Capítulo 38
Evangeline's Pov
—Deja de llorar ya —dije autoritariamente pero hizo caso omiso y tuve que darle un pañuelo para que se limpiara. Rodé los ojos, sintiendo que algunas lágrimas querían derramarse por mi rostro. Intenté frenarlas a como diera lugar. Siseé con exasperación—. Harás que se eche a perder el maquillaje que tanto tardé en hacerme esta mañana.
—Lo siento, no puedo evitarlo —murmuró la chica, apenada.
—Sabes que regresaremos en cuanto nos den permiso de nuevo —asintió.
—Volved cuando queráis, esta es vuestra casa —sonrió Loveday, quien se había acercado para despedirnos. George le agradeció por su hospitalidad.
—Ya sabéis que no me va mucho el campo, pero este sitio tiene algo que te cautiva —miré alrededor, la casa y el bosque—. No me extraña que Maria dejara Londres por esto.
Ya habían pasado un par de días desde que se celebró el bautizo del pequeño Tom, ya había llegado la hora de que regresáramos a casa. Pasé la mayor parte del tiempo con Maria y sus amigos, los cuales ya había empezado a considerar como míos de igual manera. Al menos pude despedirme antes de que nos fuéramos, ya que ellos tenían tareas que hacer y no podrían ir. No importaba, ya lo habíamos celebrado a lo grande con un picnic el día anterior en el bosque.
Picnic que todos pasamos muy pendientes de las interacciones de dos ciertos miembros del grupo. Quienes, para agrado de todos, ya habían resuelto aparentemente sus diferencias. Ver a mi amiga sonreír abiertamente y verdaderamente feliz era maravilloso después de haber tenido que presenciar sus altibajos durante dos largos años que se le hicieron interminables.
Aunque solo eran amigos, de momento, y muy a mi pesar, las cosas parecían ir viento en popa. Una pena que no pudiese presenciar toda la evolución del proceso. Después del baile que compartieron en la fiesta, todos nos quedamos de piedra al ver la imagen de ambos, tan perdidos el uno en el otro que estoy prácticamente segura de que habían formado un reino aparte solo para ellos dos dentro del pequeño espacio que compartían.
Pensé que todo estaba perdido, pero parecía que el destino se había aliado en nuestro beneficio, no queriendo que la diversión terminara. La chica que andaba con Robin fue bastante ignorada por este, quien se disculpó con ella y se escabulló audazmente antes de que pudiese rechistar, demasiado abatido por los celos de ver a mi amiga siendo coqueteada por otro. Maria fue engatusada por Loveday, quien tuvo la maravillosa idea de juntarlos en un baile. La felicité mentalmente por la astucia.
Lo demás, es historia. Bailaron, siendo observados sin ellos saber, y mucho menos importarles, las miradas que recibieron del padre de Robin y el tío de Maria, no muy contentos con aquello. Sin mencionar los celos en la cara de Rebecca, según me comentó Henry que se llamaba, y la aceptación con algo de pesadumbre por parte de Chris. No todos pueden ganar en el juego del amor.
Definitivamente, a uno se le erizaba la piel al ver lo mucho que se querían.
Y también exasperaba al ver que ninguno de los dos se daba cuenta que el uno moría por otro. Si pudiesen verse desde nuestra perspectiva… En fin, no se le puede pedir peras al olmo.
—Dale esto a la señora Wilson y que ella se lo entregue a la directora —me dio un sobre bien sellado. Supe de lo que se trataba al ver el sello de la escuela. Asentí, guardándolo en mi bolso—. Asegúrate de que no queda nada por guardar, por favor.
—Descuida, no tienes tantas cosas. Y si se me olvida algo, ya tengo excusa para regresar de visita —reímos.
—Espero que tengáis buen viaje.
—Digweed nos cuidará bien durante el trayecto —el hombre alzó su sombrero en reconocimiento, sentado ya al frente de las riendas.
—Os echaré de menos —le dio un abrazo a George y luego a mí, recibiéndola con los brazos abiertos. Una vez más me separaba de mi mejor amiga. Pero sabía muy bien que ella pertenecía a ese lugar y que debía arreglar los asuntos pendientes que quedaban para poder estar completa al fin. Todos teníamos nuestro camino.
—Y nosotros —dijimos ambos a la vez. Miré al chico de mi lado, devolviéndome la mirada con amor. También tenía mi propia lucha que ganar. Convencer a los padres de George de que estar juntos era lo que más anhelábamos no sería tarea fácil, pero por él, por lo nuestro, valía la pena luchar.
Finalmente subimos al carruaje. Ser Benjamin y la señorita Heliotrope nos desearon también una buena travesía. El hombre llevaba a Tom en brazos, quien levantó la mano para despedirse también cuando nos vio hacerlo a los demás, justo cuando el carruaje se movió para alejarse de la mansión, destino Londres.
Me senté junto a George, dejando de saludar por la ventana. Sonreí cuando entrelazó su mano con la mía, dándome un cariñoso beso en los labios y en la frente antes de volver la mirada al paisaje.
La mansión ya quedaba muy lejos, pero esperaba que mi deseo llegara de todas maneras, esperando que se cumpliera algún día.
«Mucha suerte, amiga. Espero que no tengas que necesitarla».
Maria's Pov
Una vez ya no pude ver el carruaje en la distancia, volvimos de vuelta al interior de la mansión. Loveday se acercó a mí con una tenue sonrisa y entrelazó su brazo con el mío, dándome consuelo por la despedida de mis dos amigos. Sin duda los extrañaría. Las charlas hasta tarde en la noche con Evangeline, las bromas sin gracia de George, las salidas junto con la pandilla… Mi consuelo es que les encantó el lugar y sabía que volverían de visita más de una vez, escapando de la ruidosa ciudad.
Le pedimos a Marmaduke que sirviera un té, ya que ese día hacía especial frío, probando que noviembre recién había llegado y el clima gélido junto con él. El invierno estaba a la vuelta de la esquina. Me senté junto a Loveday y la señorita Heliotrope, quien ahora tenía a Tom en brazos. Esos dos se llevaban muy bien. Prácticamente la mujer se sentía como su abuela. Mi tío se sentó en su sillón preferido, mirando las llamas de la chimenea que acababa de encender para calentar la sala.
—Maria —llamó, deteniendo mi juego con el bebé. Alcé la mirada para verlo con una mano en su mentón, pensando en algo probablemente, antes de dirigir sus ojos marrón oscuro hacia mí—. Si puedo preguntar, ¿qué es ese sobre que le has dado a Evangeline? —me senté bien en el sofá, colocando mis manos en mi regazo. Ya había llegado la hora.
—Una carta para la directora de la Escuela para Señoritas —su semblante era tranquilo, analizando mis palabras.
—¿Le has escrito para comunicarle que regresas pronto para incorporarte de nuevo?
—No —negué, serena en apariencia. Su ceño tembló ligeramente ante la negativa.
—¿Entonces? —sentí la tensión en el ambiente. La intriga que envolvía a las dos mujeres a mi lado y al cocinero que había llegado con las tazas en una bandeja.
—He escrito a la señora McNulty para darle las gracias por su hospitalidad y trato durante estos años que he estado bajo su tutela y la de mi profesora, la señora Wilson —hablé despacio, asegurando que quedara claro para todos—. Ya que no lo podré hacer en persona.
—¿De qué hablas? No entiendo nada, jovencita. ¿Cuándo piensas marchar de vuelta? —llegados a ese punto, mi tío empezaba a crisparse. Inspiré profundamente, armándome de valor.
—En la carta le he expresado mi deseo de quedarme aquí, ya que he terminado mis estudios y me he graduado con honores. No me queda nada más por hacer allí y no tienen mucho más que enseñarme que no sepa ya —mi tío se incorporó deprisa, visiblemente sorprendido por lo que le estaba diciendo. Loveday se movió a mi lado, una gran sonrisa en su rostro. La señorita Heliotrope posó una mano en mi hombro y Marmaduke sonrió tras la butaca de mi tío.
—¿Te quedas aquí definitivamente? —preguntó Loveday sin apenas poder contener la emoción.
—Así es —levanté la comisura de mis labios—. Le dije a Evangeline que terminara de recoger las cosas que se quedaron en mi habitación y se las diera a Digweed para que las traiga consigo al regresar.
—¡Es una maravillosa noticia, Maria! —la institutriz frotó mi brazo, mostrándome lo contenta que estaba por la buena nueva.
—¿Con qué permiso has escrito esa carta y decides dejar la escuela? —se levantó y caminó hacia mí. Decir que estaba irritado era poco en comparación a cómo se mostraba.
—Lo he decidido por mi cuenta, porque ya no tiene ningún sentido que permanezca allí si no tienen nada más que ofrecerme de lo que ya me han proporcionado sus enseñanzas —dije con firmeza, sin pestañear ante su temperamento, mirándolo desde mi asiento hacia arriba—. Creo que ya es hora de que tome las riendas de mi destino.
—¿Y ese destino del que hablas, está aquí? —señaló a nuestro alrededor.
—Este es mi hogar, siempre lo ha sido. Allí habré aprendido muchas cosas, pero en ninguna parte me sentiré más en casa que en este valle, tío.
—Creo que no entiendes que Moonacre no puede ofrecerte la vida que debería tener una dama.
—Es que yo no quiero esa vida —lo corté. Torció el gesto, disgustado por mi contestación—. Quiero la vida que me ofrece este lugar. Aquí me siento bien, completa junto a la gente que quiero. ¿Es tan complicado de entender eso?
—Lo que no entiendo es este cambio tan repentino de parecer —me miró acusadoramente—. ¿Ha pasado algo que haya influido en tu decisión?
—¿Tiene que ocurrir algo para tomar decisiones en mi vida? —hablé con dureza, sin entender lo que estaba insinuando.
—Benjamin, Maria ya es mayor, va a cumplir dieciocho años dentro de poco, puede hacer lo que le plazca. Ya hizo lo que tanto querías, acabó sus estudios. No veo la necesidad de que permanezca en Londres por más tiempo. Y si fuera el caso, no es lo que desea. Creo que esta discusión es innecesaria —Loveday habló desde mi lado, defendiendo mi postura.
—A mí no me engañas, tienes otros motivos ocultos que prefieres no mencionar —me señaló.
—¿Cómo cuáles? —lo insté a que desembuchara.
—No pasó desapercibido, para nadie, tu baile con Robin —se cruzó de brazos, hastiado—. El señor Rogers estaba visiblemente molesto por el rechazo que recibió su hijo de tu parte al negarte bailar con él.
—¿Era una obligación, acaso? —alcé una ceja, incrédula—. Me pidió un baile, yo le dije que no con mucha delicadeza y, hasta donde yo tengo entendido, lo tomó bien y se retiró como un caballero. Por mucho que a ti y a su padre os hubiese gustado, yo no estoy interesada en él de esa manera.
—¡Ah! Pero con Robin De Noir sí, ¿eh? —sus ojos relampaguearon—. Es bastante obvio para cualquiera que tenga ojos que existe un interés por tu parte, sobrina.
—Fui yo la que le dije a Maria que bailara con mi hermano. En los bautizos es tradición que los padrinos bailen al menos una pieza —interrumpió su mujer, empezando a exasperarse por su actitud.
—¿Y si hubiera querido, qué? —levanté el mentón, desafiante—. No puedes decir con quién puedo bailar y con quién no. No puedes decidir absolutamente nada por mí. Cometí un grave error al alejarme de aquí, porque creí que sería bueno para mí, para todos, pero ha resultado siendo completamente lo contrario. Por fin he vuelto a recuperar mi amistad con Robin. No me la vas a echar a perder.
—Vigila tu tono —advirtió, su mirada era hielo puro—. Respeta a tus mayores, ¿no te han enseñado eso en la escuela?
—No tengo por qué hablarte docilmente cuando tú no me tratas de la misma manera —refuté—. ¿Pretendes que me quede tan tranquila mientras tú planeas todo con lo que respecta a mi futuro? Si es así, no me conoces en absoluto, tío.
—Querer que tengas las mejores opciones en cuanto a pretendientes se refiere, no es imponerte nada en absoluto. Chris es un buen chico, creí que lo sabrías ver.
—Lo sé, me queda perfectamente claro, pero Robin también lo es, aunque te pese. No entiendo por qué le tienes tanta inquina.
—Ese chico no se toma nada enserio, es un irresponsable, un rufián y no creo que sepa lo que es el honor. ¿Crees que voy a dejar que alguien así esté rondándote? Te aprecio lo suficiente como para no permitir algo así.
—Es mi hermano del que estamos hablando, Benjamin —Loveday le lanzó dagas con la mirada, queriendo darle con alguna de ellas—. Harías bien en recordar eso —el hombre se cohibió un poco ante el semblante de la mujer. En ocasiones, cuando se enfadaba podía dar miedo.
—¿Permitir? La única que decidirá eso seré yo. Nadie más —me levanté de mi asiento, enfrentándome a él, alzando la voz para que me escuchara bien—. Ya me alejaste una vez de él, no lo harás dos veces.
—¿Con eso me estás diciendo que sientes algo por él? —quiso saber.
—No tiene por qué responder a eso —esta vez fue el turno de la señorita Heliotrope de meterse en la conversación, tan enfadada como lo estábamos Loveday y yo—. Los sentimientos de una dama son privados.
—¿Tanto quieres saberlo? Pues bien. ¡Sí! ¡Estoy enamorada de Robin! —grité, harta de todo eso. La sala enmudeció. Jamás se lo había confesado a nadie más que a Evangeline. Me sentí tranquila al decirlo en voz alta—. Desde hace años.
—Caspita, diantre —el tío se llevó la mano a la frente, consternado por un momento. Loveday se quedó sin habla, la señorita Heliotrope se ajustó sus anteojos y Marmaduke no dejó que su sonrisa fuera censurada por la mirada de reproche que le lanzó el tío.
—¿Tan horrible es para ti que me haya enamorado de una buena persona?
—Te recuerdo que esa "buena persona", quiso secuestrarte y atentar contra tu vida.
—¡Porque seguía órdenes de su padre! Sabes perfectamente que no es así. Que no se te olvide que él fue el que me ayudó a salvar el valle y quien intervino aquella noche cuando Luke quiso aprovecharse de mí —apreté la mandíbula por la rabia—. Parece que se nos olvidan fácilmente las cosas que no deberían —calló ante eso, sabiendo muy bien que no tenía nada que discutir al respecto.
—¿Él corresponde tus sentimientos? —preguntó despacio, alzando una mano, aún incrédulo.
—No lo sé —vacilé por primera vez desde que había empezado la discusión. Miré al suelo, buscando las palabras correctas—. Pero si no es así, no cambiaré de opinión. Seguiré manteniendo mi relación con él, aunque no te guste la idea.
—Lo mejor que podría pasar es que no lo hiciera —abrí los ojos, sintiendo como un frío invisible me invadía.
—¡¿Cómo puedes ser tan cruel?! ¿Tanto lo odias? ¿Tan poco aprecias lo que siento yo? ¡No tienes motivos! ¡Tu soberbia no tiene límites! —grité, acercándome a él a grandes pasos.
—¡No es lo suficientemente bueno para ti! —gritó a su vez.
—¡Eso lo juzgaré yo!
—¿Crees que su familia lo permitirá? Me consta que su padre no nos quiere ver ni en pintura. Ya has podido presenciar lo incómodo que estaba viniendo a esta casa.
—Eso lo causasteis vosotros por vuestra cuenta —negué con la cabeza—. Avivasteis una rivalidad que ya debía estar muerta y enterrada.
—Puede que esté en nuestra naturaleza odiarnos.
—Es irracional. ¡Es estúpido, por Dios! ¿No te das cuenta, tío? ¿Tanto te ciega el rencor?
—Ese hombre me ha despreciado durante estos últimos años, negándose a tener que ver nada con nosotros. ¡No pienso tolerar que se burle más a nuestra costa! —tenía entendido que el señor De Noir había decidido cortar toda relación con los Merryweather a raíz de mi partida.
—Te comportaste muy mal con su hijo, fuiste injusto con él. Los has juzgado y despreciado, ¿y quieres que ellos te respondan con una sonrisa? ¡No seas cínico!
—Esa familia no nos conviene. No te conviene. ¡Ni sueñes que vais a tener mi bendición si llega a suceder algo semejante!
—Tampoco la necesito, ¡tú no eres mi padre! —solté, quedándome sin aire por el chillido que di y también por las palabras que pronuncié. La ira y la furia del tío Benjamin desaparecieron de un plumazo, dejando la nada para luego aparecer una inmensa tristeza y dolor. Lo había herido.
—¡Maria! —oí decir a Loveday detrás de mí, tan sorprendida como todos los demás. Di dos pasos hacia atrás, sintiendo como las lágrimas que retenía caían de mis ojos al fin. Apreté los puños antes de pasar por su lado y salir corriendo hacia las escaleras. Varias voces me llamaban, pidiendo que me detuviera, pero yo seguí mi camino hasta mi habitación, cerrando la puerta de un portazo.
Me dejé caer contra la madera, acurrucándome en mi misma. Sujeté mis rodillas en mis manos, juntándolas para traerlas a mi pecho. Sollocé en voz alta, sin poder contenerlo más. Estaba tan cansada de esa situación. La misma situación que años atrás. Era como un círculo vicioso que no paraba de rodar jamás. Siempre repitiéndose…
Alcé la vista, limpiando las lágrimas de mis gruesas pestañas. Me di cuenta de algo bastante peculiar al instante. Me levanté despacio, mirando el techo de mi habitación con horror. Llevé una mano a mi boca para ahogar el grito que di al ver las grietas a lo largo de la cúpula.
Mi techo lleno de estrellas estaba vacío. No había luna, ni nada. Ni siquiera era azul ya. Estaba cubierto de un gris claro muy triste. Varias grietas pequeñas surgiendo de los lados, convergiendo en el centro.
Sentí de nuevo ese persistente dolor de cabeza, maldiciendo para mis adentros. Di un golpe a la pared con frustración, posando la cabeza en la superficie, sin dejar de mirar el techo.
«¿Cuándo se acabará esta pesadilla?»
