Galletas de Jengibre y cascabeles dorados
Resumen: Jubal presenta a Isobel a sus padres en Nochebuena. One-shot. Publicado en AO3 dentro de la colección "All that glitters". Prompt de Jenzii.
Alargando la mano, Jubal tocó el timbre de la puerta, y esperó junto a Isobel a que fuera abierta.
La miró de reojo y se la encontró mirándolo también, con una leve sonrisa en los labios. Arrebujada en su abrigo, el frío trayendo color a sus mejillas, su belleza quitaba el aliento más incluso de lo habitual.
—Muchas gracias por invitarme... —repitió Isobel por enésima vez con voz queda—. Es una ocasión familiar. La verdad es que temo estar importunando con mi presencia.
El hecho de conocer a la familia de Jubal le provocaba una ansiedad subyacente que era difícil justificar que estuviera ahí.
—No vuelvas a mencionarlo. Estamos encantados de tenerte con nosotros —respondió él devolviéndole la sonrisa. Especialmente yo—. Además, donde comen nueve, comen diez —dijo zalamero, haciéndola sonreír aún más.
Igual que había hecho el año anterior, Aquel año Isobel también había quedado con su padre para pasar con él la Nochebuena. Nada excesivamente navideño. Sólo cenar juntos en un exclusivo restaurante del centro. Desgraciadamente Robert, de viaje por trabajo, llevaba dos días atascado en el aeropuerto de O'Hare por las intensas nevadas que estaban cayendo sobre Chicago. Decepcionada, Isobel había cancelado la reserva aquella misma mañana, y se había preparado mentalmente para una noche solitaria más.
Al enterarse, Jubal ni lo dudó; avisó a su familia, e invitó a Isobel a la cena de Nochebuena que iba a celebrar con ellos en casa de su hermano, cerca de Mount Vernon.
De ningún modo iba a permitir que Isobel pasara las fiestas sola. No estando en su mano poder evitarlo. Y menos después de haberse enterado a toro pasado de que este año había pasado sola el Día de Acción de gracias. Otra vez.
Al principio, Isobel había declinado su oferta.
Le había costado bastante convencerla, insistiendo varias veces a lo largo del día. Justo cuando Jubal pensaba desanimado que no lo lograría, Isobel aceptó. Él nunca llegaría a saber que precisamente la decepción en sus ojos había sido lo que la había hecho cambiar de idea. Ni que el brillo subsiguiente, la había llenado de ilusión ante la perspectiva.
Fue su hermano Ewan quien les abrió la puerta, franqueándoles el paso al cálido ambiente lleno de aromas hogareños a abeto, canela y asado.
A Jubal le sorprendió que, un poco más atrás, sus padres y su cuñada se acercaban entusiastas a saludar. Normalmente lo habrían esperado tranquilamente junto al calor de la chimenea.
Dejando en el suelo las bolsas de regalos que traía, Jubal le presentó a su hermano mayor, e Isobel se encontró saludando a una versión un par de años mayor, un poco más rolliza y un par de pulgadas más baja que su ASAC, que le daba a Ewan un aspecto más de afable tabernero que del ingeniero industrial para la GM que era. Ewan le dio la bienvenida con cordialidad; su sonrisa parecía venir de familia.
Se quitaron los abrigos, que Ewan recogió para guardar en el armario del vestíbulo.
El saludo de Christie, su mujer, fue más distante, pero no por animadversión, sino por una intensa curiosidad. Sus ojos azul claro escrutaron a Isobel como si estuviera bajo uno de los microscopios del laboratorio donde trabajaba. Se notaba que Christie era investigadora.
Sin dejarse intimidar, Isobel le entregó la botella de lambrusco que había traído para contribuir a la cena, y Christie se lo agradeció, cordial.
Al acercarse su padre, Jubal le presentó al profesor George F. Valentine. George había sido miembro del cuerpo diplomático durante tres décadas, hasta que se dedicó a la enseñanza universitaria. A sus más de setenta y cinco años, aún daba clases de vez en cuando. Era un hombre alto, su cabello totalmente encanecido, pero aún fornido para su edad. Su formal vestimenta, incluía sin embargo un chaleco a cuadros de colores navideños. Mientras George le estrechaba la mano respetuosamente, Isobel pudo reconocer en sus ojos la calidez de los de Jubal.
—Ésta es mi madre, Aileen —anunció entonces Jubal a la mujer que se acercaba sonriente con un blanco delantal decorado con renos juguetones, y una bandeja en las manos.
Su plateado cabello era ensortijado. Isobel supo de inmediato de dónde habían sacado los hermanos Valentine sus rizos y sus sonrisas, el poco de verde de sus ojos. También era alta, casi tanto como Isobel. Y algo entrada en carnes: debía dar unos abrazos estupendos.
—Encantada, Isobel. Estamos muy contentos de que hayas venido. Oh, vaya, querida... Eres preciosa —dijo risueña y con admiración.
Jubal no podía estar más de acuerdo. Isobel, con un cálido vestido rojo oscuro de escote en forma de u y elegante falda tres cuartos, estaba espectacular. Un conjunto de joyas de pendientes y colgante de oro con forma de estrella, completaban su atuendo, festivo sin ser extravagante. Era difícil para Jubal apartar la vista de ella.
La significativa mirada aprobadora que Aileen lanzó a Jubal lo puso en alerta. Oh-oh.
—¿Una galleta de jengibre? —ofreció su madre con dulzura—. Las he hecho para vosotros.
Jubal miró las galletas y de repente deseó que se lo tragara la tierra.
Tenían forma de osito polar con gorrito glaseado rojo de Santa Claus, entre sus patas sostenían un corazón también de glaseado rojo. Dentro del corazón estaba grabado: "I+J".
Eran una auténtica monada.
—¡Mamá! —exclamó Jubal mirando abochornado a Isobel, que se había ruborizado levemente y apretaba los labios conteniendo una risilla. Él entendió de pronto lo que estaba pasando—. Está bien, antes de que os flipéis todos. Isobel y yo trabajamos juntos. Es mi superior y, sobre todo, es mi amiga. Muy buena amiga. Pero no somos... —Su propia garganta lo obligó a tragar saliva, terriblemente consciente de cómo lo observaban todos—. No somos pareja, ¿de acuerdo?
El disgusto en la cara de Aileen fue evidente.
—Jubal Miles Valentine —dijo con frustración, cogiendo la bandeja con una sola mano y poniendo el otro brazo en jarras—. Eres un idiota.
—Mamá —protestó Jubal, mirando inquieto hacia Isobel, quien había bajado los ojos, controlando su expresión.
—Aileen... —reprendió George con suavidad a su esposa, pasándole un tranquilizador brazo por los hombros.
—Llamas diciendo que vas a traerla a ella a la cena de Nochebuena —dijo Aileen—. ¿Qué creías que íbamos a pensar?
¿"A ella"?, se quedó pensando Isobel. Fue el turno de Jubal de bajar la mirada.
Antes de que su hijo menor pudiera replicar nada, Aileen se volvió hacia Isobel.
—Lo siento mucho, querida. No pretendía incomodarte. Me llevaré esto a la cocina ahora mismo.
—Espere. ¿Podría-? Por favor, ¿puedo probar una?
—Por supuesto...
Mientras Isobel cogía una de las galletas, Jubal ignoró por completo cómo su madre lo miraba con complicidad.
—Mmm... Está deliciosa —apreció Isobel.
La sonrisa de Aileen regresó, de un modo que Jubal encontró inquietantemente esperanzado.
Por iniciativa de Ewan, todos pasaron a la calidez de la amplia sala de estar. El fuego ardía en la chimenea y un gran árbol decorado presidía la estancia desde una de las esquinas.
—Lo siento... —le susurró avergonzado Jubal a Isobel con disimulo mientras entraban, no sabiendo qué más añadir.
—No pasa nada —respondió ella comiéndose la galleta con una serena sonrisa, pero evitando mirar a Jubal para no arriesgarse a ruborizarse de nuevo.
Mientras Jubal colocaba los regalos que traía bajo el árbol, Ewan le presentó sus cuatro hijos a Isobel.
Nettie, la mayor, estaba entusiasmada con su presencia.
A pesar de que su madre había querido que fuera científica, la joven estaba terminando sus estudios de criminología y decidida a presentar su solicitud de ingreso en el FBI, siguiendo los pasos de su tío. No podía esperar a hablar largo y tendido con Isobel sobre ello.
Cuatro años más joven, Todd abordó a Isobel expresando su interés en su orientación política y en su opinión sobre la importancia del activismo en las desigualdades de género.
—Dejemos los debates para después de la cena, ¿de acuerdo? —desvió Jubal la conversación con una mirada de disculpa hacia Isobel, que sonrió divertida.
Niall, algo menor que Tyler, y Sylvia, un poco mayor que Abby, saludaron educadamente a Isobel, pero enseguida pasaron a preguntar a su tío por sus primos.
Jubal explicó que este año les tocaba estar con la familia de su madre, pero que mañana iría a buscarlos, para que pasaran con ellos la tarde del día de Navidad. Los dos chavales parecieron un poco decepcionados, pero lo olvidaron enseguida cuando su abuela los llamó a ayudar en la cocina.
Aileen debía hacer de ello algo muy gratificante, porque Niall y Sylvia se apresuraron sonrientes a reunirse con ella.
—¡Oh, está nevando! —exclamó Nettie desde la ventana.
Los demás se acercaron también a las a contemplar los copos caer. Menos Jubal que, en realidad, contemplaba a Isobel.
·~·~·
Isobel pasó un largo rato hablando con Nettie de su experiencia como agente del FBI. Era gratificante cómo la joven escuchaba con tanto interés, haciendo preguntas inteligentes. Su determinación y enorme potencial eran evidentes para Isobel.
Un rato después, se declaró una multitudinaria conversación a propósito de las aspiraciones de los demás sobrinos de Jubal. Todd iba estudiar ciencias políticas, Sylvia quería ser médico y Niall... Para diversión general, Niall no se decidía entre estrella del rock e ingeniero, pero eso podía cambiar la semana que viene. No sería la primera vez.
Apoyándose sobre el respaldo de la butaca que ocupaba Isobel, Jubal se inclinó hacia su oído, no queriendo interrumpir del todo.
—¿Te traigo algo de beber? ¿Un ponche? —dijo bajito.
Isobel giró la cabeza para mirarlo y los pendientes en sus orejas emitieron un suave tintineo como de...
—¿Cascabeles? —preguntó Jubal fijándose en ellos.
Isobel sonrió.
—Sí... Un regalo de mi madre de hace muchos años —dijo agitando el colgante a juego, que también tintineó—. Son quizás un poco demasiado navideños.
Jubal había alargado la mano, sosteniendo delicadamente una de las doradas estrellas en las yemas de sus dedos para verlas mejor. Estaban decoradas con unos sutiles grabados en forma de enroscados zarcillos.
—No. Te quedan muy bien...
Al retirar la mano, sus nudillos rozaron sin pretenderlo la suave piel del cuello de Isobel. El modo en que se entreabrieron sus labios dejó a Jubal sin aliento. Isobel carraspeó.
—Un ponche estaría bien.
—Marchando —dijo Jubal, tal vez con demasiado entusiasmo, y fue –o más bien huyó– a cumplir con el encargo.
·~·~·
A la mesa de la cena, Isobel se sentó con Jubal a la derecha y George a la izquierda. Ella mantenía con disciplina su inquietud bajo control. Las conversaciones relajadas, las risas divertidas y que la comida estuviera deliciosa fueron de gran ayuda.
—Es un placer conocerte por fin, Isobel —dijo George con rostro afable mientras le servía guarnición en el plato—. Jubal nos ha hablado mucho de ti.
Ah, ¿sí?
Isobel miró divertida de reojo a Jubal, dispuesta a avergonzar a su ASAC por ese comentario, pero en esos momentos estaba inmerso en una conversación con Nettie, sentada enfrente de él, sobre el último partido de los Knicks. Isobel decidió guardarlo para más tarde aunque, para ser honestos, ella también le había hablado a Robert de Jubal.
—¿Y qué os ha dicho? —No se pudo contener—. Probablemente que lo hago trabajar demasiado —se apresuró a bromear.
George rio quedamente. Podría haber dejado el tema ahí, para eso Isobel le había abierto esa puerta, pero no fue así.
—No. De hecho, te tiene en muy muy alta estima, créeme.
Los ojos de George se volvieron sutilmente agudos, como escrutando disimuladamente su reacción.
El corazón de Isobel se aceleró, pero ella no había llegado tan alto dejando que sus emociones la pusieran en evidencia. Sólo sonrió educadamente de un modo que no desveló nada ni a favor ni en contra. George, diplomático de profesión, le echó una mirada apreciativa, y cambió de tema.
—Había algo que quería plantearte, sin ningún compromiso, por supuesto —comenzó—. Estoy buscando a alguien que ocupe una posición importante para dar algunas palabras de aliento a mis estudiantes de primer año, en el comienzo del próximo semestre. Soy de la opinión de que para los jóvenes siempre es un buen incentivo conocer de cerca personas que han conseguido alcanzar sus metas. Sería espléndido poder contar con tu tiempo, si estás dispuesta y no te supone mucha carga.
—Oh —Aunque era capaz de manejarlas con soltura, a Isobel no le entusiasmaban las apariciones en público cuando se trataba de política o incluso frente a la prensa. Aquello sin embargo se trataba de algo diferente. Se encontró sintiéndose halagada—. Muchas gracias.
—Sé que eres una persona muy ocupada, así que lo entenderé perfectamente si no encaja en tu agenda.
—Será un honor. Buscaré el tiempo necesario.
—No, por favor, el honor será nuestro —respondió George con un gesto satisfecho—. Estaremos en contacto, pues.
—¿Estaréis en contacto para qué? —intervino entonces Jubal.
Isobel fue a contestar pero George se le adelantó.
—Bueno, tal vez no sea algo que queramos discutir contigo —pinchó a su hijo—. No tienes derecho a acaparar a Isobel.
—¿Qué te hace pensar que lo pretendo? —dijo Jubal frunciendo el ceño entre divertido y levemente ofendido.
A Isobel le pareció curioso que George levantó una ceja, y no contestó.
·~·~·
Después de ayudar a recoger la mesa, Isobel pasó brevemente por el baño. Estaba volviendo al salón cuando oyó a Ewan a través de la puerta de la cocina.
—No te pongas así, Mamá. Sólo hemos malinterpretado la situación.
—Lo sé. Pero desde que se separó de Sam, Jubal ha estado tan solo...
Espera. ¿Es que Jubal no les había hablado del tiempo que él y Rina habían estado juntos? A Isobel no pudo dejar de llamarle la atención que Jubal no les hubiera hablado de eso pero sí lo hubiera hecho de ella...
—No puedes decir que no se lo buscara —dejó caer Ewan con tono algo desaprobador—. Él solito destruyó su matrimonio.
Y ahí tal vez estaba la razón. Porque su familia lo habría juzgado por involucrarse de nuevo con la mujer con la que engañó a su esposa. No por... otras razones que pudieran implicar la existencia de otros sentimientos.
Habiéndose visto en una situación similar a la de Jubal en su pasado, Isobel estuvo tentada de entrar en la cocina y, no justificarlo, pero sí defenderlo. No sabéis lo que este trabajo puede llegar a hacerte.
—Sí, Jubal cometió graves errores —replicó Aileen— pero no por eso merece ser infeliz el resto de su vida.
Aquello resonó muy profundamente dentro de Isobel. El peso de su culpa a veces la arrastraba a esa clase de lugar sombrío. Sospechaba que probablemente a Jubal también...
—Pensé que quizás con Isobel... —añadió Aileen.
—O quizás simplemente son amigos y estamos equivocados con respecto al interés de Jubal por ella. No le des más vueltas, Mamá.
El impacto de decepción que Isobel sintió ante esa posibilidad la cogió completamente por sorpresa. Algo en el pecho se le tensó hasta el punto de ser doloroso. El desconcierto por sentir aquello le cortó la respiración.
Y a la vez, se dio cuenta de pronto de que llevaba ya un rato escuchando a escondidas una conversación privada.
Obligó a sus piernas, que ahora parecían de madera, a moverla por el pasillo hacia la sala de estar.
Antes de alejarse lo suficiente para ya no poder oírlos más, escuchó a Aileen decir:
—Tonterías. Conozco a mi hijo. ¿Es que no te has fijado cómo tu hermano sonríe cuando la mira?
La madera se convirtió en agua. Isobel llegó a la puerta del salón luchando por controlar sus piernas inseguras. Se amonestó con severidad. No podía permitirse sentir aquello. Además, como había dicho Ewan, Aileen bien podía estar completamente equivocada.
Tomó aire y lo exhaló para recuperar la compostura antes de entrar.
El modo en que los ojos de Jubal sonrieron al verla le aceleró el pulso. Isobel no pudo evitar preguntarse si sería eso a lo que se refería Aileen.
·~·~·
Después de cenar todos se sentaron en los sofás cerca del árbol mientras entregaban y recibían regalos. Isobel se quedó un poco aparte, siendo su visita improvisada no había traído regalos para nadie, ni esperaba por supuesto ninguno para ella. Pero sí disfrutó enormemente de las caras ilusionadas y sonrientes de la familia de Jubal abriendo los envoltorios, descubriendo su contenido, agradeciéndose unos a otros con entusiasmo y ternura.
Cuando Nettie cogió uno de los paquetes y se lo tendió a Isobel, al principio pensó que debía dárselo a Jubal, que estaba sentado a su lado y acababa de recibir unos flamantes gruesos guantes negros de lana.
—No, en este pone tu nombre, Isobel —dijo Jubal sonriente, y se lo devolvió.
—¿Qué? No- no teníais que haberos molestado...
—Es sólo un detalle —dijo Aileen.
Ella y Nettie observaron expectantes su reacción mientras Isobel quitaba con cuidado la cinta adhesiva para retirar el papel de regalo sin romperlo. Abriendo el envoltorio, desdobló ante sí un jersey con cuello ojo de cerradura, de un elegante y luminoso color gris perla, hecho de un punto fino y esponjoso.
Jubal no pudo evitar alargar la mano y tocarlo. Era extremadamente suave y elástico. De llevarlo, se ceñiría perfectamente al torso y los brazos de Isobel, resaltando su figura de manera elegante y la vez espectacular. Jubal tampoco pudo evitar pensar en lo que sería abrazar a Isobel si lo llevara puesto. Debía ser toda una experiencia sensorial en sí misma... Retiró la mano y se frotó disimuladamente las palmas contra las perneras del pantalón, intentado borrar la abrumadora ansia que había despertado su imaginación.
Ajena a aquello, Isobel estudiaba fascinada la prenda. El tacto del tejido era maravilloso. Uno de los hombros y el extremo de la manga contraria estaban adornados con unos sutiles bordados en púrpura, naranja y azul. Nettie o Aileen, o las dos, tenían muy buen gusto.
—Puedes cambiarlo si no te gusta —dijo Nettie.
—No, no. Es... es precioso —replicó Isobel de inmediato. No era realmente su estilo, pero podía verse con él de todos modos. No lo estaba diciendo por compromiso—. Muchas gracias... Me encanta.
Aileen y Nettie se sonrieron entre sí, complacidas de haber acertado.
—A mí también —suspiró Jubal sin poder sacarse de la cabeza la imagen mental de Isobel llevando el jersey puesto.
—¿Qué? —preguntaron las tres a la vez volviéndose hacia él.
Por un brevísimo instante, Jubal pareció un ciervo ante los faros de un coche.
—Quiero decir que me parece muy bonito.
Aileen e Isobel reprimieron una risita. Nettie, ni lo Intentó.
—Puedo prestártelo alguna vez —ofreció Isobel con irresistibles ojos risueños.
Riendo por lo bajo, Jubal disimuló su azaramiento mirando al techo mientras fingía paciencia.
·~·~·
—Así que eres su jefa. ¿Qué tal funciona eso?
Aileen había ido a la cocina a guardar las sobras de la cena en envases de plástico e Isobel se había ofrecido a ayudar.
—Bueno —contestó Isobel—, ciertas decisiones quedan a mi criterio, pero me gusta pensar que los dos somos un equipo. Nos complementamos bien.
—Y además sois amigos.
Fue una afirmación. Isobel se preguntó a dónde quería Llegar Aileen.
—Sí, considero a Jubal un buen amigo. Podemos no estar siempre de acuerdo, pero nos guardamos las espaldas. Sé que puedo contar con él.
Los labios de Aileen se estiraron en una sonrisa pero luego suspiró y se puso seria. Hizo una pausa, pensativa, mientras continuaba dividiendo la comida en porciones para que Isobel las pusiera en los envases.
—Supongo que sabes que Jubal ha cometido algunos notorios errores en el pasado...
A Isobel no le costó comprender que Aileen se refería a su adicción, a su divorcio.
—¿No lo hacemos todos? —murmuró para sí.
—...pero es un buen chico. Un buen hombre —se corrigió Aileen como dándose cuenta de que había hablado de su hijo como si todavía fuera un crío.
—Lo sé —respondió Isobel, asintiendo. De algún modo le cogió con la guardia baja hasta qué punto estaba segura de eso. Hasta qué punto estaba segura de él. Guardó silencio durante unos segundos—. Aileen...
—Dime, querida.
Isobel hizo un ademán hacia las galletas con forma de osito, que habían quedado en una bandeja, apartadas un poco más allá.
—¿Me las podría llevar?
La expresión de Aileen brilló de triunfo. Atrajo a Isobel por sorpresa en un tierno abrazo maternal, trayéndole emocionados recuerdos de su propia madre.
—Te las envolveré.
·~·~·
—Muchas gracias por invitarme esta noche —dijo Isobel cuando Jubal aparcó junto a la casa de Isobel, a pocos metros de su puerta—. Lo he pasado muy bien.
—Gracias a ti por venir... —se la quedó mirando un momento—. No podías haberme hecho un regalo de Navidad mejor.
La sonrisa de Isobel floreció como una flor de pascua. Mientras se bajaba del coche, Jubal se puso el abrigo; la acompañó, las manos metidas hasta el fondo de los bolsillos.
Estaba empezando a nevar otra vez.
—De verdad, muchas gracias —dijo Isobel al llegar junto a la puerta, arriba de las escaleras—. Me he sentido realmente bienvenida. Tu familia es maravillosa.
Por una vez, Jubal no se resistió y dejó que la calidez de su afecto llegara plenamente hasta sus ojos, hasta su sonrisa.
—Tú también eres familia para mí, Isobel...
De pronto, a Isobel el aire no le cupo en el pecho; sintió emocionadas lágrimas acudiendo a sus ojos.
Se acercó un momento y le dio un leve beso en la cara.
—Gracias por todo —murmuró.
Jubal simplemente asintió, sonriente, e Isobel se concentró en la –en aquel momento– complicada tarea de acertar con la llave en la cerradura.
—Buenas noches, Isobel —dijo Jubal con una voz suave que acarició sus oídos, mientras empezaba a retirarse—. Y Feliz Navidad.
Ella logró abrir la puerta sabiendo que él sólo se había alejado un poco, pero que estaba a punto de irse.
Jubal se marchaba con una tierna sensación en la mejilla y una luminosa alegría rebosándole el corazón. Había sido una velada muy especial. Una noche que no olvidaría, que siempre atesoraría en el recuerdo.
El dulce sabor de las galletas de Aileen le vino a Isobel a la boca. No quería que se fuera sin llegar a despedirse de él como era debido.
—Jubal —lo llamó, girándose bruscamente.
·~·~·
No habría hecho falta. Las doradas estrellas en sus orejas tintinearon, atrayendo de nuevo a Jubal de un modo irresistible, casi mágico. No hubo nada que pudiera hacer para evitar regresar junto a ella.
Isobel se lo encontró ligeramente más cerca de lo que se esperaba.
La Isobel sensata, la que sabía lo que le convenía, la que habría llegado al trabajo el próximo día antes que nadie, la que cancelaba citas antes de que las cosas se pusieran serias, lo habría dejado marchar.
Pero Isobel no era esa persona aquella noche. Aquella noche de diciembre que dejaba pequeños copos de nieve en sus pestañas. Aquella fría noche, Isobel se había derretido al calor de los ojos y la sonrisa de Jubal.
Con otro tintineo, alzó la cara y lo besó. En los labios esta vez. De nuevo suave, fugaz.
Jubal parpadeó, sorprendido.
—Oh.
Sus ojos miraron hacia arriba buscando muérdago casi por reflejo, la sensación de los labios de Isobel sobre los suyos permanecía en forma de un agradable cosquilleo, acentuando su desconcierto. La miró confuso a la cara, sin saber cómo reaccionar.
Isobel no tenía palabras para explicarse. No había ningún muérdago.
Rindiéndose, agarró las solapas del abrigo de Jubal, y tiró de él lentamente hacia dentro de su casa. Él la siguió, cautivado por la hechizante mirada que le estaban dedicando sus ojos oscuros.
Antes de que se cerrara la puerta por completo, Isobel estaba besándolo otra vez.
Buscando con las manos su cintura, el exaltado entusiasmo de Jubal se encargó de que, en esta ocasión, fuera de todo menos leve o fugaz.
Fue, de hecho, inolvidable.
~.~.~.~
