A la semana que Wickham había desaparecido, el Coronel Forster fue a visitar a Lydia para ofrecerle su ayuda para que pudiera regresar a Longbourn.

Pero Lydia estaba convencida que su querido Wickham iba a volver a buscarla y no quiso irse de las habitaciones en que estaba viviendo. Quizás alguien con más experiencia – o menos tonta - se habría dado cuenta que no tenía dinero y era muy probable que su flamante esposo no volviera nunca más a buscarla.

Pocos días después, el dueño de las habitaciones donde vivía, la echó a la calle por no pagar la renta. No tenía ningún objeto de valor, y prácticamente no conocía Londres. Recordaba la dirección de la casa de sus tíos, y como no consiguió que ningún carruaje de alquiler la llevara con la promesa de pagarle en el destino, con las pocas pertenencias que guardo en un bolso empezó a caminar hacia la casa de los Gardiner.

A medida que pasaban las horas, tenía cada vez más hambre, sed, cansancio y miedo. En los lugares que entró a pedir comida, nadie se apiadó de ella. A medida que se acercaba la noche, las calles comenzaron a vaciarse y solo quedaban mendigos. Sintió unos pasos detrás de ella, y vio que eran dos hombres que comenzaron a decirle cosas y a acercarse a ella.

Asustada, Lydia comenzó a correr desesperada. Vio que había unas mujeres en la esquina opuesta, quiso cruzar la calle. Lamentablemente no vio que venía un carruaje.

PPP

Lydia se despertó en una pequeña y modesta habitación. Solo había una cama, un sillón rojo y un espejo. No sabía dónde estaba, tenía mucha hambre, y se sentía aterrada. Además, le dolía muchísimo la cabeza, y el cuerpo. Al correr las sábanas para levantarse, comprobó que estaba prácticamente desnuda en esa cama.

Cerró los ojos tratando de recordar que hacía en ese lugar, ya que nada era familiar. A su mente vinieron varias imágenes, la primera la de un soldado muy guapo de cabello rubio, posteriormente el de una mujer rubia que la abrazaba, un jardín con una hamaca, y por último estaba caminando con otras jóvenes en el campo.

Estaba sumida en sus pensamientos, tratando de recordar quién era, por qué estaba tan dolorida y qué hacía en ese lugar, cuando entró una mujer con una bandeja con té y sándwiches. Al ver la comida, Lydia miró la comida y después a la mujer con curiosidad. La mujer tenía un vestido rojo muy escotado, y era muy difícil discernir que edad tenía. Tenía una peluca rubia, y estaba muy maquillada.

La mujer sonrió levemente y dijo, "Al fin despiertas. Soy Madame Dupree, la dueña de este establecimiento. ¿Cómo te llamas?"

Lydia cerró los ojos, y después de titubear por unos instantes, con franqueza respondió, "Creo que me llamo Lydia. Aunque no recuerdo quién soy, ni que estoy haciendo aquí."

Madame Dupree la miró a los ojos, y asintió levemente. "No sé quién eres. Lo que sé es que hace dos días, tuviste un terrible accidente. Te golpeaste muy fuerte la cabeza, y tienes costillas quebradas. El doctor que te examinó, no sabía si ibas a sobrevivir."

Lydia abrió muy grande los ojos por la sorpresa, y repitió, "¿Un accidente? ¿Qué fue lo que me pasó?"

"Cruzaste la calle sin prestar atención, y te atropelló un carruaje delante de la puerta de mi establecimiento. La pareja que iba en el carruaje, quedó muy consternada por el accidente y pagó un doctor para que te examine. Además, dejaron dinero para que te de alojamiento hasta que te recuperes."

Cambiando de tema, Madame Dupree dijo, "Te traje té y comida, ya que supongo que debes estar hambrienta."

Lydia asintió, y Madame Dupree agregó, "No puedo quedarme contigo a conversar, ya que a esta hora comienzan a llegar los clientes." Suspiró y mirándola a los ojos agregó, "Por lo que deduzco, por tu forma de hablar e incluso por el vestido que tenías puesto, eres la hija de un caballero o de un rico comerciante. Si te acuerdas de la dirección de algún familiar o amigo, dímela, así los contacto para que te vengan a buscar… Este no es un lugar adecuado para una señorita."

Diciendo esto, Madame Dupree salió de la habitación.

Fin Parte I