Propuesta

—Bicicleta.

—¿Bicicleta?, ¿así se llama esto?

Kagome asentía a la pregunta de Kikyō. Las ruedas rodaban sobre la tierra con un esfuerzo mayor al que recordaba, pues tenía una pasajera detrás.

—Es bastante cómodo.

—Para ti, no eres tú la que está pedaleando. ¿Cuántas almas te comiste esta vez? Pesas.

Kikyō cerró los ojos con una sonrisa, entrelazando las manos en su abdomen. Apoyó la mejilla en su espalda. Los suaves cabellos de Kagome le acariciaban el rostro por el viento. Le llegaba el aroma del shampoo frutal que usaba. Quería quedarse allí para siempre, dando un paseo con el atardecer de fondo y junto a esa chica tan cálida. Los grandes placeres de la vida, comprendió, eran más simples de lo que pensaba. No cambiaba ese momento por nada.

—Muchas, pero no más de lo que tú comiste. Devoraste todos los peces que pesqué. Eran cinco.

Kagome la espió de reojo con una ceja en alto.

—Es que alguien me robó la energía anoche haciéndome la chanchada. Tenía que recuperarme.

—Chanchada… Sigues diciéndole así. Pero si brillamos místicamente y todo.

—Chanchada mística, entonces.

Kikyō reía con delicadeza en su oído. Kagome se limitaba a tener la vista al frente. Una sonrisa tenue estaba impresa en sus labios mientras andaba un poco torcida. La rueda delantera de la bicicleta amenazaba con dejarlas en cualquier momento gracias al golpe que se pegó la noche anterior. El osito que le había regalado a Kikyō se tambaleaba dentro del canasto, temiendo por su vida. Otra compañía, siempre presente, era la serpiente esmeralda, quien había regresado de su viaje y ahora ondeaba por el aire siguiendo a la bicicleta. Y enredándose en el cuello de Kagome para darle unos besitos.

—Agh, me vas a hacer caer —mascullaba ella, agarrando la bufanda de escamas que tenía en el cuello—. Ya estamos cerca, creo. —Afinó la vista en unos arbustos. Estaba casi segura que detrás de ellos se encontraba el pozo. A unos metros más, la casa de la anciana Kaede. Hacía ya un rato largo que venía pedaleando—. Cuando te deje con la anciana Kaede volveré a mi época por un rato. Tengo que ir a buscar unas cosas antes de que vayamos con los demás.

Kikyō despegó la mejilla de su espalda. Parecía un gato en estado de alerta.

—No.

—¿No? —inquirió Kagome, mirando hacia atrás. Los ojos de Kikyō desprendían cierta intranquilidad.

—Te dije que quería decirle algo a las dos.

—Sí, pero pensé que querrías hablar con ella sola también.

Kikyō entornó los párpados. Volvió a descansar la mejilla en su espalda, abrazándose más a ella.

—Entraré yo primero, luego tú y hablaremos. Es importante, por eso... quédate.

Kagome sonrió de lado.

—De acuerdo, de acuerdo. Iré a mi época después.

Si su compañera necesitaba apoyo, allí estaría para ella. Bien sabía que aunque Kikyō se mostrara paciente, por dentro estaba aterrada de enfrentar a su hermana menor. Sin embargo, Kagome ignoraba la verdadera razón de su pedido; un nuevo miedo que se había despertado en la sacerdotisa. No se negaba por nada. Tenía un mal presentimiento, una imagen muy clara en su cabeza de Kagome volviendo a su época... y no regresando. Ese pozo era el misterio más grande que las rodeaba. No comprendía cómo era capaz de conectar ambas épocas. Y si conectaba aquellas, ¿acaso podía conectar otras? ¿Kagome podría perderse en otras épocas? No lo sabía, y para Kikyō el desconocimiento era un enemigo aún más peligroso que Naraku, pues no tenía información de él. La información es poder, eso le enseñaron toda la vida. A ser precavida, a conocer al enemigo antes de enfrentarlo. Romper con costumbres arraigadas no estaba en su manual.

Kagome atravesó unos árboles más, comiéndose las hojas en el camino. Siempre se las comía cuando volvía en bicicleta a ese pueblo que le dio la bienvenida por primera vez. Escupió una pegada en la boca. Kikyō bajó las cejas cuando la hoja aterrizó en su frente.

—Oye...

Kagome frenó la bicicleta al visualizar el pozo de madera.

—¡Ah, llegamos!

Allí estaba, igual que siempre, con su madera antigua y enredaderas, dando la impresión de que la esperaba. Quitó un pie del pedal, luego el otro. Bajó la pata antes de ofrecerle una mano a Kikyō.

Ella, sacándose la hoja de la frente —pero muy contenta con su cortesía—, la sostuvo para bajarse. Cerró un ojo al sentir una puntada en la retaguardia.

—Me duele el trasero... —murmuraba, refregándoselo—. Al final no era tan cómodo.

Kagome se echó a reír.

—Traeré un almohadón cuando vuelva a mi época. Ahora... —Señaló la cabaña de la anciana Kaede. Allí, acogedora, estaba a unos pasos. Una luz tenue se vislumbraba desde la ventana de madera— ¿Estás lista?

Kikyō tragó saliva, reforzando el agarre en su mano. Kagome miró sus manos juntas al sentir el apretón. Le era una novedad el verla tan nerviosa.

—Lejos lo estoy, pero sé que tengo que hacerlo. Ella ya debe saber que estoy aquí. —Kikyō pasó la vista a ella—. Quédate cerca.

—Ya te dije que no me iré. —Kagome le acariciaba la cabeza de forma maternal. Le acomodó el flequillo revoltoso por el viaje, luego le alisó la coleta—. Eso es, estás hermosa. Todo saldrá bien, Kikyō.

Kikyō asentía, dejándose acariciar, más no temía solo por el encuentro con su hermana menor, sino por algo que implicaba un valor mayor. Mucho mayor. Requería valentía hacer lo que iba a hacer. La idea se le había metido en la cabeza desde que se despertó desnuda entre sus brazos, y no tenía intenciones de irse de allí. Sincerándose, quizás fantaseó con ello un tiempo atrás, cuando aún las cosas no estaban muy claras entre las dos y solo chistes con doble sentido, o ciertos acercamientos, se habían vuelto su esperanza. Pero la claridad había llegado y una necesidad de actuar también impulsada por el temor de perderse en la batalla. Para Kikyō solo existía el aquí y el ahora.

Se inclinó hacia Kagome, cerrando los ojos.

Kagome pestañeó.

—¿Qué pasa?

Kikyō levantó los párpados con una cara larga.

—Estoy esperando mi beso de la suerte.

Kagome volvió a pestañear antes de soltar una risita.

—Tonta, solo tenías que robarlo. Así como robaste todo de mí.

Tomó su mejilla y plantó un pequeño beso en sus labios. Kikyō no llegó a profundizarlo que Kagome se separó.

—Ahora ve, que si la anciana Kaede nos ve así se infartará. —bromeó.

A Kikyō no le causó gracia la broma. Continuaba mirándola con un aire pensativo.

—Eso… ya lo veremos.

La dejó con una cara de incógnita. Kagome se apoyó en la madera del pozo mientras la veía partir hacia la casa de Kaede.

—Suerte…

Kikyō llegó hasta la puerta. Tomó aire, levantando la paja que la cubría. Le echó un vistazo a Kagome por encima del hombro. Ésta última levantó el pulgar con una cara que le gritaba: ¡tú puedes! Kikyō le devolvió la sonrisa y entró a la cabaña. Se quitó las sandalias en un espacio que había en la entrada y con mucho sigilo dio un paso adelante.

Nostalgia la irrumpió al pisar la madera crujiente.

Kaede se había esmerado en construir una cabaña parecida a la que tuvieron en su infancia. Era pequeña y cálida. Un solo espacio para dormir se encontraba al fondo, subiendo un largo escalón. Era muy fácil para Kikyō el viajar al pasado y verlas acostadas allí, en el futón, contándose historias fantásticas antes de dormir. Kaede no era fan de los cuentos ya inventados, así que Kikyō siempre ponía todo de sí para inventar unos propios que le hacían brillar los ojitos.

Ahora, la Kaede del presente, con sus arrugas típicas de la edad, llenas de sabiduría por una vida entera vivida, se encontraba arrodillada en el suelo frente a una fogata. Sorbía el té con calma. Kikyō sintió un desarme al verla. No podía explicar con palabras el sentir. Su hermana menor ahora era mucho mayor que ella, pero en esas arrugas adorables que trazaban su cara seguía viendo a la niña inocente que fue, aquella que saltaba del piso para abrazarla cuando regresaba herida de una ardua batalla.

—Kaede...

Su hermana abrió los párpados. Estiró las comisuras, dibujando curvas alrededor de la boca.

—Hermana..., has venido —la saludó con una voz rasposa—. Ven, tomemos té juntas.

Kikyō asintió, arrodillándose frente a ella en un almohadón que ya estaba preparado. Las manos se cerraban nerviosas en las rodillas mientras Kaede le servía el té con paciencia.

—Gracias —atinó a decir, levantando levemente la taza en un agradecimiento. La llevó a sus labios con ambas manos. Saboreó el té verde, alimentando a la nostalgia—. Delicioso, como siempre.

Kaede suavizó la sonrisa. Agarró su taza.

—Sabía que vendrías, sentí tu presencia a lo lejos. ¿Kagome está aquí también?

Kikyō asintió de nuevo.

—Ya veo... La última vez que viniste no fueron buenas noticias, hermana. ¿Puedo suponer que esta vez lo serán?

A Kikyō le costaba encontrar las palabras para explayarse. Antes era ella la que hablaba con confianza, la que le aconsejaba de cualquier peligro y, en especial, la que le resaltaba que siempre fuera una buena niña. Hoy ella sentía que no había sido una buena niña.

—Eso espero. Pero antes que nada, yo... Kaede, he venido aquí porque... —Kikyō cerró los ojos con fuerza. La emoción de ver a su hermanita de nuevo, el odio hacia sí misma por haberla evitado antes, los recuerdos del pasado al ver el parche en su ojo, los sueños que ya no podría compartir con ella... Todo la superó en un santiamén. Bajó la cabeza de golpe en una reverencia. Kaede casi se derrama el té encima— ¡Perdóname, Kaede! No te he prestado la atención necesaria. La última vez que vine aquí te traté muy fríamente. Dije cosas que no sentía, seguro te lastimé. No fue mi intención, yo solo... estaba tan perdida. ¡Sé que no me justifica! Nada lo hace, pero quería que lo supieras... Mi verdadero sentir.

Kaede la escuchaba en silencio, sorprendida por el acto de sinceridad. Dolorosas lágrimas se derramaban de los ojos cerrados de Kikyō. Nunca la había visto llorar. Siempre se había mostrado fuerte con ella. Cuando sus padres murieron, Kaede, pequeña y tomada de su mano, levantaba el rostro hacia su hermana en medio del funeral. Kikyō no derramaba ni una sola lágrima al ver la tumba de sus padres, pero tenía la nariz roja. Se contenía. Siempre se contuvo por su bien, para darle esperanza, pues si se quebraba, también se quebraría ella. Y ahora lloraba con tanta soltura... Era un alivio verla así, finalmente expresando sus sentimientos. Incluso su esencia se sentía diferente, más liviana. Ningún mal se desprendía de ella comparado a la última vez que la visitó.

—Hermana, no hay nada qué perdonar. ¿Cómo podría enojarme después de todo lo que pasaste? —Kaede alcanzó su mano, llenándose de lágrimas también—. Tú no tienes la culpa de nada.

Kikyō la admiró, allí, su piel suave y llena de arrugas. Una manito adorable y que quería proteger. La apretó con cariño.

—Yo solo quería verte crecer... Vivir contigo como antes. —murmuraba con la voz tomada.

—Lo sé, hermana. Lo sé.

La anciana le daba palmaditas en la palma. Tanto tiempo perdido, tantas vacilaciones por nada... Al final, Kagome tenía razón. Su hermana la perdonaba a pesar de sus pecados. Aspiró el llanto por la nariz. Congoja huía de la garganta; era tanto dolorosa como liberadora. Soltó su mano para taparse la cara. Nunca había llorado así en su vida. Quizás solo una vez, cuando pensó que Kagome no la perdonaría después de haberla obligado a desafiarla. La recordó, aflojando la mirada entre los dedos. Ella estaba ahí afuera, apoyándola en silencio. Y seguro con una sonrisa pacífica.

—No tienes idea de lo que me costó venir hasta aquí. Si no fuera por Kagome, yo…

—¿Kagome? —La anciana alzó una simpática ceja—. Inuyasha me dijo que has estado entrenándola.

Kikyō se limpió el borde de los ojos, asintiendo.

—También que se están llevando inusualmente mejor. ¿Es eso cierto?

—… Lo es. Pude conocer a Kagome en la convivencia. Solo puedo decir que me equivoqué mucho con ella.

—Hermana…, no te mientas a ti misma —acotó la menor con sabiduría, llamando su atención—. Siempre supiste quien era esa niña, y eso mismo era lo que te molestaba. Que fuera tan bondadosa y valiente… no era conveniente para ti, ¿no es cierto?

Kikyō arrugaba los labios debajo del flequillo que utilizaba para ocultar la vergüenza de ser descubierta. Kaede sorbía el té con tranquilidad.

—Tu amor por Inuyasha te cegó y terminaste arrastrando a esa pobre chica a tu locura.

—No es como si ella fuera una santa tampoco. —masculló Kikyō, recordando cuando Kagome le confesó que, en un momento de crisis, deseó que desapareciera.

—Pero hermana, si es solo una niña. ¿Qué esperabas?, ¿que no se pusiera celosa por tu relación con Inuyasha? Tú eres mayor que ella y actuaste aun peor. No deberías juzgarla.

Y las balas seguían y seguían disparándose. Kikyō ya no sabía con qué cara ocultar la vergüenza de sus actos pasados. Se llevó un mechón detrás de la oreja, aclarándose la garganta.

—¿Ahora me culpas, Kaede? No es como si hubiera deseado volver a la vida. Imagínate si te despertaran de pronto de tu sueño eterno. Lo único que tienes en la mente son los recuerdos de antes de morir, y esos recuerdos son los mismos que te llevaron al infierno y te llenaron de odio. ¿Qué harías?

—Hm... —Kaede pasó los ojos al techo de madera— ¿Buscar a un exorcista?

Kikyō soltó una carcajada. Kaede reía con ella.

—Lamentablemente para ti, ninguno pudo exorcizarme.

—Sí..., eso escuché. Los asesinaste a sangre fría.

Kikyō cerró los labios de golpe, tragándose la risa. Volvió los ojos a la taza. Con un dedo trazaba el borde de la cerámica.

—Eran ellos o yo. Pero... no puedo decir que estoy orgullosa de lo que hice. Traicioné a mi propia alma al asesinarlos. No obstante, sí puedo decir que tampoco eran buenas personas. Si así lo hubiera sentido, no los hubiera tocado.

—Oh sí, conozco tu bondad más que nadie, hermana. —Kaede asentía con los ojos cerrados. La voz áspera y elocuente—. Así como también tu arrogancia. Solo los dioses pueden juzgar a los humanos, y tú no eres una diosa. Tu acto fue un simple asesinato, nada más.

Silencio.

Kikyō ya no tenía más vocabulario para defenderse. Se limitaba a tener los ojos en la taza. En el contenido verdoso veía los asesinatos que cometió con culpa. Kaede la observaba, pensativa.

—No estoy juzgándote, hermana. Solo menciono hechos. Todos hacemos lo posible para sobrevivir en estos tiempos de guerra. Yo también he tenido que disparar mis flechas a otros humanos para defender mi aldea. Nadie se salva de la muerte. Lo importante es que te arrepientes. Quieres volver a ser la de antes, y está bien.

—No. —Kikyō dejó la taza en el suelo—. La de antes, jamás. Quizás eras muy pequeña para entenderlo, pero yo no era feliz, Kaede. Las expectativas de la gente no me permitieron soltarme. Vivir batallando..., esa no era la vida que quería. Jamás pude ser quien era en el pasado, pero ahora... Ahora... —Un calor repentino le llegó a las mejillas. Debía ser por la fogata, pensaba. Otra razón no podía haber. Carecía de calor corporal para sonrojarse. Al menos, eso creía—. Ahora soy muy feliz... con ella.

Los ojos de Kaede se abrieron hasta quedar de piedra.

—¿Con ella?

Kikyō se volteó hacia la puerta de paja.

—Kagome, pasa.

Pisadas apresuradas se acercaban en las afueras. Una tímida Kagome se asomó por la puerta de paja.

—¿Puedo entrar, anciana Kaede?

La anciana se recuperó, asintiendo con una sonrisa.

—Kagome, hacía tiempo que no te veía. —extendió las manos hacia ella.

—Anciana Kaede. —Kagome la llamó con felicidad, agachándose para abrazarla. La apretaba fuerte por la espalda—. Aaah, amo abrazarla. ¡Es tan suavecita!

—C-Cuidado, niña. Me vas a romper.

—¡Oh, vamos! Si usted es inmortal, siempre está igual.

Kikyō veía con dulzura la imagen de Kagome soltándola entre risas. Un ambiente familiar comenzaba a sentirse en la cabaña por su sola presencia. Solo Kagome podía generar aquello. Con su actuar despreocupado y fresca personalidad, le daba vida a todo lo que la rodeaba. Y le hacía sentir, finalmente, en casa. Comenzaba a tener una nueva fantasía de las tres viviendo juntas y en paz. Ella se arrodilló a su lado. Kikyō le dedicó una sonrisa. Puso una mano encima de la suya y volvió la vista a su hermana menor.

Kaede intercalaba los ojos entre ellas, sospechosa. De pronto la actitud de su hermana se había aflojado, como si Kagome hubiera derribado, sin saber, cualquier defensa que aún conservara. Cierta complicidad se sentía entre ellas. Daba la impresión de que sabían lo que estaba pensando la otra, o que en sus sonrisas, que se encorvaban en ocasiones, se contaban un chiste interno. Y las miradas suaves que compartían... Juraba haber visto ese escenario en el pasado, pero éste no se comparaba al presente que sus ojos sabios ahora veían.

—¿Cómo has estado, Kagome? Te ves mucho más fuerte. —mencionó, ofreciéndole una taza. Comenzó a servirle el té verde.

—¿Usted cree? —Kagome dobló el brazo como una fisicoculturista. Ni una sola montañita—. Bueno, quizás no tanto.

—Espiritualmente, a eso me refiero. Parece que las dos están listas para enfrentar al malvado de Naraku.

Kikyō regresó a la seriedad. Kagome sorbía el té a su lado. Hizo una expresión feliz por el sabor, generando que Kikyō sonriera con ella. Al notar la mirada inquisitiva de su hermana menor, se recompuso.

—Hemos atravesado muchas pruebas para llegar hasta aquí —comenzó a decirle a Kaede. Kagome la miraba con curiosidad mientras bebía el té—. Antes era imposible para mí el imaginarme teniendo una vida normal. Ni cuando estaba viva, o incluso cuando volví de la muerte, me imaginé gozando de la normalidad. Sin embargo, cuando conocí a Kagome todo eso cambió. Ella me enseñó a vivir, Kaede.

Kagome despegó los labios de la taza, sintiendo una alerta.

«Oye, oye, espera… ¿Qué pasa con este ambiente? Estás muy seria, Kikyō»

—Me enseñó a ser solo una chica más. Normal. —Kikyō cerró los ojos, respingando con una sonrisa. Recuerdos de todo lo vivido con Kagome pasaban fugases por su mente—. Aún así, la vida no es perfecta. Esta chica me saca de quicio. Nunca me hace caso y siempre nos pone en situaciones peligrosas. Es impulsiva y su carácter deja mucho qué desear. De verdad, es un caso perdido.

—Oye. —Kagome levantaba una ceja.

—Pero… —Kikyō abrió los ojos. Un poderoso brillo emanaba de ellos. Lo dirigió a su hermana, quien se vio congelada por él—… resultó ser que eso era todo lo que necesitaba en mi vida, a alguien como ella. Por eso, quiero hacer un anuncio.

Kikyō tomó la mano de Kagome. La levantó con ella extrañándose al lado.

—¡La elijo a ella, Kaede!

El corazón de Kagome se aceleró a las corridas. Sus mejillas se iban llenando de rubor mientras la anciana buscaba la mandíbula perdida en el suelo. Kikyō mantenía su mano en alto con un semblante decidido.

—Quiero pasar el resto de mi vida con ella, por eso... ¡dame tu bendición, por favor!

Kikyō bajó medio cuerpo en la reverencia más respetuosa que podía existir. Sus manos en el suelo, la cabeza metida entre ellas. Kagome la veía con la boca abierta. Ni en sus más remotas fantasías se imaginó que Kikyō le plantaría su relación de esa forma a su hermana. Adrenalina bombeaba en el corazón al tiempo que, un sustito, se apropiaba también de él. Era oficial. La sacerdotisa estaba haciendo su relación completamente oficial.

Kaede, muy de deprisa, cerró la boca para recomponerse. Tosió, tratando de pasar el té. Casi se muere allí. Con una voz rasposa, habló:

—Hermana, con bendición te refieres a…

Kikyō levantó la cabeza entre las manos. Ojos firmes solo había en ella. Kagome y Kaede esperaban la respuesta en suspenso.

—Para casarnos.

La cabeza de Kagome explotó como un volcán.

—¡E-Espera un momento! —exclamó antes de pensar— ¡Nunca hablamos sobre casarnos!

—Era una sorpresa —contestó Kikyō, enderezándose—. Además, debemos hacerlo.

—¡¿Cómo qué debemos?!

—Te he hecho mi mujer el día de ayer, lo correspondiente es que te cases conmigo. —Kikyō entrelazaba sus dedos, ignorando la parálisis de la anciana y la joven por tremenda confesión—. En sí, hemos pecado al hacer todo al revés. Primero debimos casarnos y luego unir nuestros cuerpos, pero perdí la cabeza. —Se lamentaba, sacudiendo el rostro—. Espero que los dioses puedan perdonarme.

Quien estaba perdiendo la cabeza era Kagome. Tenía el rostro en llamas. ¿Cómo pudo confesar que habían tenido relaciones enfrente de su hermana? Descarada, esa mujer era una completa descarada. De pronto Kikyō hablaba en otro idioma para ella. Y la expresión endurecida de la anciana Kaede no ayudaba. Mentirse sería decir que la propuesta no le hacía feliz, pues a quién no le haría feliz que su persona amada se le propusiera con tanta pasión. Pero, y volviendo a la crisis, ¡era demasiado repentino! No se sentía lista. Aún había muchos temas por resolver, uno era su edad. Esa época, definitivamente, era muy distinta a la suya.

—¡Espera, espera, espera! ¡Para el carro, Kikyō! —Levantó las manos como si le estuvieran apuntando con una pistola.

Kikyō pestañeó con ingenuidad.

—¿Qué es un carro?

—¡Eso no importa! Soy muy joven para casarme. Apenas nos estamos conociendo, ¿sabes?

—¿Joven? —Kikyō levantó una ceja—. Ya estás en edad para casarte. De hecho, es la edad ideal. Todos se suelen casar a esta edad.

—¡¿Qué?! —Kagome se giró hacia Kaede, buscando ayuda—. Anciana Kaede, no estoy en edad para casarme. ¡Tengo quince años!, ¡dígaselo!

La anciana se acomodó mejor en el almohadón. Incómoda le quedaba corto, pero de igual manera hizo un esfuerzo por sonar como toda una mujer madura.

—Bueno..., no sé cómo será en tu época, Kagome, pero aquí ya puedes casarte.

—¡De qué lado está! —Kagome se arrastró hacia ella para agarrar sus manos. Una venita iba naciendo en su frente—. Anciana Kaede, me imagino que la noticia la tomó por sorpresa. Es cierto, su hermana y yo, bueno..., pasaron cosas. Pero casarme... No la bendiga, por favor. —mascullaba entre dientes.

La anciana se iba hacia atrás con una sonrisa nerviosa.

—Niña, yo estoy tan confundida como tú.

Kikyō veía la escena, entristeciéndose.

—Kagome, ¿tanto repudio te genera el compromiso? —Se llevó una dramática mano al pecho—. Me has decepcionado.

—¡Ah, no! ¡No señor! ¡No empieces a dramatizar! —Kagome le sacudía el índice—. Ya conozco esos truquitos tuyos. —Bufó, buscando la paz interior. Costaba—. Kikyō…, no es que no quiera casarme contigo, es que aún me siento muy joven. Y, ya sabes, tenemos muchas cosas que hacer antes. Como vencer a Naraku, ¿te parece poco?

—Por esa misma razón quiero hacerlo, no se sabe lo que puede pasar en la batalla. Me gustaría sellar este vínculo lo antes posible.

Kagome fruncía el ceño a medida que Kikyō ponía ese rostro lamentable que ya bien conocía.

—Siempre es lo mismo contigo… ¡Deja de poner esa cara! —refunfuñaba, refregándole la cabeza. Kikyō se movía de un lado a otro con los ojos apretados—. No vas a morir, ya te lo dije. Yo te protegeré, no importa lo que pase.

La anciana Kaede admiraba la firmeza en los ojos de Kagome, luego la fragilidad en los de Kikyō, quien parecía haber encontrado en la más joven una especie de diosa, pues le ofrecía la mirada más entregada que alguna vez vio en ella. Su hermana no reparaba en su comportamiento cerca de Kagome. No se hacía la fuerte, no mentía sobre sus debilidades, se dejaba zarandear; algo impensable. Era completamente transparente. Un milagro que, en vida, nunca pudo ver en ella. Una sonrisa amable se iba formando en sus labios arrugados.

—Ah…, ya veo. Entiendo. —Asintió con la cabeza. Sus ojos, cerrados en paz—. Ya comprendo todo, hermana.

«Puedes ser tú misma con Kagome, por eso la elegiste. Así de simple»

Pensaba, conteniendo las lágrimas de la emoción. Apoyando una mano en el suelo y la otra en la rodilla, comenzó a ponerse de pie con esfuerzo. Kagome enseguida se levantó para ayudarla. Kikyō se incorporó también.

—Kaede…

La nombrada levantó una mano. Con la otra se daba golpecitos en la espalda.

—Hermana, debo admitir que me resulta un tanto extraño esto. Ella es tu reencarnación, tu misma naturaleza. Sin embargo, —Suavizó la sonrisa—, Kagome es Kagome. Tú eres tú. Y tu felicidad es la mía. Kagome es una chica extraordinaria —decía, pasando la vista a ella. Kagome dibujó una sonrisita tímida—. Nunca deja de sorprenderme. Puedo entender porqué conquistó a tu corazón, así como también al de Inuyasha. Aunque... ¿él lo sabe?

—Lo sabrá —contestó Kikyō, cerrando una mano en la de Kagome—. No hay manera de ocultarlo ya.

—Ya veo... Entonces, no hay nada más qué decir. Excepto esto. —La anciana le mostró los dientes—. Tienes mi bendición, hermana.

Kikyō esbozó una sonrisa abierta. Poco a poco fue soltando la mano de Kagome para estirar los brazos y abrazar a su hermana menor como hacía tanto quería hacer. Kagome observaba el momento sin saber muy bien cómo sentirse. Felicidad la invadía al ver ese abrazo de hermanas, pero, por otro lado, los nervios la comían viva.

—¿E-Es así de fácil?, ¿aquí se pueden casar dos mujeres? —preguntó.

La anciana sacudió una mano en la espalda de Kikyō.

—Niña, se casan demonios con humanos. Claro que se pueden casar dos mujeres. No es el caso más usual, pero sí está permitido.

—Vaya… —Kagome estaba notablemente sorprendida—. En mi época no se puede. Es decir, en Japón. En otros países sí, aunque todavía no es muy bien visto.

Kaede torció el rostro, separándose de Kikyō.

—¿Y eso por qué? El amor es amor. No deberían restringirlo.

Kagome subió una comisura.

—Sí…, es tan simple como eso. Veo que hemos retrocedido en vez de avanzar. Quién lo diría… Se supone que vengo de una época moderna.

Kikyō se acercaba a ella con una sonrisa. Puso una mano en su hombro.

—Tenemos la bendición, Kagome.

Kagome le lanzó una miradita disconforme. Con los dedos quitó su mano del hombro.

—No pienso casarme ahora.

La alegría de Kikyō se deshizo rápido. No comprendía su pensamiento. En su mente, pasada y antigua, eran pareja. Ya una estable, pues habían hecho "aquello". Después de tal consagración, no había vuelta atrás. No quedaba más que casarse. Si no lo hacían, enfurecerían a los dioses, pues darían la impresión de que solo fue una aventura pasajera. Aquello era un pecado capital en esa época a pesar de que muchos se aventuraban sin casarse. No obstante, Kikyō era una mujer de reglas.

—¿Por qué? Es nuestro deber hacerlo.

—Kikyō…, entiende, vengo de otra época. ¿Acaso no puedes respetar eso? —refutaba Kagome, tratando de no ofender sus creencias. Las respetaba, pero de ahí a llevarlas a cabo…

—¿Y tú no puedes respetar mi época? Estás aquí ahora, por ende, te corresponde seguir las reglas de este lugar.

Kagome frunció el ceño.

—Estoy aquí porque trato de ayudarlos, no porque-

—¿Quieras?

Kagome se quedó muda. Kikyō no le quitaba esos severos ojos de encima.

La anciana Kaede estaba de figuretti ahí, ya sintiendo como un aire tenso se apropiaba de su casita. Hasta las flamas de la fogata parecían avivarse.

—¿Quizás deban discutirlo afuera? —propuso.

Las dos se giraron hacia ella con los puños cerrados. Kaede levantó las manos en son de paz.

—Pero hermana, Kagome tiene algo de razón. Ella no pertenece aquí, deberíamos respetar sus reglas también. ¿O tal vez poner un punto medio?

Una lamparita se encendió en la cabeza de ambas. Se miraron.

—¿Cuál sería tu punto medio, mocosa? —le preguntó Kikyō, levantando el mentón.

Kagome lo pensó un momento. No podía creer estar debatiéndose aquello con la batalla que las esperaba. Aunque, si lo pensaba bien, tenía cierto sentido. En las épocas de guerra los soldados se casaban antes de irse a la batalla. Era como un pacto de amor y una promesa de que regresarían con vida para estar con su ser amado. La esperanza los llevaba a luchar con todas sus fuerzas. Sin embargo, si no lograban regresar con vida, el peso era mayor para la ya entonces viuda.

—Convivencia, luego casamiento. —dijo.

—Ya convivimos.

—¡Convivir más! Veremos cómo nos llevaremos ahí, sin batallas de por medio.

Kikyō apartó la vista.

«Pero si yo desaparezco, no podremos convivir»

En efecto,Kikyō estaba pensando como un soldado.

—Peor de lo que ya nos llevamos, no creo. —atinó a decir.

—No tientes a la suerte —contestó Kagome entre risitas—. Kikyō, estoy hornada por la propuesta. En serio. Nunca me sentí tan especial en mi vida. —Tomó sus manos. Kikyō la miraba con pesar—. Y no quiero que me malinterpretes. Yo te a… —Deslizó los ojos a la anciana Kaede. Seguía ahí con una cara de chusmeta—. Um… Sigamos afuera.

Los grillos cantaban en el bosque ya oscurecido por la noche. Kagome bailaba un pie, sentada en el borde del pozo. Kikyō estaba sentada a su lado con los ojos fijos en el césped. Lucían desilusionados. Hacía minutos que ninguna decía nada, y en esos minutos parecía que Kikyō estaba viviendo una larga reflexión. Kagome ya estaba a punto de gritar por los nervios, hasta que la sacerdotisa decidió cortar el silencio.

—Lo siento, me apresuré —murmuró, apretando las manos entre sí—. No es que esté pensando en la muerte. Me dejaste muy claro que no quieres que me vaya, por eso mismo haré todo lo posible para sobrevivir.

Kagome escuchaba su voz dulce con tintes tristes, espiándola de soslayo. Su corazón no dejaba de bombear fuerte. Por dios, que Kikyō le había propuesto matrimonio. ¿Qué tan loco era eso? Aún no caía.

—Pero... siempre hay una probabilidad, aunque sea mínima. Por eso quería expresarte todo lo que siento consagrando el matrimonio. Para eso necesitaba la bendición de mi única familia. Eventualmente necesitaré la de tu madre. Si aún quieres seguir con esto, claro... —continuaba ella, haciéndole entornar los párpados. Quitando el temita de la edad, las costumbres de Kikyō no eran tan lejanas a las suyas. Eso aún se estilaba en Japón, pedir la bendición ya sea del padre o la madre. Sin embargo, hacía ya bastante que no veía una ceremonia del estilo. La gente, los deseos y propósitos de ellos, estaban cambiando con el paso del tiempo.

—Sé que esto no ayuda, pero en mi época ya no le damos tanta importancia al matrimonio. Muchas parejas se separan luego de casarse, parece una maldición. —Kagome explicaba, mirando el cielo estrellado. Era una noche tranquila. La luna se oscurecía de a poco entre las nubes—. Por eso entré en pánico. No quiero que esa maldición nos alcance, Kikyō, porque yo... —Giró el rostro hacia ella. Kikyō sintió un latir potente ante sus ojos profundos—... te amo demasiado como para perderte.

—Kagome...

Un sentimiento cálido iba envolviendo a la sacerdotisa. La tristeza se retiró, dejando en su lugar solo un amor puro que abrazó a su fallecido corazón. No pudo evitar el comenzar a inclinarse, el buscar sus labios de algodón con la mirada. Kagome buscaba los suyos, inclinándose también. Juntaron los labios en un suave beso. Kikyō, respirando profundo contra ella, enredó un brazo en su cintura, acercándola hacia sí. Kagome pasaba un brazo por detrás de su espalda.

—Nada nos separará, incluso aunque estemos separadas físicamente —murmuraba Kikyō, arrastrando los labios por los suyos—. Tú y yo…, incluso en la muerte, estaremos juntas. No hay manera de escapar de la otra. Somos la misma alma. Cuando muramos, nos convertiremos juntas en estrella.

Kagome sonreía en sus labios. Los presionó una última vez y se separó para poder ver esos ojos que hoy brillaban especialmente profundos.

—Suena romántico. Me agrada.

Kikyō le acariciaba la mejilla con una sonrisa. Deslizó la mano hacia adelante por su cabello sedoso. Con un tironcito juntó sus frentes.

—Convivencia, luego matrimonio. —repitió.

Kagome asintió.

—Volveremos al templo y lo haremos nuestra casita. ¿Lo dije antes, no? Que volveríamos ahí.

Kikyō mantenía una expresión pacífica.

—La verdad, no esperaba que salieras con eso. ¡Acabas de confesarte frente a tu hermana! Y ella lo tomó ¿bien?

—Más que bien. Lo entendió todo, Kagome.

—Ja, no me imagino haciendo lo mismo con mi madre. Es decir, lo haré —agregó rápido ante su cambio de expresión—. Pero no de la forma que tú lo hiciste. Contarle que estuvimos juntas… —Se sonrojó, recordando sus exactas palabras— ¿Qué pasa con eso de que me hiciste "tu mujer"? Eso fue muchísimo, Kikyō.

—Es lo que sucedió.

—Pero decirlo así… —Kagome se llevó una mano al pecho. El corazón le golpeaba fuerte—. Sonaste como un demonio marcando territorio.

—Eso soy —contestó, haciéndole reír—. Además, fue algo mutuo. Tu también me hiciste tu mujer allí, en todos los sentidos posibles. —Kikyō ronroneaba en su boca, acariciándole la cintura.

Kagome hacía lo imposible para no perderse en las sensaciones de su mano arrastrándose por la piel. Kikyō la sumía lentamente debajo de la camisa.

—A-Aun así, a mamá se lo contaré de otra forma. Aunque igual se sorprenderá, eso seguro.

—Hm… ¿Tú crees? Yo creo que se lo espera.

—¿Por qué lo dices?

Kikyō rodó los ojos con travesura, apartándose un poco.

—Digamos que fui bastante obvia cuando estuve allá. Todos se dieron cuenta de mis actitudes contigo, excepto tú. —Tocó su nariz, juguetona—. Eres muy despistada, Kagome.

—No tanto. Yo también lo sabía… ¿sin saber? —Torció el rostro, enterneciendo a la otra—. Algo así.

—Lo sé. Escuché a tus sentimientos más profundos cuando me diste tu energía aquella vez. A pesar de que aún no eran claros, sí que eran fuertes. —Kikyō entornaba los párpados, recordando con cariño ese momento—. Muy fuertes.

—¿En serio? Maldita energía, me delató. Ya qué.

Kagome se abrazó a su espalda, sintiendo el tibio cuerpo de ella. Comparado al principio, cuando se encontraron en aquel templo para entrenar, el frío en su alma había desparecido. Kikyō pasó un brazo por la suya. Se quedaron mirando las estrellas.

—Es extraño lo pacífico que se siente aquí... sabiendo que se vendrá una tormenta dentro de poco. —comentó Kagome.

—Pacífico...

Kikyō arrastró los ojos desde las estrellas al bosque. Una presencia familiar se acercaba por allí. No era nada pacífica. Tampoco peligrosa, pero le daba mala espina.

—Creo que otra tormenta se está acercando ahora.

—¿En serio? —Kagome afinó la vista en el cielo, pensando que se refería a la lluvia— ¡Ah, cierto! Debo ir a buscar mis cosas. Kikyō, me voy por un rato.

Kikyō la miró, reforzando el agarre en su cintura. Kagome llevó una mano a su mejilla antes de que se pusiera a la defensiva.

—Volveré, ¡y con un regalito! Espéralo.

Le dio un beso fugaz en los labios. Kikyō no llegó a detenerla que Kagome se arrojó de espaldas al pozo, tal como un buzo lanzándose al mar. Puso las manos en la madera mientras ella caía con una sonrisa infantil. No le dio tiempo de nada. Una luz violácea de pronto emanó del fondo, cegándola. Para cuando volvió a ver, Kagome ya no estaba.

—Quería ir...

Se lamentó, suspirando. Volvió a darle la espalda al pozo. Creía una falta de educación si aparecía de imprevisto en la casa de Kagome. Si no la invitó fue por algo. Solo le quedaba esperar por su regreso, no obstante, intuía que la espera sería entretenida. Levantó los ojos hacia el bosque. Las hojas de los árboles se removían, un pie se descubría de entre los arbustos.

—Siempre tan oportuno… —Estiró las comisuras—. Inuyasha.

Continuará…


Hooli gente linda! Aparecí de nuevo con esta historia. Disculpen la tardanza, pero entre el trabajo, los estudios, la vida en general, y otros fics que tengo que terminar, se me enreda todo. Muchas gracias por siempre tenerme paciencia y agradezco de corazón a todos los que se pasan y comentan esta historia. Siempre es un incentivo. Gracias graacias :)

nadaoriginal: Muchas gracias por seguir leyendo! Qué bueno que te di una alegra hace ya... unos meses atrás? xD bueno, pero ya volví, y en forma de hermanas (? Siempre pensé que Kikyo y Kaede se merecían su espacio en esta historia. Creo que es muy triste lo que les pasó. Siempre quise verlas hablando de nuevo casualmente, así que decidí darles un espacio. Espero que este capítulo te haya gustado también. Te mando un beso!

Chat'de'Lune: Cómoo andaa compañeera! Acá nos leémos de nuevo. Sí, reviví esta historia. Nunca la voy a abandonar aunque tarde siglos en actualizar, como ya sabés bien xD Efectivamente la relación de Kagome y Kikyo no se entiende bien, porque son la misma alma, pero al mismo tiempo tiene todo el sentido del mundo si lo ves desde la perspectiva de sus personalidades tan distintas. Por no decir que acá entra mucho el jueguito de "almas gemelas". Al menos yo quiero creer eso, PORQUE LAS QUIERO JUNTIS *rompe todo*. Espero que te haya gustado el capítulo! Te mando un beso y namastee.

Anonymus Enigmatico: Hooli, todo bien? Muchas gracias por pasarte, como siempre! Las interacciones de Kikyo y Kagome son mi bálsamo de vida. Literalmente hablan solas, ya ni obedecen lo que yo quiero escribir xD Pero bueno, supongo que ahí radica la magia, que ya tomaron vida. Espero que te haya gustado el capítulo y nos leémos pronto! Un beso!

Guest: Bueenas! Me alegra que la historia te esté gustando, muchas gracias por pasarte! Personalmente, creo que Kikyo no tiene vergüenza de mostrarse con Kagome (haciendo alusión a tu comentario), en este capitulo se demuestra bastante bien. Kagome, de por sí, es más tímida comparada a ella, así que quizás le cueste un poco más soltarse frente a los demás. Pero como todo en la vida, es cuestión de costumbre. Kikyo no lastimó "feo" a Kaede en la serie, pero sí cuando apenas despertó de la muerte básicamente la tiró a la mierda para matar a Inuyasha xD Después cuando fue a visitarla, mucho no habló con ella y la dejó pagando. Convengamos que era otra Kikyo, la del principio. Y, siendo sincera, si a mí me hubiera pasado lo de ella, yo también hubiera despertado como un espíritu vengativo. Por suerte, nuestra sacerdotisa se encarriló (eso creo jajaj). Respecto a la bici de Kagome, NADIE LO ENTIENDE, cómo es capaz de andar por esos terrenos. Mirá que a mi bici de paseo la re sacrifico pasando por todos lados, pero cuando hay piedritas, tierra y césped, tiembla como un samba. Una vez hasta se me salió una rueda. Quedé en el aire antes de conocer el suaaaave sabor de la tierra jaja Tendrá ruedas de mountain Kagome? Andá a saber, la magia de la ficción xD Espero leerte pronto! Te mando un beso!

DAIKRA: Queerida Daikra! Qué alegría tenerte de nuevo por acá. A vos, una inmaculada escritora de este hermoso fandom. Mis reverencias. Mil gracias por las hermosas palabras! Me dan vida *se quiebra en otaku*. Dijiste que tengo talento para escribir las batallas, GRACIAS. Porque yo personalmente pienso que me salen para el culo jajaj No es un estilo que suela escribir, entonces soy muy novata en eso, pero trato de mejorar con la marcha. Opino lo mismo que vos respecto a Kagome, y siempre trato de resaltarlo, QUE ELLA ES LUZ. Literalmente. Ilumina todo a su alrededor. No es que no tenga sus demonios, todos los tenemos, por eso también me gusta explorar los lados más inmaduros de ella. Espero no estar pifiándola xD A mí también me recuerda mucho la relación de Kikyo y Kagome con la de Inu y Kagome, más que nada porque creo que Inuyasha y Kikyo son muy parecidos, en el sentido de que vivieron medio en soledad, que tuvieron que batallar desde pequeños por ser diferentes. Cuando se encontraron, creo que nació el amor por ese refugio mutuo que vieron en el otro y también por las similitudes de vida. En el caso de Kagome, aplicado para ambos, creo que ocurrió lo contrario. Porque ella es lo contrario a ellos. Repetimos que es luz (porque me encanta repetirlo), entonces les brinda un nuevo significado y camino a ambos, uno más esperanzador. Desde el principio vi una chispita rara entre Kikyo y Kagome. Y bueno, mi cabeza hizo estragos. Pero más allá de eso, lamenté que no exploraran más en la serie el vínculo tan fuerte que las une. Creo que es uno de los más importantes y que tenía mucho para dar. Ya me fui de tema xD Si es por mí hablaría de ellos infinidades de tiempo. Muchas gracias por pasarte! Y no te preocupes por no hacerlo seguido, que yo ni publico seguido. No porque no quiera, sino porque no me dan los tiempos lamentablemente. Admiro a los que pueden publicar seguido *llora*. Te leo pronto, genia total! Espero que andes bien, te mando un beso!

Ahora sí, habiendo contestado los comentarios, me retiro. Espero que les haya gustado el capítulo, gente linda! Nos leémos pronto.

Un beso :)