Crepúsculo no me pertenece.

Cap. 1: La Chica Nueva.

Soy una vampiresa ¿y tú...? (Bella x Alice x Leah)

La noche anterior, a que Isabella Swan, comenzara su nueva escuela en Folks, tuvo una pesadilla.

Bella estaba acostada en su cama, se veía a sí misma en su sueño... durmiendo. Pero abrió sus ojos y se llevó un gran susto. Flotando sobre su cama, se encontraba su madre: Tenía cabello marrón corto con unos ojos grandes, azules infantiles e inocentes y una cara redonda.

Tanto dentro, como fuera del sueño, Isabella, derramó algunas lágrimas.

Ver a su madre muerta, tan claramente, como ahora, era...

Era maravilloso, pero también, era aterrador.

Intentó hablarle, pero ni una sola palabra, escapó de sus labios. Su madre le habló, pero tampoco escuchó lo que ella dijo. — ¡¿QUÉ ACABAS DE DECIRME?! —Preguntó Isabella, entre gritos. Pero su madre, no la escuchaba. La mujer volvió a hablarle, pero fue el mismo resultado y se lo hizo saber, negando con la cabeza y gesticulando.

Entre más segundos pasaban, los rasgos de su madre cambiaban, rejuveneciéndola, haciendo de ella, cada vez, menos humana.

Su piel blanca, se iba volviendo más y más tersa, más y más pálida, casi con rasgos de adolescente, perdiendo años y arrugas. Sus ojos azules. Azul claro, comunes y corrientes, se volvieron azul oscuro, aterrorizando a Isabella, quien pronto sintió una mano de su madre, sobre su pecho derecho, hasta que sintió como se quemaba, una sonrisa horrible, adornó los ya de por sí inhumanos rasgos faciales de Renée. — ¡¿QUÉ ES LO QUE QUIERES?! —Preguntó asustada. — ¡¿DÓNDE ESTÁ MI MADRE?! —gritó dentro del sueño.

En la realidad, su espalda se arqueó. Sus brazos ganaron fuerza, sus piernas y torso, también ganaron una cantidad muy pequeña de masa muscular.
Su piel, comenzó a palidecer, cada vez más, hasta parecerse a una muñeca de porcelana. Sus orejas se volvieron puntiagudas.

No eres humana. —le dijo esa horrible criatura, quien había tomado el cuerpo de su madre. —Yo tampoco lo soy, Isabella y tu padre... él jamás supo, lo que yo era, realmente. Los cuentos de tu niñez, no te educaron lo suficiente, para este crecimiento. Para esta madurez. Y yo... yo ya no estoy a tu lado, para enseñarte. Deberás de descubrir lo que puedes hacer, por ti misma. —con sus largos y pálidos dedos, tan semejantes a arañas blancas, le abrió la boca a la fuerza y luego, mordió uno de sus dedos, hasta hacerlo sangrar. Por mucho que Isabella lo intentó, no pudo luchar, contra esa criatura, que tenía el cuerpo de su madre. —Lamento haberte abandonado, mi niña.

Cuando Isabella despertó, observó los cambios físicos: Una sonrisa nerviosa, apareció en su rostro, pero seguía asustada.

Aterrorizada, pues no entendía nada.

Su cabello y ojos, seguían allí.

Del mismo color de siempre, pero todo lo demás.

Todo lo demás, había sido modificado.

Pero su piel era tan blanca, como la porcelana, sus pechos, caderas, trasero y muslos, eran más grandes. Sus brazos y piernas tenían músculos, se veía y se sentía más atlética; aunque no era una Miss Olimpia (cosa que podía agradecer, pues jamás soportaría tener músculos, tan grandes como los de Silvester Stalonne o algo así). —No.… no fue un sueño —pensó, sin poder decidirse entre, estar maravillada, por la belleza, que le devolvía la mirada en el espejo o asustada, por el cambio que se dio, de la noche a la mañana. — ¿Qué es esto?, ¿Cómo pasó? ¿Quién eras, mamá? ¿Quién soy yo?

Isabella se metió a la ducha, mientras exploraba su nuevo cuerpo, pero cada vez que pasaba el jabón y el estropajo, un nuevo escalofrío la recorría. Suspirando, subió la mirada y dejó que el agua golpeara su rostro, hasta que una serie de golpes en la puerta, la sobresaltaron.

— ¡Bella, cariño! —Era su padre. — ¡Apresúrate, tienes que desayunar e irte a la secundaria!

—V-Voy, no te preocupes. —logró encontrar nuevamente su voz —Ya voy a salir. —Cerró la regadera, salió de la ducha, agarró la toalla, secó su cabello, secó su nuevo cuerpo, escultural, para luego enredar la toalla alrededor de su nuevo torso y asegurarse de cubrir con la toalla, todo lo necesario. Agarró el peine y salió, hacía su habitación, vistiéndose con una camiseta blanca de manga larga y un pantalón azul. Agarró una blusa de manga corta y se la colocó por encima. Bajó hasta el comedor, se sentó con su padre a desayunar, charlaron un poco y finalmente, ella tomó la camioneta, para ir a su escuela.

Al llegar, notó que tanto chicos, como chicas, se la quedaban viendo.

Pero ella desconocía, qué pasaba, solo creía que era obra de ser la chica nueva y quizás por su físico, pues era más guapa de lo que ella misma recordaba.

Desconocía el trabajo de su aura, pero se encogió, ante las miradas penetrantes de todos, mientras avanzaba por los pasillos del colegio, hasta entrar en el salón de clases de su primera materia.

—Señorita... Swan, sí. —dijo el profesor —Bienvenida al salón de clases y a nuestra materia. Por favor... siéntese... —miró, estirando un poco, su cuello —siéntese junto a la señorita Cullen, en la mesa del fondo, a la derecha.

La señorita Cullen, era baja, quizás tan baja, como lo era ella, hace ya veinticuatro horas y le llegaba hasta el pecho. Tenía el cabello corto, el cual apuntaba en todas direcciones, color negro, ojos dorados, baja de estatura, delgada, muy delgada... sonriente, tenía una "buena vibra" para Isabella. Justo y como imaginarias a un hada. —Ella huele bien, muy bien... —Entonces, la chica de baja estatura, se preguntó — ¡¿Desde cuándo los humanos, huelen a azúcar, mezclado con ceniza?! —presentó ante la chica. —Soy Alice Cullen, es un placer conocerte.

—S... Soy... Isabella Swan, el placer es mío —aseguró ella, dándole la mano a la chica pálida y bella.

Delante de Bella y su nueva compañera de clases, quien se presentó de inmediato. Se sentaba una chica ruda, de cabello negro brillante, corto y despeinado, ojos oscuros y piel cobriza. Vestía como una marimacha: Con una camiseta de tirillas y un pantalón negro y blanqueado, después de ser lavado muchas veces. —Los pálidos ya son un puto problema. ¡Está chica es muy poderosa y no es humana! —pensó la chica, asustada, ¿Su nombre? Leah Clearwater. No era humana, tenía un gran olfato y era una Metamorfa Loba, quien olía aquel aroma a ceniza y azúcar, que venía desde Isabella.