la chica se quedó dormida. Él escuchó sus ronquidos y se acercó a verla dormir. Rhein sonrió y acomodó su flequillo, con cuidado que sus garras no la rasguñaran.
—Buenas noches, Rhin —le susurró antes de dejar un beso en su frente, como lo solía hacer su madre. Se preguntó cómo estaría ella y Herman, Auguste y Rudolf ¿Ya lo alcanzarían en estatura?
Se acomodó en el taburete y puso sus orejas a trabajar en caso de que alguien entrara, al mismo tiempo que mantenía su atención en el libro. Llegó el día y Rhin vio el taburete vacío, se sentó en su cama muy rápido, llevada por el susto.
—¿Rhein? ¿Estás debajo de la cama? —llamó en voz baja.
—No, estoy aquí —respondió desde el armario.
Ella dio un suspiro.
—Qué alivio, temí que te hubieras escapado.
El chico abrió la puerta y fue cojeando al banquillo.
—Me escondí en cuanto escuché a tu padre levantarse. Temí que abriera tu puerta, pero tienes razón, ni pasó cerca.
—Ya te lo dije, ellos casi no entran a mi cuarto. —La chica se destapó y se inclinó para ver su pierna—, ¿Cómo te sientes?
—Todavía me duele.
—No soy enfermera, pero creo que mejorará. Si hoy logro encontrarme con Aurélie tal vez pueda preguntarle algunas dudas médicas. Y si ella no sabe, estoy segura que Benoit tendrá más noción del tema, es un chico listo.
Otra vez, Rhein sintió una opresión en el pecho. Sus orejas bajaron y su cola se meneó de forma diferente. Estaba molesto y no sabía por qué, cada vez que Rhin mencionaba a ese muchacho, su cuerpo reaccionaba así.
—Oye Rhein, se me acaba de ocurrir una idea —le dijo la chica.
—¿Qué es?
Cuando Rhin estaba a punto de explicarle, el sonido de unos pasos llegando la interrumpió. Ella se acomodó en su cama y él se escondió en el armario.
—¿Rhin? —escuchó a su mamá hablar y tocar la puerta—. Cariño ¿Puedo entrar?
—Si, mamá —dijo ella con una voz débil. Desde el armario, Rhein se cruzó de brazos y elevó una ceja, se le hizo extraño que ella usara ese tono.
—Rhin ¿Qué te pasa? —la mujer pasó y se sentó en el taburete que Rhein había usado en la noche. En ese momento, no cuestionó su razón de estar allí.
—Me siento mal, me duele la cabeza y un poco la garganta.
Madame Perrault llevó una mano a la frente de su hija, pero sintió una temperatura normal.
—No pareces tener fiebre.
—¿Y si tengo febrícula? Aurélie dice que es como la fiebre, pero dentro del cuerpo.
—Eso es posible, muy posible. Llamaré al doctor Moreau, tenemos que descartar cualquier posibilidad de fiebre, le avisaré a tu padre que harás reposo todo el día. Ya se me hacía raro que aún no despertaras con lo tarde que es —la chica supo cuando vio el sol a través de sus cortinas que no era para nada temprano, se sintió un poco culpable por haberse dormido tan tarde, pero el tiempo con Rhein lo ameritaba.
Cuando su madre estaba a punto de salir, notó el banquillo al lado de la cama y la lámpara en la mesita de luz.
—¿Qué hacen la lámpara y el taburete aquí?
Rhin se quedó de piedra.
—Eh… estaba, pues, quería coser una camisa que se me descoció y entonces…
—Ah, ya entiendo, lo hiciste a la noche porque no tuviste tiempo en el día, después de ir a ver a tu abuela y hacer la cena.
—Exacto, eso fue —ella sintió su corazón palpitando con moderación otra vez, que bueno que su madre era alguien fácil de engañar, o sino empezaría preguntando donde estaba esa camisa y por qué no se encontraba en el taburete.
—Bueno, mi amor, pero no lo hagas solo a la luz de la lámpara, o sino se te nublará la vista y deberás usar anteojos.
—Si, mamá, lo tendré en cuenta.
La madre salió y la chica suspiró, fue un alivio que ella no se percatará que su tono enfermo que fingía ahora estaba más sano y fuerte. Rhein salió del armario y caminó hasta su amiga.
—¿Ese es tu plan? ¿Fingir estar enferma?
—Si ¿No es gran idea? —preguntó con sus ojos brillando y una sonrisa juguetona.
—¿Por qué sería gran idea?
—Porque si estoy enferma el doctor vendrá y podré hacerle algunas preguntas hipotéticas que serán sobre tu pierna.
Rhein se impresionó de su razonamiento, esta chica era más inteligente de lo que creía.
—Es muy buena idea, bien hecho, Rhin —ella se ruborizó e hizo una sonrisa tímida rascándose la nuca. Luego buscó su libro.
—¿Dónde dejaste mi libro?
—Lo oculté en el armario.
—Qué alivio, no le dije a nadie en mi familia que Auri me regaló un libro. No quiero dar tantas explicaciones porque se supone que no se leer.
—¿Aún sigues ocultándolo? ¿Cuándo se lo dirás a tus padres?
—Planeaba decírselos para Navidad o en mi siguiente cumpleaños. Después de todo, cumplo dos días después de Navidad.
—Ellos se llevarán una sorpresa más grande de la que podrían darte.
Ambos compartieron una tierna risa.
—¿Tu cuando cumples años, Rhein?
—El 3 de abril.
—¡Qué bello! Cumples en la época de la primavera. De seguro tú y tu familia hacían muchas cosas como salir a pasear, ver las flores y hacer picnics ¿No?
—Si, las hacíamos. Cuando visitábamos Kasse, Herman y yo solíamos apartarnos para ver el río Fulda. Un río que considerábamos muy bello e importante —los ojos de Rhein volvieron a perderse en el recuerdo, eso hizo a Rhin arrepentirse de su comentario.
—Por mi parte nací durante el invierno, así que lo más divertido que tengo es una sopa caliente y guantes.
—Puedes jugar a la guerra de las bolas de nieve.
—Claro que Aurélie, Benoit y los demás solemos jugar con la nieve. Pero después de un mes deja de ser divertido, además, nunca falta quien está enfermo y no puede visitarme en mi cumpleaños —se quejó la chica llevándose las rodillas al pecho.
Rhein sonrió y se sentó en su cama.
—No te preocupes, tampoco nunca faltan los días soleados incluso en invierno.
Sus palabras conmovieron a la chica, quien se impresionó como él siempre sacaba lo bueno de lo malo, se preguntó si incluso en su forma lobuna pensaba así. Aproximó su mano a su garra, pero él, dándose cuenta de sus intenciones, la apartó.
—Ten cuidado, Rhin. No quiero lastimarte.
Ella infló sus mejillas molesta, otra de las razones por las que fingía estar enferma era para cuidarlo y estar cerca de él todo el día, pero no iba a decírselo.
Rhein alzó sus orejas y se escondió bajo la cama de Rhin. Ella inclinó su cabeza sin entender su reacción.
—¿Rhein?
—¿Rhein? ¿Quién es Rhein? —preguntó su madre entrando a la habitación.
Rhin se recostó otra vez en la cama y se tapó.
—Quise decir Rhin, estaba diciendo mi nombre para practicar… saber cuánto mi voz soporta con dolor de garganta —se excusó la chica e hizo una pequeña toz.
—Ya veo, suenas un poco menos ronca. De todas formas, no esfuerces mucho tu voz, Rhin.
—Si, mamá.
—Tampoco salgas de la cama, se que no te gusta reposar, pero debes hacerlo. Ya le avisé a tu padre, fue a buscar al doctor Moreau ¿Cómo te sientes ahora, linda? —la mujer volvió a posar su mano devuelta en su frente tibia—. Sigues sin tener fiebre.
—Pe-pero me duele la cabeza —la chica volvió a fingir otra toz.
—Tal vez te enfermaste ayer, hizo mucho frío cuando volviste de ver a mamá. Te estoy haciendo gachas calientes como desayuno ¿Si?
—Si, gracias.
La mujer volvió a irse y la chica sintió que su corazón se desaceleraba.
—Rhein —susurró—. ¿Por qué no me dijiste que mamá estaba a punto de entrar?
—Perdón, solo actué por mi instinto. Además, cuando me di cuenta, no hubo tiempo de decirte —le respondió también en murmullos.
El chico salió de la cama con cuidado, soltando algunos quejidos de dolor por su pierna.
—Volveré al armario, es menos frío —dijo caminando con su cojera hasta el mueble.
—Rhein ¿Te duele menos? —preguntó preocupada por su cojera. Aunque él ya le había aclarado que le dolía, ella esperaba que no fuera tan fuerte la sensación.
—Ya pareces tu madre —se burló el chico entrando en el armario y cerrando las puertas.
—Hablo en serio —replicó ella con una mirada seria que hizo a su amigo arrepentirse de su tono burlesco.
—Más o menos. Creo que me duele si me esfuerzo mucho, pero no te preocupes, estoy seguro que sanaré pronto. Desde que soy… bueno, esto, mis heridas se curan con más rapidez.
Rhin se percató que él no sabía cómo asignarse un nombre ¿Lobo? ¿Humano? Solo podía llamarse "esto". Ella dejó pasar aquello e intentó ponerse cómoda en su cama.
Su madre entró a los pocos minutos con un cuenco de gachas calientes y le fue dando cucharada por cucharada, como si ella fuera una bebé. Rhin no se sintió muy cómoda con ese trato, pero tenía que fingir que estaba enferma y para eso no debía discutir tanto. Su madre tenía un dicho a los enfermos que era "si tienes fuerzas para pelear es porque te sientes bien" y cuánta razón tiene.
Ella estaba a punto de acabarse el cuenco cuando entró el doctor y su padre. El médico pidió espacio a los progenitores y se sentó en el taburete, examinó a la chica con sus instrumentos, algo que le desagradó a su madre.
—Un hombre no debería tocar de esa manera a una joven en edad casadera, y menos uno casado —replicó la mujer en voz baja a su marido.
—Charlize, silencio, es un doctor, así es como trabajan los doctores.
La mujer no estuvo enferma casi nunca en su vida, y cuando lo estuvo fue en los tiempos que todavía no construía memoria, por lo que no entendía bien cómo funcionaba una revisión médica.
—De todas formas, oí que mucha gente muere después que va al médico, en especial cuando le hacen cirugías.
En aquellos tiempos, los instrumentos usados en cirugías no eran limpiados, por lo que la tasa de mortalidad en el quirófano, ya sea por una cirugía o una cesárea, era alta debido a la contaminación de bacterias, sin mencionar que no existían los sedantes, así que era posible una muerte por el dolor.
—Basta, mujer. Rhin no necesitará cirugía… espero —susurró lo último el hombre.
Después de revisar su garganta el hombre se acercó a los progenitores.
—Rhin no parece presentar signos de fiebre, gripe o alguna alergia. Su garganta no se ve roja y sus pulmones suenan bien. Lo más seguro es que la chica haya tenido una decaída por agotamiento, a veces pasa cuando uno esfuerza mucho su cuerpo ¿Ha estado expuesta a tareas forzosas y agotadoras?
—Ayer fue a ver a mi madre y luego volvió para cocinar —contó la mujer.
—La escuché buscando cosas en el bosque, también —siguió su padre.
Rhin oyó eso y tragó en seco. Siempre le sorprendía todo lo que su padre sabía en cuanto lo que ella hacía a sus espaldas, era un milagro que todavía no se enterase de Rhein.
—También estuvo mucho tiempo practicando su cocina anteayer. Se esforzó demasiado hasta el cansancio por hacer un pastel.
Ahora la chica se ruborizó cuando su madre dejó muy expuesto sus esfuerzos por la comida que ella hacía para impresionar a Rhein. Esperaba que él no hubiese oído eso.
—Bien, bien. Gracias por la información, recomiendo dos días de reposo para recuperar energías —dijo el médico—. En cuanto a la paga…
—Tengo hortalizas que puede llevarse —respondió el padre de Rhin.
Muchos doctores que trabajaban en el campo, cuando no eran pagados con dinero, animales o distintos tipos de alimento funcionaban como su salario.
—Mi esposa quería comer conejo con zanahorias hoy. Gracias, Monsieur Perrault.
—Y a usted, doctor Moreau —respondió extendiendo su mano con el caballero para despedirse.
Rhin no quería que el doctor se fuese, así que estiró su cuello para hacer un pequeño llamado, pero antes de hablar el hombre se dio la vuelta a la chica.
—Cierto, Rhin, Aurélie y Benoit planean visitarte. Cuando oyeron que estabas enferma empezaron a preparar sus cosas para hacerte una visita sorpresa, no le digas que te dije —el nombre le guiñó con su índice en los labios y la chica se rio.
—Fingiré sorpresa, doctor. Por cierto, doctor, tengo una pregunta que hacerle —lo llamó a tiempo la muchacha, sin dejar de fingir su voz quebrada.
—¿Si? ¿Qué es, pequeña? No te preocupes, no te voy a cobrar por una simple pregunta —bromeó el hombre riéndose.
Mientras sus padres desaparecían para ir por zanahorias y otros cultivos como pago, Rhin aprovechó para hacerle las preguntas que tanto necesitaba hacer por el bien de su amigo.
—Quería saber cómo se sana una pierna fracturada —dijo la muchacha.
—Pues… se debe inmovilizar la zona herida hasta que la fractura de los huesos se suelde.
—¿Suelde?
—Hasta que se unan, Rhin.
—¿Se le debe pegar con una rama o algo así?
El hombre rio de la ocurrencia de la chica.
—Estás hablando de la férula. Más o menos, lo normal en la medicina es usar un metal, pero yo prefiero usar yeso, aunque esté caro. Sin embargo, en la época antigua usaban pedazos de madera como férulas, así que es posible también así. Lo importante es que no se esfuerce mucho, guarde reposo y no use la zona fracturada.
—¿Y si tiene una herida abierta y sangrante? —se apresuró a preguntar Rhin antes que él se parase para irse.
—En ese caso se debe cambiar las vendas todos los días para que no se infecte. Pareces muy curiosa, Rhin ¿Algo te despertó curiosidad por la medicina?
—No, nada en especial. Mi abuela me contó la historia de un hombre que se fracturó con una herida abierta y me quedé con la duda de cómo se sana eso.
—Que curiosa ¿Alguna duda más, mademoiselle?
—No, nada más.
Por suerte, sus padres aparecieron en ese momento para pagarle al hombre. Su madre le dio a Rhin un beso en la frente y le dijo que descansase antes de salir de la habitación. Viéndose sola, la chica se levantó y caminó en silencio hacia su armario.
—¿Ya escuchaste, Rhein? —susurró a la puerta del ropero.
—No me sorprendería que estuvieras enferma en serio, te esforzaste demasiado ayer cargándome.
—No eso, lo de la fractura.
—Ah, si. Necesitarás ir por las vendas ¿Pero cómo saldrás si tus padres piensan que haces reposo?
—Esperaré a que se vayan.
—¿Y si vienen tus amigos antes?
—Conozco a Aurélie, se que tardará eligiendo un vestido adecuado y se que Benoit la esperará hasta que se termine de cambiar.
Rhein se sintió un poco molesto por recordar que él era el otro muchacho que le enseñaba a Rhin también, pero trato de contenerse.
—Está bien, esperemos —le susurró.
Cuando Rhin escuchó a su madre saliendo para ir al mercado y su padre ocupándose de la calabaza, salió de su cama y se escabulló hacia donde guardaban los kits de emergencia. Si alguien la atrapaba levantada, tenía la excusa perfecta en que tenía sed, eso si no la atrapaban con las vendas.
Corrió hacia su habitación cuando tenía las cosas necesarias y cambió los vendajes de Rhein. Se fijó en que su pierna lucía mucho mejor que ayer.
—¿Te duele? —preguntó haciendo una caricia en la llaga.
—¡Ay! —gimió el muchacho.
—Enchudilga, quería probar.
A Rhein le causó gracia la palabra que ella dijo.
—¿Qué dijiste?
—Enchu-enchu, quería decir "perdón" en alemán —respondió ella frunciendo el ceño mientras vendaba con el palo de madera su pierna. Le molestara que su ignorancia saliera a flote frente a Rhein.
Él volvió a reírse. Ella terminó el vendado y se levantó para sentarse a su lado. Su amigo yacía sentado en su cama porque era más cómodo que el taburete.
—Entschuldigung—él dijo aproximándose a su cara.
Rhin trató de observar mejor el movimiento de sus labios e intentó imitarlo.
—Enchu-
—Entschul… —la interrumpió para que lo imitara mejor.
—Entschul… —repitió ella, acortando más la distancia entre sus rostros, sin darse cuenta.
—Digung.
—Di… gung —pronunció en voz muy baja y pausada.
—Ents-chul-di-gung —él dijo silaba por silaba en un tono bajo también.
—Ents… Ents… —intentaba decir Rhin, pero se empezó a sentir mareada teniéndolo tan cerca de su rostro.
En ese momento, Rhein también se percató de la poca distancia entre ambos, pero algo lo movía a acercarse más. Sus orejas bajaron, como si se sintiera vulnerable frente a Rhin.
—Entschuldigung —susurró sonriendo. Ella devolvió su sonrisa.
Alguien tocó la puerta afuera y eso hizo que ambos jóvenes se separaran. Rhein se levantó por instinto, pero se cayó por culpa de su pierna adolorida.
—Rhein —lo llamó Rhin en voz baja, tratando de ayudar a levantarlo.
—Rhin ¿Estás despierta? —llamó la voz de su padre al otro lado de la puerta—. Quería avisarte que Aurélie, Benoit y Charlotte están aquí.
—Cuidado, Rhein. Ve al armario y trata de no pisar con esa pierna.
—Es más fácil decirlo que hacerlo.
Ella pasó su mano bajo su hombro y lo ayudó a esconderse.
—Y recuerda, no debes apoyar esa pierna.
—No creo que pueda evitar eso.
—¡¿Qué?! ¡Rhin! ¿Qué dijiste? —llamó devuelta su padre al escucharla murmurar.
La chica cerró la puerta del ropero en la cara de Rhein y llegó en un salto a su cama tan rápido como si huyera de algo.
—¡Auch! —gimió el muchacho cuando sintió la madera chocando contra su nariz.
—Lo siento —contestó antes de taparse con las sabanas—. Estoy bien, papá —contestó con voz débil y tosió un poco—. Tan bien como puedo estar. Déjalos entrar.
La puerta se abrió y Aurélie se asomó, seguida de Benoit y luego Lottie, a Rhin le extrañó verla, creyó que solo vendrían los hermanos Moreau.
—Hola, Rhin ¿Cómo te sientes? —le preguntó Aurélie aproximándose a su cama. Ella vestía un atavío bonito y no tan ostentoso como solía llevar. Sin embargo, su cofia destacaba mucho.
—Bien, cuando me desperté me sentía mal, pero ahora estoy un poco mejor —Rhin prestó atención a Lottie, a quien no esperaba verla en la visita—. ¿Por qué estás aquí, Lottie?
—Lo dijiste como si no te gustara mi presencia —refunfuñó la niña.
—Discúlpame, no lo dije con malas intenciones, siempre es un placer ver a los amigos.
Esta vez Lottie sonrió.
—¡Vine a aprender a leer y escribir! —exclamó sin ocultar su entusiasmo, pero Aurélie puso una mano en su boca.
—Más bajo, Lottie, recuerda que es un secreto.
—Cierto, lo olvidé.
—¿Cómo te enteraste? —preguntó Rhin.
—Pues… Benoit podría responder a esa pregunta —bromeó Aurélie mirando a su hermanito con la vista baja y ruborizado.
—Ha-hace algunos días, Lottie no me dejaba de pre-pregunta-tar qué hacíamos en la casa mi hermana, Rhin y yo. No sabía co-como mentirle, así que le dije la verdad.
—No te preocupes, Rhin. Se guardar secretos, a diferencia de Émile.
El comentario le causó gracia a la rubia, Émile de seguro pensaba lo mismo de su hermanita.
Rhein, desde su escondite no podía creerlo. Atisbó por un rabillo a los amigos de Rhin. Conocía a Lottie, pues la rescató y a Aurélie, la vio por un momento el mismo día, pero se impresionó de ver al muchacho más pequeño. ¿Ese era Benoit? Rhin siempre lo describió como alguien mayor y maduro, no esperaba que hablara del hermano menor. Por alguna razón, ahora se sintió tranquilo. Sin embargo, Lottie se dio la vuelta, curiosa por el armario de la chica, creyó escuchar un ruido de allí. Mientras hablaban, Rhin se percató de la niña y reaccionó rápido.
—¿Y por qué decidieron visitarme?
—¿N-no-no te acuerdas Rhin? Hoy plane-planeábamos estudiar juntos —le recordó Benoit y la caperucita se dio cuenta que se había olvidado del plan—. Pero como nos avisaron que era posible que es-estu-tuvieras enferma, decidimos venir a visitarte y estu-tu-diar aquí juntos.
—Y Lottie nos vio en el camino e insistió en acompañarnos, aunque le dijimos una y otra vez que esto es un secreto y que lo guarde bien.
—Mis labios están sellados.
—¡Muy bien, entonces empecemos! —exclamó Rhin y todos sacaron sus cuadernos. La chica recordó que el suyo estaba en su guardarropa, se le ocurrió una buena idea para no usarlo—. Como hoy es el primer día de Lottie, centrémonos en enseñarle las letras a ella —sugirió y los demás estuvieron de acuerdo.
Lottie fue cantando letra por letra el abecedario y aprendiendo con ejemplos de palabras que le decían. Con ayuda de Benoit y las chicas, empezaba a unir letra con sonido y encontrarla en la palabra. Fue una media hora de diversión para Rhin y Aurélie, pero suplicio para los niños.
—Casa es con C, suena como Kilo, cuenco, Kilometro y…
—Pero esas palabras no empiezan con C —la detuvo Benoit—, sino con K.
—¿Y cómo podré saber cuándo una palabra empieza con C y otra con K? —cuestionó molesta por ser interrumpida.
Benoit se quedó en silencio pensando y su hermana junto a su amiga reprimieron una carcajada.
—No-no lo sé, simplemente, de tanto ver la palabr-bra-bra uno lo memoriza.
—Me parece un poco tonto que varias letras compartan el mismo sonido.
Después de media hora, decidieron darse un descanso y conversar juntos. La señora Perrault había vuelto hace rato y les compartió dulces de jengibres con gajos de frutas y un poco de leche a los chicos.
—Así que… dentro de menos tiempo del que creemos, pronto será el festival de todo los santos ¿Irás, Lottie? —preguntó Aurélie para hacer conversación.
—¿Por qué no iría? Siempre es divertido. Hay gente que viene de la ciudad y siempre cuentan cosas interesantes.
Fue en ese momento, en ese pequeño instante que Rhin sintió algo alumbrar su cabeza, como una pequeña bombilla. Ella ya no prestaba atención a la charla, solo podía pensar en su idea que a su parecer, le parecía magnifica. Más que magnifica, le parecía esplendida e infalible (una palabra difícil que aprendió hace poco de Rhein).
—¿Rhin le podemos mostrar tu vestido? —preguntó su amiga.
La chica sacudió su cabeza para concentrarse en la conversación, pero estuvo tan distraída que no sabía de qué hablaba Aurélie.
—¿Qué cosa?
Los chicos se rieron de la despistes de la chica.
—Siempre tu cabeza en lo sueños ¿Verdad, Caperucita roja? —se burló su amiga—. Te decía que le podíamos mostrar a Benoit y a Lottie el vestido que te compré.
—¡Yo quiero verlo! —exclamó la pequeña con la mano en alto. A Benoit no le importaba mucho verlo, pero tampoco le molestaba hacerlo, por lo que asintió con la petición de su pequeña amiga.
—¿Mi-mi vestido? —Rhin volteó con una expresión de terror a su armario ¡Si alguien lo abriera…!
—¿Lo guardaste en tu armario? Vamos a verlo —dijo Aurélie parándose y dispuesta a abrir las puertas.
Desde dentro del mueble, Rhein sintió que su respiración se le cortaba. No tenía lugar para ocultarse y su pierna dolida no ayudaba.
—¡No! —gritó Rhin antes que las manos de su amiga tocaran manecillas.
—¿Qué pasa, Rhin?
—¿Tienes algo que no quieres que sepamos? —preguntó esta vez Lottie haciendo una expresión de picardía como le solía hacer a Émile cuando se metía en problemas.
—¿Ocultas algún novio, acaso?
Los chicos se rieron en voz baja y Rhin sintió su cara de los mismos colores que su caperuza.
—No ¡Qué cosas dices, Aurélie! —gritó arrojándole su almohada, su amiga estornudó cuando olió las plumas que caían en su cabeza—. Es que… no pude ordenar mi guardarropa y me da vergüenza que lo vean tan desordenado —dijo la chica haciendo la mejor cara de pena que podía imitar para que se creyesen su mentira.
—No te preocupes, Rhin. Deberías ver el arcón de mi hermano —dijo riéndose Lottie.
—¡Además! —volvió a llamar la atención la chica para que no se acercaran al mueble—. Quiero que sea una sorpresa, voy a usarlo en el festival.
Aurélie lo pensó un poco y se retiró derrotada a sentarse en el suelo con los chicos. En el proceso le devolvió la almohada a Rhin.
—Ya que insistes tanto. Pero más te vale usarlo en el festival, quiero que vean la magnificencia de la moda parisina.
—Ya-ya-ya la ven cuando traes un nuevo s-so-sombrero —dijo Benoit y recibió un pequeño codazo de su hermana.
Entre risas y bromas, el tiempo pasó muy rápido para los cuatro y entonces, la señora Perrault tocó la puerta.
—Lottie, tu hermano vino a buscarte —informó la señora.
—Muchas gracias, madame Perrault, dígale que ya voy.
La señora estaba a punto de irse, pero le llamó la atención los lápices y el cuaderno con notas.
—¿Qué estaban haciendo?
—¡Dibujando! —gritó Lottie sin pensarlo.
—Esos no parecen dibujos —comentó la mujer acercándose a ver.
—Mamá, tienes que empezar la cena, ya está anocheciendo —la interrumpió Rhin—. Ya sabes como se pone papá cuando cena tarde.
—Válgame, tienes razón, Rhin.
La mujer se marchó y los cuatro suspiraron al mismo tiempo.
—Ti-ti-tienes que ser más cuida-da-da-dosa, Lottie —la reprendió Benoit, en una faceta nunca antes vista por su hermana.
—Ya hablas como mi hermano —se quejó la chica.
—No le hables así, Benoit, ella podría ser mi futura cuñada —le guiño a su hermanito y ambos jóvenes se ruborizaron.
Rhin estalló en carcajadas con ese comentario. Ya sospechaba que esos dos niños se podían gustar, pero nunca se animó a decirlo en voz alta.
—¡Cállate, Rhin! —gritaron los dos chicos al mismo tiempo.
Benoit se sintió humillado así que tomó represalia del asunto.
—Me-me-mejor no hagas esperar más a quien podría convertirse en el futuro es-po-poso de mi hermana.
Esta vez fue Aurélie quien se ruborizó y le dio un golpe en la cabeza. Lottie carcajeó, pero Rhin miró preocupada a su amiga, a ella le dificultaba ahora hablar de sus sentimientos por Émile, pero Aurélie no mostró signos de angustia, solo molestia por su comentario.
—Tienes razón, Benoit.
Lottie se despidió de los tres y al poco tiempo, los hermanos Moreau también se marcharon. De vuelta sola, Rhin fue a ver a Rhein. Abrió la puerta del armario y se sorprendió de verlo con la espalda retorcida y las piernas elevadas.
—¿Cómo te sientes?
—Mejor de cómo me veo —bromeó el chico—. ¿Podrías ayudarme?
La caperucita lo ayudó a salir del armario y lo llevó hasta su cama, allí el muchacho se tiró a descansar.
—No te preocupes, Rhin —dijo cuando vio su cara de preocupación que le dirigía a la pierna—. Estaré bien. Ya te dije, tal vez para pasado mañana me habré curado por completo.
—Rhein, cuando vuelva a trabajar quiero que te quedes en mi cama ¿Si?
—Pero yo estaré… —él no siguió hablando cuando presenció la expresión seria y adulta que se convertía el rostro de Rhin—. De acuerdo, lo haré.
Entonces, la chica volvió a sonreír.
—¿Ellos eran tus amigos? —preguntó el muchacho.
—Si, ya conociste a Lottie, la más pequeña y hermana de Émile. La otra chica, de colas de caballo y hermosa cofia era Aurélie, es mi amiga más antigua.
—Es un poco coqueta.
—Ja, ja, es cierto, lo es. El único chico era Benoit, su hermano menor ¿No que es un chico muy inteligente y enseña bien?
—Si, me sorprendí que fuera tan joven. Como lo describías parecía un…
—¿Un adulto? Bueno, Benoit se comporta a veces más maduro que Auri y es un chico maravilloso. Si alguna vez se casa con Lottie, será muy afortunada.
Una vez más, Rhein sintió su corazón calmado. Benoit, el joven brillante e intelectual descripto por Rhin no era más que un chico de once o doce años a lo mucho. Además, parecía haber un interés muto entre él y la otra niña.
—Qué alivio —dijo recostando su espalda contra la pared.
—¿Qué es un alivio?
El chico se sintió presa del pánico, no se dio cuenta que estaba hablando en voz alta.
—Qué… qué alivio que no abrieran la puerta del armario.
—Si, por un momento sentí que mi corazón se iba a detener —contestó la chica e hizo un suspiro exagerado.
—Pero es cierto que tu guardarropa es un desorden.
—¡Oye! —expresó enojada con una vena saliendo—. Ese guardarropa estaba impecable hasta que te metiste adentro.
El muchacho se rio con la cara de enojo que Rhin hizo, parecía una muñeca con rubor en las mejillas y un camisón llegándole hasta los pies. Era hermosa. El chico se sonrojó ante ese pensamiento y desvió su cara, lejos de ella. Aprovechando que no la miraba, Rhin empezó a medir la cabeza de su amigo, junto a sus orejas.
—¿Qué haces, Rhin? —preguntó cuándo sintió los dedos de ella alrededor de su cabeza.
—Observándote —la muchacha bromeó y notó lo grande que se veían sus orejas—. Cielos, Rhein, que grandes orejas tienes.
Él sonrió y sabía cómo seguía el dialogo.
—Son para oírte mejor —respondió imitando una voz ronca.
—Si son para oírme, entonces debes escuchar mi plan. Es infalible.
El chico inclinó su cabeza como un perrito y elevó su oreja hasta su compañera. Ella se acercó y susurró su plan que más adelante conoceremos.
Creo que hice un pequeño spoiler de mi historia sin darme cuenta. Cuando lleguen los últimos capítulos, se entenderá a que me refiero.
